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MANUAL DE DERECHO ADMINISTRATIVO

3RA EDICIÓN ACTUALIZADA Y AMPLIADA

CARLOS F. BALBÍN

2ª Edición actualizada 2013


3ª Edición actualizada 2015

© Carlos F. Balbín, 2015


© de esta edición, La Ley S.A.E. e I., 2015
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

ISBN 978-987-03-3001-1
SAP 41892027

Balbín, Carlos
Manual de derecho administrativo / Carlos Balbín. - 3a ed ampliada. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: La Ley, 2015.
864 p.; 24 × 17 cm.
ISBN 978-987-03-3001-1
1. Derecho Administrativo. 2. Administración Pública. 3. Derecho. I. Título.
CDD 342

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CAPÍTULO 1 - LAS BASES DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

I. LA GÉNESIS DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

La génesis del Derecho Administrativo es, históricamente y en términos conceptuales, la


limitación del poder estatal. A su vez, ese límite encuentra su razón de ser en el respeto por los
derechos de los habitantes. En síntesis, la construcción del Derecho Administrativo representó el
equilibrio entre el poder del Estado y los derechos de las personas en el contexto del Estado
Liberal.

Cabe recordar que —en el marco del Estado Absoluto— las limitaciones al poder fueron
mínimas y que el avance de éstas ha sido lento y paulatino. Luego, tras las revoluciones liberales
del siglo XIX —Francia y Estados Unidos— y el advenimiento del Estado Liberal, el Derecho
comenzó a sistematizar los principios y reglas propias del poder —privilegios— y, especialmente
como hecho más novedoso, sus limitaciones.

Este nuevo Derecho que nace en ese entonces es el Derecho Administrativo, es decir, un límite
ante el poder absoluto del Estado. Éste es el fundamento y el porqué de este conocimiento
científico.

El Derecho Administrativo define de un modo más particularizado y concreto que el Derecho


Constitucional, el equilibrio entre el poder estatal que persigue el interés de todos —por un lado—
y los derechos e intereses de las personas individuales —por el otro—.

En verdad el nacimiento del Derecho Administrativo es más complejo porque tal como
adelantamos incluye dos postulados respecto del Estado. Por un lado, el reconocimiento jurídico
del poder estatal y sus privilegios y, por el otro, el límite a ese poder. Veamos ejemplos. El poder
estatal de ordenar, regular, expropiar y sancionar es un cuerpo extraño al Derecho Privado
(privilegios) y otro tanto ocurre con las limitaciones presupuestarias y el procedimiento que debe
seguir el Estado en sus decisiones (límites). Así, el Estado, por ejemplo, puede modificar
unilateralmente los contratos, pero sólo puede contratar si cumple con las previsiones
presupuestarias y el trámite específico de selección de los oferentes. Es decir, el Derecho
Administrativo nace como un conjunto sistemático de privilegios y límites estatales apoyándose
en el reconocimiento de derechos individuales.

Entonces es plausible sostener que el reconocimiento del poder y su cauce jurídico es el primer
límite en el ejercicio de aquél y, consecuentemente, es posible definir y estudiar el Derecho
Administrativo como el conjunto de limitaciones sobre el poder estatal. Sin embargo, veremos
luego cómo el Estado de Bienestar que reemplazó al Estado Liberal exigió reconocer más poder
y no sólo en términos de ordenaciones, limitaciones y abstenciones sino de reconocimientos de
derechos sociales y acciones estatales.

Así, y de conformidad con el sentido de su génesis, los diferentes hitos de esta rama jurídica
constituyen pasos significativos en el camino de las limitaciones al poder, por caso, el concepto
de personalidad del Estado, las técnicas de imputación y el control de las actividades estatales.

Sin embargo, más allá de su origen histórico y su motivación primigenia, el Derecho


Administrativo también ha cobijado entre sus principios, normas e instituciones, fuertes bolsones
de autoritarismo y arbitrariedad y, otras veces, ha servido decididamente al interés de las
corporaciones de cualquier signo y no al interés colectivo, es decir, el interés de las mayorías
decidido y aplicado con participación y respeto de las minorías.

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II. EL DESARROLLO DEL PRINCIPIO DE DIVISIÓN DE PODERES

Tras las revoluciones liberales (s. XIX) surgen dos modelos institucionales en principio
sustancialmente distintos cuya base y punto discordante es cómo interpretar el principio de
división entre los poderes.

Uno de los aspectos históricamente más controvertidos sobre el alcance del principio de
división de poderes —pero no el único tal como veremos más adelante— es la relación entre los
Poderes Ejecutivo y Judicial y éste, según nuestro criterio, es el pivote sobre el que se construyó
el Derecho Administrativo.

Así, por un lado, el modelo anglosajón interpretó que el principio de división de poderes no
impide de ningún modo el control judicial sobre el Gobierno y sus decisiones. Por el otro, el
modelo continental europeo —básicamente francés— sostuvo, al menos en sus principios, que el
Poder Judicial no puede revisar las actividades del Poder Ejecutivo porque si fuese así se
desconocería el principio de división de poderes ya que aquél estaría inmiscuyéndose en el ámbito
propio de éste. Por eso, particularmente en Francia, el Estado creó tribunales administrativos,
ubicados en el ámbito del propio Poder Ejecutivo, con el propósito de juzgar las conductas de
éste.

En este contexto, el Derecho Administrativo comenzó a construirse más concretamente como


el conjunto de herramientas o técnicas de exclusión del control judicial sobre el Poder Ejecutivo
(básicamente en su aspecto procesal o procedimental). En otras palabras el Derecho
Administrativo fue concebido en parte como una serie de privilegios del Poder Ejecutivo
especialmente frente al Poder Judicial. Así, los privilegios —parte nuclear del Derecho
Administrativo— no sólo constituyen prerrogativas frente a las personas sino también en su
relación con los otros poderes y, particularmente, ante el poder de los jueces. Ello, sin perjuicio
de la creación de otras técnicas de control de las conductas estatales en resguardo de los derechos
individuales.

El cuadro que hemos descrito y, particularmente, el control de las actividades estatales, trajo
consecuencias que aún se advierten en la construcción de los modelos actuales y en el uso de las
técnicas de argumentación e interpretación de éstos. Pues bien, el análisis de los principios e
institutos del Derecho Administrativo partió de un escenario parcial y sesgado como es el
control judicial del Estado. Sin embargo, el Derecho Administrativo sigue construyéndose
muchas veces en nuestros días desde estas perspectivas que son sustanciales pero —sin dudas—
parciales.

Otro de los aspectos más complejo del citado principio —división de poderes—, desde sus
mismos orígenes, es el vínculo entre los poderes ejecutivo y legislativo. En particular, el hecho
quizás más controversial es si el Poder Ejecutivo tiene una zona de reserva en el ámbito del poder
regulatorio.

A su vez, otro punto relevante es dilucidar si el sistema de gobierno —trátese de un modelo


parlamentario o presidencialista— incide en el Derecho Administrativo. Así, el modelo
parlamentario o cuasi parlamentario permite crear instituciones más participativas y con mayores
controles. Por su parte, el modelo presidencialista acentuó el carácter cerrado y no deliberativo
del Poder Ejecutivo.

Más adelante, analizaremos la crisis de este principio y la necesidad de su reformulación desde


la perspectiva de los derechos.

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III. EL MODELO DEL DOBLE DERECHO

La cuestión más controversial en el Estado Liberal y en relación con nuestro objeto de estudio
fue la creación del Derecho Público como un régimen exorbitante comparado con el modelo
propio del Derecho Privado, esto es, dos derechos o subsistemas jurídicos. El otro modelo
contrapuesto es de un solo derecho que comprende las actividades públicas y privadas por igual.

