Está en la página 1de 4

El viajero de Atenas.

Kevin Fernando Villanueva Piña


4D No. 2 Papantla Veracruz

En Atenas era común ver a los dioses provocar guerra y conflicto,


con la simple finalidad de conseguir más adeptos y no dejar de ser
venerados. La ciudad por muchos años vivió acostumbrada al miedo,
usando como única tabla de salvación el adorar a sus dioses para
calmar los deseos narcisistas de estos últimos.
Cierto día, un ateniense llamado Dorian decidió alejarse de la
ciudad. Estaba cansado del trato que tenían los dioses para con su
pueblo, pensaba con rabia en ellos y en cómo eran los causantes de las
guerras sólo para entretenimiento. Decidió entonces encontrar un nuevo
hogar, así que emprendió el rumbo hasta un bosque llamado Robledal
de Dodona.
Mientras llegaba, escuchó unos extraños murmullos que lo
hicieron cambiar de ruta. Los pájaros dejaron de cantar y unas pisadas
se comenzaron a escuchar, parecía que se acercaban haciendo
retumbar la tierra. El ateniense corrió hasta una zona con muchos
arbustos, donde tropezó y se ocultó, desde ahí vio a una extraña bestia,
era cuadrúpeda y de piel rocosa, con múltiples ojos, dos cuernos de
color morado y en su frente tenía un símbolo que Dorian no conocía.
El joven se mantuvo en silencio y a los pocos segundos la bestia
siguió por el bosque. El viajero con la pierna algo lastimada por la caída
se arrastró entre los matorrales para poder salir y fue así como encontró
una extraña cueva de no más de metro y medio de alto; pensó que ahí
podría recobrar fuerzas, así que decidió acercarse. Una vez dentro, se
dio cuenta de que la cueva era mucho más grande. Pudo incorporarse
y a paso lento llegó hasta una fuente con una escultura y una puerta
con extraños símbolos y glifos alrededor. En las paredes de la cueva se
observaban pinturas que parecían muy antiguas, según las juzgó
Dorian, tal vez de una cultura desaparecida.
Al acercarse a la puerta vio que esta no era real y sólo estaba
tallada en la piedra, incluso tenía destellos morados. Quitó la hierba que
rodeaba la parte baja de la roca, para inspeccionarla un poco, entonces
encontró un cráneo.
—Esto es muy extraño —pensó Dorian—, ni en los templos de
hades los cráneos son así.
El joven lo tocó y de las cuencas donde estarían los ojos, empezó
a salir un extraño humo que lo rodeó y después cubrió toda la cueva.
—¿Quién eres tú? —le dijo una voz grave que resonó con fuerza.
—Me llamo Dorian —dijo sorprendido.
Entre el humo aparecieron siete entidades: una de ellas era un
montón de agua y hielo, girando sobre sí mismo; el segundo era
oscuridad, el tercero parecía un montón de huesos y carne en forma de
un escarabajo amorfo; el cuarto era un lobo con pelaje que resplandecía
en blanco y rojo; el quinto era un montón de tentáculos de metal; el sexto
era una luz de color indescriptible y el séptimo era un montón de flores
con una fragancia embriagadora.
—Hace siglos que nadie entra aquí —dijo la voz.
—¿A caso son dioses? —dijo Dorian, de manera molesta—, estoy
harto de ustedes y de que sean venerados, y que causen guerras sólo
para su entretenimiento
—Los dioses los utilizan para entretenerse, sí, pero los humanos
también son raros, creen en sus dioses, pero ignoran lo demás, sólo
peleando por ser superiores. Hace eones, cuando las deidades
surcaban los cielos y creaban la tierra, buscamos un lugar oculto en el
que observaríamos el tiempo, después decidimos salir de aquel lugar y
llegamos aquí, donde un grupo de personas nos veneraron; ellos pedían
todo, siempre. Un día fueron atacados por tres tribus guerreras quienes
los masacraron por no venerar a los mismos dioses.
Dorian no podía entender nada. Quería saber quiénes eran.
—Intuyo que deseas conocer nuestros nombres —dijo la voz—,
yo soy Karaka, y ellos son Enid, V, Thryssa, Yama, Hellam y Dowon.
