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Europa y Amerindia El Indio Americano en Textos Del Siglo XVIII
Europa y Amerindia El Indio Americano en Textos Del Siglo XVIII
Jr¡ncosa
Las fuentes
Entre las fuentes citadas por los autores, ninguna ostenta tanto
prestigio y autoridad como las Relaciones de Lacondamine (1701-1774),
Jorge Juan (1713-1773) y Antonio Ulloa (1716-1795) resultado de la
expedición geodésica. A ellos se refiere Robertson como "viajeros filóso-
fos", término que revela el grado de verdad otorgado a sus observaciones.
La expedición de la que tomaron parte (1734-1745) se considera la única
cientfficamente planificada de la primera mitad del S. XVIII y cuyos
resultados superaron en mucho, las metas inicialmente propuestas: znjar
la disputa entomo a las tesis de Newton y Descartes sobre la forma de la
tierra (achatada en los polos u oblonga) y establecer la medida de un
grado de un meridiano en el Ecuador. El espfritu de esta expedición revela
RELATION ticiparon en
ción
la expedi-
geodésica (1734-
1745) tuvieron enorme
á BR Éc É n repercución en el tema
w:¿:r',{{*'laLüa,
gffi
Ctcr hVcwe P t l r or, Qury dc Cooti ¡ ¡ ¡¡ C,roi¡
d'Or.
ft-ffi
áttnl¿t¡né
acc, lrivtiSc b loll-
Las grandes cultruas americanas como los Aztecas y los lncas fueron consideradas
una excepción atenuante entre multitudes de pueblos salvajes o bien, incluidas en
la ilustración de una tragedia destinada a ilustra¡ la realidad de los conquistadores
españoles.
Para mayor detalle ve¡ M. Duchet, op. cit., 69ss.
Intrdurción x\¡ll
RELACION HISTORICA
DEL VIAGE
A LA AMERICA MERIDIONAL
HECHO
DE ORDEN DE S. MAG.
PARA MEDIR ALGI'NOS GRADOS DE MERIDIANO
Terreftre . y venir por ellos cn conocimicnro de la vcrdadcra Figura,
y fvfagniod d. h Ti.tt" , con otras varias Obltrvacionei
dkonomicas, Y Phificas:
Por DON IORGE JUAN ,Contndailor de ,lliaga, en el 1rden de S¿n
?un ,ioclo conefpindiente de lafoal tlcalenia de lat Ci¿nci¿s deParis,
- ¡ DoN .fNfóN¡o DE ULLoA, dc lafualSocied¿d de Londre¡;
anfus Ca¡ótaws dt Fragua de lafud *n$/,4.
EN MADRID
Por Anrox¡o lvfn¡x, Aio de M.DCC.)GVItr'
Iúencionado como "la Houtan" por Pernetty, el barón de La Hontan fue autor de
un diálogo,tal vez ficticio, con un jefe indio del Ca¡rad¿i precursor, de la figura
diciochesca del "buen salvaje". Ver bibliografía al final.
a1 Historical disquisition concerning the fuowledge whicn the Ancierus had of India
(l¡ndres, 175I); IIistory of the reign of the emperor Cha¡les V (Lnndres, 1769).
Introd¡rcc6¡n tocrt
El pesimismo hacia
la civilización desa-
rrollado en el pensa-
DISCOURS miento de Rosseau es
fundamental a fin de
SU¡.4O¡'C INE ET ¿88 comprender la imagen
'O¡rD¡¡IE¡T'S
DE L;'NEO¿LITE T¿NMI LTS UOUUES. dieciochescadel buen
salvaje. Portada del
Par IEAN IAQUBS ROUSSEAU Discurso sobre el ori-
cITotEN os et¡¡tyc. gen de la desigualdad
Nol i¡ depnvetlr, fcd In hir qua bcoe fecr¡¡dum entre los hombres
a¡¡¡rn fc bbcat, oúdcnodun cft quid 6c or- (r'17s).
escrito que difundió por toda Europa y casi vulgarizó las tesis de Buffon y
De Paw".25 Esm obra por su caráctcr antihispánico fue prohibida por la
Inquisición y por el Rey, en España y en las Indias. Para contranestar el
efecto de sus supuestos errores (los antihispánicos y no los anti-
americanos), el Rey encomendará a Don Juan Bautista Muñoz (1779) eI
26 Idem., p. 369-370.
27 Pa¡ece remitirse directamente a Lacondamine: "no se puede contemplar sin
humillación, hasta qué punto el hombre abandonado a la simple naturaleza,
privado de educación y de sociedad, difiere muy poco de la bestia". (Relation
abregée, p.52).
Lugar común sob,re todo en las relaciones misioneras. ver por ejemplo Pierre, F.,
Intrdttrción )oc/it
Conclusión
JOSEE. JUNCOSA
ABYA.YALA
Ír¡rn f
'." t
T
: ll!
? f .a
Nota
Fue imposible conseguir en América las ediciones europeas de odos los textos; su
recopilación fue posible gracias a: P. Julian Bravo @iblioreca Aurelio Espinosa Polit -
Quito), Dr. Regina Mailke (Staatsbiblioüek Preussischer Kuln¡rbesitz - BerlÍn), P. Lino
Taviani (Florencia), a los miembros del Movimento di controinformazione sul
Sotosviluppo (Centro di Docrmrentazione sulle minoranze emiche - Florencia) y Manuela
Fischer @erlin). Su delicadeza ha permitido obrener las copias y mocrofilms de los rextos
aguí editados.
ENCYCLOPEDTE,
otr
DICTIONNAIRE RAISONNE
DES SCIENCES,
DEs ARTS ET DEs uÉrrERs,
ptt rJNE soctÉrÉ DE cENs DE LETTREs.
pr M. D I DE ROT, dc fAc¿ddnic Ro¡.rlc A.i.Sci.'ncc¡ & dcBctlc.
t\ti¡ cn o¡drc &prblié
Lcnr..dcPn¡tlc; &qu:nr I l¿ Prnr¡¡ ltf rtrÉ¡¡rrrer¡¿, par ltl. D'ALEttBERT,
dc lAcrd.mic Ro¡dcdcs Sticncc. dc Puir, dc ccllc dePrtlfc, & dc l¡ S*icr,i Ro)¡¡lc
dc Lo¡rl¡r¡.
Taün.fcrict jníIuqu pth:,
Tqin lc wtio finVü tttc,lú Aqotit ! Ho¡.tt.
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lrl. f) (: C. l. l.
tvEc rPrRott'tluN t!'Pr:tvltEcE DU ROtl
pueblos en la metalurgia, que fue el ptimer arte, y sin el o¡al todos los
otros artes caen, por asf decirlo, en letargo. Se sabe muy bien que la
nahrraleza no ha privado a An&ie de las minas de hieno, y sin
embargo ning¡tn pueblo americano, ni los Peruanos, ni los Mericanos
tenfan el secreto de forjar este metal, y eso les privó de muchas
comodidades, y los colocó en la imposibüdad de talar regularmente los
bosques y contsner los rfos €n sus Eauces. Sus hachas de piedra no
podfan acumular trcncos de á¡bol sino cr¡ando las aecesitaban para el
fuego, de tal mar¡era que rctiraban todas las Frtes del t¡onco hecbas car-
bón e impedfan que el fuego quemara lo que qudaba Su procedimieno
era m¿ls o.menos el mimo cr¡a¡¡do se trataba de hacer barcas de tma sola
pieza, o calderas de madera para cocinar sus caÍEs tirando enseguida
adentro piedras candentes: pon¡ue es cierto que esüüan muy lejos de
conocer todos el arte de forjar vasijas de arcilla. Mientras mifs
imperfectas, m¿ls lentas venfan a ser todas estas técnicas en la práctica, y
por ejemplo se vio en Sudamérica a hombres ocupados por dos neses en
tumbar tres árboles. Por otra parte, es f¡lcil cr€er que pueblos mlls
sedent¿rios, como los Mexicams o los Pen¡a¡os, a pesar de la falür de
hieno habfan logrado un grado de industria muy superior a los conoci-
mientos mecánicos que posefan los pueblos dispersados por familias
como los Wormnes, cr¡yos hombres no üerpn rccunos (tal es la opinión
del Sr. Barprcft) suficientes para pmsurarse la vesimenta más necesaria,
de modo que orbren los órganos de la generación solamc¡¡te con esa rcd
que se encuenüia en la nuez de coco, o oon alguna errftEza (Natwges-
chichte vonGuiatu).
lfmites del mundo antiguo tales como los fijamos anteriormente, quedan
invariables.
advertir que Mela habfa copiado a Eudoxo, que escribió eso en sus
memorias y al cual Estrabón nos la describe como un impostor. En
efecto, parahacer creer que habfa doblado el Cabo de Buena Esperanza,
echaba mentira sobre mentira. Se puede ver, por la historia de China y
sobre todo por el uso vigente entre los habitantes de Kamchacta, los
Siberianos y hasta los habitantes de Rusia, que el método de prender
fuego mediante la frotación de la madera tuvo que ser general en nuestro
continente, antes de que se conociera el acero y las piritas: el calor que el
hombre salvaje senda al frotarse sus manos le enseñó todo esto.
