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Fonoilustra Secuencias Parrafos Cuentos
Fonoilustra Secuencias Parrafos Cuentos
Los seres humanos tenemos cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y
tacto. Tenemos el sentido de la vista gracias a los ojos, que nos
permiten ver todo lo que nos rodea y distinguir sus formas; a través del
oído nos llegan sonidos del exterior, como la música o el ruido de los
autos; el olfato está en nuestra nariz, podemos oler los ricos queques
recién horneados; en nuestra boca se encuentra el sentido del gusto
que nos permite distinguir los sabores; por último, el sentido del tacto
sirve para saber cómo son los objetos que tocamos y percibir algunas
de sus cualidades.
LA CARTA
PABLO PICASSO
LA VENTANA Y EL ESPEJO
Un joven muy rico fue a ver a un rabino y le pidió un consejo que lo
guiara en la vida. El rabino lo condujo a la ventana:
- ¿Qué es lo que ves a través del cristal?
- Veo hombres pasando y un ciego pidiendo limosnas en la calle.
Entonces el rabino le mostró un gran espejo:
- Y ahora, ¿qué ves? - Me veo a mi mismo.
- ¡Y ya no ves a los otros! Fíjate que tanto la ventana como el espejo
están hechos de la misma materia prima: el vidrio. Pero en el espejo, al
tener éste una fina capa de plata cubriéndolo, sólo te ves a ti mismo.
Debes compararte a estos dos tipos de vidrio. Cuando pobre, prestabas
atención a los otros y tenías compasión por ellos. Cubierto de
plata, rico, sólo consigues admirar tu propio reflejo.
MADRE
Te digo, al llegar, madre, que tú eres como el mar; que aunque las olas
de tus años se cambien y te muden, siempre es igual tu sitio, al paso de
mi alma.
COMO TÚ
Así es mi vida, piedra, como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú,
piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las
veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú, que en
días de tormenta te hundes en el cieno de la tierra y luego centelleas
bajo los cascos y bajo las ruedas; como tú, que no has servido para ser
ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un
palacio, ni piedra de una iglesia… como tú, piedra aventurera… como
tú, que tal vez estás hecha sólo para una honda… piedra pequeña y
ligera…
ENERGÍA MECÁNICA
Según fue creciendo, el bueno de Manos Largas empezó a angustiarse con la idea de
que en cualquier momento surgiera su verdadera personalidad de pirata, y no pudiera
evitar dedicarse al robo, al abordaje y los pillajes. Cada mañana, al despertar, se miraba
al espejo para ver si se había producido aquella horrible transformación que tanto
temía. Pero cada mañana tenía el mismo aspecto de buena persona del día anterior.
Con el tiempo, todos se dieron cuenta de que Manos Largas no era un pirata como los
demás, pero era tan larga la tradición familiar de estupendos piratas, que ninguno se
atrevía a decir que no era pirata. "Simplemente", decían, "es un pirata bueno", y lo
seguían diciendo a pesar de que Manos Largas hubiera estudiado medicina y dedicara
sus días a cuidar de los enfermos de la ciudad.
Sin embargo, Manos Largas seguía temiendo convertirse en pirata, y cada mañana
seguía mirándose al espejo. Hasta que un día, viéndose viejecito, y mirando a sus hijos
y sus nietos, ninguno de los cuales había llegado a ser pirata, se dio cuenta de que ni él
ni nadie tenía que ser pirata ni ninguna otra cosa de forma natural ni por obligación.
¡Cada uno podía hacer con su vida lo que quería! Y él, que había sido lo que había
elegido, se sentía profundamente satisfecho de no haber elegido la piratería.
EL ROBOT DESPROGRAMADO
Ricky vivía en una preciosa casa del futuro con todo lo que quería. Aunque no ayudaba mucho en casa,
se puso contentísimo cuando sus papás compraron un robot mayordomo último modelo. Desde ese
momento, iba a encargarse de hacerlo todo: cocinar, limpiar, planchar, y sobre todo, recoger la ropa y su
cuarto, que era lo que menos le gustaba a Ricky. Así que aquel primer día Ricky dejó su habitación hecha
un desastre, sólo para levantarse al día siguiente y comprobar que todo estaba perfectamente limpio.
De hecho, estaba "demasiado" limpio, porque no era capaz de encontrar su camiseta favorita, ni su mejor
juguete. Por mucho que los buscó, no volvieron a aparecer, y lo mismo fue ocurriendo con muchas otras
cosas que desaparecían. Así que empezó a sospechar de su brillante robot mayordomo. Preparó todo un
plan de espionaje, y siguió al robot por todas partes, hasta que le pilló con las manos en la masa,
cogiendo uno de sus juguetes del suelo y guardándoselo.
El niño fue corriendo a contar a sus padres que el robot estaba roto y mal programado, y les pidió que lo
cambiaran. Pero sus padres dijeron que de ninguna manera, que eso era imposible y que estaban
encantados con el mayordomo. que además cocinaba divinamente. Así que Ricky tuvo que empezar a
conseguir pruebas y tomar fotos a escondidas. Continuamente insistía a sus padres sobre el "chorizo"
que se escondía bajo aquel amable y simpático robot, por mucho que cocinara mejor que la abuela.