Nosotros también estamos cansados de esas guerras, nuestros acólitos
fueron masacrados sin ningún motivo al igual que muchos en todo el
mundo. Por haber descubierto este santuario y por ser diferente a tu
gente te propondré algo: te voy a dar la oportunidad de hacer un cambio.
Ya dejaste a tu pueblo atrás, así que no tienes nada que te ate, tendrás
que viajar por el mundo con el propósito de hacer que la gente se olvide
de competir por sus dioses, aceptas o rechazas esta oportunidad.
Dorian no lo pensó ni un instante.
—¡Acepto! Lo haré por mis seres queridos que han sido
asesinados.
Los siete dioses alzaron al joven en los aires y lo rodearon con
una neblina, le tatuaron un símbolo en su mano derecha con siete
fragmentos, luego lo devolvieron al suelo.
—Te hemos marcado con estos símbolos en tu brazo derecho y
te hemos bendecido con el poder de reencarnar. Tu viaje será difícil y
no podrás completarlo en una sola vida. Confiamos en ti, nosotros
regresaremos al lugar desde el cual observamos el mundo, te
deseamos suerte en tu viaje.
La cueva se llenó nuevamente de humo y desapareció junto con
los extraños seres. Dorian quedó sin palabras, se sentó en medio de la
cueva y pensó lo que había pasado. Un par de horas después se dirigió
a su pueblo, buscó el dinero que tenía, agarró un arco y una espada y
se dirigió a la salida de la ciudad.
—Toda mi vida he servido a los dioses —se dijo Dorian, mientras
empezaba su misión— desde que tengo memoria los he venerado en
sus altares y en sus santuarios. Viajaré por aquellos que quieren paz,
recorreré todos los lugares tratando de que la gente se olvide por fin de
adorarlos. Pero tan pronto empiece, seré castigado también por ellos…
por mis propios hermanos.
Al salir se dirigió al santuario para despedirse, marcando inicio a
su viaje. Cerca de la cueva la tierra comenzó a sonar, un estruendo
familiar, unas pisadas abrumantes, era aquella criatura con la que se
topó por primera vez al visitar el santuario, se acercaba con gran
velocidad y se abalanzó sobre Dorian, el chico no sabía qué hacer, no
podía imaginar que su viaje acabaría a poco tiempo de empezar. Con
un miedo que hacía que sus piernas temblaran cerró los ojos, su
corazón quería salir de su pecho. Sintió que aquel era su final, sin
embargo, habían pasado unos segundos y seguía con vida, abrió los
ojos cautelosamente y observó a la bestia, que estaba parada frente a
él. Ahora podía reconocer el símbolo que tenía el monstruo en la frente:
era igual al que tenía él mismo en el brazo. Se acercó a la bestia y lo
tocó, los ojos de esta pasaron de un rojo intenso a un rosa, enseguida
comenzó a hacerse más pequeña hasta tomar la forma de un caballo
blanco. Al montarse en aquel ser sintió sus memorias, era una creación
de los siete que fue controlada por los dioses griegos, para evitar que
las personas descubrieran el santuario. Acarició a la criatura y la invitó
a viajar con él en nombre de la causa. El caballo lo siguió.
Dorian no vivió mucho más que cualquier persona, pero fue
reencarnado a través del tiempo. Su travesía fue siempre obstruida por
distintas deidades. Fundó una religión que veneraba a aquellos siete
dioses desconocidos, que no buscaba ser la única y verdadera, sólo
promulgaba la paz. Aquella religión es conocida como los Eunoabíz,
Fug, Los hijos de Enid entre otros nombres
Hasta el día de hoy, Dorian sigue viajando con su objetivo en pie,
su descendencia negó sus creencias, pero algunos pocos pertenecen a
aquella religión siguiendo con su objetivo, sin importar el castigo de los
dioses. Dorian no fue olvidado, comunicó su mensaje en muchas partes,
siempre con entusiasmo y valor.
Los pueblos que visitó lo recordaron como un viajero de túnica
marfil y capucha de cuero, sobre un corcel blanco. Desde entonces, fue
conocido como El viajero de Atenas

También podría gustarte