En parte, es posible sostener que el Estado fue aceptando paulatinamente su sujeción al


Derecho, pero a cambio de fuertes privilegios —en particular— en el marco del doble derecho.
Demos un ejemplo. En el escenario del doble derecho (Derecho Privado/Derecho Administrativo)
el Poder Ejecutivo puede declarar o decir el derecho —esto es, crear, modificar o extinguir
situaciones jurídicas— y a su vez aplicarlo —ejecutar sus propias decisiones— sin necesidad de
intervención judicial. Así, las decisiones estatales se presumen legítimas y, además, revisten
carácter ejecutorio.

En efecto, el Derecho Administrativo, es decir el Derecho Público de carácter autónomo


respecto del Derecho Privado, prevé un conjunto de privilegios estatales, entre ellos: el carácter
ejecutorio de sus actos, las reglas especiales y protectorias de los bienes del dominio público, el
agotamiento de las vías administrativas como paso previo al reclamo judicial y el carácter
meramente revisor de los tribunales sobre las decisiones del Ejecutivo.

En este punto creemos importante advertir y remarcar que el Derecho Administrativo creció
utilizando y adaptando los institutos propios del Derecho Privado (actos jurídicos, contratos,
procesos judiciales). Así, muchos de los desafíos y entuertos del Derecho Administrativo actual
sólo se comprenden en profundidad si analizamos las instituciones desde aquél lugar y su
evolución posterior.

En síntesis, el Derecho Privado (subsistema jurídico del Derecho Privado) se construye desde
la igualdad entre las partes y sus respectivos intereses individuales. Así, pues, el Derecho Privado
regula el contorno de tales situaciones jurídicas y no su contenido que se deja librado a la voluntad
de las partes. Por su lado, el Derecho Público (subsistema jurídico del Derecho Público) parte del
interés público y, por tanto, el criterio es la disparidad entre las partes y, a su vez, comprende el
contorno y contenido de las relaciones jurídicas.

IV. EL DESARROLLO DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

El desarrollo histórico que hemos descripto con grandes pinceladas, en particular, el principio
de división de poderes interpretado en términos rígidos, así como el esquema de un doble derecho
(subsistemas), creó el edificio jurídico dogmático sobre un pilar ciertamente débil, al menos en
sus primeros pasos científicos, a saber: el Derecho Administrativo giró sobre la base del control
judicial de la actividad estatal y su alcance.

Es decir, el objeto de este conocimiento jurídico fue el control de las conductas estatales por
tribunales especializados (administrativos, cuasi administrativos o judiciales). Sin embargo, ello
es un aspecto relevante pero, insistimos, sólo un aspecto de nuestro objeto de estudio.

Cierto es también que este criterio fue luego reemplazado por otros conceptos como pivote
central del Derecho Administrativo, esto es: el servicio público, el interés público y las actividades
estatales.

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Quizás una de las discusiones más relevantes en el terreno dogmático sobre el núcleo del
Derecho Administrativo fue el debate, en el siglo pasado, entre los profesores
franceses HAURIOU y DUGUIT que es sumamente ilustrativo. El primero de ellos hizo especial
hincapié en el aspecto subjetivo —Poder Ejecutivo—, su régimen jurídico y, particularmente, sus
privilegios (entre ellos, el acto administrativo). Por su parte DUGUIT fue el creador de la Escuela
del Servicio Público que se apoyó en el concepto básico del servicio público.

En este punto del análisis cabe señalar que —según nuestro criterio— el cuadro propio del
Derecho Administrativo debe asentarse sobre los siguientes pilares teóricos: a) el reconocimiento
de los derechos fundamentales; b) el sistema de gobierno (presidencialista, parlamentario o
mixto); c) el control judicial o por tribunales administrativos de las conductas del Poder Ejecutivo;
d) la existencia de uno o dos derechos (subsistemas); e) el modelo de Administración Pública
(centralizado, vertical y jerárquico o, en su caso, más horizontal y con mayores notas de
descentralización y distribución del poder); y, finalmente, f) la distinción entre Gobierno y
Administración.

Estos estándares nos permiten configurar el marco del Derecho Administrativo y su contenido
en un contexto dado.

V. LAS BASES HISTÓRICAS EN EL MODELO ARGENTINO

Creemos que el Derecho Administrativo nace en nuestro país en las últimas décadas del siglo
XIX como una disciplina jurídica con rasgos propios.

En particular, cabe preguntarse si las bases del modelo argentino que están incorporadas en el
texto constitucional sigue o no los pasos del sistema continental europeo (control
administrativo/judicial y doble derecho) o anglosajón que hemos descripto en los apartados
anteriores (control judicial y derecho único).

En otras palabras, ¿el modelo argentino es tributario del régimen anglosajón o europeo? Ciertos
autores consideran que nuestro sistema de Derecho Público es quizás contradictorio ya que, por
un lado, sigue el texto constitucional de los Estados Unidos y, por el otro, el Derecho
Administrativo de los países continentales europeos. Creemos que este postulado es relativo por
varias razones. Primero, la Constitución Argentina de 1853/60 tiene diferencias que consideramos
sustanciales con el modelo institucional de los Estados Unidos y, segundo, en nuestro país el
Derecho Administrativo sigue sólo parcialmente el marco europeo (control judicial) aunque cierto
es que mantiene el doble derecho (subsistemas).

De todos modos, esta discusión debe ser abandonada ya que, por un lado, en el estadio actual
y en el derecho comparado existe un acercamiento entre los dos modelos y, por el otro, el texto
constitucional de 1994 introdujo conceptos marcadamente propios sobre las estructuras estatales.
Por ello, más allá de sus fuentes, es necesario recrear entre nosotros un modelo propio de Derecho
Administrativo.

VI. LAS BASES ACTUALES DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

El Derecho Administrativo fue adaptándose poco a poco a los nuevos esquemas políticos e
institucionales. En particular, en el siglo XX, el Estado liberal fue reemplazado por el Estado
Social y Democrático de Derecho, incorporándose los derechos sociales, de modo que el Estado

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cumple un papel mucho más activo con el objeto de extender el bienestar a toda la sociedad
mediante prestaciones activas y no simples abstenciones.

En el marco del Derecho Administrativo las consecuencias más visibles e inmediatas fueron
el crecimiento de las estructuras estatales, el desplazamiento de las potestades legislativas al Poder
Ejecutivo, las técnicas de descentralización del poder territorial e institucional, y las
intervenciones del Estado en las actividades económicas e industriales por medio de regulaciones
y de empresas y sociedades de su propiedad.

En el Estado liberal el valor central fue la libertad y la propiedad (derechos individuales


clásicos). Luego en el marco del Estado Democrático se sumó el pluralismo político y, por su
parte, en el Estado Social, el principio de igualdad y los derechos sociales y nuevos derechos. En
particular, el Estado Democrático reconoce un papel central al Congreso y una Administración
Pública abierta y participativa. Por su parte, el Estado Social incorpora el reconocimiento y
exigibilidad judicial de los derechos sociales y los nuevos derechos.

Así, el Estado asume el compromiso de conformar el orden social en términos de igualdad


debiendo garantizar el acceso de todos a ciertos niveles de bienestar. En este contexto, el Estado
debe satisfacer derechos por medio de servicios esenciales, tales como la educación, la salud, la
seguridad social y la vivienda, entre otros. Ello, sin perjuicio de otras prestaciones de contenido
económico, es decir, los servicios públicos domiciliarios.

En igual sentido, el Estado debe desarrollar conductas positivas y de intervención y no


simplemente abstenerse y no interferir en los derechos de las personas. A su vez, éstas se ubican
en un escenario activo en tanto exigen conductas y prestaciones, participan en el propio Estado,
y pueden oponerse y judicializar sus reclamos en caso de inactividad u omisión de éste.

Cabe señalar que el Derecho Administrativo recién en las últimas décadas comenzó a afianzar
los derechos sociales e incorporar los derechos de tercera generación en el marco de su
conocimiento y avance científico.