cosnünbre no eri¡ extensiva a la gente del pueblo, aunque este nos parece
un asunto imposible de aclarar: en realidad creemos que no se puede creer
a ciegas todo lo que Garcilazo noE dice sobre la legislación de los
Peruanos. Por otra parte en las poblaciones de este pafs, donde la
autoridad del gran cacique o el emperador no era muy fimte, como entre
los Antin, "el matrimonio era desconocido: cuando la naturaleza les
inspiraba sus deseos, el azar les ofrccfa una mujer, ellos tomaban a las
que encontraban; sus hijas, sus hermanas, sus madrEs, indiferentemente;
sin embargo, las madres estaban al margen de esta práctica- En otro sitio
-agregíF las madres cuidaban en fg¡ma esmerada a sus hijas, y cuando
las casaban, las desfloraban públicamente con sus manos, para
demostrar que habfan sido bien cuidadas" (tomo I, p. 14). Esta última
costumbrc, si era auténtica, podrfa parccer aun más asombrosa que el
incesto, que tuvo que estar presente en tribus pequeñas formadas
solamente de ciento Eeinta individuos como las que se encuenfntn a veces
todavfa atrcra en las selvas de Anérica, mucho menos frrecuente debió
ser en tribus más numerosas, sobre todo, si se piensa en la mulüpücidad
de lenguas relativamente ininteligibles que impedfa a esas tribus pequeñas
tomarmujeres de sus vecinos.
En esta gran cantidad de detalles que nos ofrecen los relatos que
tienen relación con las costumbres religiosas de los americanos, se
filtraron falsedades, algunas de las cuales son ya muy conocidas y las
otras las conocercmos a medida que los viajeros sean más conscientes que
aquellos de quienes ya hemos hablado hasta ahora: religiosos y hombres
que no merecfan el tftulo de filósofos, en cualquier senüdo de la palabra,
porque se permitieron escribir cosas que personas racionales se
arrepintieron de haberlas lefdo. Aquf explicaremos un hecho que será
suficiente para juzgar a muchos otros. Se aseguró que muchos salvajes de
las provincias meridionales adoraban a una calabaza. Ahora bien, en esto
consistla la adoración: de la misma manera que los supuestos brujos de
Laponia se servfan de un tambor que tocaban para cazar al demonio
cuando orefan que éste se encontraba en el cuerpo de un hombre enfermo
que no podían curar con sus drogas comunes, asf algunos juglares o
brujos de América empleaban una calabaza de la que sacaban la pulpa y la
rellenaban de piedras de manera que al sacudirla producfa un ruido que se
escuchaba desde muy lejos en la noche. Es muy natural entonces que los
Amfua 25
estatuas y los sacrificaban de esta manera cada vez que los Antis
celebraban actos de fe. En cuanto a los que entre los salvajes son
llamados boyés, jometyes, piays, angekottes, javas, tilnrangui,
outmons, merecfan más bien el nombre de médico que el de sacrificador
o verdugo con el que casi siempre se los conoció. Es verdad que éstos
añaden a los remedios que ofrecen a los enfermos extrañas prácticas que
consideran propias para calmar el origen maligno, al que parcce atribufan
todos los males que afectaban al cuerpo humano. En lugar de razonar
esnípidamente sobre las teorfas de sus llamados sacerdotes, hubiese sido
mejor comunicar los caracteres de ciertas plantas que utiüzaban con
frecuencia como medicamento porque nosotros no conocemos sino ra
quincuagésima parte del los vegetales que cada uno de esos Alexis llevan
siempre consigo en pequeños bolsos que constituyen toda su farmacia.
Pero los misioneros, que vefan en estos charlatanes .sus rivales, en fomra
encamizada y aún cuando escriben en sus relatos, los llenan de injurias
tan indignantes como la vulgaridad de estilo con la que escriben sus
relatos y los prodigios clara¡nente falsos que afinnan como verdaderos.
No faltaron misioneros en A¡nérica pero no se vieron hombres
inteligentes y caritativos, sino muy rarirmente, interesarse por las
desgracias de los salvajes y emplear algrln medio para aliviartos. Se puede
decirque solamente los Quakeros se establecieron en el Nuevo Mundo sin
cometer grandes injusticias ni acciones infames. En cuanto se refiere a los
espafloles, aunque no fueron instruidos, se podrfa decir que Las Casas
quizo paliar sus crfmenes haciéndolos absolutamente incrclbles. Osan
decir en un tratado titulado De lad¿strucción de las Indios occidenules
por los Castellanos, inserto en la colección de sus Obras e impreso en
Barcelona, que en cuarcnta años zus compauiotas degollaron cincuenta
millones de indios.Pero afirmamos que es una burda exageración Esta es
larazón ¡nr la que Las Casas exageró tanto: querfa establecer en América
un orden semi-milita¡, semi- eclesiástico; luego, quizo ser el jefe de este
orden y hacer pagar a los americanos un enonne tributo en plata. para
convencer a la corte de lo rltil de este proyecto que en realidad solo lo era
para é1, presentaba el número de indios degollados en cantidades
enormes.
con tropas ya cansadas por las qlminatas hasta el interior de las tierras.
Como quiera que sea, el nuevo mundo estaba tan desierto que los
europeos hubiesen podido establecerse sin destruir ninguna población. Al
dar a los americanos el hierro, las artes, los oficios, los caballos, los
bueyes y las razas de todos los animales domésticos que les faltaban, se
hubiese compensado de alguna manera el terreno tomado. Sabemos que
algunos jurisconsultos sostienen que los pueblos cazadores de Atnbica
no eran los verdaderos poseedores del terreno, porque, de acuerdo con
Grotius y Lauterbach, no se adquiere la propiedad de un pafs cazando,
haciendo leña, tomando el agua en ese lugar sino con la demarcación
precisa de los lfmites,la intención de cultivar o el cultivo ya comenzado,
aspectos que confieren la posesión. Pensamos, por el contrario, que los
pueblos cazadores de ,bnérica tenfan raz6n aI sostener que eran, como
ya se dijo, poseedores absolutos del terreno porque su manera de vivir la
caza equivalfa al culüvo y la construcción de sus cabañas es un tftulo
contra el cual no pueden argumentar Grotius, Lauterbach, Titius y todos
tos publicistas de Europa sin caer en la ridiculez. Ciertamente, en los
lugares donde habfa atguna especie de cultivo la posesión era'aún más
indudable, de manera que no se sabe por qué razón el Papa Alejandro VI
otorgó por medio de una bula en 1493 todo el continente, y las islas de
Amérira al rey de España sabiendo que no otorgó pafses incultos ni
deshabitados, porque en la donación especificaba las ciudades y los
castillos (civitates et casto in perpetuwn, tenare praesentitpn, donarnus ).
Se dirá que este acto fue ridículo: sf, es precisamente por ridlculo que
debió abstenerse de hacerlo para no dar lugar a que personas temerosas
crean que los soberanos pontffices contribuyeron en todo lo que era
posible, en todas las depredaciones y masacres que los españoles
cometieron en América, donde citaban esta bula de Alejandrc VI cada
vez que aprisionaban a un cacique o invadían una provincia. La corte de
Roma debió haber revocado solamente este acto de donación, por lo
menos después de la muerte de Alejandro VI pelo desgraciadamente no se
hizo jamás esta gestión en favor de la reügión.
pensar sino por los relatos que recibfan acerca de los antropófagos o
caníbales. Todo esto se ve claramente en una carta de Lullus; los indios
occidentales, dice, solo tienen del animal pensante (hombre) 1o exterior:
saben apenas hablar y no conocen ni el honor, ni el pudor, ni la probidad:
no hay animal feraz, tan feroz como ellos; se devoran entre ellos y
destrozan a su enemigos succionando la sangre y tienen siempre
enemigos porque la guerra entre ellos es etema; su venganza no conoce
límite: los españoles que les frecuentan, añade, se transforman casi sin
advertirlo en perversos, crueles y atroces como ellos, hecho que ocure a
fuerza del ejemplo y del clima (Adeo corrumpuntur iliic mores, sive id
accidae exemplo incolarum,sive caeli natara ). Pero parece que el clima
no influyó en todo esto porque ya hemos visto que a la altura de la lfnea
ecuatorial y en los países más fríos, más allá de los cincuenta grados, se
vió también a bárbaros comer a sus prisioneros y celebrar con horribles
canciones la memoria de sus ancestros que haclan lo mismo. Lullus y los
teólogos que aquí se mencionan, parecen ignorar que la antropofagia fue
muy común también entre los antiguos salvajes de nuestro continente;
porque cuando las ciencias no iluminan al hombre, cuando las leyes no
detienen ni la mano ni el corazón, se cae en estos excesos. Repeüremos
al terminar este artículo que siempre será admirable que no tuvieran
todavfa en 1492 ninguna idea de las ciencias de manera que el espfritu
humano se haya atrasado en este aspecto más de tres mil años. Ahora
mismo no existe en el nuevo mundo una población americana que sea
libre y que quiera hacerse instruir en las letras porque no se puede hablar
de los indios de las misiones, ya que todo demuestra que se los convirtió
más bién en esclavos fanáticos que en hombres (D.P.).
