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EL DESTIERRO DE LOS VALORES TRASCENDENTES

Tiempo atrás – debo confesar sinceramente-, en los años de mi adolescencia y juventud, era
común que, en las reuniones de amigos, familiares, conocidos, se pudiera hablar de muchos temas
menos de algunos, que eran considerados ‘tabú’ o al menos, incómodos. La religión era uno de
ellos. En realidad, para ser sinceros, nunca nadie explicó por qué razón el tema de la religión
debería ser incómodo. Todos los participantes sabían de antemano, que cualquiera fuera el resultado
de un debate religioso, nadie estaba en condiciones de obligar a nadie, por ejemplo, a abrazar una
religión o bien a rechazarla. De modo que no había nada que ‘temer’, técnicamente hablando. Sin
embargo, el complejo de considerar la religión un tema incómodo, existía y continuaba.

Había otro factor para remarcar, y era el siguiente: Cuando por circunstancia – o acaso ‘error
en los cálculos de lo formalmente correcto’, podríamos decir- el tema religioso era finalmente
aludido, en general los críticos de la religión asumían el papel de defensores de la libertad,
catalogando a los defensores de la religión, naturalmente, como favorables a la opresión y a la
intolerancia. Nunca se daban razones suficientes para justificar esto, y cabe remarcar también, que
la religión en disputa solía ser la cristiana y en particular, la católica. No sucedía lo mismo para
ninguna otra, salvo como ligera alusión. Si el tema pasaba por considerar la religión judía o sus
fieles, en este caso, a las diatribas contra los católicos se agregaba el hecho que estos tenían que
asumir necesariamente su ‘complejo de culpa’ por haber sido perseguidores de los judíos, o
eventualmente por seguir siéndolo, aunque tampoco aquí nadie sabía por qué ni como.

Me detengo en la segunda de las características mencionadas: identificar a-religiosidad, y en


particular, a-cristianismo, con libertad o amplitud de miras, e identificar por el contrario el sólo
profesar una religión – y en particular la cristiana- como obstinación y tendencia al despotismo.

Quizás en algunos lugares, especialmente durante el siglo XX, se dieron corrientes muy
dispares en relación con lo que estamos tratando: En España, durante la República antes de la
guerra civil española y durante ella, la anti-religiosidad fue muy combativa y cruel. También lo fue
en Méjico durante la persecución de Carranza y Calles, y durante la epopeya de los Cristeros. En
Argentina hemos asistido a una versión – o versiones- menos sangrientas, pero quizás más burdas y
chabacanas. El estilo superficial, desgraciadamente, también se nos coló en esto. De todos modos,
estos fenómenos no han terminado, como tampoco el complejo anti-religioso en las reuniones.
Podemos decir que en cambio se ha acentuado: Hoy día ser antirreligioso ya no implica – en
principio - ser tan cruel, sino que se presenta por el contrario como algo prestigioso, con carta de
ciudadanía.

Pasemos a considerar el ámbito público, o aquellos que se desempeñan en él o simplemente


los que consideran como se debe trabajar en él: Existe desde hace ya mucho tiempo en diversos
ambientes, y con una tendencia que se ha ido en general agravando, una visión de lo que debe ser el
ámbito público, el gobierno o la gestión ejecutiva, como un lugar que debe estar absolutamente
exento de la consideración de valores, no digamos ya religiosos, sino simplemente trascendentes y
válidos universalmente. Esto se ha dado en diferentes niveles o grados. Comenzamos desde el
menos agudo:

1
1º) Un buen número de los que profesan dichos valores, por ejemplo, cristianos y católicos
con mayor o menor grado de práctica religiosa, estaban en general de acuerdo en que dicho aspecto
trascendente debían reservarlo sólo para la práctica personal, e incluso solamente en determinados
momentos y lugares. Se preste atención a que no decimos valores religiosos, sino trascendentes. No
estamos diciendo que hay que ponerse a rezar el Rosario en la oficina (aunque personalmente creo
que hasta podría ser oportuno a veces), más se trata de tomar en consideración la dimensión
trascendente del hombre en el trabajo y en la actividad pública.

