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Travestis: una identidad política


Lohana Berkins
Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT)

1. Cómo nos decimos: las travestis en Latinoamérica


En esta ocasión me voy a referir a las condiciones de vida, movilización política y
demandas de las travestis1 latinoamericanas, con especial énfasis a la situación en
Argentina.
Deseo que mi intervención contribuya a la construcción de la memoria del travestismo
latinoamericano. Creo que las travestis tenemos una historia para contar y para hacer. Es
decir, experiencias en primera persona para contraponer a los discursos que han
circulado sobre nosotras.
A partir de la última década del siglo XX el travestismo ha concentrado la atención de la
opinión pública latinoamericana. Me refiero a que el travestismo irrumpió en el espacio
público de la mano de discursos biomédicos, policiales, sociológicos, jurídicos,
políticos y periodísticos que funcionaron como disparadores en algunas ocasiones para
discutir y en otras oportunidades para reforzar las dinámicas desigualadoras
relacionadas con la identidad de género, la sexualidad, la raza, la clase social, la etnia, la
religión, la edad, la ideología en diferentes contextos. De modo que cuando pensamos
en el travestismo latinoamericano pensamos en un fenómeno complejo y dinámico y nos
referimos a sujetas atravesadas por relaciones de privilegio y opresión propias de cada
sociedad y de cada momento histórico particular.
Las y los médicos y las y los psicoanalistas han definido a las travestis como hombres
que se visten con ropas correspondientes a las mujeres. Nosotras resistimos esta
definición que no da cuenta del modo en que nosotras nos pensamos y las maneras en
que vivimos.
En la década de 1990, cuando las travestis comenzamos a alzar nuestra voz en público y
a organizarnos2, decidimos que una de las primeras cuestiones en las que teníamos que
concentrar nuestros esfuerzos colectivos era en resignificar el término travesti, que hasta
el momento tenía connotaciones negativas para las y los otros y para nosotras mismas.
El término travesti ha sido y sigue siendo utilizado como sinónimo de sidosa, ladrona,
escandalosa, infectada, marginal. Nosotras decidimos darle nuevos sentidos a la palabra
travesti y vincularla con la lucha, la resistencia, la dignidad y la felicidad.
De manera que las travestis nos esforzamos por articular los sentidos políticos de la
palabra travesti, que designa a unas sujetas, nosotras, que nos enfrentamos en diferentes
momentos y espacios a unas y unos adversarios, las y los fundamentalistas, las y los
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Por razones de espacio, no me ocuparé en este trabajo de las compañeras transexuales, quienes se ven
afectadas por gran parte de las dinámicas excluyentes que nos afectan a las travestis y con quienes
coincidimos en numerosas reivindicaciones. Sin embargo, la situación legal y social y las luchas de las
transexuales presentan particularidades que no pueden ser subsumidas a las de las travestis.
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Para un análisis de los principales momentos de la movilización de las travestis en la década de 1990 en
Argentina, ver Berkins, Lohana (2003) “Un itinerario político del travestismo” en Maffía, D. (comp.)
Sexualidades Migrantes. Género y Transgénero. Buenos Aires: Feminaria Editora y Fernández, Josefina
(2004) Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género. Buenos Aires: Edhasa.
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autoritarios, las y los explotadores, las y los defensores del patriarcado y de la


