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EL AZAR DE LAS FRONTERAS

Poemas
(1983 – 2015)

ALEJANDRO LAVQUÉN

EDICIONES ESTROFAS DEL SUR


ALEJANDRO LAVQUÉN (Santiago, 1959). Ha publicado prosa y poesía.
Entre sus publicaciones se cuentan CANTO A UNA
DÉCADA (1981), ATARDECERES Y ALBORADAS (1994), LA LIBERTAD DE
PÉREZ (1996), SACROS ICONOCLASTAS (Editorial Mosquito, 2004), A BUEN
PASO ATRAVIESA LA NOCHE (Editorial Mosquito, 2009), BITÁCORA
EXTRAVIADA (2011), FANTASMAS ATRAPADOS EN SU PROPIO DUELO(2013), HABÍA
UNA VEZ EN EL OLIMPO. MITOS Y DIOSES GRIEGOS (Editorial Zig-Zag,
2013), EPOPEYAS Y LEYENDAS DE LA MITOLOGÍA GRIEGA (Tajamar Editores,
2019).
En 2012 el libro SACROS ICONOCLASTAS fue traducido al griego por el
poeta Rigas Kappatos y publicado en una edición bilingüe por
Editorial Ekath en Atenas, Grecia. El año 2015 estuvo a cargo de la
selección, notas, edición e introducción del libro ANTOLOGÍA DE LAS OBRAS
COMPLETAS DE PABLO DE ROKHA, publicado por Pehuén Editores.
Entre 1998 y 2018 fue redactor en revista PUNTO FINAL. De 2000 a
2005 condujo en radio Nuevo Mundo el programa literario De puño y
letra. En 2017 condujo el programa Leer es la Palabra, transmitido por
YouTube. Ha sido jurado y evaluador del Consejo Nacional del Libro
y la Lectura. Actualmente es editor general en Estrofas del Sur SpA,
servicios editoriales y comunicacionales.
© EL AZAR DE LAS FRONTERAS
© ALEJANDRO LAVQUÉN

DISEÑO PORTADA
SUE CARRIÉ DE LA PUENTE

DIBUJO PORTADA
RODRIGO RÍOS ORELLANA

EDICIONES ESTROFAS DEL SUR


PRIMERA EDICIÓN
ABRIL DE 2020
SANTIAGO DE CHILE

ISBN: 978-956-09262-2-7

DISEÑO Y COMPOSICIÓN
ESTROFAS DEL SUR SPA
AV. LIBERTADOR BERNARDO O’HIGGINS 1302
OFICINA 70 / SANTIAGO DE CHILE
ESTROFASDELSUR.CL
CONTACTO@ESTROFASDELSUR.CL

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS DE ACUERDO A LAS LEYES, NACIONALES E INTERNACIONALES, VIGENTES.
INTRODUCCIÓN

La presente edición reúne poemas publicados entre 1983 y 2013. Los


textos pertenecientes a Bitácora extraviada (2011), corresponden a la
selección –de una selección- de poemas que fueron publicados en
libros y cuadernillos cuyas ediciones, en tirajes limitados, se realizaron
entre los años 1983 y 1999. Los textos han sido revisados por el autor y
constituyen versiones definitivas. El resto de los poemas antologados
pertenecen a los libros Sacros iconoclastas (2004), A buen paso atraviesa la
noche (2009) y Fantasmas atrapados en su propio duelo (2013). También se
incluyen algunos textos inéditos (2014-2015) y el poema Satángel.
ORDEN DEL LIBRO

De libros incluidos en Bitácora extraviada (Ediciones Tinta Roja,


2011).

De Atardeceres y alboradas (1994)

Verano
Algunas veces
Cuando niño...
Galope mortal

De Florilegio 1983-1995 (1995)

Barrio 29
Eterno retorno
Golpes
En un lugar de Valparaíso
El semáforo

De Alegrías llenas de tristezas (1997)

Los náufragos
La espera
Manifiesto
Arenga al luchador social
Invierno negro

De El hombre interior (1997)

La esposa del capitán


Brilla una luz...
En la tragedia de la vida...
De Postales para no olvidar (1998).

Cotidiano
Un rincón del mundo
La gran feria
Preludio de una noche de invierno
La herida abierta del mundo
Carbón y sangre
Vuelo por el interior de Valparaíso

De Respirando (1999)

Estigma
Gris atardecer
Poetas
Tangogaviotas
Horizonte
Madrugada en Alameda 777
Tonada del muerto

Poema fuera de libro


Atalaya

De Sacros iconoclastas (Editorial Mosquito, 2004).

I
XI
XII
XIV
XV
XVI
XVIII
XXIV
XXVIII
XXIX
De A buen paso atraviesa la noche (Editorial Mosquito, 2009).

Parte I: La edad bajo la lluvia

Entre líneas
Nosotros, infinitos
El día que conocí a Magdalena
Paillalef
Trasnochando
Ciudad a trasluz

Parte II: Esquinas de ciudad

Atardeciendo
Jornada
Todo
1973
La gota de agua
Antiguo
Fuego mortal
En esta hora de la tarde
Encontró nada
Epinicio
Sólo esta noche
Higuerillas

De Fantasmas atrapados en su propio duelo (Ediciones Tinta Roja,


2013).

Parte I: La tardanza del mundo

El polen que renunció al silencio


Fantasmas atrapados en su propio duelo
El holocausto en la saliva
Reencuentros a lo largo de una esquina
El tiempo era una palabra
Arde la superficie de mi memoria
Nuestros cuerpos nos hablaban
La noche de orilla a orilla
La breve cuenca de esta copa
La tierra se abre como un esqueleto
La calle está vacía y clara
Bitácora de un cosmonauta

Parte II: Donde levantan vuelo las proclamas

Alguien llega en la noche…


Génesis en el Bío-Bío
Ovalle el navegado
El camino
Raíz
Desnuda
La ventana del tejado

Poemas inéditos
(2014-2015)

Bordeando el siglo
Abecedario
Los ojos de los niños palestinos
La sala de hospital
Procesión
Odisea
Sin fronteras…
Al amanecer…

Satángel
Este poema se encuentra incluido, originalmente, en el poemario
Sacros iconoclastas (Editorial Mosquito, 2004).
Poemas
VERANO

Más allá de los tejados


prendidos a mi ventana
el sol va olvidando
los últimos pedazos del día.
Enero tres
se descuelga del calendario.
Como un adiós de hoja
otoñal cae la tarde al silencio.
Fuego y cenizas sacuden mis ojos.
Una sonrisa en fuga
pasa bailando frente a mi puerta,
va huyendo de la oscuridad.
La tarde se diluye en gris
y los recuerdos estallan.
Por las trenzas de la lejanía
lentamente escalan las estrellas.
Más allá de las colinas,
escucho a la muerte
embriagarse en el pozo del ocaso.
ALGUNAS VECES

A veces
algunas veces,
encuentro en alguna calle
a un buen compañero.
En algunas copas
reencendemos viejas barricadas,
charlamos del colapso
y de lo que alguna vez pudo ser.
A veces algunas veces
releo algún panfleto guardado
por si nuevamente alguna vez.
Juego con algunas balas
que alguna vez sobraron
y quizá alguna otra vez
darán en el blanco.
A veces algunas veces
veo algún futuro:
Trigo en las manos
del pordiosero,
leche y frutales
en los ojos de los niños.
A veces
algunas veces
veo al labrador
y al minero levantarse
libres y sin temores,
caer al tirano y al explotador.
A veces
alguna vez,
será para siempre
nuestras algunas veces.
CUANDO NIÑO…

Cuando niño jugueteaba


en un callejón.
Entre un estadio y la iglesia
levantábamos polvareda.
Un perro palomilla y muchos amigos
descubríamos los secretos de la edad.

Una mañana de septiembre,


letales aviones destrozaron
las horas.
Por diferentes caminos
se dispersaron nuestros
sueños de niños.
Sin despedida y con quebranto
murieron algunos.

Cuando, de vez en cuando,


retorno mis pasos,
siento llorar al viejo cité
del callejón,
que con sus casas dispuestas,
cual alameda abandonada
y encanecida,
retiene corazones y garabatos
en sus muros descoloridos.
En ese rincón del mundo,
algo queda, de cuando
yo y mis amigos levantábamos
polvareda.
GALOPE MORTAL

Un jinete borrascoso cabalga


en la oscuridad.
Todo y todos sienten
el galope ennegrecido
de su cabalgadura.
Trae en las espuelas
la sangre de los bosques.
Envenena a su paso los muros
claros del agua y destripa
los puentes de los hombres.
Galopará, acaso, el fantasmal
jinete, sin que un digno
disparo lo derribe
de su horrible cabalgadura.
PATIO 29

Mármol y tierra la silenciosa


ciudad.

Templos y lápidas en el centro


de la ciudad.

Hacinamiento y olvido
en la periferia de la ciudad.

Cruces vacías y tierra púrpura


en el Barrio 29 de la ciudad.

Traición y tormento se ocultan


en el Barrio pobre de la ciudad.
JUSTICIA, es el epitafio
que ronda
los cielos de la ciudad.
ETERNO RETORNO

Cuando la tristeza destroza


las horas,
acudo a la ribera, junto al mar.
Allí me siento sobre las noches
moribundas a esperar
la alborada.

Arrojo a los vientos mi voz


y expulso el vino antiguo
y con él amortajo la noche.

Golpeo mis espadas rotas


contra las rocas seculares
y luego las regalo a un niño
que pasa volando.

Del cielo,
desencajo una estrella
esmaltada de rojo y verde
para bailar con ella
una melodía que siempre termina
cuando comienza.
GOLPES

Golpetea el agua
de una fuente de farolas.
El frío lapida la noche
y da latigazos
a un minusválido
que busca refugio junto
a una banca
al costado de la puerta
de la Bolsa de Comercio.
Abrazados pasa un grupo
ebrio de turistas,
entonando a viva voz:
¡How picturesque is Chile!
¡How picturesque is Chile!

La noche avanza...,
comienza a llover.
EN UN LUGAR DE VALPARAÍSO

Un cirujano misterioso
ha cortado el cerro
con su fantástico bisturí.

Las casas trapecistas


se desnudan ante mis ojos.

Un perro ladra bajo


los jardines colgantes
llenos de ventanas
que escapan del cerro
para despedir ascensores.

Todo parece desprenderse


hacia el mar, pero nada cae,
ni siquiera el fulgor
de una sonrisa
que se pierde entre
vertiginosas escaleras,
por las cuales corro
tratando de alcanzarla.
EL SEMÁFORO

El semáforo cotidiano
se detuvo en rojo.
Diez, y quizá más, ida
y retorno de golondrinas
han transcurrido.

Heme aquí, capturado


por un desperfecto vital
en mi calendario,
sin poder continuar
por la ruta trazada.
LOS NÁUFRAGOS

Desde el fondo del océano


emergen las voces
de los náufragos
que un día se embarcaron
en la historia de las aguas.

Son las voces de los compañeros


de Odiseo, que aún buscan
las costas de Ítaca.