Queremos aquí indicar que existe una diferencia entre este primer grupo, formados en
definitiva por personas que profesan un Credo, y el segundo, que no cree o cree de un modo deísta,
en un Dios más bien difuso. El primer grupo acepta que hay valores trascendentes que merecen la
adhesión personal, pero que no deben manifestarse públicamente, y menos encarnarse en la
actividad social o comunitaria. Es el grupo de los así genéricamente llamados ‘cristianos liberales’.
Tuvieron su fundamentación filosófica en el pensamiento del pensador Jacques Maritain, de gran
peso durante los años de la pre y posguerra en Francia y en Europa 1. Fue en su segunda época, a
partir de la publicación de su obra: El Humanismo Integral, cuando comenzó a desarrollar el ideario
al que hacemos referencia: Distinguía, aunque forzando la filosofía realista que decía profesar, entre
el ser humano como ‘persona’, que mira básicamente a su dignidad y a su relación con Dios, y el
mismo ser humano como ‘individuo’, en su relación con los demás y con el mundo. En esta última
dimensión, la concepción que se imponía era el pluralismo, donde ninguna religión tenía el
monopolio de la verdad, ni podía por ende, imponerse como religión oficial o de estado. La
posición era presentada como de respeto a todos los Credos y opiniones, pero el problema es otro, y
es que se pasaba automáticamente a un segundo momento: No era conveniente ningún signo de
adhesión pública a ninguna religión considerada revelada2.

En mayor o menor medida, con matices más o menos diversos, esta idea ha sido seguida por
muchos grupos católicos que tuvieron un cierto momento de vanguardia durante la segunda mitad
del siglo XX: Con respeto hacia ellos pero con cierta diferencia, creo que hay que decir que
ciertamente estos grupos nacieron con muy buenas intenciones. Estos movimientos, sea de corte
eclesial o de corte político, daban un fuerte impulso a la búsqueda de la santidad personal, por
medio de un fuerte compromiso personal con la trascendencia, pero desconfiaban absolutamente de
aplicar estos criterios trascendentes a la vida social o política3. El resultado de este relativo cierre a

1
Jacques Maritain, filósofo francés de origen protestante. Recibió mucha influencia de la filosofía de Bergson, y se
convierte al catolicismo gracias a la influencia de León Bloy. Conoció a través de su mujer las obras de Santo Tomás de
Aquino y luego de Aristóteles. Su pensamiento político, si bien tuvo un primer momento más fiel a la doctrina
tradicional del Magisterio, irá poco a poco virando a postulados más parecidos a lo de la Democracia Cristiana. Su
obra, Umanisme Integral, del año 1936, marcará todo su pensamiento y accionar de los años posteriores, acentuados
sobre todo en los años de posguerra.
2
La dicotomía de Maritain fue hábilmente puesta de relieve y refutada por el sacerdote argentino Julio Meinvielle,
especialmente en su libro: Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana. Como suele pasar en estos
casos, una verdadera conspiración del silencio, tanto a nivel civil como eclesiástico – además de las calumnias anexas,
ha hecho que la gigantesca obra intelectual de este gran sacerdote permanezca hasta hoy día muy ignorada en
Argentina.
3
En el campo político ha sido el caso más clara los distintos partidos llamados Democracia Cristiana o de tinte social
cristiano. En el campo eclesial, se hace mucho más difícil mencionar. Reitero mi respeto por muchos de estos
movimientos, los cuales sin duda han dado frutos notables en lo personal, pero creo que han fallado en gran medida en
el intento de encarnar el Evangelio en la vida social. Me refiero a antiguos movimientos, como la vieja Acción Católica
– que a partir de un cierto momento cambió notablemente su ideario y sus métodos-, y otros más nuevos. En Italia el
2
la trascendencia ha sido, como no podía ser de otro modo, la intrascendencia. Muchos de estos
movimientos, o incluso muchos católicos independientes de gran prestigio intelectual, casi no
influyeron en el desarrollo de las ideas y de las culturas durante la segunda mitad del siglo XX, y
ahora han perdido incluso mucha de su fuerza original. Si lo que propugnaban era una apertura
infalible al mundo moderno, deberían estar en grado de explicar por qué este mundo les cerró las
puertas, y los despreció encima. En definitiva, todo parece indicar que esta posición ha pecado de
incoherencia con sus propios principios, pues no se puede adherir a una doctrina como verdadera,
pero manteniéndola solo para uso privado. Suele ser así cuando se pierde fuerza y poder de
convocatoria. Pretender hacer público los valores no significa imponerlos ni forzar a otros a
seguirlos, pero sí significa no callarlos, ni aún en público.

