Está en la página 1de 248

Sinopsis

Zach tiene dieciocho años. Es brillante y elocuente. También es un alcohólico en


rehabilitación en lugar de estar en la secundaria, pero él no recuerda cómo llegó ahí. No
está seguro de querer recordar. Algo malo debió haber sucedido. Algo muy, muy malo.
Recordar apesta y estar vivo... bueno, ¿qué hay con eso?

Tengo en mi cabeza que, cuando nacemos, Dios escribe cosas en nuestros corazones. Verán, en
algunos corazones escribe "Feliz" y en algunos corazones escribe "Triste" y en algunos corazones escribe
"Loco" y en algunos corazones escribe "Genio" y en algunos corazones escribe "Enfadado" y en algunos
corazones escribe "Ganador" y en algunos corazones escribe "Perdedor". Es como un juego para él. Él.
Dios. Y es todo al azar. Saca su lapicero y empieza a escribir en los corazones en blanco. Cuando llegó
mi turno, él escribió "Triste". Dios no me agrada mucho. Al parecer, yo tampoco le agrado mucho.
INDICE
Sinopsis Recuerdo
Pequeños trozos de papel ¿Cómo puedes vivir cuando no
sabes cantar?
Lo que Dios escribe en tu corazón
Cuando Rafael dejó de cantar
Recuerdo
Recuerdo
Perfecto
El despertar
Recuerdo
Recuerdo
El porqué no creo en el cambio
Los odio porque me aman
Recuerdo
Recuerdo
En el país de los sueños
Otra estación
Sueños y cosas que odio
El monstruo del adiós
Recuerdo
Recuerdo
Cosas que no quiero saber
La última tormenta
Recuerdo
Recuerdo
Verano, invierno, sueños
¿La palabra “Cambio” en mi
Recuerdo
corazón?
Dios y monstruos
Recuerdo
¿Qué quiere el monstruo?
Sobre el autor
Recuerdo
Staffs
Los monstruos de la noche
Créditos
Recuerdo
El motivo por el que odio el
invierno
“En un tiempo monstruoso, el corazón se rompe y rompe
y vive rompiéndose.”

—Stanley Kunitz
Pequenos trozos de
papel
Quiero reunir todas las palabras del mundo y anotarlas en pequeños trozos de papel,
luego lanzarlos al aire. Se verían como diminutos gorriones volando hacia el sol. Sin
todas esas palabras, el cielo estaría claro y perfecto y azul. El ensordecedor mundo sería
hermoso en todo ese silencio.
Lo que Dios
escribe en tu
corazón
Corregido por belisrose

1
Algunas personas tienen perros. Yo no. Yo tengo un terapeuta. Su nombre es Adam.

Preferiría tener un perro.

Luego de nuestra primera sesión, Adam me hizo un montón de preguntas. Creo que
no le gustaron mis respuestas. Solo decía “No estoy seguro. No lo recuerdo”.

Creo que se cansó de mis respuestas.

—No estás seguro de muchas cosas, ¿cierto, Zach?

—Supongo que no —mascullé. No quería hablar con él.

Él solo me miró y asintió. Sabía que estaba pensando. Adam, a él le gusta pensar… y
es un tipo amigable, pero a mí no me gustaba lo amigable.

—Tengo tarea para ti —anunció. Tarea. Bien—. Quiero que me digas algo
importante sobre ti.

Yo solo lo miré.

—¿Algo importante como qué?

—Creo que sabes a qué me refiero, Zach.

—Claro.

Él sonrió por como dije claro.


—Puedes hacerlo por escrito o dibujar algo.

—Sí, bien —mascullé.

—Está bien que estés enfadado conmigo —aceptó.

—No estoy enfadado.

—Suenas un poco enfadado.

—Estoy cansado.

—¿Con quién estás enfadado?

—Nadie.

—¿Puedo ser sincero contigo, Zach?

—Claro, adelante, sé sincero.

—No creo que sea verdad. Creo que de verdad estás enfadado.

Quería decir algo. Algo que empezaba con la letra J y terminaba con te. Pero no lo
hice.

—Haré la tarea —acepté.

Cuando volví a mi habitación, escribí:

No me gusta recordar.
Recordar me hace sentir cosas.
No me gusta sentir cosas.

Mientras observo el trozo de papel, pienso en poder pasar el resto de mi vida


intentando convertirme en un experto del olvido. Se me metió en la cabeza que yo
existía en este espacio intermedio. Tal vez esa es la forma en que es con algunas
personas. Y no hay nada que nadie pueda hacer para cambiarlo.

Tengo en mi cabeza que, cuando nacemos, Dios escribe cosas en nuestros corazones.
Verán, en algunos corazones escribe "Feliz" y en algunos corazones escribe "Triste" y en
algunos corazones escribe "Loco" y en algunos corazones escribe "Genio" y en algunos
corazones escribe "Enfadado" y en algunos corazones escribe "Ganador" y en algunos
corazones escribe "Perdedor".

Me quedo viendo un periódico ser movido por el viento. Luego una fuerte ráfaga
llega y el periódico vuela hasta una alambrada y se destroza en un instante. Así es como
me siento. Creo que Dios es el viento. Es como un juego para él. Él. Dios. Y es todo al
azar. Saca su lapicero y empieza a escribir en los corazones en blanco. Cuando llegó mi
turno, él escribió "Triste". Dios no me agrada mucho. Al parecer, yo tampoco le agrado
mucho.

Adam me preguntó:

—¿Qué recuerdas… sobre venir aquí?

—Nada —respondí—. No recuerdo nada.

—¿Nada?

—Estaba en un lugar. Y luego estaba aquí.

—¿En otro lugar?

—Sí.

—¿Dónde era eso?

—Casa.

—¿Dónde es tu casa?

—El Paso. El Paso, Texas.

—¿Y ahí estabas antes de venir aquí?

—Sí. Ahí es donde solía vivir.

—¿Solía vivir?

—Ya no vivo ahí.

—¿Qué más recuerdas, Zach?

—Nada.

—¿Seguro?

De verdad solo quería que Adam dejara de interrogarme. Solo lo observé para que
estuviera seguro de que lo decía en serio. Entonces dije:

—Quiero que me dejes de preguntar lo que recuerdo.


—Bueno, escucha, Zach, la amnesia es común en estos casos de trauma. —Trauma.
Sí, bien. A todos les gustaba esa palabra por aquí… están enamorados de esa palabra.
Entonces tal vez no puedo recordar o tal vez no quiero recordar. Si Dios escribió
“Amnesia” en mi corazón, ¿quién soy yo para borrar lo que él escribió?

Miren, si pudiera conseguir una botella de Bourbon, me sentiría un poco mejor. Tal
vez le diré a Adam que el Bourbon puede ayudar a acelerar mi memoria. Tal vez el
Bourbon es una cura mágica para la amnesia. Como si él lo fuera a creer. Solo puedo
escuchar la respuesta de Adam:

—¿Entonces las borracheras son una cura a la amnesia? Dime cómo funciona eso,
amigo.

La cosa es que solo recuerdo fragmentos de mi vida pasada. Hay una pieza aquí y otra
pieza por allá. Hay trozos de papel esparcidos en todas partes por mi cerebro. Y hay
escritura en esos papeles y, si pudiera recogerlos y ordenarlos, podría leer la escritura y
conseguir una historia que tuviera sentido.

Tengo estos sueños. Y, en algunos de esos sueños, me golpeo. Adam quiere saber por
qué me golpeo en mis sueños.

—Es probable que haya hecho algo malo.

—No —declaró—. No hiciste nada malo.

Como si él lo supiera, odio que crea que lo sabe.

—Bien, Zach, si hiciste algo malo, dime qué es. Haz una lista de todas las cosas que
hiciste mal.

Mierda. Esa podría ser una larga lista.

Adam intenta decirme que mi razonamiento no sirve. Él dice que es el adicto en mí


quien piensa. Mi adicto. ¿Quién demonios es ese tipo? ¿Me perdí algo? Bien, no hay que
ser un psicólogo entrenado para saber que soy un chico arruinado. Pero ¿tengo que
culpar al adicto en mí de eso? Ni siquiera sé si él existe.

Como yo lo veo, Adam intenta que cree más trozos de papel. ¿Por qué querría hacer
eso? Deseo poder librarme de todos los trozos de papel y deseo poder librarme de mis
sueños. Y deseo por Dios no estar viviendo en este lugar lleno de gente más arruinadas
de lo que yo estoy.

Bien, quizá no todos están tan mal como yo, pero, bien, bien, como dijo Adam: No es
un concurso, Zach. Saben, todas las personas a las que la vida arruina están aquí. Me
entristece y me enferma. Es decir, bien, digamos que todos vamos a estar mejor.
Fingamos que será así. ¿A dónde iremos luego de mejorar? ¿Qué haremos con nuestro
recién encontrado comportamiento saludable? De regreso al mundo que nos arruinó una
y otra vez. Esto no suena prometedor.

Deseo no tener un corazón en el que Dios escribió “Triste”.

Algunos creen que es genial tener un terapeuta. Yo, yo no soy parte de ellos. ¿Alguien
me podría dar un perro, por favor?

2
Tengo este sueño. Voy al desierto con dos de mis amigos, Antonio y Gloria. Los tres
estamos en medio del desierto y hay un océano junto en frente. Un océano con agua real.
Es tan fantástico y hermoso, y parte de mí solo quiere entrar al agua. Pero no lo hago
porque no sé cómo nadar. Pero entonces pienso en que estaría bien saltar al agua de
todos modos. Me ahogaría, pero sería una forma tan hermosa de morir.

Dios, todo es tan perfecto y hermoso, el desierto y el cielo y el océano. El largo


cabello negro de Gloria se mueve con la brisa mientras está ahí sentada fumando
marihuana y tiene esta expresión que es mejor que cualquier cosa que haya visto antes.
Ella es tan perfecta con el cielo o el agua cristalina del océano o la arena del desierto en
la que estamos sentados. Ella ríe. Está tan feliz. Está tan feliz que me rompe el corazón.
Y Antonio, es tan perfecto como Gloria, con sus ojos verdes que parecen tragar todo
alrededor de él. Está lanzando hacia arriba, la cual es su actividad favorita. Y está tan
feliz como Gloria. Está tan, tan feliz.

Y yo, estoy sentado con mi botella de Jack Daniels. No sé si estoy feliz o no. Pero tal
vez estoy feliz porque estoy mirando a Antonio y Gloria.

Y entonces hablamos entre nosotros y Gloria dice:

—Zach, ¿de dónde eres?

—No lo sé —respondo.

Y entonces Antonio pregunta:

—¿Dónde vives?
—No vivo en ningún lugar —respondo.

Y ellos se miran entre sí y luego empiezan a conversar en español. Y deseo poder


entender porque parece que se están diciendo cosas hermosas entre sí. Y parece que se
están convirtiendo en una persona, como si perteneciera con el otro… y yo ya no
pertenezco con nadie. Eso me pone triste. Estoy llorando. Puedo ver a Gloria y a
Antonio. Ellos están felices y hablan y son hermosos. Son hermosos como el cielo y el
desierto y el océano. ¿Y yo? Yo no soy hermoso. Y no puedo hablar. Y no puedo
entender nada.

Estoy viendo toda la escena. Antonio feliz y Gloria feliz. Y yo triste. Bebo y bebo y
bebo. Hasta que ya no duele.

Odio los sueños tanto como odio recordar.

3
Tenía este plan. El plan entró en mi cabeza cuando estaba en primer grado. No iba a
conseguir nada además de notas perfectas. Iba a conseguir una beca e ir a Stanford o
Harvard o Princeton o Georgetown o una de esas escuelas famosas en la que todos los
estudiantes eran muy inteligentes. Y muy felices. Y muy vivos.

Algo salió mal con mi plan. Mierda.

Si el Sr. García pudiera verme ahora. El Sr. García era un tipo genial. Era joven y listo
y era real. Casi siempre pienso que las personas son falsas. Bueno, ¿qué esperas? El
mundo falso en el que vivimos conspira para hacernos falsos. Lo entiendo.

Pero, de alguna forma, el Sr. García escapó del monstruo llamado falso. Tenía esta
barba asombrosa y usaba zapatos de tenis y pantalones de mezclilla y una chaqueta
deportiva y siempre usaba camisetas blancas que estaban un poco arrugadas y, bueno,
realmente me agrada el tipo. Tenía el rostro más amigable que había visto nunca. Y tenía
ojos realmente negros y cabello tan negro que era casi azul. Su voz era suave y clara y
hacía que las personas quisieran escuchar.

—Tienes que respetar las palabras. —Él decía cosas raras e interesantes como esa. Él
memorizaba poemas y los recitaba para nosotros en voz alta. Era como si todo su cuerpo
fuera un libro (no solo su cabeza, sino su corazón y sus brazos y sus piernas), todo su
cuerpo. Se me metió esta idea en mi cabeza de que quería ser como él cuando creciera.
No es que crea que es una buena idea querer ser como otras personas. Eso nunca
funciona.

Una vez, él escribió en un trabajo que hice:

Zach, este es un muy buen trabajo. Me sorprendes, a veces. Me gustaría hablar contigo después de
clases. Si tienes una oportunidad, ¿crees que puedas venir?

Por lo que hice que mis pies se dirigieran a su salón de clases luego de la escuela.
Cuando entré, estaba paseándose por el salón con un libro en su mano. Sabía que estaba
memorizando un poema. Sonrió. Era como si el tipo estuviera feliz de verme. Vaya,
realmente me estaba confundiendo. Señaló su escritorio.

—Siéntate —indicó.

Señalé la silla detrás de su escritorio.

—¿Ahí?

Él asintió.

—Sí. Ese es un buen lugar, ¿no lo crees, Zach?

Entonces me senté ahí como si fuera el profesor o algo.

—¿Cómo se siente?

—Bien —respondí—. Se siente bien. Raro.

—Tal vez te gustaría sentarte ahí algún día. Ya sabes, enseñarles a los jóvenes de
poesía y literatura. Memorizar poemas, leer libros, enseñarles. ¿Cómo se sentiría eso? —
Sonrió. Ya sabes, la cosa sobre el Sr. García era que sonreía mucho y a veces me
confundía porque no estaba acostumbrado a las personas que sonreían un montón.
Sobre todo los adultos. Y, aunque el Sr. García no había sido un adulto por un largo
tiempo, seguía siendo un adulto.

Solo era extraño ver a alguien como él. El mundo apestaba. ¿Acaso no sabía eso? Tal
vez era un raro de la naturaleza. Mira, el tipo no tenía derecho a ser tan ingenuo. Y
entonces, salido de la nada, me miró y dijo:

—Zach, ¿alguien alguna vez te dijo que eres brillante? —¿Brillante? Él era
completamente sorprendente. ¿Exactamente esperaba que le respondiera eso?—. No te
gustan los cumplidos, ¿cierto?

—Están bien —acepté.


Me miró y asintió.

—Bien —murmuró—. Bien. —Medio sonrió. Entonces agregó—: Los trabajos que
escribiste son increíbles.

—Están bien.

—Están mejor que bien. Creo que usé la palabra increíble.

Se acercó a la pizarra y la deletreó. Siempre era un profesor, ese tipo. Observé la


palabra. Sabía que esa palabra no se aplicaba a mí. Pero no me iba a meter en una
discusión con él, por lo que solo dije:

—Bien.

—Sí —replicó—. Bien. —Y luego sacudió su cabeza y sonrió—. ¿Sabes algo? Me


agradas, Zach. ¿También está bien, que me agrades?

Bueno, gran cosa, al tipo le agradaban todos. ¿Cómo podía vivir cuando le agradaban
tantas personas? No había tantas personas agradables en el mundo.

—Sí —respondí—. Supongo que está bien.

—Bien —murmuró—. ¿Te gusta la música?

—Sí, la música está bien. Es buena.

—¿Quieres escuchar algo?

—Claro —acepté.

Se acercó al closet y sacó una trompeta del estuche. Sopló en esta, ya saben, como si
la estuviese limpiando. Pasó sus dedos por las válvulas y tocó una escala. Luego dijo:

—Bien, Zach, ¿listo?

Entonces empezó a tocar. Es decir que el tipo sabía tocar. Tocó esta pieza muy suave
y hermosa. Nunca había sabido que una trompeta podía susurrar. Observé sus dedos.
Quería que tocara por siempre. Era mejor que los poemas que había leído en clase. Era
como si todo el ruidoso mundo se hubiese quedado en un silencio total y no hubiera
nada más que esta canción, esta dulce y gentil y brillante canción que era tan suave como
una brisa pasando entre las hojas de un árbol. El mundo desapareció. Quería vivir en esa
inmovilidad por siempre. Quería aplaudir. Y entonces no supe qué hacer o qué decir.
Estaba drogado. Lo digo en serio. Drogado y en trisas.
—¿Cómo estuvo? —Estaba sonriendo de nuevo.

Parecía un ángel. Así es. Y pensar eso me confundió. No sabía que pensar de mí con
ese pensamiento en mi cabeza.

—Bueno —respondí—, estuvo mejor que bien.

—¿Mejor que bien? Vaya —indicó—. Eso es lo mejor que me han dicho en todo el
día.

Quiero decir, el tipo intentaba conectar conmigo. Era solo que me estaba asustando.
Y entonces supe que tenía que salir de ahí. El tipo era normal y yo no era… no sé, yo
solo era, bueno, estaba sintiendo estas cosas que no me gustaban. Entonces por un
segundo me quedé congelado. Lo vi guardar la trompeta.

—Cuando quiera escuchar una pieza…

—Bien —mascullé. Pero tengo que salir de aquí. Tengo que.

Medio nos dimos la mano, ya saben, como si fuéramos amigos. Asentimos hacia el
otro.

Mientras salía por la puerta, escuché su voz.

—Zach, sé que a veces estás triste. Si alguna vez quieres hablar, bueno, sabes dónde
encontrarme.

Mi corazón estaba latiendo con fuerza y mis palmas estaban sudorosas y me sentí
como si hubiera un colibrí en mi corazón y una bomba en mi estómago. Encontré el
servicio más cercano y vomité. Estaba completamente desorientado. Seguía viendo los
ojos negros del Sr. García, sus manos, su rostro, sus ojos, su cabello. ¿Qué estaba
haciendo en mi cabeza?

Lloré todo el camino a casa. Yo solo, demonios, no lo sé; solo lloré.

4
Cuando entré en la casa, fui a buscar una de las botellas de papá. No es que fueran
difíciles de encontrar; tenía botellas escondidas por toda la casa. Sabía dónde estaban
todas. Ese era uno de mis pasatiempos: encontrar dónde escondía las botellas. Era mi
versión de buscar los huevos de Pascua. En mi casa, la Pascua duraba por siempre.
Tomé una pinta de Bourbon1, la puse en el bolsillo de mi chaqueta y me fui. Caminé
alrededor, bebiendo y fumando, seguía llorando y llorando. Estaba… no lo sé, no lo sé, no lo
sé… confundido, triste, ebrio, hecho trisas, mierda. Odiaba al Sr. García. ¿Por qué me
dijo cosas como “eres un chico brillante”? ¿Por qué escribió “increíble” en la pizarra?
Esa palabra no era una de verdad. No era una palabra que vivía dentro de mí. Y si él
creía que mis trabajos eran increíbles, ¿por qué no se lo guardó? ¿Y por qué dijo “Está
bien si me agradas”? ¿A quién demonios le agradaba un chico como yo? Odiaba que
hubiese notado que estaba triste. Y odiaba que hubiese tocado esa hermosa canción.
¿Por qué querría escuchar una trompeta susurrando hermosas mentiras en mis oídos? ¿Y
por qué demonios el tipo desperdiciaba su tiempo en un chico como yo?

Por lo que caminé y bebí y fumé. Y lloré y le grité al Sr. García. Te odio. Te odio. Creí
que el licor debía ayudar. Y medio ayudó. Hizo que todo se sintiera lejano. Entre más
lejos, mejor. El Sr. García… él es uno de los trozos de papel en mi suelo. También lo era
el Bourbon que me gustaba beber.

Trozos de papel.

Sí, verán, tal vez este lugar que se supone que me sane solo me dará una buena
escoba. Para así poder barrer el suelo en mi cerebro. Tal vez le diré a Adam que no
necesito recordar. Solo necesito una muy buena escoba.

1 Bourbon: Whisky estadounidense elaborado a base de maíz con algo de centeno y cebada.
Recuerdo
Corregido por belisrose

Alguien puso un calendario en la pizarra de anuncios de mi habitación. Supongo que


quería que supiera qué día era. Creo que escuché una voz decir:

—Puedes marcar los días. —Eso es algo gracioso que hacer con los días. Marcarlos.
Poner una X en ellos. Tacharlos.

Llegué aquí el día de Año Nuevo, 2008. Hubo una gran tormenta la noche del 2 de
enero. Todo el ruido me despertó. Me quedé acostado y escuché el viento y juro que
estaba intentando derrumbar la cabaña.

El viento era como el mundo. Era este ladrón que llegó e intentó tomar todo lo que
me quedaba.

Tengo esta tormenta dentro de mí. Está intentando matarme. A veces me pregunto si
es algo tan malo.

Sé sobre las tormentas.

Estoy cansado.

Solo quiero dormir por siempre.

Tal vez debería decirle a la tormenta que lo haga, que me mate.


Perfecto
Corregido por belisrose

1
Siempre me sentí culpable por mi plan. El plan sobre conseguir notas perfectas e ir a la
universidad. Puedo ser malvado y egoísta. Mamá y papá, ellos me aman. No es que me
abracen o me toquen o cosas así. No es que me guste ser tocado. Esto de la familia es
complicado. Todos tienen cosas. Mamá y papá intentaban lidiar. Mi hermano intentaba
lidiar. Yo intentaba lidiar. Huir de ellos… tal vez eso no es lidiar. Tal vez eso es escapar.

Mamá y papa hacían lo mejor que podían. Podía ver eso. Las cosas no eran fáciles
para ellos. Sabía que mi mamá estaba deprimida y el único pasatiempo de mi papá era
beber. Y la cosa era que yo tenía la escuela y ellos no. ¿Ellos qué tenían?

La escuela era como ir a trabajar. Me pagaban con notas perfectas. Realmente me


concentraba en el estudio y en las notas. Una vez creía que iba a explotar por un 8 en
una prueba sorpresa en historia. Es decir, había fuegos artificiales en mi estómago y en
mi cabeza. Estaba confundido. Fui a casa y empecé a beber Bourbon. Beber siempre se
sentía bien, la forma en la que el licor quemaba mi garganta y como que explotaba en mi
estómago.

El licor me destrozaba. De una buena manera.

Me puse algo loco esa noche. Bueno, tal vez muy loco. En serio, tomé mi bate de
béisbol y salí a caminar y reventar parabrisas. Bien, eso no suena genial, pero eso fue lo
que hice. Me volví completamente loco. Lo admito.

Me metí en problemas y tuve que correr un montón porque muchos de esos autos
tenían alarmas. Pero de verdad me tranquilicé destrozando esos elegantes BMWs. A lo
mejor estaba enojado porque yo no tenía un auto. Mi hermano, Santiago, me llevaba a la
escuela y, aunque no tenía un trabajo, consiguió un auto. Nunca entendí lo que sucedía
entre mis padres y mi hermano. Nunca. Las familias no tenían sentido. No se pueden
explicar porque las familias, bueno, no son intelectuales. Y tampoco son emocionales…
al menos no la mía. No nos iba bien con las emociones en mi familia.
Verán, creo que hay caminos que nos llevan a los demás. Pero en mi familia no había
caminos… solo túneles subterráneos. Creo que todos nos perdimos en esos túneles. No,
no perdidos. Vivíamos ahí.

Así que sí, mi hermano, el furioso ingrato, consigue un auto. Yo consigo notas
perfectas y hago de todo en la casa, pero yo no obtengo nada.

2
A veces tengo estas ideas en mi cabeza que no puedo evitar y es como si estas me dijeran
qué hacer. Cuando hacía cosas como romper parabrisas y mierdas así, no era como si
tuviera algún pensamiento en mi cabeza. Solo existían estos sentimientos recorriéndome,
sentimientos malos. De verdad malos. Solo quería librarme de estos sentimientos. No
estoy seguro de que Dios supiera qué estaba haciendo cuando puso estos pensamientos
en nosotros. ¿Cuál es el propósito de las emociones humanas? ¿Alguien me lo diría, por
favor?

Entonces me esforzaba mucho en dos cosas: no sentir y tener buenas calificaciones.


La parte de las calificaciones era fácil. La parte de no sentir era difícil. Pero estoy
trabajando en eso. Como yo lo veo es que, si no siento nada, entonces ya no estaré
confundido. No sentimientos = no confusión. La solución es simple. ¿Entonces por qué
todo es tan difícil?

Mis amigos estaban muy metidos en las drogas y el alcohol. Pero no es como si yo no
tomara sustancias que alteran el estado. Intentaba tener cuidado. No quería arruinar mi
plan. Y beber era genial. Ayudaba, ¿saben? Lo otro era que estaba muy metido en los
cigarrillos. Amo fumar. Y también soy bueno.

Abuso de sustancias. Esa era una broma para mis amigos y yo. Queríamos escribir
una canción sobre el abuso de sustancias. Esta es un parte de la letra que escribí cuando
todos estábamos drogados:

¿Qué es esta cosa que llaman abuso de sustancias?


Todo lo que quiero es olvido y relajación.

Beber y fumar una y otra vez


¿qué es tan genial de la vida sobria?
Ser joven no es nada genial
cuando el monstruo de la noche ha robado el sol.

Estoy cansado de buscar palabras en el cielo.


Todo lo que quiero es beber y morir.

Nada es real. Todo es una gran mentira.


Todo lo que quiero es beber y morir.

Ser joven no es nada genial


cuando el monstruo de la noche ha robado el sol.

Ya saben, esa canción es otro de los trozos de papel en el suelo de mi cabeza. Como
sea, realmente me agradaban mis amigos. Antonio y Gloria y Tommy y Mitzie y Albert.
Dios escribió “Loco” en sus corazones cuando nacieron. Pero estaba bien cuando estaba
con ellos. Era como si todos perteneciéramos entre nosotros. Y todos eran muy listos.
Sé que las personas creen que los drogadictos no son nada más que un montón de
perdedores, pero la verdad es que los chicos más inteligentes son los que consumen
drogas. Somos pensadores y no nos gustan las reglas y tenemos imaginación. Muy bien,
todos estamos arruinados, pero, oigan, ¿creen que las personas sobrias no lo están? El
mundo es dominado por personas sobrias… y no parece estar funcionando muy bien.
Mírenme y analícenme.

Mis amigos siempre me hicieron reír. No es que recuerde mucho de lo que hacíamos
juntos. Nos drogábamos, pero no me sentía solo… eso es lo que cuenta. El tiempo
restante solo sentía ganas de llorar. Ya saben, la palabra “Triste” que está escrita en mi
corazón, esa palabra. Triste. Sí. Llorar. Bien. Pero mis amigos me hicieron llorar.

Jugábamos. Eso era genial. Nos gustaba jugar Scrabble. Creo que todos estábamos
enamorados de las palabras, pero nos gustaba mantener esas palabras en nuestras
cabezas la mayor parte del tiempo. Teníamos este juego. Cada semana, escogíamos una
palabra diferente. Eran como nuestras contraseñas personales, por lo que no podíamos
decirle a nadie cuál era nuestra contraseña. Al final de cada semana, escogíamos una
palabra nueva, luego nos drogábamos y gritábamos las palabras viejas, las palabras que
estábamos botando. Recuerdo que una vez gritamos estas palabras:

Escatología
Efímero
Caprichoso
Coyote
Luchar
Soledad
Algunas palabras eran en español; y otras, en inglés. A Gloria y a Antonio de verdad
les gustaba hablar español y, aunque yo tenía un apellido mexicano, era un idioma
perdido en mi familia. Sí, bueno, muchas cosas se perdían en mi familia. Pero, con mis
amigos, yo no me sentía perdido. Me gustaban las palabras, me gustaba cómo sonaban
mientras salían flotando de nuestras voces. Cuando nos drogábamos, inventábamos
oraciones con nuestras palabras. Las oraciones sonaban como historias para mí. Escribía
oraciones toda la semana en mi cabeza. Era como tener fragmentos de mis amigos en mi
cabeza.

3
En casa, bueno, las cosas no eran geniales. Mamá estaba deprimida. No lo digo como
algo regular. A veces las personas dice algo como “Hombre, estoy tan deprimido”, pero
mi mamá estaba deprimida en el sentido clínico. No es que se necesite un psiquiatra para
reconocer la condición. No sé cómo empezó todo para ella. Aunque fue antes de que yo
naciera, no hay duda. Crecí llevándola a varios psiquiatras. A ella le gustaba cambiar de
doctor. Eso me molestaba.

Empecé a conducir cuando tenía trece años. No es que supiera lo que estaba
haciendo, pero entendí todo. La cosa es que mamá nunca podía conducir cuando tenía lo
que mi padre llamaba un “episodio”. ¿Conducir sin licencia? Eso no es nada.

Mama siempre tomaba algún tipo de medicamento y las cosas estaban bien por un
rato. Cocinaba y limpiaba la casa y cosas así, pero entonces, por alguna razón, dejaba de
tomar su medicina. Nunca entendía eso. No soy ella.

Siempre sabía cuando ella dejaba de medicarse porque me abrazaba y me decía que
estaba bien.

—Todo será encantador, Zach. —Encantador. Odio esa palabra.

No recuerdo mucho sobre crecer. Pasé mucho tiempo jugando en el patio trasero.
Creo recordar amar un árbol. Eso es raro, lo sé, pero hay cosas peores que amar a un
árbol. Los árboles son geniales. Y están vivos. Más vivos que algunas personas.

Solíamos tener a un perro. Su nombre era Lilly. Ella dormía conmigo. Cuando tenía
cinco años, la encontré durmiendo bajo el árbol, el que amaba. Pero no se despertaba.
Estaba gritando y llorando y solo, ya saben, enloqueciendo.
Mi papá salió. Vio a Lilly. Olía al Bourbon que estaba bebiendo.

—Los perros mueren —masculló. Luego volvió a la casa para buscar otro trago.

Recuerdo acostarme junto a Lilly. Luego de un rato me levanté y cavé una tumba. Me
tomó un largo tiempo, pero no podía dejar a Lilly ahí. No estaba bien

Pregunté si podía tener otro perro, pero mamá dijo que daban muchos problemas.
Como si lo supiera. Mamá no sabía nada sobre cuidar perros. Es decir, ni siquiera sabía
nada sobre cuidar chicos. Chicos como Zach. No es que importara. Me las ingenié.
Miren, estoy siendo cruel con mi mamá. Odio ser cruel. Ella tenía mucho con lo que
lidiar. Lo sé. Lo que Adam llama cosas de la vida-interna. Sé que es un infierno.
Créanme, lo sé. Mierda. Deseo no saberlo, pero ahí está.

Mamá se quedaba en una habitación oscura solo para ella. Tenía agorafobia, eso decía
papá. Igual que su hermana. Supongo que es genético.

Agorafobia. Esa era una forma de decir que se es alérgico al cielo. Cuando se sentía
bien, salía de su habitación y hablaba conmigo. Recuerdo una vez que dijo:

—Zach, eres como yo. Lo sabes, ¿no? —Miré a mamá e intenté sonreír. Miren,
sonreír es difícil para mí—. Lo eres —continuó—. Incluso tienes mi sonrisa. —Mierda.
Entonces me besó—. Te extraño. —Lo dijo como si me hubiera ido a algún lugar.
Quería decirle que también la extrañaba. Es decir, ella sí se había ido. Y entonces ella
terminó—: Extraño a todos.

No sabía qué decir.

—Tu padre ya no me toca.

Me confundió. No era de mi incumbencia si mis padres se tocaban o no. Entonces


me miró y preguntó:

—¿Entiendes lo que digo? —Apretó mi brazo—. Zach, puedes tocarme si quieres.

Mi corazón estaba muy acelerado y sentí como si mi corazón se congelara, como si


estuviera en medio de una tormenta y hubiera cosas corriendo por mi mente, cosas que
zapateaban, diciéndome cosas que no quería saber, cosas malas, y yo quería golpear mi
cerebro con un bate. Yo no, es decir, solo no sabía qué hacer, por lo que sonreí y asentí.
Dios, ahí estaba con una estúpida sonrisa y me odiaba y pensaba que tal vez había un
cuchillo dentro de mí, intentando cortarme. No sé cómo lo hice, pero lo hice: me puse
de pie y tomé mi mochila.
—Tengo una sesión de estudio con Antonio y Gloria. —Estaba temblando y no sé
cómo me obligué a moverme o a hablar o a hacer algo.

—¿Tienes que ir? —Sonaba como una niña. Era como si me rogara que me quedara.
Estaba respirando tan rápido que no podía respirar. Sé que eso no tiene sentido.

Necesitaba algo. De verdad necesitaba algo. Encontré mis pies moviéndose hacia la casa
de Tommy. No sé qué habría hecho si no hubiese estado ahí.

—Amigo —saludó—. Te ves aterrado, hombre. Es decir, realmente ocupas algo.

—Sí —susurré.

Esa fue la primera vez que probé la cocaína.

Mi cuerpo se sentía eléctrico. Por primera vez en mi vida, sentí como si tuviera un
verdadero corazón y un cuerpo de verdad y sabía que había este fuego en mí que podría
haber incendiado todo el universo. Ningún libro me había hecho sentir así nunca.
Ningún humano me había hecho sentir así.

Dios, fue increíble sentirse perfecto. Miren, Dios no escribió la palabra “Perfecto” en
mi corazón. Pero la cocaína hizo lo que Dios no pudo. Vaya. Perfecto.

Estaba en llamas. Es en serio. ¡En llamas! La verdad es que quería morir. Sería
hermoso morir sintiéndose tan vivo. Sabía que nunca volvería a ser perfecto.
Recuerdo
Corregido por belisrose

Ando en un triciclo. Tengo cuatro. Cuando estoy recordando debe ser un sueño porque
tengo un montón de hermanos y hermanas. Estoy usando una camiseta blanca y
pantalones negros y lindos zapatos de vestir que dañan mis pies. Estoy jugando con
todos mis hermanos y mis hermanas en el perfecto patio de mi papá.

Solo quiero estar solo. Me alejo de todos y encuentro este genial triciclo. Empiezo a
andar y canto para mí. Estoy feliz. Veo hacia atrás y veo a todos mis hermanos y
hermanas y mi papá y mamá subiéndose al auto. Mamá tiene un regalo. Es muy bonito
con un lazo de cinta blanca. Y entonces el auto se aleja.

Me despido con la mano. Chao. Chao. Sigo andando en mi triciclo. Sigo cantando.
Soy feliz. No me gusta cuando hay mucho ruido.

Pero entonces, el auto vuelve y mi madre exclama:

—¿Dónde estabas?

—Estaba aquí —respondo.

—Nos asustaste. No sabíamos dónde estabas. Eres un chico malo por asustarme así.

Suena muy, muy enfadada.

—Lo siento —mascullo. Siento un nudo en mi estómago.

—Eres un chico malo —repite mamá.

Quiero saber por qué soy un chico malo. A veces digo eso: Zach, eres un chico malo. Eso
es muy raro, lo sé. A veces me destrozo.
El porque no creo
en el cambio
Corregido por belisrose

1
No es como si mi papá fuera el único padre en el mundo que bebía.

Él trabaja con fuerza y nunca faltaba. Nunca. Todos los días se levantaba a las 5:30 de
la mañana, se preparaba su café, se preparaba su almuerzo y se iba a trabajar.

Y, diablos, al final del día, el tipo estaba cansado.

A veces, llegaba después del trabajo y apenas podía hablar por el cansancio. Se daba
una ducha y se servía un trago. No se metía con otras mujeres o cosas así. Estaba
comprometido, nos cuidaba. Así que el tipo bebía, oigan, hay cosas peores. Y miren,
mamá podía ser genial, pero había días en los que solo se quedaba sentada con las
lágrimas cayendo por su rostro. Ella no era muy interactiva. Santiago venía a casa y
soltaba este sonido, amenazando con matarnos a todos, luego reía; estaba bien drogado.
Loco. Pero siempre se iba y nos dejaba en nuestra silenciosa casa.

La parte triste era que le tenía miedo a mi mamá. Eso no es normal. ¿Creen que no lo
sé? A veces, me sentaba junto a ella y le preguntaba si necesitaba algo; ella solo me
observaba como si fuera alguna clase de demonio y ella me fuera a abofetear. La primera
vez que lo hizo, fui a mi habitación y lloré. Entonces era mucho más joven. Pero luego
de un tiempo empecé a esperarlo. Una vez, ella enloqueció de verdad y no dejaba de
abofetearme. Y luego lloró y lloró y yo me sentí mal por eso. Sabía que ella no lo decía
en serio, pero toda la situación no me hacía querer acercarme mucho. Y estaba esa
conversación sobre tocar que no podía sacar de mi mente.

Sin embargo, también había buenos días, días en los que ella se levantaba temprano y
preparaba el desayuno y cocinaba las cenas más increíbles. Pero la última vez que
cenamos juntos no salió muy bien. Ella pasó toda la tarde preparando ravioles caseros.
—Quería ser italiana. En su lugar, solo era una aburrida chica de Ohio. —Mamá era
muchas cosas, pero aburrida no era una de esas. Aburrida habría sido genial.

Entonces, esa noche, estábamos disfrutando de los ravioles y todo iba bien. Papá
estaba haciendo bromas, intentando hacer que mamá riera, y mamá estaba sonriendo.
Dios, ella podía sonreír. Y papá no estaba tan ebrio y, ya saben, empezaba a sentirme un
poco relajado. No soy una persona que se suele relajar. Siempre estoy tenso. Ya saben,
por aquí lo llaman ansiedad. Y, bueno, no tomo medicamentos contra eso. Miren, creo
que Dios escribió “Ansioso” en mi corazón, pero, esa noche, empezaba a calmarme.
Todo se arruinó cuando mi hermano Santiago llegó a casa, drogado. Estaba de verdad
enloquecido. Se veía fuera de sí y gritó:

—Típico. Nadie me invita, joder. —Es decir, el tipo vivía ahí. Siempre estaba invitado.

Mi hermano en serio me molestaba. Miró a mi mamá y acusó—: Ya era la maldita


hora de que cocinaras. —Escupió en su plato y luego enfrentó a mi papá, lanzando
insultos como si fueran confeti. Sus palabras volaban por la habitación. Tomó el plato de
mi papá y lo lanzó al otro lado para reventarlo contra la pared.

Entonces mamá volvió a su vida interna de inmediato, a ese lugar en el que ella vivía.
Yo solo me quedé sentado, esperando que mi hermano no fuera detrás de mí. Pero por
supuesto que lo hizo.

—Lame culos. —Hizo el sonido de lamer con su boca—. ¿Tienes dinero, lame culos?

Él sabía que yo siempre tenía unos cuantos dólares conmigo. Era como si yo fuera el
cajero automático del tipo. Busqué mi billetera y saqué dos de veinte.

—¿Eso es todo?

—Sí. —Intenté fingir que no estaba asustado.

Él agarró el dinero.

—Déjame ver tu billetera. —Él lanzó la billetera al suelo y me miró como si no fuera
nada—. Esto no se ha acabado —declaró—. No creas por una jodida vez que es así. —
Me empujó contra la pared y pude oler su aliento. Olía como si se hubiese comido un
perro muerto. Dios, mi corazón estaba latiendo tan rápido que creí que se iba a salir de
mi pecho. Me observó con esa mirada suya, esa mirada que decía que yo no era nada, esa
mirada que decía que no merecía siquiera su odio.

Me dejó ahí. Me sentía estúpido y desnudo aunque estaba usando ropa.

Escuché la puerta cerrarse de golpe y di un salto. Hombre, era una bola de nervios.
Mamá se levantó de donde estaba sentada y se fue. Me levanté de mi silla y limpié el
desastre. Papá solo se quedó sentado y se sirvió otra copa de vino. Le serví otro plato de
ravioles y nos sentamos a terminar de comer.

Él no dijo nada. Yo tampoco. Era como si Santiago hubiese robado nuestras bocas y
todas las palabras en ellas.