+s3+ *t3,* +t3+ *t3,F *83+,$'t+83+,+83ft3*
JosE Pen¡rerrv
t771
JDttgst4tetr"4ltJtOlY
SUR
L'AMÉruQUE
ET
LES AMÉRICAINS,
CONTAE tES
RECHERCHES PHTLOSOPHTQUES
DE ltfn. o¡ p.
8An
Dol¡ PunNETy.
Abb€ dc li\bbaye de Bürget, dcs Acactérnies Royelcr
de pnrlle &'de Ftorenic,'a ¡lit¡oitá¡i;'á¿-'sn
Ivlrjelté lc Roi de prulfc.
+f'-¡¡¡kB
A BERLIN,
c¡rez G. J. DECKER, Iu!&nr¡un pv Rot.¿
Este terreno fétido lleno de ciénegas hacfa brotar más árboles llenos
de gusanos que las otras tres partes de nuestro globo... La superficie de la
tierra, afectada de putrefacción, estaba invadida de lagartijas, culebras,
serpientes, reptiles y de insectos monstruosos por su tamaño y la potencia
de su ponzoña. Y finalmente, una decadencia general había afectado, en
esa parte del mundo, a todos los cuadrúpedos, hasta los primeros
principios de la existencia de su generación3. Es, sin duda, un espectáculo
grandioso y tenible -agrega el Señor de P .- ver que la Naturaleza lo regaló
todo a nuestro continente para quitársclo al otro, )' quc en éste todo lo
liace degenerado o monstmoso. Un suelo árido en las montañas, ciénagas
Tomo I, p. 14.
Tomo L p. 9.
{rméllm,glosárneñrrrrus 35
el autor? a bs pueblos de
Consideramos hasta la fecha -continrla
América solamente obsewando sus facultades ffsicas, que siendo
escencialmente üciadas, habfan provocado la pérdida de las facultades
morales. La degeneración habfa afectado sus sentidos, sus órganos; su
alma se habfa achicado proporcionalmente a sus cuefltos. Habiéndo la
naturaleza quitado todo a un Hemisferio de este Globo, no puso allá más
que unos niños, y por consiguienrc no se ha podido aún obtener unos
hombres.
que ésta se eleve y se supere. Superiores a los animales, por tener el uso
de las manos y de la lengua, los Americanos son realmente inferiores al
más pequeño de los europeos: privados tanto de inteligencia como de
perfectibilidad, no obedecen más que a los impulsos de su insünto.
Ningfnmotivo de gloria puede penetrar en su corazón: su imperdonable
cobardfa los mantiene en esclavitud, en esa esclavitud en que la propia
cobardfa les sumergió, o en la vida salvaje, de donde no tienen el valor de
salir... Los auténticos indios occidentales no son capaces de tener una
secuencia de ideas: no meditan, y no tienen memoria.8
8 Tomo I, p. 154.
9 Discows Prélimi¡wire
Amfficag losAm*lcanos 37
ni los cereales, ni los propios ¿fiboles pueden b¡otac un clima en que los
hombres, en nuestra opinión mil veces más desamparados que los tres
cuartos y medio de los pueblos de América, ofrecen solamente un
espectáculo rcnible de una tiena maldita, con la naturaleza humana y
animal absolut¿mente degradadas. Por otra parte existen los desiertos
arenosos y ardientes de Africa, ese homo en que los hombres, agotados,
parecen por su color vfctimas y presa del fuego que la Naturaleza
mantiene siempre encendido.
Pero, por muy mortificante que eso sea para el amor propio, y la
vanidad de los Eurcpeos, encontrar en un Nuevo Mundo a r¡nos hombres
valiosos en muchos sentidos, ¿es necesario que para cre€rse los más ilumi-
nados, ingeniosos, espirituales y racionales del mundo, este prejuicio les
ciegue al punto de hacerles negar cualquier cosa y hablar, como el Señor
de P., contra la evidencia? 11
mejorcs fuNtrumentos de hierro y acero: oon más razón nos resulta diffcil
imaginar cómo los antiguos Peruanos pudieron lograrlo, con sus h¿chas
de piedra o cobre que se encontraron en antiguas urmbas, o con otros
instn¡mentos equivalentes, pero sin compás ni escuadra.
t3 p.131.
4 José Pernettg
Pero no creo que deje de aceptar el relato del Señor Bristock, gentil hom-
bre inglés: los ingleses no tienen la costumbre de llenar de adulaciories zus
relatos. Los Americanos conocidos como Apalachitos no eran más
embn¡tecidos ni más estupidos que los Peruanos. Dice el autor que el
Señor de P. hubiera admirado las leyes y el gobiemo de los Incas y la
felicidad de los Peruanos, si todo eso hubierá existido: que admire, pues,
lo mismo en los Apalachitos. El Señor Brisock estaba en el pafs de estos
indios en 1653. Quedó con ellos el tiempo suficiente para enterarse de sus
antiguas y nuevas costumbres. Su relato está en el capftulo 7 y 8 del
fecundo übro de la historia nanral y moral de las Islas Antillas hecho por
el Caballero de Rochefort.
Nos ensefla que Peni y México no eran los rínicos pafses.del Nuevo
Continente en que habfa antigu͡.mente unas ciudades. El de los Apala-
chitos estaba habitado por gente civilizada. Estaba dividido en aquel
entonces, en seis provincias, en cada una de las cuales habfa a veces una o
más ciudades grandes, pero normalmente, varias pequeñas. En el tiempo
del señor Bristock, las cosas segufan igual. Algunas ciudades -dice este
autor- estaban formadas pormás de ochocientas casas: la de Melilote, que
era la capital, de más de dos mil. El Rey de los Apalachitos sigue viviendo
allá en su rcsidencia. El Templo o los Sacerdotes de los Sacrificios al Sol,
hacen sus ceremonias en una gran cabema ovalada, con unos doscientos
pies de largo y un ancho en proporción, situada al Oriente de la Montaña
de Olaimy en la provincia &, Bonarin a una legua de Melilote. En el medio
hay una gran claraboya de donde entra la luz del dfa. Tanto el ttrmbado
como todo el interior es perfectamente blanco. El piso es uniforme, como
mármol pulido, de una sola pieza; todo eso fue cavado en la roca.
mezr,la, a la cual r¡nen r¡na ar€ria dorada que produce un efecto esn¡pendo
de magnffico brillo. Sus casas están tapizadas con esteras de hojas de
palma, y de junco, pintadas con diferentes colores y colocadas por
compartimientos. Los cuartos de los jefes son tapizados conpieles de pelo
largo o pieles de venado pintadas con representaciones de distintas figu-
ras. Algunas están decoradas con plumas de ave, muy artlsticamente
dispuestas, oomo un bordado.
Todo ese pafs esta dividido en seis provincias, de las cuáles tres,
Bemarin, Annni y Matiqué ocupan los más bellos y espaciosos valles
rodeados por los montes Apalates. Las tres otras provinciaq son Schnrna,
M&aco y AcMaques, extendidas en los montes. Los habitantes de estas
provincias viven solamente de aza.Elvalle tiene sesenta leguas de largo
y üez de ancho. Las Ciudades y Aldeas están construidas sobre pequeñas
lomas; el pafs üene maderas de toda clase en gran cantidad, tiene frutas,
legumbres, hierbas para hacer sopas, mijo, mafz, lentejas, alverja, etc.
Cuadnipedos, aves de toda clase. Los hombres son altos, bien formados y
constinryen un pueblo de mansas costumbres que vive en sociedad en las
ciudades y aldeas, muy unidos. Todos los bienes inmuebles son propiedad
común entre ellos, salvo sus casas y jardines. Como cultivan sus tierras en
común, compaÍen sus frutos luego de depositarlos en granercs públicos
que están en el centro de cada ciudad o aldea. Los encargados de la
distribución la realizan al cambio de luna, y entrcgan a cada familia,
segrín el nrfoiero de componentes, según su necesidad.
Tienen una beüa voz dulce y flexible; aman imitar el canto de las
y
aves, 1o logran perfectamente. Su lenguaje es dulce, sus locuciones
enérgicas y precisas, y los períodos, lacónicos. Desde chiquitos aprenden
canciones compuestas por los Sacerdotes en honor al Sol, como padre de
la Naturaleza, y en tales cantos hacen entrar el cuento de las empresas de
sus jefes, para perpetuar su memoria.
t4 Tomo I, p.232.
50 José Pernettg
1. El suelo de América
15 p.5?8
16 p.490
r7 p.573
52 José furnetty
Este autor nos dice que allá se disfn¡ta siempre de un cielo dulce y
sereno. Ese pafs parece haber conservado las delicias de la edad de oro.
I¡s inviemos son tibios y los vientos rigurosos nr¡nca soplan; el ardor del
veftmo siempre es templado por vientecillos frescos que a la mitad del dfa
19 p.?0
20 p.208
Amfficag losAmatnnos 53
llegan a suavizar el calor d9l ai¡.g. Asf, todo el año no hay más que una
hermosa fusión de primavera y otoño, que parecen darse la mano para
reinar allá junos, y unir flores y fn¡tos, al punto que sin faltar a la verdad
se puede decir lo que Virgilio dijo antaño de una provincia de It¿lia:
^FIü
ver assidwan, afque alienis mensibus Aestas-Bis graúdae pecudal, bis
Pomis tuítis arbos. At rabidae Tigres úsunt et saeva l¿onwn semina. 2l
(Georg. L.2).