Finalmente, otros temas relevantes que no debemos olvidar bajo el Estado Social y
Democrático de Derecho son: la democratización de las estructuras administrativas, el carácter
transparente de las decisiones estatales, la incorporación de las nuevas herramientas tecnológicas
y el buen gobierno como nuevos paradigmas en el desarrollo de la Teoría General del Derecho
Administrativo.

CAPÍTULO 2 - EL MARCO CONSTITUCIONAL DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

I. EL PRINCIPIO DE DIVISIÓN DE PODERES O SEPARACIÓN DE FUNCIONES

La Constitución Nacional desde su aprobación en el año 1853/60 introdujo ciertos principios


básicos que conforman la clave de bóveda del Derecho Administrativo y que estudiaremos a
continuación, entre ellos, el principio de división de poderes o también llamado separación de
funciones.

Es evidente que es necesario dividir el poder con el propósito de controlar su ejercicio y


garantizar así los derechos de las personas, ya que éste por su propia esencia y, según surge del
análisis histórico de su ejercicio, tiende a concentrarse y desbordarse en perjuicio del ámbito de

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libertad y autonomía de los individuos. A su vez, este principio es una técnica de racionalización
del poder en tanto atribuye competencias materiales homogéneas en el ámbito específico de
poderes especializados.

Por un lado, existen tres funciones estatales diferenciadas por su contenido material (legislar,
ejecutar y juzgar) y, por el otro, hay tres poderes que ejercen, en principio, cada una de las
competencias antes detalladas con exclusión de las demás. El esquema institucional básico es
simple ya que existen tres poderes (poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial) y cada uno
de ellos ejerce una función material especial (legislación, ejecución y juzgamiento).

Sin embargo, la práctica institucional, e inclusive el propio texto de las constituciones liberales,
nos dice que —en verdad— cualquiera de los poderes no sólo ejerce las funciones propias y
específicas sino también las otras competencias materiales estatales. En otras palabras, y a título
de ejemplo, el Poder Ejecutivo no sólo ejerce funciones de ejecución (interpretación y aplicación
de la ley) sino también otras de contenido materialmente legislativo y judicial. Así, el Poder
Ejecutivo dicta actos materialmente legislativos (emite reglamentos ejecutivos, delegados y de
necesidad y urgencia) y judiciales (actos dictados por los Tribunales de Cuentas o por los entes
reguladores de servicios públicos en ejercicio de funciones materialmente judiciales).

Por tanto, es obvio que debemos romper el concepto erróneo y superficial de que cada poder
sólo ejerce su función propia (específica) y de modo excluyente.

Es cierto que cada poder conserva sus competencias propias y originarias, pero también ejerce
competencias ajenas o extrañas; es decir, potestades en principio de los otros poderes (a) con
carácter complementario de las propias, o (b) en casos de excepción y con el propósito de
reequilibrar los poderes.

Veamos los casos en que un poder ejerce potestades que, en principio y según un criterio
interpretativo rígido, corresponden a los otros.

Por ejemplo, ¿puede el Poder Ejecutivo ejercer funciones materialmente legislativas? Sí, pero
con carácter concurrente con el ejercicio de sus competencias materialmente propias y
subordinado respecto de las leyes, o —en ciertos casos— con alcance excepcional. Así, el Poder
Ejecutivo dicta los decretos reglamentarios de la ley cuidando de no alterar su espíritu con
excepciones reglamentarias y, en casos extraordinarios, decretos de contenido legislativo.

En igual sentido, ¿puede el Poder Ejecutivo ejercer funciones materialmente judiciales que,
como ya sabemos, resultan extrañas a él? Sí, pero con carácter excepcional y siempre que el juez
revise, con criterio amplio, el acto judicial dictado por aquél. Es el caso de los tribunales
administrativos que son parte del Poder Ejecutivo y ejercen funciones materialmente judiciales
(es decir, extrañas al Presidente y sus órganos).

En este punto de nuestro análisis, es posible concluir que los tres poderes ejercen las tres
funciones materiales, en mayor o menor medida, de modo que ya no es posible describir el
principio de división de poderes como el instrumento de distribución material de competencias
originarias, propias y exclusivas de los poderes.

En otros términos, el Poder Ejecutivo ejerce funciones materialmente ejecutivas, legislativas


y judiciales y, a su vez, los otros poderes ejercen funciones materiales ejecutivas.

¿Cómo debemos definir, entonces, el principio de división de poderes? Cada poder conserva
un núcleo esencial no reductible de facultades propias que coincide con el concepto clásico
material aunque con un alcance menor y, a su vez, avanza sobre las competencias de los otros
poderes y con límites evidentes.

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Pues bien, los poderes comienzan a relacionarse entre sí de un modo distinto en tanto ejercen
potestades materialmente administrativas, legislativas y judiciales. Sin embargo, como ya hemos
dicho, cada poder conserva un núcleo de competencias que está compuesto esencialmente por las
potestades materialmente propias y originarias, y otras materialmente ajenas o extrañas que
revisten carácter complementario de las propias o, en su caso, excepcionales.

Entonces, los poderes, según el principio de división de poderes, ejercen las siguientes
competencias:

A) Por un lado, el núcleo material que hemos definido según un criterio más flexible, limitado
y razonable.

Antes su extensión era mucho mayor, al menos en el plano teórico (por caso, correspondía al
Poder Ejecutivo administrar en toda su extensión) y, además, el campo de cada poder sólo
comprendía sus materias propias y específicas (por caso, la función ejecutiva con exclusión
de las demás).

B) Por el otro, el complemento material (funciones materialmente legislativas o judiciales


complementarias y que ejerce el Poder Ejecutivo). Este complemento es compartido entre
los distintos poderes estatales. Así, el complemento material es distribuido entre los poderes
con los siguientes criterios: 1— Primero: si el complemento, más allá de su contenido
material, es concurrente con el núcleo básico de cualquiera de los poderes, entonces
corresponde a este último y sigue su suerte. Por caso, el dictado de decretos reglamentarios
es una función materialmente legislativa; sin embargo, corresponde al Poder Ejecutivo
porque es concurrente con el ejercicio de sus funciones básicas, esto es, administrar. En
otras palabras, el Poder Ejecutivo con el propósito de cumplir con sus cometidos básicos
(aplicar la ley) debe dictar los decretos sobre los detalles de las leyes y, en tal sentido, ésta
es una potestad concurrente. 2—Segundo, el complemento es atribuido a uno de los poderes
estatales con carácter excepcional o extraordinario, en virtud de la estabilidad del sistema
institucional y el equilibrio entre los poderes y de conformidad con el criterio del
Convencional Constituyente. Así, por ejemplo, el Poder Ejecutivo puede dictar leyes en
casos excepcionales. Este último concepto, es decir, las facultades excepcionales más allá
de su contenido material, es un reaseguro del sistema ya que el modelo rígido es
reemplazado por otro más flexible.

II. EL PRINCIPIO DE DIVISIÓN DE PODERES EN EL MARCO CONSTITUCIONAL ARGENTINO

Veamos ahora el marco constitucional de nuestro país a la luz de los argumentos expuestos en
el punto anterior y, en particular, el caso del Poder Ejecutivo.

II.1. Las competencias materialmente administrativas del Poder Ejecutivo

El Presidente es el Jefe de la Nación, del Gobierno y de las fuerzas armadas y es —además—


el responsable político de la Administración general del país. A su vez, él es quien debe nombrar
a los magistrados de la Corte Suprema con acuerdo del Senado y los demás jueces de los tribunales
federales inferiores; conceder jubilaciones, retiros, licencias y pensiones; nombrar y remover a
los embajadores con acuerdo del Senado y por sí solo al Jefe de gabinete de ministros y a los
demás ministros; prorrogar las sesiones ordinarias y convocar a sesiones extraordinarias;
supervisar el ejercicio de la facultad del Jefe de gabinete de ministros de recaudar e invertir las

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rentas de la Nación; concluir y firmar tratados; declarar el estado de sitio con acuerdo del Senado
y decretar la intervención federal en caso de receso del Congreso (art. 99, CN), entre otras.