2
Siempre quise tener el nombre de Santiago. Ambos fuimos nombrados por nuestros
abuelos. Santiago obtuvo el nombre del padre de papá. Y yo tenía el del padre de mamá.
A papá nunca le agradó la idea de que yo me llamara Zachariah. ¿Zachariah? ¿Qué clase
de nombre era ese para un tipo cuyo apellido era González y que vivía en El Paso,
Texas? Y a mamá ni le agradaba su padre. Mi abuelo paterno nació en Ciudad de México.
Mi abuelo paterno nació en Cuyahoga Falls, Ohio. Mi abuelo paterno era un artista y un
músico. Mi abuelo paterno era un contador. Por lo que me dieron el nombre de un
contador de Ohio, un hombre al que mi madre odiaba… y mi hermano tenía el nombre
de un músico-artista de la Ciudad de México. Mierda. Yo siempre recibía lo peor.
Mierda. El nombre completo de mi hermano era Santiago Mauricio González; y el mío,
Zachariah Johnson González.

Soy delgaducho como mamá y Santiago es grande como papá. Y debía parecerme al
papá de mamá porque mi piel es pálida, no como la de Santiago. Santiago parecía a su
nombre. Supongo que yo me parecía al mío. Tal vez recibíamos los nombres que
merecíamos. Sé cómo son las cosas. No puedes escoger cómo te ves. No puedes escoger
tu nombre. Y no puedes escoger a tus padres.

Tampoco puedes escoger a tu hermano. El mío no me amaba de verdad. Él no amaba


a nadie. Él no sabía cómo. Eso no era su culpa, él solo no entendía la cosa del amor.
Siempre estaba enfadado. Solía golpearme, me rompió una costilla una vez. Todos
fingieron que no había sucedido, incluido yo. Otra vez, llegó a casa ebrio y me dio una
paliza. Sí, miren, no lloré, no grité. Verán, cuando mi hermano me golpeaba, como que
me desconectaba. No sé cómo explicarlo, supongo que obtuve eso de mamá. No sé con
seguridad a dónde iba, pero, verán, solo iba lejos. Eso es todo lo que puedo decir sobre
eso.

Una vez, papá llevó a mamá al cine. Eso era algo grande porque ellos nunca salían.
Cuando volvieron a casa, mi hermano había salido y yo estaba todo negro y morado. No
quiero entrar en detalles de cómo me veía. Me destrozaba mirarme en el espejo. Le dije a
papá que unos chicos en la secundaria me atacaron cuando salía de la biblioteca. No
percibí que estuviera del todo preocupado. Eso lo hacía más fácil porque Santiago dijo
que me mataría si le decía a alguien. No fui a clases por un par de días. Eso estuvo bien.
Bueno, la verdad es que no estuvo tan bien. No, no, no estuvo bien. Tuve que estudiar
extra para ponerme al día. En serio amaba a Santiago, siempre lo amé. Era como si él
fuera el cielo y el aire. Así se sentía cuando era joven. Sabía que, aunque a él le gustaban
mucho las sustancias que alteran el estado y tenía este mal temperamento, había algo
hermoso en su interior. Solo porque nadie más la veía, no significaba que no estaba ahí.

Recuerdo esta vez en la que él tenía trece años; y yo, diez. No recuerdo por qué, con
exactitud, pero lo escuché llorar. Por lo que mis pies solo me llevaron a su habitación.
Me senté a su lado en la cama y dije:

—Santiago, no llores, está bien.

Él puso su cabeza en mi hombro y lloró como un bebé. Sus lágrimas empaparon mi


camiseta y sentí como si mi piel se llenara con todo lo que le había hecho daño en su
vida. Y yo estaba feliz. Eso suena jodido, lo sé, pero estaba feliz porque estaba con mi
hermano. Realmente estaba con él. Esa fue la primera vez en mi vida en que supe que me
amaba, que me amaba de verdad, y quería decirle que también lo amaba. Solo no supe
cómo hacerlo.

Cuando dejó de llorar, nos subimos a un bus y fuimos al cine. Estaba feliz, una parte
de mí quería sostener la mano de mi hermano. Sé que eso es raro y, cuando lo pienso,
me siento confundido. Siempre pienso en cosas muy raras.

A veces, luego de que Santiago me golpeaba, él lloraba y me decía que lo lamentaba.


Y me compraba cosas, ya saben, como un álbum de Rage Against the Machine o de Juanes.
Él sabía que me gustaba mucho Juanes. Me alegraba que me comprara álbumes que me
gustaban.

Una vez, mi hermano llegó a casa hecho un desastre. No sé qué había tomado.
Empezó a golpear la mierda fuera de papá y entonces él se volvió hacia mí. Volví a faltar
a clases por un par de días. Faltar a la escuela me ponía ansioso. La escuela era como una
adicción. Tenía que ir. Tenía que. Y cuando no podía ir me ponía todo ansioso.

Cuando volví a la escuela, el Sr. García notó los moretones. Empezó a hacer
preguntas. Ya saben, el Sr. García era muy sincero para su propio bien. Y, en serio, sus
preguntas me hacían sentir más ansioso.

—Pareciera que duele.


—No mucho —mascullé.

—¿Quién lo hizo? ¿Quién te hizo eso, Zach? —Sonaba enfadado.

—Algún tipo en una fiesta —contesté—. Me gusta irme de fiesta.

—¿En serio? Una fiesta, ¿no?

—Sí.

—Tal vez deberías dejar de ir a esas fiestas, Zach.

—Tal vez así sea.

No pienso que el Sr. García me creyera. Me pidió que pasara a verlo luego de la
escuela. Cuando sonó la última campanada, no quería ir a ver al Sr. García, pero mis pies
me llevaron ahí de todos modos. Al llegar a su salón, la puerta estaba abierta y él tenía un
libro de poemas en la mano.

—Siéntate —indicó. Dejó el libro en su escritorio y vi el título: Palabras como el destino y


el dolor. Lo miré mientras sacaba su trompeta y tocaba algo suave y melodioso. Quizás
intentaba hacerme llorar. ¿Por qué intentaba hacerme llorar? Cuando terminó de tocar,
me miró—. ¿Está todo bien en casa?

—Sí —repliqué.

—¿Tu mamá está bien?

—Sí.

—¿Tu papá está bien?

—Sí, todo está bien.

—¿Y si te dijera que sé que tu madre sufre de depresión?

No sé cómo lo supo. Y me molestó que me dijera que lo sabía.

—No es tan malo —declaré.

—¿Y si te dijera que sé que tu padre bebe?

—No es tan malo.

—Tal vez lo es. ¿Quién te golpeó, Zach?

Me puse de pie cuando él se sentó.


—¿Y si te dijera que no es de tu maldita incumbencia? —Eso fue lo que dije—. Solo
eres un profesor. Su trabajo está aquí… en este maldito salón de clases. —Sabía que
estaba gritando.

El Sr. García me dio una de sus sonrisas. Dios, su sonrisa en serio me destrozaba.

—Nada de insultos en mi salón —regañó.

—Bien —escupí.

—Bien —imitó—. Mira, Zach, no era mi intención molestarte.

—No estoy molesto.

—Bien —repitió. Anotó su número de teléfono celular y me lo dio—. Mira, si


necesitas algo, solo llama.

Asentí. Lo tomé. Otro trozo de papel.

3
El Sr. García se equivocaba. Es decir, no era tan malo. Teníamos una casa decente y a
papá le gustaba tener un buen patio. Tenía esta idea en mi casa de que un buen patio era
la forma de mi papá de decirle al mundo ahí vivía una verdadera familia. Un hombre,
incluso uno que bebe demasiado, tiene que tener algo de orgullo. Orgullo. Tal vez Dios
escribió eso en el corazón de mi papá. Pero la cosa era que pasaba más tiempo con el césped
que conmigo. Eso me arruinaba cuando lo pensaba. Esa es la cosa sobre recordar. Si
recordar me arruinaba tanto, entonces ¿por qué hacerlo?

Cuando cumplí diecisiete, papá recordó que era mi cumpleaños. No sé cómo pasó
porque había estado bebiendo bastante. Es decir, era demasiado incluso para él. Pero lo
recordó. Se acordó. De mí. De Zach.

Mamá estaba en medio episodio, por lo que no esperaba que lo recordara. Y Santiago,
quiero decir, el tipo ni siquiera recordaba su propio cumpleaño. Pero papá, demonios, lo
recordó. De verdad se acordó. Vaya.

Me preguntó qué quería hacer. No sabía. Solo inventé algo. Le dije que quería ir a
escalar. No sé por qué dije eso.
Y, ya saben, eso hicimos. Fuimos a escalar al desierto. Y fue hermoso y brillante y
asombroso. Y papá solo bebió agua y yo no fumé y papá, bueno, él conocía los nombres
de los diferentes cactus y arbustos. No sabía que él sabía cosas así. Incluso sonrió ese día,
había pasado un largo tiempo desde que lo había visto así. Y eso me destrozó. Le
pregunté cómo sabía los nombres de las plantas.

—Mi papá —respondió—. Papá me enseñó.

Quería preguntarle si también me enseñaría. Pero no lo hice. Luego del desierto,


fuimos a comer pizza y hablamos sobre cosas, nada importante, solo cosas. Le conté
sobre el Sr. García, cómo tocaba la trompeta y papá quiso saber si yo alguna vez había
querido tocar un instrumento, y le respondí:

—No. No soy del tipo musical. Pero me gusta dibujar.

—¿De verdad? —inquirió—. No lo sabía.

—Sí —mascullé—. Me gusta dibujar y me gusta pintar.

Hubo una casi sonrisa en su rostro. Tal vez estaba pensando en su padre, quien había
sido un artista.

—Nunca he visto nada que hayas hecho.

—Lo dejo todo en la escuela. En el salón de arte.

—Me gustaría ver tu trabajo. —Dios, papá parecía tan brillante. Como si hubiese una
luz dentro de él. Puso su mano en mi hombro—. Es en serio —susurró. Me miró a los
ojos. Fue raro porque pensé que me estaba mirando de verdad. No estaba acostumbrado
a eso. Quería llorar… pero no lo hice—. ¿Eres bueno?

Sabía que estaba bromeando.

—Algo así.

—Apuesto a que eres mejor que eso.

No es que lo supiera.

—No soy terrible.

—Eres un buen chico —afirmó.

Quería decirle que me gustaba beber y que había probado la cocaína y que no era un
buen chico. Me mataba que creyera que era bueno. Pero solo asentí. Aunque sabía que
no era un buen chico. Me alegra que papá dijera eso, aunque se estuviese mintiendo a sí
mismo.

La verdadera cosa arruinada era que se me había metido en la cabeza que tal vez las
cosas podrías ser diferentes. Tal vez las cosas no podían ser diferentes para mamá y
Santiago, pero sí para papá y yo. Tal vez podían serlo. Eso se me metió en la cabeza esa
noche antes de dormir.

Tal vez nuestras vidas mejorarán.

Tal vez papá no bebería tanto.

Tal vez yo no bebería tanto.

Tal vez no tendríamos que estar tan tristes todo el tiempo.

Tal vez no tendríamos que caminar viendo hacia el suelo.

Tal vez podríamos levantar la mirada y ver el cielo. Es decir, ¿por qué no? Esa noche
fui feliz antes de dormir.

Pero nada cambió.

Papá empezó a beber más después de eso.

Yo también empecé a beber más.

Nunca le mostré mi arte a papá. Tal vez nunca quiso verlo de verdad.

Mamá empezó a vivir en su interior… todo el tiempo. Su vida se había vuelto un


largo episodio.

Una noche se metió en mi cama. Me llamó Ernesto.

Ernesto, ese era el nombre de mi padre. Estiró la mano y la dejó entre mis muslos.
No sabía qué hacer. Estaba inmóvil por la sorpresa. Mi corazón latía muy rápido y había
un montón de cosas corriendo en mi mente. Me levanté de la cama de un salto y me
puse algo de ropa y tomé una de las botellas de papá y huí de casa. No volví por dos
días.

Cuando regresé, nadie dijo nada. Era como si nunca me hubiese ido. Nada mejoró.

Adam cree en el cambio. No sé de dónde vino ese tipo. Del mismo lugar de que el Sr.
García, eso creo.
Él aparece de lunes a viernes. Dice que siempre tienes que aparecer en la vida. Él es
un experto en eso de aparecer. Me pregunto qué clase de padres tuvo, él y sus ojos que
son tan azules como el mar, ojos que me ven sin verme. Nadie me ve. Él me dice que
debería mirarme al espejo y decir “Soy capaz de cambiar”. Como si eso fuera a hacer
algo. Dios no escribió “Cambio” en mi corazón.

Creo que a veces odio a Adam.

Creo que a veces quiero tomar un bate y fingir que él es un parabrisas.

Mi padre no tenía razón sobre mí. No soy un buen chico. Sí, miren, solo soy un trozo
de papel con la palabra “Triste” y un montón de insultos escritos.

Un horrible trozo de papel, ese soy yo.

Un trozo de papel que espera ser destrozado.


Recuerdo
Corregido por Bibliotecaria70

Estaba charlando con Adam en su oficina. No sé por qué lo llamamos una charla cuando
en realidad es una cita con mi terapeuta. Ya saben, de terapeuta a paciente. No es como
si fuéramos amigos. Él me estaba diciendo algo. Supongo que no estaba prestando
atención. Mi mente a veces divaga. Entonces escuché a Adam preguntarme:

―¿Qué ves cuando miras esa fotografía?

―¿Cuál fotografía?

―La que has estado observando.

Supongo que había estado observando el cuadro. No sabía qué decir.

―Son tus hijos ―observé.

―Sí.

―Así que, bueno, creo que veo a tus hijos.

Adam no pone los ojos en blanco. Es todo un profesional. Pero a veces da sonrisas
torcidas a las personas. Eso fue lo que me dio.

―¿Pero qué te hace pensar?

―Tengo un hermano.

―¿Cuántos años tiene?

―Es tres años mayor que yo.

―¿Cuál es su nombre?

―Su nombre es Santiago.

―¿Tienes una fotografía como esa, de los dos… cuando erais pequeños?

―Sí. Mamá tiene una en su cuarto.

―¿Qué sucede en la fotografía?


―Mi hermano me está abrazando.

―¿Cuántos años tienes en la fotografía?

―Dos.

―¿Estás sonriendo?

―Mira, Adam, no quiero hablar sobre la foto. Es solo una cosa vieja. No significa
nada.

―Bien. Escucha, ¿está bien si te hago una pregunta, Zach?

―Sí, claro, adelante.

―¿Amabas a tu hermano?

―No lo recuerdo.

―¿No lo recuerdas?

―No, Adam, no lo hago.

Él sabía que estaba mintiendo. Supongo que no me importaba. Mirad, no quiero recordar
debería entenderse como no lo recuerdo. Eso era lo que estaba pensando.
En el pais de los
suenos
Tengo esta idea en mi cabeza de que tienes que nacer hermoso para poder soñar cosas
hermosas. Dios no escribió Hermoso en mi corazón. Estoy lleno de malos sueños. Sueños
malos para chicos malos. Supongo que así es para mí. Mirad, no hay nada que pueda
hacer.
Suenos y cosas que
odio
Corregido por Bibliotecaria70

1
Sigo teniendo este sueño. Es como estar en el infierno. Es como ser castigado y tener
que ver la misma película de miedo una y otra vez. Y aunque me sé la película de
memoria, aún me asusta porque siempre hay un monstruo acechando en la oscuridad.

Ese monstruo me quiere muerto.

Me pregunto si soy el único que tiene un monstruo.

Es solo un sueño. Es solo un sueño.

Creo que sé porque hay tantos adictos en este mundo.

Correr, eso es lo que hago en el sueño. Corro por las calles descalzo. Mis pies
sangran, pero no me puedo detener; estoy temblando y asustado, la tormenta dentro de
mí es tan fuerte como un tornado, gira y gira. Todos los trozos de papel que tengo en el
suelo de mi cerebro vuelan alrededor como pájaros enloquecidos, estoy destrozado
como el infierno y corro y corro y parece como si fuera a correr por siempre. Es de
noche, hace frío y todo está muerto, silencioso, hueco y puedo escuchar los ecos de mi
propia respiración en la oscuridad y las calles vacías. No puedo ver a dónde voy porque
la oscuridad se extiende por siempre y el sudor pica en mis ojos. Pero eso no evita que
mis pies sigan corriendo. Es como si mis pies pudieran decirle qué hacer a mi cerebro.
Mis pies siempre me llevan a un lugar donde no quiero ir, sobre todo en mis sueños.
Estoy asustado. Odio estar tan asustado. Se siente como si mi corazón fuera a salirse de
mi cuerpo. Ni siquiera sé a qué le tengo miedo.

El monstruo. Le tengo miedo al monstruo.

De repente, estoy en casa. El patio es tan suave como el algodón y tan fresco contra
mis pies sangrientos que creo que mi padre es el dios del patio, y quiero llorar. Quiero
que el patio me abrace, pero ese es un pensamiento loco porque un patio no tiene brazos
y manos y corazón… qué bien puede ser tener brazos y un corazón de todas formas
porque, demonios, nunca me han ayudado en nada.

Cuando entro a la casa, esta está tan vacía como las calles. Noto que estoy muriendo
de sed por lo que busco un vaso de agua en el grifo, pero nada sale. No hay agua. Voy a
morir, voy a morir. Sé que si no bebo nada de verdad voy a morir; al final recuerdo que lo
único que queda de beber en la casa es el burbon de papá. Busco las botellas en los
escondites, encuentro una pinta y la bebo. Toda la botella. Siento un fuego en mi
interior, pero ese fuego solo me da más sed.

Por lo que ahora tengo más sed que antes e intento hacer que los grifos en la casa
funcionen, pero no sale nada de agua y, dios, tengo sed, sed, sed, y sé que tengo que
beber algo, por lo que sigo buscando botellas de burbon, las encuentro por todas partes
y las sigo bebiendo; mientras las bebo, hay explosiones en mi garganta y en mi estómago
y estoy medio en llamas y creo que moriré porque solo tengo más y más sed hasta que
no lo puedo tolerar y mis pies siguen sangrando.

Quiero morir. Empiezo a pensar que tal vez el monstruo vendrá y lo dejaré tomarme.

Y entonces mi hermano aparece, parece enfadado, y viene hacia mí. Me está gritando
e insultando. Quiero pedir ayuda, pero nada sale de mi boca y sé que no serviría de nada
porque todos en el planeta se han ido. Sé que se han ido por algo que he hecho. Mi
corazón late tan rápido que sé que va a estallar y no puedo tolerar el pánico en mi
cerebro.

Sería tan pacífico morir.

Es entonces cuando despierto.

Este no es el único sueño que tengo. Hay más. ¿Cómo pueden existir tantos sueños
dentro de mí? ¿Cómo caben todos? Desde que estoy aquí, parece que tengo sueños todo
el tiempo. Casi no quiero dormir, excepto que siempre estoy tan cansado al final del día
que no puedo mantener mis ojos abiertos.

Por lo que duermo. Y sueño.

Dormir y soñar.

Dormir y soñar. Una y otra vez. De esto están hechos mis días.

Aquí es donde vivo ahora, en el país de los sueños. Algunas noches despierto en
mitad de la noche. Y tengo miedo. A veces es tanto que lloro. Los sueños me cansan y
me odio a mí mismo. Hay sangre en mis sueños, en todos. Y siempre hay algo que quiere
hacerme daño. Sé que es el monstruo. Nunca veo el monstruo, pero sé que está ahí. Creo
que el monstruo viene a mí durante la noche.

Uno de mis compañeros, Rafael, es un experto en monstruos. No es que hable de


eso. Solo lo sé. Las personas con demonios se reconocen entre sí. Se encuentran sin
decir una sola palabra.

Una noche, Rafael estaba sentado en mi cama, sacudiéndome.

―Está bien ―susurraba―. Solo es un sueño, Zach. Solo es un sueño. ―Debí haber
estado gritando o algo. Podía sentir mi corazón latir, mi corazón tenía las palabras
Ansioso, Triste, Asustado y Arruinado escritas―. Está bien ―continuó Rafael―. Solo fue un
sueño.

No dije nada. Esperé hasta que mi corazón se calmó. Algunas veces, mi corazón iba
más rápido que mis sangrientos pies. Cuando mi corazón se relajó y silenció, le dije a
Rafael que necesitaba un cigarrillo.

―Solo vuelve a dormir ―indicó.

―¿Te quedarás? ¿Hasta que me vuelva a dormir?

No dijo nada. Pero se quedó.

Me sentía como un niño. Mierda. Pero no podía dejar de temblar. Y no quería que
Rafael se fuera. Me dormí escuchando el sonido de su respiración. Por la mañana, Rafael
me preguntó sobre mi sueño.

―No recuerdo ―confesé.

―Intenta.

―¿Por qué?

―Porque no mejorarás si no lo haces.

―¿Estás del lado de Adam?

Rafael sacudió la cabeza y luego sonrió.

―Bien ―aceptó―. Pero, escucha, Zach, me importas. Me importa lo que te pase.

Es decir, el tipo apenas me conocía, pero la cosa era que, ya sabes, le creí. Y no daba
miedo o algo así. Y, para ser honesto, me gustaba agradarle. Supongo que creía que
cambiaría de opinión sobre mí en cuanto me conociera. No es que planeara dejarlo
conocerme.

―¿Me escuchaste, Zach? Me importas.

―Bien ―acepté―. Está bien por mí. Pero ¿podemos no hablar de eso? ¿Estaría bien
contigo?

―Sí, eso estaría bien ―concordó.

2
Lo que me gusta sobre Rafael es que es un buen tipo. De verdad agradable, como el Sr.
Garcia. La primera noche que estuvo en la Cabaña 9, lo escuché llorar. Su llanto era muy
suave y me puso triste. La cosa es que Rafael y yo, bueno, tenemos esta cosa sobre los
sueños y ambos estamos endemoniadamente tristes. Eso nos hace iguales. Aunque él
tiene como cincuenta y algo y yo acabo de cumplir dieciocho, estamos en el mismo bote.
Estamos en medio de una inundación, flotando por un salvaje e indomable río. La
verdadera diferencia entre Rafael y yo no es nuestras edades, sino que él se esfuerza en
recordar; y yo, en olvidar.

Otra cosa que Rafael y yo tenemos en común: él se odia a sí mismo. Yo también me


odio. Pero hay otra parte de Rafael, creo, una parte que ya no se quiere odiar. Quiere
acabar con toda esa mierda de “me odio”.

Mirad, esta cosa de los sueños, no quiero hablar sobre mis sueños con nadie. No
quiero discutirlos con Rafael, no quiero compartirlos con ningún miembro del grupo y
no quiero hablar de ellos con Adam. Sí, bueno, sé que mis sueños son intrusivos, así los
llaman aquí. El psicólogo me preguntó:

―¿Tienes sueños intrusivos?

Lo miré y dije:

―No estoy seguro de a qué te refieres con eso.

―¿Tus sueños son tan reales que se meten mientras estás despierto?

―Sí ―respondí.

―¿Quieres contarme sobre estos?


―¿Por qué querría hacer eso?

―No es bueno mantener todas esas cosas dentro.

―Tal vez no ―admití.

―Sería bueno que hablaras con alguien de estos.

―¿Para quién sería bueno esto?

Intentaba ignorar el hecho de que no estaba colaborando. Poco colaborador son


palabras de terapia que usan por todas partes aquí. Poco colaborador es una forma
agradable de decir “idiota”. Él también era un idiota, así que todo estaba equilibrado. No
me hagan hablar de los psicólogos. No me agradaba el psicólogo. No, no lo hacía.

Hay algunas cosas de las que no me gusta hablar, así es como es. Le daré crédito al
psicólogo. Sabía lo suficiente como para cambiar de tema, pero anotó algo en su libreta.
Sabía cómo eran las cosas. Todo lo que escribía en esa libreta iba a llegar hasta Adam.
Sabía que Adam mencionaría el problema de mis “sueños intrusivos” en algún
momento. Adam era bueno en mencionar mis problemas cuando hablábamos. O las
cosas que creía que eran mis problemas. Tiene teorías sobre mí. Más o menos espero que
se guarde estas teorías.

A veces creo que todo y todos aquí son intrusivos.

Mis sueños no me dejan en paz, Adam no me deja en paz, los otros terapeutas no me
dejan en paz. Ni siquiera mis dos compañeros, Sharkey y Rafael, me dejan en paz.

Llevo aquí tres semanas. Sé que estuve en otro lugar antes de venir aquí. Ese otro
lugar era un hospital. No recuerdo nada sobre eso excepto que estuve muy enfermo. A
veces sueño sobre ese otro lugar. Todos están mudados de blanco y todas las paredes
son blancas y las sábanas blancas y yo uso pijama blanco, lo cual es raro ya que no uso
pijama. Todo es blanco y cegador y las cosas parecen estar siempre moviéndose. Solo
quiero cerrar mis ojos. Estoy cansado, todo está borroso y escucho a voces llamar mi
nombre.

Entonces, un día, bueno, desperté y estaba acostado en la Cama 3. Cama 3, Cabaña 9.


Recuerdo ser entrevistado por el psicólogo, recuerdo hablar con Adam. Fue muy
agradable conmigo y su voz era amistosa, casi quería llorar. Es decir, Adam no es una
mala persona. Pero el tipo no para. Siempre aparece, ese tipo. ¿Qué tienen los recuerdos
que hacen que presione tanto? ¿Qué es?

Cuando llegué aquí, el personal me mostró el terreno. Había como quince cabañas
esparcidas y un edificio principal en donde comíamos y nos sentábamos si queríamos
hacerlo. Muchas personas pasaban el tiempo en el edificio principal. Yo no era uno de
esos. Algunas personas solo no saben cómo estar solas. A mí, me interesaba mucho estar
solo.

Adam dice que es aislamiento.

No tengo comentarios sobre las observaciones de Adam. Sí quería preguntar si la


palabra “aislamiento” la pretendía usar como verbo. Me pregunté qué pensaría el Sr.
Garcia de eso. Si quiero pasar el tiempo en la Cabaña 9, ¿qué hay de malo en eso? Es una
cabaña muy buena.

3
Nos dejan fumar. Nos es que los consejeros alienten este tipo de comportamiento
adictivo, pero la cosa es que la mayoría tenemos problemas más grandes. Sí, fumar no es
saludable. Sí, ofrecen una clase para dejar de fumar. No estaba interesado en ese tema.

Había una regla de que solo podíamos fumar en este punto designado. Todos lo
llamaban el pozo del fumador, aunque no era un pozo. Le compré un par de cajas de
cigarrillos a Sharkey cuando llegó. Llegó diez días después que yo. Me estaba muriendo
por un cigarrillo. Sharkey tiene veintisiete años. Le gusta hablar mucho. Hablar, hablar,
hablar. Me vuelvo malditamente loco.

Los primeros días estuve solo en la Cabaña 9. Eso me gustaba. Iba a todas las
sesiones en grupo a las que debía asistir. Ya sabéis, era como ir a la escuela solo que sin
recibir calificaciones. No me importaba escuchar todas las cosas que los terapeutas y las
personas arruinadas decían. Es decir, la cosa sobre las personas arruinadas es que son
muy interesantes. Interesantes en el sentido en que me sorprenden endemoniadamente.
Las personas se enfadan, se molestan y se ponen emocionales y todo eso. Eso no es nada
importante. Bien, no formo parte de todo eso de las emociones. Es suficientemente
malo que mis sueños a veces me hacen llorar. No me importa escuchar. Y si alguien
quiere poner todas estas cosas emocionales frente a todos, bueno, eso no me molesta.
Bueno, sí me molesta, pero, siempre y cuando haya un terapeuta cerca, no me pone muy
ansioso.

La cosa sobre estar en este lugar es que se supone que forme parte en
comportamientos saludables. Ir a las comidas es un comportamiento saludable. No es
que tuviera hambre. Y no es que hable con nadie. Como que solo escucho. Mirad, soy
consistente. Eso no es malo. Es decir, nos dicen que tenemos que ser consistentes. La
cosa sobre las comidas es que hay mucho drama. No me gusta el drama. Alguien está
llorando o alguien está diciendo algo sabiondo o alguien se está quejando de que este
lugar apesta o alguien está opinando sobre uno de los terapeutas o alguien está contando
su vida o alguien está hablando sobre cosas que no importan… y todo me vuelve
jodidamente loco. Adam dice que necesito participar en actividades que sean buenas para
mi sobriedad. En mi opinión, las comidas aquí son muy malas para mi sobriedad. No la
comida, sino las personas. Y, otra cosa, no me enloquece del todo estar sobrio.

Después de las comidas, si no estaba limpiando, me iba a mi cabaña a leer. Cuando lo


pensaba, veía que no era una vida tan mala. Se suponía que hiciera tarea, pero no tenía
ganas de hacerla. Sabes, los terapeutas siempre intentaban hacerte hablar sobre ti mismo.
Como si quisiera hacer eso. Y siempre me daban tarea. ¿Cómo se ve tu adicción? Haz un
dibujo sobre la vida en tu hogar. Escríbele una carta a tu madre. Mi adicción se ve triste.
Mi vida en casa era triste. Mi madre estaba triste. Siguiente tarea, por favor. Sigamos
adelante. Mierda.

Me iba bastante bien viviendo en la Cabaña 9 por mi cuenta. Eso estaba bien. Yo
estaba bien. Bien. Cada vez que decía esa palabra, Adam la repetía. Como, sí, claro, bien.

Entonces Rafael llegó. Él solía estar en otra cabaña, lo conocía porque estaba en mi
grupo… me agradaba. No es que estuviera muy presente en el grupo. Mirad, el tipo no
se molestaba conmigo, pero eso no significaba que lo quisiera como compañero. No sé
de quién fue la brillante idea de que él se mudara conmigo, pero no estaba feliz. Se me
metió esta idea en la cabeza de que Adam estaba detrás de todo esto, y le dije a Adam
que no creía que fuera una buena idea tener a Rafael como compañero.

―¿Por qué no?

―Es viejo ―alegué.

―No unimos a las personas basándonos en su edad.

―Su cabeza está poniéndose blanca.

Adam me estaba observando.

―¿Y?

―Necesita un corte de cabello.

―Tú también.

―Me estoy dejando crecer el cabello.


―Él también.

―¿No se puede quedar donde estaba?

―¿Qué? ―preguntó―. ¿Él interviene con todo ese aislamiento?

Quería golpearlo. Sabía que no haría ningún bien si le decía a Adam que Rafael
parecía demasiado triste y algo roto y que tal vez no era bueno para mí tener a un señor
mayor, triste y roto como compañero. Quería decir, “Puede que no sea bueno para mi
sobriedad”.

Mirad, estaba atrapado con él. Cuando se mudó, me dio la mano y, no sé, supongo
que creí que él no iba a ser tan malo. Su sonrisa era algo triste, pero era real y me gustaba
eso. Y lo mejor era que no ocupaba mucho espacio, era amigable, respetuoso y todo eso.
El tipo tenía modales, por lo que creía que tal vez era bueno que fuera mi compañero
porque sabía que otras personas llegarían porque las personas llegaban todo el tiempo y
supuse que era mejor tener a Rafael como compañero que a un idiota arruinado.

Después de que Rafael se mudó, hablamos un poco, pero de inmediato supe que no
quería meterse en mi cabeza, lo cual era genial porque de verdad me confundía que las
personas se metieran en mi cabeza. Y Rafael, bueno, parecía, bueno, odio decir esto…
algo normal. Mucho más normal que yo, de todas formas. Él sabía cómo hablar con las
personas. Y me sentí mal por haberme quejado a Adam sobre él cuando realmente no
sabía nada.

Lo que de verdad me destrozaba sobre Rafael era que, cuando sonreía, casi parecía un
chico. Pero, ya sabéis, bueno, estaba esa cosa triste sobre él. Podía verlo en sus oscuros
ojos. Es decir, el tipo estaba triste de verdad. Estaba casi tan triste como mi madre, pero
de alguna forma parecía más conectado con el mundo. No es que estar conectado con el
mundo sea algo tan genial. No como yo lo veo. ¿Qué te daba estar conectado con el
mundo? Te daba más tristeza. Mirad, el mundo no está cuerdo. Si te conectas con este loco
mundo, bueno, simplemente enloqueces. Esta no es una teoría complicada. Solo es
lógica simple.

4
Y luego llegó Sharkey.
Era todo sonrisas, charla y mierda. Pero me agradaba. Veréis, Rafael no ocupaba
mucho espacio; pero Sharkey, sí. Es decir, casi que dominó la Cabaña 9. Y el tipo tenía
cosas. Tres maletas, las cuales no eran pequeñas. Es en serio. Tenía diferentes tipos de
zapatillas deportivas y toda clase de zapatos, ropa y ropa y más ropa. ¿Cuánto planeaba el
tipo quedarse? Y gafas de sol. Hombre, a él de verdad le interesaban las gafas. Me
entretuve un montón viendo a Steve revisar las cosas de Sharkey. Steve es del personal.
Aquí hacen eso, revisan las cosas. Ya sabéis, se aseguran de que no haya nada puntiagudo
con que hacernos daño y, sobre todo, se aseguran de que no metamos drogas. No
confían en nosotros aquí. No es que ninguno de nosotros merezca confianza.

Pero hombre, me entretuve viendo la expresión de Steve, en especial cuando llegó a la


ropa interior de Sharkey. Sharkey tenía ropa interior de diseñadores en cajas. La ropa
interior de diseñadores viene en cajas. El tipo tenía dinero. Tal vez era un traficante. Eso
era lo que creía.

Cuando Sharkey entró en la cabaña, Rafael estaba leyendo un libro. Yo… estaba
haciendo lo mismo. Él nos miró a ambos y dijo:

―Bueno, vais a ser un montón de malditas risas.

Rafael y yo nos miramos y sonreímos. Lo bueno era que Sharkey hacía que Rafael
riera. Es decir, Rafael tenía sentido del humor. En algunos sentidos parecía más joven
que sus cincuenta años. No era cómo se veía, era cómo existía en el mundo. Veréis,
tengo esta teoría: algunas personas existen en el mundo de una forma vieja y algunas
personas existen en el mundo de una forma joven. Mi padre existía de una forma vieja.
Rafael existía de una forma joven. Adam también existía de una forma joven. Veréis,
algunos tipos siempre son como chicos de alguna forma. No sé si eso es algo bueno o
malo. Aún no lo he decidido.

Pero veréis, me gustaba la cosa joven sobre Rafael. Y Rafael toleraba la mierda de
Sharkey. Me refiero a que Sharkey era la clase de chico que siempre decía lo que pensaba.
Como si quisiéramos saberlo. Pero veréis, los chicos como él no siempre creen que todo
es una calle de doble sentido. Te dicen lo que piensan, eso es genial, pero cuando miras a
los chicos como Sharkey a los ojos y les dices lo que tú piensas, bueno, eso no siempre es
tan genial.

Cuando Rafael llegó, hablábamos un poco. No mucho. No me gusta hablar y él


estaba triste y a ambos nos gustaba leer. Por lo que era una buena combinación. La
cabaña era agradable y silenciosa. Pero con Sharkey suelto, toda la cabaña cambió. Su
primera noche empezó con un montón de preguntas.

―¿Por qué estás aquí? ―Miraba a Rafael. Esa ni era una pregunta.
Rafael le dio una sonrisa torcida.

―Soy un alcohólico ―confesó.

―¿Eso es todo?

Rafael sacudió la cabeza.

―Hay más que eso.

―Bueno, tengo tiempo de sobra. Estoy atrapado aquí por treinta días.

Rafael rió.

―Puedes irte en cualquier momento. Ésta no es una prisión. No estamos cumpliendo


una sentencia.

―Un demonio que no.

―¿Alguna vez has cumplido una sentencia?

―Rayos, sí. Y no voy a volver. Por eso estoy aquí.

―¿Entonces tienes algunas consecuencias legales?

Sharkey rió.

―Podría decirse. Mira, no voy a superar ninguna mierda. Pero, verás, supongo que el
juez va a sonreírle a alguien que intente poner su vida en orden al venir a un lugar como
este. Verás, pasaré treinta días aquí, haré que mi terapeuta escriba una carta y, ya sabes, el
juez verá que estoy listo para unirme a las personas terrenales. No es que quiera ser una
persona terrenal, pero no hay daño en fingir ser una si eso me mantiene fuera de la
maldita cárcel.

Rafael sonrió. Quiero decir, podía decir que Rafael se estaba burlando del chico.

―¿En qué estabas metido?

―¿Esta es una maldita entrevista?

Rafael le dio una sonrisa.

―Sí. Si no nos agradas a Zach y a mí, entonces moverán tu trasero a otra cabaña.

―Basura.
―Quizás. Quizá no. ―Entonces Rafael empezó a reír. Luego Sharkey se le unió. Y yo
también. Por lo que estábamos en la Cabaña 9 riendo a carcajadas.

Luego la sala quedó en silencio.

―Bien ―continuó Sharkey―. Supongo que consumía de todo. Cocaína, heroína,


alcohol… lo que digáis, lo tomé. ―Parecía muy orgulloso de sí. Miró a Rafael. El tipo no
tenía remordimiento en su voz. Conozco el remordimiento cuando lo escucho. Rafael
tenía remordimiento saliendo de sus orejas. Sharkey no tenía nada―. ¿Qué hay de ti,
hombre, cuál era tu bebida preferida?

―Vino.

―¿Vino? Mierda, eso es patético.

―Servía.

Entonces miró al otro lado de la habitación, a mí.

―¿Qué hay de ti, Zachy? ―El tipo ya tenía un apodo para mí.

―Burbon ―respondí.

―¿Solo burbon?

―Bueno, coca. También me gustaba.

―Ahora estás hablando.

Tenía esta expresión en su rostro. Recuerdo eufórico. Así lo llamaba Adam.

―Algunos de ustedes incluso se drogan con solo recordar.

Ese Adam tenía un nombre para todo, pero esa era la expresión exacta en el rostro de
Sharkey. Euforia. El tipo era un desastre, pero me agradaba. No era normal. Si eras
normal, te decía persona terrenal. A él no le importaban. De ninguna forma. Creo que
eso era lo que me agradaba de él.

Quería preguntarle qué hizo para meterse en problemas legales, pero supuse que lo
descubriría pronto. Supuse que no tendría ni que preguntar. Después de unos días sabría
más de él que el mismo Dios. Eso era lo que creía.

Sharkey se quedó en silencio un rato y miró alrededor, pero pronto empezó de nuevo:
―¿Qué es esta mierda de revisar las cosas? Es toda una mierda. ¿Y qué es eso sobre
firmar un contrato sexual en el que no nos permiten tener contacto sexual con nadie
mientras estemos aquí? ¿Qué hay con eso?

Rafael intentaba leer. Levantó la mirada de su libro.

―Es una facilidad en la que no se permite el contacto.

―¿Qué demonios significa eso?

Rafael medio sacudió la cabeza.

―Sabes lo que significa, Sharkey. Y creo que sabes por qué.

Eso pareció apagar las quejas de Sharkey. No es que Sharkey estuviera feliz sobre
todo eso. Veréis, ya se estaba metiendo en mi cabeza que a Sharkey le gustaba quejarse.

―Sabes ―agregó―, igual es posible que no haya chicas aquí con las que quiera tener
sexo.

Rafael apartó su mirada del libro e hizo una mueca. Rafael podía hacer muecas.

―¿Qué te hace creer que aquí hay alguna chica que quiera tener sexo contigo, amigo?

Eso molestó a Sharkey.

―¿Qué se supone que significa eso?

Veréis, sabía lo que Rafael estaba haciendo. Sharkey era un tipo bastante atractivo. Ya
sabéis, el tipo de chico que creía que todos estaban enamorados de él porque, bueno, un
rostro como ese llegaba lejos, especialmente con las chicas. Los tipos como Sharkey
creían que eran dueños del mundo. Rafael no le seguía la corriente.

Rafael no dijo nada, solo siguió leyendo.

―Mira ―escupió Sharkey―, cualquier chica tendría suerte de estar conmigo.

―Tal vez ―comentó Rafael―, pero si yo tuviera una hija, no te dejaría pasar del
porche.