La tierra dice este Autor, es tan bella en ese lugar, tan rica, tan
capaz de producir, como no logra serlo ningrln lugar dé Francia; la vid
brota y prospera muy bienen esas islas, y da excelentes uvas, pero el vino
que se pudiera hacer con ellas no se podrfa guardar. El trigo que pide
2l Este rlltimo artículo se refiere solamente a los países más meri4ionales, y a los
m6s septentrionales, de América.
22 p.76
23 No preveía que el señor de P. de pronto $vo ganas de demosra lo contra¡io.
g Jcé tumav
Esta tierr¿ tan ingraa segú el Sefbr de P., ticne sin cmbargo,
r€specto a la nuesr:a, la venaja de proürcir la p4aya lc cocc y mucbas
otns ftutas, todo el afra,a de sabor exqrisito. ¿Tcrmos ruoms ¡rciaso,
con nuestro cüma, unos ¿lrüoles naturales del pafs, que despiden un
perftme tan s¡ave omo las hojas de la madera india, como el sasafrás y
tantos otros? l¿s hojas de la madera de tdia dan a la came, du¡ar¡te n¡
cocciútunsabotanespeciat qr¡e s lo prdiera a¡ribuir m¡ls bien a rma
mezclade varias clases de especias y tD a una simple hoja de áóol. Yo
sigo sorprcndido de qre esta hoja m se transpofte a Eumpapara $¡stiu¡if
las espociasde las hdias Orinrlcs.D
Enla Capoa y Gupna la üerr¿ cs muy h¡Goa, f&il de anltivar y
tatr fértil, dice Bic2ó qrrc tos vegstales bmú¡m cn seis m€ses, ctm& co
nuesoos bosques continuanente podados, haccri falta ¡cis o sietc años.
Las ftrtas de toda cl¡se sc a¡oeden todo el úbn.Lacnacs fihil y t¡n
abrmdante, que no solane¡rc proporcion a bs ne¡ralcs dd pafs rodo lo
que es neesario para la vid¡, sim que cstos no qpiercn domcsicar
n¡ng¡na clase de minabs. Sc m¡emn alllu¡ cú¡idd proditiosa dc
aves y casi todas titrst m plumajc esorycrrdo. Las pcrüices son glises,
perc gn¡esasoomourh¡€n c¡pó[¡, sabúocas y godas. Loe qle sospeóan
de odo diffcilmenÉ q€crán b que voy a deirde la pcsca m prodigioea
en ese pafs, que hay que verlo para crcerlo. Agrcga este autor El pescado
es excelente, mucho más sabroso que el de las costas de Francia.4
Juzguen pues -dice Biet- si es un pafs malo ese, y si es cierto que no hay
manera de vivir bien y cómodamente en é1.
Biet habfa hecho una larga estadfa en ese pafs, cuando escribfa eso,
y si el Señor de P. lo hubiera visto no solamente en papeles, hubiera
atestiguado lo mismo. Yo mismo vi en el Brasil, que la tierra producfa los
frutos más hermosos y ricos. Vi a sus habitantes pasar sus dfas, por eso,
en un ocio total, y parecfan perisar que eran ellos también hijos de Adán, y
por tanto, condenados, con toda lara?a, a @mer el pan con el sudor de su
ftente.
m¿uranas, cabras pafen dos veces por aflo en este hennoso pafs y todos los
cuadnÉpedos viven en tal cantidad, que hace falta matarlos para el
comercio de pieles, cueros, etc., dejando su cuerpo sin piel para los
animales y aves de presa.29
29 Ibidem, p.10
30 Feuillée, p.439
3l Ibidem, p. 441
32 Tomo I, p. 6
Amértca g los Ametlcr;nos 57
5J Tomo I, p.9
58 Je PanettY
Los lrokis son más grandes, valientes y astutos que los otfos, pero
menos ágiles y menos hábiles en la guerra que en La caza, que nunca
realizan sino entre muchos. Los Iliriios, los Uoanis, los Utagamis y
algunas otras naciones, son de talla más baja, saben corer como liebres si
se me permite tal comparación. Los Atahuas y la mayorfa de los salvajes
del Norte, salvo los Saltadores y los Clistinos, son feos, mal hechos y
cobardes. Los Hurones son valientes,llenos de iniciativa, inteligencia, y
por su talla y rostro se parecen a los lrokis.
Las mujercs tienen una talla un poco más alta que la mediocrc, y
son tan bellas como se puede imaginar, pero tan gordas, petulantes y mal
hechas, que no pueden tentar sino a unos salvajes.
confirrente, nos qr¡iso favorecer. Sin embargo, esta na[¡raleza habfa dejado
a Canadá la pleuresfa, y nosotros les lleva¡nos la viruela; los Americanos
nos pasarcn su propia viruela porderectn de trueque y comercio.
4l p.56.
42 Tomo II, p. 29.
América g bs Amaícarws 63
43 Ibidem, p. 169
64 José Prnettg
¿No será acaso él mismo tal autor? La decisión es del lector. Pe¡o,
no pienso que se pueda razonablenaente hacer el mismo reproche a los
Señores Chenard de La Gyraudais, y Alexandrc Guyot, cuyos diarios voy
a mencionarcomo testimonios. Hice con ellos un viaje lo suficientemente
largo para conocerlos bien, y me di cuenta que eran enemigos de ese
elemento asombroso que deslumbra y capaces de ver con ojos limpios de
prejuicios y de relatar con la mejor franqueza las cosas tales como las
vieran.
P.78.
\mértcag los Amerürrnors 65
45 Tomo I, p. 3(D.
46 Jow-ru| duVoyage oux lles Malvin¿s, p. 660.
José Pemettg
47 Ibidern,p.662
48 Ibiderqp.693.
68 Jos,é Plrrettg
unos hombres a caballo, ¿pero debo concluir por eso que eran gigantes?
Es una ilusión de usted".49
51 P.78.
72 José Pernettg
Tomo I, p. 306
Amérlm. g los Am*lcanos 75
Que el Sr. de P. menos tfmido que Buffon, quiera sostener, con é1,
que la Naturaleza acaba recién de organizane en el Nuevo Mundo, que la
organización ennuestros dfas aún no está acabada, es una opinión que
puede defender tozudamente tanto como le gusta; nadie estará obligado
por eso a creerle sin más ni más, ya que los hechos le desmienten. pero
76 José Pernettg
55 Ibid., p.307.
4;métlcag los Amalcanos 77
menos de doce-uece pies. Agregó que, asombrado por ese tafilaño, lo habfa
puesto en una caja y llevado a bordo, para mostrarlo en Europa. pero,
pocos dfas después, su navfo habfa sido afectado por otra tempestad, aún
más violenta que la anterior, y que el Arzobispo de Lima, pasajero, que
estaba volviendo a España, había persuadido a la tripulación de que la
osamenta de este Pagano que el sr. Guyot habfa colocado en su navfo, era
la causa de la tempestad con que Dios les castigaba, y que habfa que
obligar al Capitán a tirarlo al mar: eso se tnzo, a pesar de todos los
razonamientos del sr. Guyot. Dos dfas después, el Azobispo se enfermó
y murió casi de repente. El fue ürado al mar. El Sr. Guyot aprovechó la
ocasión de esta muerte, que dijo a los Fspañoles ser un castigo del cielo,
porque el Arzobispo, por un simple esqueleto puesto en su navfo
solamente para saüsfacer la curiosidad de los Europeos y convencer a los
incrédulos de la existencia de la raza gigante, habfa sublevado a la
tripulación del barco confia é1, que era el capitán. Este hecho comprueba
una vez más, en contra del señor de P., no solamente la real existencia de
los Patagones Gigantes, sino también, que los Españoles, incluso actual-
mente, no se han curado del prejuicio de que un cadáver, o un esqueleto
humano, guardado en un navfo, atrae la tempestad y el mal tiempo. pero
aun si el sr. Guyot o algrin otro Navegante hubiese de veras rafdo uno o
dos esqueletos enteros de Gigante, o a gigantes vivos, ¿la gente hubiera
sido acaso menos incrédula en cuanto a la existencia de vna Íaza
gigantesca hecha de hombres de ese tamaño? No, porque viéndolos
hubiera dicho que eran gigantes tales como la Nan¡raleza los hace nacer a
veces en Europa, y cuya existencia no pnreba la existencia de una raza
giganre en nuestro Continente.
Por prueba muy evidente que pueda resultar una raza de hombres
más grandes, gruesos y robustos que los de nuestro Continente, para
demostrar que la Naturaleza humana no está degradada ni degenerada en
Europa,los incrédulos, reqpecto a eso, exigen otras pruebas además de la
existencia de Gigantes; tal existencia, en efecto, sigue siendo al menos un
problema para ellos. Estas pruebas estarán fundadas en el relato puedo
decir unánime, de los Autores que nos dieron noticias de los pueblos del
Nuevo Mundo.
56 p. 61, y ss.