Por su parte, el Jefe de Gabinete de Ministros ejerce la Administración general del país; efectúa
los nombramientos de los empleados de la administración, excepto aquellos que correspondan al
Presidente; coordina, prepara y convoca las reuniones de Gabinete de Ministros; hace recaudar
las rentas de la Nación y ejecuta la ley de Presupuesto nacional; concurre a las sesiones del
Congreso y participa en sus debates; y, además, produce los informes y explicaciones verbales o
escritos que cualquiera de las Cámaras solicite al Poder Ejecutivo (art. 100, CN), entre otras
facultades.

II.2. Las competencias materialmente legislativas del Poder Ejecutivo

Por razones de concurrencia. En este apartado debemos incluir el dictado de los decretos
internos y reglamentarios que fuesen necesarios para la ejecución de las leyes cuidando de no
alterar su espíritu con excepciones reglamentarias (art. 99, CN). Por su parte, el Jefe de Gabinete
de Ministros expide los reglamentos que sean necesarios para ejercer las facultades que le
reconoció el Convencional y aquellas que le delegue el Presidente. A su vez, el Jefe de Gabinete
debe enviar al Congreso los proyectos de ley de Ministerios y Presupuesto, previo tratamiento en
acuerdo de gabinete y aprobación del Poder Ejecutivo; y refrendar los decretos reglamentarios.

Por razones de excepción. El Presidente puede, en casos de excepción, dictar decretos de


necesidad y urgencia y delegados (art. 99, inciso 3, y 76, CN) y el Jefe de Gabinete debe refrendar
los decretos delegados, de necesidad y urgencia y de promulgación parcial de las leyes (art.
100, CN).

II.3. Las competencias materialmente judiciales del Poder Ejecutivo

Por razones de excepción. El Presidente puede, en ciertos casos, ejercer funciones


materialmente judiciales mediante los tribunales administrativos, sin perjuicio del control judicial
posterior y suficiente.

En síntesis, creemos que el contorno del principio de división de poderes en el marco


constitucional vigente en nuestro país es el siguiente:

1. Cada uno de los poderes del Estado ejerce básicamente el campo material propio, originario
y esencial, pero no con alcance absoluto. Es decir, el Poder Legislativo básicamente legisla,
el Poder Ejecutivo cumple y hace cumplir las leyes y el Poder Judicial resuelve conflictos
con carácter definitivo;

2. Cada uno de los poderes del Estado ejerce también materias ajenas o extrañas, esto es,
materias de los otros poderes en los siguientes casos.

2.1. Las potestades ajenas y concurrentes, es decir aquellas que sean necesarias para el
ejercicio de las potestades materialmente propias. Por ejemplo, el ejercicio de
potestades materialmente administrativas por los Poderes Legislativo o Judicial. Así,
pues, estos poderes necesitan ejercer estas competencias para el desarrollo de sus
potestades propias. Por caso, el Congreso debe contratar personal o alquilar edificios
con el fin de legislar. En igual sentido, el Poder Judicial debe recurrir al ejercicio de
potestades administrativas (designar personal, ejercer sus potestades disciplinarias y
contratar bienes y servicios) con el fin de juzgar.

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2.2. Las potestades ajenas y de excepción con el objeto de alcanzar el equilibrio entre los
poderes. Así, por ejemplo, el Poder Legislativo otorga concesiones o privilegios o
resuelve expropiar un inmueble por razones de utilidad pública. Es decir, en tales
casos, el Congreso ejerce facultades materialmente administrativas con carácter
excepcional. Otro ejemplo es el de los tribunales administrativos en el ámbito del
Poder Ejecutivo, en cuyo caso constatamos el ejercicio de potestades jurisdiccionales.
Otro caso es el ejercicio de potestades legislativas por el Poder Ejecutivo con carácter
extraordinario y transitorio, y con el propósito de conservar el equilibrio entre los
poderes estatales.

Finalmente, cabe agregar que en general las competencias materialmente ajenas y de


carácter extraordinario nacen de modo expreso del texto constitucional (ver los
ejemplos antes citados, arts. 53, 59 y 75, CN). Por su parte, las competencias
materialmente ajenas pero concurrentes surgen básicamente de modo implícito de la
Constitución y, luego, el legislador comúnmente decide incorporarlas en el texto de
las leyes y normas reglamentarias.

III. LOS PRINCIPIOS INSTRUMENTALES DE LA DIVISIÓN DE PODERES: LA LEGALIDAD Y LA


RESERVA LEGAL

Hemos analizado el principio clásico de división de poderes, su evolución posterior y las bases
constitucionales desde las que debe reformularse este postulado que creemos esencial en el marco
del Estado de Derecho.

Sin embargo, y más allá de las bases, el contorno es sumamente difuso; por eso, el
Convencional introdujo otros principios que llamaremos complementarios y que nos permiten
apuntalar el contenido del principio básico bajo estudio. Es decir, el principio de legalidad y el de
reserva legal.

El postulado de legalidad nos dice que:

A) Por un lado, determinadas cuestiones, las más relevantes en el orden institucional, sólo
pueden ser reguladas por el Congreso (ley) por medio de debates públicos y con la
participación de las minorías en el seno del propio Poder Legislativo (proceso deliberativo
y participativo). Es cierto que, en términos históricos, el principio de legalidad fue absoluto.
Sin embargo, los textos constitucionales limitaron su alcance porque el mandato legislativo
no puede desconocer los principios y reglas constitucionales;

B) Por el otro, este principio establece que el Poder Ejecutivo está sometido a la ley. Es claro
entonces que el Poder Ejecutivo debe relacionarse con las leyes por medio de los criterios
de sujeción y subordinación y no en términos igualitarios. A su vez, las conductas del Poder
Ejecutivo no sólo deben estar sujetas a las leyes sino a todo el bloque de juridicidad.

En síntesis, la ley debe necesariamente regular ciertas materias y, a su vez, el Poder Ejecutivo
debe someterse a las leyes. Este principio, entonces, nos ayuda a comprender cómo dividir el
poder entre el legislativo y el ejecutivo y, además, cómo relacionar ambos poderes
constitucionales.

En particular, en el marco institucional de nuestro país, el principio básico es el de legalidad.


Esto es así por las siguientes razones: a) las cuestiones más relevantes están reservadas
expresamente a la ley (art. 75, CN, entre otros); b) el Congreso es competente para ejercer los
poderes residuales, esto es, las facultades concedidas por la Constitución al Gobierno Federal y

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no distribuidas de modo expreso o implícito entre los poderes constituidos (art. 75, inc. 32, CN)
y c) los derechos individuales sólo pueden ser regulados por ley del Congreso (art. 14, CN).

Así, el Convencional reconoció al Congreso, en términos expresos, implícitos e incluso


residuales, el poder de regular las materias en sus aspectos centrales o medulares.

El principio de reserva de ley establece que:

El poder de regulación del núcleo de las situaciones jurídicas es propio del Congreso y, además,
le está reservado a él; por tanto, el Poder Ejecutivo no puede inmiscuirse en ese terreno ni
avasallar las competencias regulatorias del legislador, aún cuando éste no hubiese ejercido dicho
poder (omisión de regulación legislativa).

IV. LOS CASOS MÁS CONTROVERTIDOS SOBRE EL PRINCIPIO DE DIVISIÓN DE PODERES

El principio de división de poderes o separación de funciones, en particular en el marco de


cualquier contexto jurídico, político, social y económico, está permanentemente en crisis y estado
de tensión. Así, por ejemplo, el alcance del control judicial sobre las leyes, los actos políticos y
la discrecionalidad de los poderes políticos. Veamos otros ejemplos: los actos legislativos
dictados por el Poder Ejecutivo, la inaplicabilidad de la ley inválida por parte del Ejecutivo (sin
intervención judicial), las leyes singulares y las leyes de intromisión en las decisiones judiciales.