―Mira hombre, no me conoces. Tal vez soy bastante agradable.

―Sí. Probablemente seas un tipo agradable. Dime algo, ¿con cuántas chicas has
estado?
―¿Esto sigue siendo parte de la entrevista? ―Sharkey como que rió, pero noté que
Rafael lo estaba poniendo nervioso.

―Tengo una idea. ―Rafael miró por encima de su libro.

―Estoy adentro, hombre.

―¿Cuántos años tienes? ¿Veintisiete? ¿Veintiocho? ―Rafael era bueno con las edades.

―Veintisiete.

Rafael asintió.

―Diría que has estado con, veamos, más de cincuenta chicas… más de cincuenta,
pero menos de cien.

Sharkey sonrió.

―¿Y qué?

―¿Ves a lo que me refiero con no pasar del porche?

Sharkey rió. No dijo nada en un rato, pero sabía que estaba pensando en algo más. Al
final miró a Rafael.

―¿Qué hay contigo y ese libro?

Rafael rió.

―Tenemos una relación personal.

Eso hizo que Sharkey riera. Pero luego dijo:

―No parece que necesitaras estar en un lugar como este.

―Confía en mí, lo necesito.

―Yo no.

Rafael sonrió.

―Tal vez no. Bueno, está esa cosa sobre las consecuencias legales.

―¿Consecuencias? ¿Qué hay contigo y esa palabra, hombre?

―¿Qué hay de esa palabra que no te gusta?


―¿Qué eres, un consejero? No se supone que juegues al terapeuta. Eso dicen las
reglas.

―Si quieres ser técnico, las reglas no dicen eso. Y, de todos modos, no me interesa
jugar al terapeuta. Soy un borracho de tipo jardín. Nada especial sobre eso.

Odiaba escuchar a Rafael decir eso. No sé por qué. Solo no me gustaba escucharlo
hablar así sobre él mismo.

―Mira, me arruinaron. No hice lo que dijeron que hice.

Rafael asintió como, ya saben, si no fuera a meterse ahí.

―Mira, no era mi intención molestarte.

―No estoy molesto. ―Sí, no molesto. Sharkey definitivamente estaba molesto.

―Bien ―aceptó Rafael.

―Mira ―agregó Sharkey―. ¿Por qué no regresas a tu relación personal con ese libro?
―Él me miró―. ¿No estás algo joven para actuar como él?

Supongo que Sharkey creía que leer era algo para los viejos. No sabía que decir, así
que solo me encogí de hombros.

―Diablos ―soltó―, creo que iré al pozo del fumado.

Fue entonces cuando decidí que Sharkey y yo seríamos los mejores amigos.

―¿Fumas? ―pregunté.

―Sí.

―¿Puedo comprarte un cigarrillo?

Sonrió. Veréis, si me vendía cigarrillos, escucharía sus quejas hasta que las hojas
volvieran a crecer en los árboles. Era gracioso, cuando salimos hacia el pozo, Sharkey se
quedó en silencio. Nos quedamos afuera en el frío y fumamos un par de cigarrillos.

―La vida apesta ―observó.

―Sí ―concordé―. Rafael dice que apesta más sobrio.

Eso hizo que Sharkey riera.

―No puedo decidir si él me agrada.


―A mí me gusta ―admití. No sabía por qué lo dije. Bueno, era la verdad. Me
agradaba Rafael. Entonces ¿qué eran tan malo sobre decir que alguien te agradaba
cuando era así?

―Es mucho más agradable que mi padre. ―Le dio una larga calada a su cigarrillo―.
No me hagas empezar sobre mi padre.

Supongo que su padre de verdad lo destrozaba. Dios, hacía frío. Odiaba el invierno.

―¿Tienes sueños? ―Escuché la voz de Sharkey en la oscuridad.

―Sí ―confesé―. No me gusta tenerlos.

―Yo también los tengo ―compartió―. Quiero librarme de ellos.

―Yo también ―admití.

Me pregunté si tenía un monstruo. Sí, tenía un monstruo. No había duda de que


Sharkey tenía un monstruo.

Tal vez todos tenían uno. Tal vez solo estaba inventando eso. Era extraño, gracioso y
triste que estuviéramos aquí fumando y pensando que podíamos librarnos de nuestras
pesadillas. Tal vez ambos esperábamos que algo pasara, y las cosas cambiaran. Tal vez el
Zach cambiado y el Sharkey cambiado tendrían sueños diferentes. No era bueno que
pensara en esas cosas. Lo sabía. Pensar cosas como esas me ponían triste. Era como esa
vez en la que pensé que las cosas entre mi padre y yo serían diferentes.

Mantuve el humo en mis pulmones tanto como pude, luego lo dejé salir lentamente.

Odiaba el invierno.

Odiaba los sueños.

Odiaba recordar.

Odiaba hablar con Adam.

Y odiaba el hecho de que “cambio” era una palabra que existía en un sueño que
nunca tendría.
Recuerdo
Corregido SOS por belisrose

En la escuela había este chico. Su nombre era Sam. Él era muy alto y como un
deportista. No es que se juntara con los otros deportistas. Creo que era como yo, un
solitario. Ya saben, como algunos coyotes. Los coyotes me sorprendían. Son animales
fantásticos. Por un lado, son muy buenos padres, cuidan a sus cachorros y los crían y
juegan con ellos y les enseñan todo lo que necesitan saber para sobrevivir en el malvado
mundo. Y aunque a los coyotes les gusta andar entre sí y cantar y aullar a la noche,
algunos se van y se quedan solos. Están bien con la soledad. Yo era uno de esos coyotes
a los que les gustaba estar solos. Creo que Sam también era así.

Siempre intentaba hablar conmigo y eso. Yo también le hablaba. No es que sea bueno
para hablar. Hablar está fantásticamente sobrevalorado. Muchas personas lo hacen
demasiado. Me sorprende en exceso como a algunas personas les gustaba hablar.
Sharkey, por ejemplo. Si hablar es tan bueno, ¿qué demonios hace Sharkey aquí? El tipo
me desgarra. Hablar no te sana. Hablar solo colabora con la contaminación sonora en el
mundo. Si de verdad nos interesa la ecología, entonces todos nos callaríamos.

Tal vez por eso me sentía conectado con Sam. Era amigable y todo eso y, aunque no
era un introvertido extremo (yo sería eso), mantenía en secreto que era extrovertido. Me
refiero a que Dios no escribió “Ansiedad” en el corazón de Sam. Eso de verdad me
sorprende.

Un día, Sam pasó por mi casillero y me preguntó si quería salir con él. Le dije que
claro. Era un viernes; los viernes solía ir y drogarme con mis amigos hasta perder la
razón. Creí que sería bueno cambiarlo un poco, ¿saben? Por lo que Sam pasó por mí en
su auto y salimos a andar y escuchar música y hablar, yo intentaba no querer fumar
porque sabía que él no fumaba. Y luego dijo que por qué no íbamos al cine, acepté y
fuimos. No recuerdo qué vimos, pero sabía que Sam me estaba observando más que a la
película. Eso de verdad me sorprendía. Pero fingí no notarlo. Es decir, ¿qué demonios
veía?

Entonces, cuando me llevó a casa, me dijo mientras estábamos sentados en su auto:

—Escucha, Zach, ¿alguna vez has besado a alguien?

Y entonces vi a dónde íbamos con esto, pero quise restarle importancia porque,
bueno, me agradaba Sam y no quería enloquecer porque enloquezco demasiado y no es
importante que él quisiera besarme porque, bueno, no es como si él diera miedo o algo
así. Pero tengo que decir que empecé a sentirme ansioso y no planeaba besarlo. Es decir,
el tipo era atractivo y listo y tenía estos ojos tan verdes y era todo lo que la mayoría de
chicos quieren ser y sabía de muchas chicas a las que les habría encantado besarlo, pero,
bueno, eso no iba a pasar.

Me quedé sentado y, al final, dije:

—¿Por qué alguien querría besarme? —Era algo estúpido que decir. Ni siquiera sé
por qué lo dije. Quiero decir, las palabras solo salieron de mi boca. A veces me destrozo
de verdad.

—¿Por qué alguien no querría besarte? Es decir, eres muy hermoso.

Eso me confundió de verdad. Me sorprendió. De una mala forma. De una forma muy
mala. Me refiero a que no me gustó que dijera eso. ¿Por qué lo dijo? Lo odiaba. De
verdad necesitaba un trago y de verdad necesitaba un cigarrillo. Miren, no sabía qué
hacer y él era más grande que yo y era un deportista y ¿si me golpeaba? Eso no me gusta.
Es decir, ya había recibido suficiente de esa mierda de los golpes con mi hermano.

Solo me bajé del auto y busqué en el bolsillo de mi abrigo y encendí un cigarrillo.


Tomé una calada y entré a la casa. Luego me encontré caminando en alguna calle,
fumando y bebiendo. Mis pies no tenían que preguntarle a mi cerebro cuando me
llevaban a algún lugar. Quedé muy ebrio y me tropecé a casa. Ni recuerdo cómo me metí
en mi cama.

Pero la noche siguiente, Sam estaba en mi sueño. Él me observaba. Dios, odio estar
aquí en la Cama 3 de la Cabaña 9 y recordar un chico llamado Sam. Sam con ojos muy
verdes. Ni conocía al tipo. Esto no se siente bien. Nada se siente bien. Nada.
Cosas que no
quiero saber
Corregido SOS por belisrose

1
Hay cosas que no sé que realmente sé. Esa es una de las categorías de cosas por aquí…
al menos en nuestro grupo. Tenemos listas y categorías para las cosas para poder
mantener el ritmo. Es raro. Claro que es raro. Todos aquí son raros. Y, por ende, la
mayoría de las cosas que hacemos son raras. Las personas raras tienen comportamiento
raro. Y, si no fuéramos raros, no estaríamos aquí.

En nuestro grupo está una mujer, podría ser mi mamá. Su nombre es Elizabeth, pero
le gusta que la llamen Lizzie. Ella le dice a este lugar “Campamento Trauma”. Lizzie me
agrada. Tienes sus problemas, pero me gusta su voz y dice cosas graciosas y no está
distante como mi mamá.

Verán, esa es la cosa en nuestro grupo. Todos sufrimos por un trauma. Solo que no
estoy seguro de cuál se supone que sea mi trauma. Todos los demás saben bien cuál es
su trauma, excepto yo. Yo me mantengo en silencio sobre eso. Bueno, casi que me
mantengo en silencio sobre todo. Miren, al menos escucho. No creo que todos tengamos
que participar de la misma forma. Eso es lo que creo. Sharkey a veces me dice que tengo
que hablar en el grupo.

—Mira, hombre —comenta—, no vinimos solo por las risas y las bromas.

Sharkey, no es para nada consistente. Un minuto le gusta este lugar y dice que está
listo para trabajar; y al siguiente se está quejando y lloriqueando y diciendo que este lugar
es un basurero. Pero Sharkey habla en el grupo, se los digo. Algunos días, sorprende por
completo al grupo.

Nuestro grupo se llama “Verano”. Ya saben, la estación. Hay una gran pintura que
cuelga de la pared en nuestra sala de encuentro. Hay un gran árbol en el centro de la
pintura; este árbol está muy lleno de hojas y hay un grupo de personas sentadas bajo el
árbol mientras hablan y sonríen. En lugar de frutas, del árbol crecen letras, las cuales
escriben la palabra “Verano”. Adam dice que el verano es la estación más llena, la
estación del sol, la estación en la que el cielo es más azul, la estación en la que todo el
mundo está más vivo. Supongo que eso es algo lindo. Sí, bueno, lindo. Verano. La cosa
es que justo ahora estamos a mitad del invierno. Invierno, la estación vacía. Es la
estación en la que el cielo está más gris. El mundo está sin hojas y muerto. El invierno
me destroza.

Hay otros grupos y a las personas en otros grupos les suceden otras cosas. Ya saben,
otros problemas. Todos tenemos problemas. Como dice Sharkey:

—No vinimos por las risas y las bromas.

El mundo nos ha sorprendido, destrozado, derribado. Sharkey dice que tenemos


suerte de estar caminando.

Algunos tienen desordenes alimenticios, hay un grupo especial para eso. Algunas
personas tienen a más de una persona viviendo dentro de ellos, hay un grupo especial
para eso. Esas son cosas serias. Eso de verdad no me sorprende. Es decir, yo solo tengo a un
yo dentro y eso ya es lo suficientemente malo. Si tuviera a alguien más, acabaría conmigo
mismo.

Miren, digamos que tengo a dos personas más dentro de mí. Con ellos serían tres.
Eso significaría que Dios escribió “Triste” tres veces en mi corazón. Solo piensen en eso.
Hombre, fumaría por tres y bebería por tres. No sería bueno. Algunas personas son
adictas al amor o al sexo, también hay un grupo especial para eso. Me refiero a que eso
también es algo raro. Miren, no me gusta que me toquen, por lo que me es difícil pensar
mucho en sexo. Sé que no soy normal. ¿Qué es normal? Y, de todos modos, en este
lugar lo normal no cuenta. Ni siquiera los terapeutas son normales. Sharkey dice que lo
único genial sobre este lugar es que no hay personas terrenales alrededor.

Y hay otro grupo, no estoy seguro de para qué es ese grupo. Creo que tal vez las
personas en ese grupo son como las de este. Un grupo de trauma. Tal vez en ese grupo
de trauma no son adictos. Esa es la otra cosa sobre nuestro grupo, todos somos o
adictos o alcohólicos o las dos. Y luego se pone un poco complicado porque cada grupo
tiene otra clase de personas con problemas. Creo que así me gusta pensar sobre
nosotros, tenemos problemas. A Sharkey le gusta decir que estamos dañados, pero a él le
gusta mucho el drama. Es decir, creo que el tipo es adicto a tener una crisis. Bien,
entonces Dios escribió “Problemas” y “Dañado” en nuestros corazones. Eso de verdad
me desgarra, que Dios nos hizo eso.
Y la cosa es que muchas personas con problemas se hieren a sí mismos. Esa es una
clase especial de adicción. Por aquí le dicen a estas personas “autoflagelados”. Se cortan
y cosas así. Yo no lo soporto, solo no puedo. Hay suficiente sangre en mis sueños.

Creo que pienso que somos autoflagelados. De alguna forma lo somos. Sí, bueno, tal
vez no. Como si lo fuera a saber. Entiendo que hay algo mal en mí, pero no tengo a más
de una persona viviendo dentro de mí y no me corto y no grito y chillo o lloro todo el
tiempo como algunas personas por aquí, por lo que supongo que estoy tan cerca de ser
normal como es posible. Al menos por aquí. Sí, sí, sí, sé lo que dice Adam, esta no es una
competencia. Perteneces aquí, Zach, confía en mí. Como si eso me hiciera sentir mejor.

Vean, solo quiero volver a mi plan. Terminar la escuela con notas perfectas e ir a la
universidad. Quiero mi plan de regreso. Eso no suena muy complicado. Voy a hablar
con Adam sobre esto. Hacer que vuelva a mi plan. Pero cada vez que quiero hablar con
Adam sobre lo que quiero hablar, él menciona otra cosa y terminamos hablando sobre
toda clase de problemas de los que no quiero hablar.

2
Adam dice que casi morí por el síndrome de abstinencia al alcohol. Dice que estuve en el
hospital por diez días antes de venir aquí.

—¿Sabes cuán serio es eso, Zach? —No lo dijo como si fuera alguna acusación. Lo
dijo, bueno, como si tuviera suerte de estar vivo.

Bien. Suerte.

No recuerdo mucho sobre el hospital. Sabía que estaba ahí, pero eso es todo. Los
detalles no permanecían en mi cabeza. Eso es algo bueno. No me gusta que los detalles
feos de mi vida se queden cerca. Miren, si Adam dice que eso fue lo que pasó, supongo
que eso fue lo que pasó. Adam no me parece un mentiroso. El tipo no suele andar
engañando personas. Es un tipo hecho y derecho. Es decir, el tipo es todo Sé-Sincero-
Contigo-Mismo. Por lo que supongo que soy un alcohólico, pero acabo de cumplir los
dieciocho. ¿Entonces cómo puedo ser un alcohólico? Si fuera un alcohólico, creo que lo
sabría.

Eso es lo que pienso. De verdad no soy un alcohólico. Solo me pasé una noche y
terminé con alguna intoxicación por licor. Bien, tal vez me pasé por un período de varios
días. Tal vez semanas. Pero ahora estoy bien. Eso es lo que creo sobre el tema. No hay
uso en sentirse confundido sobre las cosas por las que no deberías confundirte. No hay
uso en sorprenderse tanto por el alcohol. Estoy bien. Estoy bien. Puedo estar todo
arruinado por un montón de cosas, pero esta cosa del alcohol, bueno, estoy bien con
eso. De verdad que sí.

Como dije, tenemos estas categorías en nuestro grupo y cada día se supone que
agreguemos algo a la lista. Categoría 1: Cosas que sé. Categoría 2: Cosas que no sé.
Categoría 3: Cosas que sé que no sé. Categoría 4: Cosas que no sé que sé. Es difícil de
explicar. A veces entiendo las categorías. A veces solo termino confundido. Pero esta es
la cosa: hay cosas de mí que de verdad no quiero saber. ¿Qué me conseguirá saberlo?
Odio intentar inventar cosas para la lista. Adam siempre me pregunta cómo me va con
mi lista; le digo que me estoy esforzando mucho. Como si me creyera.

Creo que los terapeutas en este lugar creen que, si te conoces a ti mismo, de alguna
forma estarás mejor y más saludable y podrás irte de este lugar y vivir tus días como un
humano feliz y amoroso. Feliz. Amoroso. Odio esas palabras. Se supone que me gusten.
Se supone que las quiera. No es así. No me gustan, no las quiero.

Así es como lo veo: si te llegas a conocer a ti mismo muy bien, puedes descubrir que
muy profundo dentro de ti solo hay un asqueroso, sucio y egoísta pedazo de mierda. ¿Y
si mi corazón está todo corrompido y podrido? ¿Qué tal eso? ¿Qué se supone que haga
con esa información? Díganme eso.

La mayor parte del tiempo tengo la sensación de que solo soy un animal disfrazado
como un chico de dieciocho años. Al menos espero que en mi interior sea un coyote.

Los coyotes son decentes.

No como las personas.

Las personas no son decentes. Ese es el verdadero secreto del que nadie quiere
hablar.

Hablo mucho conmigo mismo.

Adam siempre me pregunta:

—Zach, ¿cuánto tiempo pasas hablando contigo? —Me encojo de hombros y no digo
nada. Luego de un rato, empieza a soltar números y llegamos a una cifra sincera.
Sinceridad es una palabra muy grande cuando estás en terapia. No me pregunten lo que
pienso sobre esa palabra. No lo hagan.

Miren, no creo en la sinceridad. Preferiría tener una taza de café y un cigarrillo que
vivir en toda esa sinceridad.
Como sea, Adam y yo llegamos a esta cifra: 85%, lo cual significa que discuto
conmigo y no las demás personas 85% del tiempo. Verán, me gusta eso del 85%. Así es.
Les doy un 15% de mi vida a otros humanos. Eso es bastante. Créanme. No, no, no me
crean. Soy un mentiroso. Antes de venir aquí, siempre mentía sobre toda clase de
mierda. Es decir, ni siquiera creo en la mierda que me digo a mí mismo. No lo hago.
¿Por qué demonios alguien más debería creerme? Bien, bien, debería dejar de maldecir.
Adam creó un contrato.

Cuando tienes un contrato por aquí significa que no puedes hacer algo. Tengo un
contrato sobre maldecir. No lo puedo hacer. Lo hago mucho. No de acuerdo a mí, pero
sí según Adam. El grupo está de acuerdo con Adam. Bueno, menos Sharkey. Él cree que
todos deberíamos usar las palabras que queramos usar.

3
Un día, Sharkey se puso todo filosófico sobre los insultos en grupo. Le lanzó a Adam
una mirada y dijo:

—A Lizzie le gusta usar la palabra “estupendo”. —Eso dijo. Luego miró alrededor
hasta volverse hacia Adam—. Mira, las personas necesitan usar las palabras que mejor
describan cómo se sienten.

Adam replico de forma calmada y sedada:

—¿En serio? —Odio la forma en que Adam siempre está tan relajado. De verdad me
molesta a veces. Siguió con su voz calmada y sedada—. Sharkey, no hables solo
conmigo. Habla con el grupo.

Y Sharkey contraatacó:

—No fue el grupo el que le puso el contrato a Zach.

Adam medio asintió.

—¿De eso se trata esto? ¿Es sobre Zach?

—No, esto es sobre la libertad de expresión. Debería poder decir “joder” cuando
quiera. Y también Zach.

Fue entonces cuando Adam lo interrumpió:


—Puedes hablar por ti, Sharkey, y Zach puede hablar por Zach.

—Sí, te gusta eso porque Zach nunca dice ni una sola maldita cosa.

Adam me miró y preguntó:

—¿Quieres decir algo sobre esto, Zach?

—Me gusta la palabra “joder” —indiqué.

Adam sonrió.

—Entiendo. —Asintió y luego miró a Sharkey—. ¿Por qué estás enfadado, Sharkey?

—No creo en la censura. Eso es todo. Lizzie puede usar la palabra estupendo si
quiere aunque yo odio esa maldita palabra. Y puede usar la estúpida expresión
“terminalmente único” todo lo que quiera. Me importa una mierda. No me tienen que
gustar sus palabras. A ella no le tiene que gustar las mías. Y el grupo se puede ir al
infierno si se sienten ofendidos por la palabra joder.

Podría seguir sin parar sobre lo que pasó después. Lizzie se molestó con Sharkey y le
dijo que se estaba comportando como un adolescente egoísta. Luego agregó:

—No hay nada malo con el término “terminalmente único”. Significa que crees que
eres tan especial que nadie podría entenderte. Significa que deberías despertar y oler el
café, Sharkey. Tienes veintisiete años. Zach es más maduro y solo tiene dieciocho.

Hombre, cuando Lizzie empieza, no para. Decidí que quería quedarme fuera de la
discusión. Ya saben, la cosa sobre no hablar es que las personas creen que eres maduro.
Inventan cosas sobre ti.

Luego Lizzie puso su cabeza entre las manos.

—Lo siento —masculló—. No pretendía decir eso.

La cosa sobre Lizzie es que cada vez que dice algo que de verdad cree, se disculpa.
Creo que Lizzie debería tener un contrato sobre las disculpas. No se le debería permitir
disculparse. ¿Por qué temía tanto herir los sentimientos de Sharkey? Es decir, a Sharkey
no le importaba. No. Si el tipo iba a meter mierda por tu garganta, bueno, aplicaba la
regla del camino de doble sentido. Eso creía yo.

Rafael, quien había estado es silencio, miró a Sharkey y repitió la pregunta de Adam:

—¿Por qué estás tan enfadado?


Sharkey lo ignoró por completo.

—Tú dices mucho la palabra joder, Rafael.

—Supongo que así es.

Sharkey miró a Adam y señaló a Rafael.

—¿Por qué no le das un maldito contrato?

Podía ver que Rafael quería enfrentarse a Sharkey. Estudié su rostro. Estaba
decidiendo. Y luego sonrió. Rafael sonreía mucho. Creo que Adam a veces quería darle
un contrato sobre esa sonrisa suya porque a veces sonreía y decía las cosas más tristes.
Era como si la sonrisa de Rafael fuera una forma de aclararse la garganta y no una
sonrisa.

—Mira, la cosa sobre esa palabra, Sharkye, la palabra con J, es que a veces dejo que
esa palabra haga mucho trabajo. Me refiero a que digo esa palabra como si articulara con
claridad lo que de verdad siento. Y no es así. Es un atajo.

—¿Un atajo a dónde?

—A mi ira. Tal vez hago trampa conmigo cuando uso esa palabra. Tal vez también
con ustedes. Tal vez las personas alrededor de mí necesitan una mejor palabra.

—¿Dices que le falto el respeto al grupo? ¿Es eso lo que dices, Rafael?

—No hablaba de ti, Sharkey. Hablaba de mí.

—Creo que me acusas de faltarle el respeto al grupo porque me gusta decir joder.

Rafael intentaba mantener la calma. A veces era muy calmado y a veces se alteraba
mucho.

—No —afirmó—. Me es difícil organizar mi propia mierda. Tú te encargas de la tuya,


Sharkey. —Medio se apoyó en el respaldar de su silla—. Y, si quiero acusarte de algo, no
necesito ser circunspecto.

Fue entonces cuando Sharkey perdió el control.

—¡Ves! —El tipo estaba casi gritando—. ¡Circunspecto! ¿Qué clase de maldita
palabras es esa?

Sharkey estaba actuando como si Rafael hubiera robado su auto o algo.


Continuó y continuó por un rato. Todos conocíamos a Sharkey. Eso era lo que hacía.
Cuando acabó, Adam se levantó de su silla y fue a la pizarra. La pizarra. Eso significaba
que Adam iba a hacer algún análisis serio. Anotó todos nuestros nombres en la parte
superior y luego recorrió el grupo y nos preguntó de qué creíamos iba la discusión. Todo
eso me puso muy ansioso.

Verán, Adam tenía una forma de frenar las cosas. Nos obligaba a concentrarnos de
nuevo. Esa era la teoría de Rafael. Rafael observaba a Adam. Es como si lo estuviera
estudiando. Era como si estuviera aprendiendo de él. Yo lo notaba. Entonces Adam dijo:

—¿Quién vendrá por todos ustedes? ¿De qué va esto?

Luego Maggie replicó:

—Me es difícil confiar en este grupo cuando todos están enfadados. —Cruzó sus
brazos. Maggie era linda. Siempre usaba aretes largos. Se ponía nerviosa por las cosas.
Sobre todo por la ira. Es decir, a ella no le habría agradado mi hermano. Adam le
preguntó si ella también estaba molesta.

—Sí —respondió.

—¿Con quién estás molesta?

—Contigo —contestó.

—Bien —aceptó Adam—. ¿Por qué estás molesta conmigo?

—Porque dejas que Sharkey controle este grupo.

—¿Sharkey controla este grupo? —Dejó la pregunta en el aire.

Sheila se recogió el pelo muy apretadamente. Ella hacía eso. Miró a Adam y dijo:

—Tú controlas este grupo.

—No —replicó—. Yo no controlo este grupo.

Entonces Rafael agregó:

—Bueno, diría que tú estás a cargo.

—¿A cargo de qué?

—A ti te pagan, maldición —escupió Sharkey—. ¿No te pagan para que estés a


cargo?
Adam escribió en la pizarra la pregunta. ¿QUIÉN ESTÁ A CARGO?

Luego escribió:

ADAM ESTÁ A CARGO


SHARKEY ESTÁ A CARGO
SHEILA ESTÁ A CARGO
RAFAEL ESTÁ A CARGO
LIZZIE ESTÁ A CARGO
ZACH ESTÁ A CARGO
MARK ESTÁ A CARGO
KELLY ESTÁ A CARGO
MAGGIE ESTÁ A CARGO

Todos observamos la pizarra. Rafael sonrió ampliamente.

—Bueno —continuó—, creo que si Sharkey está a cargo del grupo es porque lo
dejamos. —Y luego rió. Miró a Maggie—. ¿Te puedo decir algo, Maggie? —Esa era la
cosa en el grupo: si queríamos decirle algo a alguien, teníamos que preguntarles si estaba
bien. No es que siempre siguiéramos las reglas. Maggie asintió—. Si sientes que Sharkey
está tomando el control del grupo, tal vez deberías decirle algo.

—Bueno, —ella observó—, ¿tú no sientes que Sharkey está tomando el control?

Rafael sonrió.

—Creo que no. Él no tiene tanto poder.

Todos rieron. Incluso Sharkey.

—Tienes razón —replicó él.

Luego Adam me miró y preguntó:

—¿Qué se te ocurre, Zach, cuando miras la pizarra?

Odiaba hablar en el grupo. Como si Adam no supiera eso.

—Mira —contesté—, todo lo que sé es que lo único de lo que estoy a cargo es de


Zach.

Adam sonrió.

—¿Y cómo te va con eso?


—Estoy haciendo un trabajo muy terrible, si me lo preguntas.

Él asintió.

—Eso es sincero. Eso es muy sincero, Zach. —Miró a Rafael—. ¿Qué hay de ti,
Rafael?

—¿A cargo? —Rió. Era una risa muy triste—. Todo se ha escapado. Todo. Todo se
ha escapado.

—¿Qué ha escapado? —Adam puso esta expresión seria.

—Mi vida —respondió—. Se ha escapado.

Todos se quedaron en silencio. Luego Adam dijo:

—Tarea. —Sabía qué seguía—. Todos hagan una lista de las formas en las que han
perdido la capacidad de estar a cargo de ustedes mismos, el control de ustedes mismos,
el control de sus vidas.

—Creía que debíamos entregar nuestro control al poder superior. —Mark tenía esta
expresión cínica en su rostro. Él a veces era así. La cosa era que a Mark no le interesaba
todo el concepto de un poder superior.

—¿Estás trabajando en eso, Mark, en cambiar tu vida para tu poder superior?

Adam sabía que ese no era su caso.

—Mira, aún no me interesa esto del poder superior. Solo no lo entiendo.

—Claro que sí —replicó Adam—. Le entregaste tu vida a la cocaína y al vodka.

—Basura.

—¿En serio?

El tipo había estado viviendo en un horrible hotel. Dejó todo, dejó su casa, su esposa,
su trabajo. Nos lo dijo él mismo.

—Me atrapaste —declaró.

—No, Mark, no es así. —Ese Adam era un tipo sincero—. Estoy inventando que le
entregaste todo el poder a la mierda en tu vida que te arruina. Estoy inventando que
todos en esta habitación hicieron eso.

Miró la pizarra y escribió esto:


ADAM ESTÁ A CARGO
SHARKEY ESTÁ A CARGO el alcohol y la marihuana y la cocaína y la heroína y la ira
están A CARGO
SHEILA ESTÁ A CARGO el alcohol y la marihuana están A CARGO
RAFAEL ESTÁ A CARGO el vino y la tristeza y la depresión están A CARGO
LIZZIE ESTÁ A CARGO la cocaína y el odio propia y la charla negativa están A
CARGO
ZACH ESTÁ A CARGO el licor y el aislamiento y no recordar están A CARGO
MARK ESTÁ A CARGO la heroína y el cinismo están A CARGO
KELLY ESTÁ A CARGO la marihuana y la depresión y la ansiedad están A CARGO
MAGGIE ESTÁ A CARGO el alcohol está A CARGO

Cuando terminó, todos miramos la lista. Adam estudió la pizarra un momento.

—¿Alguien quiere que cambie algo?

Maggie habló:

—Olvidaste agregar ira junto al alcohol en la mía.

Adam asintió.

—Bien —aceptó. Agregó ira junto al nombre de Maggie.

Luego Sharkey dijo:

—Olvidaste agregar algo junto a Adam.

Adam le sonrió.

—No te preocupes por Adam. Preocúpate por Sharkey.

Eso medio silenció a Sharkey. Pero, Dios, era una lista triste, se los digo. Y no era
como si Adam estuviese inventando todo eso. Quería acercarme a la lista y borrarla. Miré
a Rafael, quien solo sacudía la cabeza.

No quiero saber estas cosas. No quiero. Conozco a ese Adam, esa expresión, él está bien.
Él me recuerda al Sr. García, pero él me está destrozando.

Odio esto.

Esta lista me entristece.

Estoy pensando en burbon.


Estoy pensando en cómo el burbon era mi poder superior. Me siento muy ansioso.

4
Al final del día, todavía tenía el contrato sobre maldecir. Sharkey también se ganó un
contrato igual. De hecho, todos conseguimos un contrato. Mientras estaba en la pizarra,
Adam tuvo esta brillante idea. Sí, brillante. Todos teníamos que hacer una lista de
nuestras expresiones favoritas y nos puso un contrato a todos. No podíamos usar esas
expresiones en el grupo por una semana.

—Miren —comentó—, no es una mala idea que todos nos fijemos en la forma en
que hablamos, la forma en que nos expresamos. Llamémoslo “cambio” con “c”
minúscula. Intentémoslo.

Estaba bien con no maldecir en el grupo, eso no iba a matarme. Podía pensarlo. No
tenía que decirlo. Podía usar otra palabra. Y no era como si hablara mucho en el grupo.
Pero sí me gustaba decir cosas como “Eso de verdad me sorprende” y “Eso me
destroza” o “Estoy muy confundido justo ahora”. Por lo que tenía un contrato sobre
usar esas expresiones por una semana. Gran cosa. Las usaría en mi cabeza. Nadie puede
crear un contrato para las cosas que mantienes en tu cabeza. Pero, se los digo, Sharkey
estaba muy enfadado. Luego de la reunión del grupo, lo escuché decirle a Adam que
quería cambiar de terapeuta. Adam no estaba muy sorprendido por lo que escuché.
Medio le sonrió a Sharkey y dijo:

—Lo siento, amigo, pero estamos algo atrapados el uno con el otro por ahora.

—Es en serio —alegó Sharkey.

—Bien —aceptó Adam—, lo hablaremos.

Sharkey solo estaba quemando ira. Él se molesta mucho. Verán, entiendo a Sharkey.
Se molesta y se pone verbal. Soy así, pero diferente. Me molesto y me pongo ansioso.
Tal vez también me pongo verbal, solo que la parte verbal es en mi cabeza. Ya saben, esa
vida interna de la que Adam habla.

Al día siguiente, Adam volvió a la idea de palabras y cómo las usamos. Dijo que no
era una mala idea que trabajáramos nuestra imaginación e ideáramos nuevas palabras
para expresar nuestras vidas internas… “nuestras ricas vidas internas”. Me pregunto de
dónde obtuvo eso. Le iba a poner un contrato mental a Adam sobre esa expresión.
Ese Adam de seguro era un optimista. Miren, había visto lo que tener una vida
interna le hizo a mi mamá y a mi papá. Como si quisiera eso. Nos dio tarea a todos.
Teníamos que crear una lista de palabras que expresaran lo que sentíamos. No se
permitían insultos en la lista. A veces me fastidiaba mucho. Es en serio. Lo siento, no
puedo decir fastidiar. Tengo que decir “de verdad me molesta”. Esa es una forma muy
aburrida de decir lo que siento. No soy aburrido, maldición. Bien, bien, lo siento, lo siento.
No más insultos. Tengo un contrato.

Y hay otra cosa por la que tengo un contrato. Tiene que ver con la cosa del 85%.
Verán, tengo que reducir ese número. Adam dice que me aíslo. Él es adicto a decirme
que paso mucho tiempo en mi cabeza. Es un comportamiento poco saludable. Miren, no
veo cómo que no me importen las perspectivas de este jodido mundo de otras personas
sea un comportamiento poco saludable. Bien, paso mucho tiempo en la cabaña. ¿Qué
hay de malo con acostarse en la cama a pensar? Como si fuera un crimen. Verán, puedo
hacer eso por horas. Esta es la forma en que lo veo: tengo este jerbo en mi cabeza. Y
siempre está corriendo por ahí, revolviendo las cosas. Lo llamé Al. Por lo que Al y yo,
bueno, tenemos esta cosa: él revuelve todo y yo paso tiempo con todo lo que revuelve.

Adam cree que necesito detener a Al. Dejar que Al corra libre por mi cabeza no es
bueno para mí. Y quiere que hable más en el grupo. Lo llama compartir.

—¿Puedes compartir más con el grupo?

Si quisiera compartir más, lo haría. Ese es el trato. Saben, no es como si Adam me


presionara. Bueno, sí me presiona, pero de una forma muy sutil. Bueno, tal vez no tanto.
Siempre está intentando idear un plan de juego. Así es como lo veo.

Él es genial. Lo es. En su mayor parte me agrada. Pero no todo el tiempo. A veces,


cuando estoy en la oficina de Adam, estudio la fotografía que tiene de sus hijos. Supongo
que me pregunto cómo sería tener a Adam como padre. No creo que deba pensar estas
cosas. Pensar en cómo sería Adam como padre es un comportamiento poco saludable.
Así es como lo veo. Adam. Él incluso apareció en un sueño que tuve. Intentaba hablar
conmigo, pero no podía escucharlo. Seguía pidiéndole que hablara más fuerte. Podía ver
sus labios y sus manos moverse mientras intentaba explicarme algo. Entonces noté que
no había nada malo con Adam. Era yo. Yo me había quedado sordo. Odié ese sueño.

¿Y qué hacía Adam en mis sueños? Es decir, ¿no era lo suficientemente malo que
siempre estuviera intentando meterse en mi cabeza? De todas formas, ¿quién quiere ver
lo que está dentro de mi cabeza? Están todas estas palabras volando en mi cabeza justo
ahora.

Zach invierno recuerdo sueños verano olvidar sangre Adam cambio cambio cambio.
Recuerdo
Corregido SOS por belisrose

Durante el invierno anhelamos el verano. Eso susurró Rafael anoche mientras observábamos la
nieve caer. Salió conmigo al pozo del fumado. Hablaba más para sí mismo que para mí.
Estiró su mano e intentó atrapar la nieve.

Sabía que estaba recordando. Se veía triste y solo, yo sabía que estaba lejos.

—¿Cómo era cuando tenías mi edad?

—Como tú —contestó.

—¿Como yo?

—Eso creo, sí.

Le ofrecí un cigarrillo.

Él negó con la cabeza.

—Lo dejé hace diez años… y no voy a volver.

—¿Fue difícil dejarlo?

—Soy un adicto. Dejar algo es difícil. —Rió. Miró a la nieve caer—. Cuando tenía tu
edad solía pasar el tiempo por la licorería y convencer a alguien de que me comprara una
botella de burbon. Caminaba y fumaba y bebía. De verdad me gustaba hacer eso… sobre
todo cuando hacía mucho frío en invierno.

—¿Por qué bebías?

—Misma razón que tú. Sentía dolor. Solo que no lo sabía.

Quería preguntarle por qué sentía dolor, pero no lo hice.

—La vida no ha sido fácil para ti, ¿cierto, Zach?

—Ha estado bien.

—Eso es mentira.

—Sí, supongo que sí. No es que la vida haya sido fácil para ti.
—Esa no es excusa para ser un borracho.

La forma en que lo dijo… como si hubiese terminado con la bebida. Pero también
estaba muy enfadado consigo mismo.

—Tal vez lo es —repliqué.

—No, Zach, no lo es.

—¿Tiene que ser así de difícil?

—Eres un chico dulce, ¿lo sabes?

Quería llorar.

—Lo siento —susurró—. Sé que no te gustan los cumplidos.

Eso me hizo reír. No sé por qué, pero Rafael también estaba riendo. Tal vez solo para
hacerme compañía.

—¿Duele… recordar?

—Duele como un infierno, Zach.

—¿Alguna vez se detendrá?

—Tengo que creer que sí se detendrá.

Deseé poder haberle creído.


Verano, invierno,
suenos
Corregido SOS por belisrose

1
No tenía hambre. Igual fui a desayunar. Llegué tarde, por lo que el lugar estaba casi
vacío. Había un tipo sentado solo a una de las mesas. Decidí sentarme con él. Es decir,
sería poco genial no sentarse con él. Revisé mi cabeza en busca de su nombre: Eddie.
Era bueno recordando nombres. El tipo tenía casi la edad de Rafael y solo llevaba un par
de días aquí.

Puse mi plato frente a él y medio sonreí.

—Hola, Eddie.

—Hola —replicó—. Olvidé tu nombre. —Medio frunció el ceño.

—Zach.

—Sí —aceptó. No parecía interesado. Debí haberlo dejado solo. Mierda. Muy tarde.

—Entonces, ¿en cuál grupo estás? —Era lo mejor que tenía para empezar una
conversación.

—Estoy en el grupo de Me-Voy.

—Acabas de llegar.

—Este lugar no es una marca de ginebra.