América g los Ameñcanws 81
Ellos crfan a sus niños de una manera, que se les ve caminar sin
apoyo a los seis meses, y no se encuentran entre ellos esos chiquitos que
se encuentran normalmente entre nosotros; la duración de la vida rebasa
normalmente el término de la nuestra y la vejez de los nativos es
57 Tomo I, p. ll.
58 La Houun p. 138.
82 José kmettg
Laet nos asegr¡ra que irrcluso vio a unas salvajes todavfa fecundas a
los ochenta.
Estas montañas me recuerdan que lef en la Obra del Sr. de P. ff, qu.
Ia elevación del suelo de Tartaria Oriental forma el monte más alto y
enorme de nuestro Globo. Sin duda él olvidó, que, después de medir las
montañas del Chimborazo,gl alto y extensión de los Andes o Cordilleras,
ellos son reconocidos unánimamente como las montañas más altas de toda
la Tierra. El mismo lo habla dicho, después de las observaciones de los
Señores de La Condamine y Bouguer. Serfa pues, en América y no en
Tartaria, segrin su sistema, que habrfa que buscar a los pueblos más
antiguos del Universo: sin embargo, él intenta afirmar que los Americanos
sonunpueblo nuevo, aún en la infancia. Para apoyar tal hipótesis, el Sr.
de P. nos los representa como hombres con facultades todavfa tan inertes,
que hasta ahora fue imposible desanollarlas para convertirlos en hombres.
Pero si creemos a los que vivieron largo tiempo con ellos, no parece que
les falta inteligencia: no necesitan más que instrucción.6s Razonan muy
bien y no hacen nada sin haberlo antes pensado y madurado. Siempre se
consultan mutuamente antes de emprender cualquier cosa, oyen el consejo
de los ancianos, a quienes respetan mucho por su experiencia.
62 Frézier, Ibidem.
63 Ibid.
64 Tomo tr, p.343.
65 Voyage a la France équircxiale , pp. 351 y s.
Lmérlca A los Amerf;anos g5
Cuando están entre amigos, sin testigos, razonan rnuy bien, y coh el
mismo valor que cuando están en concejo.lo que parecerá extraordinario
a quienes no los conoc,en más que con el nombre de Salvajes, es que, no
teniendo estudios, y siguiendo solamente las indicaciones de la Natu-
raleza, son capaces de prolongar sus conversaciones, a menudo por más
de tres horas, y sobre toda clase de temas, con tanta habilidad, que nó se
tiene nunca la sensación de haber perdido el tiempo con estos ni3ticos
filósofos.
66 pp. 303 y s.
67 Atlas et Dissqtatiotz & Gued¿vilb. Tomo VI. p. l(}2 y s.
68 La Houtan, p. 203.
86 Jos,é turn@
69 Ibklem,p.l12
70 Tomotr,p.154.
\¡nfficag 16 Arnrl':lñlos g7
Basa muy poco para que asome su natural orgullo, y como son
muy orgullosos, dice el mismo Autor, sufren a duras penas la vanidad de
los que les quiercn mandar. Pero, se encuentran en estos pueblos que
nosostros llamamos Salvaja tmta gentilezay más buena fe, que en las
naciones más iluminadas y mejor gobemadas. Si van de caza o pesca, si
nmban los áóoles para hacer sus qnas, o fundan un jardfn lo hacen unto
para divertine como por necesidad de alimento y arnparo contna las fieras.
Estos pueblos no pueden salir del asombro que les causa ver a los
Europeos que aprccian m¿ls el oro o la plata que el vidrio y el cristal, que
según ellos son más brillantes. Enseftan a los cristianos pedazos de oro, y
le dicen: este es el Dios de los cristianos. Por eso los cristianos abandonan
su pafs, por eso vienen a sacamos de nuestras casas y ma¡¡¡mos, y por eso
también viven sólo en inquietud y preocupación. O¡ando ve a un Europeo
triste y pensativo, se oponen con dulzura a esta tristeza y le dicen:
Compadre (término amistoso), tri tienes la mala suerte de exponer nr
persona a tremendos viajes, y a dejarte carcomer por tantas preocu-
paciones. La pasión de las riquezas te hace aguant¡r todas estas penas.
Temes continuamente que te roben en tu pafs o en éste, o que tu
mercaderfa se la trague el mar: asf, envejeces rápidamente, tu pelo se hace
canoso, tu frente se llena de amrgas y mil molesüas te afectan, y en vez de
90 Jasé PqtvttA
solo; un hombre que los usa como a un rebaño de ovejas o marionetas que
mueve como le da la gana.
Tomotr, p. l54.
94 José Panettg
quitado el último, hacen 1o que debfan hacer. Oros pueblos tiene una soga
o cuerdita en la que hacen tantos nudos, o un bastón donde hacen
muesc¿rs, cuantos son los dfas que faltan al señalado. Todos los dfas
desatan un nudo o borran r¡na muesca, hasta ei último: entonces van a la
guerra, o hacen lo que se habfan prcpuesto.
Para calcular hasta diez, los Americanos reunieron los dos números
cinco que son la cantidad de los dedos de cada mano: eso demuestra que
tenían la idea de multiplicar por dos este número cinco, que les era
conocido, para formar asf el diez: conocfan pues igualmente los números
de uno a diez, sabfan sumarlos e incluso repetirlos como nosotros para
contar hasta veinte: ¿por qué no hubieran sabido hacerlo hasta 30 y más?
Cuando decía eso, había reflexionado que como la misma tierra les
da granos y frutos, y la caza los animales para alimentarse y vestine, la
moneda era para ellos superflua, ya que tiene solamente un valor
arbitra¡io y que ha sido inventada solamente como un medio para facilitar
el intercambio, en los pafses en que Io Tttyo y lo Mío provocan tantos
desórdenes, donde los hombres sacrifican a la ambición y posesión de
fortunas incluso su propio descanso y en los cuales la sed de riquezas
altera incluso a quienes dirigen las sociedades para mantener el orden
cenándoles los ojos frente al crimen y haciéndoles ver pecados dignos de
castigo en la misma inocencia. El no-uso de la moneda pone a los
Americanos en el mismo plan de los Tártaros y Circasianos, que son
parecidos. Vayan Ustedes entre ellos, y los encontrarán vestidos de pieles,
verán que toman la leche agria de sus cabalgaduras, o agua pura, y viven
de las fn¡tas y came de los animales que matan en caza. Los hospedan y
les dan todo lo que tienen con el corazón más generoso, y sin retribución.
Se entregan entre sf las cosas que les dan placer, o que necesitan, sin usar
moneda. Si se les regala alguna cosita, la reciben agradecidos; si se les da
plata u oro acuñados, no los aceptarán como monedas, y las usarán para
hacer broches y prendedores.S0 ¿Deduciremos de eso que los Tártaros y
Casi todas nuestras artes dan a los niños un lujo que ellos
desprecian, o necesidades que de por sí ignoran. Por eso dicen que distor-
sionamos siempre la idea correcta que debemos tener de los hombres y las
cosÍrs. Y agregan: se miden por el brillo de su ropa y los tftulos, porque se
les supone acompañados por mucho oro y plata. Entre nosotros -dicen-
para ser hombre hay que tener las habilidades de correr bien, pescar,
lanzar bien una flecha o una bala, manejar la canoa, guenear, conocer
perfectamente la selva, vivir de poco, construir chozas, y saber recorrer
cien lenguas en el bosque sin más gufa y provisiones que el arco y la
flecha.
Pero serfa equivocado decir, como el Sr. de P., que los Americanos
no tienen inteligencia en artes y ciencias. Lo que el Caballero de
Rochefort dice de los Apalachitos y Caribes en su Historia de las
Antíllas, y lo que leemos en los relatos de México y Perú, prueban clara-
menrc lo contrario.
objetos, por ejemplo cigarreras), porque este fruto se vendfa mucho más
caro que el tabaco y no se pudrfa en el barco durante el viaje.87 Y
nosotros mismos supimos de unos Magistrados de una Nación Europea
que quisieron condenar a un hombre a ser quemado vivo por habei hecho
bailar unas marionetas.
y tan sóIo para encontrar, en vez de la felicidad que en eso se busca, con
tantas penas y preocupaciones, solamente la fuerza funesta de los males
que nos inundan?
Pintándose asf la piel, los Indios tiene una ventaja real, dictada por
la Naturaleza, para la pmpia conservación de su existencia; pero nuestras
Europeas, usando el blanco y el rojo para maquillarse la cara,la garganta
y las otras partes del cuerpo que llevan desnudas, no tienen más motivos e
intenciones que esconder defectos recibidos de la Naturaleza, o provoca-
dos por la edad, y esta es una auténtica hipocresfa y astucia.
ll0 José Pernettg
Los Europeos consideraban este color como lo hacen arln ahora los
Americanos, sobre todo los Patagones. Los caciques de Etiopfa se pintan
todo el cuerpo de rojo, y así pintan las Estatuas de sus Divinidades.
En la China los pies bonitos son los pies chiquitos: para tenerlos lo
más pequeños posible, las Chinas se los desfiguran al punto que casi no
pueden moverse. Las mujeres turcas consideran una gran concesión
mostrar solamente la punta del pie, y en cambio usan grandes esmtes y
justo en medio de Turcos, en la isla de Chio, las mujeres se tapan
completamente la garganta hasta la quijada, y usan faldas tan cortas, que
llegan apenas hasta la rodilla.