Un día, el robot oyó sus protestas, y se acercó a él para devolverle uno de sus juguetes y algo de ropa.
- Toma, niño. No sabía que esto te molestaba- dijo con su metálica voz.
- ¡Cómo no va a molestarme, chorizo!. ¡Llevas semanas robándome cosas! - respondió furioso el niño.
- Sólo creía que no te gustaban, y que por eso las tratabas tan mal y las tenías por el suelo. Yo estoy
programado para recoger todo lo que pueda servir, y por las noches lo envío a lugares donde a otra
gente pueda darles buen uso. Soy un robot de eficiencia máxima, ¿no lo sabías? - dijo con cierto aire
orgulloso.
Entonces Ricky comenzó a sentirse avergonzado. Llevaba toda la vida tratando las cosas como si no
sirvieran para nada, sin cuidado ninguno, cuando era verdad que mucha otra gente estaría encantada de
tratarlas con todo el cuidado del mundo. Y comprendió que su robot no estaba roto ni desprogramado,
sino que estaba ¡verdaderamente bien programado!
Desde entonces, decidió convertirse él mismo en un "niño de eficiencia máxima" y puso verdadero
cuidado en tratar bien sus cosas, tenerlas ordenadas y no tener más de las necesarias. Y a menudo
compraba cosas nuevas para acompañar a su buen amigo el robot a visitar y ayudar a aquellas otras
personas.
UNA PUERTA AL MUNDO
Alberto era un niño que se moría por los computadores y los juegos. Podía pasar horas y horas delante de la
pantalla y, a pesar de que sus padres no creían que fuera posible, él disfrutaba de verdad todo aquel tiempo
de juego. Casi no se movía de la silla, pero cuando se lo decían, cuando otros le animaban a dejar aquello y
conocer el mundo, él respondía: "ésta es mi puerta al mundo, aquí hay mucho más de lo que piensan". De
entre todos sus juegos, había uno que le gustaba especialmente. En él guiaba a un personaje recogiendo
tortuguitas por infinidad de niveles y pantallas. En aquel juego era todo un experto; posiblemente no hubiera
nadie en el mundo que hubiera conseguido tantas tortuguitas, pero él seguía queriendo más y más y más....
Un día, al llegar del colegio, todo fue diferente. Nada más entrar corrió como siempre hacia su cuarto, pero al
encender el computador, se oyeron unos ruidos extraños, como de cristales rotos, y de pronto se abrió la
pantalla del monitor, y de su interior empezaron a surgir decenas, cientos y miles de pequeñas tortuguitas que
llenaron por completo cada centímetro de la habitación. Alberto estaba inmóvil, sin llegar a creer que aquello
pudiera estar pasando, pero tras pellizcarse hasta hacerse daño, apagar y encender mil veces el ordenador, y
llamar a sus padres para comprobar si estaba soñando, resultó que tuvo que aceptar que ese día en su casa
algo raro estaba sucediendo. Sus padres se llevaron las manos a la cabeza al enterarse, pero viendo que las
tortuguitas no iban más allá de la habitación de Alberto, pensaron que sería cosa suya, y decidieron que fuera
él quien las cuidara y se hiciera cargo de ellas. Cuidar miles de tortuguitas de un día para otro, y sin haberlo
hecho nunca, no era tarea fácil. Durante los días siguientes Alberto se dedicó a aprender todo lo relativo a las
tortugas; estudió sus comidas y costumbres, y comenzó a ingeniárselas para darles de comer. También trató
de engañarlas para que dejaran su cuarto, pero no lo consiguió, y poco a poco fue acostumbrándose a vivir
entre tortugas, hasta el punto de disfrutar con sus juegos, enseñarles trucos y conocerlas por sus nombres, a
pesar de que conseguir tanta comida y limpiar todo el día apenas le dejaba tiempo libre para nada. Y todos,
tanto sus padres como sus amigos y profesores, disfrutaban escuchando las historias de Alberto y sus
muchos conocimientos sobre la naturaleza.
Hasta que llegó un día en que no se acordaba de su querido computador. Realmente disfrutaba más viviendo
junto a sus tortugas, aprendiendo y observando sus pequeñas historias, saliendo al campo a estudiarlas, y
sintiéndose feliz por formar parte de su mundo. Ese mismo día, tal y como habían venido, las tortuguitas
desaparecieron. Al saberlo, sus padres temieron que volviera a sus juegos, cuando era mucho más triste y
gruñón, pero no fue así. Alberto no soltó una lágrima, ni perdió un minuto buscando tortugas entre los cables
y chips del computador, sino que tomando la alcancía con sus ahorros, salió como un rayo a la tienda de
mascotas. Y de allí volvió con una tortuga, y algún que otro animal nuevo, a quien estaba dispuesto a
aprender a cuidar. Y aún hoy Alberto sigue aprendiendo y descubriendo cosas nuevas sobre la naturaleza y
los animales, incluso utilizando el computador, pero cada vez que alguien le pregunta, señala a sus animalitos
diciendo, "ellos sí que son mi puerta al mundo, y en ellos hay mucho más de lo que pueden imaginar".