Supongo que solo no sabía qué decir. Decidí en ese momento que iba a hacer una
lista de las personas que entraban y se quedaban más de una semana. Quiero decir,
supongo que solo no lo entendía. Como que me enfadaba, pero tal vez me molestaba
porque ellos hacían lo que yo quería. Tal vez hacían algo valiente. Iban a volver a casa.
Es decir, ¿qué me mantenía aquí? Sé que sigo siendo un estudiante de secundaria, pero
tengo dieciocho… y eso me convierte en un adulto. ¿Qué me mantenía aquí? ¿Por qué
no me iba a casa? Tal vez solo me estaba escondiendo aquí.

El tipo me observó por un rato.

—¿Qué demonios haces aquí de todos modos?

No sabía qué responder, por lo que no dije nada.

—¿Crees en Jesús, niño?

Esa me parecía una pregunta muy rara.

—Sí, supongo.

—¿Qué ha hecho él por ti? ¿Qué ha hecho él por alguno de nosotros?

—No lo he pensado mucho —admití.

—Te tengo un consejo. Este lugar solo tomará tu dinero y te lanzará a la calle de
nuevo. Es un maldito desperdicio.

—¿Entonces solo volverás a beber? —No sabía que iba a decir eso. A veces, de
verdad me confundo.

—¿Qué demonios te importa?

Miré mi plato. Creí que iba a golpearme y empecé a temblar en el interior… justo
como me pasaba cuando mi hermana estaba por golpearme. La ansiedad de nuevo me
estaba dominando. Dios, odiaba esta sensación, la odiaba, y no podía moverme, no
podía hablar. No sé cómo lo hice, pero de alguna forma hice que mis piernas se
movieran. Hice que mis brazos se movieran. Llegué al baño justo a tiempo para vomitar.
Abracé la taza del servicio hasta que todas las palabras en mi cabeza dejaron de girar. Me
levanté y lavé mi cara y respiré hasta que volví a sentir el silencio en mí. Llegué hasta el
pozo del fumado y encendí un cigarrillo. Sharkey me estaba mirando.

—¿Estás bien? Te ves algo pálido, amigo.

—Algo que comí —repliqué.

—Claro —comentó. Odié la forma en que dijo claro. Algunas veces solo quería darle
una paliza a Sharkey. ¿Por qué no podía dejar a un chico con ansiedad en paz?
2
Para cuando llegué al grupo, me sentía mejor. Mejor no es igual a bien.

Seguía pensando en la pregunta de Eddie, en lo que Jesús había hecho por mí.
Respiré hondo e intenté exhalar la pregunta. No es que creyera que las cosas de verdad
funcionaban así. Solo no se puede exhalar la ansiedad. No se puede exhalar la confusión.
Había una terapia que se usaba por aquí. Se llamaba Respiración; Sharkey y Rafael hacía
eso. Respiración.

Miren, no se puede inhalar y exhalar y esperar que todo esté bien. A veces, en lugar de
respirar hondo, contaba. Miré alrededor e hice eso. Conté. Por alguna razón, contar me
calmaba. Quedaban siete personas en el grupo ahora que Mark se había ido. Pasó treinta
días en este lugar y luego volvió a su familia. Se fue como un hombre sobrio. Sí, sobrio.
Pero, no sé, estaba algo preocupado por él. Mark aún se veía un poco enfadado, saben. Y
era como si aún tuviera mucha calle en él. Como Sharkey. Tal vez creía que nunca podría
ser domado y que una casa con una esposa e hijos nunca podría hacerlo feliz porque
había algo demasiado salvaje dentro de él. Había mucho fuego en sus ojos. Ya saben,
como si él pudiera incendiar a cualquiera que se metiera en su camino por alguna razón.
Esa cosa salvaje dentro de él. Sí, ¿yo qué sé?

Miren, pienso mucho. Así es como soy. Preocupación, preocupación, preocupación.


La preocupación y la ansiedad van de la mano. Ahora estoy mejor con mis
medicamentos. Pero no me gusta tomarlos. Son no-adictivos. Eso está bien. Pero, ya
saben, me molesta tener que tomar algo para mantenerme calmado.

Cuando Mark se fue, le dimos la despedida usual en nuestro grupo. Adam tiene estas
medallas. Parecen estar hechas de cobre… o al menos parecen estar hechas de eso. Por
un lado de la medalla se lee: Sé fiel a ti mismo. En el otro lado hay un ángel que parece
estar rezando. No me gustan los ángeles. No es que sepa nada de ángeles.

He pensado mucho en esa medalla que pasamos cuando alguien se va del grupo. No
estoy seguro de esta cosa sobre ser fiel con uno mismo. En lo que a mí se concierne, no
sé qué significa eso. ¿Estoy siendo honesto conmigo mismo si quiero olvidar? ¿Estoy
siendo honesto conmigo mismo si quiero recordar? La parte de mí que quiere vivir en el
olvido es bastante real. ¿Se supone que sea fiel conmigo mismo? Esa medalla me confunde.

Entonces hacemos el ritual de pasar la medalla alrededor. La sostenemos y


presionamos algo bueno en esta. Ya saben, como un buen deseo. Rafael presionó una
vida sobria en esta. Eso fue genial. Es decir, no era como si una vida sobria fuera a ser
fácil… no en un mundo que tenía el pasatiempo de ofrecer licor todo el tiempo. Aun así,
tal vez cuando Mark quisiera un trago recordaría lo que Rafael presionó en su moneda.
Y, bueno, quizá no bebería. Tenía la sensación de que Mark bebía como mi papá. No era
bueno, no era un comportamiento saludable.

Sharkey presionó música en la medalla. Eso también era genial. Mark era un tipo muy
serio y Sharkey dijo:

—Hombre, tienes que meter la música en tu cabeza, en tus pies. Música, hombre,
¿entiendes? —Eso hizo que Mark sonriera. Sharkey podía hacer que las personas
sonrieran. Él iba por el mundo sorprendiendo gente.

Sheila lloró. Había que conocerla. Ella lloraba por todo. Es decir, no era necesario llorar
por todo. Bien, tal vez de verdad le agradaba Mark. Eso era genial. No hay nada malo en
que te agrade quien quieras. Bien.

Cuando la medalla llegó a mí, presioné paz en esta. Ya saben, la paz es algo bueno. La
paz era lo suficientemente buena. Miren, me sentí mal por eso de la paz. Estúpido. Paz.
Claro. Me destrozo. Esta es la cosa, las personas no se supone que vengan aquí y se
queden por siempre. Ellos lidian con sus cosas y se van. O, a veces, no lidian con sus
cosas y se van. A veces vienen, miran alrededor y luego se van. Me refiero a que Eddie
no era el único tipo que entraba y luego salía. Estaba en la cena al otro día y hablaba con
esta persona nueva. Bueno, de verdad no estaba hablando, pero dije:

—Hola.

—Hola —respondió ella.

—Soy Zach. —Estaba intentando ser amigable, aunque ella parecía aterrada. Ella se
veía terrible—. Estoy en Verano —agregué.

—¿Verano?

—Ese es mi grupo.

—Oh —exclamó.

—¿Cuál es tu grupo?

—No importa. Me voy a ir.

Otro miembro del grupo Me-Voy.

—Oh —mascullé—, eso es malo.


—¿Por qué es tan malo? —Ella sonaba enfadada.

—Bueno —continué—, tal vez no es tan malo.

—¿Te gusta este lugar?

—Está bien —confesé.

—¿Qué está tan bien sobre esto? —preguntó.

—La comida es buena.

Era claro que ella creía que yo estaba del todo arruinado.

—Si quiero buena comida, iré a un restaurante y ordenaré una buena copa de vino
para acompañar.

Para ser honesto, eso sonaba bastante bien.

—Mi esposo dijo que, si no venía aquí, me iba a dejar. —Bebió de su café y, vaya,
estaba temblando—. Él se puede ir al infierno.

Sabía cómo iba eso. Ella no quería estar sobria. No la culpo por eso. Miren, aún
pensaba en lo bueno que sería conseguir algo de burbon. Había cosas peores que estar
ebrio. Al menos eso pensaba. Una vez le dije eso a Adam.

—¿En serio? —preguntó—. Haz una lista de cosas que son peores que estar ebrio. —
Mierda, más tarea. ¿Ven por qué es mejor no decir mucho?

Esta mujer, cuyo nombre era Margaret, me miró de arriba abajo y dijo:

—No parece haber nada malo contigo.

—No puedes saberlo con solo una mirada —observé.

Ella me estudió por un rato.

—Si fuera tú —continuó—, empacaría mis cosas y saldría de aquí antes de que algo
de verdad malo te suceda.

Tenía la sensación de que algo muy malo ya me había ocurrido. Y no pasó aquí. Pero
no dije nada.

—Mira —agregó—, lugares como este te pueden volver loco. Muy loco. Sal mientras
puedas.
Quería decirle que la depresión y el alcoholismo y los desordenes alimenticios no eran
enfermedades comunicables. Es decir, no sabía mucho, pero sí sabía eso. Ya saben,
realmente no ayuda hablar con alguien que ya ha tomado una decisión. Pero sabía que si
Adam hablaba con ella en su oficina, diría:

—Aquí es donde perteneces. —Imaginé a Adam diciéndole eso. La imaginé


confundida. Logré sonreír.

—¿Por qué sonríes? —me preguntó ella.

—Hacemos esto aquí —comenté—. Sonreímos sin razón. —Podía saber que estaba
empezando a enloquecer.

—Necesito un cigarrillo —admitió.

—Escucha —murmuré—, ten cuidado con las personas en el pozo del fumado.
Algunos tienen a más de una persona viviendo dentro de ellos.

A ella no le gustó eso. Ella medio se alejó dando zancadas enfadadas. Miren, no sé
qué me pasa algunas veces. No era algo bueno confundir a una mujer quien ya estaba
confundida. No era algo bueno. Aun así, estaba medio riéndome solo para mí.

Más tarde ese día, vi a esa mujer subirse a un taxi e irse. La vi desde el pozo del
fumado.

—Perdimos otra persona —comentó Sharkey—. Si yo fuera inteligente, me subiría en


ese taxi con ella.

Me pregunté si Sharkey lo decía en serio. Tal vez una parte de él solo quería salir de
aquí. Pero esa parte se quedaría, estaba interesado en esa parte sobre él.

Esta era mi nueva teoría: no a todos les interesa hacer el trabajo. Rafael dijo que el
cambio duele horrorosamente. Creo que Rafael lo sabría. Ese tipo sufre de algún tipo de
dolor. A veces casi me duele mirarlo.

Así que aunque no todos se quedan, Sharkey y Rafael y yo nos quedamos.

3
—Mañana —anunció Sharkey—, cuenta el rumor que habrá alguien nuevo en el grupo.
Otro miembro arruinado de la raza humana. —Sharkey mantenía sus ojos y orejas
abiertos. No era difícil creer que había pasado mucho tiempo en las calles. Quiero decir,
el tipo sabía todo sobre nuestra pequeña sociedad. Era como si se convirtiera en alguien
que formaba parte de este lugar. Él siempre sabía quién venía e iba. Era como si fuera
parte de su naturaleza saber todo sobre un lugar. Me pregunté sobre eso. ¿Cuál era mi
naturaleza? Aislamiento. Era hiperactivo en el interior y estaba muerto en el exterior.
Sharkey era hiperactivo por dentro, por fuera, hiperactivo por todas partes. Se los digo,
Sharkey era en exceso nervioso. Siempre se paseaba de un lado a otro. Me encantaba
verlo. Él se paseaba como si necesitara ir al baño o como si un tigre intentara descubrir
una forma de salir de su jaula. Podía ser endemoniadamente gracioso. Y podía ser
realmente aterrador. Él me destrozaba, ese tipo.

Observé a Sharkey mientras encendía otro cigarrillo y miraba su reloj. Siempre tenía
que saber qué hora era. ¿De qué iba eso? Lizzie sacudió la cabeza.

—¿Alguna apuesta sobre cuánto se quedará ella?

—¿Cómo sabes que es una mujer?

—Porque será mi nueva compañera.

Sharkey asintió.

—Le daré una semana.

—Creo que lo soportara todo. —Lizzie apagó su cigarrillo.

—¿Desde cuándo eres tan optimista?

—¿Optimista? ¿Yo? Mira, Sharkey, déjame decirte algo. Solo porque alguien se queda
por treinta o cuarenta y cuatro o sesenta o noventa días no significa que algo va a
cambiar. Soportarlo no asegura que funcione.

—¿Entonces cuál es el punto? —pregunté.

—Él habla —observó Lizzie—. Vaya. Sabe cómo pronunciar palabras.

—Déjalo, Lizzie —farfullé—. Solo déjalo.

Ella rió, me agradaba. Solo estábamos bromeando.

—Hablo en serio —agregué—. ¿Cuál es el punto?

—Tal vez estamos aquí para descifrar eso.


Quería preguntarle si estaba mejor. Es decir, si estaba mejorando. Me pregunté si algo
cambiaba por dentro. Había esta charla sobre el cambio todo el tiempo y me preguntaba
cómo alguien sabía si cambiaba. ¿Se sentía diferente? ¿Cómo se sentiría? No es como si
pudiera hacerme crecer unas alas. No es como si pudiera llegar a volar. No es como si
pudiera llegar a ser algo hermoso.

4
Annie. Ella era la nueva miembro del grupo. Ella entró, parecía un poco asustada, miraba
hacia el suelo, luego tomó una silla. Siempre nos sentábamos en círculo. Las sillas no
eran muy malas. No muy malas, la verdad. Adam la presentó. Se suponía que dijera algo
sobre sí misma. Luego, podría contarnos su historia. Todos, excepto Sharkey, Rafael y
yo, han contado su historia. Miren, no me molestaba la Hora de las Historias, siempre y
cuando yo no estuviera contando la historia.

—Soy Annie —informó—. Tengo treinta y cuatro. Soy adicta y alcohólica, llevo
veinte días sobria. Soy de Tulsa, Oklahoma.

—Veinte días —repitió Adam—. Buen trabajo.

Sí, claro, bien.

Todos asentimos.

—Bienvenida. —Eso fue lo que todos dijimos. Fue raro. Cuando lo dijimos fuimos,
más o menos, sinceros. ¿Qué más se suponía que dijéramos: huye por tu jodida vida?

Era entonces cuando hacíamos nuestras Revisiones. Íbamos alrededor y decíamos


cosas: cómo nos sentíamos, qué queríamos hacer ese día, comportamientos saludables,
comportamientos poco saludables, secretos, cosas así. Oh, y siempre teníamos que decir
algo bueno sobre nosotros. Lo llamábamos “afirmaciones”. Se suponía que dijéramos
tres cosas buenas. Rafael fue primero.

—Soy Rafael. Soy alcohólico.

—Hola, Rafael. —Eso dijimos. Así es como iba. Entonces Rafael hizo una pausa y
dijo—: No tengo secretos. Estoy triste. Creo que ese no es un secreto. —Luego volvió a
hacer una pausa y continuó—: He tenido malos sueños. —Me miró y sonrió—. Mucho
de eso está pasando. —Miró alrededor—. No hay comportamientos poco saludables…
bueno, pensaba en beber. Ya pasó. —Respiró hondo. Rafael era como yo, odiaba las
afirmaciones—. Soy capaz del cambio. —Siempre decía eso.

A veces lo decía de forma irónica, saben. Otras veces sonaba sincero. Hoy sonaba
más o menos sincero.

—Sí, así es. —Eso era lo que decíamos en las afirmaciones. Verán, solo no me
gustaba esta parte del grupo. Me ponía ansioso.

—Me gusta estar sobrio.

—Sí, así es. —Sí, éramos como esta pequeña congregación en una iglesia cantando
Amén.

—Me gustan los árboles —susurró.

—Sí, así es —le susurramos de regreso. Amén.

—¿Árboles? —interrumpió Sharkey. No se suponía que interrumpiéramos durante las


Revisiones—. ¿Esa es tu afirmación? ¿Te gustan los árboles? —Me refiero a que Sharkey
estaba molesto sobre todo. Eso solo hizo que Sharkey riera.

—Sí, Sharkey, me gustan los árboles.

Sabía que Sharkey quería decirle a Rafael que todo era basura, pero Sharkey solo
decidió dejarlo.

—Los árboles son buenos —indicó Adam—. ¿A alguien aquí no le gustan los
árboles?

Sharkey no pudo soportarlo.

—¿Qué soy yo? ¿El maldito Tarzán? Me gustan las ciudades… eso es todo lo que me
gusta.

Adam sonrió.

—Puedes expresar tu amor por las ciudades cuando llegué tu turno. —Adam y
Sharkey compartieron sonrisas altaneras. Me gustaba mirar eso. Me hacía sonreír.

Continuamos… por toda la habitación. Lizzie estaba feliz, a veces estaba feliz.

—Estoy física, espiritual y emocionalmente conectada. —Las personas en los grupos


decían eso a menudo. ¿Conectada con qué?

Y yo, Dios, odiaba cuando era mi turno.


—Soy Zach. Y creo que soy un alcohólico.

—¿Crees? —inquirió Adam.

Le lancé una mirada.

—SOY UN ALCOHÓLICO. —Luego le lancé una mirada que le preguntaba si


estaba feliz. Él me sonrió como respuesta.

Miré la tarjeta frente a mí. La tarjeta tenía afirmaciones en casi de que no pudiera
idear una.

—Merezco personas buenas en mi vida. —Sé que sonaba como un sabelotodo


cuando lo dije. Miren, seamos realistas, no tenía ni idea de qué merecía y qué no.

—Sí, así es. —No dudaba de la sinceridad del grupo.

Pero ¿quién escribió esta tarjeta? Observé la tarjeta. Me estaba molestando de verdad.

—¿Podemos continuar?

—¿Por qué es tan difícil decir tres cosas buenas sobre ti?

—Nací hermoso. Ahí, ¿qué tal?

—Sí, así es. —Adam sonrió con eso. También Rafael. Sharkey creyó que era
infernalmente divertido. Y lo era.

—Mi vida tiene propósito —leí de la tarjeta.

—Sí, así es.

Terminé mi Revisión con:

—Estoy bien físicamente. Estoy arruinado emocionalmente. Y espiritualmente,


bueno, estoy arruinado. Esa es la patética mierda. —Siguiente, Dios, de verdad no me
gustaban las Revisiones. Me hacía sentir como si estuviera en una serie de televisión. Lo
triste era que, si esta era una serie de televisión, había personas en el mundo quienes de
hecho la miraban. El mundo está muy, muy arruinado.

Luego de la Revisión, Rafael sacó un cuadro que había dibujado. Ya saben, todos
tenemos tiempo para hablar de nuestro arte y esas cosas. O las listas en las que
trabajamos. Se supone que pidamos opiniones o cualquier cosa que necesitáramos.
Como si supiera lo que necesito. De verdad me gustaba el cuadro de Rafael. El tipo no
era malo. Su arte decía algo. Era real. El cielo era de un azul profundo, no como si fuera
de día, sino de noche. Pero no había estrellas en el cuadro. Y había este monstruo que
medio dominaba todo el cielo y parecía estar a punto de saltar sobre este chico que leía
un libro. Dios, su cuadro me destrozaba; había escrito algo en la parte inferior del
cuadro, era como si las palabras fueran parte del cuadro y era como si el chico estuviera
sentado sobre las palabras.

Adam puso el cuadro en el centro y todos lo miramos. Estábamos en silencio, ya


saben, estudiándolo, y Adam dijo:

—¿Nos leerías eso?

Y Rafael lo leyó:

Puedo escuchar la advertencia, el susurro: hay un monstruo en la habitación. El susurro se convierte en


un grito. El mundo está lleno de dementes. Tengo evidencia. Lo puedo probar. Miro alrededor. La
habitación está vacía como mi corazón. Solía estar lleno, mi corazón, pero esa es otra historia. Nadie
está aquí. Tal vez ni siquiera yo. Puedo probar que hay dementes, pero no puedo probar que el monstruo
existe. ¿Quién fue ese que susurró la advertencia? Escucha con atención, el cielo está cayendo. Tal vez el
monstruo está ahí solo esperando a que salga por la puerta. Tal vez ya se tragó el cielo. ¿Qué quiere
conmigo de todos modos? ¿Está intentando asustarme? ¿Es eso? Nací asustado… no necesito un
monstruo para eso. Tal vez el monstruo vive en los libros que leo. Uno de los libros es sobre el genocidio
en Ruanda y el otro libro es sobre un pequeño chico que fue violado. ¿Quién necesita monstruos?

Eso fue lo que leyó. Y me destrozó de verdad. De alguna forma me sentí como si
Rafael estuviera leyendo eso para mí. Su voz, y la forma en cómo lo leyó, no lo sé, de
repente sentí como si fuera a la deriva y me pregunté sobre eso porque no me gustaba
cuando me pasaba, medio me alejaba porque eso hacía mi madre, por lo que me obligué
a permanecer en la habitación. Y mantuve mi mirada en el cuadro de Rafael y solo
escuché a medias a lo que todos decían y pensaban y sentían sobre el cuadro de Rafael;
luego escuché a Adam preguntarme qué veía en el cuadro de Rafael y solo miré a Rafael
y pregunté:

—¿Ese chico eres tú o soy yo?

No sé por qué, pero estaba llorando. Odiaba eso. Solo estaba llorando. Me estaba
golpeando una y otra vez, golpeándome y golpeándome en el pecho con mis puños.
Entonces sentí a alguien tomar mis puños y apretarlos hasta que los abrí… luego sentí
una mano mantener la mía abierta. Escuché la voz de Adam:

—Te veo, Zach. Te veo.

Pero no sabía qué significaba eso.


Tal vez todo era un sueño. Una pesadilla. Pero la voz de Rafael había sido tan
hermosa que tal vez no era tan malo. Y la voz de Adam sonaba tan gentil cuando dijo
“Zach, te veo”. Seguía pensando: Algunas personas tienen perro. ¿Yo qué tengo? Tengo sueños que
no quiero recordar. Tengo dos compañeros llamados Rafael y Sharkey. Y tengo un monstruo y un
terapeuta llamado Adam. ¿Qué me pasó que no pude tener un perro como las personas normales? Y no
podía dejar de llorar.
Recuerdo
Traducido por belisrose

—Ocupo hacerte una pregunta. ¿Está bien, Zach?

Debía haber fumado un cigarrillo antes de venir a la oficina de Adam. Pero ahí estaba,
observando los ojos de Adam, los cuales eran azules como el mar, pero que hoy parecían
tan verdes como una hoja. Me pregunté sobre sus ojos. Igual como me preguntaba sobre
los ojos de Rafael. Y los ojos del Sr. García. ¿Qué tenían sus ojos que hacían que me
preguntara las cosas?

—¿Zach?

—Sí.

—Cuando te alejas así, ¿a dónde te vas?

—De verdad no me alejo.

—¿En qué estabas pensando?

Como si fuera a decirle que estaba pensando en sus ojos.

—Nada importante.

—Todo es importante.

—Bien —repliqué. Adam sabía cómo entender por mi voz que me importaba.

—Contesta eso, Zach.

—Bien.

—¿Qué recuerdas sobre haber venido aquí?

—¿A qué te refieres?

—¿Sabes por qué estás aquí?

—Todos parecen pensar que necesito estar aquí.

—Eso no es lo que pregunté.


—Bueno, tal vez sí necesito estar aquí.

—Podrías irte si quieres. Tienes dieciocho. Eres un adulto.

—Como si eso fuera verdad —comenté—. Sigo en la secundaria. —Miré hacia el


suelo—. ¿A dónde iría?

—¿No tienes una casa?

Me quedé ahí sentado por un largo tiempo, sin decir nada, solo miré el suelo.

—Mírame, Zach.

No quería mirarlo, pero lo hice.

—¿Qué recuerdas?

—Sigo diciéndote que no quiero recordar.

—Lo entiendo, Zach. Lo hago. ¿Pero puedes decirme algo sobre lo que recuerdas?

—No quiero ir ahí, joder, pero ¿puedes decirme algo sobre lo que recuerdas?

—No quiero ir ahí, joder. ¿No lo entiendes, Adam?

—Sí. Mira, déjame hacerte una pregunta.

—Bien.

—¿Confías en mí?

—Sí. En gran parte confío en ti.

—¿Confías en mí en un cien por ciento? ¿Cincuenta por ciento? ¿Cuánto?

Eso me hizo sonreír. A él le gustaba eso de los porcentajes. Creí que eso era genial.
No sé por qué. Adam me destrozaba. De una buena manera. Bueno, no siempre de una
buena forma.

—Confío en ti en un ochenta y cinco por ciento.

—¿Sí? ¿Ochenta y cinco por ciento?

—Eso no está mal.

—¿Cuánto confías en el grupo?

—Sesenta por ciento.


—¿Sesenta por ciento?

—Creía que eso era bueno.

—Bien, ¿cuánto confías en Sharkey?

—¿Sharkey? De verdad me agrada Sharkey.

—Bien, Sharkey tiene un cien por ciento en la escala de agrado. ¿Pero en la de


confianza?

—Setenta por ciento.

—¿Solo setenta por ciento?

—Mira, lo conoces mejor que yo. También eres su terapeuta.

—Esto no es sobre mí, Zach.

—Nunca lo es.

Me lanzó una mirada. Conocen esa mirada que dice yo no soy quien está en terapia… tú sí.

—¿Y qué hay de Rafael?

—Noventa por ciento.

—¿Rafael tiene un noventa por ciento en la escala de confianza?

—Sí.

Adam asintió. Luego sonrió.

—Entonces te agrada, ¿no?

—Él le agrada a todos.

—Hablamos de ti, no de todos.

—Sí, me agrada.

—¿Por qué?

—Solo porque sí.

—Bien. ¿Hablas con él?

—Claro que sí.


—¿Por qué confías en él?

—Intenta con fuerza ser sincero. Con él mismo, me refiero a eso.

—Sí, lo intenta.

—Admiro eso… intenta ser sincero aunque duela.

—Sí, creo que tienes razón. Intenta recordar todo lo que le ha dolido en su vida. Tú
haces lo opuesto. ¿Cómo puedes admirar a alguien que hace lo opuesto de lo que tú
intentas? —Me miró a los ojos. Adam con sus ojos azules que hoy se veían verdes.

Le devolví la mirada.

—Bien —observé—. Te diré una cosa que recuerdo.

—Bien.

—Sangre.

—¿Sangre?

—Había sangre. Eso recuerdo. Había sangre.

—¿Dónde?

—No sé. Solo sé que había sangre.

—¿Y qué sientes cuando recuerdas la sangre?

—Sabes jodidamente bien cómo me siento.

—No, no lo sé.

—Sí, lo sabes.

—¿Cómo lo sabría?

—Sé que lo sabes.

—No lo hago, Zach, no sé cómo es ser tú. No sé cómo es sentirse como se siente
Zach.

—No me gusta sentir.

—Dices eso en cada sesión. Lo entiendo, Zach, pero…

—¿Pero qué?
—Zach, ¿cómo te sientes cuando recuerdas la sangre? ¿Puedes decirme?

—¿Cómo me siento? —Miré a Adam a los ojos. Ya no eran verdes. Eran azules de
nuevo—. Siento como si hubiese muerto. Así me siento. Como si hubiese muerto.
Dios y monstruos
Rafael me contó que a veces se siente como Dios no fuera nada más que un juego de
mandíbulas que muerde su corazón. Luego de que Rafael dijo eso me apareció esta
imagen en mi cabeza de esas mandíbulas y empecé a pensar que, si Rafael tenía razón,
entonces Dios era un monstruo. Miren, creo que sé a lo que se refiere Rafael. Habla
sobre el dolor y de dónde viene. Y yo, lo que intento hacer es descifrar toda esta cosa
sobre los monstruos. Creo que se suponía que tenía que tener un ángel guardián. No hay
ángeles guardianes para Zach. No. Miren, tal vez Dios es un monstruo de verdad. ¿Qué
demonios sé yo?
Que quiere el
monstruo?
Corregido por belisrose

1
Tengo una nueva adicción: leo el diario de Rafael.

Bueno, esto no está bien. Pero él lo deja en su escritorio y solo se queda ahí y se siente
como si me llamara. Muy bien, los diarios no llaman a nadie a no ser que alguien escuche
voces. Aquí hay una mujer que se pasea por todos lados y tiembla. Me miró a los ojos y
me dijo que yo estaba sufriendo. Puede que esté sufriendo, pero no sufro de alucinaciones
auditivas.

Así es como es conmigo justo ahora, solo me siento atraído a leer lo que Rafael ha
escrito en su diario. Atraído, esa sería una palabra del Sr. García. Y, ahora que pienso
sobre el Sr. García, estoy seguro de que lo único que sufro es de curiosidad intelectual.
Bien, de acuerdo, y los terapeutas aquí lo llamarían diferente. Dirían que no estoy
respetando los límites de los demás. La verdadera historia depende del punto de vista,
eso creo. Volvemos a esa cosa de la perspectiva.

Pienso en esto: si el diario de Rafael era algo tan privado, ¿por qué estaba en el
escritorio? Solo se queda ahí todo el tiempo y es un espacio público. Está bien, todo esto es
basura y lo sé y hacer esto es malo, sí. Miren, supongo que también me gusta meterme en
las cabezas de las personas… igual que a todos los demás. Y sobre todo me gusta
meterme en la cabeza de Rafael. La forma en que piensa es genial.

Por aquí, leer el diario de Rafael se calificaría como un comportamiento para nada
saludable. Es decir, tenemos estas sesiones sobre límites saludables. Las personas
saludables tienen límites saludables. Las personas poco saludables, bueno, no hablemos
de eso. Es como esto: algunas personas tienen barreras, lo cual significa que no dejan
que nadie entre. Esto es poco saludable. Algunas personas dejan que todos entre y se
dejan pasar por encima. Esto es poco saludable.
Nadie tiene que decirme que leer el diario de Rafael es una violación de su privacidad,
lo cual equivale a un comportamiento poco saludable. En grupo también calificaría como
un secreto. No se supone que tengamos secretos. Los secretos nos matan, esa es la teoría.
Y otra cosa, no se supone que yo hablé sobre nosotros. Se supone que hable de mí. Hablar
en universales es un comportamiento poco saludable. Solo se supone que hable por mí.
Y no se supone que use “tú” en una oración. No se supone que diga cosas como
“Cuando te sientes triste, lloras”. No, no, no. Se supone que diga “Cuando me siento
triste, lloro”. Adam siempre nos corrige. Es todo agradable y dulce sobre eso, pero no
corrige por igual. Nos detiene en media oración. Bien, entendía el punto. Yo, yo, yo. Yo,
yo, yo. Bien, yo siento esto. Yo siento lo otro. Sí, lo entiendo, yo lo entiendo.

La terapia me está destrozando. ¿Estoy mejor? Estoy enfadado. ¿Enfadarse es parte


de la terapia? ¿Esto no es sobre dejar de enfadarnos? ¿Yo qué sé? Lo que sé es que hay
un grupo sobre ira los martes y jueves. Tal vez me una a ese grupo. Demonios, apuesto a
que podría liderar ese grupo.

Sharkey está enfadado, eso es seguro. Peor que yo. Bien, este no es un concurso. Lo
entiendo. Incluso Rafael está enfadado. Esta es la cosa: la vida no ha sido buena con
nosotros. Creo que haré una nueva lista: “Razones por las que YO estoy enfadado”.
Estoy sorprendido, destrozado, confundido. Estoy E-N-F-A-D-A-D-O. Por esto no
tenemos bates de béisbol por aquí. Por eso todos están preocupados porque algunos
clientes tienen marcadores permanentes. Miren, si no eres un parabrisas, estás seguro
cerca de personas como yo.

Intento hacer el trabajo. Y, en serio, creo que las entradas en el diario de Rafael se han
convertido en mi terapia. Me refiero a que el tipo escribe cosas muy hermosas. Es en
serio. El me hace trizas. La forma de pensar de Rafael es muy, bueno, ya saben, es
pensativa. El tipo trabaja escribiendo guiones de obras y eso es genial, pero creo que
Rafael es alguna clase de poeta… igual que el Sr. García. Intento aprender de él. Y esto
no es malo.

Ayer, cuando estaba solo en la Cabaña 9, mis pies me llevaron al escritorio de Rafael.
Había un par de bosquejos en su escritorio que probablemente serían pinturas. Estiré mi
mano y empecé a pasar las hojas del diario de Rafael. Encontré esta historia genial sobre
su monstruo:
EL CHICO Y EL MONSTRUO

El chico le está leyendo al monstruo. Es como Scherezade. Él lee una


historia cada noche… lee y lee hasta que el monstruo se duerme. Y el chico
vivirá un día más. Vivirá de esta forma por siempre.

El nombre del chico es Rafael. Tiene siete años. Podría tener cinco o seis u
ocho. Pero justo ahora, tiene siete. Cuando crece, será un escritor, aunque
nadie lo sospecha… ni siquiera el chico.

Habrá muchos monstruos en las historias que va a escribir.

El chico le lee la historia de su vida al monstruo, pero no menciona ciertas


cosas. Teme hacer que el monstruo se enfade. Si el monstruo se enfada, algo
muy malo pasará. El chico decide que el monstruo prefiere historias felices
sobre chicos felices, por lo que el chico inventa historias felices sobre sí
mismo. Se vuelve un experto en contar historias felices. Está seguro de que
al monstruo le gustan las historias. Está seguro.

Mientras el chico crece, el monstruo viene a él… sobre todo de noche. El


monstruo es insaciable por historias. El chico, quien casi es un hombre pero
sigue siendo un chico, le sigue contando historias para hacer feliz al
monstruo. En algún lugar dentro de él, el hombre que sigue siendo un chico
sabe que el monstruo nunca será feliz.

Pero él continúa leyendo las historias que escribe para el monstruo.

Algunas veces, Rafael no tiene ganas de leerle historias al monstruo. Está


cansado. Hay noches en las que el monstruo no se acerca y él cree o espera
o quiere creer que el monstruo se ha ido para siempre. Algunas veces, el
monstruo no se acerca en semanas y meses, y Rafael empieza a creer que es
libre. Reza para que el monstruo esté muerto.

Pero el monstruo siempre vuelve.


6

El chico ahora es un hombre… pero de verdad sigue siendo un chico.


Leerle al monstruo lo está volviendo loco. Empieza a beber. Siempre le ha
gustado beber, pero ahora la bebida se ha convertido en su consuelo. Bebe y
bebe mientras le lee historias al monstruo. Se pregunta qué pasaría si el
monstruo descubriera la verdad. Siente como si su corazón estuviera en
llamas.

El dolor es cada vez más imposible de soportar.

Pero la bebida es buena y lo ayuda a terminar la historia cuando el monstruo


llega.

Rafael, el hombre que sigue siendo un niño, empieza a envejecer. Su cabello


se pone blanco y tiene la apariencia de un hombre que ha aprendido a
susurrar la palabra sufrimiento como si fuera un rezo. Ha olvidado palabras
como felicidad y alegría. Ríe, pero la risa es vacía. Solo las lágrimas son reales.
Se pregunta por qué tiene un monstruo. Se pregunta por qué se ha rendido
ante este.

Piensa para sí mismo: ¿Qué pasaría si dejo de leerle al monstruo? ¿Qué pasaría si le
leo una historia verdadera, una historia sobre un chico dañado y dolorido quien mantenía
las heridas en su cuerpo como tesoros? ¿Qué pensaría el monstruo de esa historia? ¿Qué
diría el monstruo si le dijera que ya no le quiero contar más historias sobre chicos, que
quiero contarle una historia sobre el Rafael que quiere cruzar el límite y entrar al país
llamado adultez, el cual es un país difícil y duro y hermoso? ¿Entiendes eso, monstruo?

Esta noche, cuando el monstruo venga, él le contará la historia que ha


querido contar toda su vida.

Está oscuro afuera. La noche ha vuelto a llegar, pero no tiene miedo. Es


algo extraño no sentir miedo. Se siente desnudo. Pero cree que no es algo
tan malo sentir su cuerpo, siente sus brazos y piernas y su pecho y sus
manos y su corazón. Está sentado en su cama. No necesita su bebida.

No beberá. Está esperando a que el monstruo llegue para poder contarle su


historia.
Sabía que la historia de Rafael estaba relacionada al cuadro que llevó al grupo. El cuadro
que me confundió, el cuadro que me hizo llorar, el cuadro que creí que era yo. Lo sé.
Pero la cosa es que estoy enamorado de la historia de Rafael. Creo que entiendo a lo que
Adam se refiere cuando dice que todas nuestras historias son diferentes, pero que de
alguna manera son las mismas. Nunca lo había entendido, pero, cuando empecé a leer el
diario de Rafael, es como si me pudiera ver a mí. Es mejor que un espejo. Aunque tengo
dieciocho y él tiene cincuenta y tres, me puedo ver en las palabras que Rafael ha escrito.
Puedo. Eso no tiene sentido, pero esta es la cosa: para mí tiene perfecto sentido.

Adam no tiene la razón sobre todo. No, no la tiene.

Aun así, no creo que Adam pueda entender que estoy leyendo el diario de Rafael.
Pero verán, me está ayudando a hacer el trabajo. ¿Por qué alguien debería tener
problemas con un tipo intentando hacer el trabajo? Bien, puedo escucharme decirle estas
cosas a Adam, veo la expresión en su rostro, la expresión que, ya saben, me recuerda que
me estoy mintiendo. Esa expresión dice “Zach, no estás siendo sincero”.

Soy un adicto. Ahí. He trabajado en eso y estoy entendiendo que sí, soy adicto al alcohol.
Entonces, ahora soy adicto a leer el diario de Rafael. Ellos dicen que eso es lo que
pasa… cambias una adicción por otra. Pero es mejor leer el diario de Rafael que tomar burbon y
consumir cocaína. Así pienso. Perspectiva, esa es la cosa. Bien, sí, me estoy sorprendiendo
jodidamente mucho.

Y también empecé a escribir un diario. Esto es lo que anoté esta mañana al despertar:

Creo que mi monstruo está relacionado con mi hermano. Mi monstruo está


relacionado con mi madre y mi padre. Sé que la sangre en mis sueños y el
monstruo están relacionados entre sí. Estoy atrapado entre querer recordar
y querer no recordar. ¿Soy yo quien quiere evitar recordar o es el monstruo?
O tal vez el monstruo quiere que recuerde. Si recuerdo, entonces quizás
algo muy malo me pasará.

Hay algo que tengo dentro de mí que alimenta al monstruo. Y no sé si esto


es bueno o malo. ¿Y si dejo de alimentar al monstruo? Tal vez moriré si lo
hago.

¿Mi monstruo se comporta como el de Rafael? Me pregunto si Adam ha


tenido un monstruo. Sharkey, por supuesto, tiene un monstruo.
Otro pensamiento: es probable que los normales y las personas terrenales
no tengan monstruos. Pero todos aquí tienen un monstruo, sin lugar a
dudas. Algunas personas aquí tienen más de uno. Hay monstruos por todas
partes.

Mientras observo lo que escribí, pienso que tal vez Dios nos da monstruos por algún
motivo. No tengo idea de por qué Dios haría eso, pero, verán, no sé nada sobre cómo
Dios trabaja. No somos buenos amigos. Dios y yo no confiamos entre nosotros. ¿Es mi
culpa? Bien, tal vez.

Esto es lo bueno: la verdad ya no quiero morir. Por lo menos no hoy. Todos los días
son diferentes. Tengo buenos días. Tengo malos días. Así es como funciona. No creo
saber cómo estar vivo. Me estoy frustrando y, cuando me frustro, tengo ataques de
ansiedad. No me gusta la ansiedad. Me muerdo las uñas hasta que ya no queda qué
morder. Incluso empiezo a mordisquear mis nudillos, pero Adam me dio un contrato:
nada de mordisquear mis nudillos.

—Eso raya con la autoflagelación. —Lo entiendo.

Todos los días hago algo que me destroza. ¿Por qué siempre lo arruino? Supongo que
solo sirvo para eso, para arruinar las cosas. Eso es lo que hacemos. Tengo que dejar de
leer el diario de Rafael. Está mal.

Pero no quiero detenerme.

Esto no es saludable.

Haré una lista en mi diario. De un lado de la página enlistaré mis comportamientos


saludables. Del otro lado de la página enlistaré mis comportamientos poco saludables.
Pero ¿qué pasa si la mayoría de mis comportamientos caen en el lado poco saludable?
¿Entonces qué?