Me llega el lamento altanero


de Áyax Oilida, aferrado
al escollo Cafareo,
castigo del dios marino.

Vienen a mí otras voces


fatigadas, quizá los amigos
del insigne Eneas o algún Argonauta
que se extravió en las estrellas.
LA ESPERA

Retén en tus ojos el mar,


cuando vuelvas,
lo navegaré en tus pupilas.
MANIFIESTO

Estoy ausente de ciertos temas, pero no de los imposibles.


Hace tiempo desnudé mis palabras,
eché al guardarropas la tenida de domingo
y desde entonces me visto con el lenguaje de los pájaros.
Decidí soñar los sueños de los pueblos,
esculpir un beso en el viento,
ser labriego del rocío
cuando la aurora guarda la noche
en su estuche de encajes.
Me estremece, como la lluvia a la vegetación,
cada horizonte que chispea el fuego venidero.
Soy hombre y animal ansioso de planetas.
Prefiero perder a una amante y no a una buena amiga.
Creo en la posibilidad de lo imposible,
bogando río adentro hasta las cumbres vestales del mundo.
En lo alto de mi sombrero,
un cincel de agua talla un rostro en la luz de mis candelabros.
ARENGA AL LUCHADOR SOCIAL

A Gladys Marín

Vuela, no te detengas, no escuches


los cantos de Sirena.
Se siempre tú, no cambies de idioma,
no te rindas ante la frivolidad.
Continúa a paso de piedra, de caricia,
de luz, mantén en tu boca el flujo
dulce del amanecer.
Escribe tus motivos, puéblanos de ideas,
haz de las murallas el gran silabario.
Cuídate del puñal que sigue tus pasos,
pero no te detengas, no aceptes los reproches
apolillados del inquisidor.
Golpea lo establecido cuando haya que golpear.
Sigue avanzando, trae la lluvia
donde espera la flor.
Fluye tu constancia como el río mayor
a sus afluentes.
Recoge las riendas del carruaje
que te trae el camino.
INVIERNO NEGRO

La niebla se enrosca en mi cuerpo


enfriándome los huesos.
Un misterio húmedo de muerte
parpadea en la oscuridad.
Los árboles duermen
como esqueletos mojados.
Pozas de agua enlutada pudren
el pavimento que chapotea bajo
mis pasos.
Soy el hombre vivo aún, regresando
a su lecho de agonía.
Camino con la sonrisa de la tumba
apretando mis dientes.
El frío se licua en mi pelo,
arrastrando por la espalda el sabor
de la noche, postrada ante el dolor
heroico de los futuros suicidas.
LA ESPOSA DEL CAPITÁN

Hay amor y océano en tu mirada.


Embarcaciones que no saben adónde van,
multitudes desconocidas
peregrinando en tu irremediable
sentimiento.
Desde tu balcón, observas
como la distancia coquetea con un viejo amante.
Lentamente se desgranan
los viajeros al tocar el puerto que hay en ti.
Pero no regresa
el naufragio que zarpó un día de terremotos
sentimentales.
No regresará jamás. Yace sumergido
en un puerto del que no se retorna.
En algún lugar de los Siete Mares,
hay amor y océano en tu mirada.
BRILLA UNA LUZ…

Brilla una luz


en el umbral del tiempo.
Junto a la luz una campana
va y viene, ilógica y silenciosa.
Es noche en el planeta
Es noche en toda música
Es noche en el semblante de una estatua
Es noche en los pechos de la luna
Es noche en tu voz, amada
Es noche en el lenguaje
(hay extraños adjetivos en mi boca)
Es noche en la fertilidad de los sexos.
Es noche en la muerte, que pasea
desnuda frente a mi puerta.
EN LA TRAGEDIA DE LA VIDA…

En la tragedia de la vida
me purifico.
Sostengo mi ataúd entre los dientes
y comienzo a caminar
por los callejones herméticos
del alma humana.
A la vera del camino, llora una mujer
desnutrida, violentada, sin dientes,
cuelgan de sus pechos
como collares de ultratumba.
Al reconocerla, me siento a llorar
junto a ella.
¡Cómo la amé un día!
cuando la belleza irrigaba su cuerpo,
cuando un fuego angelical excitaba
sus órganos vitales,
cuando la cópula era perfecta
extendidos y vesánicos a lo largo del mundo.
Pero no quiso ser eterna,
no quiso beber de mi sangre insomne,
prefirió la rutina del maquillaje.
Y hoy es tarde, ya es tarde para amarnos,
voy sepultando muertos por la tierra.
COTIDIANO

Los hombres despiertan como despiertan cada día. Se levantan,


lavan su rostro y beben café, los que tienen como beber café.
Los hombres empañan los vidrios de los autobuses,
piensan en su paso por la vida, o quizá, en la vida sobre sus pasos.
Los hombres caminan. Los animales caminan,
pero los hombres son hombres y los animales son animales.
Todo es normal:
La artillería de pocos hombres se derrama sobre los corazones
de muchos hombres,
el romanticismo de la luna paga sus pecados al Banco Mundial,
sierras eléctricas extirpan el verde de la tierra.
En Londres, el Big-Ben da la hora.
En Nueva York, la estatua de la libertad sostiene su antorcha de
piedra.
La codicia desgarra los estómagos africanos,
el tigre asiático engorda con el sudor engrillado de los rebaños,
voladores de luces, como esperanzas bíblicas, inyectan dosis
mortíferas
de apatía y carnaval en las conciencias congeladas.
¡Tengo hambre! reclama un despistado. Una beata se persigna.
Los ríos se asfixian en Latinoamérica, al igual que una canción en la
voz
de un tuberculoso.
La suerte rezonga en los hipódromos, la lotería se duerme para
despertar
un próximo domingo,
el azar y la miseria, son directamente proporcionales a la cesantía,
razona un intelectual.
UN RINCÓN DEL MUNDO

La pasión, los anhelos,


están extraviados
en algún punto cardinal,
allí buscan rumbo los silencios
y se reconstruye
la memoria más remota.
Un fulgor libra el martirio
de las cárceles y enjuaga la sangre
de los que no volverán a cantar.
Limpia el conducto
de la vida para que ésta
explique su contenido.
Los manantiales jadean,
encumbrándose por unos
pechos vegetales.
En el lecho del amor, silba
una mujer que estremeció
todos los pudores.
No lejos,
la locura de la noche
juega a los naipes
con el príncipe de los gitanos.
LA GRAN FERIA

La cantina, otra cantina.


La Feria Central bosteza,
luego bebe un vaso de vino.
Un hombre de papel
se revuelca en su dolor.
Sobre el pavimento
maloliente, su cuerpo
fermenta junto a la fruta podrida
que despreció la mañana.
Un hálito de pimienta
y orégano condimentan
la sub-sociedad.
Avanzan los cargadores,
los carretoneros, los limosneros
ambulantes y los establecidos.
La fiesta alcohólica de cada día
se va durmiendo entre
vitrinas colmadas de quesos
y carnes,
entre el murmullo de las cebollas
y el alivio de los camiones chacareros.
La cantina, otra cantina,
todas las cantinas,
todos los comedores,
todos los billetes,
todas las esperanzas.
los comerciantes y sus básculas
misteriosas,
los perros de las callejas,
los ratones de las bodegas,
el gato acorralado
por los gendarmes azules,
el garabato indecente
y la niña prostituta
inmolada al mejor postor,
antes del alba, maquillan
sus rostros y preparan la función.
PRELUDIO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

Mis sueños van de la mano


con un volver a encontrar.
Navegante voy, desembarcando funerales,
buscando puertos sin alambradas,
arrimándome a los telares
de la vida y la muerte.
La ciudad se enciende en el espejo
cordillerano.
Nadie va por las calles, como después
de un sábado de fiesta.
El invierno
evoca palabras, penetra en los árboles,
chocando con el horizonte
envuelto en llamas.

Se va la luz.
Mis ojos callan.
Mi voz se duerme.
Mis pies caminan automáticos,
indolentes, pasajeros, sin volver
un paso atrás.
LA HERIDA ABIERTA DEL MUNDO

Sin dinero, varados en cada


esquina de todas las poblaciones,
esperan.
Dudando y bebiendo nebulosas,
soñando con poder soñar.
Injuriados por la inmoralidad
de los moralistas.
Tentados por las fantasías
del televisor, frustrados
por la oferta y la demanda.
Desechados, sin plenitud,
enfermos de infelicidad,
los jóvenes exploran las calles.
¡De qué modernidad nos hablan
los dueños del mundo!
¿Del condón catalítico?
¿De la cerveza dietética?
¿De la prostitución vía
microondas?
¿Acaso de Jesús el Cristo,
vestido con casimir inglés?
Entre tanto de tanto,
es breve el camino
hacia el lado oscuro
de la sociedad.
CARBÓN Y SANGRE

Mil metros hacia el centro


de la tierra,
seis mil metros
hacia el centro del mar.
Aire negro, pulmones negros,
ratas y excremento,
oscuridad en la piel,
grietas en la respiración.
El carbón salta en cada
golpe, se encarama por la luz
negra de los rieles,
el grisú despierta en su lecho
de muerte repentina,
enfría la sangre, retuerce
los músculos, muerde y penetra
en el nervio de la pobreza,
sin piedad, sin discurso
que lo detenga.
El regreso a la luz blanca
se llena de lágrimas.
VUELO POR EL INTERIOR DE VALPARAÍSO

Subo por el alma de los colores.


Como un trapecista maravillado
voy descubriendo escaleras
florecidas, faroles
y callejones sobre los techos.
Todo es altura,
subterráneos, puentes insólitos,
túneles en el anclaje del sol.
Valparaíso es más Valparaíso,
cuando una mujer y el vino
acompañan el frenesí de mis labios.
Alzamos un vuelo de gaviotas
y penetramos en los ascensores.
Nuestros cuerpos desnudos
se hacen a la mar.
El oleaje de la noche
desvanece las cadenas
del viejo alquimista.
Se desatan las cantigas
en el corazón del bar cosmopolita.
Amanece como pidiendo disculpas.
La última estrella nos guiña
un ojo por la ventana.
La cama desordenada
nos sirve el desayuno.
Bajamos de la mano
por las pendientes,
fotografiamos los murales
de la mañana.
Valparaíso es más Valparaíso
al zarpar las naves entre pitos y sirenas,
al retomar, tras un beso, mi camino.
ESTIGMA

Llevo angustias
y equívocos rotos en mi pecho.
Continentes sumergidos
se extienden en la distancia.
Náufragos errantes cantan a mi oído
antiguas canciones.
Una melodía, nítida como una luna
turquesa, va alejándose por la Historia.
GRIS ATARDECER

Algunas tardes
camino por los cementerios
memorizando epitafios
que siempre olvido,
tal como un hombre cualquiera
olvidará las palabras
grabadas sobre mi tumba.
POETAS

Una noche de octubre


tu ternura invadió mis horas.
La plácida confianza de tu voz
me reveló el secreto de tu sangre.
En tus pupilas pude ver
el verso candoroso de tus manos
extendiendo la máxima catarsis
sobre la piel.
A solas, eras sólo tuya, plena y dulce,
como un océano que desborda lentamente
los sueños.
Son tus aguas tan gemelas de mi sensibilidad
como lo es la solitaria melancolía
torrencial de mi cuerpo,
como la sinceridad de la lluvia,
visitando, de cuando en vez,
las noches pobladas de fantasías
que se agitan entre los dedos.
TANGOGAVIOTAS

En alguna noche de Valparaíso,


quizá desde qué esquina, retornarán.
Vendrán en sus alas entrañables amigos
y aquella mujer que extravié
en mi viaje por el desamor.
Con sus alas batientes
antiguas cicatrices harán sonreír.
HORIZONTE

Nostalgia y serenidad
en la brisa que refresca
al final de la tarde.
Habitan fantasmas en esta hora.
Frente al mar rueda una lágrima, o una sonrisa,
no importa,
da lo mismo.
Un perro ladra
y me recuerda la distancia
extraviada en los cuatro puntos cardinales.
MADRUGADA EN ALAMEDA 777

A Dinko Pavlov
y Pavel Oyarzún

(Luciérnaga)
El otoño la trae desnuda,
con flores en sus manos
y la sonrisa de niña pobre
anunciando el alba.
En sus mejillas enrojecidas
la indiferencia
se licúa junto
a la oscuridad de la noche.