Los casos que quisiéramos destacar aquí puntualmente por ser, quizás, los más paradigmáticos
son: el alcance absoluto de las decisiones judiciales y los tribunales administrativos.

IV.1. El alcance de las sentencias

Es innegable que ante una acción promovida en virtud de la lesión sobre un derecho individual
por conductas estatales, el juez debe controlar y, en su caso, hacer cesar la violación respectiva.

En este contexto, es necesario señalar que la Corte desde sus orígenes exigió el planteo de
un "caso judicial" como condición de intervención de los jueces y del ejercicio de su poder
jurisdiccional. ¿Qué es un caso judicial? En pocas palabras puede definirse el concepto
de caso como cualquier planteo acerca de un derecho subjetivo lesionado por conductas estatales
o de terceros y de modo diferenciado. La Corte usó este desarrollo argumental desde el principio
y en innumerables precedentes.

¿Puede el juez ir más allá? Quizás es posible decir que existen básicamente dos técnicas de
ampliación del campo de actuación del juez más allá de los límites tradicionales y que, en cierto
modo, cuestionan el principio de división de poderes en su interpretación tradicional. A saber: a)
el ingreso en el proceso judicial de sujetos no titulares de derechos subjetivos (efecto expansivo
de las personas habilitadas o legitimadas) y b) el alcance de las decisiones judiciales sobre todos
y no simplemente entre las partes (efectos absolutos).

En este estado no podemos soslayar el argumento del carácter no mayoritario de las decisiones
de los jueces toda vez que éstos, en tales casos, avanzan sobre las potestades tradicionales del
Poderes Ejecutivo y Legislativo, y sin legitimidad de carácter democrático. Sin embargo, creemos
que el juez interviene con el objeto de resguardar el mandato normativo del convencional o el
legislador, y no simplemente en términos discrecionales.

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Entendemos que, por un lado, el ingreso en el proceso judicial debe ser amplio. Así, la
Constitución de 1994 dice, en el marco del amparo colectivo, que "podrán interponer esta acción...
el afectado, el defensor del pueblo y las asociaciones que propendan a esos fines..." (art. 43, CN),
reconociendo pues un piso amplio de legitimación con base constitucional en el amparo de los
intereses colectivos y garantizando, así, el debido acceso a la jurisdicción en defensa de tales
intereses. Por el otro, los efectos de las sentencias judiciales dictadas en el marco de las acciones
colectivas deben ser, según nuestro criterio, absolutos. La Corte se ha expedido en este sentido en
los casos "Monges" (1996), "Halabi" (2009) y "Defensor del Pueblo" (2009).

IV.2. El caso de los tribunales administrativos. El ejercicio de facultades judiciales por


el Poder Ejecutivo y sus órganos inferiores

Anteriormente explicamos que un caso típico de funciones extrañas respecto del Poder
Ejecutivo es el ejercicio de potestades judiciales por éste. En efecto, es el caso de los tribunales
administrativos, es decir, órganos que integran el Poder Ejecutivo y que ejercen funciones
materialmente judiciales toda vez que resuelven conflictos entre partes.

Desde un principio se discutió en nuestro país si los tribunales administrativos son o no


constitucionales.

Por un lado, se dijo que si bien el Poder Ejecutivo, de acuerdo con el principio de la división
de poderes que prevé el texto constitucional, sólo ejerce la potestad de reglamentar y ejecutar las
normas que dicte el Congreso, este principio debe ser interpretado con un criterio más flexible —
tal como ya hemos explicado— de manera tal que cualquier poder puede ejercer con carácter
restrictivo las potestades propias de los otros y ello, claro, en el marco constitucional. En
particular, se dijo que la Constitución prohíbe el ejercicio de funciones judiciales al Poder
Ejecutivo, pero no el desarrollo de funciones jurisdiccionales (art. 109, CN). Ahora bien, ¿cuál es
la distinción entre las funciones judiciales y jurisdiccionales? La función jurisdiccional es aquella
que resuelve los conflictos entre sujetos y, por su lado, la función judicial conduce a la resolución
de las controversias entre partes por un órgano imparcial y con carácter definitivo. La
interpretación, entonces, es la siguiente: el artículo 109, CN, sólo prohíbe al Poder Ejecutivo
juzgar conflictos judiciales. En síntesis, conforme este camino interpretativo, el Poder Ejecutivo
puede ejercer facultades judiciales (o cuasi judiciales) limitadas.

Por el otro, se interpretó que los órganos administrativos no pueden ejercer facultades
judiciales por las siguientes razones: a) la Constitución prohíbe al Poder Ejecutivo el ejercicio de
funciones judiciales cuando establece que "en ningún caso el Presidente de la Nación puede
ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las
fenecidas" (art. 95, actual art. 109CN). Así, la Constitución dispone de modo expreso que el
Presidente no puede arrogarse el conocimiento de las causas judiciales. Es decir, el Convencional
no sólo incorporó el mandato prohibitivo implícito, en virtud del principio de división de poderes,
sino también un mandato prohibitivo expreso en el texto del artículo 109, CN. b) Ningún habitante
puede ser juzgado por comisiones especiales o sacado de los jueces designados por la ley antes
del hecho de la causa (art. 18, CN) y, finalmente, la prohibición de privación de la propiedad,
salvo sentencia fundada en ley (art. 17, CN).

La cuestión a resolver es la constitucionalidad o no de las funciones judiciales del Poder


Ejecutivo.

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Conviene quizás aclarar aquí que el sentido de incorporar tribunales administrativos es el
siguiente: a) unificar los criterios de interpretación o resolución de cuestiones complejas o
técnicas, b) incorporar la experiencia de los órganos administrativos, c) resolver el excesivo
número de controversias que surgen por la interpretación o aplicación de las regulaciones estatales
y, por último, d) unificar la potestad de ejecutar las normas legislativas con el poder de resolver
las controversias.

Cabe destacar que esta cuestión recobró interés en la década de los noventa a partir de la
creación de los entes de regulación de los servicios públicos privatizados que, entre otras
funciones, ejercen potestades judiciales. Así, por ejemplo, la ley 24.065 que regula el marco de
la energía eléctrica establece que "toda controversia que se suscite entre generadores,
transportistas, distribuidores, grandes usuarios, con motivo del suministro o del servicio público
de transporte y distribución de electricidad, deberá ser sometida en forma previa y obligatoria a
la jurisdicción del ente" (Ente Regulador de la Energía Eléctrica —ENRE—).

La Corte convalidó los tribunales administrativos con la condición de que sus decisiones estén
sujetas al control de los jueces y siempre que, además, éste sea suficiente (caso "Fernández Arias",
1960). Este antecedente rompió claramente el principio rígido que explicamos anteriormente,
según el cual, los poderes están divididos de modo tal que un poder no puede inmiscuirse en las
funciones y competencias de los otros.

Así, el Tribunal sostuvo que el Poder Ejecutivo no sólo ejerce funciones administrativas sino
también judiciales, aunque con límites. ¿Cuáles son estos límites? Según el citado precedente, los
límites sobre el ejercicio de las potestades judiciales del Poder Ejecutivo son: a) el control judicial
suficiente, es decir, el control judicial sobre los hechos y las pruebas, y no solamente sobre el
derecho controvertido respecto de los actos jurisdiccionales del Ejecutivo o, en su caso, b)
reconocer normativamente y hacerle saber al recurrente que puede optar por la vía judicial o
administrativa, sin perjuicio de que en este último caso no sea posible recurrir luego
judicialmente.

Evidentemente el planteo que subyace es el alcance del control, esto es, el control mínimo o
máximo del juez sobre el acto judicial del Presidente. El Tribunal, por su parte, se inclinó por el
poder de revisión amplio de los jueces (derecho, hechos y pruebas).