2
—Hora de historias. —Adam sonríe, sus ojos recorren la habitación. Todos sabemos lo
que eso significa. Alguien va a contar una historia. No cualquier historia. No una historia
inventada. Su historia. Parte del trato de estar aquí es que eventualmente contemos
nuestras historias. Es parte del proceso de sanación. Sanación. Odio esa palabra.
Adam me mira, y yo bajo la mirada. Sé que tendré que contar mi historia en algún
momento. Y llevo aquí más de treinta días, la mayoría cuenta su historia una o dos
semanas después de su llegada. Sí, bueno, todos somos diferentes. Miren, no me molesta
contar historias, eso está bien. Bueno, en su mayor parte estoy bien con eso. Bueno, tal vez
no estoy tan bien con el concepto cuando se aplica en mí.

Adam quiere saber qué hay tan interesante en la alfombra. Aunque es medio gentil
conmigo estos días. Desde el día que como que lo perdí cuando Rafael trajo el cuadro de
su monstruo. Desde ese día, creo que Adam me mira diferente. No me gusta. No es
como si estuviera loco. Solo estoy un poco confundido. Ya saben, nervioso. Asustadizo.
Siempre me siento como si hubiese hecho algo malo y alguien fuera a atraparme. Ya
saben, descubrirme. ¿De qué va eso?

Adam sigue observándome como si esperara que conteste, como si no fuera a alejarse
hasta asegurarse de que hay alguien en casa. Me pregunta de nuevo:

—¿Qué hay tan interesante en la alfombra? —Su voz suena calmada y muy agradable.
Verán, la cosa sobre Adam es que tiene una voz poco amenazadora. Eso me enloquece
algunas veces.

—Hay una mancha —contesto—, en la alfombra. ¿La ves?

—Sí, la veo. —Me lanza una sonrisa que es más una mueca—. La vida es un poco
desastrosa. Las alfombras se manchan.

—Sí, así es —replico.

—Las alfombras tiene manchas y las personas tienen cicatrices —musita.

Le devuelvo la misma sonrisa/mueca.

—Preferiría ser la alfombra —comento.

—Lo entiendo —contesta Adam.

—No creo que sea así —mascullo. A veces me pongo a luchar un poco. No me
refiero al estilo con un bate de béisbol con el que destrozo parabrisas, no esa clase de
lucha, sino, ya saben, la lucha regular.

Adam se encoge de hombros. Ese tipo es muy calmado, no se molesta con las cosas.
Me preocupo por él. Nadie puede estar tan calmado alrededor de estos no-normales. De
hecho, algunas veces pienso que somos anti-normales. ¿Cómo puedes permanecer calmo
frente a todos nosotros los anti-normales que somos extraterrestres? Miren, Adam no se
mete conmigo, pero sí dice:
—Las personas pisan las alfombras. Sí entiendes eso, ¿no, Zach?

No lo había pensado.

—Bien —replico—, entonces de verdad no quiero ser una alfombra.

Adam asiente y pone una no-sonrisa en su rostro. Mira a Sharkey, y Sharkey, quien
siempre está dispuesto a hablar sobre sí mismo, dice:

—Hoy no, hombre, están ajustando mis medicamentos. Me siento drogado.

Era verdad. Se veía horrible y había estado caminando dormido, lo cual era algo que
hacía de forma regular y medio me preocupaba. Rafael lo guiaba de regreso a la cama,
pero yo me confundía todo. No es que dijera nada. Sharkey estaba teniendo un rato
difícil. No era un buen día para que él contara su historia.

Adam entiende estas cosas.

—Hablaré con tu doctor. —Adam ahora tenía una expresión pensativa. Luego tiene
una más concentrada, luego señala a Rafael, quien lo mira, como, bien. Rafael sonríe con
esa sonrisa que de verdad no es una sonrisa. Es decir, la sonrisa de Rafael puede
significar cien cosas, no todas son buenas. Pero a veces significa que se está aclarando la
garganta.

—Nací… —empieza Adam. Nos hace empezar así. Es como “Había una vez”.

—Nací —cuenta Rafael—, en una granja… —Su voz es suave y baja, pero no es
difícil de escuchar. La voz de Rafael es como la trompeta del Sr. García. Me hace trizas.
Todos nos quedamos sentados escuchando su historia.

El tipo ha hecho un montón de cosas. Cincuenta y tres años es bastante. Bien, no


como setenta, pero ya no es un niño. Pero, verán, hay algo sobre él que es como un
chico. Usa pantalones de mezclilla y tenis Converse y no tiene la apariencia de un
hombre viejo. Rafael tiene esta expresión seria cuando empieza su historia y sus ojos
cafés oscuro no se oscurecen más, sino que tienen esta luz mientras habla.

—Mi mamá me llamó Rafael porque ese era el nombre de un pintor famoso.
También me dijo que el de uno de los ángeles, San Rafael. Nunca entendí cómo algunos
ángeles también podían ser santos. Eso siempre me confundió. Mi mamá era muy
religiosa y de verdad me amaba. Casi no recuerdo a mi papá.

»Ellos murieron cuando tenía como cinco. Tenía hermanos y hermanas y todos
fuimos enviados a nuestros familiares. Mis hermanas gemelas, quienes tenían ocho años,
fueron con mi tía que no tenía hijos. Ella siempre había querido chicas, creo. No sé si
estoy inventando eso. No estoy seguro. Uno de mis tíos acogió a mis dos hermanos
menores. Eran muy pequeños y era fácil ver por qué alguien los querría. Tenían dos y
tres. ¿Quién no los querría? Mi tío y tía en California se llevaron a mis hermanos
mayores, tenían diez y doce. Mi tío tenía un taller mecánico, tenía la sensación de que
mis hermanos iban a trabajar para él. También tenía razón. Ambos se volvieron
mecánicos.

»¿Y yo? Me fui con mi tío Vicente. Mi tío Vicente era muy joven y nunca me había
agradado. Había algo sobre él que me molestaba. No era un buen hombre. No lo era.
Pero era el único que me quería. Entonces me fui a vivir con él.

»No recuerdo cómo murieron mi mamá y mi papá. Sé lo que me dijeron, pero eso es
diferente a recordar. Fue un accidente de auto, pero nunca supe los detalles y nadie
quería contármelos. Mi papá era un alcohólico, por lo que siempre creí que mi papá se
mató mientras bebía y conducía… y que también mató a mi mamá. Pero esa solo es una
idea mía. No sé si eso es verdad o no. Creo que una parte de mí quiere creer que mi
padre era un borracho quien se mató y a mi madre. Pero toda la historia del accidente
podría no ser verdad. No sé cuál es la verdad. Creo que solo inventaba historias en mi
cabeza. A veces me odiaba por las feas historias que creaba…

Odiaba cuando Rafael decía que se odiaba. A veces lo decía así. Solo no me gustaba
escucharlo. ¿Por qué se odiaría? Bien, las personas de verdad no quieren odiarse a sí
mismo. Lo entiendo. Eso viene de algún lugar profundo y llegar ahí es infernalmente
difícil. También lo entiendo. Esta es mi teoría: las personas que no deberían odiarse, se
odian; y las personas que deberían odiarse, no se odian. El mundo está al revés. Verán,
esta es una de las muchas razones por las que Dios y yo no somos buenos amigos.

Observé el rostro de Rafael y noté las líneas. Lo hacían verse mayor. Y aun así, a
veces, parecía que no estaban ahí y se veía algo joven. Lo observé y las palabras salir de
él eran como hojas flotando en el aire.

—… no mucho después de que me fui a vivir con mi tío Vicente, empezó a dormir
conmigo. Solía meterse en mi cama. Todo empezó, no sé, parecía inocente. Casi
agradable y normal. Se metía en mi cama y solo dormía conmigo. Y me abrazaba. Y yo
pensaba que era agradable. Me gustaba. Estaba bien y estaba triste. Extrañaba a mis
hermanos y hermanas y extrañaba a mi mamá y mi papá y me sentía solo. Y me gustaba
que me abrazara. Pero entonces eso cambió y él empezó a tener sexo conmigo… aunque
yo no sabía bien qué estaba pasando.

»De verdad dolía y estaba asustado. Hoy usaría la palabra violación, pero entonces no
conocía esa palabra y no sabía cómo nombrar lo que estaba pasando. Nunca dije una
palabra, nada, nunca. Sentía como si alguien me hubiera cosido los labios. Todo lo que
sabía era que algo malo estaba pasando y que me sentía muy, muy sucio. A veces pasaba
mucho tiempo en la ducha intentando limpiarme porque quería estar limpio. Lo
recuerdo. Y creía que nunca volvería a estar limpio. Y odiaba todo sobre mí y me
preguntaba qué hacía para que mi tío hiciera lo que hacía. Sabía que había hecho algo,
pero no sabía qué.

»De verdad quería que mi tío se fuera y, luego de un tiempo, era como si yo ni
estuviera ahí. Entraba a mi habitación y se quitaba la ropa y yo me iba a algún lugar.
Fingía que era un ave y volaba al cielo y desde ahí podía ver todos los árboles del mundo
y todos los ríos. Desaparecía en un mundo que no existía. Pero sí existía. Existía para mí.
Y sé que la vida en la mente me ayudó a sobrevivir.

»Las noches que no venía era feliz. No venía todas las noches. Ya saben, tal vez dos o
tres noches a la semana. Esto pasó por unos pocos años. Hasta que cumplí ocho. Estaba
pensando en escapar, pero nunca lo hice. No sabía a dónde ir. Y, sobre todo, mi tío
Vicente era agradable conmigo. No hablábamos mucho. De verdad no lo recuerdo. Solo
recuerdo que estaba muy triste y temeroso y que deseaba poder vivir en la escuela.

»Sé que mi tío tenía una novia y que un día volvió a casa y dijo que se iba a casar y
que tal vez era hora de encontrar un nuevo lugar para que yo viviera. Y entonces dijo
“Será mejor que no le digas a nadie lo que me obligaste a hacer. Si le dices a alguien,
sabrán todo sobre ti y no te querrán”.

»No dije nada. Solo asentí. ¿Quién iba a querer a un niño que dejaba a su tío hacerle
todas esas cosas desagradables?

»Mi tía me recibió, la que se había llevado a mis hermanas. Y estaba feliz. Más o
menos. Ella era muy agradable conmigo y yo intentaba no meterme en su camino. La
verdad era que la felicidad se había ido.

Rafael miró alrededor y bebió de su botella de agua. Podía ver las lágrimas bajando
por su rostro, pero no estaba dejando salir ningún sonido.

—A veces tengo sueños, sueño con él. Sueño que viene a mí. Toda mi vida ha venido
a mí. Todo estuvo bien por unos años. Estaba bien porque estaba viviendo con mis
hermanas y las amaba y sé que ellas me amaban. Pero había algo mal conmigo, lo sabía.
Intenté fingir que era normal. No lo era. Pero mi tía y tío era muy normales y de verdad
amaban a mis hermanas y ellos hacían todo por ellas y podía ver que mis hermanas eran
felices e inteligentes y que sus vidas eran normales. Y yo… yo me había convertido en
este chico emocionalmente dañado que era distante y no confiaba en los adultos. No
quería ser así, pero lo era. No me gustaba hablar con mi tía y tío y, la verdad, ellos no
estaban muy interesados en hablar. No conmigo de todos modos. Entendía que me
aceptaron porque sentían lástima por mí. Odiaba cuando las personas sentían lástima por
mí. Me sentía como un perro raspando la puerta.

»Pero nos cuidaron y la casa era tranquila. Mi tío trabajaba en el correo y mi tía se
quedaba en casa. Estaba metida en cosas de la iglesia. No recuerdo mucho de esos años.
Estaba aburrido. No recuerdo. Leí muchos libros y me volví muy bueno en fingir que
era feliz. Eso era importante para mi tía, que fuéramos felices.

»Cuando llegué a octavo año, mi tío y tía tuvieron que irse. Y todos tuvimos que
quedarnos con mi tío Vicente por el fin de semana. No quería ir a su casa. Pero no podía
opinar. Creí que mi corazón iba a salirse de mi pecho. Y todo lo que temía volvió a
suceder. Tío Vicente llegó a mi habitación esa noche. Había cerveza en su aliento. Me
hizo besarlo. Podía sentirme flotar. Fue cuando empecé a caminar alrededor por mi
cuenta. Era algo que hacía. Conseguí un trabajo a medio tiempo en algún almacén,
ayudaba a descargar cosas tres tardes a la semana. No era lo suficiente mayor como para
trabajar, pero el tipo me pagaba en efectivo. Me pagaba diez dólares cada vez que
trabajaba… lo cual era mucho dinero. Ganaba treinta dólares a la semana. Le daba a mi
tía diez dólares a la semana y el resto me lo dejaba. Ella decía que debía ahorrarlo, pero
casi no ahorraba nada. Empecé a fumar y luego tuve esta idea de que me gustaría beber,
por lo que me quedaba alrededor de las licorerías y conseguía que alguien me comprara
una botella de vodka. Solía caminar y beber y fumar…

Seguía pensando que Rafael y yo éramos similares: toda la cosa tenía perfecto sentido
para mí. Sabía de qué estaba hablando.

—… y todos mis amigos creían que era un humano muy feliz porque así actuaba…
como un humano feliz. Pero me cansaba de tanto fingir. Si actuaba como me sentía,
entonces dudaba que mis amigos de verdad hubiesen pasado tiempo conmigo. Fingir no
estaba tan mal. Fingir hacía que me sintiera menos solo… si es que eso tiene sentido.
Pero, de otra forma, me hacía sentir más solo porque me sentía como un fraude.
Siempre me he sentido como un humano falso.

»En la secundaria no pasó nada. Tenía notas decentes. De hecho, tenía notas muy
buenas. Bebía mucho los fines de semana con mis amigos y siempre tenía alguna clase de
trabajo a medio tiempo para ganar algo de dinero. Es gracioso, tenía muchos amigos.
Mucho, muchos amigos… y ninguno me conocía. Una vez, esta chica que me gustaba
me preguntó “¿Quién eres, Rafael?” Solo la miré y dije “No puedo ser conocido”. Era lo más
sincero que había dicho nunca.

»Mis tíos gastaban dinero en mis hermanas, pero no en mí. Mi tía decía que me daban
un lugar para dormir y comida para comer y que debería estar agradecido. Y lo estaba.
Cuando me gradué, mi tío me dijo que tal vez era hora de que me fuera por mi cuenta.
Le dije que creía que era una buena idea. Me dijo que de verdad no le gustaba mi hábito
de la bebida y que ahora que era lo suficientemente mayor y tenía un título, no me
costaría lograrlo. Pero dijo que, si no tenía cuidado, bebería hasta morir. Dijo que era
como mi padre.

»No creo que mi tío o mi tía de verdad me amaran.

Y ahí estaban de nuevo, las lágrimas de Rafael. Me destrozaba verlo llorar así. Esa era
la cosa sobre contar tu historia, te destrozaba. No importaba que todas esas cosas
hubieran pasado tanto tiempo atrás porque todo se sentía como si estuviese sucediendo
en este momento. Lo entendía. Por eso no quería contar mi historia. No quería sentir las
cosas en el presente. Demonios, no, eso no era lo que quería.

Vi a Rafael tomar agua. Me pregunté cómo habría sido su vida si hubiese tenido hijos.
Es decir, sabía que no tenía hijos porque me lo dijo. Y creía que eso era muy malo
porque creo que habría sido un buen padre ya que era un hombre amable y, aunque
había algo enfadado y roto dentro de él, también había algo muy gentil. Era duro, pero
era suave. Y el lado suave era más fuerte que su lado duro. Tal vez eso no tenía sentido.
Vean, ¿qué demonios sabía yo? Y Dios, estaba esperando que la historia de Rafael
tuviera algo feliz porque de verdad me agradaba Rafael…

—… y, demonios, tenía mucho miedo. No sabía qué hacer. Tenía dieciocho, pero no
sabía nada sobre vivir solo. Conseguí un trabajo como misceláneo y mi tío me dejó vivir
con ellos hasta el final del verano para poder ahorrar algo de dinero. Luego me mudé y
encontré un apartamento horrible de una habitación y conseguí un segundo empleo, lo
cual era bueno porque no tenía mucho tiempo para beber. Trabajaba siete días a la
semana, leía y fumaba. Así fue mi vida por dos años. Vivía en mi cabeza. Ahí es donde
de verdad vivía.

»Al final de esos dos años, había ahorrado dinero suficiente para ir a la universidad…
aunque no sabía qué debía hacer para entrar a una universidad. Había tenido muy buenas
notas en la secundaria, aunque no sabía cómo lo había logrado. Había odiado la
secundaria. Vean, no entraré en detalles, pero al final entré a la universidad e incluso
conseguí una beca. La universidad es un gran borrón. Bebí mucho, fui a clases, salí con
personas a las que les gustaba beber y me gradué.

»Fui a California y pensé que me gustaría convertirme en escritor. Beber y escribir


eran las únicas cosas para las que era bueno. No sé por qué pensé en California, pero
tenía veinticuatro y parecía una buena idea en ese momento. Cuando llegué ahí, tenía
poco dinero y fui a buscar trabajo. Una noche fui a un bar y entablé conversación con un
tipo que trabajaba construyendo escenarios en los Estudios Universal. Le dije que quería
escribir guiones, aunque era una mentira. La idea de escribir guiones nunca había entrado
en mi cabeza hasta ese momento. Ese chico, Matt, y yo nos sentamos y embriagamos y
hablamos toda la noche. Me dijo que si quería un empleo trabajando en los estudios, que
tal vez podría conseguirme algo. Me dio su número y, dos días después, lo llamé.

»Nos reunimos y las cosas se pusieron raras. Me dijo que, si dormía con él, entonces
me conseguiría un trabajo. Quería saber cómo podría confiar en él. Sacó una forma y me
dijo “Estamos contratando. Hay un par de posiciones ahora”. Me hizo llenar la forma y
dijo que me mostraría el lugar al día siguiente. Pero luego de eso, dijo que, si no dormía
con él, entonces se aseguraría de que no consiguiera el empleo. Y sí me mostró el lugar,
incluso me presentó a su jefe y le dijo que había presentado mi solicitud, por lo que
pensé que Matt estaba siendo sincero. —Rafael rió con eso.

»Sincero, bueno, sí; para mi gran vergüenza, me acosté con el hombre. No sentí nada.
Solo lo dejé hacer lo que quería. Era como con mi tío Vicente. Solo era una cosa vacía
que estaba ahí. No sentía. Me fui lejos.

»Pero sí conseguí el empleo. Y, cuando Matt quería dormir conmigo, lo dejaba. Sabía
que no era nada más que un prostituto, pero no me importaba nada. Pero eso no duró
mucho. Él encontró un nuevo tipo, lo cual estaba bien conmigo. Al nuevo tipo parecía
gustarle él y Matt tenía la idea de que a mí nunca me iba a gustar estar con él. Me gustaba
mi nuevo empleo y pagaba bien y creí que era rico. Intenté no beber tanto y, sobre todo,
tenía mucho éxito en no beber. Aprendí el trabajo y de verdad me gustaba y, luego de
unos años, creé amistad con algunas personas y, eventualmente, logré escribir. Me tomó
como siete años, pero sí me convertí en guionista. No es que nunca haya escrito nada
importante, solo una película aquí o allá. Pero es como me gano la vida. Y esas son las
buenas y malas noticias. Escribir guiones siempre me dejó mucho tiempo para beber. Y
era tan devoto a mi bebida como lo era a mi escritura…

3
Rafael continuó por un rato, volvía y agregaba detalles sobre su bebida y su trabajo y su
matrimonio fallido; todo sonaba muy triste para mí, pero la cosa era que Rafael había
conseguido algo para sí. Es decir, el tipo había leído todo. Sabía eso con solo hablar con
él. Sabía cosas, toda clase de cosas. No era solo un escritor cualquiera que se ganaba la
vida escribiendo mierda por mucho dinero en Hollywood. Sí, él se hacía sonar así, pero
no era para nada así. Él era real y sonaba como si siempre hubiera estado muy solo. Y,
bueno, el tipo era un verdadero alcohólico. Bueno, eso era verdad y ese era el problema.
Pero no lo veía solo como este tipo herido que había sido abusado por su bastardo tío.
Es en serio cuando digo que de verdad odio a su tío. De verdad lo odio, pero no sé por
qué, solo no me gustaba ver a Rafael como un triste tipo derrotado. Él era más grande
que todo ese dolor. Así lo veía. Tal vez así quería verlo. ¿Qué demonios sabía yo?

Miren, sabía que Rafael había pensado en el suicidio. Me lo dijo la primera noche en
la que nos quedamos hablando. Bueno, le pregunté, así fue como surgió el tema.

—¿Alguna vez has pensado en el suicidio?

—Sí —admitió.

—Dime —pedí.

Él dudó y luego me contó esta historia, casi en un susurro:

—Solía imaginarme conduciendo hacia el Desierto Mojave, estacionando mi auto y


luego caminando hacia la zona de desperdicios, la arena caliente del desierto quemando
mis pies. Me imaginé caminando y caminando hasta que empezara a arder… hasta que
me sintiera en llamas, quemándome en el interior y en el exterior. Imaginé mi cuerpo en
el desierto, muerto. Mantenía esa imagen en mi cabeza y pensaba sí, eso es lo que merezco.
Merezco morir así.

No dije nada por un largo rato, pero entonces le pregunté:

—Entonces ¿por qué no lo hiciste?

—Vine aquí en su lugar —respondió.

—¿Por qué?

—Porque decidí que quería vivir.

Y entonces sonrió. Pensé que tenía la mejor sonrisa del mundo. Algunas veces no
sabía qué era real, pero justo en ese momento sabía que Rafael era el hombre más real
que había conocido. Estaba ahí sentado pensando en todas las cosas que había hablado
con Rafael. Y entonces noté que Rafael había terminado de contar su historia. La
habitación estaba en silencio. Tenía en mi cabeza que era una cosa de respeto. El mundo
nos daba una paliza y nosotros lo hablábamos, bueno, yo no estaba hablando, pero
Rafael y los otros hablaban de eso, y, demonios, todos respetábamos eso. Por eso
estábamos en silencio.

Algunas veces, Adam tenía preguntas antes de que todos dieran su opinión sobre la
historia. Algunas veces, Adam esperaba. Hoy, Adam no esperó.
—Volvamos —comentó—. No dijiste mucho sobre tu matrimonio. ¿Cuánto tiempo
dijiste que estuviste casado?

—Casi quince años.

—Ese es un largo tiempo.

—Sí —susurró Rafael. Fue entonces cuando las lágrimas volvieron a caer por su
rostro—. Le hice daño —agregó—. No puedo hablar de eso —aseguró—. No puedo.

Y entonces empezó a sollozar. No podía soportarlo y quería que acabara y solo quería
decirle a Adam que terminara la sesión. Estaba demasiado destrozado como para seguir
escuchando. Y sabía que me iba a ir. Adam lo llamaba disociación. No importaba cómo
lo llamaba, solo sabía que tenía que estar en otro lugar y sabía cómo irme. Esa era la
parte buena de no recordar. Esa era la parte buena de la disociación. Me ayudaba a
sobrevivir. Así que ¿qué había de malo en eso?

Pero tal vez vivir se supone que sea más que sobrevivir. Luego del grupo, me fui a
caminar.

Se suponía que fuera a otra sesión. Sí, sí, bien. No me importaba. Solo quería estar
solo y tomar algo de aire y las personas podían llamarlo aislamiento si quería, pero a
veces solo tenía que pasar tiempo por mi cuenta.

Era extraño caminar sobrio. Antes de venir aquí, cada vez que salía llevaba el burbon
conmigo. Ahora me iba con las manos vacías. Me empezaba a gustar. Era como si
pudiera pensar de verdad. Y no lloraba tanto. El llanto ya no servía para mí.

Por lo que solo caminaba.

Quería estar solo. Sí, supongo que eso de estar solo también era como una adicción.

El terreno era muy hermoso y agradable con árboles y arbustos y cosas. Y luego de
caminar un rato, decidí recorrer el laberinto. Verán, había un laberinto que se suponía te
calmaba si lo recorrías y te sentabas en el centro. Me gustaba el laberinto. Tenía sentido.
No como lo de la Respiración que todos siempre mencionaban.

Adam me había dicho que debía hacer lo del laberinto. Dijo que debo tener una
intención cuando caminara hacia el centro del laberinto.

Pensé en Rafael. Sabía más cosas sobre su monstruo ahora. Y entonces pensé en mi
monstruo. Rafael le había leído a su monstruo toda su vida. Le había leído a su monstruo
para intentar evitar se tragado. Y creía que tal vez yo hacía lo mismo.
Entré al laberinto y me concentré en mi monstruo. ¿Qué quería el monstruo? ¿Se
suponía que se lo diera para que se fuera?
Recuerdo
Corregido por belisrose

Observé la fecha en mi calendario. 2 de febrero.

Conté los días que llevaba aquí. Aquí, en este lugar que se supone que me sane. Aún
quería beber.

Sí, bueno, tal vez era un alcohólico.

Saben, si no fuera un alcohólico, no ansiaría una bebida. Sí, quizá solo tenía dieciocho
años, quizás aún no había terminado la secundaria. Pero la secundaria y la edad no tenían
nada que ver con la adicción. Pensaba que tal vez Adam tenía razón. Llevaba treinta y
tres días aquí. Fuera como fuera mi vida antes, ahora solo estaba este lugar. Solo existía
la Cabaña 9. ¿Y cuál era mi pasado de todos modos? ¿Para qué era? ¿Qué significaba?

—Ya sabes —murmuró Rafael—, mi tía tenía Alzheimer antes de morir.

Era como si estuviera escuchando una conversación que tuviera consigo mismo a
escondidas.

—¿Recordaba algo?

—No, Zach, tenía sesenta y cuatro años y ni siquiera recordaba que había tenido una
vida

—Eso es muy triste —comenté.

—Sí, era muy triste. Era como si estuviera muerta.

—Supongo —mascullé—, pero, sabes, tal vez eso hacemos antes de morir,
empezamos a olvidar.

—¿Planeas morir pronto, Zach?

Sabía exactamente lo que me intentaba decir.

Miren, tal vez yo era como su tía, muerto aunque seguía vivo.
Los monstruos de
la noche
Corregido por belisrose

1
La sangre en mis sueños a veces se siente real. Anoche juro que escuché la voz de mi
hermano flotando en la noche o en mi cabeza y no sonaba para nada como la trompeta
del Sr. García. Hubo un trueno. Había una tormenta. Desperté temblando. Debí haber
estado gritando porque Rafael y Sharkey me estaban preguntando si estaba bien.

—Sí —respondí.

—¿Seguro? —Sharkey sonaba un poco alterado.

—Supongo que solo fue otro sueño.

—Estabas hablando sobre Santiago —informó Sharkey.

—No lo recuerdo.

—Las noches son difíciles para ti, amigo.

—Sí, mis sueños me están matando.

—Zach, lo que te está matando no es lo que hay en tus sueños. —Ese Rafael siempre
decía cosas así.

—Estás tan lleno de mierda, amigo. —Sharkey siempre era tan descortés. Me gustaba
escucharlos hablar en la oscuridad. Sus voces me hacían sentir como si fuera la única
persona en el mundo.

—Es la forma en que vivimos… eso es lo que nos está matando. Piénsalo. Sharkey.
Eso debería asustarte.

Sharkey rió.
—¿Dónde aprendiste cómo pensar, Rafe?

Dios, amaba sus voces. No sonaban como la noche. Me volví a dormir mientras los
escuchaba hablar.

Cuando desperté, sentí como si estuviera en el borde de algo, tal vez una costa; ya
saben, el punto en el que el agua empieza y la playa termina. Pero no podía obligarme a
saltar al agua porque, bueno, porque podría ahogarme. Y eso es real para mí porque
nunca aprendí a nadar y el océano me asusta. Se me metió en la cabeza que el monstruo
vivía en el agua. Ya saben, en el agua que era mi memoria. Y si llegaba a recordar todo,
entonces ¿qué me pasaría?

Los sueños vivían dentro de mí. El dibujo de Rafael del monstruo me había hecho
sentir pequeño y asustado y de verdad sabía que Rafael se había dibujado a sí mismo en
el cuadro. Era él como chico y lo seguía imaginando mientras le leía al monstruo. Pensé
que tal vez leerle al monstruo era una forma de alimentarlo. Era como alimentar al
monstruo con historias, así él no estaría tan interesado en comerte. Esto es estúpido,
pero el monstruo se siente real para mí y no estoy loco porque el monstruo también se
siente real para Rafael y Rafael es un adulto y es muy inteligente y no está todo arruinado
como yo. Bueno, está bien, él está triste, pero, luego de escuchar su historia, puedo ver
que tal vez su tristeza es algo normal.

Pienso demasiado. Adam dice que siempre estoy pensando demasiado y que pensar
mucho no me ayuda. Bueno, no sé cómo dejar de pensar.

2
Y otra cosa que me molestaba y que me destrozaba era toda esta cosa de la Respiración.
Es decir, siempre escuchaba cuán genial era esta cosa de la Respiración y, para mí, toda
la cosa sonaba muy jodida. No estaba interesado en la Respiración.

Sí, claro, voy a ver a Adam en una de nuestras sesiones. Ya saben, una de nuestras
conversaciones amigables y lo primero que dice es:

—De verdad quiero que empieces a hacer algo de Respiración con Susan.

—Susan no me cae bien.

—¿Es eso verdad?


—Ella no es real.

—¿No lo es?

—Diablos, no, ella es esta mujer blanca a la que le interesa toda esta mierda de la
nueva era, ¿ya sabes? Sabes, no me agradan las personas que no son reales.

—¿Entonces no te agradan las mujeres blancas?

—Sabes a lo que me refiero.

Adam solo me observó.

—No, no lo sé. Explícamelo.

—Bien, ella es real… pero no real en la forma que me gustaría que lo fuera.

Adam asintió. Pero era un asentimiento que indicaba que no me entendía.

—¿Puedo decir algo?

Sabía que tenía una teoría. No había nada que pudiera hacer para detener sus teorías.

—Claro —mascullé.

—¿Acaso es que no confías en Susan?

—Creo que esta cosa de la respiración es, ya sabes, mierda.

—¿Cómo lo sabes?

—Es solo que no me gusta.

—¿Y no te gusta porque…?

—Porque es mierda.

—Bien.

No me gustó la forma en que lo dijo.

—¿Siquiera sabes lo que es, Zach?

—No necesito saberlo.

—¿Qué sabes sobre un trauma?

—Nada.
Adam me lanzó una mirada crítica. No lo culpaba, yo también le estaba lanzando una
mirada altanera.

—Hay una teoría de que el cuerpo mantiene un trauma y la Respiración ayuda a llegar
al trauma. Lo estoy simplificando, pero…

—Jodidamente fascinante.

Adam no dijo nada. Solo me observó. Odiaba la expresión en su rostro.

—Mira, Adam, si esa cosa de la respiración ayuda a Sharkey y a Rafael está bien. Pero
yo soy diferente.

—Terminalmente único.

Sonreí.

—Sí, algo así. —No me gustaba esta conversación.

—¿Has hablado con Rafael sobre la Respiración? —Él sabía que Rafael era el único,
además de él, con quien de verdad hablaba. Él lo sabía. Entonces ¿por qué me
preguntaba cosas que ya sabía?

—Sí, he hablado con Rafael.

—¿Crees que Rafael es un idiota?

—Ya sabes lo que pienso de Rafael. —Me estaba enfadando.

—¿Qué piensas de Rafael?

—Me agrada.

—Cuando dices que te agrada, ¿a qué te refieres?

—Me refiero a que me agrada.

—¿Como un amigo? ¿Como un hermano? ¿Como un padre?

En serio no me gustó que mencionara eso de padre. Me estaba enfadando. Hablo en


serio, furioso, me sorprendía lo molesto que estaba.

—Rafael es mi amigo.

—Rafael tiene cincuenta y tres. Tú tienes dieciocho.

—¿Y?
—¿Entonces te ves pasando el tiempo con él?

—Bueno, sí paso el tiempo con él.

—¿Saldrías con él si vivieran en la misma ciudad?

—No lo sé. —Lo miré. No me gustaban sus ojos en ese momento. No me


gustaban—. Mira, Adam —continué—, ¿a dónde vas con esto?

—Estoy llegando a que tal vez a Rafael como a un padre.

“Llegando a”. Adam amaba esa frase. Significaba que tenía una teoría. Como si
quisiera escuchar sus teorías.

—¿Es así? —Le lancé una mirada. Eso de verdad me molestaba—. ¿Qué está mal
contigo?

—¿A qué te refieres con qué está mal conmigo?

—Sabes a qué me refiero. No te hagas el tonto, Adam. Eso de verdad me molesta.

—¿Por qué estás enfadado, Zach?

—Porque sí.

—¿Por qué? Parece como si quisieras golpearme.

—No golpeo personas.

—No creo que lo hagas, pero estás muy enfadado conmigo.

—Bien, estoy enfadado contigo. —Dios, sí quería golpearlo.

—¿Quieres que te diga lo que pienso, Zach?

No quería que me dijera lo que pensaba, pero dije:

—Sí, claro. —Pero era un claro de estilo jódete.

Me lanzó la misma sonrisa crítica que yo le daba.

—Bueno —empezó—, esto es lo que tengo. Creo que amas a Rafael. Creo que
quieres que sea tu padre.

No dije nada por un rato, luego mascullé:

—Tengo un padre.
Adam se quedó en silencio por un largo tiempo. Estaba pensando y pensando. Podía
verlo. Aunque estaba molesto con él, podía ver que la estaba pasando mal. No sabía de
qué iba eso.

—¿Has hablado con tu padre desde que llegaste aquí?

Negué con la cabeza.

—¿Por qué no? —susurró. Parecía como si tuviera mucho cuidado, lo cual me
confundía.

—No lo sé —respondí.

Y entonces solo nos miramos por un rato.

—¿Tu padre está vivo? —pregunté. Tenía esta expresión, era una suave y amable.
Solo lo miré a los ojos… y entonces solo les di la espalda—. No lo sé —mascullé. Luego
empecé a llorar. No sabía por qué.

Adam no dijo nada, solo me dejó llorar. Luego dije:

—Bien. Iré. Iré a ver a Susan. Lo haré. Podemos dejarlo.

Él sonrió. Dios, su sonrisa me destrozaba.

—No tienes que hacer nada que no quieras.

—Dije que iría.

—Suenas molesto.

—No estoy molesto. No lo estoy. Solo necesito un cigarrillo.

Adam sonrió. Miró el reloj.

—Aún tenemos veinte minutos. ¿Algún sueño?

—Sí. —Miren, estaba feliz por no estar hablando sobre la Respiración. Estaba feliz
por no hablar sobre Rafael. Estaba feliz por no estar hablando sobre mi padre—. Sí,
siempre tengo sueños.

—¿Quieres hablar sobre estos?

—Sí, claro —repliqué.

Ambos reímos. Dios, ese Adam nunca cedía.


—Soñé con el monstruo de Rafael.

—¿El monstruo de Rafael?

—Sí, estaba en mi sueño.

—¿Qué estaba haciendo el monstruo?

—Pasaba el tiempo.

Adam me dio una mirada que decía que era un sabelotodo.

—Yo tenía miedo.

Él asintió.

—Yo también tengo pesadillas —confesó.

—¿Algún monstruo? —Sonrió—. Supongo que podrías decir eso.

Me gustaba la sonrisa de Adam. Era real. Y luego le pregunté:

—Es en serio, Adam. ¿Alguna vez has tenido un monstruo?

Él me miró, su rostro estaba serio. Muy, muy serio.

—Sí, Zach, he tenido monstruos.

Y en ese momento entendí la parte de ser sincero. Es decir, Adam era mi terapeuta y
era sincero. Tenía razón sobre Rafael, odiaba que tuviera razón. Sí amaba a Rafael y me
preguntaba por qué me había molestado tanto cuando me preguntó si lo amaba. ¿Por
qué me enfadé? Sí quería que él fuera mi padre. Pero verán, así de arruinado estoy,
algunos días quiero que Rafael sea mi padre y otros días quiero que Adam sea mi padre.
Bien, sí, sé que estos pensamientos constituyen un comportamiento poco saludable.

3
Unas pocas noches después, Rafael estaba trabajando en un cuadro en nuestra
habitación. Él tenía todos estos suministros de arte que había comprado en la tienda de
arte en una de nuestras salidas semanales. El tipo sabía lo que hacía. Era paciente y podía
sentarse por horas trabajando en sus cuadros. Nunca había visto a nadie concentrarse así.
Por lo que le pregunté:
—Cuando pintas, ¿qué pasa por tu cabeza?

—No estoy seguro, Zach. Pintar, para mí, es sobre no pensar. Cuando empiezas con
un cuadro… —Se detuvo e hizo una mueca—. Cuando yo empiezo a trabajar en un
cuadro. —Ambos reímos. No podíamos dejar de reír. Me refiero a que de verdad
estábamos riendo. Y empecé a pensar que toda la cosa de verdad no era divertida, pero
estábamos riendo porque estaban todos estos sentimientos dentro de nosotros y no
siempre sabíamos qué hacer con estos sentimientos que eran como nudos que debían ser
soltados, por lo que a veces solo, bueno, reíamos. Así soltábamos nudos.

Y entonces Rafael dijo:

—Verás, pintar, a veces, es como reír. No es solo la cosa técnica. No es solo la


plomería. Es decir, puedes aprender a dibujar y no ser un artista. Puedes memorizar la
tabla de colores y no ser un artista. —Asintió—. Sí, creo que eso es verdad. Para mí.
Mira, no soy un artista, Zach. Solo tengo este caos dentro de mí y no puedo vivir en ese
caos. Intenté beber. He intentado muchas cosas y la mayoría me estaba matando.

Me acerqué a él y contemplé su cuadro. Había un monstruo reptando en el fondo y


había tantas cosas en el cuadro, cosas como libros y un campo de cultivos y el rostro de
un hombre que parecía ser tan grande como Dios y llamas en el cielo y letras rotas que
parecían querer ser palabras. Era como música, como la trompeta del Sr. García.

—Rafael, ¿duele?

—Duele como un infierno.

—¿Entonces por qué lo haces?

—¿Puedo decirte algo?

—Dime cualquier cosa. —Me refería a que me dijera todo. Y quería gritar que a veces
leía su diario. Se sentía muy mal no poder decirle. Es decir, y si decidía que me odiaba.
Yo me odiaría si fuera él, de verdad que sí. Es decir, yo era yo y me odiaba. ¿Por qué él
no me odiaría también?

—He sentido dolor casi toda mi vida. Intentaba fingir que no era así. Incluso creí mi
propia mentira. He vivido toda mi vida intentado evitar el dolor, Zach. Esa es una forma
terrible de vivir. Ya no me importa si duele.

—¿Alguna vez dejara de doler?

—No lo creo, Zach. Si estoy trabajando en un cuadro y no duele, entonces el cuadro


no importa. Y si no importa, entonces no es real… entonces yo no soy real.
—¿Pero por qué tiene que doler?

—No lo sé. —Y entonces puso esta expresión y supe que estaba pensando, por lo
que esperé a que dejara de pensar porque sabía que quería decirme algo—. Tengo una
nueva teoría —confesó—, y la teoría es esta: si desarrollo una gran capacidad para sentir
dolor, entonces también estoy desarrollando una gran capacidad para sentir felicidad.

Cuando dijo felicidad, sonrió. Y era un de estas sonrisas reales, no una de sus sonrisas
para aclararse la garganta.

Estaba confundido. Las palabras dolor y felicidad pisotearon en mi cabeza. Eran


palabras en los trozos de papel en el suelo de mi cerebro. No sabía qué pensar de esos
trozos de papel.

—¿Rafael?

—¿Sí?

—¿Todos tenemos monstruos?

—¿Quieres saber mi teoría?

—Claro.

—Creo que son las otras personas las que nos dan monstruos. Tal vez Dios no tiene
nada que ver con esto.

—Es decir, como tu tío.

—Sí, como mi tío. ¿Y tú, Zach? ¿Quién te dio tus monstruos?

—No lo sé.

—Creo que sí lo sabes.

