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Esa intuición, anclada a la idea de tratar alguna cuestión latinoamericana, demoró tres años en dar
forma a su primera obra, la cual habla acerca del origen mitológico de una cosmovisión de un
pueblo que ya no existe como tal: los Selk’nam u Onas.
Aun después de una ardua investigación y haber creado esta hermosa obra familiar, los
fundamentos que dan sentido a hacer lo que hacíamos como compañía no habían sido
esclarecidos. Sí estaban claros muchos conceptos sueltos a los cuales les dábamos una
importancia clave: la muerte, la mitología y cosmovisión indígena, la naturaleza y la oralidad. Pero
¿Qué pregunta humana esencial era la que nos llevaba a hablar de estos temas y mostrárselos a
un público?
Creemos haber encontrado una respuesta. Ahora comprendemos, como compañía, que detrás de
toda sociedad existen creencias enormes e invisibles que constituyen su esencia: son sus grandes
mitos. Hoy quizás los mitos occidentales más grandes son los del tiempo y espacio cristiano y el
consumo y crecimiento capitalista. A estas ideas que nos constituyen como entidades tanto
individuales como colectivas no se les opone realmente casi ninguna otra fuerza, pues logran
comerse todo lo que encuentran a su paso dentro de una aldea global. Sin embargo, hubo un
mundo, antes de la llegada de los europeos a este continente que se llamaba Abya Yala, Anáhuac o
Tahuantinsuyu, en que los mitos de estas tierras diferían mucho de los de ese occidente. Estamos
seguros que son esos mitos originarios que hablan de la muerte, la naturaleza y la palabra desde
un lugar hoy escondido entre la selva de luces, humo y piedra, una de las pocas fuerzas que
pueden lograr que abramos los ojos para dar vuelta el mundo, ponerlo de cabeza.
Hoy la muerte es sinónimo de vacío, infierno o salvación; la naturaleza es un bien de consumo, una
cosa inerte; y la palabra, un poder legal sin fundamentos, una discusión o un insulto. Esas ideas
determinan nuestras prácticas humanas y estas prácticas han llevado a la destrucción de nuestro
entorno. En los mundos indígenas, que hoy quizás imaginamos más ideales y perfectos de lo que
realmente fueron, no había, sin embargo, una desacralización del entorno. Todo tenía vida, cada
piedra, cada animal y cada árbol eran sagrados y eso determinaba el respeto y temor hacia el
misterio del universo. Esencias aún posibles de imaginar dentro esas grandiosas historias, son las
que deseamos rescatar con nuestras obras y con nuestro trabajo. Volver a poner en pie, por unos
minutos, un espacio de resistencia a la vorágine maquinal y tecnológica que nos acecha.
Stgo. de Chile
Junio 2019