heteronormatividad. Como nuestra comprensión de la identidad travesti cuestiona la
noción de identidades como límites, las presentes reflexiones no pretenden invalidar
otras experiencias subjetivas y relacionales, otras formas alternativas de vivir y entender
el travestismo.
Las travestis somos personas que construimos nuestra identidad cuestionando los
sentidos que otorga la cultura dominante a la genitalidad. La sociedad hace lecturas de
los genitales de las personas y a estas lecturas le siguen expectativas acerca de la
identidad, las habilidades, la posición social, la sexualidad y la moral de cada persona.
Se considera que a un cuerpo con un pene seguirá una subjetividad masculina y a un
cuerpo con una vagina seguirá una subjetividad femenina. El travestismo irrumpe en
esta lógica binaria que es hegemónica en las sociedades occidentales y que oprime a
quienes se resisten a ser subsumidas y subsumidos en las categorías “varón” y “mujer”.
Por supuesto, las travestis estamos atravesadas por contradicciones, paradojas y
tensiones, tal como sucede con todos los sujetos sociales. Así, aunque algunas de
nuestras prácticas contribuyen a desestabilizar la lógica binaria de sexo-género, al
construirnos en femenino con frecuencia recurrimos a valores y símbolos culturales que
reproducen a la feminidad y a las mujeres concretas como subordinadas.
Sin embargo, discutimos el argumento formulado por algunos feminismos que
desvalorizan al travestismo sosteniendo que reproduce estereotipos sobre las mujeres y
que refuerza la feminidad tradicional. En primer lugar, si bien es cierto que la
construcción de las subjetividades y corporalidades travestis recurre a normas y
emblemas ligados a la feminidad hegemónica (¡porque no vivimos en una cápsula de
vacío!), a través de este proceso esas reglas y atributos son resignificados y
desequilibrados (Butler, 1990). En segundo lugar, consideramos que no hay sujetas ni
sujetos que estén obligados a cargar sobre sus espaldas el deber ineludible de subvertir
las normas de género. Creemos que esta es una lucha política que se elige y muchas
travestis ya nos encontramos librando esta batalla por convicción feminista.
La desestabilización de la oposición y complementariedad entre lo masculino y lo
femenino y de los vínculos históricamente construidos entre biología y subjetividad
operada por la lucha de las travestis para ser reconocidas como sujetas es sancionada a
diario. Considero que un análisis del travestismo necesariamente debe considerar la
criminalización de la identidad travesti y las consecuencias en la vida cotidiana y en la
subjetividad de las compañeras travestis. Por un lado, el Estado es el principal violador
de los derechos de las travestis, por acción u omisión. Por otro lado, la desvalorización
social se expresa a través de los insultos y estereotipos, que sistemáticamente remiten a
las travestis a un supuesto origen biológico masculino e impugnan nuestras
posibilidades de existir en nuestros propios términos.

2. Las travestis en Latinoamérica: cómo vivimos


Nosotras sostenemos la identidad travesti no sólo recurriendo al regionalismo
lingüístico, sino a circunstancias y características que hacen del travestismo un
fenómeno diferente de la transgeneridad norteamericana y europea.
En primer lugar, las travestis vivimos circunstancias diferentes respecto de las que
atraviesan muchas transgéneros de otros países, quienes a menudo recurren a cirugías de
reasignación de sexo y tienen como objetivo reacomodarse en la lógica binaria como
mujeres o varones. Gran parte de las travestis latinoamericanas reivindicamos la opción
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de ocupar una posición fuera del binarismo y es nuestro objetivo desestabilizar las
categorías varón y mujer.
En segundo lugar, la palabra transgeneridad se originó a partir de trabajos teóricos
desarrollados en el marco de la academia norteamericana. En contraste, como mencioné
anteriormente, el término travesti en Latinoamérica proviene de la medicina y ha sido
apropiado, reelaborado y encarnado por las propias travestis para llamarse a sí mismas.
Éste es el término en el que nos reconocemos y que elegimos para construirnos como
sujetas de derecho.
Este proceso de apropiación del travestismo como lugar desde el cual alzar nuestras
voces y plantear nuestras demandas constituye una lucha política. Este devenir, que
incluyó momentos de tensión con la academia y con otros movimientos sociales y
políticos, nos permitió proponer comprensiones alternativas del travestismo como
identidad encarnada, que trasciende las políticas de la corporalidad binaria y de la lógica
sexo-genérica dicotómica.
Aquí, en Latinoamérica, el travestismo se construyó un espacio propio a través de la
movilización política y de la discusión con otros sujetos subordinados. Nos
reconocemos por fuera de cualquier disciplina teórica que se arrogue la facultad de
definirnos sin reconocer nuestra agencia y nuestro poder como sujetas en el marco de
los condicionamientos sociales que nos han afectado históricamente.
Para seguir desarrollando los contrastes que encuentro entre las experiencias
transgéneros de otras regiones y las particularidades del travestismo en Latinoamérica
quisiera señalar a continuación algunas cuestiones ineludibles para la comprensión
contextualizada de los recursos culturales y políticos con los que contamos las travestis
en esta región.
Tal como señala Josefina Fernández (2004: 198), no es posible escindir la construcción
de la identidad de las condiciones de existencia de las travestis en nuestras sociedades.
Estas condiciones de existencia están marcadas por la exclusión de las travestis del
sistema educativo formal y del mercado de trabajo. En este tipo de escenarios, la
prostitución constituye la única fuente de ingresos, la estrategia de supervivencia más
extendida y uno de los escasísimos espacios de reconocimiento de la identidad travesti
como una posibilidad de ser en el mundo.
En una investigación realizada en el año 2005, en el curso de la cual consultamos a 302
compañeras travestis residentes en la ciudad de Buenos Aires, el Conurbano Bonaerense
y la ciudad de Mar del Plata, encontramos que “el ejercicio de la prostitución callejera
es la más importante fuente de ingresos para el 79.1% de las compañeras encuestadas.
Aquellas compañeras que reportan otros trabajos también se encuentran en el mercado
informal, sin reconocimiento alguno de derechos laborales, en ocupaciones de baja
calificación y remuneración (Gutiérrez, 2005: 78).
La asociación entre travestismo y prostitución constituye una de las representaciones del
sentido común más difundidas en las sociedades latinoamericanas y en la sociedad
argentina en particular. En algunos discursos sociales la prostitución aparece como una
elección de las personas travestis. Sin embargo, la exclusión del mercado laboral que
afecta a travestis y transexuales impide plantear el asunto en términos de decisiones
libres.
Uno de los elementos necesarios para comprender el recurso a la prostitución como
salida casi exclusiva para asegurarse el sustento es la expulsión de las travestis del
sistema educativo. Las circunstancias hostiles que marcan la experiencia de
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escolarización de la mayoría de las niñas y adolescentes travestis condicionan