—No me gusta pensar en eso.

Rafael se quedó en silencio por un rato. Siguió trabajando en su cuadro. Toda esa
emoción cruda en su rostro me destrozó. Volví a mi lado de la habitación y pensé que tal
vez era momento para empezar a trabajar en mis propios cuadros. Pero pintar era como
hablar. No estaba seguro de querer hacer eso.

Y entonces Rafael dijo:

—Sabes, Zach, creo que a veces nos enamoramos de nuestros monstruos.


¿Cómo sabía que… yo había pensado eso mismo?

—Sí, supongo. —Y entonces solo escupí—: Mañana iré a ver a Susan.

Rafael dejo de pintar y me miró.

—Bien por ti, Zach.

—De verdad no quiero ir.

—No tengas miedo.

—No lo tendré.

No creo que Rafael me creyera. Seguí pensando que a veces Dios sí daba un
monstruo. Y cuando Dios te daba un monstruo, bueno, entonces se suponía que lo
tuvieras por siempre. ¿Cómo estaría bien deshacerse de un monstruo que Dios te daba?
¿Cómo podías odiar lo que Dios te daba? Pero la cosa es que tenía que descifrar qué
quería el monstruo. Tal vez esa era la llave para todo el misterio… descifrar qué
demonios quería mi monstruo antes de que me hiciera trizas.

4
Dos noches después, hubo otra tormenta. El viento estaba destrozando la noche. Me
desperté y escuché. Rafael estaba despierto. No sé cómo lo supe, pero podía sentirlo. A
él le gustaba escuchar las tormentas… igual que a mí. Finalmente me levanté y miré por
la ventana. Estaba nevando. De nuevo. Volví a la cama y seguí escuchando. Imaginé
cómo sería ser el viento. Pensé en la tabla que Adam había escrito en la pizarra. Si yo
fuera el viento, podría tener el control. Estaba tan despierto como un pájaro mañanero.
Sí. Al final decidí levantarme y fumar un cigarrillo.

—Ponte tu abrigo —susurró Rafael.

—Lo haré —afirmé. Algunos días no podía soportar su interés.

Mientras salía al frío, sonreí. Me gustaba el aire frío en mi rostro. Me gustaba cómo
me hacía sentir. Cuando llegué al pozo del fumado, encendí un cigarrillo. Inhalé el humo
en mis pulmones y cerré mis ojos y pensé en Susan. Escuché su voz: Bien, Zach, puedes
cerrar los ojos o puedes dejarlos abiertos. Solo respira hondo, solo sigue mis indicaciones. Escuché mi
respiración, lo escandalosa que era y también su suavidad. Sí, todo había sido tan
extraño, la cosa de la Respiración, y lloré. La necesidad de llorar había sido demasiada,
muy fuerte como para contenerla y solo gemí y mis labios temblaron y, después, cuando
al fin dejé de llorar, Susan susurró: Bien, solo relájate por el resto del día. Sé bueno contigo mismo.
Y quiero que escribas en tu diario. Todo se había sentido tan raro, incluso mientras lo escribía
en mi diario como si las palabras fueran agua y esta estuviera saliendo hacia la página y
solo seguía escribiendo mamá, papá, Santiago, mamá, papá, Santiago una y otra vez. Tres
páginas y no me podía detener.

Encendí otro cigarrillo y reí. Aquí estaba en el pozo del fumado a media noche, en
media tormenta, fumando cigarrillos y recordando. Ya no podía decidir si recordar era
algo bueno o malo. ¿Y si recordar no hacía nada? ¿Y si me quedo así por siempre?

Me gustaba el frío justo entonces.

Me gustaba estar sobrio.

Me gustaba no tener burbon fluyendo dentro de mí.

Y, por un momento, solo un pequeño y diminuto momento, me sentí vivo y casi


libre. Era raro sentir ese ataque de felicidad. Era extraño y hermoso. Mucho mejor que la
cocaína.

Encendí otro cigarrillo y noté que alguien caminaba hacia el pozo del fumado. Aún
antes de ver su cara, supe que era Sharkey.

—Hola —saludé.

—Hola, maldito —replicó.

Reí y ambos reímos en el frío.

—Estamos locos —comentó.

—Sí, estamos locos.

—Pero estoy realmente loco —confesó—. Rafael tuvo que despertarme de nuevo.
Estaba caminando dormido. Estaba a punto de salir por la puerta en mi maldita ropa
interior. Ese Rafael. Es como un perro siempre en alerta.

—Me gustan los perros —indiqué.

—A mí también. —Encendió un cigarrillo—. Rafael estará bien —agregó—. Creo


que de verdad estará bien.

—También lo creo —mascullé—. Sharkey, cuando seas mayor, ¿lo entenderás?


—¿Entender qué?

—Cualquier mierda que se supone que debamos entender.

—Diablos, nunca seré tan mayor como Rafael.

—Cincuenta y tres, bueno, eso no es tanto, no de verdad.

—Bueno, no viviré hasta los cincuenta y tres.

Eso me entristeció, pensar en que Sharkey creía que no viviría tanto. Eso me puso
muy triste y entumecido. Y entonces volví a escuchar la voz de Sharkey:

—¿Qué hay de nosotros, Zach?

—No lo sé.

—¿Quieres que te diga la verdad?

—Sí —admití.

—No creo que vayamos a estar bien. No creo tenerlo en mí.

—Eso no es verdad —señalé.

—Es verdad, Zach.

—Pero estás haciendo todo este trabajo.

—No lo creo, Zach.

—Entonces habla con Adam —repliqué—. Adam te ayudará.

—¿Qué hará Adam?

—Hablar contigo. Te ayudará.

—No. Para Adam solo soy un trabajo. No soy nada más que eso.

—Eso no es verdad.

—Es verdad, Zach.

—Le importamos.

—A él le pagan para que le importemos.

—Oh, como si fuera a ser millonario con nosotros.


—Oh, ¿entonces ahora eres su gran amigo? ¿Qué ha hecho Adam para ti, Zach?

—Él intenta ayudarme.

—Oh, ¿entonces recibe todo este crédito extra porque está haciendo su trabajo?

Eso de verdad me enfadó. Sharkey estaba en un espacio malo y se estaba desquitando


con Adam. Y eso me enfadaba mucho.

—No importa —mascullé—. Lo que Adam siente por mí y por ti y si le agradamos o


no… no importa.

—No sabes de qué demonios hablas, amigo.

—Sí, lo sé. —Estaba pensando en Rafael. Estaba pensando en la trompeta del Sr.
García—. Esta es mi nueva teoría, amigo. Es lo que yo creo que importa. Es lo que yo
siento.

—Bien, Zachy, ¿qué piensas? ¿Qué sientes?

Quería decirle que amaba a Adam y que amaba a Rafael y que también lo amaba a él.
Y eso era lo que de verdad importaba. Pero eso no fue lo que dije. El amor era otro
secreto que mantenía. Otro secreto que nunca diría en el grupo o a nadie. Pero al menos
me lo decía a mí mismo. Decírmelo a mí importaba.

—¿Sabes qué siento? —continué—. Tengo ganas de otro cigarrillo.

Él rió. Ambos reímos.

Fumamos otro cigarrillo y nos quedamos en el frío.

Odiaba el invierno.

Sharkey estaba metido en sus pensamientos; y yo, en los míos. Esta noche estaba
pensando mucho en el amor. No era bueno estar enamorado de la noche.

5
Sharkey y yo volvimos a la Cabaña 9 en la nieve. Cuando entramos, Rafael estaba
despierto y escribiendo en su diario. Él nos miró y saludó. Se veía pequeño y no podía
decidir si se veía como un viejo pequeño o un chico. Esa era una cosa extraña que
pensar, pero eso fue lo que entró en mi cabeza. Me pregunté qué estaba escribiendo.
Apuesto que era algo muy hermoso. Y el pensamiento de que me gustaría ser las palabras
que Rafael escribía entró en mi cabeza. Volvía a esa cosa de trozos de papel y me
pregunté sobre mis propios pensamientos extraños.

Mientras estaba en mi cama, esperé a que Rafael dejara de escribir y apagara las luces.
Sharkey ya estaba dormido y girando y murmurando cosas. Sharkey nunca descansaba.
Tal vez Dios no escribió “Descanso” en su corazón. Me puse a pensar en cosas. Se
suponía que durmiera, pero no era así. Estaba soñando algo o estaba del todo despierto.
De cualquier manera, había mucha acción en mi cabeza. Estaba escribiendo en la pizarra
de mi cerebro:

Ya no quiero soñar con sangre.


Ya no quiero vivir en la noche.
Ya no quiero que sea invierno.
Quiero ser el café en los ojos de Rafael.
Quiero ser el azul en los ojos de Adam.
Quiero ser la risa de Sharkey.
Quiero que Rafael viva.
Quiero que Sharkey viva.
Quiero vivir. Yo.
Quiero ser la música del Sr. García. Vivo. Yo.

6
Despierto de mi sueño.

En el sueño, estoy a un lado de la calle.

Estoy ahí acostado como un perro que ha sido golpeado por un auto.

Me puedo ver ahí acostado.

Sigo queriendo despertar, el yo que está a un lado de la calle. Sigo pensando que el yo
al lado de la calle está muerto. Me digo que me levante, que me levante. Y luego escucho
la voz de Rafael.

—¿Estás bien, Zach?

No estoy bien.
No sé qué significa estar bien. Nunca he sabido y tal vez nunca lo sabré.

Bien no es una palabra que use por lo que no tendré que hablar sobre lo que hay
dentro. Bien es una palabra que significa que mantendré mis secretos.

Hay algo dentro de mí que me está matando.

Hay algo dentro de mí que quiere dejar que lo que sea que me está matando haga su
trabajo. Creo que podría caminar a la noche y aullar como un coyote, aullar para que el
monstruo me pueda encontrar y hacer lo que quiera conmigo. Creo que podría dejar que
la tormenta me trague.

El monstruo y la noche y la tormenta… son lo mismo.

Me quieren muerto.

—¿Estás bien, Zach?

El monstruo. La noche. El invierno.

El monstruo, la noche, el invierno… me quieren muerto.

—¿Zach?

—Solo fue otro sueño. —Eso es lo que me escuché susurrar.

Desearía ser un chico. Desearía que Rafael fuera mi padre y que pudiera abrazarme y
cantar para mí y ahuyentar el monstruo.
Recuerdo
Corregido por belisrose

Adam me mira con sus ojos azules que me ven sin verme.

Hoy sus ojos parecen tener partes verdes. Como las hojas de verano. Creo que es raro
pensar eso porque afuera hace tanto frío y el cielo es tan oscuro. Pienso en los ojos
negros del Sr. García, los cuales eran más oscuros que cualquier noche, pero de alguna
forma aún podía ver el cielo ahí, en sus ojos negros y creo que, si tan solo la noche se
viera como los ojos del Sr. García, entonces nunca le volvería a tener miedo a la noche.
Y pienso en los ojos cafés de Rafael que siempre parecen sonreír cuando me mira y en su
suave voz. Intento pensar cuál color tienen mis ojos y no lo recuerdo. Sé el color de los
ojos de Adam. Sé el color de los ojos de Rafael. Sé el color de los ojos del Sr. García. No
sé el color de mis ojos. Me pregunto cómo sería ser Adam o el Sr. García o Rafael. Pero
soy yo. E incluso cuando crezca seguiré siendo yo. Pienso en lo que dijo Sharkey, que
nunca viviría hasta tener la edad de Rafael y me pregunto si yo viviré. ¿Viviré? ¿Viviré?
¿Viviré?

Adam me sigue observando.

—Zach, ¿estás bien?

Al final me obligo a hablar.

—Sí.

—¿A dónde fuiste?

—Estaba en mi cabeza.

—¿Qué estabas pensando?

No quiero decirle, pero le prometí que no tendría secretos, aunque no le he dicho


sobre leer el diario de Rafael.

—Estaba pensando en el color de ojos —respondí.

—¿Qué hay con ellos?

Me encojo de hombros.

—¿En los ojos de alguien en particular?


—Los tuyos y los del Sr. García y los de Rafael.

Adam me mira con una pregunta en su rostro.

—¿Y qué hay de nuestro ojos? —pregunta—. ¿Los míos y los del Sr. García y los de
Rafael?

Me encojo de hombros.

—Me gustan —replico.

Adam sonríe.

—¿Por qué?

—No lo sé. Solo me gustan.

—¿Es porque todos te vemos?

No quiero llorar, por lo que no lo hago.

—Supongo —mascullo.

—¿Nos amas, Zach?

No sé por qué preguntó eso. No voy a contestar. No lo haré. Por lo que le hago una
pregunta propia.

—¿De qué color son mis ojos?

—¿Por qué preguntas?

—No recuerdo de qué color son.

—¿No lo recuerdas?

—No me gusta verme a mí mismo.

—¿Por qué no?

Creo que él ya tiene una respuesta.

—Supongo que no me gusta lo que veo.

Tiene una expresión rara en su rostro y luego empieza a pensar. Se levanta de su silla.

—Sígueme —indica. Lo sigo hacia el baño. Hay un espejo. Se queda detrás de mí y


pone sus manos en mis hombros y me señala en el espejo.
—¿De qué color son tus ojos, Zach?

—Son de un color extraño —respondo.

—Son avellana —indica—. A veces se ven oscuros y cafés y a veces se ven verdes y
muy brillantes. —Sonríe—. Hoy se ven verdes.

Me miro a mí mismo.

—Verdes —repito. Pienso en las hojas de verano. Pero sé que es invierno.

—¿Qué ves? —pregunta Adam.

Giro mi cabeza.

—No quiero verme —mascullo.

—Bien —murmura—. ¿Pero puedes decirme por qué?

—Duele —aclaro.

Adam parece triste, como si tal vez quisiera llorar.

—¿Duele verte a ti mismo?

—Sí.

Volvemos a su oficina. Estoy feliz de que no haya espejos ahí.

—¿Quieres que te diga lo que veo, Zach, cuando te veo?

—Sí —contesto, pero tengo miedo de su respuesta.

—Veo a un joven quien intenta recordar quién es. Veo a un joven quien sufre mucho
dolor. —Él tiene esta expresión amable en su rostro—. ¿Alguien alguna vez te ha dicho
que eres un joven atractivo?

Sacudo la cabeza.

—¿Por qué alguien querría decirme eso?

—No pregunté eso, Zach.

—Bien —murmuro—. No lo recuerdo.

—Estoy inventando algo en mi cabeza justo ahora, Zach. ¿Quieres saber qué es?

Asiento con la cabeza.


—Creo que la razón por la que pensabas en mis ojos y en los del Sr. García y en los
de Rafael es porque entiendes lo que nuestros ojos te están diciendo.

—¿Qué me dicen tus ojos?

—Nuestros ojos te dicen que eres un joven atractivo.

—No digas eso —farfullo—. Nunca digas eso.

Y luego estoy llorando. Lloro y lloro y no puedo dejar de llorar. Y finalmente me


obligo a detenerme y a sentarme con la cabeza baja. Y luego escucho a Adam decir:

—Zach, mírame.

Y lo hago. Lo miro.

—Te veo, Zach. ¿Lo entiendes? Te veo.

Asiento. Pero no estoy seguro.

Y entonces escucho a Adam preguntarme:

—¿Cuándo fue la última vez que alguien te dijo que te amaba?

—No lo recuerdo —respondo—. Solo no lo recuerdo.


El motivo por el
que odio el
invierno
Corregido por belisrose

1
Sharkey contó su historia esta mañana.

He estado pensando en todo lo que pasó en el grupo durante el día. Fue realmente
salvaje. Me refiero a que salvaje es la única palabra visitando mi cabeza justo ahora. Se
siente como si fuera un pasajero en un auto que va más y más rápido y luego miro y no
hay nadie en el asiento del conductor. Y sé que voy a chocar. Y ahí está, la mitad de la
noche y no puedo dormir y está tan frío afuera que no puedo soportar la idea de caminar
directamente hacia el aire congelado hasta el pozo del fumado por un cigarrillo. Por lo
que me quedo aquí con la voz de Sharkey dentro de mí. A veces tener la voz de alguien
dentro es como tener una bala en el cerebro o el corazón. Escojan. Como sea, se siente
como si pudieras morir desangrado.

Sharkey tenía algo de actitud. Pero creo que empiezo a entender que esa actitud viene
de algún lugar. Es decir, no solo aparece. Y, si yo fuera Sharkey, también tendría una
actitud. Pero la cosa es que estoy de verdad confundido y no sé qué va a suceder.

Cuando Adam dijo “hora de historias” con esa dulce sonrisa suya, me guiñó un ojo,
haciéndome saber que me dejaba pasar. Apartó su mirada de mí hacia Sharkey
directamente a los ojos. Pude ver sus ojos encontrarse por un segundo.

Sharkey estaba sentado como si estuviera listo para escupirlo todo.

—Nací… —empezó Adam.

Sharkey tomó la bola y continuó:


—Nací en Chicago, Illinois, a un par de padres que habrían asustado al mismo
Drácula. —Ese Sharkey lo dejaba alargarse. Él odia a sus padres. Odia a su hermano y
odia a su hermana. Si hubiese más personas en su familia, él también los odiaría. Verán,
él quería jugar béisbol, pero su mamá y papá tenían otros planes. En su lugar tuvo clases
de piano. También tuvo clases de violín—. Sí —agregó—, ya ven, no recibí una familia.
Lo que recibí fue un padre que falló al intentar ser un músico y ahogó sus penas
involucrándose en la banca británica y pasó la mitad de su tiempo en Londres, yendo a
conciertos. Lo que conseguí fue una madre que pasó la mitad de su vida bebiendo
martinis muy secos en restaurantes muy caros con todos sus amigos y amantes a medio
tiempo… algunos no era mucho mayores que yo y la mayoría no eran músicos. Lo que
conseguí fue un hermano y una hermana quienes estaban más enamorados del dinero de
mis padres. Lo que conseguí fue una niñera a la que todos llamaban au pair. Asumo que
se suponía que ella me amaría y enseñaría italiano. Quiero decir, mis padres mandaron a
traer a alguien desde Italia para que me cuidara. Y cuando pedí un perro, mi mamá dijo
“absolutamente no”. Las dos palabras favoritas de mamá eran “absolutamente no”. Lo
que no conseguí fue lo que la mayoría de niños consiguen: padres a los que les importa.
Cuando cumplí ocho, me enviaron a un internado porque rompí un muy exquisito violín
alemán contra el igualmente exquisito piano de mi padre.

Esa imagen apareció en mi cabeza, Sharkey a los ocho años golpeando un piano con
un violín. Tengo la sensación de que el piano costó más que la casa en la que yo vivía. Es
decir, lo único que yo llegué a golpear a los ocho años fue una piñata. Por supuesto,
avancé a los parabrisas. Sharkey y yo pudimos haber golpeado personas, pero no lo
hicimos, por lo que tal vez no éramos tan malos. Toda la vida de Sharkey se convirtió en
una serie de huidas de, bueno, de su nombre. Es decir, el tipo nació como Matthew
Tobías Vandersen IV. Es decir, no se podía inventar esa cosa. Apuesto a que realmente
molestó a sus papás cuando decidió hacerse llamar Sharkey. No lo culpo. Estaba muy
metido en las drogas para los catorce y pasaba toda clase de tiempos en las calles. Por lo
que un día decidió convertirse en un tiburón del billar 2. Es decir, este chico de catorce
años se convirtió en lo opuesto a su familia. Yo pienso que eso es genial. Y así es como
se ganaba el dinero. Tenía que admitirlo, él decidió crear una vida para sí mismo en lugar
de convertirse en lo que sus padres querían para él. Eso me sorprendía de una forma
asombrosa.

—Que se jodan mis padres. —Eso es lo que dijo. Solo que cuando lo dijo, se
derrumbó. Lloró como un bebé. No lo dijo, pero sabía por qué estaba llorando. Verán,
esta es mi teoría: Sharkey lloraba por lo que no había conseguido. Y, ya saben, esta es la
parte más triste, creo que Sharkey no odiaba a sus padres en absoluto. Creo que los

2 Tiburón del billar: persona que gana dinero usando engaño, talento y cohesión en juegos de billar.
amaba con todo su corazón. Lo sé. Era lo mismo conmigo. Lo sé muy bien. Por eso
estamos tan arruinados. Tal vez no estaríamos tan arruinados si no nos importara. Pero
la cosa es: ¿por qué nos importa? Es decir, eso de verdad está muy arruinado. ¿Por qué
debería importarnos cuando a nadie más le importa?

Ya saben, creo que muchas cosas le pasaron a Sharkey en las calles. Cosas malas. Ya
saben, cosas sexuales y cosas violentas. Tiene una cicatriz sobre su ojo derecho. Creo que
eso de verdad lo arruinó.

Y las drogas, mierda; es decir, ese tipo había probado algunas drogas pesadas. Cuando
se recoge las mangas, se pueden ver los rastros de donde se inyectó. Es un verdadero
milagro que haya vivido hasta los veintisiete años. Sharkey debería estar muerto.

Contó esta historia sobre la vez que despertó en una calle en Ámsterdam y cómo no
le importaba y cómo solo quería morir en ese momento y lugar. Es decir, ¿cómo llegó el
tipo a Ámsterdam? El único motivo por el que no murió en las calles es que las
autoridades lo recogieron. Vivió para consumir drogas un día más. Creo que parte de él
desea haber muerto ese día. Es decir, el tipo es rico y, aunque odie a sus padres (los
padres a los que de verdad ama), es un hombre atractivo y, demonios, podría hacer algo
con su vida… no es que yo tenga alguna sugerencia. Bien, entonces quiere estar muerto,
lo entiendo. Puedo ver que su corazón está entumecido. El corazón se puede enfriar
mucho si solo has conocido el invierno. Eso es lo que creo. Es gracioso e irónico y triste
como el infierno que terminara en un grupo llamado Verano. Sin duda el tipo quiere
estar muerto. Verano. Mierda.

Lo entiendo, de verdad. Es decir, es la cosa de sentir, la cosa de las emociones que


empieza a matarte y, cuando ese sentir está en tu estómago y en tus pulmones y en tu
garganta y en tu corazón, mierda, es mejor estar muerto. Entiendo a Sharkey. Es como,
cuando Sharkey estaba contando su historia, todo lo que veía en su rostro era esta
expresión de dolor. Me refiero a verdadero dolor. Y no creo que Sharkey podría soportarlo.
¿Quién demonios es lo suficientemente fuerte como para vivir en el lugar de todo ese
dolor? Rafael puede vivir ahí, pero Rafael, bueno, él no cuenta. Es decir, creo que
cuando cumples cincuenta aprendes a ser más fuerte o más disciplinado. O algo. Tal vez
si vivías lo suficiente con dolor, ni siquiera notas que está ahí. Tal vez es eso. ¿Qué
demonios sé yo?

Pero verán, Sharkey es un tipo inteligente. Logró robarles un montón de dinero a sus
padres.

—La computadora es algo maravilloso —confesó. Rió por eso—. Y ahora, bueno, mi
padre quiere acabar con mi trasero. —Hombre, escuchar la historia de Sharkey me hizo
querer llorar por siempre.
Por lo que después de que Sharkey contara su historia, Maggie le preguntó:

—¿Lamentas haberle robado dinero a tu papá?

—Diablos, no —exclamó Sharkey—. No es como si lo hubiese dejado en la quiebra.

—Tal vez ese no es el punto.

Hombre, Sharkey de verdad lo perdió.

—Sé a dónde vas con eso, Maggie. En serio. Pero me está enfadando mucho.

—No pretendía hacerte enfadar, Sharkey, es solo que…

Sharkey no la dejó terminar.

—Sí, esto es lo que creo que dices, Maggie. Vas a ese lugar de responsabilidad-
personal-por-toda-la-mierda-que-hemos-hecho, ¿no es así?

—¿Estamos aquí para eso? —preguntó Kelley.

Kelley estaba en la escuela de especialidad y siempre hablaba sobre “ser responsable


por tu propio discurso”. ¿Discurso? ¿De qué demonios estaba hablando?

Sharkey estaba muy enfadado.

—No sé por qué demonios estamos aquí, si quieres saber la verdad. —Le lanzó a
todo el grupo esta mirada.

—Estamos aquí para ser sanados. —Sheila estaba metida en eso de la sanación—. Y
no podemos ser sanados si no nos hacemos responsables de nuestras cosas.

Adam solo nos miraba. Él nunca se metía a menos que sintiera que tenía que hacerlo.
Ya saben, era como si supiera cuándo meterse y cuándo dejarnos a cargo de nuestras
sesiones. Lo estaba entendiendo. Sí, bueno, llevaba aquí lo suficiente como para entender
muchas cosas.

Sharkey se quedó en silencio por un rato.

—Miren, preferiría pasar cien años en prisión a decirle a mi padre que lo siento.
Además, no es verdad. No lo lamento. Y si estamos aquí para ser honestos, bueno, ya
llegué, joder. Nadie me puede hacer lamentar robar dinero de tipo que se ha hecho pasar
por mi padre los últimos veintisiete años. y eso es lo que él quiere, él quiere que diga
“papá, perdón por estar tan arruinado, perdón por hacerte daño, perdón por ser tan mal
hijo”. ¿Por qué tengo que ser un buen hijo y él puede ser un mal padre?
Y entonces Lizzie, quien había tenido un historial casi tan privilegiado como el de
Sharkey, dijo:

—No creo que debas lamentarlo, Sharkey.

Eso hizo que Sharkey sonriera.

—Pero la cosa es, odiamos…

Adam lo detuvo ahí.

—Yo odio.

—Sí, yo odiaba el mundo de mis padres. Lo odiaba. Y aun así me aproveché de todas
las cosas que su mundo podía comprarme. No lo sé, creo que quería las dos cosas.

—Sí, bueno, no necesito el dinero de mis padres. Y pueden quedarse con su estilo de
vida.

—¿Entonces por qué robaste su dinero? —Adam no dejaría esto ir.

—No fue porque lo necesitara.

—¿Entonces por qué? —Adam no apartó su mirada de Sharkey.

—Para joder a ese HDP.

Adam tenía esta expresión firme en su rostro.

—Sí, bueno, ¿qué si terminabas en prisión? ¿A quién joderías, Sharkey?

—Ser Sharkey es vivir en una maldita prisión. ¿Qué diferencia hay en donde esté
viviendo? ¿Crees que me importa si voy a prisión? ¿Crees que me importa vivir en las
calles? Cualquier lugar es mejor que vivir con mi padre. Eso es lo que él quiere. Quiere
que viva en su casa, que siga sus reglas, que me vista como él, que hable como él, sí, sí,
quiere que sea Matthew Tobías Vandersen IV. Yo digo “joder, no”. Pero si digo sí, sí, sí,
entonces obtengo todo su dinero. No hay nada como convertir tus hijos en mercenarios.
¿Crees que necesito su dinero?

—¿Entonces por qué tomar un poco si no lo necesitas ni lo quieres?

—Tomé un poco porque él lo amaba. ¿Y qué ama más? Esa cosa verde. —Sharkey
rió, pero parecía como si estuviese a punto de llorar.

Rafael lo observó.
—¿Sharkey? —Sus ojos y voz eran suaves.

—Sí —susurró Sharkey.

—Te mereces algo mejor. Te mereces algo mejor que lo que él te dio. Lo sabes, ¿no,
Sharkey? Sí sabes que mereces algo mejor.

Había lágrimas cayendo por el rostro de Sharkey.

—Que se jodan —exclamó. Apareció esta expresión dura en su rostro, esta expresión
que decía “Que se jodan. Que se jodan todos”. Y entonces solo se levantó y salió de la
habitación.

Todos nos miramos entre nosotros.

—¿Se puede hacer eso? —pregunté—. Es decir, ¿no deberías ir detrás de él?

Adam negó con la cabeza.

—Olvidó su abrigo. Está lloviendo. —Empecé a levantarme y a seguirlo.

—Conoces las reglas, Zach. Todos conocemos las reglas. No se deja el grupo. Si dejas
el grupo, entonces hay consecuencias.

—Pero…

—Mira, él solo necesita algo de tiempo. —Adam miró al grupo—. Todos tenemos
que aprender a lidiar con las cosas. Todos nosotros. Ya lo hemos hablado. Todos tienen
que hacer cosas por su cuenta. Pero no hacemos eso de rescatar aquí. Lo hemos hablado.

De verdad quería que Adam se jodiera.

—¿Pero no se supone que hagamos algo?

—¿Qué, Zach? ¿Qué se supone que hagamos?

—Traerlo de regreso al grupo.

Adam sacudió su cabeza.

De verdad odiaba a Adam. Lo odiaba.

No recuerdo qué pasó durante el resto de la sesión. Solo miré el suelo y, cada vez que
escuchaba un sonido, pensaba que era Sharkey volviendo a la habitación. Pero él nunca
volvió.
Cuando el grupo acabó, todos nos reunimos en un círculo como hacíamos siempre.
Nos poníamos en círculo y nos tomábamos de las manos y decíamos la oración de la
serenidad. Estaba junto a Adam y tenía que sostener su mano. Cuando iba saliendo, vi a
Adam caminar hacia su oficina y grité:

—¡Oye, Adam!

Él me miró.

Yo caminé hacia él.

—Tengo un secreto —confesé—. Y sé que no se supone que tengamos secretos.

—Bien —murmuró—. ¿Quieres contarme tu secreto?

—Sí —admití—. Mientras sostenía tu mano en el círculo, quería romperla. —Le


lancé una sonrisa y me alejé.

—Hablaremos luego —llamó.

—¿Sobre qué? —pregunté. Y entonces solo empecé a gritarle—. ¿Sabes cuál es tu


maldito problema? Sigues esperando que actúe como un adulto. Genial. ¡Malditamente
genial! Quieres que actúe de forma madura y así como Rafael, pero nunca pude ser un
niño y ahora quieres que salte a la adultez. Bueno, ¡no sé cómo demonios nadar,
hombre? Te odio. Te odio. ¿Lo entiendes? —Y sé que estaba llorando de nuevo y estaba
realmente cansado y harto de esas lágrimas que siempre marcaban mi rostro y arruinaba
mi visión perfecta. Y de repente, me sentí caer al suelo y supe que me había tropezado
con algo y solo me quedé ahí arrodillado llorando e intentando levantarme. Y Adam
estaba frente a mí con su mano estirada.

—Tómala —indicó—. Es mi mano. Tómala. Puedes romperla si quieres.

2
Sharkey solo desapareció. No podía encontrarlo en ningún lugar. No estaba en la terapia
de arte y no estaba en el almuerzo y solo no estaba en ninguna parte.

Fui a una sesión de respiración con Susan en la tarde y fue muy raro. Por ninguna
razón, recordé un sueño en medio de mi respiración. Mi hermano y yo estábamos en un
auto y él me estaba diciendo cuánto lo lamentaba por lo que había hecho. Tenía un arma
y seguía jugando con esta. Me apuntaba con el arma y luego se apuntaba a sí mismo y
seguía diciendo “de tín, marín, de don, pingüé”. Y luego disparaba el arma… y yo
empezaba a gritar.

Susan seguía diciendo:

—Está bien, está bien, concéntrate en tu respiración, estás bien. —Y sentía sus
manos sobre mí y sus manos se sentían como las alas de un ángel.

Luego de la sesión, le dije que nunca iba a estar bien. Ella me sonrió y dijo:

—No tienes idea de cuán valiente eres. —Pero sabía que no era valiente. Ni siquiera
sabía deletrear la palabra—. ¿Está bien darte un abrazo?

A veces los terapeutas creían que los abrazos eran buenos. No sé qué pensar sobre
eso. Los abrazos, ya saben, no son algo que hacemos en nuestra familia.

—Claro —acepté—. Eso sería bueno.

Ella sonrió y pude ver su envejecido rostro y ella peinó mi cabeza con sus dedos y me
dio un abrazo.

—Déjalo ir —susurró—. Déjalo ir, chico valiente. Déjalo ir.

Cuando salí, el sol había salido, pero estaba frío. El cielo se veía salvaje como si otra
tormenta estuviese por llegar desde las montañas. Miré las partes azules entre las nubes
negras. Así me sentía, como el cielo, frío y tormentoso y oscuro. Cuando volví a la
Cabaña 9, noté que faltaban todas las cosas de Sharkey. Abrí su armario y estaba vacío…
como si nadie hubiera estado ahí.

Fuera. Solo así, en un instante. Desaparecido.

Podía sentir mi corazón y supe que era pánico. Eso es lo que era. Conocía esa
sensación como si mi corazón estuviera a punto de hundirse en un frío y vacío océano.
Odiaba esa sensación, la sensación de que tal vez no podría reparar o de que tal vez algo
muy malo me iba a pasar. ¿Sharkey? ¿Dónde estaba? ¿Dónde? ¿Por qué? Acababa de contar su
historia y hacía el trabajo y todo parecía estar bien con él y estaba escribiendo en su
diario y llevaba treinta días sobrio y ahora ya no estaba y ¿para qué fue todo y por qué
había venido aquí si todo lo que iba a hacer era irse sin terminar el trabajo? Seguí
inhalando y expirando. Respira, Zach. Respira, Zach, respira.

Corrí al pozo del fumado, pero él no estaba ahí. Le pregunté a Jodie si lo había visto.
Ella tomó una calada de su cigarrillo.
—Se fue, Zach. —Parecía triste. Le agradaba Sharkey. Se juntaban luego de la cena
todo el tiempo y se hacían reír.

—¿Se fue? —Solo la observé.

—Sí. Debió haber pedido un taxi porque se subió en uno hace una media hora.

—¿Dijo algo?

—Te veo en las calles.

—¿Eso dijo?

—Sí, dijo eso. Estaba sonriendo. Sharkey tiene una gran sonrisa.

—¿Pero cómo lo pudieron dejar irse?

—No te pueden obligar a quedarte, Zach.

—¿Por qué no?

—Así no es como funciona.

—Pero, él… —Me detuve. No sabía ni qué iba a decir.

—¿Él qué, Zach?

—Aún no está bien.

—Nunca lo estará, Zach. Ninguno de nosotros lo estará.

Ella solo me miró y tomó otra calada de su cigarrillo.

—¿Entonces para qué es todo esto, Jodie?

—Dios, solo eres un niño.

—Jódete, Jodie. —Solo dije eso antes de alejarme.

Dios, quería algo de burbon. Quería un poco con mucha fuerza. Mucha, mucha
fuerza. Caminé alrededor como un gato nervioso. Hombre, estaba nervioso. La ansiedad
me tenía todo confundido y juro que iba a enloquecer por completo. Seguí mordiendo
mis uñas, no es como si tuviera algo. Empecé a mordisquear mis nudillos. Dios, nunca
había estado tan confundido. No sabía qué me estaba pasando. No lo sé, caminaba por
los terrenos como un loco. Y luego, de repente, sentí una mano en mi hombro y esa
mano me asustó. Cerré mi puño y me giré. Me encontré mirando los ojos cafés de
Rafael. Mi puño iba dirigido hacia él.

—¿Estás bien? —Odiaba que sus ojos cafés fueran tan suaves.

—No, no estoy bien. ¿Estaría en este lugar si estuviera bien?

—¿Qué pasó?

—¿Qué pasó? La maldita vida pasó, Rafael. Eso pasó.

Él dejó su mano en mi hombro.

Aparté su mano.

—¿Quieres decirme qué pasó?

—Sharkey se fue.

Las noticias golpearon a Rafael como un puño contra el estómago. Podía verlo. Pero
solo se quedó inmóvil.

—Eso me entristece —susurró.

—Él iba a lograrlo. Iba a lograrlo, Rafael. ¿Y ahora qué le pasará?

—No hay nada que podamos hacer, Zach.

—¿Por qué demonios no?

—No podemos vivir las vidas de otros por ellos, Zach, lo sabes.

—Adam solo lo dejó irse.

—No era la decisión de Adam.

—Que Adam se joda.

—Esto no es culpa de Adam. No hagas eso, Zach. Esto es sobre Sharkey. Sharkey no
pudo manejarlo.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—Yo tampoco puedo manejarlo.

—Sí, sí puedes.
—No, no puedo. Ya no quiero estar aquí.

—Caminemos —indicó. No sé por qué, pero caminé con él. No dijimos nada. Solo
caminé a su lado.

Y luego, mientras caminábamos, señaló un árbol.

—¿Ves ese árbol? —Era un ciprés delgado, todo doblado.

—Sí, lo veo.

—Es mi árbol favorito.

—No es un árbol muy genial —mascullé.

—Eso es. Eso es exactamente. Es como yo. El viento le dio una paliza cuando era
pequeño. Nunca pudo enderezarse de nuevo. —Medio me sonrió—. Pero, Zach, no
murió. —Parecía que tal vez quería llorar. Pero no lo hizo—. Está vivo.

—Tal vez debió haberse rendido.

—Ese árbol no sabía cómo hacerlo. Solo sabía cómo vivir. Doblado. Encorvado. Los
árboles altos lo hacen ver más enano. Le di un nombre, ¿sabes?

Estaba esperando qué le preguntara cómo lo había nombrado, pero decidí que no
quería preguntar.

—Zach —susurró—. El nombre del árbol es Zach.

—Alto —exclamé—. ¡Solo detente! —Sabía que estaba empezando a llorar y estaba
harto, harto, harto de esas malditas lágrimas tristes que tenía dentro de mí. ¿Cómo podía
tener tantas lágrimas viviendo ahí, en mi cuerpo? ¿Cómo cabían? ¿Cuándo se iba a
detener? ¿Cuándo?

Solo nos quedamos sentados, Rafael y yo. Nos quedamos sentados por un largo
tiempo. Luego escuché la voz de Rafael y su voz me estaba haciendo una pregunta.

—Amas a Sharkey, ¿no?

Asentí.

—Yo también lo amo.

—¿Entonces por qué no se mejoró?

—El amor no siempre salva a las personas.


—¿Entonces para qué es bueno?

Rafael sonrió, luego rió… pero creí que su risa era más como llanto.

—Si supiera la respuesta a esa pregunta, entonces sería Dios.

Nos quedamos sentados hasta que anocheció. Empezó a nevar de nuevo.

Caminamos de regreso a la cabaña en silencio. No quedaban palabras viviendo en


nuestro interior.

3
Por lo que estoy acostado intentando descifrar este día.

Simplemente no puedo descifrarlo.

Todo es un nudo.

Puedo escuchar el viento afuera.

Me pregunto si Sharkey está ahí afuera en algún lugar, caminando, drogado por
completo. Lo único que el invierno no puede matar es al monstruo.

El monstruo vivirá por siempre.


Recuerdo
Corregido por belisrose

Cuando desperté esta mañana, había una nota en mi escritorio:

Zach,

Me dijiste que recordar era el monstruo. Creo que estás equivocado. Creo que olvidar es el monstruo.
Solo quería decirte eso.

Amor,

Rafael

Observé la nota. Y luego solo observé la palabra amor. Estaba intentando recordar si esa
palabra había estado dirigida para mí en algún momento. No podía recordarlo. ¿Eso era
porque tenía amnesia o porque nadie nunca me había dicho que me amaba?

Tal vez para ser amado hay que tener algo escrito en tu corazón que le diga a las otras
personas algo bueno sobre ti. Tal vez no hay nada bueno sobre mí. Tal vez no hay
monstruo. Tal vez yo soy el monstruo. Tal vez eso es lo que Dios escribió en mi corazón:
“Monstruo”. Dios y yo nunca seremos amigos. Nunca.

Tomé una ducha y todo pareció ir en cámara lenta. Mientras caminaba hacia el pozo
del fumado, las personas me saludaron:

—Buenos días, Zach.

Sí, buenos días.

En el pozo del fumado seguí esperando ver a Sharkey.

Pero él se había ido.