Amérlca A los AmericarLos 113
nota al mismo üempo, el afecto mutuo que los une, la saüsfacción que
sienten viéndose reunidos.
94 Tomo I, p. 8 y p. 13.
Amértca g los Amertcanos ll7
sin comer ni beber. A pesar de eso son tan fuertes, ligeros y capaces de
correr, más allá de lo imaginable. Después de ser testigo ocular de eso,
apunté las pruebas de su habilidad en el relato de mi viaje a las Islas
Malvinas. Conforme medito sobre la idea que el Sr. de P. nos quiso dar de
América, menos la encuentro parecida a la que tenfamos de tal
Continente. Esta parte del Globo, desde su descubrimiento es el poderoso,
grande y rico imán de los Europeos. Europa, la más pequeña parte de la
Tierra en la repartición que los hombres quisieron hacer, desde entonces
quiere compensar su poca extensión y las cosas que le faltan buscando
ardientemente los bienes que la Naturaleza no le concedió y que, madre
común que no quiere en igual medida a sus hijos, dio generosamente a
otros pafses. ¿En efecto, si los Europeos pensaran como el Sr. de P.,
verfamos esta canera intensa y apresurada de gente que quiere estable-
cerse en América y encontrar todos sus productos? ¡La fatiga, los
peügros, las incomodidades, nada les impide tal carrera!
WI¿IAMS ROBERTSON
1777
Sus prejuicios
todo ese gran continente estaba habitado por una raza de hombres
desnudos, débiles e ignorantes, algunos escritores famosos afirmaron que
esta parte del globo había quedado más tiempo cubierta por el agua, y se
había convertido en lugar adecuado para el asentamiento humano
solamente desde hace poco. Afirmaban que todo allá tenía marcas de
origen reciente, que sus habitantes, recién llamados a la existencia y en el
mero comienzo de su "carrerai no podían compararse con los habitantes
de una tiena más antigua ¡, ya perfeccionada.I Otros imaginaron que,
dominados por la influencia de un clima poco favorable, que detiene y
debilita el principio de la vida, estos hombres nunca habfan podido
alcanzar, en América, el grado de perfección que su naturaleza les
permitiera, y que habían quedado como animales de clase inferior,
desprovistos de fuerza en su constitución física, en la sensibilidad, en las
facultades morales.2 Otros fiiósofos, opuestos a los anteriores, preten-
dieron que el hombre llegaba al más alto grado de dignidad y excelencia-
al cual puede llegar-mucho antes de llegar a un estado de civilización, y
que en la burda sencillez de la vida salvaje, lucfa una excelencia de alma,
un sentimiento de independencia, un calor afectivo que se buscarfa en
vano en los miembros de las sociedades civilizadas'3 Parecían creer que el
estado del hombre es tanto más perfecto, cuanto nlenos civilizado está;
clescriben las costumbres de los salvajes de América con el entusiasmo de
la admiración, como si quisieran proponerlo como modelo para el resto de
la especie humana. Estas teorías contradictorias han sido presentadas con
una igual confianza, y se vio cómo el genio y la elocuencia desplegaban
todos sus recursos para darles una apariencia de verdad.
Consideraré lo siguiente:
Nota del Ed.: Por ra:¿ones de espacio, ofrecenros al lector los purtos I, tr, y
IX, o sea, Constitución física. Fecultades intelectudes y Balance de sus
cualidades inrelectuales y morales.
OWEDO, S o¡¡tnzar io, p. 46. D. V ie d¿ C olonú ., c4. A.
Estado g carácta de los Americonos 129
) Yer¡o¡242.
6 Hay ejemplos asombrosos de la agiüdad de los americanos en la ca¡rera. Adair
cuenta las aventuras de un guerrero de Chikkasah, que en día y medio más dos
noches, recorrió trescientas millas, calculadas, a través de bosques y montañas
(H ist. of A¡n¿r b an. I ndians, 3 9 6 ).
de Europa. 14
y
La influencia de las causas polfticas morales es aún más
impresionante en el aspecto afectivo que une a los dos sexos. En un
estado de civilización muy avanzado, esta pasión, excitada por las
prohibiciones, refinada por la delicadeza de los sentimientos, impulsada
por la moda, ocupa y abarca el corazin entero. Ya no es un simple
instinto natural; el sentimiento se agrega al ardor de los instintos, y el
l4 El señor Godin (el joven), que dwante quince años residió enae los indios de Perú
y Quilo, y durante veinte años en la colonia francesa de Cayena, donde tiene un
comercio establecido con los Galibis y otros pueblos del Orinoco, observa que el
vigor de la constirución de los americanos está exactamente en proporción directa
con su costumbre al trabajo. [¡s indios de los climas calientes, como los de las
costas de los mares del sur, de las orillas del Amazonas y el Orinoco, no pueden
compararse con los de las zonas frías en cuanto ¿ la fuerze
"sin ernbargo" obsen,a "pa¡ten todos los días unas canoas de Pa¡á, ¡sentamiento
porrugués en la orilla del Amazonas, para navegar río arriba, a pesar de la
velocidad de la corriente, y estas mismas canoas, con los mismos nipulanrcs, van a
S¿n Pablo, que se encuentra a ochocientas leguas de allá. No se encontrará
ninguna tripulación de blancos ni de negros que pueda resisti¡ r¡na ta¡ea tal, y los
portugueses hicieron experiencia di¡ecta de eso: y es lo que hacen odos los días
los indios acostumbrados a esto desde la infancia" (Manuscrito en matps del
auror).
15 GUMILLA, n, 12,70,237. LAF[[AU, I, 515. OVALLE, Church. m, 81.
MURATORI,I,295.
134 WíIIiam Robqtson
2l P. Martyre, Dd . p.71.
22 Ver aclaración tlota 22 al finat
138 Wüt¿;m Robertson
23 El caballero don Pin¡o dijo que le aseguraron que en las zonas interiqes de Brasil
hay algunos individuos que se p¡uecen a los Blafardos del Dariér¡. pero que la raza
no se p¡opaga, y la descendencia se parece a los otros americsros. Esta especie de
hombres en realidad es poco crrlncr;ida(Maruscrüo en¡nanos del auor).
Estado g carácter de los Amerlcanos 139
razas chiquitas, y asimismo se supone que los Patagones estári por encima
del modelo nonnal de la forma humana. Pero los animales llegan a la
máxima perfección posible en su especie solamente en los climas
templados y donde la abundancia de alimentos, los más nutritivos, pueden
encontrarse. No pueden ser, como se ve, los desiertos incultos de las
tienas de Magallanes, y una serie de tribus sin industria ni previsión, los
factores que nos pueden hacer esperar encontrar al hombre con los más
gloriosos atributos de su naturalezz, y distinguido por una zuperioridad de
tam¿u1o y fuenamuy por encima de todas las que logró en todas las otras
regiones de la üerra. Hacen falta pruebas totalmente positivas e incontes-
tables par:¡ establecer un hecho tan contrario a las reglas y los preceptos
generales que parccen describir todos los aspectos de la forma humana y
determinar sus cualidades esenciales. Pero estas pruebas no han sido
producidas todavfa. Sin embargo, algunos viajeros, cuyo testimonio es
muy serio, después de Magallanes visitaron esta parte de América y se
relacionaron corrnativos,30 y algunos afirmaron que este pueblo tenla una
talla gigantesca, otr)s llegaron a la misma conclusión midiendo esque-
letos y huellas de sus pies. Pero los relatos de tales viajeros diñeren entre
sf en puntos tan esenciales, y están de tal modo mezclados con datos
evidentemente falsos y fantasiosos, que es imposible creer en ellos por
completo. Por oua parte, algunos navegantes -entre ellos algunos hombres
sumamente respetables por su discemimiento y exactitud- afirmaron que
los Patagones que ellos habfan visto, aunque altos y bien hechos, no
tenfan ese tamaño exuaordinario que harfa de ellos una raza diferente de
los demás habitantes de la tierra. I-a existencia de esta pretendida raza de
gigantes, por tanto, parece continuar siendo uno de los problemas de
historia natural sobre los cuales un cerebro prudente debe dejar de opinar
por el momento, hasta que pruebas más completas le demuestrcn que
puede asumir un hecho aparentemente contrario a lo que la experiencia y
ra raz6n descubrieron hasta ahora sobre el estado y la estructura humana
en todos los lugares en que fue obsenr¡ado.
DUMONT, liv. I, 187. HERRERA, Dd. fr, lib. Itr, cap. 3. BIET, 396.
BORDE,6.
El pueblo de Otahiti no tiene una palabra para indicar un n¡lmero superior a
doscientos lo cual es suficiente p¿ra sus cálculos (Relation des voyages, etc., par
Hawkesworth trad¡¡cción en franés, en 40. París 1774, tom. tr, p. 502).
40 Es el caso de los pueblos de Groenlandia: Véase CRANTZ I,225, y sobre los
Kamtaschadales, ver el abad CHAPPE, tomo Itr, 17.
