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SIMÓ N BOLIVAR, GUERRERO O PENSADOR

La tragedia de su vida personal (huérfano desde muy niñ o y viudo apenas casado con
el ú nico amor que él consideró merecedor de compartir su vida dentro de los cá nones
que el siglo XVIII aconsejaban, entre otras desventuras) en Bolívar contrastaba con la
holgura de una vida de aristó crata y la herencia de una vasta fortuna.

“Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor
y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que
haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder españ ol.”

La célebre sentencia pronunciada en el Monte Sacro, que encierra una voluntad férrea
de lograr la gran obra que los añ os futuros confirmaron, fue también una señ al de que
por entonces el joven Bolívar, era ya poseedor de un bagaje intelectual que por una
parte era resultado de los estudios que en matemá ticas, filosofía, política, lenguas
extranjeras, equitació n, danza, etc. ya tenía, y por otro lado, de un prurito que ya iba
definiendo las líneas que hicieron posible la libertad de los pueblos de América.

Simó n Bolívar nunca hizo estudios formales, sea por su singular situació n familiar, sea
por su inusual precocidad que lo eximió de los convencionalismos. Andrés Bello, Fray
Francisco de Andú jar y, el má s influyente de todos, Francisco Rodríguez, fueron los
que trazaron las tendencias de la educació n rígida e indudablemente elitista que el
futuro Libertador recibió . Má s adelante, el haber viajado a Europa y haber sido
influenciado por la Ilustració n en el siglo de las luces, y el haber leído a los grandes
clá sicos de la literatura universal y a los fundadores del pensamiento político y
doctrinario, como Montesquieu, Voltaire, John Locke, Hobbes y otras celebridades del
humanismo, fueron decisivos en su andar.

Bolívar fue testigo de la Revolució n francesa, e hizo suya aquella triada de libertad,
igualdad, fraternidad que los rebeldes enarbolaron desde la toma de la Bastilla hasta
la instauració n de otra monarquía. Presenció la coronació n de Napoleó n, de quien en
gran medida extractó lo que él soñ aba para la Nueva Granada. Sus sueñ os de gloria se
apoderaron de su espíritu y la resonancia de su pensamiento rá pidamente trascendió
las fronteras de su patria chica, provocando la fascinació n de los jó venes criollos que
empezaron a hacer eco, má s que de sus afanes militares, de las intenciones nacidas del
pensamiento brillante de un joven audaz, aú n inexperto y cuya voluntad tendía, sin
obstá culos, hacia sus ilusiones que en el crisol de su imaginació n le abrían
continuamente nuevos mundos de gloria.

Aquel hombre de pequeñ a estatura, siempre nervioso, de mirada penetrante, pero un


gigante del pensamiento, visionario político e íntegro en lo humano, tenía, sin duda,
las ignorancias que labran los caminos del error, pero también la fe que logra lo
imposible. En su energía presuntuosa estaba la semilla de todas las equivocaciones,
pero también la de las fuerzas volcá nicas que engendran las victorias decisivas. Los
laureles del éxito antes de emprender la lucha armada, eran un estímulo que
despertaba las mejores energías de su personalidad, pensando solo en el porvenir con
ideas sacadas de los centenares de libros que su dimensió n intelectual le permitió
digerir línea a línea. Sus ilusiones florecían exuberantes en la fecundidad de su alma
optimista y tropical. Añ os má s tarde, y después de una existencia má s bien corta, pero
má s intensa imposible, producida la tormenta revolucionaria, como un remolino
informe, esas ilusiones y proyectos de formar la Gran Colombia fueron apagá ndose
como se apaga el farolito de candela ante los cierzos en los parajes andinos de su hija
predilecta. Aquellas ilusiones de otro momento de su vida fueron agonizando en el
terreno estéril de su cansancio, entendiendo que había arado en el mar y sembrado en
el viento, pero ésa es otra historia, la historia ingrata que al gran estadista le jugó una
mala pasada.

Simó n Bolívar fue un gran estratega militar, guerrero como Aquiles; sus rutilantes
victorias en muchas batallas de la guerra de la independencia lo confirman como un
hombre de armas. Era el Aquiles del siglo XVIII; diestro con la espada y siempre en la
primera línea de fuego, nunca tuvo el menor rasguñ o mientras su oficialidad
presumía, unos, de verdaderos enjambres de marcas en el cuerpo por las balas y otros
lamentaban los cicatrices provocadas por las flechas, garrotazos y puñ aladas; pero la
gesta libertadora no podía reducirse al genio militar de quien estaba a su cabeza,
porque las acciones bélicas, como es de suponer, han de estar apoyadas en estrategias
políticas y diplomá ticas que el héroe de la gran epopeya también las reservó para sí,
con una erudició n que muchos hombres de Estado envidiarían en ésa y en cualquier
otra época.

Inspirado en los griegos, el Libertador aprendió el arte de la política, interpretó y


acrisoló muchas ideas para adaptarlas a la realidad de nuestros países, creando el
concepto de naciones libres y soberanas. La historia ha volcado sus explicaciones a sus
hazañ as militares, pero se habla poco de sus dotes como teó rico y su aportació n
doctrinal en la constitució n de los nuevos territorios libres, a través de sus cartas,
doctos discursos y proclamas, convirtiéndose en un fenó meno político y social capaz
de seducir multitudes. Fue, sin duda alguna, uno de los má s notables pensadores
políticos de su época y no hay que temer al calificarlo como uno de los líderes con
capacidad oratoria má s elegante de todos los tiempos.

Gran parte de la historia independentista, no solo del Alto Perú sino de la soñ ada gran
Colombia, se produjo en los campos de batalla; en muchas escaramuzas y refriegas,
Bolívar fue partícipe directo desde su juventud, otras, en cambio, las encomendó a
grandiosos soldados, pero el caraqueñ o participó en la construcció n institucional de
los países recién nacidos y aportó decisivamente en el trazo de los caminos a
transitarse, porque su visió n futurista y el cú mulo de conocimientos que en él se
reunían le permitieron urdir alianzas brillantes, lo que hace del egregio venezolano un
pensador y fulgurante intelectual, fuente nutricia de ideas que hasta hoy han sido
absorbidas y contemporizadas incluso allende el Atlá ntico.

Finalmente, a 190 añ os de su muerte, hay que tener presente, como para nunca má s
replicar ni permitir réplicas de un oscurantismo agraviante a su obra, su verdadera
dimensió n. La tarea consiste ahora en estudiar su pensamiento, como algunos
intelectuales ya lo han estado haciendo, y no en hacer elogios de su gloria militar, cosa
ya practicada en todas las naciones libertadas por él o con su ayuda, reduciendo todo
un á mbito puramente conmemorativo o de ribetes ú nicamente romá nticos.

Augusto Vera Riveros es escritor

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