Cómo puedes vivir
cuando no sabes
cómo cantar?
Sigo pensando sobre la canción que estaba escribiendo cuando solía drogarme con mis
amigos. ¿Qué está mal conmigo? ¿Por qué querría escribir una canción? Ni siquiera sé
cómo cantar. Ni siquiera creo que tenga una canción dentro de mí. Pero tiene que haber
algo más que pesadillas dentro de mí.
Cuando Rafael dejó
de cantar
Corregido por florpincha

1
La Cabaña 9 era mucho más silenciosa sin Sharkey. También el pozo del fumado.
Sharkey tomaba un montón de espacio. Supongo que me gustaba eso de él. Ahora solo
había más espacio vacío en el mundo en el que vivía. Dos días después de que Sharkey se
fuera, estaba acostado en mi cama. Pensando en mi sueño. Todo lo que puedo recordar
era el rostro de mi hermano. Él debió haber estado en mi sueño. No sé por qué, pero
deletreé su nombre en el aire. El aire puede tener muchas cosas. Pero no podía tener el
nombre de mi hermano.

Me senté en mi cama y estudié la familiar habitación. Rafael había puesto uno de los
dibujos de Sharkey en la pared. Era un dibujo de un chico en llamas tocando el piano.
Rafael le había dicho que era un hermoso dibujo.

—Imagina a un joven que pudiera dibujar algo tan hermoso. —No creo que Sharkey
estuviera escuchando lo que Rafael le estaba intentando decir.

Caminé hasta el escritorio de Rafael y observé el cuadro en el que estaba trabajando.


Era un autorretrato en diferentes tonos de azul. Su cabello estaba un poco raro y él
estaba llorando. Era el cuadro más triste que había visto nunca. Solo lo observé por un
largo tiempo. Creo que buscaba todas las cosas que entristecían a Rafael. Pero había
tantas cosas en el mundo que podían entristecer a un tipo. La lista era como este
invierno: continuaba por siempre.

Luego mis ojos cayeron sobre el diario de Rafael. Estaba justo ahí. Lo había visto
escribir la noche anterior. Siempre escribía algo, aunque fueran unas pocas líneas.

Luego descubrí mis manos temblando. Era como si solo lo hubiese encontrado ahí.
Leí las palabras que había escrito en la portada: ¡Y aquí estoy en el centro de toda la belleza!
Escribiendo estos poemas. Era de un poema. Me había leído ese poema. Me dijo el nombre
del poeta, pero no lo recordaba. Él rió cuando leyó el poema.
—Está siendo irónico y sincero al mismo tiempo. —Entendí eso. Rafael se habría
llevado bien con el Sr. García. Se habrían entendido a la perfección.

Rafael tenía tantas palabras dentro de él. Supongo que solo tenía que vaciarlas de vez
en cuando. Al inicio creí que solo iba a observar las palabras, ya saben, como si fueran
pinturas en las paredes de un museo. No iba a leer las palabras de verdad. Solo las iba a
observar. Pero eso no fue lo que pasó. Sabía que estaba mal. Mi corazón latía con fuerza,
pero no podía evitarlo. Solo no podía. Pasé hasta la última entrada:

Acabo de terminar mi primer autorretrato. No creo que pretendiera pintarme. Solo pasó. No es que algo
solo pasa. Adam cree que todo sucede por una razón. Pienso que puede tener razón sobre eso. El
problema es que la mayoría de nosotros somos muy perezosos o estamos muy asustados para pensar en
todas las razones, por lo que las cosas “solo pasan”.

De verdad no sé qué estaba pensando cuando empecé a pintar. Pero entonces noté que había pintado
un rostro. Y era yo.

A los cincuenta y tres tal vez es hora de pintarme a mí mismo. Ni siquiera tuve que mirarme en el
espejo. No que lo piense, nunca he disfrutado de mirarme en el espejo. A veces duele jodidamente
demasiado mirarte, ver en lo que te has convertido. Mirarme. Ver en lo que me he convertido.

Solo me quedé ahí sentado y me pinte de memoria, intentando recordar cómo me veía. Es extraño, la
forma en que las manos y los dedos recuerdan. Toman un pincel y pintan y recuerdan y tu rostro aparece
en la página en blanco para la acuarela.

Tal vez solo intento reinventarme o recrearme. Tal vez solo trabajo en otra pieza de ficción. Soy
bueno para la ficción.

Esto es lo que me estoy diciendo justo ahora: Este eres tú. Rafael, este eres tú. Intento decirme quién
soy. Me perdí en algún lugar. Y eso es algo muy triste. Perderte es triste y me rompe el corazón.
Malditamente triste y malditamente angustioso. Perderte no es como perder la llave de tu casa. No es
como perder un par caro de lentes oscuros o incluso la única copia del mejor guion que hayas escrito.

He hablado mucho conmigo mismo últimamente. Eso no me molesta mucho. Tengo la sensación de
que intento hacerme existir al hablarme. Intento escuchar.

Es hora de que empiece a escuchar mi propia voz.

A veces me descubro riendo.

A veces me descubro llorando.


El viernes en la noche estaba en una reunión de AA y estaba en la parte de atrás y empecé a llorar.
No me molesté en pensar el motivo. Solo lo deje pasar. Lo mejor sobre una habitación llena de
alcohólicos es que las personas demuestran sus emociones todo el tiempo. Llorar es el menor de los
problemas.

Por eso en mi autorretrato estoy llorando. Tal vez ese no es mal lugar para empezar.

Quería quedarme sentado y embriagarme de la escritura de Rafael. Eso era lo que de


verdad quería hacer. Miré alrededor de la habitación, como hacen las personas culpables
cuando están robando algo. Regresé el diario. Tengo que dejar de hacer esto, tengo que dejar de
hacer esto.

Estaba empezando a entender lo que Adam quería decir sobre el comportamiento


adictivo.

Tomé una rápida ducha. Seguí pensando sobre la idea de hacerme existir al hablar
conmigo mismo. Me preguntaba si eso era posible. No sabía cómo hacer eso. Tal vez
Rafael tampoco lo sabía. Él parecía más triste que nunca y me pregunté si de verdad iba a
mejorar. Pero, al menos, estaba intentando llegar hasta lo que sentía. Tal vez podía
hacerlo porque se sentía tan cómodo con las palabras. Es decir, él trabaja con estas. Eran
sus herramientas de cambio. El Sr. García siempre me había dicho que yo también era
bueno con las palabras. Me sentía inarticulado… y leer el diario de Rafael, no sé, me hizo
sentir más inarticulado.

Pero no era como si las palabras nos sanaran. ¿Qué había de bueno en las palabras de
Rafael? ¿Qué había de bueno en las palabras de Adam? ¿Qué había de bueno en las
palabras de alguien? Seguí pensando en lo que dijo Jodie: “Ninguno de nosotros estará
bien”. El pensamiento de que tal vez Sharkey había perdido su fe en las palabras entró
en mi cabeza. ¿Quién podría culparlo?

En mi camino hacia el pozo del fumado, pasé por el laberinto. Vi a Rafael


recorriéndolo. Sus pisadas eran cuidadosas y deliberadas y me pregunté qué pasaba por
su cabeza. Lo observé por un rato. Estaba escondido detrás de unos árboles. Supongo
que no quería que nadie supiera que lo estaba observando. Me sentía estúpido. ¿Por qué
me estaba escondiendo? ¿De quién me estaba escondiendo? A veces me odiaba.

Vi a Adam caminando hacia mí. Fingí actuar normal… aunque no sabría qué es
normal ni aunque me mordiera en mis parte privadas.

Lo saludé con la mano.


Él me devolvió el saludo.

Mientras me pasaba, se detuvo y dijo:

—Hoy habrá un nuevo tipo. Acaba de llegar esta mañana. Tú y Rafael tendrán un
nuevo compañero.

—Genial —farfullé. Pero debió haber algo en mi voz porque Adam no siguió
caminando.

—¿Quieres decirme qué significa ese genial?

Me encogí de hombros.

—No estás teniendo un buen día, ¿no?

—No quiero un compañero nuevo, eso es todo.

—¿En dónde sugieres que pongamos al nuevo tipo?

—De verdad no me importa.

—¿De qué va esto, Zach?

Adam amaba preguntar eso. Odiaba todas las preguntas que tenía dentro de él.

—No está bien —admití.

—¿Qué no está bien?

—¿Y si Sharkey vuelve?

Adam no dijo nada. Solo, bueno, solo estaba pensando.

—¿Puedes venir a verme hoy?

—Como si tuviera un lugar al cual ir.

—Luego del grupo. Tengamos una sesión. Tú y yo.

—Sí, bien.

—¿Sigues enfadado conmigo?

—Como si importara.

—Tal vez.
Creo que le di una sonrisa críptica.

—Te veo en el grupo —me despedí.

2
Me dirigí al pozo del fumado. Jodie estaba ahí fumando una tormenta. Me gustaba la
forma en la que sostenía su cigarrillo. De verdad le gustaba fumar. Fumaba como si su
vida dependiera de eso. Bueno, demonios, ella era una verdadera adicta. Jodie tenía un par
de personas viviendo dentro de sí. A veces, esas personas aparecían. Cuando una de esas
personas aparecía, yo parecía un conejo asustado que acababa de escuchar un rifle
dispararse. No podía lidiar con eso. Adam decía que era bueno conocer nuestros límites.
Aceptarlos. Claro, aceptar, aceptar, aceptar. Deseo que Adam se saliera de mi cabeza. Le
sonreí a Jodie. Sabía por su expresión que las dos personas dentro de ella estaban lejos
hoy.

—Hola —saludé.

—Hola a ti —replicó—. Te estoy dando un abrazo justo ahora.

—No hay toque —observé.

Ella rió.

—Puedo abrazar chicos hermosos con mis ojos. Lo sabes, ¿no?

—Hay muchas cosas que puedes hacer con los ojos —mascullé.

—Excepto tener sexo.

—Nada de hablar de sexo —indiqué—. Todos tenemos un contrato.

—¿Quién necesita sexo? —comentó—. Todo lo que necesito es café y cigarrillos… y


un nuevo terapeuta. —Ella odiaba su terapeuta. Había tenido dos. Dijo que le encantaría
tener a Adam. Dijo que Adam era “agradable a la vista”. Sabía a qué se refería. Pero tenía
la sensación de que tampoco le gustaría tener a Adam como terapeuta. Era demasiado
rebelde. Eso era lo que me agradaba de ella.

Ambos reímos.

—¿Ya desayunaste?
—No tengo hambre.

—Tienes que comer, cariño.

—No quiero.

—Termina esa cosa.

Tomé una calada de mi cigarrillo.

—Estás actuando como una madre —indiqué—, obligándome a desayunar.

—No te estoy obligando a hacer nada. Además, podría usar algo de maternidad.

—¿Lo crees?

—Sí, sí lo creo.

—¿Entonces ahora eres parte de mi terapia?

—Claro que sí, cariño. ¿Nadie te dijo que todos somos parte de la terapia de los
demás?

—Tal vez por eso estamos tan arruinados.

—Puede que tengas razón sobre eso, cariño.

Cariño. Cariño. Me gustaba que Jodie me llamara cariño.

—Linda sonrisa —comentó—. Muy dulce. Vamos, acaba eso y vamos a ver si hay
algo emocionante en la cafetería. —Siempre había alguien actuando o haciendo de las
suyas o teniendo una crisis o llorando o demostrando sus emociones o gritando o algo.
El desayuno parecía un buen momento para dejar salir las emociones. Jodie decía que en
este lugar las emociones eran como Frisbees: las personas solo las tiraban todo el día
como si estuvieran en el parque.

Mi teoría era que los conflictos en este lugar eran imposibles de evitar. Cuando tienes
a un montón de personas con problemas en un gran grupo, bueno, van a existir muchas
explosiones. A Jodie le encantaba ver las explosiones. Yo no lo sé. Medio me
avergonzaba de ver a las personas comportarse poco saludables de forma tan pública.
Me gustaba mantener mis comportamientos poco saludables para mí. Ya saben, como
leer en secreto el diario de Rafael. O como beber burbon solo.
Cuando Jodie y yo entramos en el comedor, Rafael estaba sentado leyendo el
periódico. Tenía una forma de ignorar la conmoción. No es que no fuera muy social,
pero a veces, bueno, solo quería leer el periódico. Jodie y yo nos sentamos a su lado.

—¿Qué hay de nuevo?

Rafael levantó la mirada y le sonrió a Jodie.

—El mundo se está despedazando. Eso dice aquí. —Señaló los titulares. Eso nos
hizo reír.

Jodie levantó la mirada, sus ojos revisaron la sala. Es decir, ella amaba estudiar a los
demás clientes. Eso era lo que éramos: clientes. Me pregunté por qué no éramos pacientes.
Sharkey decía que éramos clientes porque podíamos irnos en cuanto quisiéramos.

—Los pacientes no se pueden ir; los clientes, sí. —Sharkey tenía una respuesta para
todo.

Jodie me empujó y señaló a Hannah con su barbilla y la llamó.

—¿Dónde está el bus?

—¿Cuál bus?

—El que te golpeó el trasero. Te ves horrible.

Eso me hizo reír. Hannah se sentó a mi lado y me miró. Rafael solo siguió leyendo.

Hannah estiró la mano y tiró del periódico.

—¿Qué hay sobre las noticias que tanto te gustan?

—Hay un mundo ahí fuera, Hannah. ¿Alguien te ha dicho eso? —Rafael le sonrió.

—El mundo casi me mató.

—Oh, ¿entonces es el mundo el que te está arruinando por dentro?

Hannah le lanzó a Rafael una sonrisa falsa.

—Deberías sonreír más.

—Estoy trabajando en eso.

—¿Cuál era tu bebida favorita?


Hannah estaba medio coqueteando con Rafael. Era evidente. Pero, bueno, de una
buena forma. Es decir, podía ver que le gustaba.

—¿Planeas invitarme a un bar?

Ella tocó su sien.

—En mis sueños, cielo.

—Vino rojo —contestó Rafael.

—¿Qué clase de vino rojo?

—Siempre como un buen cabernet.

—¿Alguna vez le diste a las cosas fuertes?

—El Manhattan ocasional. ¿Qué hay de ti?

—Martinis muy secos. Unos diez por noche.

—¿Cómo sabías cuán secos eran?

Hannah y Jodie empezaron a reír.

Hannah sacudió su cabeza.

—Dios, extraño tomar. Lo extraño jodidamente.

—Yo también —confesó Jodie—. A veces solo quiero gritar.

—Yo también —admití. No sé por qué dije eso. No es que no fuera verdad. Sí, quería
gritar, joder.

Hannah estudió mi rostro.

—Tengo un hijo de tu edad. —Su voz se volvió muy suave y eso me destrozó porque
ella podía ser ruda. Me dio un toque en la mejilla—. Ya sé, nada de tocar. Nada de tocar.
—Ella rió—. Burbon. ¿No era esa tu bebida?

—Sí —respondí.

—Espero que no lo vuelvas a tocar. —Luego empezó a llorar—. O terminarás peor


que nosotros. —Ella respiró hondo—. Este lugar me pone triste. Dios, todos estamos
tan tristes.
—Eso no es verdad —replicó Rafael—. Solo estamos lidiando con las cosas, eso es
todo.

—Eres un hombre dulce. —Jodie tenía una sonrisa torcida.

—¿Lo soy?

Rafael sonrió. Y justo en ese momento se veía viejo y cansado y supe que estaba
pasando por algo y quería preguntarle sobre eso. Él tenía que lograrlo. Alguien tenía que
lograrlo. Rafael parecía que podía ser el indicado. Sharkey se había rendido.

Rafael tiene que lograrlo. Por favor, Dios, por favor. Le estaba rezando a un Dios con el que
no me llevaba bien.

3
Podía notar que el grupo sería diferente. No sé qué era, pero la cosa de la ansiedad me
estaba visitando de nuevo y se estaba poniendo cómoda. Tenía la necesidad de irme.
Desensibilizarme. Desasociarme. De verdad quería hacer eso. Pero estaba intentando
mantenerme concentrado.

Sharkey se había ido y seguí observando su silla. Él siempre se sentaba en la misma


silla. El tipo nuevo, Amit, estaba llenando su papeleo, por lo que Adam dijo que no
estaría en el grupo. Sheila y Maggie estaban enfermas; Kelley… nadie sabía dónde estaba
ella.

A veces, solo se aislaba, no quería estar cerca de nadie, ver a nadie o hablar con nadie.
Sabía cómo era eso. Por lo que solo éramos Rafael, Lizzie, Adam y yo. Adam le entregó
la tarjeta de Registro a Rafael. Rafael la tomó. Hoy no sonrió. Él siempre sonreía, incluso
cuando se sentía mal. Pero no hoy.

—Soy Rafael. Soy un alcohólico.

Y todos dijimos:

—Hola, Rafael. —Él hizo una pausa por un momento, luego miró la tarjeta, después
la dejó abajo.

—He mantenido un secreto —admitió. Adam no dijo nada. Solo esperó—. Maté a mi
hijo.
Adam puso esta expresión seria. Pude ver sorpresa… luego se fue.

—Cuando dices que mataste a tu hijo, ¿a qué te refieres, Rafael? —Su pregunta era
suave, no como una interrogante.

Rafael tenía sus ojos pegados al suelo.

—Tenía siete… —Se detuvo y golpeó su pecho con suavidad. Siguió golpeándose.

—Respira —indicó Adam—. Solo respira.

Rafael respiró hondo. Dentro y fuera. Inhalar. Exhalar. Era como si yo estuviera
respirando con él.

—Rafael, está bien. Toma tu tiempo. Puedes hacer esto.

—No puedo.

—Sí puedes. Rafael, puedes.

Rafael asintió, luego cerró sus ojos. Habló en un poco más de un susurro.

—Estaba conduciendo. No estaba prestando atención. Estaba pensando en el guion


que estaba escribiendo. Tenía a mi hijo en el auto y no mantuve mis ojos en la calle.
Entonces, de repente, algo golpeó el auto y se resbaló fuera de control y luego… no sé.
Todo estaba dando vueltas y… Joaquín gritó, gritó… y lo próximo que recuerdo es que
desperté en una habitación de hospital. Y seguí preguntando por Joaquín. ¿Joaquín?
¿Joaquín? ¿Dónde está Joaquín? Supe por la expresión de mi esposa que él estaba… —Se
detuvo. Era como si no pudiera decir la palabra “muerto”. Solo no podía.

»Mi esposa, ni siquiera tuvo que decir las palabras. Me mató. Tenía siete años y lo
maté. —Seguía susurrando “Joaquín” entre sollozos. Y seguía golpeando su pecho y era
más como un animal herido que un hombre. Y lo odiaba, verlo así y estaba
endemoniadamente destrozado y no podía soportarlo. Joaquín, Joaquín, Joaquín. No lo sé,
era como si él se hubiese dejado ir y no quedara más que su dolor, y ahora estuviera
viviendo en ese dolor. Todo él, su corazón, su mente y su cuerpo, y luego, cayó de
rodillas y siguió golpeándose, miré a Adam y mis ojos le pedían a Adam que lo detuviera
y, no sé, solo tomé la mano de Lizzie y pude ver lágrimas corriendo por sus mejillas y
quería que todo se detuviera.

No sabía que el dolor en un hombre podía sonar así. Era la canción más triste del
mundo. Y sabía que Rafael estaba roto, que había caído y llegado hasta el fondo de un
hoyo oscuro y me pregunté si tenía lo necesario para volver a salir.
Y entonces vi a Adam estirar su mano hacia Rafael y levantarlo del suelo. Se levantó y
volvió a sentarse en su silla. No sé cuánto tiempo lloró Rafael. Todo el mundo había
quedado en silencio y no había nada en todo el universo excepto por el sonido de un
hombre rompiéndose en dos. Y, al final, Rafael se quedó en silencio e inmóvil. Sabía que
se había ido y ahora intentaba volver. Se estiró hacia la caja de pañuelos que siempre
estaba en el centro del círculo. Respiró hondo, luego miró a Adam.

—No podía contarlo.

Miró al suelo y luego volvió a mirar el rostro de Adam.

—No he mencionado su nombre desde el funeral. Once años. —Él me miró—.


Tendría dieciocho. —Me dio una sonrisa torcida.

Quería decir: “Seré tu hijo si quieres. Lo seré. Seré un buen hijo”. Pero no dije nada.
Solo intenté sonreírle de regreso.

—Mi vida se destruyó cuando murió. Era adoptado. Mi esposa no creo que de verdad
quisiera pasar por toda la adopción. Pero lo hizo. Supongo que podía ver cuánto quería
tener hijos. Creo que sabía que lo amaba más que a nada en el mundo. Ella se sentía
ignorada. Ella era ignorada. Cuando murió, ella lo superó. Creo que la odiaba por
superarlo. Ella me odiaba por no superarlo. Ella también sufrió, pero no podía vivir en
toda esa tristeza. Yo solo bebí. Luego de un año, me dejó. Pero yo la había dejado
mucho antes de eso. No me perdono.

Las lágrimas de Rafael eran como pequeños ríos. Y entonces, Adam hizo algo que
nunca lo había visto hacer. Tomó la mano de Rafael y la sostuvo. Luego solo lo miró. Lo
miró directamente a los ojos.

—Creo que puedes perdonarte. Creo que sabes que ya es hora.

Rafael miró el suelo, pero Adam no soltó su mano.

—Solía cantarle cuando era bebé. Todo el tiempo. Dejé de cantar el día que murió.

Había lágrimas cayendo por el rostro de Adam. Esa era la primera vez que veía a
Adam como un hombre, como un ser humano. Antes de ese instante, solo lo había visto
como mi terapeuta. Solo era un tipo cuyo trabajo era ayudarnos. Ayudarme. Pero era más
que eso. Todos en el mundo eran más de lo que había imaginado. Me sentí pequeño y
estúpido. Todos nos quedamos sentados en silencio, los cuatro. Y al final Adam soltó la
mano de Rafael y asintió hacia mí y Lizzie.

—¿Qué se les ocurre? ¿Zach? ¿Lizzie?


—Fue un accidente —declaró Lizzie.

Rafael asintió. Él quería creer. Pero no lo hacía. No del todo. Casi.

Adam me miró, una pregunta en sus ojos.

—Quiero recordar —admití. Ni siquiera sabía que iba a decir eso—. Creo que el
monstruo se irá si recuerdo. Es como… —Me detuve y miré a Rafael—. Es como tú
diciendo el nombre de tu hijo. Duele. Pero ya no está pegado en tu interior.

Rafael me sonrió. Juro que era la sonrisa más hermosa del mundo.

Y luego me escuché decir:

—No te odies más, Rafael. Por favor, no te odies.

4
Luego del grupo, me senté en los escalones afuera de la oficina de Adam y lo esperé. Me
pregunté de qué hablaban él y Rafael. Por alguna razón, recordé la conversación durante
el desayuno. Cuando Jodie dijo que tenía un hijo de mi edad, y Rafael hizo una mueca.
Casi como si alguien lo hubiese golpeado en el estómago.

Ahora sabía por qué había hecho una mueca. Ahora sabía por qué era tan amable
conmigo.

Porque tenía la edad de su hijo.

Creí que Rafael tal vez no me veía a mí.

Tal vez, todo lo que él veía al mirarme era a su hijo.

Ese pensamiento me destrozó. Verán, esa era la cosa sobre mi mamá y mi papá. Creo
que la mayor parte del tiempo no me veían. Mamá y papá no se veían ni a sí mismos. No
había pensado en ellos en un largo tiempo, me pregunté por qué.

Escuché la voz de Rafael mientras se abría la puerta.

—Tu turno —anunció. Estaba sonriendo y el sol había salido y ya no hacía frío
afuera. No hoy. Se sentó a mi lado. No dijo nada—. ¿Estás bien? —preguntó luego de
un rato.
—Sí, supongo. ¿Qué hay de ti?

—Estoy bien, Zach. De verdad que sí. —Respiró hondo, la contuvo y luego exhaló—
. Dios, a veces deseo seguir fumando. —Rió.

Creo que se estaba riendo de sí mismo. Él hacía eso mucho, reírse de sí mismo. Creía
que eso era algo bueno. Ya saben, un comportamiento saludable.

—¿Alguna vez has estado en una tormenta de verano en el desierto, Zach?

—Sí —respondí.

—Solo aparecen, como tú… el viento y los truenos y los rayos, y la lluvia empieza a
caer. Y crees que el mundo se va a acabar. Es un momento sobrecogedoramente
apocalíptico. Y entonces, solo así, se acaba. Y el mundo vuelve a estar calmado. Y el aire
huele a limpio y nuevo. Y, al olerlo, quiero estar vivo de nuevo.

—Sí, así es —observé.

—Así es como me siento, Zach. Como el desierto luego de una tormenta.

5
Adam estaba al teléfono con su puerta abierta. Me indicó que me sentara. Cuando cortó
la llamada, asintió y preguntó:

—¿Cómo te va, amigo?

A él le gustaba la palabra “amigo”. A mí también.

—Estoy algo sorprendido —admití.

—¿Te refieres a lo que pasó en el grupo esta mañana?

—Sí. Ese fue un gran secreto que Rafael mantuvo.

—Sí. Sabes, esto de los secretos, sé que ustedes creen que solo es una mierda, pero
los secretos los están matando. Por eso está en la lista. Deben dejarlos salir. De verdad
los están matando. A todos. —Luego me miró—. Tienes muchos secretos de los que no
hablas.

—Supongo.
—¿Cuándo los dejarás salir?

—No soy tan valiente como Rafael.

—Asumo que eres tan valiente como es posible.

Quería decirle que Dios no había escrito “Valiente” en mi corazón.

—Me das mucho crédito.

—No te das suficiente crédito, Zach. Nunca lo has hecho. Sabes, fue hermoso, lo que
le dijiste a Rafael, que no se debía odiar. Deberías seguir tu propio consejo.

—Sí, claro —mascullé.

Adam me lanzó una sonrisa altanera. Conocía esa sonrisa suya.

—Dijiste que querías recordar.

—Así es.

—Voy a hacerte una pregunta, Zach.

—Claro.

—¿Por qué no has preguntado sobre cómo llegaste aquí? ¿Cuánto ha sido, sesenta
días?

—Cincuenta y tres días.

—Cincuenta y tres días y aún no has hablado sobre cómo llegaste aquí.

Lo miré en blanco.

—Tu primer día aquí me dijiste que no sabías cómo habías llegado. Y desde entonces
no has preguntado. Nunca has preguntado quién está pagando por tu estadía aquí.
Nunca has preguntado por qué tienes dinero en tu cuenta, el dinero con el que compras
cigarrillos y tu jabón y champú y crema de afeitar y todas esas cosas. —Se detuvo, casi
como si no estuviese seguro, pero entonces mostró esta expresión determinada—. Y
nunca has preguntado por tu familia.

De repente me sentí entumecido. Ya saben, me sentí como uno de esos parabrisas


que solía golpear. No podía hablar. No sabía qué decir.

—¿Zach?
Adam me estaba mirando, estudiándome. Le devolví la mirada. Sé que tenía una
pregunta en mis ojos. Él también tenía una respuesta.

—Adam, no quiero saber.

—¿No quieres saber o tienes miedo de saber?

—Te dije que no era valiente.

—Eres valiente, Zach. ¿No te dije una vez que ya has sobrevivido lo peor? Estás aquí.
Estás vivo. Ya has sobrevivido todas las cosas malas.

—No estoy vivo —alegué.

—Sí, lo estás.

—No siento nada. Odio sentir. Te lo he dicho.

—Pero sí sientes, Zach. Cuando no fui detrás de Sharkey, estabas furioso conmigo.
Asumo que la razón por la que estabas tan enfadado conmigo era porque amas a
Sharkey. Y amas a Rafael. Vi la expresión en tu rostro esta mañana cuando Rafael estaba
hablando sobre su hijo. Me miraste y creí ver esta expresión. Asumo que querías que
detuviera su dolor. Querías que Rafael estuviera libre de dolor y querías que yo lo hiciera.
¿Cierto?

—Sí, algo así.

—No puedo detener su dolor, Zach. Pero lo amas. Amas a Rafael. Puedo verlo. Eso
es algo hermoso. Eso es sentir, Zach.

—Duele como un infierno, Adam.

—Sí, así es, amigo.

—Lo odio.

—Pero el amor no tiene que doler siempre, Zach. ¿Nadie nunca te dijo que el amor se
puede sentir bien?

Nadie me había dicho nunca nada sobre el amor. Nada. Ni una palabra.
6
Amit, nuestro nuevo compañero de habitación, tenía piel color chocolate y ojos negros.
Era un tipo algo grande y muy similar a Sharkey de varias maneras. Le gustaban las
cosas. Tenía un montón de lentes de sol y relojes y cosas. Y muchos tipos diferentes de
zapatillas deportivas y mucha ropa. Tenía como treinta e, igual que Sharkey, ocupaba
mucho espacio. Rafael seguía sonriendo y sabía por qué estaba sonriendo. Estaba
pensando lo mismo que yo: este tipo ya se estaba apoderando de la Cabaña 9. No es que
a ninguno nos importara. Amit no hablaba mucho. Parecía un poco lejano. Estaba
leyendo un libro y Rafael trabaja en otra pintura y, tan pronto como Amit terminó de
guardar sus cosas, metió un paquete de cigarrillos y salió.

—Supongo que las personas aquí solo vienen y van —indiqué.

—Nadie viene para quedarse, Zach.

—Supongo que no. —La idea de que tal vez Rafael no se quedaría mucho más se me
metió en la cabeza. Tenía esta sensación. Ya sabes, era como él dijo, se sentía como un
desierto luego de una tormenta.

Y luego se me metió esto. Ya saben, cuando se fuera, ¿qué iba a hacer yo? Y yo,
¿cuánto me iba a quedar? Eso de la ansiedad me estaba llegando de nuevo. Mierda.

Me levanté de la cama, dejé el libro y me acerqué para ver qué pintaba Rafael. Era una
luna justo en el centro del cielo nocturno. Y estaba dibujando una figura a la izquierda de
la luna.

—¿Qué va a ser eso?

—Un coyote.

—¿Por qué un coyote?

—Un coyote aúlla. Es su forma de cantar.

Pero el coyote no parecía estar aullando. Miré de cerca, Rafael no había acabado con
el coyote, pero parecía como si fuera a saltar por el aire. Ya saben, como si estuviera
feliz.

—Lo lamento por Joaquín —musité. Me senté en la silla junto a su escritorio como
siempre hacía cuando quería hablar con él.
—Creo que él es uno de los motivos por los que vine. Para dejarlo ir. Su recuerdo es
uno de mis monstruos. Hermoso Joaquín. Ya no puedo cargar todo eso dentro de mí,
Zach. —Creo que sabía qué intentaba decir—. Anoche no podía dormir. Estabas
teniendo una pesadilla. Hablabas con Santiago. Seguías diciendo “no lo hagas, no lo
hagas”. Fui y me senté en tu cama. ¿Y sabes qué hice, Zach? Canté.

—¿Cantaste?

—Canté, Zach.

—Pero dijiste que habías dejado de cantar luego de que Joaquín muriera.

—Hasta anoche.

—¿Qué cantaste?

—Una canción, solía cantársela a Joaquín.

—¿Me la cantaste?

—Sí. Y te calmaste y quedaste en silencio. Supongo que pensé que estabas a salvo de
nuevo. Y luego me levanté y me vestí y fui al árbol que nombré Zach. Y me quedé ahí y
canté. Canté esa canción y juro que sentí como si esa canción estuviera saliendo de mi
corazón como fuego.

Miré los ojos de Rafael y susurré:

—Cántala.

Era como si Rafael hubiera visto algo en mis ojos. O tal vez escuchó algo en mi voz.
Por lo que lo hizo, cantó…

Una de estas mañanas,


vas a levantarte cantando,
entonces extenderás tus alas
y te irás volando.

Pero hasta esa mañana,


no hay nada que te haga daño
con papá y mamá a tu lado.
Juro que Rafael parecía un ángel. Recordé el día que el Sr. García tocó su trompeta
para mí. La pieza que tocó había sido lo más hermoso que había escuchado nunca. Hasta
ahora. Y supe que Rafael había encontrado una forma de dominar a su monstruo.

Supe en ese momento que Rafael se iría.

Quería mantenerlo.

Quería que se quedara por siempre.

Quería que me enseñara a cantar esa canción.

¿Cómo puedes vivir cuando no sabes cómo cantar?


Recuerdo
Corregido por florpincha

No puedo dormir.

Rafael acaba de regresar de dejar a Amit en la cama. Es sonámbulo como Sharkey.


Rafael es como un perro alerta. Es el centinela de la Cabaña 9.

Repaso una lista en mi cabeza de todas las cosas por las que estoy preocupado. Estoy
preocupado por Sharkey. Estoy preocupado porque no lo vaya a lograr. Estoy
preocupado por mí, por lo que voy a hacer cuando Rafael se vaya. Lo escuché hablando
por el teléfono luego de la cena. No sé con quién estaba hablando, pero lo escuché decir
que volvería a casa en una semana, más o menos. Hogar. Esa era una palabra extraña.
No había pensado en esa palabra en una largo tiempo.

Este es el pensamiento que tengo en mi cabeza justo ahora: Adam sabe qué me pasó.
Sabe cómo llegué aquí. ¿Entonces por qué no me lo dice?

Ya sé la respuesta a esa pregunta.

Estoy luchando conmigo mismo. Sé que lo estoy. Un minuto quiero recordar. Al


siguiente quiero vivir en la tierra del olvido. Un minuto quiero sentir. Al siguiente quiero
no volver a sentir nada nunca más. Un minuto quiero aprender a cantar. Al siguiente
quiero odiar a Rafael por recordarme que hay canciones en el mundo.

Me estoy dando una paliza.

Vivo en un espacio entre el día y la noche.

Quiero moverme. Quiero quedarme inmóvil.

Quiero dormir. Y quiero quedarme despierto.

Quiero ser amado. Y quiero estar solo.

Sé que estoy mejor porque ahora puedo nombrar las cosas. Puedo ubicarme en el
mapa del mundo. Puedo. Puedo hablar sobre mí conmigo. Puedo ser honesto sobre las
cosas. Pero no quiero pensar en mi mamá, o mi papá, o mi hermano.

Sé que algo malo pasó.

Pienso que un recuerdo puede matar a alguien.


Despierto. Miro el reloj. Son las cuatro de la madrugada. Me levanto y enciendo la
lámpara del escritorio. Saco mi libro de dibujo. No he dibujado nada desde que llegué
aquí. No sé por qué, pero tengo que dibujar. Solo tengo que dibujar porque, si no lo
hago, sé que moriré. Solo sé que moriré. La ansiedad está de regreso. Apenas puedo
respirar. Si tan solo dibujo, podré respirar de nuevo.

Estoy dibujando. El lápiz se está moviendo sobre la hoja en blanco. Puedo ver lo que
estoy dibujando.

Siento como si estuviera fuera de mi cuerpo. Observando. Mi mano se mueve sobre


el papel.

Estoy dibujando. Estoy recordando.


El despertar
Corregido por florpincha

1
Está mañana, sentí una mano despertarme. Luego escuche la voz de Rafael.

—Despierta, Zachariah, es hora.

Dejé mis ojos cerrados.

—Estoy muy cansado.

—Es hora de levantarse.

—A la mierda. Me voy a quedar en la cama.

—No se puede, amigo. Arriba. Vamos. A la ducha.

El hombre no se iba a rendir.

—Bien —cedí—. Y jódete.

—Linda boca. Muy linda boca.

—Es en serio, Rafael. Jódete. ¿Por qué no me dijiste que te ibas a ir? —Me senté en la
cama.

Rafael solo me observó.

—Supongo que ya está despierto.

—Creí que éramos amigos.

—Sí somos amigos, Zach. —Hizo sonar sus nudillos, a veces hacia eso—. Ya se
acabaron mis dudas, Zach. Creí que ya lo sabías. Llevo aquí cincuenta y ocho días. —Me
lanzó una de sus sonrisas, de las que no era claro qué decían—. Cincuenta y ocho
malditos día.

—Linda boca —recalqué.


—Sí, linda boca. Mira, Zach, ya es hora.

—Debiste haberme dicho que te ibas a ir.

—No era un secreto, Zach.

—Jódete.

—A la ducha, niño.

—No me digas niño. Jódete.

Rafael no dijo nada, sólo medio sonrió y me miró. No estoy seguro de qué significaba
su mirada. Lo observé salir de la cabaña.

Me senté en la cama y contemplé el suelo. ¿De qué iba eso de controlar el suelo? ¿Por
qué siempre hacía lo mismo? A veces de verdad me odiaba. Me levanté y observé mi
dibujo. Era una escena de mi vida, la parte de mi vida que había querido olvidar. Pero
ahora estaba recordando. No es que me hiciera sentir mejor, solo me hacía sentir peor.
Sostuve el dibujo en mi mano, luego lo dejé. Tenía la necesidad de romperlo, hacerlo
trizas.

Me pregunté cómo sería sentirse completo, no sentirse destrozado o sorprendido o


confundido o algo así. Me pregunté cómo sería andar por el mundo mirando el cielo en
lugar del suelo directo a las cosas que se arrastran.

Fui a la ducha, pero, al pasar por el escritorio de Rafael, vi su diario. Estaba abierto.
Me acerqué y tomé el diario. Lo sostuve y me dije que tenía que dejarlo y alejarme. Pero
no lo hice, en su lugar observé las palabras y empecé a leer:

Siento como si hubiese estado conduciendo por un largo tiempo… y soy el único pasajero. De verdad
no sé a dónde voy… y el problema es que estoy solo. Estar solo es bueno. Nunca me ha molestado estar
solo, poder, a veces, sólo quiero dejar de viajar hacia donde sea que este camino me lleve. Solo quiero
detener el auto y recordar dónde empezó el viaje y por qué estoy viajando.

Quiero hablar con alguien y pedirle que me indique dónde está el lugar del dolor. Quiero decirle:
"Muéstrame dónde duele". Luego quiero tocarle ahí. Y luego quiero mostrarle dónde me duele a mí.
Dejar que alguien toque donde más duele; si pudiera hacer eso, si tan solo pudiera hacer eso, bueno, eso
significaría que estoy vivo.
Pienso que si puedo tocar el dolor de alguien más y alguien puede tocar el mío, entonces le puede
suceder algo. Algo muy hermoso. No me refiero a que el dolor desaparecería. Es sólo que podría
continuar mi viaje hacia un lugar llamado hogar.

Hogar. Así estaba esa palabra de nuevo.

Observé todas las palabras de Rafael. Dios, tenía este caos dentro de mí. Era como si
todos estos recuerdos tuvieran una revuelta en mi corazón y mi cerebro y tal vez por eso
estaba destrozado.

¿Había una palabra que pudiera salvarme?

Seguí pensando en mi dibujo mientras me duchaba. La idea de que todo había sido un
sueño y de que lo que había dibujado no era una escena de mi pasado entró en mi
cabeza. Solo era un sueño. Solo era otro sueño. Nada era real… excepto las palabras en
el diario de Rafael. Sentí el agua caliente chocar contra mi cuerpo. Golpear no era la
palabra correcta. Golpear era lo que me hacía mi hermano. Golpear era lo que había
hecho con esos parabrisas de los carros estacionados. El agua era suave y mi hermano…
no había nada suave sobre él. Sus puños eran duros, sus ojos eran duros, su voz era dura,
su corazón era duro. Él era la cosa más dura en el universo conocido. En mi universo
conocido.

Cerré los ojos y dejé que el agua me recorriera y me pregunté cómo sería ser tan suave
como el agua, limpiar a las personas, acabar la sed de las personas. Eso sería algo
hermoso, ser como el agua. Y luego todas esas fotografías entraron a mi cabeza: mi
hermano golpeándome, la cabeza de papá sobre la mesa de la cocina, la expresión vacía
de los ojos de mamá, yo recorriendo las calles como un perro herido, yo acostado en la
oficina de Susan, respirando, llorando, Rafael sentado en mi cama y cantando, la voz de
Adam “¿Cuándo fue la última vez que alguien te dijo que te amaba?”

Luego hubo un disparo. Seguía escuchando una voz:

—No, no, no, por favor, Dios no. —La voz era mía.

No sé cuánto tiempo estuve frente al espejo abrazándome a mí mismo. Hoy mis ojos
eran oscuros. Los observé. Adam me dijo que mis ojos eran avellana. A veces se veían
verdes. Verdes, como si tuvieran manchas en ellos. Como el verano.

Hoy mis ojos son oscuros como el invierno.