4l CHARLEVOIX, Nouv. Fr. III, 402.
A'
ADAIR, H ist. of Arner. In¿. 77. Véase nota 49
148 lfflfhll¿,;m Roberisort
43 LA CONDAMINE, p.54.
M HERRERA, Decad. tr, lib. tr, cap. 15.
45 TORQUEMADA, Mond. ind. m, 198.
Estado g carácto de los Amerlca¡as A9
Porun efecto de las mismas causas, las potencias activas del alma
trabajan raravez, y casi siempre débilmente. Si examinamos los motivos
que en la vida civilizada ponen en marcha a los hombres, y los llevan a
soportar por largo tiempo esfuerzos penosos de trabajo, encontrarcmos
que tales motivos vienen especialmente de necesidades adquiridas. Estas
necesidades multiplicadas e inoportunas mantienen el alma en una
LAFITAU, tr,2.
150 Willio;m Roberlson
A1
BOUGUER, l'oyage au Pérou, 102. BORDE, 15.
Estado y carácter de los Amerlcanos l5l
CHARLEVOD(, Nota'. France, III, 338. Lettres édif. 23, 98. Descript. de la
Nouv. France. Osbom's Collect . tr, 880. DE LA POTHERIE" tr, 63.
49 Ver aclaración nota 49 al final
1,52 Wüia,mRober1.-spn
EnSociedad
68 GUMILLA, I, 212. DU TERTRE, lI, 376. CHARLEVOIX, Nouv. Fratre ' \1,
309. Id. Itist. du Paraguay,I, ll5. LOZANO, Descr. del granChaco, p. 68, 100,
101. FERNANDES, ,l?ciac. hist. de los Clequit.426.
Estado g carácto de los Americar¡os 159
a cuidarse los unos a los otfos en caso de enfermed ad.79 La misma dureza
de carácter es incluso más impresionante en su trato con los animales.
Antes de ta tlegada de los europeos, los nativos de América septentrional
tenfan unos perros entrenados que los acompañaban en sus cacerfas y los
servfan con todo el ardor y la fidelidad que esta especie tiene. Pero en vez
de este cariño que nuestros cazadores sienten naturalmente por estos
compañeros útiles de sus placeres, el cazador americano recibfa con
desdén los servicios de su perro, lo alimentaba raravez y nunca lo acari-
ciaba.8o En otras zonas en que los animaies domésticos de Europa fueron
introducidos, los americanos aprendieron a usarlos en sus trabajos, pero
se observó generalmente que los tratan muy mal8l y para domarlos y
gobemarlos usan solamente la crueldad y la violencia. Asf, en toda la
conducta del hombre salvaje, tanto con sus semejantes como con los
animales sometidos, encontramos el mismo carácter, reconocemos los
movimientos de un alma que está ocupada solamente en satisfacerce a sf
misma, que está regulada por su propio capricho, sin ninguna conside-
ración a las ideas e intereses de los seres que la rodean.
Luego de hacer ver hasta qué punto la vida salvaje era poco
favorable al desarrollo de las facultades intelectuales y sensibilidad del
corazón,no crefa yo que fuera necesario detenerme en lo que podrfamos
considerar los defectos mínimos. Pero el carácter de las naciones, asf
como el de cada individuo, no está definido a menudo por ciertas
circunstancias que parecen más claramente frfvolas, que por las que
parecen más serias por ser más imponantes.
84 Voyage deULLOA,tr,309.
85 GUMLLA,I, Tó2. CHARLEVOD(Itr, IO9.
166 WüIomRobertson
Por muy chocante que pueda parecer esta distinción entre los
habitantes de las diferentes regiones de América, no se trata, sin embargo,
de una distinción universal. La disposición y el carácter de los individuos,
así como los de las naciones, como ya lo observé anteriormente, no son
tan poderosamente influenciados por el clima, cuanto por las causas
morales y polfticas. Por un efecto de este principio, existe, en diferentes
partes delazona tónida, una que otra tribu que por el valor, la bravura el
amor a la independencia, no eran inferiores en ningrún sentido a las de
naüvos de zonas templadas. Conocemos demasiado poco la historia de
esos pueblos como para estar capacitados a indicar las circunstancias
particularcs a las cuales deben tal notable preeminencia. Pero el hecho no
deja de ser cierto. Colón fue informado en su primer viaje de que varias
islas estaban habitadas por los caribes, hombrcs feroces, muy distintos de
sus débiles y tfmidos vecinos. En la segunda expedición al nuevo mundo,
tuvo ocasión de verificar la exactitud de tal advertencia; incluso fue
personalmente tesügo del intrépido valor de esos pueblos.93 E[os conser-
varon invariablemente el mismo carácter en todas sus peleas posteriores
que tuvieron con los europeos;94 e incluso en nuestro tiempo los vimos
oponer una fuerte resistencia contra los europeos para defender la tinica
parte de su tenitorio que sus opr€sores dejaron en su poder.95 Se encon-
traron, en el Brasil, algunas naciones que demostraron igual valor y
bravura en la guerra.96 Los habitantes del istmo del Darién no temieron
medir sus a[nas con las de los españoles, y varias veces lograron rechazar
a estos formidables conquistado..s.9T Y podrfamos mencionar otros
hechos. Por poderosa y extensa que sea aparentemente la influencia de un
Pocos viajeros tuvieron ocasión de observar, como don Antonio Ulloq los
habitantes de los distintos países de América. En un lib'ro que publicó última-
mente, describe este autor los rasgos caracterGticos de esta raza de hombres, de la
siguiente manera:
"Frente muy pequeña, cubierta de pelos a los lados hasta la mitad de las cejas; ojos
pequeños, nariz delgada, afilada y encorvada hacia el labio superior; cara larga,
orejas grandes, pelo muy negro, grueso y liso; miemb'ros bien redondeados; pie
pequeño, cuerpo de proporciones exactas, piel lisa y sin pelos, salvo en la vejez,
cuando les brota un poco de barba, pero nunca.en las mejillas".(Notbias
atner icanas, etc., p. 307).
Estado g carácta de los Amettarzos t73
El caballero don Pinto, que durante muchos años residió en rma Parte de América
en que Ulloa nunca estuvo, nos da la siguiente semblanza del aspeco general de
los indios en esas zonas:
"Todos tienen un color cobrizo, con alguna diferencia en los matices, no en
proporción a su distancia de la línea equinoccial, sino según el grado de elevación
de la tierra en que viven. [.os que viven en las zonas altas son más blancos que los
que ocupan las zonas bajas, llenas de ci&ragas, de las costas. Su ca¡a es redonda y
más alejada de la forma ovalada, acaso más que cualquier oro pueblo del mtmdo.
La frente es pequeña. la extremidad de srs orejas muy alejada de la cara los labios
gruesos, la nariz aguileñ4 los ojos negros o marrón obscuro, pequeños pero
capaces de descubri¡ un objeo a gran distmcia. Su pelo es siempre espeso, liso y
sin el menor dejo de rizos. No tienen vellos en ningrura parte del cuerpo, salvo la
cabeza. La primera mirada a un habitante de América meridional nos dice que es
un ser dulce y tanquilo, pero examinándolo más de cerca, se encuentra en su
rostro algo salvaje, desconfrado y sombrío" (Marurcrüo qtp el aüor tienc en sus
nnrcs).
Estas dos semblanzas, hechas por manos m¿ls hábiles que la del viajero común y
cor¡ie¡rte, se pa¡ecen mucho en@ sí.
22 Don Antonio Ullo4 que recorrió una grari parte de Perú y Chile, el reino de Nueva
Granada y varias otras provincias que están en el Golfo de México, durante los
diez años en que uabajó con los matemáticos franceses y n¡vo luego ocasión de
ver a los habitantes de América del Norte, dice lo siguie.nre:
"Cuardo se vio a un solo americano, se ptrede decir que se los vio a todos, por su
exacto parecido de color y rostro" (Notic. anerbarus, p. 308). Un observador
más antiguo, Pedro de Ciezs de [¿ór¡" uno de los conquistadores de Penú, que
cruzó va¡ias provincias americanas, asegr¡ra que estos pueblos, hombres y
mujeres, parecen todos hijos de la misma madre y el mismo padre, a pesar del
número infinito de pueblos o naciones y la diversidad de los climas en que viven
(Crónica del Perú, part. I, cap. l9). No se puede dudar de que existe cierta
combinación de rasgos y cierto "aire" especial que forman lo que podernos llamar
una cara europea o asiática. Debe pues haber tambi&¡ una que podemos llamar
american4 y que debe ser típica de toda esa raza. Esta ca¡acterística general puede
impresionar a los viajercis que ven por prirnera vez a un indio, y pueden
esoapirseles los detalles, los matices que distinguen entre sí a los pueblos de las
diferentes zonas. Pero cuando gerue que ha pasado tanto tiempo entre americanos,
174 WülamRdlglrtsryt
atestigua, sin excepción, que existe tal semejanza de rostros er¡ los distintos
climas, @emos deducir que se trata de un parecido más notable que el de
cualquier otra ra:¿a humsra. Véase también GARCI¿\ Origen de los Indios, p.
54, 24:2; TOR.QUEMAD L M otwch. I nd . II" 57 l.
