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Calificadoras de Riesgo Crediticio: Un

Panorama Curioso y Complejo


lunes, 12 de septiembre de 2011
Arturo Cifuentes

Departamento de Ingeniería Industrial Universidad de Chile

Detrás de la antipatía que las autoridades estadounidenses le


tienen a las calificadoras -sentimiento compartido por sus pares
europeos- hay una gran contradicción.Tradicionalmente, cuando a
un emisor de deuda se le bajaba su rating era por no poder pagar
(Grecia) o no querer pagar (Argentina). Sin embargo, en el caso de
Estados Unidos, la acción de S&P estuvo motivada por algo distinto:
un impasse político-estructural (dificultades en el Congreso
norteamericano para subir el límite máximo de deuda). 

Además S&P violó el sacrosanto (hasta ese momento) principio del


"country ceiling" invocado tantas veces en el pasado contra empresas
solventes ubicadas en economías emergentes: “ningún emisor de
deuda puede tener un rating superior al del país donde está
domiciliado”. S&P rompió con esta tradición y dejó a muchas entidades
domiciliadas en EE.UU. (el estado de Missouri, la ciudad de Scottsdale
en Arizona, ExxonMobil, Johnson &Johnson, etc.) con un rating de
Triple-A.

Curiosas ambas innovaciones. Más curiosa todavía fue la reacción de


los políticos. La misma semana en que S&P humilló a Estados Unidos,
William Harrington, un ex analista de Moody’s, entregó a la SEC (la
versión norteamericana de nuestra SVS) un documento de 78 páginas
bastante comprometedor. En él, Harrington describió el modus
operandi de Moody’s en términos cercanos a lo que se podría
interpretar como corrupción generalizada (**). Sin embargo, todas las
críticas de los políticos fueron dirigidas hacia S&P, en tanto que lo de
Moody’s pasó desapercibido.

Lo concreto es que detrás de la antipatía que las autoridades


estadounidenses le tienen a las calificadoras (sentimiento compartido
por sus pares europeos) hay una gran contradicción.

Hagamos un poco de historia. Recordemos que las calificadoras


partieron vendiendo sus ratings, en calidad de información útil, a
inversionistas privados quienes pagaban por estos.

En algún momento, los reguladores decidieron usar los ya


establecidos ratings para estructurar el marco regulatorio del mercado
de renta fija. Y aquí hay una interrogante clave: ¿puede un rating
servir al mismo tiempo a inversionistas y reguladores? ¿Son los
objetivos de estos dos grupos idénticos? La respuesta no es obvia. Lo
que sí es obvio es que esta decisión transformó a las calificadoras de
riesgo –intencionalmente o no—en reguladores de facto.

Arthur Andersen desapareció a raíz del escándalo Enron. S&P y


Moody’s, por el contrario, salieron fortalecidas de la crisis subprime.
Por supuesto que no frente a la opinión pública ni a los mercados,
pero sí en la continuidad de su negocio ya que no recibieron sanción
alguna. Es decir, han seguido profitando de la necesidad, casi
garantizada por ley en todos los mercados, de obtener dos ratings
antes de poder colocar un bono.

Un hecho no muy conocido pero relevante: el año 2006 el Congreso


norteamericano pasó una legislación conocida como el Rating Agency
Act. Ésta estableció, entre otras cosas, que una nueva calificadora de
riesgo, antes de ser aprobada por la SEC, debía demostrar haber
tenido por tres años consecutivos una cartera de clientes pagados.
Esta gran barrera de entrada sólo ha contribuido a proteger aún más el
negocio de las agencias ya establecidas.
En este contexto, es difícil entender la ira de los políticos
norteamericanos y europeos con las calificadoras de riesgo. Es cierto
que estas siguen opinando y emitiendo ratings a pesar del desprestigio
que las afecta. Pero no es menos cierto que sólo están aprovechando
las ventajas casi monopólicas que estas mismas autoridades les han
otorgado.

Finalmente, es importante recalcar que en la mayoría de los mercados


las calificadoras no sólo cumplen con una función reguladora sino que
además gozan de un poder equivalente al de un legislador (***).

Sumando estos antecedentes al escándalo de La Polar, cabe


preguntarse si habrán en Chile cambios sustantivos al rol que las
agencias calificadoras juegan en nuestro marco regulatorio. Motivos
sobran; dudas también.

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