2º) El segundo grupo lo constituyen los que propiamente siempre han aplicado los
‘principios liberales’, aunque aquí hay mucha variedad. Algunos de ellos tienen – y son más los que
los han tenido en el pasado – valores trascendentes de referencia, pero no sólo no están dispuestos a
aplicarlos ni hacerlos intervenir en el accionar público – como los anteriores-, sino que además
consideran que no son vinculantes de modo absoluto, sino que varían según las circunstancias
culturales o históricas diversas. ¿Cómo hablar de pautas que tengan vigencia permanente, entonces,
y válidas para todos? La solución la daban los llamados ‘valores políticos’ o ‘morales – políticos’.
Los valores trascendentes eran entonces reducidos, o bien transformados, en meros valores políticos
o cívicos. En un tiempo esos valores tenían un contenido ético muy elevado y uniforme casi
universalmente, porque aún la cultura de los pueblos estaba fuertemente impregnada de valores
morales o religiosos, pero cada vez más velozmente el contenido ético se iba perdiendo, debiéndose
sustituir esas pautas por meros indicadores cívicos.

Uno de los teoréticos modernos que más ha desarrollado estas ideas es el filósofo neoliberal
John Rawls. Rawls entiende que el liberalismo clásico ha cambiado. Alguna vez se postulaba la
separación entre Iglesia y Estado en cuanto a la ‘jurisdicción’, con la Reforma Protestante. Después
se pasó a no considerar, del punto de vista oficial o público, ninguna religión como oficial o
revelada, sino reducirla sólo al plano personal, basando por el contrario el fundamento de la
sociedad en valores éticos universales. Es el liberalismo clásico nacido con la Revolución Francesa,
que llevaba ya el ateísmo como prejuicio filosófico incorporado. Pero los valores éticos han
demostrado de no poder mantenerse solos. Poco a poco aparecen los que postulan cambios, cada
vez más notables, cada vez más veloces, revolucionarios y violentos. Según el principio asumido en
el liberalismo, no hay más remedio que, llegado el momento, darles carta de ciudadanía. Se culmina
así en el ‘relativismo’, donde no existen valores éticos permanentes y donde una opinión sobre
cualquier cosa, emitida de cualquier manera, vale lo que vale cualquier tradición arraigada desde
hace siglos. Rawls entiende que la sociedad política debe entonces no sólo dejar de lado valores
religiosos, sino toda consideración de carácter trascendente o metafísico. Este estadio puede
considerarse como “liberalismo secular”, o bien, en un estadio aún más avanzado, por alguien fue
bautizado como “liberalismo secular exclusivista”4.

más conocido en este sentido es Comunión y Liberación. Creo que en general ha sido también la tendencia seguida por
la mayoría del Opus Dei.
4
«Exclusivist secular liberalism as expressed by John Rawls rejects the combination of the terms political and
philosophy, insisting that politics exists as its own body of thought that does not need philosophy or metaphysics». Me
valgo para las citaciones del trabajo de investigación enviado de mi querido amigo Brock Dahl, que ha estudiado los
3
Los problemas que surgen de una concepción como la mencionada son bastante obvios.
Como nota Dahl: «La historia del siglo XX da elocuente testimonio de lo inhumano que puede
llegar a ser tal voluntad política descontrolada. Del momento que el liberalismo secular exclusivista
ofrece bases insuficientes para controlar tal voluntad de poder, corremos el riesgo (o nuestros hijos)
de repetir la horrible historia, una vez que los ecos de los campos de concentración hayan sido
olvidados y no haya nada que permita controlar las básicas tendencias del hombre»5.