En este antecedente la Corte declaró la inconstitucionalidad de la ley porque sólo preveía el


recurso judicial extraordinario en términos de revisión de las decisiones judiciales del Ejecutivo.
Es decir, la ley incorporó el control judicial, pero insuficiente. Cabe recordar que el recurso
extraordinario ante la Corte (art. 14 de la ley 48) sólo comprende el debate sobre el derecho
aplicable, pero no así las cuestiones probatorias y de hecho.

Muchos años después, en el antecedente "Angel Estrada" (2005), la Corte restringió la


interpretación sobre el alcance de las potestades judiciales del Poder Ejecutivo. En efecto, el
Tribunal ratificó el criterio expuesto en el caso "Fernández Arias", pero agregó que el
reconocimiento de facultades judiciales por los órganos de la Administración debe hacerse con
carácter restrictivo (por tanto, en el caso puntual resolvió que el Ente Regulador es incompetente
para dirimir controversias entre las distribuidoras y los usuarios en materia de responsabilidad por
daños y perjuicios basados en el derecho común). Entonces, el Poder Ejecutivo puede ejercer
funciones judiciales siempre que el órgano haya sido creado por ley, sea imparcial e
independiente, el objetivo económico y político tenido en cuenta por el legislador en su creación
haya sido razonable y, por último, las decisiones estén sujetas al control judicial amplio y
suficiente.

Cabe mencionar aquí que la Cámara Federal Contencioso Administrativo en el fallo plenario
"Edesur" (2011) dijo que, sin perjuicio de lo dispuesto por la Corte en el precedente "Ángel

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Estrada" antes citado, el ENRE es competente para reparar el daño emergente —es decir, el valor
de reparación o sustitución del objeto dañado— cuando los usuarios voluntariamente así lo
requieran, de conformidad con la ley 24.065 y el art. 42, CN. Es decir, "una vez establecido el
incumplimiento contractual de la Distribuidora por parte del ENRE, la determinación del valor
del daño consistente en un objeto determinado, no hace invadir al ENRE la función del Poder
Judicial, dado que se trata de obtener un dato de conocimiento simple: cuánto vale en el mercado
el artefacto de acuerdo a su calidad y marca".

En conclusión, más allá del alcance de las competencias jurisdiccionales de los entes
reguladores y de los tribunales administrativos en general, cabe concluir que el Poder Ejecutivo
puede ejercer potestades judiciales o también llamadas jurisdiccionales siempre, claro, que el
Poder Judicial controle luego con amplitud tales decisiones. Es decir, el juez debe controlar el
derecho, los hechos, los elementos probatorios y, además, las cuestiones técnicas.

V. LOS NUEVOS TRAZOS DEL PRINCIPIO DE DIVISIÓN DE PODERES

Es evidente que, tal como quedó demostrado en los párrafos anteriores, el principio de división
de poderes desarrollado en el marco del Estado liberal entró en crisis y que, consecuentemente,
debe ser reformulado.

Pues bien, el Estado Liberal fue desbordado por el nuevo rol del Estado social y económico,
el reconocimiento de los nuevos derechos, el desplazamiento del poder político por los poderes
corporativos o económicos, el quiebre del principio de legalidad y el descontrol del poder
discrecional del Estado.

Sin embargo, el legislador no desarrolló un nuevo modelo de Estado en términos sistemáticos


y coherentes. Así, el Estado actual y, en particular, el principio de división de poderes, es muchas
veces simple superposición de reglas e institutos confusos y contradictorios.

A título de ejemplo, cabe recordar que, entre otros ensayos, se propuso distinguir entre las
funciones de disposición y cognición del Estado y no ya entre las funciones clásicas (legislar,
ejecutar y juzgar). Así, el poder de disposición está directamente apoyado en la legitimidad
democrática formal y sustancial de las mayorías con sus límites y controles. Por su parte, el poder
de cognición debe sustentarse en los derechos fundamentales y, por tanto, su legitimidad es
sustancial y no formal. Es decir, el poder de gobierno o disposición debe apoyarse en las raíces
democráticas y, por su parte, el poder de garantía o cognición en el respeto por la ley. Así, el
poder de disposición es propio del Poder Legislativo y el Ejecutivo y el de cognición del Poder
Judicial. El punto central es quizás definir cuál es el contenido propio de los ámbitos de
disposición y cognición porque es el pilar básico de distinción entre los poderes estatales en este
nuevo modelo construido desde el plano teórico.

Por nuestro lado, proponemos los siguientes trazos fundacionales del principio bajo análisis:

1. El Poder Legislativo debe ejercer un rol central como responsable de definir los lineamientos
más relevantes de las políticas públicas (planificación de políticas públicas).

A su vez, el Congreso debe fortalecerse con la incorporación de las Administraciones


autónomas que dependan de éste y no del Poder Ejecutivo y, particularmente, de los órganos
de control externo e independientes del Presidente, pero ubicados —a su vez— en el
escenario propio del legislador;

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2. El Poder Ejecutivo —que ejerce un papel central en el diseño de las políticas públicas y su
ejecución— debe ser atravesado por técnicas de participación en sus estructuras y
decisiones; y

3. El Poder Judicial debe avanzar en el diseño de las políticas públicas, siempre en relación
con el reconocimiento de derechos, particularmente, los derechos sociales. Esto es posible
por el mayor acceso al proceso judicial y los efectos absolutos de las sentencias. Así, el
Estado Democrático no sólo exige formas sino sustancias, es decir, respeto por los derechos
fundamentales y el juez es el principal garante de este compromiso constitucional.

VI. EL PRINCIPIO CONSTITUCIONAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES. EL OTRO PILAR


BÁSICO DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

Hemos dicho que el origen y sentido del Derecho Administrativo es el límite del poder estatal
con el objeto de respetar y garantizar los derechos de las personas. Estos dos extremos, es decir,
por un lado, el poder y sus límites y, por el otro, los derechos constituyen entonces los pilares
fundamentales en la construcción de este modelo dogmático.

Por ello, comenzamos por el estudio del postulado originario de la división de poderes o
separación de funciones (poder), su evolución posterior y su incorporación en el texto
constitucional.

Pues bien, en este estado debemos estudiar el otro pilar básico sobre el cual se construyó el
edificio dogmático de la Teoría General del Derecho Administrativo, esto es, los derechos
fundamentales.

Cabe reflexionar en este punto sobre cómo progresó el concepto jurídico de los derechos. Así,
es posible distinguir entre los siguientes períodos: a) los derechos civiles y políticos, b) los
derechos sociales, económicos y culturales, y c) los nuevos derechos o también llamados derechos
colectivos.

VI.1. El principio de autonomía de las personas

Tal como adelantamos, el nudo que debemos desatar previamente es cómo resolver el conflicto
entre poder y derechos.

En otras palabras, nos preguntamos cuál es el principio o postulado que nos permite clausurar
el modelo. Pues bien, en caso de conflicto entre los principios (poder y derechos) cuál de los dos
debe prevalecer y —es más— qué cabe decidir cuando el Legislador guarde silencio sobre el
reconocimiento y exigibilidad de los derechos o el Ejecutivo, en ejercicio de su poder, altere los
derechos. En tal caso, entendemos que el modelo prevé su resolución por medio de una cláusula
a favor de las personas (la autonomía personal y la no alteración de los derechos).

En efecto, dice la Constitución que "las acciones privadas de los hombres que de ningún modo
ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios,
y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer
lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe" (art. 19, CN). Por su parte, el artículo
14, CN, nos dice que "todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme
a las leyes que reglamenten su ejercicio...", pero el artículo 28, CN, establece que "los principios,

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garantías y derechos reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser alterados por las leyes
que reglamenten su ejercicio".