49 Como la semblanza que hice de los pueblos salvajes es muy distinta de la que nos
dieron de ellos unos autores muy estirnables, probablemente sea necesario
mencionar aquí algunas de las autoridades en base de anyas obras fundamenté mi
descripción. Nunca las cosu¡mbres de los salvajes fueron desc¡itas por personas
con más oportunidades de observa¡les con discemimiento, que los filósofos
empleados en 1735 por Frurcia y España para determinar la figura de la Tierra. El
Sr. Bouguer, el Sr. Antonio de Uüoa y don Jorge Juan vivieron largo tiempo entre
las naciones menos civiüz¿das de Pení.[¿ Condamine no solamente tuvo ocasión
de observarles, sino que, bajando el Marañón, tuvo oportunidad de ver los
diferentes pueblos que viven en las orillas de este río en su largo cr¡rso ¿ través del
continente de América meridional.
Hay un impresionante parecido entre las varias descripciones que estos autores
nos dieron del carácter de los americanos.
"Son todos de una extremadapercz4 dice Bouguer, y son capaoes de pasar días
enteros en el mismo sitio, sentados sobre sus talones, sin moverse ni decir
nada. .,No logro expresar la indiferencia que demuestran por las riquezas e incluso
por todas las comodidades.,.A veces no se sabe qué clase de razón proponerles
cuando se quiere obtener de ellos algún favor...Es vano ofrecedes algunas
monedas de plata: la rehusan y dicen que no tienen hambre..." (Voyages au
Pérou,tn40 ,Paris, 1749, p. 102).
Si se los mira como a gente, los límites de su inteligencia parecen incompatibles
con la excelencia del alma, y su imbecilidad es tan visible que a duras pen¡rs, en
ciertos casos, se puede pens¡¡r en ellos de manera distinta que en los animales.
Nada altera la tra¡rquüdad de su alma, igualmente insensible a las desgracias y a
la buena suerte. Aunque semidesnudos, están tan contentos como el rey más
sr¡nn¡oso con sus mejores ropas. Las riquezas no tienen el mínimo atractivo para
ellos, y la autoridad y dignidades a las cuales pudieran aspirar, les parecen tan
poco objetos dc ambiciór¡, que un indio recibi¡á con la misma indiferencia el cargo
de alcaldeo de verdugo si se le quita el uno para darle el otro. Nada los puede
emocionar ni hacerles cambia¡; el interés no tiene ningún poder sobre ellos, y a
menudo rehusan haccr algún pequeño servicio aunque esén seguros de que hay
una buena recompensa. El temor no tiene ningún efecto en ellos, el respeto
tampoco; est¡rs son ca¡acterísticas curiosas, sob're todo Porque no se las puede
t76 WíIli¿,m Robertson
[¡s americanos son tan estúpidos, que todos los negros en general tienen una
aptitud mucho mayor que ellos en el aprendizaje de las diferentes cosas que se
quiere enseñarles, y de las cuales los indios no pueden adivina¡ el concepto; por
superior a la de los
eso los negros, aunque esclavos, se creen seres de una especie
americanos, que miran siempre con desprecio, como a gente incapaz de
disernimiento y razón (Ulloa Nolic. oneric.,p.322,323).
180 lttigíBrerna
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."'?r- _üFrrilDr
Monsieur Ellis dice las mismas cosas de los pueblos que viven
cerca de la Bahfa de Hudson
Por tanto, todos los que leen alguna de estas tres bellfsimas obras,
no puede encontrar objeción alguna contra nuestra proposición. paw y
Robertson constantemente nos describen a los miserables Americanos en
un estado de perpetua infancia, movidos y guiados hacia los objetos
presentes, por la necesidad o el placer, en la misma forma de los
animales, sin origen ni reflexión de ninguna clase: en una palabra, sin
demostrar haber desarrollado de ningrin modo la facultad de razonar.
Y Robertson dice:
Por el resto, salvo ese punto, el mismo Abad Reynal, como le decfa
I'o a Ud. antes, confirma suficientemente lo que yo afirmo de los salvajes
pueblos americanos. He aqul su descripción de los Peruanos:
"Fllos" dice Roberrson- "no tienen otras palabras sino aquellas que
sirven para expresar las cosas materiales y corpóreas. Las palabras
tiempo, espacio, substancia, y tantas otras que representan ideas
abstractas y universales, les son desconocidasl'
entre sf, los viajeros más verfdicos y los historiadores más precisos
Afirman que algunas tribus salvajes no saben contar de ninguna forma, ni
distinguir los números; hay algunas que cuentan hasta tres, muchas que
llegan hasta diez, o por milagro hasta veinte; poquísimas llegan hasta
cien; sólo los habitantes de Otahit¿ a doscientos, y finalmente sólo los
iroqueses, pueblos ferocfsimos pero un poco más despabilados que los
otros salvajes, saben contar hasta mil. ¿Quién no comprende entonces,
que estos bárbaros poseen menos inteligencia que nuestros niños, que
nosotros sin embargo, juzgamos comúnmente como seres que no han
llegado al uso derazón?
¿Qué más? Ese clima infeliz es tan contrario al ingenio, que los
hijos tiemos de los Europeos que son transportados allá generalmente
sufren sus consecuencias a pesar de que su efecto no pueda ser
reconocible tan de inmediato. Pero después de unas cinco y seis
generaciones el clima ya actuó tanto en los órganos internos de los
oriundos europeos, que éslos, a pesar de ser muy superiores a los Ameri-
canos de origen antiguo, son muy inferiores a aquellos que tuvieron la
suerte de respirar el aire europeo, mucho más elásüco.
Pero, ¿qué será de esos bárbaros que con toda la educación, nunca
llegan a tal grado de capacidad?
Los viajes por todos los mares han debilitado el orgullo nacional,
han inspirado la tolerancia civil y religiosa, recuperado el lazo de la
confraternité original, inspirado los auténticos principios de una moral
universal fundada en la identidad de las necesidades, las penas, los
placeres, todas las relaciones comunes a los hombres bajo cualquier
latitud; han inducido la práctica de la beneficiencia con cualquier
individuo que la pida, independientemente de sus cosn¡mbre, pafs,leyes y
religión. Pero, al mismo tiempo, los espíritus han sido desviados hacia las
especulaciones lucrativas, el sentimiento de la gloria se ha debilitado, se
ha ido prefiriendo la riqueza a la fama; y todo lo que tendfa a la elevación
se ha inclinado visiblemente a su propia decadencia.
Los viajes largos por mar han generado una nueva especie de
salvajes nómadas. Hablo de aquellos hombres que recorren tantos países,
que temrinan no perteneciendo a ninguno; que toman mujcres donde las
l
encuentran exciusivamente por una necesidad animal; esos anfibios que
El desanbrímiento g Ertropa
-+!=É - .€E:kÉ
E?',:¡ .= - r= :r:rt i}rl+éÉa
viven en la superficie del agua y bajan a tierra unos pocos momentos, que
encuentran iguales todas las playas habitables, que no tienen en realidad
ni padre, ni madre, ni hijo, ni hermanos, ni parientes, ni amigos, ni
conciudadanos; hombres en quienes se apagan los lazos afectivos más
tiemos y sagrados, que abandonan su pals sin dolor y vuelven a él llenos
de impaciencia de salir de nuevo, y a quienes la familiaridad con un
elemenlo tenible les conñere un carácter feroz. Su probidad no es capaz
de mantenerse a raya, y adquieren riquezas a cambio de su virtud y su
salud.
Esta sed insaciable de oro es el origen del más infame y más atroz
de los comercios: la trata de esclavos. Se habla de crfmenes contra natura,
y nos se menciona a este tráfico, y un vil interés sofocó en su corazón
todo sentimiento debido para con el semejante. Pero, sin esos brazos,
regiones cuya adquisición tuvo un precio tan alto, quedarfan sin cultivar.
Ah! Déjenlas sin cultivar, si para que produzcan hace falta que el hombre
sea reducido a la condición de bruto, y que existan el que compra, el que
vende y el que es vendido.
pide pensar que existió un ser tan infernal como p¡ra contestar "Quienc
que se descubran". ¿Y? En el futuro no habrá un solo instante en que mi
interrogante no siga teniendo la misma fuerza.
siempre me sentf oprimido por la magnitud de los temas que trataba y por
mi propia debilidad.
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y Espiritual hasla el tiempo presente. Sacada de Ia Historia
nanuscrita,.fornwda en México aíro de 1739 por el Padre Miguel
llenegas, de la Contpañía tle Jesús; y de otras Noticias y
Relaciones antiguas \ ntodernas. Añadida de algunos ma¡tas
parliculares t uno general de Ia Anérica Septentrional, Asia
Oriental t Mar del Sur interntedio,fornwdos sobre las Menrcrias
ntás recienles t eractas que se publican junlamente.
WAFER. Lionel
1706 Les vorages de Lionnel Waffer conlenant une descriplion trés
exacte de I'lstlnrc de l'AnÉrique et de toute Ia Nou',,elle Espagne.
trad. del inglés por N{. de Monti¡at.... París C. Cellie¡. 1706. en-12:
BN [80 P. 59]. Orig. inglés: ló99.