(Palabras y Miradas)
Ojos desorbitados se insertan
en los rostros dispersos
que nos acompañan en este bar.
Golpean como la noche
las escaramuzas en cada corazón.
El lenguaje de las murallas
cae como reliquia de los siglos
sobre nuestras divagaciones,
sin saber el idioma que deseamos
comprender.
Sin saber la tragedia que oculta
el peregrinar de las estrellas
sobre los rostros.
TONADA DEL MUERTO

Desangrándose yace el muerto sobre la acera.


No quiere ayuda. No necesita ayuda ni compasión.
El muerto está riendo a carcajadas en un lugar remoto,
enquistado en los pliegues de unos ojos que lloran
antes de saber la noticia.
El muerto es arrastrado por el viento, como una hoja
de otoño es arrastrado.
El muerto va sonriendo, alegremente el muerto
va sonriendo...
ATALAYA

Aún era presencia y sirenas la bahía.


Aún el aquelarre del sol sobre laderas
y extramuros sonreía su antiguo ritual.
Nos escabullimos entre bares
y pendientes
más allá de las entrañas de Valparaíso.
El silencio era verdadero silencio
en las lomas del Panteón,
pero vendrá un día el alba
y esta hora se apagará para siempre en la piel
de los cementerios clavados en el viento.
Vendrán allí las vidas dichosamente
mundanas del Flowers y la Mary, tomados
de la mano sobre la cubierta de la barca que cruza
las balaustradas empobrecidas de La Matriz.
La tarde, callejones huérfanos, un ilustre farol,
una claraboya en tu copa dibujada,
la nostalgia por venir de un otoño
de cordial llovizna, los vericuetos y escaleras
empapadas de romance,
el Bar Standar y los adormecidos de Plaza Echaurren,
como un misterio del azar.
En tus labios, aquellos versos dejados
hace años en el ensombrecido papel.
La noche olvidando las ausencias
en los tejados del Brighton, multiplicando
el anclaje de las luces en los cerros.
El Cinzano, el J. Cruz y los poetas,
la plaza Bismarck sin secretos en su ineludible mirada.
El puerto, el retorno y las estrellas viajando
en el cristal, la melancolía y el conjuro del océano.
I

Los avatares diarios no capitulan.


Son cuatro décadas de sitio
y no logro un caballo de Troya.
La llanura enmudece cada tarde
con la sangre que se escurre
hacia su boca.
Los gemidos en el Érebo
me anuncian a los guerreros
que naufragan en la barca de Caronte.
En el Capitolio, los dioses se vanaglorian
de sus jugarretas
y cargan los dados antes de bajar
a los pueblos que se disputan
un trozo de pan.
Se nos ha vuelto costumbre
recoger nuestros muertos
desde el campo de batalla,
mientras sus sombras
claman digna sepultura.
XI

La miseria prende rostros enjutos


en calles y mercados.
Me entrechoco sin respuestas
entre la multitud.
Como los leprosos al Cristo
me atosigan vendedores ambulantes.
Cuelgan de las ventanas de los autobuses,
salen de las alcantarillas
con sus estrepitosas voces maquilladas.
Sísifo los alienta en su doctrina,
pues los dioses les niegan
el sustento.
Por una cantidad de ellos,
todos cargarán eternamente
una roca hasta la cima de la montaña.
XII

Una mujer lloraba asida


a una tumba.
Traía en sus pechos, clavado
el firmamento.
La guerra cruel de los hombres
había vaciado
pueblos y ciudades en las llamas
de la demencia.
Ares golpeaba sin piedad
su espada sobre los Balcanes.
Zeus dejaba caer sus rayos
desde el Capitolio.
Las almas de los niños muertos
pedían clemencia para las etnias del mundo.
XIV

Aillavilú esquina Bandera


huele a incienso a las cuatro
de la madrugada.
El amanecer se enciende
y los guerreros lavan sus ojos
frente a las murallas
de los prostíbulos.
Se han levantado campamentos
a los pies de la ciudad sagrada.
Edipo llora sin lágrimas
mientras
Eteocles y Polinices
se quitan la vida.
XV

No existe escapatoria
tras la sentencia de los dioses.
El laberinto es una encrucijada
sin solución.
El legendario rey Minos golpea
su orgullo
contra lo imposible,
los rebeldes escriben su utopía
en las alas del poder.
Ícaro sacrifica su juventud.
Dédalo
vuela hacia la libertad.
XVI

A Juan Beltrán y Blanca Jiménez de 76 y 70 años,


suicidas abrumados por la pobreza

De la mano ensangrentados
los ancianos sobre el lecho.
Dos tazas de té aún humeantes.
Cuentas de agua y luz
ahogadas en el piso.
Las enfermedades dolor
de la pobreza y Asclepio
prisionero de los mercaderes.
Un pacto de amor. Dos balas
y el derecho
de sus sombras al país de los Hiperbóreos,
donde Admeto y Alcestis los esperan
con la mesa servida.
XVIII

El combate es feroz en la ciudad


y las montañas.
En todas las ciudades y en todas las montañas
y en todas las selvas del planeta
los héroes forjan el advenimiento
de sus pueblos.
Perseo exhibe la cabeza de la Gorgona
a las falanges imperiales.
Belerofonte derrota a Quimera
en su palacio de Oriente
y Teseo escribe la palabra Soberanía
con la sangre del Minotauro.
Centauros y Lapitas
comparten por fin
la misma mesa sobre la tierra,
ante la mirada hosca de los habitantes
del Olimpo.
XXIV

Te debía estos versos Homero,


desde aquella tarde de mis trece años
cuando me mostraste
que la vida
es una epopeya que tarde o temprano
combatirá contra la muerte.
Que todo gran amor
se conquista en el campo
de batalla.
XXVIII

En Valparaíso
la noche arremete como
un fantasma
embriagado de subterráneos y escaleras.
Sátiros, Ninfas y Coribantes agitan
tirsos y címbalos
en Plaza Echaurren.
Una gota de vino acaricia un pezón
de Afrodita
mientras ella broncea su piel
bajo el brillo de la luna.
XXIX

La humanidad se desintegra
en la Aldea Global.
El archienemigo de Heráclito
se pasea ufano por el planeta
en tanto Hefesto templa soldados y truenos
en su fragua bajo las Montañas Rocosas.
A los pies del Olimpo
calles horribles sirven de lecho
a los pordioseros.
Un niño golpeado por la cesantía
alcohólica de su padre
aúlla en las Favelas
y una muchacha latinoamericana
deambula por los burdeles de Singapur.
Enío,
observa todo con una sonrisa macabra
en su vientre.
ENTRE LÍNEAS

Incontrolable, nocturno y encendido,


tiendo a sumergirme en bulliciosos bares
de mala muerte, o quizá de buena muerte.
Siento la necesidad de
extraviarme en el desenfreno
que chispea en los márgenes
de un beso que rodó por los callejones
del ensueño,
de sentarme en la solapa
de un cementerio y escribir poemas de amor
en su rostro desfigurado,
de jugar a los dados con Luzbel
en el living de Dios
y pasear luego por la alborada,
contemplando la sonrisa de tu cuerpo
desnudo
recostado en una mejilla del océano.
Me es inevitable escribir
sin demora
de ocasiones y amigos, extraviados
en la memoria de esta ciudad
mutilada por la bruma,
de preguntar a un desconocido
sobre el lugar
de la puerta que me devuelva en el tiempo.
Por las tardes, siento ansias de allegarme
al mar,
y lejos de la inclemente modernidad,
correr por los tejados de un poema
y abrazarte al final del último verso.
NOSOTROS, INFINITOS

Hoy los muertos no me duelen como ayer.


Hace mucho me han dejado
sordo y frío.
Los cadáveres me son tan naturales
como el agua
fluyendo hacia el océano.
Los que ayer soñamos el sol,
avanzamos también como el agua.
Transformarnos en tierra bajo la tierra
es inevitable.
Dispersos para siempre en el infinito.
Sin memoria, con los ojos ausentes
de sus cuencas.
Con los brazos quebrados y sin dolor.
Marchita la piel y el deseo.
Es la muerte sin distinción,
la igualdad bajo la tierra.
La muerte que nunca sabremos
tras esa misma muerte
porque nuestra conciencia
será sólo materia agusanada.
Es la muerte anunciada
antes de nacer,
el ciclo vital y obligatorio para la paz
de nuestros huesos.
Es la muerte, que me besa en el núcleo
de mi Armagedón,
para mañana parirme
en un asteroide desconocido.
Es la muerte, desnuda y hermosa,
mi amiga íntima.
La amante que sobrevivirá
el holocausto de la existencia
mientras las palabras se embarcan
en el torrente de los siglos.
EL DÍA QUE CONOCÍ A MAGDALENA

Antesala.
Madrugada.
Marginalidad y tugurio.
Nunca habitó las
delicias del mundo
mujer más eróticamente angelical,
más puta y más dama a la vez.
Groseramente hermosa, enfundada
en un lenguaje tierno y ferviente,
gracioso y obsceno.
Mujer de risa sonora,
simpatía religiosa y profana.
Delicados gestos de monja
y cadencias lascivas le recorrían
las riberas del cuerpo,
sostenido por dos columnas irresistibles.
Pelo naranja, largo y ensortijado,
acariciando
sus senos erectos y desnudos.
Durante horas,
consumió con su impronta
y tersura
su piel contra mi piel,
la extensión de su carne
contra mi carne.
Al abandonar la madriguera,
ardiendo el mediodía,
nos dijimos adiós..., y tal vez.
PAILLALEF