A su vez, el principio de autonomía y el núcleo de los derechos deben ser completados con
otro aspecto positivo, esto es, el Estado no sólo debe abstenerse de inmiscuirse en el círculo propio
e íntimo de las personas sino que debe, además, garantizar el goce de los derechos fundamentales
porque sólo así las personas son verdaderamente autónomas. De modo que el ámbito de
autonomía individual no es sólo la privacidad y libertad —en los términos casi literales del
artículo 19, CN— sino también el acceso a condiciones dignas de vida (es decir, la posibilidad de
cada uno de elegir y materializar su propio proyecto de vida).

VI.2. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos

En un principio y en términos históricos, los derechos reconocidos con el advenimiento del


Estado Liberal fueron básicamente la libertad individual y el derecho de propiedad. Luego, este
marco fue extendiéndose e incorporó otros derechos de carácter político. Pues bien, este conjunto
de derechos es conocido habitualmente como derechos civiles y políticos.

VI.3. El reconocimiento de los derechos sociales. Los nuevos derechos

En un segundo estadio, los derechos civiles y políticos fueron completados por los derechos
sociales, económicos y culturales. Así, como el primer escenario se corresponde con el Estado
Liberal, el segundo es propio del Estado Social y Democrático de Derecho.

Vale recordar que, luego, muchos Estados dictaron sus constituciones incorporando en el texto
los derechos sociales. Antes de ese entonces, los derechos del ciudadano contenidos en las
constituciones locales eran de tipo eminentemente individual; mientras que las constituciones
dictadas bajo el modelo del "constitucionalismo social" incluyeron también los derechos de
contenido y proyección social. Así, por ejemplo, la Constitución Soviética de 1918, la
Constitución de Weimar de 1919 y la Constitución Mexicana de 1921. Finalmente, la actual
Constitución de Alemania —Ley Fundamental de Bonn dictada en el año 1949— introdujo por
primera vez en el propio texto constitucional el concepto de "Estado Social" en términos claros y
explícitos.

Sin embargo, este proceso de reconocimiento de los derechos sociales no fue lineal ni pacífico.
Desde las primeras polémicas sobre sus alcances en 1950, el camino del goce de los derechos
sociales, económicos y culturales, en cuanto a su plena operatividad y consecuente exigibilidad,
sigue plagado de numerosos obstáculos. Concretamente, el debate que se planteó desde un
principio es si estos derechos deben interpretarse en términos descriptivos (no jurídicos) o
prescriptivos (jurídicos). En otras palabras, ¿los derechos económicos, sociales y culturales gozan
de igual jerarquía, operatividad, eficacia y exigibilidad que los otros derechos (civiles y
políticos)? Es decir, más simple: ¿los derechos económicos, sociales y culturales son operativos
o programáticos?

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VI.4. El reconocimiento normativo de los derechos en nuestro país

En primer lugar, la Constitución de 1853/60 introdujo los derechos civiles y políticos. Así,
básicamente el artículo 14 del texto constitucional dice que "todos los habitantes de la Nación
gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de
trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de
entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin
censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar
libremente su culto; de enseñar y aprender". Por su parte, el artículo 16, CN, consagra el principio
de igualdad; el artículo 17, CN, el derecho de propiedad; y el artículo 18, CN, el acceso a la
justicia.

Luego, la reforma constitucional de 1949, incorporó por primera vez los derechos sociales en
el marco constitucional. En este sentido, la Constitución de 1949, derogada pocos años después,
modificó ciertos mandatos, y suprimió y agregó otros tantos. En particular, reconoció
ampliamente los derechos del trabajador, la familia y la ancianidad. Asimismo, introdujo, por
primera vez, el aspecto social de la propiedad, el capital y las actividades económicas.

Sin embargo, tras el derrocamiento del presidente PERÓN por un golpe militar en el año 1955,
el nuevo gobierno llamado de la "Revolución Libertadora" convocó a una Convención
Constituyente que derogó la Constitución de 1949 y reinstaló la Constitución de 1853/60 con la
incorporación del art. 14 bis cuyo texto reconoce los derechos sociales.

En efecto, el artículo 14 bis, CN, establece que "...El Estado otorgará los beneficios de la
seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá:
el seguro social obligatorio, [...]; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral de la
familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una
vivienda digna". A su vez, en su primera parte, el texto garantiza a los trabajadores: a) condiciones
dignas y equitativas de labor; b) jornadas limitadas; c) descanso y vacaciones pagas; d)
retribuciones justas; e) salario mínimo vital y móvil; f) igual remuneración por igual tarea; g)
participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la
dirección; h) protección contra el despido arbitrario; i) estabilidad del empleado público; y j)
organización sindical libre y democrática. Por último, se le garantiza a los gremios "concertar
convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al arbitraje; [y] el derecho de huelga".

Con la reforma constitucional de 1994 se produjeron dos innovaciones jurídicamente


relevantes en este campo de nuestro conocimiento. Por un lado, la incorporación en su Capítulo
Segundo de los Nuevos Derechos y Garantías y, por el otro, el reconocimiento de los tratados de
Derechos Humanos con rango constitucional.

Respecto de los nuevos derechos, el Convencional incorporó el derecho de todos los habitantes
a gozar de un ambiente sano, el derecho de los usuarios y consumidores, los derechos los pueblos
indígenas y el derecho de los niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad,
entre otros.

VI.5. La exigibilidad de los derechos

Sin perjuicio del reconocimiento normativo de los derechos, existe otro aspecto igualmente
relevante que aún no hemos estudiado, esto es, el goce de esos derechos. En otros términos el
reconocimiento real y cierto de ellos y, consecuentemente, su exigibilidad.

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Los derechos sociales, igual que cualquier otro derecho más allá de su nombre jurídico, son
operativos y exigibles. ¿Cuán exigibles son estos derechos? ¿En qué condiciones o con qué
alcance el Estado debe satisfacerlos? Intentemos contestar estos interrogantes, sin dejar de
advertir que —en principio— los derechos sociales suponen políticas activas y obligaciones de
hacer por el Estado, y no simplemente abstenciones.

Los derechos sociales son operativos, plenamente exigibles y justiciables. Así, por ejemplo, en
particular, los derechos económicos, sociales y culturales son operativos; es decir, el derecho
existe, es válido y puede ser ejercido sin necesidad de reglamentación o regulación ni
intermediación de los poderes estatales. Cabe añadir, en sentido concordante y complementario,
que tales derechos son exigibles judicialmente.

A su vez, el Estado debe satisfacer los derechos económicos, sociales y culturales. Pero,
¿cuáles son las obligaciones estatales? Es decir, ¿qué debe hacer el Estado? En primer lugar, es
importante remarcar que el Estado debe avanzar de modo inmediato y reconocer necesariamente
y en cualquier circunstancia cierto estándar mínimo o esencial de los derechos. Esto es, el Estado
debe adoptar medidas legislativas, administrativas, financieras, educativas y culturales de modo
inmediato con el objeto de garantizar los derechos. En segundo lugar, las medidas que adopte el
Estado en este terreno no sólo deben ser inmediatas sino que, además y como ya dijimos, deben
tender a la satisfacción de niveles esenciales de los derechos.

En tercer lugar debemos destacar el carácter progresivo de las conductas estatales en el


cumplimiento de sus obligaciones de respeto y reconocimiento de los derechos sociales. Este
principio debe verse desde dos perspectivas. En efecto, por un lado, este postulado nos dice que
el Estado debe reconocer cada vez más el disfrute de los derechos por medio de las políticas
públicas que amplíen o mejoren ese status de goce y reconocimiento. Es decir, el Estado no sólo
debe avanzar en sus políticas de modo inmediato y garantizar niveles esenciales sino que —
además— debe seguir avanzando permanentemente en términos progresivos e ininterrumpidos.