No podemos obviamente exponer las ideas de Rawls en detalle. Sólo señalamos que este
intuye la contradicción y los peligros de subjetivismo relativista de su sistema. Intuye que el
rechazo de toda metafísica o visión trascendente implica también una preconcepción universalista
que va más allá de los simples valores políticos. Como bien nota Dahl: “La única forma de
participar de las reglas del ‘liberalismo secular exclusivista’ es adoptando una metafísica – aunque
Rawls lo niegue- que es una metafísica de valores agnósticos, en sus principios y en sus fines”. Y
también: “una metafísica sobre qué es el hombre y por qué está en este mundo” 6. Rawls fundamenta
su visión del hombre diciendo que este tiene dos fuerzas motrices interiores que están implícitas en
toda sociedad democrática: libertad e igualdad. Pero si estas fuerzas existen en el hombre es porque
este ‘es alguien’, con anterioridad a dichas fuerzas. O sea, tiene una naturaleza. Hay una dimensión
trascendente que se supone, aunque al mismo tiempo se quiere ignorar. Esta contradicción se
manifiesta crucial en el sistema de Rawls, y es su gran talón de Aquiles7.

3º) El tercer grupo lo constituyen los que no sólo niegan absolutamente los valores
trascendentes, sino los que los combaten positivamente. Esto hoy se da de una manera casi masiva y
confusa, por lo que el segundo grupo y este tercero se amalgaman muchas veces. No obstante,
históricamente esta posición ha correspondido a los movimientos de izquierda, sea al comunismo
leninista, trotskista, estalinista, maoísta y castrista. Pero no sólo, también ha sido patrimonio de
muchos grupos socialistas, del eurocomunismo, especialmente aquel inspirado por el pensador
italiano Antonio Gramsci, quien propuso que la revolución comunista debía transformarse de
proletaria violenta en cultural8. También ha sido la posición de muchos grupos revolucionarios
violentos, durante la década de los años 60 y 70, y hoy, cuarenta y hasta cincuenta años más tarde,
es patrimonio de movimientos culturales de vanguardia, que luchan contra cualquier tipo de orden
porque esto representa – según dicen- imposición y represión. Así tenemos los neo grupos
sandinistas, Chávez y su ‘socialismo del siglo XXI’ en Venezuela, el ‘setentismo’ con todas sus
variantes en Argentina, los partidos socialistas obreros, etc. Aunque en muchos de ellos, como lo

textos de Rawls y R. Rorty, o bien sus comentarios más directos. Cfr. Brock Dahl, In Defense of the Human Person:
Transcendental Values in the Public Space (independent Study with Professor Lawrence Mitchell – George Washington
school of Law; Spring 2011), p.2. Las fuentes: J. Rawls, Justice as Fairness: Political not Metaphysical, 14 Philosophy
and Public Affairs No. 3 (Summer 1985), 223-251. R. Rorty, The Priority of Democracy to Philosophy, in Merril D.
Peterson, ed., The Virginia Statue for Religious Freedom. Cambridge University Press: New York (1988).
5
«The history of the Twentieth Century testifies to the inhumanity of such an unchecked political will to power, and
since exclusivist secular liberalism offers insufficient philosophical foundations to inform and guide such power, we (or
our children) risk repeating that horrible history when the echoes of the concentration camps have gone silent and there
is nothing left to check base human tendencies».
6
Cfr. B. Dahl, p. 6 y p. 16.
7
Cfr. B. Dahl, p. 17.
8
A. Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista italiano, desarrolla el concepto de Hegemonía cultural,
según el cual las clases dominantes imponen los propios valores políticos, intelectuales y morales a la sociedad, con el
fin de desarrollar el poder alrededor de un sentido común con dividido por todos.
4
sabemos por experiencia, el vil afán de lucro y los negocios turbios – y hasta el despotismo que
dicen combatir- vienen a disturbar frecuentemente la “pureza ideológica” que afirman abrazar.