severamente las posibilidades de estas sujetas en términos de inclusión social y de
acceso a un empleo de calidad en la adultez.
La investigación anteriormente mencionada refiere a la escuela como un espacio
expulsivo para las travestis: “la mayoría de las travestis/transexuales ha sufrido algún
tipo de violencia (91,4% de las encuestadas), la escuela ocupa el tercer puesto –después
de la comisaría y la calle- en la lista de lugares en los cuales ellas han recibido
agresiones” (Hiller, 2005: 98).
Una cuestión adicional que merece ser analizada es que en Latinoamérica y en nuestro
país el travestismo es asumido en edades tempranas. Esta situación en el marco de una
sociedad que criminaliza la identidad travesti conlleva con mucha frecuencia la pérdida
del hogar, de los vínculos familiares y la marginación de la escuela. Ocurre que las
niñas travestis ven interrumpida su infancia y se encuentran obligadas a vivir en un
mundo de adultas y adultos con quienes deben negociar los términos de su subsistencia
de diversas maneras (me refiero aquí tanto a la convivencia con travestis adultas como a
las relaciones con los clientes).
En los recorridos vitales de muchas travestis encontramos a menudo que el reconocerse
travestis ha implicado la experiencia del desarraigo. Las travestis adolescentes y
jóvenes se ven forzadas a abandonar sus pueblos, sus ciudades, sus provincias y, en
muchos casos, sus países con el objeto de buscar entornos menos hostiles, el anonimato
de la gran ciudad que les permite fortalecer su subjetividad y otros vínculos sociales que
las reconozcan y también un mercado de prostitución más próspero que el del pueblo o
la ciudad de crianza.
Además, es en las grandes ciudades donde las travestis encuentran más oportunidades y
recursos para intervenir sus cuerpos, aunque en general en contextos riesgosos e
ilegales. Según los datos de la investigación que realizamos en el año 2005, “el 87.7%
del total de las entrevistadas ha modificado su cuerpo. Entre ellas, el 82.2% se inyectó
siliconas, el 66.3% realizó tratamientos hormonales y el 31.8% se implantó prótesis. La
mayoría se realizó más de una modificación” (Gutiérrez, 2005: 80).
En lo referente a los ámbitos en los que estas intervenciones sobre el cuerpo tienen lugar
el dato más significativo es la situación de vulnerabilidad: “El 97.7% de las que se
inyectaron siliconas y el 92.9% de las que realizaron un tratamiento hormonal señalan
que estas intervenciones se realizaron en un domicilio particular. En el caso del
implante de prótesis el 35.7% refiere que concurrió a un consultorio particular y el
59.5% a una clínica privada. En estos casos, con mucha frecuencia, no existen
condiciones adecuadas de asepsia, no hay internación ni control posterior de la
intervención y tampoco se obtiene un recibo por el pago” (Gutiérrez, 2005: 81).
Entre las circunstancias que nos hablan tanto del contexto político y social como de
algunos lugares comunes que transitamos las travestis latinoamericanas quisiera
referirme especialmente a la experiencia de la muerte. En particular, a la pérdida de
amigas y conocidas repetida una y mil veces. En Berkins y Fernández (2005: 12) se
menciona que en una investigación que consultó a 302 travestis se relevaron 420
nombres de travestis fallecidas en los cinco años anteriores. Aproximadamente el 70%
de estas travestis fallecidas tenía entre 22 y 41 años.
Estos datos nos ayudan a aproximarnos a dos cuestiones. La primera cuestión es que, a
diferencia de los grupos privilegiados, para las travestis la muerte no tiene nada de
extraordinario sino que es una experiencia cotidiana. La segunda cuestión es la
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expectativa de vivir pocos años que acompaña a la mayoría de las travestis (una
perspectiva muy ajustada a la realidad, por cierto). Ocurre que faltan generaciones de
travestis mayores de treinta años y que las jóvenes no conocen travestis adultas que les
ayuden a entrever un momento más allá del presente inmediato y una dimensión que
trascienda la individualidad.
La pérdida masiva de compañeras travestis interviene en la falta de un relato colectivo,
de una memoria comunitaria que nos permita proyectarnos al futuro, afectándonos a
cada una y a todas a la vez.