Cada año que envejece,


trae muerte
en los cabellos.
La muerte que llega de tanto
naufragio, de tantas sombras.
Del horror social
estrangulando brújulas
y antorchas de nuestra música
íntima y desoída.
La muerte desatando su imaginación
sobre la tierra,
su lógica de musgo y arena.
Su sed inagotable
e invencible.
La muerte y la vida,
tomadas de la mano y sin fin.
TRASNOCHANDO

Amo las cantinas


más que el aprendizaje académico
de toda mi vida.
En ellas se diluye la moral
híbrida e inconsecuente
de nuestros antepasados.
Entre la humareda ajada
y borracha
que recorre las mesas
chorreadas de licor,
vienen a visitarnos los fantasmas
asilados
en los extramuros
de los antiguos bares.
Me embriagan más que el vino
de estas copas amanecidas,
las prostitutas
que derraman su amor ancestral
entre las piernas.
Me recorren el cuerpo
las migajas abandonadas
por el poeta que murió lejos del hogar.
Y al mirar por la ventana
el terror que asola el mundo,
reenciendo las barricadas
que derrumbó la historia.
No puedo ser la escritura absoluta
de los acontecimientos, lo sé,
pero tengo claro que mi palabra
es mayor
que el efímero arte por el arte.
En la distancia, sin pedir su auxilio,
lo dionisíaco y prometeico,
que aún queda sobre la tierra,
me guiña un ojo.
CIUDAD A TRASLUZ

Me lastima con su eco


el gemido subterráneo
de los habitantes
de esta ciudad clínica.
Me devasta la sonrisa
el péndulo que oscila
entre los ojos desesperados
de los mendigos.
Las promesas no son más que ilusiones,
arrinconadas
en los harapos que cuelgan de los edificios.
Una suciedad de medioevo, sacude
su alfombra sobre los vestigios
de las promesas desechadas
por el monarca
del prostíbulo neoliberal.
ATARDECIENDO

Un hombre cava una tumba


a los pies de su memoria,
donde hace años corriera sangre
hoy naufraga un grito
con las vértebras destrozadas.
Las ciudades han remozado
sus rostros
mientras una anciana
se dormía al vaivén
de su silla mecedora.
Ya no existen viejas peluquerías
ni boticas con anaqueles
de caoba en los ojos de mis padres.
La luz borda sueños en mi ventana
y el ocaso lame sus heridas.
A las siete y treinta bebo vino
y escribo un poema con mis cicatrices.
JORNADA

Algunos obreros se emborrachan


en los bares que circundan
las riberas del río,
vuelven a su casas como sonámbulos
embriagados de antiguas canciones,
mendigando un boleto
de bus.
Las fábricas se encienden en la hora
que muere antes del primer
mordisco de pan.
Todo es tardío en los estómagos
de los obreros,
todo es plenitud en la caja fuerte
del cabrón que los explota.
El día avanza, y un murmullo de miseria
lapida los intestinos de la ciudad.
TODO

Todo,
menos la pausa,
la quietud.
No te detengas,
jamás te detengas
en las esquinas
que has bebido demasiado,
en las esquinas
que has acariciado
hasta sangrar
dentro de la muerte
de los que abandonaron
la vereda.
1973

Fue el setenta y tres


un día arrebatado a la adolescencia.
Calle El Roble encadenada
con avenida Guanaco y militares.
La cantina Gato Blanco
y sus licores
dando paso a cretinos con bayonetas
suplantando peluqueros.
El pelo largo era un don de la libertad,
debía perecer, lo mismo
que La Moneda entre las llamas.
LA GOTA DE AGUA

Una gota de agua


tiene sed en la boca
de un obrero.
Una gota de agua
sangra en la tierra
de los pehuenches.
Una gota de agua
rueda por el mundo,
huyendo del fuego
despiadado
del Banco Mundial.
La humanidad sucumbe
sedienta,
una gota de agua
es asesinada
diariamente
en el descriterio del poder.
ANTIGUO

El polvo navega
en el devenir
descolorido de las azoteas,
el barrio antiguo
huele a muerte
en sus maderas
y augustos vitrales.
El cité de la cuadra
adoquinada
ya no tiñe su pelo
y asume a los ancianos muertos
bajo los dinteles
vacíos.
El polvo, regresa cabizbajo
al útero de la tierra.
FUEGO MORTAL

A Eduardo Miño

El mediodía y el desgarro mortal,


el fuego y la indiferencia.
Muchas muertes
dentro de una sola muerte.
Ardió como un hombre sin identidad
frente al Palacio de Gobierno,
sin sombra ni pan en los bolsillos.
Su alma inmensa de humanidad,
se fue de viaje hacia
donde otros hombres murieron antes.
Ardió como la erupción de la tristeza
en los vestigios del que nunca tuvo nada.
Se marchó solitario de soledad
y con los dientes apretados
de rabia e impotencia,
con la esperanza y la tragedia
entre sus manos.
EN ESTA HORA DE LA TARDE

El cementerio es textual
en esta hora de la tarde,
los deudos sacan lustre
a las lápidas.
Los más acaudalados yacen en insignes
mausoleos, lejos de la tierra
que cubre los huesos de la fosa común.
El Patio 29 es más triste al anochecer,
posee una extraña
escenografía.
Quizá sea la levedad
de los difuntos que comienzan
a desperezarse.
ENCONTRÓ NADA

El hombre salió del Bar, buscó en sus bolsillos.


Encontró nada.
Caminó sin dirección alguna en su rostro,
titubeó al cruzar el puente que conducía
al silencio de su habitación,
se durmió cinco veces antes de fumarse
el amanecer,
levantó el auricular y quiso discar
un número que no encontró en su memoria.
Desconsolado, recorrió las calles
hasta vislumbrar la noche.
El hombre salió del Bar, buscó en sus bolsillos.
Encontró nada.
EPINICIO

La gran revolución continúa esperando


su oportunidad,
los errores de unos pocos no detendrán
la victoria de todos,
la globalización imperial caerá
ajusticiada en su propia injusticia,
los pueblos alzarán sus banderas
en el mástil de cada cultura,
vendrá el hombre nuevo,
el verdadero,
con brotes y luz en sus bolsillos.
Sin dioses ni gendarmes,
solamente con una sonrisa
ancha y democrática.
SÓLO ESTA NOCHE

Ven esta noche,


y sin mediar palabra,
abre mi pecho con un beso
para que de él salgan ciudades antiguas
y el rostro de mi padre muerto.
Arranca mi corazón y ponlo
entre una camelia y la lluvia.
Sólo esta noche, cuando desnuda y lenta,
la sonrisa del otoño se extravíe
en mis temores.
Cuando una puerta
encuentre su llave en el intervalo de mi sed.
Cuando la luz y las tinieblas
se reconcilien.
HIGUERILLAS

Observo el mar
cuando ya la noche cubre
su extensión.
En mis labios, un cigarrillo
quema sordas cenizas por la ausencia.
Como un vuelo, los mástiles
de los botes en la bahía
hieren la noche.
La cama y la ventana son las mismas.
Un recuerdo
cae lentamente
hasta hacerse invisible en la oscuridad.
Mañana, brillará otro sol…
EL POLEN QUE RENUNCIÓ AL SILENCIO

Se desmoronaba la rotunda profecía del miedo cuando las aguas


surgieron junto a los frutales y el pan. Fue aterrador el grito en los
edificios y alcantarillados. No había puertas ni ventanas que
sostuvieran las oraciones ¿Dónde estás? Se escuchaba balbucear a un
lamento a lo lejos. Era el eco tardío de los pecadores. No había tiempo
ni espacio en la matriz de la ausencia, tampoco piedad en la rutina
que destrozó las posibilidades. La ciudad en muerte y la resurrección
brotando de la sal. Observé todo desde el origen mientras el Canon de
Pachelbel taladraba mis arterias. La albúmina no cesaba de parir luces
en las montañas y el Cristo lloraba emocionado ante el resplandor de
los hombres. Un destacamento de obreros alentaba las banderas
agitándose en los umbrales de los sepulcros. Traían el corazón abierto
y una bala clavada en la frente.
FANTASMAS ATRAPADOS EN SU PROPIO DUELO

Abandonado a mi suerte, sólo me quedan dos botellas de vino sobre el


escritorio. La noche me ha entrado en el cuerpo como una bofetada de
hiel. Ha venido como un ultraje a la memoria, girando entre los
desvelos y la noción de un extravío. Ha posesionado un rezo sin Dios
ni púlpito. Se desliza y aloja en una lágrima que se seca en la
distancia. Escucho voces en las veredas, a una mujer en bicicleta frente
a la ventana, a las bibliotecas que sacuden el polvo y besan. El amor se
ha distraído en las ojeras de la muerte, la basura flota en el aire
mientras llueve, dos almas arrebatadas comparten una cena. Es un
respiro de la misma historia, se miran a los ojos, penetran sus pupilas.
Ella observa, explora, presiente. Él fija la vista bajo la blusa, percibe la
brisa que los desnuda. La osadía y el tiempo se escabullen como una
fábula entre dos eclipses. Una palabra inexistente, volátil de piel, arde.
EL HOLOCAUSTO EN LA SALIVA

La noche se ha estrellado con un hueso, ha quebrado su mandíbula


sobrepasando el tránsito de las balas entre dos verbos que se hieren
mutuamente. Nada queda de aquellos motivos cuando las
posibilidades y la verdad pretendían la semilla sobre las mesas. La
cuchillada traicionera sesgó la raíz y vertió la sangre sobre el río de la
ciudad. Es inmenso el vacío, explosivo el camino y la muerte. La
incertidumbre y los silencios transitan enloquecidos. Cae la noche, los
cadáveres se levantan para volver a morir. Una sensación horrible
lapida los sueños de los sobrevivientes, la angustia parece querer
escapar de su órbita acelerando a la velocidad de la luz. Es lúgubre la
pólvora con sus garras y sonidos que rasgan los asesinatos. Los
estómagos se trizan y aúllan. La hierática acumulada cae por los ojos.
Los zombis tienen frío de sus tumbas, han regresado para matar
¡Cómo les duele la vida! Ya la noche no tiene lágrimas ni testamento, y
quién abra su ventana sólo encontrará soledad, desiertos y cardos de
mirada vacía. El descontento golpea las puertas. La miseria se
abandona a las cantinas del pueblo, busca su tumba entre las calles.
Una espada se sumerge en el mar. Las cenizas se marchitan pues ya
no se pertenecen. Las cicatrices se alzan en la cumbre de los pañuelos,
mientras el firmamento escupe sobre el crimen.
REENCUENTROS A LO LARGO DE UNA ESQUINA

Existía aquel lugar el día que asumimos el adiós, pálidos de


reencuentros y refractarios en el lecho. Encumbrados por la avenida
de los aromos frente al Bar Cantera, lluviosos en la esquina azul de las
ilusiones. Manos en silencio y la vista fatigada de tanta historia, de
tantos dobles sentidos, audiencias y respuestas vacías. Mutiladas las
auroras y los labios agotados.
EL TIEMPO ERA UNA PALABRA