También, y por razón también del lucro adjunto, tenemos aquí muchos modernos grupos de
‘lobby’ internacional, que por motivos más o menos diversos propician la ideología de género, las
uniones gais de distinto tipo, el aborto a cualquier edad y condición, y en general todo tipo de
cambio que implique destrucción de un orden natural. Efectivamente, el objetivo hoy día no es tanto
‘antirreligioso’ (lo cual se da casi por descontado) como ‘antinatural’. Muchos de estos sujetos no
tienen mayor inconveniente – aunque muchos aún lo tienen- hasta de participar en alguna
ceremonia religiosa – quizás porque saben que harán cómplices de sus posturas a varios de sus
ministros, sea de donde sean, y del grado que sean, Obispos incluidos. Pero estallarán de rabia ante
la sola mención de la “ley natural” y sus implicaciones. En efecto, el ataque no es tanto contra una
confesión religiosa como contra todo lo que implique trascendencia, concepción integral del
hombre, valores que trascienden lo meramente político o económico. En el fondo, se trata de una
vuelta al anarquismo, aunque más sutil: Los padres no pueden comandar a sus hijos, ni los maestros
a los alumnos, porque es represión y dictadura; no se puede tratar a un homosexual de tal, aunque
sea para ayudarlo, porque es discriminación, y así con todo. En muchos casos, muchas normas que
comenzaron a ser reivindicadas como derecho – como el matrimonio o la ‘familia homosexual’ en
concreto - pasan a ser imposiciones culturales. Ha habido varios casos ya, en países del primer
mundo, donde los padres no pueden oponerse a que a sus hijos se les presente en la escuela el
modelo de familia ‘gay’ como normal y alternativo (en algunos casos como el único), y ha habido
casos hasta de prisión por ‘discriminar’ en ese sentido.

Todo lo dicho tiene una sola raíz: la exclusión de los valores trascendentes de la perspectiva
humana y social, y el haber favorecido una visión segmentada del ser humano, donde este sólo
debía satisfacer sus necesidades utilitarias, rechazando la visión de conjunto. Todo lo que fuera
destinado a su dimensión espiritual quedaba relegado, en el mejor de los casos a la esfera privada.
Desgraciadamente se ha llegado muy lejos en este camino. Es como un barranco que cada vez se
inclina más. El descenso es cada vez más rápido y peligroso, y si al principio había posibilidades de
volver sobre los pasos, a medida que el barranco se hace más pronunciado se hace cada vez más
difícil hacerlo, hasta que resulta imposible.

Para los que creemos en la Trascendencia, la solución sólo puede venir de Aquel que es
Trascendente. Si como su actuación en la historia ha sido siempre adaptándose a los ritmos de esta,
por El creados, todo pareciera indicar que no es el plan impedir la catástrofe que se presenta como
necesaria, sino en tal caso hacer de tal catástrofe una vía de purificación intensa y dolorosa, para
que la historia pueda seguir, al menos hasta su completamiento. Seremos afortunados si somos parte
de aquellos que podrán purificarse y seguir adelante. El sacrificio de sufrir la purificación bien
valdrá la pena, para poder volver a escribir la historia con dignidad. Si como este Trascendente del
que hablamos no es un mero Principio, sino un Ser Personal, es por eso que además de someternos a
su designio podemos también esperar en su Misericordia, y eso es profundamente alentador. Si va a
haber una purificación, por terrible que sea, será menos dolorosa de la que nos merecemos.

Carlos D. Pereira

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