3. Sobre códigos contravencionales, edictos policiales, códigos de faltas y el


espacio público (para algunas y algunos pocos)
Para terminar quisiera ocuparme de un aspecto adicional de la criminalización de la
identidad travesti que ha sido motivo de conflictos políticos en Argentina en los últimos
años. Me refiero al control de algunas poblaciones, entre ellas la travesti, que efectúa el
Estado a través de edictos policiales, códigos contravencionales, códigos de faltas, todas
éstas regulaciones inconstitucionales que sirven para la persecución policial de grupos
sociales específicos. A través de estas regulaciones el Estado restringe el acceso al
espacio público de varios grupos sociales – travestis y mujeres en situación de
prostitución, cartoneras y cartoneros, piqueteras y piqueteros, vendedoras y vendedores
ambulantes.
De este modo, se restringe nuestra permanencia y circulación por la vía pública y, en el
caso de las travestis, esta limitación de lo público es especialmente grave porque la calle
es uno de los pocos recursos con los que contamos como colectivo. No hemos tenido
acceso a la educación, ni al mercado de trabajo, ni a la vivienda propia de manera que la
calle es un ámbito muy relevante en nuestra vida cotidiana.
Hay un aspecto de esta pretensión de expulsar a ciertos sujetos del espacio público que
no ha sido muy discutido y que me gustaría mencionar. Es el papel de la calle como
escenario de la construcción de identidades. Es en este ámbito donde aprendemos a ser
y donde nos desarrollamos como travestis, mujeres en prostitución, cartoneras y
cartoneros, piqueteras y piqueteros, vendedoras y vendedores ambulantes. También la
calle es el terreno en el que nos vinculamos con otras y otros, tejemos nuestras alianzas
y nos movilizamos políticamente.
Detrás de todas las tensiones que causa nuestra presencia en el espacio de la ciudad hay
un debate en curso acerca de quiénes son las y los legítimos habitantes del espacio
público. Considero que detrás de los esfuerzos permanentes de regular prácticas que
tienen lugar en el espacio público – tal es el caso tanto de la prostitución, como de la
venta ambulante y de las manifestaciones políticas- lo que podemos encontrar es un
proceso de imposición de los valores morales propios de algunos grupos sociales a toda
la sociedad. Esta universalización de puntos de vista particulares constituye una práctica
autoritaria que resistimos y resistiremos.
Las travestis no pretendemos imponer nuestros valores y perspectivas sino que exigimos
la libertad y las condiciones materiales para vivir vidas gratificantes y plenas de
derecho. Para ser ciudadanas necesitamos gozar de las mismas libertades en el espacio
público que disfrutan las personas que son consideradas respetables.
Porque nuestro deseo no es alcanzar la respetabilidad, sino demoler las jerarquías que
ordenan a las identidades y a las y los sujetos reconociéndonos negras, putas, palestinas,
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revolucionarias, indígenas, gordas, presas, drogonas, exhibicionistas, piqueteras,


villeras, lesbianas, mujeres y travas, que aunque no tengamos la capacidad de parir un
hijo sí tenemos el coraje necesario para engendrar otra historia.

4. Referencias
Berkins, Lohana (2003) “Un itinerario político del travestismo” en Maffía, Diana
(comp.) Sexualidades Migrantes. Género y Transgénero. Buenos Aires: Feminaria
Editora.
Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (2005) La gesta del nombre propio: Informe sobre
la situación de la comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza
de Mayo.
Butler, Judith (1990) Gender trouble. Feminism and the Subvertion of identity. New
York: Routledge.
Fernández, Josefina (2004) Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género.
Buenos Aires: Edhasa.
Gutiérrez, María Alicia (2005) “La imagen del cuerpo. Una aproximación a las
representaciones y prácticas en el cuidado y la atención de la salud” en Berkins, Lohana y
Fernández, Josefina (coords.) La gesta del nombre propio: Informe sobre la situación de
la comunidad travesti en la Argentina. Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.
Hiller, Renata (2005) “Los cuerpos de la universalidad. Educación y
travestismo/transexualismo” en Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (coords.) La gesta
del nombre propio: Informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina.
Buenos Aires: Ed. Madres de Plaza de Mayo.

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