Se han decantado las palabras, se han nevado las vocales. Apuro el


tranco entonces y abro un libro. Me invade una metamorfosis que no
reconozco. La hija claroscuro de Calíope se atraviesa en mis
divagaciones, trae un enigma en su frente. Una fotografía que luce con
orgullo en su voz. La noche se dilata en la niebla y un cementerio me
hace una mueca a la distancia. Enciendo un cigarrillo y golpeo una
puerta amiga, me recibe un vaso de licor y una sombra que me dice:
Veo que has muerto nuevamente, acaso no te cansas de soñar.
ARDE LA SUPERFICIE DE MI MEMORIA

Existe un poema que jamás escribiré, no tengo palabras, sólo él las


sostiene. Son paisajes interiores, brumosos castillos que aguardan a la
muerte, vivas pasiones que estremecen. Lo presentí un día al caer la
luna sobre las ruinas de una casona en el campo. Se encontraba entre
un bosque de álamos y caminos que sostenían el mar en sus caderas.
Alrededor, una ciudad de esas que devoran los sueños, de esas que se
incrustan en la modernidad para saciarse con el sudor de los
desamparados. No hay proclama sin ausencia, ni tempestades sin
tragedia. Tampoco el dolor existe sin haber amado. Aquel poema está
latente en algún lugar de las azoteas, desde donde al observar el
mundo sólo vemos las banderas del oligarca. Pero a granel suenan las
trompetas a la distancia, a granel se escucha la voz de los niños que
crecen iracundos. En sus manos cambiará la dirección del viento, en
sus manos los sueños tejerán otras banderas.
NUESTROS CUERPOS NOS HABLABAN

Nos atrapó una tarde de ópalos y albores, desnuda y lenta. Un juego


de gestos y tacto. Llegaron las marejadas de la piel, lo más intenso
recorriendo los sabores del fuego. Alturas y anagramas como destellos
sobre nuestros hombros. Nos atrapó la tarde y la noche abrió los
besos, tus manos y mis manos adentrándose.
LA NOCHE DE ORILLA A ORILLA

Están detrás, siempre detrás, con la conciencia arremolinada entre las


últimas hojarascas que los presienten. Arrojan las bestias a galope
tendido sobre llanuras y siembras, van carcomiendo los cimientos de
los ríos como en una hecatombe de vísceras humanas. Tienen su altar
en los templos deslavados y espurios. Desde allí emergen cada noche
de amapolas para sitiar la bella ciudad de los ensueños. Profanan el
mármol de las vírgenes aladas de los cementerios y se recogen al
amanecer con los dientes festivos.
LA BREVE CUENCA DE ESTA COPA

Las madrugadas son breves cuando sopla el viento, arramplando el


vino en el cristal. Se desboca el corazón y las sinrazones asesinan los
tropismos que sembramos, dejando al descubierto los desvelos que un
día llamamos amor. Se defraudan los símbolos y un argumento se
agota en su realidad. La brevedad de una copa puede ser eterna, la
salvación o la muerte a través de la ordalía. La entrada sin terrores al
reino de Dios.
LA TIERRA SE ABRE COMO UN ESQUELETO

Junto a la mirada fría de las aguas se atora una ilusión que pierde
lastre en su alocada navegación sobre el Estrecho de Magallanes.
Deambula una idea mortal en este cementerio, ausente y lluvioso,
elevada por el viento hacia otro continente que no es mi continente. Se
fractura un latido arterial por la noticia que golpea indiferente encima
de los árboles y destino. La escarcha se consume negra y maldecida,
con un espolón clavado en su quilla. Los muertos comienzan con la
muerte sin muerte. Un día vendrá allí la tardanza de su cabalgata a lo
largo de los puertos, vendrá el eco de su voz para tender flores sobre
las flores, circulando al garete en la ocasión de los deseos. Se
despertarán las llamas de la espera, se escucharán los naufragios de
ancestrales timoneles estrellados contra el silencio. Crecerán símbolos
extraños en el origen de la ansiedad; algo súbito en las manos, que
debieran ser otras manos. Se formalizará un regreso que nacerá y
morirá en estos mismos parajes cuando los recuerdos sean redención
en los recuerdos, cuando el viento corte la carne y sólo encuentre un
cadalso y una hoguera.
LA CALLE ESTÁ VACÍA Y CLARA

En memoria de Rodrigo Cisternas, trabajador forestal

Una bala atraviesa el corazón de quien busca pan para sus hijos. La
forestal Arauco acuna los dólares y el crimen, depreda la savia y
florece la muerte. La sangre del obrero es un fertilizante más de la
codicia. El dinero ceba las billeteras del empresario y los trabajadores
se duermen en la arboladura de las pulperías que renacen en las
tarjetas de crédito. La calle está vacía y clara, alerces y lengas
sucumben tal como sucumbe la vida de Rodrigo Cisternas.
BITÁCORA DE UN COSMONAUTA

Regresé casi al fin del holocausto, venía de un planeta donde la


cordura encarceló al espanto. Partí un día de ensueños a explorar las
galaxias, degusté las razones de lo inagotable, bebí jugo de lunas en la
copa de las ecuaciones, busqué la fe de los hombres en todos los
espacios, en todos los tiempos, y sólo hallé átomos interminables,
civilizaciones a raudales: multiformes, durmientes, vocingleras,
altísimas y cavernarias. En la cuarta centuria de mi viaje viré en
espiral, perdiéndome en la velocidad devoradora de un año-luz, di
vuelta por los espasmos satelitales, recogí a una mujer de geométricas
cadencias en la ruta de los cometas. La leche de la Vía Láctea se secaba.
El ojo de un asteroide escudriñó mi nave como queriendo contabilizar
los siglos en el fuselaje. Todo es materia: el vacío, el cuerpo, el
pensamiento deambulando sobre una almohada de ilusiones; nuestra
búsqueda, incrustada en el troquel de las estrellas, nuestro origen de
agua. El materialismo dialéctico tenía la razón.

Viví más años de los que tengo, habité un planeta por fin habitable, fui
testigo de los meteoros fugados de las llamas, emprendí el retorno
cuando aún era eterna la longitud del universo, la Tierra vomitaba
gases como una chimenea saturada por la industria de la demencia.
Escuadrillas de mutantes bombardeaban la nada, enloquecidos en sus
vuelos macabros, sin luz, sin aire, sin rostro humano. Un horror
quirúrgico azotaba las ciudades, el morral de la historia colgaba en el
apéndice de las catacumbas electrónicas, los auto-elegidos de siempre
lo habían logrado.

Aquí dejo mi testimonio, en órbita indefinida. Alguna gota de mar se


habrá salvado, confío en ello. Algún día tocará mi puerta, trayendo
espigas en su boca, lo sé, aunque hoy sea hora de callar.
ALGUIEN LLEGA EN LA NOCHE…

Alguien llega en la noche


Entra sin golpear y me dice:
Disculpa la tardanza, he muerto y no lo sabía.
Anduve en un país lejano que no reconocen los mapas
ni el idioma de nuestros antepasados.
La lluvia fertilizó mi rostro muchas veces
antes de parir mi lenguaje una razón en lo cotidiano.

Aún era un niño cuando escuché por primera vez


que amor y desengaño son dos alas con opuestos destinos,
que la semilla que brota desde la piel ansiosa de caricias
puede ser lágrima o flor.

Milité junto al arado y a la sublevación de un pueblo


que continúa esperando su plusvalía.
Así fui forjando la dinastía de mis sentimientos en tanto mis ojos
grababan cada página de los libros que me concedió la aurora.

Un día de extramuros me interné por un sendero


que creí conducía al Edén, pero sólo era el sueño del cual me hablaron
mis padres antes de morir soñando que en el mundo había esperanza.
Me estremecí entonces y lloré sobre sus sepulcros sin comprender los
signos de la muerte.

Antes de llegar hasta tu habitación pernocté muchas veces en lo árido


de un beso,
en la sensación de la soledad enseñando sus fantasmas.
Sólo la foresta y el lenguaje de las raíces lograron que mis razones
escalaran hasta la sonrisa de los valles. Allí encontré al indígena y al
campesino
bebiendo del mismo manantial.
Estreché sus manos y me alimenté de la madera y la flor,
de la lluvia y del vocabulario de las montañas lúcidas e inmemoriales.
GÉNESIS EN EL BÍO-BÍO

I
Vinieron del cielo con su corazón azul
para poblar vegas y ríos,
montañas, bosques y volcanes.
Traían en su garganta el idioma de Wenu Mapu,
que sería el mismo de la humanidad.
Conocían el lenguaje
de los animales y de los árboles,
del viento y del agua.
Chao Kalfú y los buenos espíritus
se habían entristecido al observar un mundo
de páramos y desolación.
Con la espuma blanca del cielo amasaron
a los nuevos padres y besaron sus frentes,
pues temían abandonar el firmamento.
Pero Chao Kalfú dijo su palabra:
“Cuándo canten muchos hombres sobre la tierra,
ustedes volverán arriba y brillarán”.

II
Abrazaron la tierra y se vistieron de azul,
recolectando el sabor que ofrecían
los valles y el mar.
Convivieron con las aguas y lo sólido,
con la lluvia y el sol en armonía,
hasta que la lucha entre
Cai Cai y Tren Tren fue feroz
y las aguas cubrieron la tierra.
Los hombres escaparon a los cerros
para luego regresar
–los que sobrevivieron-
a repoblar cuencas y riberas.
III
Abajo había más peces y piedras,
más paciencia, más bosques y vidas seculares,
el Nguillatún y la calma.
Arriba, los antepasados corrían
por Wenu Leufú tras el choique,
marcando la Cruz del Sur
en el horizonte.
Vinieron del cielo, y un día volverán
a ser estrellas.
OVALLE EL NAVEGADO

En memoria de su tripulación

Una bombilla se cimbra sobre la puerta desgastada por la lluvia,


sus colores quedaron atrapados en el oficio de cada noche,
cuando las borracheras exploraban las entrañas de las prostitutas
y el olor de los vagabundos enmudecía las mesas
de la cantina más pendenciera del puerto.
Hoy las ruinosas murallas sólo conservan garabatos indescifrables,
allí le cortaron la garganta al travesti Toledo
y la gorda Clorinda perdió la virginidad a los cuarenta y cinco años
tras enredarse en la sotana del capellán de la marina.
Fueron años de corsarios y naufragios, de besos fugaces y de sombras,
cada tiempo y cada historia golpeó la sangre y los fluidos.
Las razones y sinrazones fornicaban con tristeza en las esquinas,
como queriendo expurgar los pecados de los apóstoles.
Hubo noches de tormenta y risotadas de otros continentes,
amores sacrílegos estrellándose contra el oleaje de la vanidad.
Habitaron sus recodos estibadores y cafiches, marineros de otros
mundos,
mecheras de oficio permanente y más de algún poeta ceniciento
que bebía sus nostalgias.
Empleados públicos y otros desahuciados siempre tenían un hombro
donde llorar.
Codiciosos jugadores encontraron las estrellas y otros tantos
viajaron de improviso al cerro Panteón, donde el azar es una jugada
de Dios.
Setenta años justos navegaron los tripulantes de encendidas guitarras
y canciones,
sin principio ni fin a lo largo de flores y cuchillos, de banderas y
religiones.
EL CAMINO