Por el otro, el Estado no puede retrotraer o regresar sobre el cuadro anterior, es decir, una vez
reconocido un derecho y efectivizado su goce —en particular respecto de las personas menos
autónomas y excluidas socialmente—, el nivel alcanzado no puede luego eliminarse o recortarse
sin el reconocimiento por parte del Estado de otras alternativas razonables. En otras palabras, el
postulado de progresividad en el campo de los derechos sociales supone la obligación estatal de
avanzar y, a su vez, la prohibición de regresar sobre sus propios pasos.

De modo que cuando el Estado avanzó en el reconocimiento y protección de los derechos


sociales no puede ya retroceder hacia el estadio anterior (carácter no regresivo de las conductas
estatales).

En conclusión, los derechos sociales son operativos y justiciables y el Estado, por su parte,
debe garantizarlos inmediatamente en sus niveles esenciales, avanzar de modo progresivo y
permanente y no retroceder respecto de los estándares alcanzados.

VI.6. El reconocimiento judicial de los derechos sociales y los nuevos derechos

Una rápida mirada sobre los antecedentes judiciales nos permite observar que la Corte en
nuestro país se expidió en varias oportunidades a favor de los derechos sociales y los nuevos
derechos, básicamente, sobre el derecho a la salud, la alimentación, las jubilaciones, el empleo
público, el ambiente, y los usuarios y consumidores.

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Cabe recordar que el Tribunal sostuvo en el caso "Vizzotti" (2004) que "los derechos
constitucionales tienen, naturalmente, un contenido que, por cierto, lo proporciona la propia
Constitución. De lo contrario, debería admitirse una conclusión insostenible y que, a la par,
echaría por tierra el mentado control, que la Constitución Nacional enuncia derechos huecos, a
ser llenados de cualquier modo por el legislador, o que no resulta más que un promisorio conjunto
de sabios consejos, cuyo seguimiento quedaría librado a la buena voluntad de este último".

A su vez, respecto del control judicial la Corte agregó que "el mandato que expresa el tantas
veces citado artículo 14 bis se dirige primordialmente al legislador, pero su cumplimiento "atañe
asimismo a los restantes poderes públicos, los cuales, dentro de la órbita de sus respectivas
competencias, deben hacer prevalecer el espíritu protector que anima a dicho precepto".

A continuación mencionaremos los casos que consideramos más relevantes sobre el


reconocimiento judicial de los derechos sociales en los últimos años.

Así, el derecho a la salud: "Asociación Benghalensis" (2000), "Campodónico de Bevilacqua"


(2003), "Asociación de Esclerosis Múltiple de Salta" (2003), "Sánchez" (2004), "Lifschitz"
(2004) y "Reynoso" (2006). El derecho a la alimentación: "Esquivel" (2006); las jubilaciones
móviles: "Badaro" (2006); los derechos de los pueblos originarios: "Defensor del Pueblo" (2007);
la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas: "Gentini" (2008); y la
libertad sindical: "Asociación de Trabajadores del Estado c/ Ministerio de Trabajo s/ Ley de
Asociaciones Sindicales" (2008).

En particular, la Corte reconoció el derecho a la vivienda en el precedente "Q. C., S. Y." (2011)
con el siguiente alcance: a) "la primera característica de esos derechos y deberes es que no son
meras declaraciones, sino normas jurídicas operativas con vocación de efectividad"; b) "el
segundo aspecto que debe considerar es que la mencionada operatividad tiene un carácter
derivado en la medida en que se consagran obligaciones de hacer a cargo del Estado" y c) "la
tercera característica de los derechos fundamentales que consagran obligaciones de hacer a cargo
del Estado con operatividad derivada, es que están sujetos al control de razonabilidad por parte
del Poder Judicial". En síntesis, el sistema normativo —según el criterio de la Corte— no
consagra una operatividad directa "en el sentido de que, en principio, todos los ciudadanos puedan
solicitar la provisión de una vivienda por la vía judicial"; sin embargo, existe "una garantía
mínima del derecho fundamental que constituye una frontera a la discrecionalidad de los poderes
públicos. Para que ello sea posible, debe acreditarse una afectación de la garantía, es decir, una
amenaza grave para la existencia misma de la persona". Es decir, en este último caso, el derecho
es directamente operativo y no de carácter o alcance derivado.

Por último, respecto de los nuevos derechos, tal es el caso del ambiente y el consumo, citemos
a título de ejemplo algunos fallos. Así, en relación con los derechos de los usuarios y
consumidores: "Edenor" (2004), "Gas Natural Ban" (2004) y "Auchan" (2006); y los relativos al
ambiente: "Mendoza" (2006), "Asociación de Superficiarios de la Patagonia" (2006) y "Provincia
de Neuquén" (2006).

VI.7. Conclusiones

Los Derechos Sociales, Económicos y Culturales (es decir, los derechos de tercera generación)
junto con los derechos Civiles y Políticos (llamados comúnmente derechos "de primera y segunda
generación", respectivamente) y, por último, los llamados "nuevos derechos", constituyen el otro
pilar fundamental del Derecho Administrativo.

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Éste debe construirse sobre el principio de división de poderes (en los términos en que lo hemos
definido en los apartados anteriores) y el concepto de los derechos fundamentales (esto es, no
sólo el marco de los derechos civiles y políticos sino también los otros derechos).

VII. LOS OTROS PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES

Hemos detallado en los puntos anteriores el principio constitucional de división de poderes y


el concepto de los derechos fundamentales. A su vez, la Constitución y los Tratados incorporados
prevén otros principios básicos, entre ellos: bases democráticas, criterio pro homine,
responsabilidad estatal, transparencia, participación, descentralización, buena administración,
tutela judicial efectiva y federalismo.

Estas bases o principios de rango constitucional marcan el campo de actuación estatal. Así, el
poder estatal no es libre sino que está sujeto a estos principios o directrices.

Una vez descriptas las bases constitucionales del Derecho Administrativo nos dedicaremos al
análisis de las funciones estatales y, en especial, al estudio de las funciones estatales
administrativas como núcleo y objeto formal del Derecho Administrativo, sin dejar de advertir
que el paradigma del Derecho Administrativo, esto es, el equilibrio entre el poder y los derechos
debe ser sustituido por otro nuevo (sustancial).

VIII. EL NUEVO PARADIGMA DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

Más allá del objeto específico y actual de nuestro conocimiento, cuestión que intentaremos
aprehender en los próximos capítulos, cierto es que el Derecho Administrativo, como ya
adelantamos, se construyó desde los siguientes pilares:por un lado, el poder y sus límites y, por
el otro, los derechos individuales.

Pues bien, ¿cuál es la distinción conceptual entre poder y derechos? Por un lado, en el marco
de las potestades o poderes públicos los mandatos son —en principio— genéricos; mientras que
en el contexto de los derechos subjetivos el deber jurídico estatal correlativo es siempre
específico.

Por el otro, el Estado ejerce poderes y cumple con sus deberes. A su vez, los individuos ejercen
sus derechos y están obligados a cumplir con ciertas obligaciones. Sin embargo, el Estado —en
ciertos casos— ejerce derechos (por ejemplo, en el marco de las contrataciones públicas ante el
contratista).

En síntesis, las relaciones o situaciones jurídicas comprenden poderes, derechos y deberes.

De todos modos, el aspecto sustancial es que los derechos son inalienables mientras que el
poder estatal nace de un acuerdo social y, por tanto, puede ser ensanchado o recortado. Sus límites
—claro— son los derechos fundamentales. Cierto es también que el marco jurídico incluye
derechos del Estado, pero éstos son de contenido claramente económico y, por tanto, disponibles
y renunciables. Ello, no es así respecto de los derechos fundamentales de las personas.

Según los autores españoles GARCÍA DE ENTERRÍA y RAMÓN FERNÁNDEZ: "La


Administración Pública, que, como hemos visto, asume el servicio objetivo de los intereses
generales..., dispone para ello de un elenco de potestades exorbitantes del Derecho común, de un
cuadro de poderes de actuación de los que no disfrutan los sujetos privados". Y agregan que el

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