Sin saber adónde vamos ni si llegaremos,


abandonamos el pecho de la madre.
La encrucijada es permanente,
las azoteas, los péndulos,
cada lágrima y cada risa
que se nos atasca en el camino.
El amor puede ser ángel o demonio,
nunca indiferente.
Las ventanas y las puertas la salvación
o el sepulcro.
Sólo la lluvia es impredecible alrededor
del mundo,
las olas y el sabor de un beso.
RAÍZ

El agua habla, la tierra sonríe,


como si los holocaustos del ser
no hubiesen habitado nunca
la derrota ni el ocaso.
Los dioses jugaron su suerte
a las cartas y apostaron mal.
La humanidad los sobrevive
y los seguirá sobreviviendo
en cada golpe de arado y de andamio.
Permanecerá el vigor
de la sangre que anidó en la memoria,
los nombres de los huesos que olvidaron
los dueños del látigo y la cruz.
El agua habla y retorna a su cauce,
la tierra sonríe y da vida
al huerto que se cobija
en el útero de la memoria.
DESNUDA
(Texto sobre una fotografía)

A Úrsula

Presintiendo el miedo y el desamparo,


cubriendo el ojo aterrado de mundo,
desnuda como la belleza y la muerte,
has llegado.
Aún no sangras entre la multitud
ni la luz hiere tu piel, niña de leche y de sombras.
Sola reposas frente a la cruz antes de abrir las alas
sobre los signos de la noche y el alba,
ovillada como un poema que cobija
la semilla que fecundará el viento.
LA VENTANA DEL TEJADO

Techos, recodos sin apellido preludiando el misterio de la distancia.


Fantasías climáticas en franco diálogo
con el periscopio de las ventanas.
Tabernas clandestinas rumiando la desdicha
en el alma de los conversadores trasnochados.
Nada -o quizá todo- tiene claridad
en el clímax de la noche.
El océano y sus olas han inundado de lágrimas el anochecer.
Bien recuerdo sus palabras contenidas,
cuando sus ojos hablaron en lugar de su boca.
Faltó entre todo lo que fue, la plenitud de nuestras verdades,
conceptos retenidos en la duda, en el temor de no ser,
en el silencio del deseo.
En el horizonte, un destello de anticuario
distrae la orfandad de las estrellas.
Neumáticos encendidos vigilan las barricadas,
elevando el humo de la resistencia.
Los pueblos planean en los callejones el nuevo
signo de la libertad.
Repudio las sillas con rótulo cuando de asambleas
populares se trata.
Una jabalina ensangrentada cruza el mediodía.
Como un augurio matinal se desprende el color de las buhardillas.
Los faroles anuncian el paso del hambre por los suburbios.
Una mujer, sentada en la moralilla de la moral, exhibe sus piernas
a los jinetes de los prostíbulos.
Automóviles desquiciados ríen a carcajadas por las avenidas.
A lo lejos, una tumba
A lo lejos, el ánima de un tren
A lo lejos, el llamado de los caminos
A lo lejos, el mar, el campo, la belleza y su fiesta.
BORDEANDO EL SIGLO

Sin escuela ni escalafón,


la vida circula en mis entrañas,
sencilla y docta, ebria en ocasiones,
como la lluvia o una canasta de verduras.

Circula de este modo en mis manos,


sin demora, sin afrentas,
sin naufragios en la ideología.

Oriunda de las raíces,


estalla y besa,
complementa y evalúa
más allá de los extramuros.

La vida es el agua de una fuente


hacia la muerte,
de ella bebemos con la cotidiana
confianza de la eternidad.
ABECEDARIO

No sé dónde, cuándo o si jamás,


ventanas y puertas aguardan la luz
lejos de las tinieblas.
Tampoco sé si el camino
es breve o tardío,
o tal vez ágil en su distancia.
Pero sí estoy seguro de las alas
y navíos que encuentran su ruta
al norte de mi corazón.
Los oleajes, inciertos o veraces,
guían mi voz y la búsqueda
que peregrina en mi melancolía
de trenes y estaciones rurales.
Sobre las montañas,
un silencio enciende el abecedario
y las palabras multiplican
los colores de la misma manera
que las casas cuelgan de Valparaíso,
al borde de un octubre
que besa y florece mi memoria.
LOS OJOS DE LOS NIÑOS PALESTINOS
(Julio 22/ 2014)

Los niños de la playa de Gaza avizoraban el mar


con sus ojos palestinos, que son luz y asombro
como los ojos de todos los niños del mundo.
Jugaban con las olas, tan lejos y tan cerca de la muerte.
No lo sabían. No lo imaginaban. No cubrían sus rostros.
Eran tan sólo niños, armados como se arman todos los niños:
Con sonrisas y manos, con fiestas y colores.
Pero del mar no llegaron gaviotas ni serpentinas, sino bombas,
desquiciadas ojivas arrojadas desde la sagrada menorá,
como bolas de fuego del Armagedón.
La oscuridad cubrió los bellos ojos palestinos
de los niños palestinos.
Estallaron las sonrisas y las bellas manos
que alzaban los colores.
Pensé en Sofía y Efraín, en Manuela y Vicente,
y en todos los niños del mundo
que también tienen los ojos palestinos de los niños palestinos.
Los niños de la playa de Gaza ya no juegan
en la playa de Gaza. Las olas y la arena sangran con la sangre
de los ojos de los niños palestinos.
Allí jugaban con las olas y el balón.
Tan lejos y tan cerca de la muerte.
No lo sabían. No lo imaginaban. No ocultaban sus rostros.
Un siglo de silencio por los ojos de los niños palestinos.
LA SALA DE HOSPITAL

La sala de espera del hospital me huele a purgatorio,


a pesadumbre y labios temblorosos.
Me rodean miradas extraviadas, temerosas del destino.
Ancianos que no pueden evitar ser ancianos
y funcionarios autómatas que no pueden evitar
ser funcionarios autómatas:
¡Paciente Pérez, al cubículo 21! ¡Paciente Silva, al cubículo 16!
Interminable etcétera, interminable espera.
¿Por qué los hombres temen a la muerte? me pregunto,
si lo extraño sería no morir.
Recuerdo lo versos de Píndaro:
Nuestra suerte es morir, entonces, para qué permanecer
ajenos a la inconmensurable belleza.
Y me doy cuenta de que mi inconmensurable belleza
no es la sala de un hospital ni un pabellón quirúrgico,
ni nada parecido, sino que es la travesía del bajel Argo
o los avatares de Juan el carpintero,
que murió en el patíbulo por revolucionario.
La sala de hospital me huele a lamentos, a dormirse
entre sollozos y escapularios. Por eso nada es más ajeno
a mi corazón que una sala de hospital.
Solamente me reconozco en las llanuras de Troya, en la Sierra Maestra
o entre los einhériar que cabalgarán el día del Ragnarokk.
Me reconozco en las razones de Leónidas y en las sentencias de
Lucrecio.
No temo lo vastamente conocido ni lo vastamente desconocido. No.
Mis motivos enarbolarán siempre el camino
infinito de la materia y la dialéctica. He allí el destino y las sonrisas.
PROCESIÓN

Más paciencia y menos asombros, el tiempo vacila,


el cielo se expande y multiplica sus caminos.
Por el mar se alejan barcos cargados de ventanas y barrios,
los esperan continentes hasta hoy desconocidos.
El pasado comienza a esfumarse mientras las gaviotas
también emprenden la marcha. En la playa
que un día fue una fiesta, naufraga un beso
mitad sombra y mitad luz.
ODISEA

Así se va la vida, viajamos desnudos como el primer beso,


solitarios y extraviados. La travesía es sin equipaje,
sin cartografía ni brújula, para qué, si allá todo es sencillo,
materia dispersa en la materia, como el día de la creación.
Silencio, sí, silencio en la eternidad de las palabras,
silencio en la algarabía y en la derrota, lágrimas abandonadas
tal cual se abandona una ciudad que sucumbió de mentiras.
El tiempo no existe, ahora lo sé, aunque tal vez siempre lo supe,
pero me negué a deambular por sus acertijos, preferí la luz
de los barrios antiguos y sus plazas nostálgicas de lluvia.
Recuerdo una barricada al sur de un Santiago aterrado,
eran los años ochenta y la muerte silbaba en las esquinas,
había muertos sin rostro y la vida se aferraba a un as de bastos.
El tiempo no existe, lo reitero, es sólo una ilusión perenne,
una cicatriz que advierte y divaga, un golpe de timón que no cesa.
Pero insistimos en esa vida de huracanes y remansos,
en aferrarnos a la oquedad que dejó un corazón ausente.
Así se va la vida, vacía de ilusiones, reticente al derecho de soñar,
desconfiada del alba que se anuncia y no llega, eternamente
asesinada desde el primer llanto sobre la tierra.
SIN FRONTERAS…
(Octubre 05, 2014)

De palabras y de hechos,
de copas y piel, destellas.
Te presiento como el misterio
de un libro ausente,
guardado en la biblioteca
de tus labios.
Escucho tus puertas
cuando beso tu cuello.
Crece la noche y los motivos,
fluye un acertijo,
un deseo que respira.
Navegamos nuestros
puntos cardinales
sin fronteras ni anclas.
Amanece con fuego alrededor,
las llamas aún no se apagan.
AL AMANECER
(Febrero 16/ 2015)

Para Emilia y Sue

Emilia aún duerme


en el vientre de su bella madre,
más allá del silencio imagino su voz.
Su corazón late en mi corazón
y la reconozco en los ojos de Sue.
Despertará un día del mes de julio,
y presiento que será al amanecer.
Vendrá Emilia y su sonrisa,
como una flor
adelantándose a la primavera.
Nuestra flor para siempre,
el hermoso azar de nuestras vidas.
SATÁNGEL

se puede sacar la cabeza por la ventana


y mirar la noche/ están ahí/ siempre estarán ahí
esos lejanos mundos

José Ángel Cuevas

Las ideas alucinaban ambiciosas en la mente de Satángel. Siempre


ocupaba el mismo asiento en aquel antiguo Bar, callejuela de
adoquines y madera. Siempre observaba desde la misma ventana de
vidrios añosos, los ensueños extendidos sobre el mar y los cerros,
dejados allí, al viento, por los habitantes de aquel puerto de
ascensores y lejanías.
¿Cómo recoger aquellos sentimientos, desatados en un solo
poema?
El amanecer hirió sus ojos. Un sol tenue anunciaba la hora normal
entre los hombres, la hora normal para los que huyen de lo dionisíaco
que nos concede el mundo.
Satángel juzgaba a la sociedad al igual que la juzga una veleta que
gira sobre las estrellas, serena e infinita. Satángel creía en la
hermosura de la nostalgia borboteando dulce al borde de una copa de
vino.
Adentro del Bar, un tango que evocaba San Juan y Boedo. Afuera,
una calle húmeda y triste.
Satángel decidió regresar a su cuarto, repentinamente lo invadió
la necesidad de estar a solas, pues hay confianzas que no mueren
jamás.
Al llegar a la escalera, que conducía a la calle donde se
encumbraba su casa revestida de calaminas, se detuvo y miró hacia
aquella esquina inevitable. Sacó un papel y escribió:

La vieja esquina del barrio


sabe de tu ausencia
y entona aquella nuestra canción.
Todo en ti perdura,
nada se escurre en las alas
de tu tiempo y naufragio...

Satángel subió hasta su habitación, extendiéndose a lo largo de la


música y un cigarrillo que humeaba trópico y piel oscura.
Nadie, como él, entendía el desgarro de los marginados del núcleo
de la sociedad. Amaba la sinceridad de las putas/putas y el olor de los
mercados. Las extensas conversaciones con los vagabundos y la
absoluta libertad, desatada como en un festín de bailes en el festejo de
la gran revolución.
Un golpe en la ventana anunció la presencia de Antonino
Cereceda, el mismo que cada día caminaba por la calle de entonces y
de hoy hasta la plaza del barrio, rodeada de almacenes, bares y
algunos puestos de fruta y pescado. Allí se festejaba a su gusto entre el
incesante ir y venir de los vecinos-mediodía.

(Ven Satángel, ven, aquí están las terrazas del mundo y sus jardines
de flores ya extinguidas sobre la tierra)
Satángel cruzó el ventanal y penetró en la ciudad donde el pasado
continúa su sobrevivencia. La ciudad era luz y polvo, miles de años
confundidos entre sí, mares y vientos contra el muro visceral del
planeta.
Avanzó como si cabalgara suspendido en el aire. Miles de
imágenes se estimulaban a su paso. Antigüedad, presente y futuro,
mezclados en una sola razón.
Su parte del siglo era su única pertenencia, lentamente
volviéndose olvido o distancia en el otoño errático del mundo. Su
mayor extensión, un rostro de niña sonrosado por el alba. Y era
octubre, siempre era octubre en el corazón del hemisferio.
Traía en su sangre un callejón polvoriento donde aprendió el
lenguaje doloroso y heroico de los que murieron en septiembre con
sus rostros incrustados en las estrellas al amanecer.
En sus maletas, cargaba playas tristes como principal equipaje, y
un lugar remoto lleno de escaleras torcidas y antojadizas le subía por
la noche de sus huesos.
Un farol y una glorieta, deshojándose en el ala de una gaviota,
transportaban en los años encanecidos algo de tortuosa y singular
bohemia.

(Vamos, no te detengas, continúa, tú, el que nunca ha dejado de amar


la luz auroral que galopa sobre la ciudad, despertándola para vivir su
tragedia)
Satángel incursionó por una calle humedecida de gris invernal,
como una lágrima escarchada, hasta un sendero que recordaba la ruta
hacia el confín de la juventud. Hacia el comienzo del silabario
universal.
Un cantor, sentado al borde de una tumba, le ofreció las cuerdas
de su guitarra para juntos entonar viejas estrofas empolvadas por el
silencio de la muerte.
Satángel se detuvo, reconociendo aquel espectro:

Es mi memoria tan vagabunda, amigo,


como el horizonte de tus canciones...
Un recuerdo arcano y melancólico,
que aún está por suceder,
me hiere tristemente.

Luego silencio, siempre silencio.


Una avenida lenta e interminable se anunciaba a lo largo de un
pájaro nocturno que planeaba en el semblante de un ensueño.
Quizá el viento y sus cadenas desatadas, sus cadenas sin timonel
reconocido. El viento y sus antiguos ritos anclados en las raíces del
tiempo.
Un crepúsculo derruido por la edad del no ser agonizaba en la boca
de una ajada fotografía.
En un recodo de la avenida, flanqueada por aceras estrechas y
altísimas murallas semejantes a las de una mítica ciudad o fortaleza,
se le presentó una hermosa niña castaño-boreal.
¿Me recuerdas?:
Yo nunca te he olvidado, pero sabes muy bien que la desgracia y
el desencuentro corroen esta sociedad, sucumbiendo los nobles
sentimientos en las fauces de los perros envidiosos y los corazones
podridos por la arena rotunda del fracaso. En la aspiración estéril del
afán de cada día que no se pudo conquistar. Mira hacia el mar
Satángel, observa allí, encima del horizonte por anochecer, la historia
primera y última de las figuras difusas que atormentan tu corazón,
aglutinándose atardecer a atardecer en nuestros cuerpos, rebasando
de agridulce nuestra sangre anochecida.
Satángel se sentó junto a la muchacha y contempló la plenitud de
las aguas. Allí se multiplicaron escenas trágicas y eufóricas de la vida
de quién pudiera ser cualquier hombre sobre la tierra, sensibilizado
por la esperanza prometeica de la humanidad. Por la algarabía de los
siglos derrumbándose sobre el ocaso de los dioses.
Un niño pequeño corría desprevenido por un parque de pastos y
arroyos blancos, como su propia inocencia. Soltaba interminables
carcajadas y sus padres planeaban un “futuro esplendor” en la patria
que los acogía. Una patria como todas las patrias prometidas por
quienes las gobiernan, con todos los futuros comprometidos con
mejores futuros. Con ciudadanos babeando los versículos infectados
de las religiones.

(Y también de la política, no lo olvides. No sólo de espíritu vive el


hombre)
Ya mayor, el niño miraba el vuelo de las aves con asombro y
satisfacción. Soñaba poder ir con ellas y trazar caminos en el
firmamento. Un día, omitido en el calendario, corrió tras ellas hasta
caer extenuado, sin poder alcanzar su objetivo y comprendiendo esa
cruel derrota como su primera lágrima derramada por amor.
Satángel, tras observar aquellas imágenes, miró a su amiga y la
besó en los labios. Ella sonrió, deslizando su vestido desde los
hombros a los pies: ¿Siempre me has amado, no es así -buscador de mi
alma-...?
Satángel reencontró los muslos de la niña-mujer con sus manos
satisfechas. Sus senos festivos y robustos, endurecidos desde el pezón
a sus cimientos. Ella se disfrutó erectando la carne entre sus dedos y
mejillas.
Sus cuerpos se anidaron en el infinito de los puntos cardinales,
saboreando los humores del sexo en un estallido espíritu/carnal una y
otra vez, una y otra vez, como el pirómano insaciable o el asesino
bebedor de sangre. Sucumbieron al cansancio del amor, renaciendo
desnudos en las aguas de una fuente con rostro de matrona.
Satángel prometió regresar tan pronto encontrara su destino.
Cruzó tierras áridas y comarcas sembradas de selvas llenas de voces y
edificios quizá sólo posibles en los misterios de un sueño.
Su juventud reapareció en la ruta cadavérica de la memoria. ¡¿Por
qué?!, gritó aterrado hacia el silencio.

(No temas. De infierno y paraíso, eternamente, estará construido el


corazón de los hombres. De cruces y estatuas vivirán las razas hasta
la extinción de las sociedades en el ciclo de la materia. Escucha el
canto de las galaxias)
Abrió, entonces, la puerta de la memoria, volviendo a caminar
sobre las ruinas dejadas por las bombas y la metralla un mediodía de
septiembre.
En sus oídos se desgarró el dolor hacinado en las salas de tortura.
Trozos de carne acribillada que se perdían en el mar, en las montañas
y la traición. De niño a joven, de joven a hombre acumulando el odio
que nunca debió ser. Pero Latinoamérica heredó su futuro de la
espada y la cruz asesinando, descerrajando la tierra y el origen,
quemando el canelo y destruyendo las matemáticas siderales de los
templos y la lluvia. El continente se pobló de militares y eunucos con
sotana. De ladrones de oro y de sudor.
Satángel amaba la vida, aunque comprendía claramente la
necesidad lógica de la muerte. La vida y la muerte un solo soplo en el
universo, desposados en secreto en los albores del principio, cuando el
Caos decidió fornicar con la Nada.
A los lejos acercándose, observó las barricadas aún encendidas en
la periferia de las ciudades. El hambre de las poblaciones y
campamentos. El desempleo devorando la unidad de las familias.
Una generación de jóvenes entregados al legítimo uso de las balas
y las piedras, agitaba banderas rojas en las calles tomadas por asalto.
Uno de ellos alzó la voz, confundiéndose con el aleteo de una
bandada humana que huía de los años por venir. De las promesas de
quienes cantaban victoria desde sus guaridas inmemoriales. De los
políticos de mil caretas que regresaban con su veneno oculto en la
dulzura del lenguaje solidario y libertador.
Satángel abrazó al joven y viajaron al barrio primero, regresando a
los hermanos muertos, antes que la verdad del reloj hiriera la tristeza
del poema sin Dios ni ley. En el horizonte, la crueldad terrible de la
vida se enseñoreaba sicodélica en la médula de la miseria y la
segregación.
Se despidieron sin promesas, solamente con versos creciendo
desde la voz de Heráclito González fuerza-colosal. Con la osadía de
quienes poseen ciencia y alma nacidas de los átomos y moléculas en
su triunfo cosmogónico.

(Entregad ahora, compañero, el poema que golpeará los ovarios de la


vergüenza y la crueldad)

En el principio, la lluvia fue un Dios amigo,


lo mismo que el fuego, los relámpagos, la muerte, el dolor, los sucesos sociales.
¡Qué maravilloso el mundo de Prometeo.
Qué dulzura la corte de Dioniso.
Qué incomparables las fornicaciones de Afrodita!.
Pero llegaron los sacerdotes, los brujos, los druidas, los canutos,
todos los eunucos hipócritas, interpretes y depositarios de los designios del
todopoderoso.
Fueron los privilegiados dentro de la sociedad, los sostenedores del poder.
Los políticos, los esclavistas, los feudales, los absolutistas, los militares, los
capitalistas,
los antirrevolucionarios, los inquisidores, los demócrata-burgueses,
los críticos malintencionados del arte y la poesía bien escrita.
He aquí los vástagos del Médico Brujo, el primer político
y comerciante ruin, el privilegiado intermediario
de los dioses ante el pueblo ignorante, asumiendo su papel profesional.
La afrenta de lesahumanidad que avanza y se desarrolla en la vida
de los miserables, adquiriendo un poder cada vez mayor,
vinculado desde siempre al economista ladrón y al político bisexual.
Los que mancharon la desnudez hermosa de Adán y Eva.

Dios es la justificación de Satanás,


tal como el tirano es la justificación del guerrillero
que lucha por la libertad...

Se abrieron las montañas reluciendo sus cañones. Un monje y un


general, un presidente y una mujer ciega y amordazada encendieron
las mechas dando fuego al fuego. Satángel mostró su dignidad
enseñando su pecho y ningún disparo lo hirió.
Los dueños de las naciones no perdonan el albedrío de las selvas
rebosantes. Se retuercen en sus palacios con la ira sobando sus
rosarios y las monedas acuñadas en el robo atávico del esperma de los
obreros y campesinos constructores de la Vía Láctea.
Satángel reprimió sus genes convencionales, escupiendo los
sofismas de sus primeros maestros, arrojándolos en el desagüe que
ajusticia el diccionario abyecto de los auto-elegidos de siempre.
Muchachos y muchachas de pelo verde, rosado, violeta, azul y
naranja lo acogieron.

(Observa, hermano, observa al hombre sin piernas cruzar la calle,


apoyado en un bastón con toda la vida maldecida sobre su espalda. Él
da gracias a la buena muchacha de piernas suculentas y falda mínima
que se rinde ante su cuerpo de sub-hombre)
Los chicos y chicas seguían bailando mientras la desgracia del
mundo giraba alrededor, vitoreando la llegada de Satángel a sus
dominios.
Satángel comprendió sus cabelleras elevadas como cordilleras de
colores. Bailó sus ritmos frenético y blasfemo contra la sociedad
establecida. Fue rockero y punk, avasallando junto a ellos las
hipocresías de la decencia, inmaculada por los bastardos que negaban
la rebeldía de sus derechos.
Hubo flores y el futuro espléndido de la clonación en sus
conclusiones. Fluyó el aborto desde la materia altamente organizada,
que sí sabe de la irresponsabilidad cándida de los enamorados,
comprendiendo el deseo natural por sobre los guardianes del cinismo
inmortalizado en la crucifixión y la capital de los Estados Unidos.
Huracanes y marejadas neutrales intentaron viciar la rebeldía, pero
no contaban con la rueda solar que sembraba enciclopedias y
maestranzas interminables en la ruta de los guerrilleros que volverán
felices y concretas las utopías.
Gloria Trevi y la Virgen María mancomunadas en un abrazo
fraternal parían las llaves libertarias de la moral encima de las
Catedrales esquizofrénicas.
Satángel continuó su camino con un ciprés-araucaria entre sus
manos. Sublimó su pensamiento, bebiendo la dulzura transparente de
sus nuevos amigos.
Al borde de un sendero sollozaba una madre, arrodillada y sus
tres hijos. En frente, un prostíbulo con ángeles barbados. Cuatro
veinte y madrugada. La hora en que se duermen los empresarios sin
recordar los ríos de sangre espesándose en los ojos estrangulados de
los sembradores de plusvalía, destrozados en sus músculos y
esperanza. No hubo limosna ni leche ni luz, sólo cuatro sombras
inertes cayendo al vacío, amando por piedad la muerte sobre la vida.
Nada en libertad se puede quemar ni fundir como el metal
indefenso. Nada sobrevive sin el combate de quienes liberan la
virginidad de los astros atrapados en la geometría de la conquista,
para luego chorrear magistrales teoremas en la piel de los asteroides.

(Ah, Satángel, amigo, si bien ya sabes tu destino, no trepides en


avanzar hasta el fin, sólo en aquel momento conocerás la verdad)
Lo sé. Me acerco y lo sé. Ya veo venir a mis difuntos en el oleaje
que no quisiera golpeara mi sensibilidad. Reconozco aquellos
cadáveres que un día se abrazaron orgullosos sobre la tierra. De sus
palabras brotaba miel y legendaria sabiduría.
Reconozco a los que no conocí y a los que me abrazaron en la
cúspide de la alegría o al caer la brutalidad sobre el rostro de la
nación. Al caer el desamor o el ladrón de cuello y corbata en el bolsillo
de los muertos vivientes. Al llegar la muerte vestida con nuestra
historia amarrada a la garganta de los historiadores sin luz en los ojos.
Sin brillo en la memoria ofrendada al mejor postor.
El grito bravío de Quilapán aún es digno en valles y montañas, la
nieve-cordillera enciende el camino entre bosques y pampa a los pies de
los testaferros de la corona aniquilando la Araucanía.
Su hermano Ariki Riroroko yace desaparecido en un cerro
anónimo de Valparaíso tras la paletada-traición de Enrique Merlet y el
almirantazgo nacional sobre Rapa Nui, antepasados de Silva Renard
el condecorado por la sangre y el salitre acumulado en la billetera del
inglés domiciliado en las poltronas del parlamento. Antecesores de
Pinochet el genocida con los intestinos conectados al cráneo y al
esfínter de Manuel Contreras, descendiente de los momiocristianos con
almas negras y sotanas. De Torres Silva el torturador, cobijado por la
Corte Suprema arrebatada a la justicia.
¡Cómo has de llorar aún tus últimas lágrimas allá en la Patagonia
Lola Kiepja!
Satángel retomó la ruta de su destino cuando la tumba del poeta
Heráclito González era el comienzo de una ráfaga en los testículos del
Santo Oficio. Cuando se apagaba en la voz de los invasores de
América la calumnia del escapulario y el arcabuz. Cuando los
holgazanes de la poesía se quebraban la mandíbula al intentar morder
los versos de piedra del gran huaso cósmico de la Epopeya Social de
Latinoamérica.
Cuando Homero sonreía junto a Lautaro y Espartaco el justiciero.
Junto a Túpac Amaru y Prometeo el dios ecuánime.
El mundo había cambiado sus leyendas a lo lejos en el océano. Los
satélites hablaban extraños idiomas y el cosmonauta cívico
climatizaba las bodegas de la luna para acoger el breve paso de Machu
Pichu y las Pirámides hacia los nuevos planetas donde renacería la
especie humana.
Seattle y Génova fueron la señal primigenia del descontento luego
de morir sin heroísmo el siglo donde Jesús el Cristo no resucitó.
La baba del capitalista masacrando y el sarcófago de la gran
revolución entumecido, aullaban cada uno por su lado.

(Observa bajo aquel olivo Satángel, allí yacen las ruinas que la
condición humana sepultó, llevándose en su lengua descerebrada las
palabras Pueblo y Diversidad)
Satángel no olvidaba el daño del cohecho y la mierda farandulera
en las pantallas de los televisores. Los escupió y los volvió a escupir
con el fuego de sus vísceras mientras iba escribiendo versos en las
murallas de las ciudades otoñadas:

Te saludaré desde el horizonte


con mi cuerpo de viento desgranado
en enamorados colores.

¿Entre todo y nada?. La mitad.

Me han llamado azufre


y me han llamado miedo,
mas soy la ciencia y la libertad.

Confundida en la incontenible noche


lujuriosa ha dejado su alma
vomitando injurias a la sociedad.

La mediagua gime, y gime


sin esperanza.
Entre el barro y la lluvia se lamenta.

Despuntando el alba tras los montes,


calza ojotas y se corona
con sombrero de paja.

Escarcha en las manos,


crudo invierno en sus ojos
y en su vientre calor humano.
Un temporal quebró los mástiles.
Sesgó los copihues de mi patria
y cubrió la tierra de musgo.

Mi amor fue una hoja seca


que rodó por la calle húmeda.

La eternidad es una suma


de momentos inconclusos.

Satángel miró el reloj encumbrado en lo alto de una torre


construida al centro de un barco que naufragaba en el estrépito de
incontables botellas de vino rojo que se entrechocaban bajo la lluvia.
Eran las 26 horas con 66 minutos exactos.
El viejo Antonino Cereceda, viejo periodista y viejo camarada, lo
abrazó nostálgico buscando luego la plenitud de las raíces. Los siglos
sobre su espalda eran la luz de alerta para sus desvencijados huesos.

(Llegarás, hermano, llegarás al ritual de la conciencia. Mi voz se


apaga en el umbral putrefacto. Ve, no te detengas en mi desolación
ajada y salobre que retorna al mar padre-nuestro)
Satángel encendió un cirio y buscó reposo en otros continentes. Se
desangró en las batallas soterradas del diamante y el petróleo junto a
los esclavos que aún no ajustician sus cadenas.
Durmió alrededor de los hijos de Babilonia convertidos en
liendres de sus hermanos, pero nadie le confesó el camino hacia el
sepulcro de Adán y Eva.
Satángel ya presentía su destino sin poder recuperar el cetro
robado a los pueblos en las noches de borrachera sin ideología.
Errante y cercado por un águila sin asunto comprendió al vidente
que antaño leyera en las páginas heroicas de la tradición oral. En las
páginas negras e indígenas de nuestros cromosomas más nobles y
valerosos.
En un templo cercano, Ponce de León y Gilgamesh luchaban por
lo absoluto ante la risa llorosa de la Sibila de Cumas.
Un filósofo del nuevo siglo y nuevo cuño desembozó sus armas:
dime Satángel:

-¿Acaso no estás de acuerdo con aquello de “sólo sé que nada sé”?.


-Si nada sabe el sabedor, pobre de aquellos que escuchan su sabiduría.

-Nunca has escuchado decir “todo depende del cristal con que se mire”.
-Un ojo sano no necesita acomodarse tras ningún cristal para poder observar
la plenitud de la naturaleza.

-Yo, “pienso, luego existo”.


-Yo, existo primero, así puedo pensar mejor sobre mi existencia.

-Acaso no sabes que “nada nuevo hay bajo el sol”.


-Cuando cada año llega la primavera, nunca nacen las mismas flores del año
anterior.

-¿Para qué sirve la poesía? Sólo para soñar.


-Los sueños de un poeta, tienen más sabiduría que las palabras grises de un
metafísico.

-Dime: “¿Cuántos pares son tres moscas?”.


-Dos moscas son un par. Tres, son un trío...
- ...

Satángel reanudó hacia el fin:


El barrio de siempre.
Los colores agrietados en la templanza que un día fue posible.
Un paseo de la mano y dos senos negros y turgentes en los labios
untados por la raza.
Un combate junto a la muerte horadando los sembrados y las
poblaciones de la resistencia cuando era inoportuno vivir
decentemente.
Los torrentes de la corrupción suicidando la noche al pie de los
acantilados.
El exilio sepultando copihues marchitos en París, Roma, Praga o
Moscú desbarrancado.
Esnobistas postmodernos e izquierdistas ligth bebiendo vodka-
naranja en un ex conventillo disfrazado de bohemio patrimonio
cultural.
Las comunicaciones saturadas de rostros y cuerpos afrodisíacos
con la mentira entre las piernas y el semen de sus antepasados
convertido en madriguera de abominables gusanos.
Los que inventaron las balas comían excrementos bajo los
puentes y la ética papal, entronizada en los púlpitos destruyendo
pueblos, se masturbaba con un tridente y una cruz en las habitaciones
secretas del Vaticano y la Casa Blanca.
Satángel fue coherente con su consecuencia atrincherada en la
gesta de lo posible e imposible estrellándose en la eternidad sin siglos.
Los pájaros del hemisferio elevaron vuelo al tronar la vida en un
estallido a voluntad. La muchacha castaño-boreal sonrió una lágrima
anidada en su memoria. Heráclito González y Antonino Cereceda
esperaron a Satángel en la misma ventana de vidrios añosos. Desde
allí, todavía se observan las mismas escaleras y vericuetos de los
cerros. Todavía es claramente azul el mar...

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