Miré mi calendario.
Llevaba cincuenta y cuatro días… en este lugar. Cincuenta y cuatro.

Estaba pensando que llevaba aquí toda mi vida.

—¿Qué es eso?

Me giré y vi a Rafael observando mi dibujo. Lo estaba estudiando.

—¿Dijiste algo, Zach?

—Hablaba solo.

—Un hábito que compartes con la mayoría de las personas internadas en este lugar.

Él parecía solo estar metido en esta conversación a medias.

—Esto es maravilloso, Zach. No sabía que eras un artista.

—Era una de las dos clases que amaba.

—¿Cuál era la otra?

—Lengua.

—Ah —murmuró—. El Sr. Garcia.

Lo miré. Me pregunté cómo sabía sobre el Sr. Garcia. Nunca le había contado sobre
el Sr. Garcia.

—Hablas con él en tus sueños.

—No deberías escuchar a las otras personas hablar dormidas.

—Intentaré no hacerlo, solo habla en voz baja, hay personas intentando dormir.

Siguió observando mi dibujo.

—¿Llevarás esto al grupo?

—No lo tenía planeado.

—Tráelo.

—No quiero.

—Hora de historias —indicó.

—Yo no…
Rafael me detuvo de golpe.

—Las personas cuentan sus historias para la segunda semana.

—Lo sé.

—Es hora, Zach.

—Adam me dirá cuando sea el momento.

—Adam no te dirá ni mierda, Zach. Adam no está aquí para decirte qué hacer, no es
un policía. El trabajo que hacemos no es para Adam, Zach, es para nosotros.

—Creí que Adam te agradaba.

—Amo a Adam. Es un hombre hermoso y dotado. ¿Pero qué tiene que ver si me
agrada Adam o no con que cuentes tu historia? Esto depende de ti, hombre. De ti.

Rafael no decía hombre. No era una palabra de Rafael. Cuando decía hombre
significaba que estaba empezando a molestarse.

—No eres un experto en lo que debería hacer.

—¿Y qué? ¿Crees que alguien es un experto? Nadie es un experto en el


comportamiento humano, Zach. Sobre todo en el comportamiento de los humanos
arruinados.

—¿Dices que estoy arruinado?

Me tomó por los hombros y me miró directamente.

—Digo que es el momento, Zach. —Tenía esta expresión seria en sus ojos—. No puedes
solo pasar el tiempo, Zach. No puedes holgazanear. Hay un motivo por el que estás aquí.
—Quitó sus manos de mis hombros.

—No puedo.

—Sí puedes, Zach. —Sonrió—. ¿Quieres que lo intente con la culpa?

—¿Culpa?

—¿Quieres que me vaya de aquí sin haber escuchado tu historia?

—Jódete, Rafael.

—Linda boca.
—Sí, linda boca. —Le di una sonrisa altanera.

Él vio su reloj.

—Tenemos veinte minutos.

—¿Para qué?

—Recorramos el laberinto, tú y yo.

2
No sé qué me hizo seguir a Rafael hasta la entrada del laberinto.

Nos quedamos ahí por un momento. Había algo tranquilo y silencioso sobre el
laberinto. Este siempre me hacía querer susurrar.

—Cierra los ojos —indicó—. Respira hondo… luego abre los ojos y camina. —
Escuché la voz de Adam dentro de mí: Recorre el laberinto con intención.

Recuerda, recuerda, recuerda. Esa fue la palabra que entró en mi cabeza. Era casi como si
recuerda fuera un viento recorriendo todas las esquinas oscuras y tristes de mi cuerpo. El
viento soplaba y soplaba y soplaba hasta que llegué al centro del laberinto.

Rafael estaba ahí.

No tengas miedo. Era como si su voz viniera desde mi corazón.

3
Luego de la Revisión, Adam preguntó si alguien tenía algo para el grupo. Me encontré
con la mano levantada. No es que hiciéramos esto de levantar las manos en el grupo. No
era como en la escuela. Bien, creo que era una escuela. La materia aquí era nuestro dolor.

Adam apuntó su barbilla hacia mí.

—¿Zach? ¿Tienes algo?


—Nací —empecé.

Adam intentó evitar sonreír, pero sabía que estaba sonriendo por dentro.

—Nací —repitió Adam.

Mi corazón estaba latiendo tan rápido como el de un colibrí. Respiré hondo.

—Nací —susurré—, en Las Cruces, Nuevo México, el 16 de agosto de 1990. Mi


signo zodiacal es Leo. —Hice una mueca, como si me importara mi signo. Bajé la mirada
a la alfombra, luego intenté levantarla—. Mi madre una vez me dijo que el día en que
nací fue el día más feliz de su vida. Eso parece algo que ella inventó. Mi madre nunca
estaba feliz. Deseo tener una fotografía de mi mamá cargándome en sus brazos… toda
su felicidad y yo. Me gustaría tener una de esas. —Me dije que no iba a llorar. Estaba
harto y cansado de todas las lágrimas en este lugar… sobre todo las mías. Inhalé y seguí
hablando—. Mi madre estaba deprimida. Mi padre bebía. Mi hermano era un drogadicto.
Y yo me enamoré del burbon la primera vez que lo probé…

Escupí toda la historia. Todo lo que podía recordar sobre mi mamá y mi papá y mi
hermano Santiago. Les conté sobre los parabrisas y el Sr. Garcia y cómo tocó la
trompeta para mí. Les conté sobre mis amigos y la canción que estaba escribiendo, la que
trataba de los monstruos de la noche. Les conté sobre todas las botellas de burbon de mi
padre y mi hermano y cómo me había herido y cómo había logrado adueñarse de la casa
en la que vivíamos, controlarla con sus ojos enfadados y sus puños furiosos y cómo mi
papá y mi mamá lo dejaban. Hablé sobre toda la tristeza en nuestra casa y sobre mi
mamá y cómo ella quería que la tocara de formas que me confundían y me hacían
enloquecer. Les conté todo lo que podía recordar y sentí como si el viento y la lluvia
tormentosos cayeran al suelo y, aunque no podía soportarlo, seguí hablando. Debí haber
hablado por un largo tiempo porque miré el reloj y había pasado una hora.

—Debería detenerme —comenté.

—¿Necesitas un descanso?

—No —admití—. Estoy bien.

—¿Entonces por qué tienes que parar?

—No sé. Creo que eso es todo lo que tengo por decir. He hablado por un largo
tiempo.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Zach? —Miré a Rafael.

Adam estaba a punto de decir algo, pero Rafael continuó:


—¿Ese dibujo…? —Él tenía algo en su cabeza e intentaba sacar ese pensamiento al
mundo—. ¿Ese dibujo está relacionado con algo de tu historia? —Señaló el dibujo que
había escondido bajo mi silla.

No sé si Adam lo había notado, probablemente sí, él notaba todo.

—Mirémoslo —comentó.

Saqué el dibujo y lo dejé en el centro del círculo.

Hubo un gran silencio. El grupo medio lo estudió, aunque no había mucho que
estudiar.

—Es adorable —murmuró Lizzie—. No sabía que eras un artista.

—No lo soy.

—Sí, lo eres —replicó Sheila—. De verdad lo eres.

Miré mi dibujo e intenté ver lo que los demás veían.

—¿Quieres decirnos algo sobre el dibujo?

Me encogí de hombros y miré a Adam.

—Todo está ahí —farfullé.

—¿Qué está ahí?

—Toda mi vida.

Sabía lo que Adam estaba diciendo con sus ojos. Sabía que las palabras estaban ahí,
pero era muy difícil sacarlas.

—Ese soy yo, tirado a un lado de la calle. Y ese es un perro muerto junto a mí. Yo
soy como el perro muerto. Y la calle solo va a algún lugar como todas las calles. Estas
continúan por siempre, pero, verán, yo no voy a ninguna parte. Estoy muerto… como el
perro.

—¿Por qué un perro?

—Amo a los perros. Una vez tuve uno. ¿Hablé sobre el perro en el grupo? No
recuerdo.

Vi a todos negar con la cabeza.


—Mi perra se llamaba Lilly. Solía dormir conmigo. Solía hablar con ella y parecía
como si ella siempre supiera qué decía. Cuando tenía como cinco, murió. La encontré en
el patio. No estaba respirando. Corrí en busca de mi papá. Estaba borracho. “Los perros
mueren”, eso fue lo que dijo. Y luego volvió a beber. Enterré a Lilly en el patio.

—¿Solo? —Adam tenía una expresión extraña en su rostro. Parecía triste, como si lo
que dije lo hubiera entristecido.

Asentí.

Él me devolvió el asentimiento.

—Tal vez estaba pensando en Lilly. No sé. La verdad es que no estaba pensando en
nada. Solo dibujé. Tuve un sueño y no pude volver a dormir, por lo que me levanté y
dibujé esto, este…

—Autorretrato —terminó Rafael por mí.

—Sí, supongo que eso es.

—¿Por qué un desierto? —Adam siempre hacía todas estas preguntas cuando se
refería al arte. Es decir, esa era su cosa.

—Ahí es donde vivo. Vivo en el desierto. Ahí es donde siempre he vivido.

—¿Te gusta el desierto?

—Ahí hay silencio. Y las cosas crecen. Las personas no creen que haya nada en el
desierto. Las personas creen que es este lugar muerto y sin agua, pero eso no es verdad.
En realidad es como un bosque. Es decir, no hay muchos árboles, pero hay toda clase de
cosas creciendo ahí. Es de verdad increíble. El desierto me destroza. Si has pasado
tiempo en el desierto, sabrías cómo es. Una vez fui a escalar con mi papá en el desierto.
Él sabía los nombres de todo lo que crecía ahí. Fue el mejor día de mi vida.

—Entonces —murmuró Adam—, estás ahí… muerto… junto a un perro muerto…


en medio del desierto donde crecen toda clase de cosas. Entonces hay muerte… y hay
vida.

—Supongo.

—¿Crees que puedes unir este dibujo a tu historia?

—Bien —acepté. A mi cabeza entraron toda clase de cosas—. Creo que tal vez
siempre me sentí así en mi familia. Ya saben, como si bien pudiera estar muerto. Solo era
un cuerpo al lado de la calle. Eso es todo. Así me sentía.
—Pero no estás muerto, Zach. —La voz de Rafael era suave, pero había algo
testarudo en esta.

Miré el suelo.

—Se siente como si lo estuviera. La mayor parte del tiempo.

—Te veo, Zach. —La expresión favorita de Adam.

—También te veo —repliqué y le lancé una mirada.

Él sacudió la cabeza y sonrió.

—¿Cuándo fue la última vez que te sentiste vivo? ¿Vivo de verdad?

Supe la respuesta a esa pregunta en cuanto Adam la formuló. Pero no le dije. No


quería decirle al grupo. No quería decirle a nadie. Mis labios temblaban y no los podía
detener. Y había lágrimas saladas bajando por mi rostro y no podía ver. Solo apreté mis
puños hasta que sentí que mis labios dejaban de temblar. Luego las lágrimas se
detuvieron. Entonces pude respirar y alojar las puños. Bajé la mirada. Podía sentir las
palabras salir de mi boca, las podía sentir, las palabras que no quería decir.

—La última vez… La última vez que de verdad me sentí vivo fue cuando Rafael
canto para mí.

—¿Qué cantó? —Sabía que Adam estaba mirando a Rafael a pesar de tener la mirada
baja.

—Bueno, ni siquiera sabía que estaba cantando para mí. Es decir, tuve una pesadilla y
él vino y se sentó en mi cama y canto hasta que me calmé.

—Entonces, si estabas dormido, ¿cómo sabes que Rafael estaba cantando?

—Me lo dijo. —Miré a Rafael. Intenté sonreír, pero eso no estaba sirviendo. Odiaba
hablar sobre lo que sentía. Lo odiaba. Me destrozaba. Volví a respirar—. Me contó la
historia y luego cantó la canción, la que había cantado. Solía cantarle eso a su hijo. —Me
detuve. No podía seguir hablando, mis labios estaban temblando demasiado. Solo no
podía hablar.

—Eso fue algo hermoso, ¿no lo crees, Zach?

—Pero no quiero sentirme vivo. ¡No lo entiendes! ¿No entiendes eso? ¿Cuantas veces
tengo que decirlo? —Estaba gritando tan fuerte que mi voz se quebró—. No me quiero
sentir jodidamente vivo. —No sabía que había huido de la habitación. No tenía el
control de mis propios movimientos y todo daba vueltas. Lo único que sabía era que,
cuando el mundo dejó de girar, me encontré sentado frente al árbol de Rafael… el árbol
llamado Zach.

4
Estaba cansado.

Dios, estaba cansado.

Todo parecía tan inerte y vacío y lejano. Sabía que si no descansaba iba a morir, por
lo que me acosté en el suelo y me dormí y empecé a soñar. En el sueño, estaba
despertando y era verano y mis ojos eran tan verdes como las hojas de los árboles.
Estaba muy feliz, pero estaba tan cansado que volví a dormirme. Luego desperté de
nuevo y miré alrededor, al mundo veraniego. El cielo era azul y claro y el aire estaba tan
limpio… apenas podía tolerarlo, toda la felicidad. Por lo que volví a dormir. Luego
desperté una vez más. Dormía y despertaba, dormía y despertaba, dormía y despertaba.
Pero todo era un sueño.

Cuando de verdad me desperté, Rafael me estaba sacudiendo.

—Despierta, Zach.

Me levanté con lentitud. Miré alrededor. Estaba un poco confundido e intentando


descubrir dónde estaba.

—¿Estás bien, Zach?

—Supongo.

—Se está poniendo frío aquí afuera. Vamos adentro.

—¿Cómo supiste dónde estaba?

Rafael solo me miró como si acabara de hacer la pregunta más estúpida.

—Creía que no se suponía que vinieras a rescatarme. Creía que esas eran las reglas.

—No te estoy rescatando.

—¿Entonces qué haces?

—Te estoy alejando del frío.


—Eso aún me parece un rescate. No se permite rescatar.

Rafael levantó la mirada a las pesadas nubes.

—Va a llover, creo. —Me miró—. Ni siquiera sabes que tienes que alejarte de la
lluvia.

—Necesito un cigarrillo.

—Jesús, niño, primero ve por un abrigo. Chico loco, Zach. Eres un chico loco.

5
Amit me dio un cigarrillo y luego lo encendió.

—Gracias —mascullé.

—¿Estás bien?

—Sí.

—Gracias por la historia.

—Sí, bueno, eso es lo que hacemos por aquí. Tú sigues.

—Jodidamente genial.

Eso me hizo reír.

—Ha sido difícil para ti.

—Por eso estamos aquí.

—Sí, bueno, odio a tu hermano.

—Ni siquiera lo conoces.

—Te golpeaba, amigo. Lo odio por eso. —Entonces empezó a llover. Amit y yo
observamos la tormenta en silencio. Tal vez éramos adictos a las tormentas. Tal vez.
Terminé mi cigarrillo. Amit me ofreció otro y lo acepté—. Me siento como este maldito
clima.

—Yo también —admití.


—La lluvia despierta al mundo.

—¿De dónde sacaste esa idea?

—Mi hermana siempre me decía eso.

—¿Es agradable, tu hermana?

—Sí, es más que agradable.

—Tener una hermana es genial.

—Ella no se ha rendido conmigo. Aún no de todos modos.

—Tal vez nunca lo haga.

Amit no dijo nada después de eso. Era como si se hubiese ido lejos. Estaba pensando
en algo, tal vez su hermana, tal vez algo más. Podía ver a alguien acercándose al pozo del
fumado en la lluvia. Podía ver el paraguas y, cuando la figura se acercó, pude ver que era
Lizzie. Cuando llegó al pozo, mantuvo su paraguas abierto, luego intentó sacar sus
cigarrillos de su bolsillo.

—¿Necesitas ayuda? —Tomé el paraguas y lo sostuve sobre ella.

Ella sacó un cigarrillo y lo encendió.

—Idiota —acusó—. Dejaste el grupo. Ni siquiera pudimos darte nuestras críticas.


Nos lo debes.

Me encogí de hombros y bajé la mirada al suelo.

—Bueno —agregó—. Estoy esperando.

—Lo siento —murmuré—. Es solo que… no sé qué pasó.

—Sabes con exactitud qué pasó. Te asustaste y huiste. He estado ahí y he hecho eso.
—Rió—. Solo no lo vuelvas a hacer, ¿sí? —Me lanzó una sonrisa. Su sonrisa era de
verdad hermosa.

—No lo haré.

—Te estaré viendo —amenazó.

—Sí. Yo también te veo.

—¿En serio?
—Sí, así es.

Luego ambos dijimos al unísono:

—Te veo. Sí, así es. —Reímos y reímos. Pero ¿qué era tan gracioso?

Te veo, Zach. Te veo.


Recuerdo
Corregido por florpincha

—¿Qué representa la calle?

—¿Qué representa cualquier calle?

Adam me lanzó una de sus famosas sonrisas críticas.

—Lo sé, lo sé. ¿Qué representa la calle para mí? —Observé la fotografía de los dos
chicos. Se veían felices. Pensé en Santiago.

—Estás observando de nuevo la foto de mis hijos, ¿no?

—Sí. —Intenté concentrarme en nuestra conversación. A veces era difícil—. ¿La


calle? No lo sé, Adam. Es en serio. Es de decir, es una calle. Va a algún lugar. Pero no sé
a dónde.

—En tus otros dibujos, los que haces en la escuela, ¿hay personas en ellos?

—No.

—¿Qué dibujas?

—Paisajes de ciudades. Así los llama el señor Drake. Edificios y callejones y calles.

—¿Calles vacías?

—Sí, pero a veces con un montón de carros.

—¿Hay algún conductor en esos carros?

—No, solo carros.

—¿No hay personas en tus ciudades?

—Supongo que no.

—¿Adivina de qué están llenas las ciudades?

—Sí, bien, están llenas de personas.

—Pero no hay personas en Zach-landia.


—No lo sé, tal vez no me gustan las personas.

—No creo que eso sea verdad. Deduzco que te gustan mucho las personas. Te agrada
Rafael. Te agradó Sharkey. Te agrada el señor Garcia. Te agrada Amit… creo que sí.

—Sí, me agrada.

—Te agradaba Mark. Te agrada Lizzie y Sheila y Kelly y… ¿hay alguien en el grupo
que no te agrade?

—No, me gusta nuestro grupo.

—¿Algún terapeuta que no te agrade?

—Solo uno. Él es un imbécil.

—Comprensible. Entonces, de todos los terapeutas aquí, ¿solo te desagrada uno?

—Sí, supongo.

—Te gustan las personas, Zach. Ese no es el problema.

—¿Cuál es mi problema?

—Bueno, lleguemos a eso.

—¿Sabes cuál es mi problema?

—No con exactitud, no.

—¿Pero tienes una teoría?

—Tengo muchas teorías, Zach. Mis teorías no importan nada. —Y luego llevó la
conversación al lugar exacto al que quería llevarla. Como si no lo fuera a notar—. ¿De
dónde vino ese dibujo?

—Ahí es donde me encontraron —respondí—. Al lado de una calle.

—¿Recuerdas cuál calle?

—Sí. Hay una calle que lleva a Carlsbad. Una vieja autopista que sale de El Paso por
el este. Ahí me encontraron.

—¿Recuerdas algo más?

—Estaba temblando.
—¿Tenías frío?

—Estaba muriendo

—¿En serio?

—Sí. Síndrome de abstinencia al licor. Muy malo. Te puede matar, ¿sabes?

—Sí, lo sé. ¿Recuerdas quién te encontró?

—Un policía. No recuerdo mucho después de eso. Estaba en un hospital. Lo sueño


mucho. —Aparté mis ojos del suelo y miré a Adam—. Casi morí.
Los odio porque me
aman
Corregido por Bibliotecaria70

1
Me despierto más o menos cada hora y miró alrededor. Solo era una de esas noches.
Observaba el reloj. 12:45. 12:46. 12:47 y luego me volvía a dormir. Pero entonces iba de
nuevo. 1:48. 1:49. 1:50.

Rafael estaba leyendo. Él leía cuando no podía dormir. Como a las tres de la
madrugada, Amit se levantó.

―Déjame salir ―balbuceó―. Déjame salir. ―Parecía dirigirse directo hacia la puerta.
Estaba lloviendo y tronando, salir con solo la ropa interior no resultaba una buena idea.
A Rafael no le molestan los sonámbulos ni un poco. Se levantó y, con gentileza, guió a
Amit de regreso a su cama. Pero Amit no se quedó quieto. Se sentó en la cama y
murmuró―: Yo no lo hice. Solo déjame salir.

―Bien ―aceptó Rafael―, te dejaremos salir en cuanto salga el sol.

―Ahora. Quiero salir ahora. ―Se veía como si estuviera a punto de levantarse de la
cama, por lo que Rafael se acercó a él y lo despertó.

Amit miró a Rafael confundido.

―Estabas hablando. Ibas a levantarte otra vez, por lo que creí que debía despertarte.

Amit asintió.

―No hice… no hice, ¿cierto?

―No.

―Bien. A veces hago cosas que me avergüenzan.

―¿Cómo qué?
―Orino en las esquinas de la habitación. Cosas vergonzosas como esa.

―Estabas diciendo “Déjame salir”. ¿De dónde? ¿Lo recuerdas?

―No, no lo recuerdo. ―Observó a Rafael―. ¿Nunca duermes?

―Sí, solo que no esta noche.

―Odio este maldito lugar ―comentó Amit―. Me están sobremedicando. Por eso
camino dormido.

―Quizás. Quizá no. Puede que igual lo hagas… incluso sin los medicamentos.

―¿Qué demonios sabes?

Rafael sonrió con una de sus sonrisas para aclararse la garganta.

―El sonambulismo es un síntoma del TEPT3.

―¿Eres un maldito terapeuta o qué?

Levantó su libro.

―No. Se llama leer. Deberías intentarlo.

―Jódete. ―Entonces Amit se quedó en silencio―. ¿Hablas en serio? ¿El


sonambulismo? ¿No puede ser, ya sabes, una parte de esta cosa del trauma?

―El chico antes de ti, Sharkey, era todo un sonámbulo. Por eso leí un libro sobre el
tema.

―¿Aún tienes el libro?

―Sí.

―¿Puedo tomarlo prestado?

―Claro.

―¿Me enseñarías a pintar?

―Solo pinta.

―No soy bueno.

3 TEPT: Trastorno de estrés postraumático.


―Hazlo por la terapia. Luego podrás ir a la escuela de arte.

―Eres un sabelotodo, ¿lo sabías?

―Sí, lo sé.

No sé por qué no me uní a la conversación. Solo me gustaba escuchar. Creo que una
parte de mí intentaba memorizar la voz de Rafael para poder llevarla conmigo cuando se
fuera.

―¿Puedo hacerte una pregunta, Amit?

―Sí.

―¿A cuántos de estos lugares has ido antes?

―¿Es obvio?

―Eso creo.

―Tres o cuatro.

―¿Tres? ¿O cuatro?

―Cuatro. Estos lugares no funcionan.

―¿Entonces por qué estás aquí?

―Me metí en unos…

―Problemas legales ―terminó Rafael por él.

―Sí.

―¿Droga favorita?

―Cocaína, heroína, licor. Lo que sea.

―¿Cuándo empezó?

―Oh, no sé. Tal vez a los catorce. Un tipo me llamo negro. Unos días después, alguien
pintó esa linda palabra en nuestro garaje.

―Entonces decidiste drogarte.

―Dolió.

―Estoy seguro.
―No es que lo puedas saber.

―No es que lo pueda saber. ―Rafael respiró hondo, casi como si estuviera fumando
un cigarrillo―. Entonces te drogaste.

―¿Debería haberlo drogado en su lugar?

―¿Esas son tus únicas opciones?

Amit rió; ya sabéis, una de esas risas sabelotodas que decía jódete.

―¿Te gusta joder las cabezas de las personas?

―No realmente. A veces solo me gusta hacer muchas preguntas.

―Es una maravilla que no te hayan dado una paliza.

―¿Cómo sabes que no es así? ―Rafael se estaba riendo de sí mismo. De nuevo―.


¿Con qué clase de personas te juntas que se ponen violentas cuando haces preguntas?

―Personas normales.

―¿Te juntas con normales?

―Supongo que no.

―A veces, cuando las personas hacen preguntas, eso significa que les importa.

―¿Eres una de esas personas?

―Sí, soy una de esas personas.

Amit no dijo nada.

―Sabes, Amit, puedes hacer que este lugar funcione para ti. ¿Cuánto llevas limpio?

―Dieciocho días.

―Dieciocho días es bueno. Dieciocho días es genial. Sabes qué dicen: si puedes
mantenerte limpio por un día, puedes hacerlo por toda una vida.

―¿Quién dice eso?

―Yo lo digo.

―Apuesto a que tomabas vino.

―Apuesto a que tienes razón.


―Apuesto a que tomabas buen vino.

―Muy buen vino.

―Apuesto a que bebías solo.

―La única forma de beber. La forma en la que no hay muchas distracciones. ―Rafael
rió. Sabía que era una de esas risas tristes―. Lo dejé por un día.

―Una vida, ¿no?

―Sé que estás molesto con el mundo. Por lo que sé, tienes derecho.

―Vivo en un maldito mundo racista.

―Sí, así es.

―Tú también vives en ese mundo, hombre. ¿Y qué demonios haces para detenerlo?

―Hablo contigo.

Eso hizo que Amit riera. Era una buena risa. Una buena risa. No sé cómo lo sabía,
pero solo me parecía así. No sabía que también estaba riendo.

―¿Estás despierto, hombre?

―Sí ―respondí.

―Eres muy callado.

―Supongo.

―¿Te gusta este lugar, Zach? ―Dejé que la pregunta de Amit quedara suspendida en
el aire.

―Es bueno.

―¿Qué demonios tiene de bueno?

―La comida es buena. ―Eso hizo que Amit y Rafael rieran. Es decir, estaban riendo.
Y, bueno, reí con ellos.

No sé cuánto tiempo reímos, pero pareció largo. Y luego todo quedó en silencio e
inmóvil. La única luz en la habitación era la de la lámpara de Rafael. Mientras miraba al
otro lado de la habitación, todo me parecía como si fuera una pintura. Una extraña y
silenciosa pintura que contaba una historia… y había que mirar la pintura por un largo
rato para poder descifrar de qué iba la historia.

2
Me gustaban los fines de semana. Este lugar era como la escuela. El grupo era la hora de
estudio cada mañana. Luego dos clases, almuerzo y dos clases por la tarde.

Estábamos enfadados, por lo que teníamos clases sobre ira.

Éramos adictos, por lo que teníamos clases sobre adicciones.

Éramos codependientes, por lo que teníamos clases sobre codependencia.

Teníamos terapia de arte dos veces a la semana. También otro tipo de clases. En las
que teníamos que actuar, interpretar cosas, actuar… las odiaba. Las odiaba. En las
noches teníamos reuniones tres días a la semana.

―Hola, chicos. Soy Zach, soy un alcohólico. ―Fines de semana. Tiempo suficiente
para hacer la tarea, salir, fumar y leer. Los fines de semana eran buenos.

Cuando desperté el sábado en la mañana, Rafael y Amit no estaban. Respiré y otra


vez y una más. Eso me recordó que tenía otra sesión sobre Respiración con Susan esa
tarde. Estaba cansado. Quería meterme en la cama y dormir. Miré el reloj, eran las 8:20.
Los fines de semana nos dejaban dormir hasta las 8:30… luego teníamos que
levantarnos. Si volvía a la cama, uno de los consejeros asistentes tocaría la puerta,
entraría, me sonreiría y diría:

―Hora de levantarse. ―Odiaba eso.

No podía decidir si primero fumar o ducharme. Escogí la ducha. Me miré en el espejo


mientras me secaba. Observé mi cicatriz debajo de mi pezón derecho. La toqué. Toda la
escena invadió mi cabeza: mi hermano sujetándome, un trozo de vidrio en su mano.
Podría cortarte, podría cortarte y luego el vidrio se movió sobre mi pecho. Me veo, un chico
de seis años, gritando. Veo a mi padre entrar al cuarto y alzarme.

Mi padre no me llevó al hospital. Limpió mi herida, la unió con cinta que funciona
como las puntadas y la vendó. Me dio una de las pastillas de mamá. Y me dormí.
3
Sabía qué iba a hacer. Iba a continuar con mi nueva adicción. Iba a leer el diario de
Rafael. Él se iba a ir, se llevaría sus palabras y su voz consigo, y yo me quedaría solo con
mis pensamientos. Tomé su diario y leí la última entrada:

Creo que hay momentos que definen la vida de todos. Experimentamos una muerte en cada uno de
esos momentos. Yo morí aquí. No importa por qué creí que vine. Pero hice algo más importante que
morir aquí. No sé cómo decirlo con exactitud, decir que nunca me he sentido más vivo. Nunca. Nunca
he sentido mi cuerpo como mi hogar… hasta ahora. Mi cuerpo es mi hogar. Me sigo repitiendo eso. Para
mí, esas palabras suenan como un milagro.

No sé qué forma tomará mi vida, ni qué traerá el futuro, solo sé que soy feliz y que mi corazón está
tranquilo. Sé que me he enamorado con la palabra “rendición” y también sé que no puedo seguir
viviendo en la decepción. He vivido en la decepción toda mi vida. Me niego a la medicina del alcohol. He
tomado un camino torcido hacia el país de la madurez. Me tomaré mi tiempo para encontrarme una vez
más en el mundo. Tengo muchas dificultades por enfrentar, pero ya no huiré más.

Me siento completo. Estoy completo.

Antes de venir a este lugar, quería ir al desierto y morir. Ahora, solo quiero vivir. Quiero escribir
esas palabras una y otra vez. Escucho esas palabras y las entiendo con todo su hermoso y maravilloso
peso. Quiero vivir. Eso es todo lo que sé hoy. Quiero vivir.

Sabía que era un ladrón por leer estas palabras, por robarlas. Estaba avergonzado de
mí. Y, aun así, quería conservar las palabras de Rafael, tomarlas y mantenerlas y ponerlas
en mi interior para tal vez poder tener lo que él tenía.

Rafael había llegado aquí casi roto. Ahora ya no estaba tan roto.

Sharkey se fue antes de poder hacer el trabajo. Tal vez era muy duro, muy doloroso y
muy imposible hacer lo mismo que Rafael.

Me pregunté si yo era capaz. Me pregunté si podría decir con convicción lo que


Rafael había escrito: quiero vivir. Sabía que no me estaba rindiendo. Sabía que seguía
viviendo en una pequeña habitación oscura. Pero había una puerta. Y una ventana. Y
podía ver que afuera estaba el cielo.
4
La mañana del lunes, esperé a que Rafael y Amit salieran para levantarme. Me acerqué al
escritorio de Rafael para revisar su diario… pero no estaba ahí. Era como buscar una
botella de burbon de mi padre y descubrir que no quedaban botellas. No sabía qué hacer
y, por un instante, el Sr. Ansiedad volvió. Odiaba a ese tipo. No podía respirar. Susan
decía que me podía calmar si me concentraba.

Por lo que me concentré.

Inhalé y exhalé. Intenté respirar desde mis pies hasta mi cabeza. Y, por unos minutos,
me sentí más calmado. Saqué mi libreta y empecé a escribir:

Rafael se va mañana. Va a volver a donde sea que estuviera. Vive en LA, aunque bromeó diciendo
que nadie vive de verdad en LA. Todos solo van de paso. No fue gracioso. Rafael se va mañana. Rafael
se va mañana. Sharkey no está. Tal vez ya está muerto.

Mark volvió a un matrimonio triste. Sharkey volvió a las calles. Rafael volverá a casa. Va a estar
sobrio y va a seguir escribiendo. Me contó que escribirá una novela. Le pregunté sobre qué. Sobre este
lugar, respondió. Pero sabía que solo bromeaba. Pero deseo que escriba sobre este lugar porque, si fuera
así, me mantendría en su cabeza y me gustaría vivir en su cabeza, mantenerme con vida ahí.

Cerré mi libreta. Estaba muy triste como para seguir.

En el grupo no dije nada. Mi Revisión fue fácil:

―No hay mentiras ―mascullé. Esa no era una mentira―. No hay secretos ―agregué.
Esa era una mentira. No sé qué pasó en el grupo. Solo observé el suelo.

Adam me preguntó si quería darle una crítica a Lizzie sobre algo. Negué con la cabeza.
Era medio consciente de que estaba discutiendo el dibujo de Amit sobre su adicción.
Adam me preguntó si tenía algo que decirle a Amit. Negué con la cabeza.

Al final de la sesión, nos tomamos de las manos como siempre hacíamos. Cuando
Rafael estiró su mano para tomar la mía, negué con la cabeza. No. No quiero tomar tu
maldita mano. Esa fue la mirada que le lancé. Me crucé de brazos, no me moví y miré el
suelo.

No fui a ningún otro grupo el resto del día.


Me quedé en la Cabaña 9 y observé mi calendario.

Me acosté en mi cama e intenté dejar mi cerebro en blanco. Podía hacer eso. Podía
quedarme en blanco, podía entumecerme. Sabía cómo hacerlo. Era una habilidad. Era un
arte. Uno de los consejeros asistentes entró a la habitación.

―Deberías estar en tu sesión ―indicó. Su voz era firme. Esperaba alguna clase de
respuesta.

Lo miré con una expresión en blanco.

―Sabes que hay consecuencias por faltar.

La idea de atacar a este tipo como atacaba los parabrisas de los autos estacionados me
pasó por la cabeza. No necesitaba un bate de béisbol. Claro que no, solo podía saltar
sobre él. Me echarían. Me podría ir y… ¿entonces qué?

El tipo al final se fue.

Estaba encantado. Sabía que ninguno de los terapeutas me molestaría. Cerré los ojos
e inhalé y otra vez y otra vez.

En algún momento me quedé dormido. Cuando desperté, era de noche. Amit estaba
en su escritorio trabajando en una pintura.

Rafael estaba empacando.

Los observé en silencio. Rafael levantó la mirada y notó que estaba despierto.

―Hola ―dijo.

Lo saludé con la mano.

―¿Quieres hablar?

―¿Qué?

―Sabes a qué me refiero.

―No.

―¿Puedo decirte algo?

―¿Puedo detenerte?

―Actúas como un niño de cinco años.


―Como si tú lo supieras.

―Sí lo sabría. Sí lo sé. ―Tenía esta expresión feroz en su rostro―. Negarse a hablar,
eso es lo que hacen los niños de cinco cuando están enfadados.

―No estoy enfadado.

Amit me miró sobre su escritorio.

―Sí, lo estás. Eres un tipo molesto.

―Jódete, Amit.

Amit rió.

―Tú también, Zach.

Rafael nos lanzó una mirada.

―Habla, Zach. Habla conmigo.

―No eres mi jefe.

Rafael negó con la cabeza.

―Me voy mañana, Zach.

Me giré hacia la pared. Quería que todas las palabras del mundo desaparecieran.
Quería que todos los rostros que me habían hecho sentir algo también desaparecieran.
Todos.

Me volví a dormir.

Soñé que Rafael estaba sentado en mi cama. Estaba cantando y yo tenía mis ojos
cerrados. Pero, cuando los abrí, estaba despierto. Y Rafael no estaba.

Me levanté, me puse los zapatos y me aseguré de que tenía mis cigarrillos en mi


bolsillo. Caminé hacia el pozo del fumado. El viento había acelerado y hacía frío y me
pregunté si quedaban más tormentas durante el invierno de este año. Me pregunté dónde
estaba Sharkey y si había vuelto a casa o si iba a ir a prisión por robar el dinero de su
padre o si estaba en algún bar robándole el dinero a algún tonto en un juego de billar.

Me pregunté a dónde iría Rafael.

Me pregunté por qué no podía hablar con él.


Noté que había alguien en el pozo del fumado cuando me acerqué. Por un segundo
pensé que era mi hermano y mi corazón se aceleró. Me detuve, luego me acerqué más.
Era Amit. Mi corazón se volvió a calmar.

Saqué un cigarrillo y lo encendí.

―Es tarde para que estés despierto.

―Sí, no podía dormir. Así que ya hablas.

―No hablo mucho.

―Lo hiciste bien al contar tu historia.

―No me gusta hablar. Soy, bueno, ya sabes, inarticulado.

―Eso es basura, Zach. Me estás matando.

―No es basura.

―Sí, lo es. Solo no quieres hablar de lo que tienes dentro.

―Oh, como si fueras bueno en eso.

―Apesto. Apesto al hablar sobre lo que tengo dentro. Pero tú no, Zach. Tú solo…
no sé. Solo no quieres, supongo. Ah, ¿qué demonios sé yo? ―Encendió otro cigarrillo―.
¿Quieres saber lo que pienso? Creo que no sabes cómo despedirte de Rafael. Creo que
eso te aterra, Zach. Eso creo.

―Gracias por el comentario.

―No seas un idiota.

Esto es lo que quería decirle, estas son las palabras que quería decir: soy un chico de cinco
años que no sabe cómo cantar y las únicas canciones que he escuchado, las únicas canciones de verdad,
salieron de la trompeta del Sr. Garcia y de la voz de Rafael… y ellos no me enseñaron a conseguir mi
propia canción. No lo hicieron. Y los odio. Los odio porque me aman. Los odio porque me dejan.
Cantaron para mí. Y ahora estoy más solo que nunca. Sí, Amit, estoy aterrado.

―Lo siento ―susurré―. No es mi intención ser un idiota.

Fumamos el resto de nuestros cigarrillos en silencio.


Recuerdo
Corregido por Bibliotecaria70

He mantenido otro secreto.

Tengo conversaciones imaginarias con personas.

A veces hablo con mi madre. Le pregunto por qué está tan triste. Le pregunto si
alguna vez intentó no estar tan triste. Le pregunto si hubo un tiempo antes de que la
tristeza llegara para quedarse. Le pregunto si papá y ella tuvieron una vida normal, si
rieron y se tomaron de las manos y salieron a pasear. Le pregunto cómo es vivir solo en
su cabeza. Le pregunto si su cabeza es un lugar grande o pequeño, un lugar tenebroso o
feliz. Le pregunto por qué quería tocarme como a un esposo. Le pregunto si sabía lo que
hacía o si eran los medicamentos. Le pregunto si me ama, y siempre me siento mal
cuando le pregunto eso porque sueno tan desesperado. Le pregunto y le pregunto y le
pregunto.

Ella nunca contesta.

Hablo con papá.

―Hola, papá.

Está sentado en una silla con una bebida en su mano.

―Hola ―responde. Su voz suena apagada y lejana.

―¿Cómo sería si no bebieras todos los días? ¿Cómo sería tu interior? ―le pregunto.

Él solo me mira.

Y hablo con Santiago.

―¿Qué te hizo tener todo ese odio dentro?

―Mamá y papá están jodidos… ¿no lo has notado?

―Sí ―contesto―. ¿Te estás vengando?

―Algo así.

―¿Pero qué hay de mí? ¿Por qué me odias a mí? ¿Qué hice yo?
Y luego lo escucho decir:

―Naciste.

Recuerdo tener todas estas conversaciones imaginarias. Si no son reales, entonces


¿por qué me entristecen tanto?
Otra estación
He vivido dieciocho años es una estación llamada tristeza, donde el clima nunca cambia.
Supongo que creía que era la única estación que me merecía. No sé cómo, pero algo
empezó a suceder. Algo alrededor de mí. Algo dentro de mí. Algo hermoso. Algo muy,
muy hermoso.
El monstruo del
adiós
Corregido por Bibliotecaria70

1
Adam sacó la medalla de cobre de una pequeña caja. Era hora de despedirse. De Rafael
quien había estado aquí por sesenta días, Rafael quien había sido mi compañero de
cuarto, Rafael quien me había calmado después de mis pesadillas y me había cantado,
Rafael quien había permanecido alerta con Sharkey y Amit, los sonámbulos.

Observé la medalla que Adam sostenía con un cordón. Luego Lizzie tomó la medalla
y empezó a hablar:

―Presiono en esta medalla todo mi… ―No podía escuchar. Estaba medio consciente
de que las personas estaban hablando. Me quedé observando el suelo. Sentí a Maggie
empujarme y darme la medalla. Mantuve mi mirada fija en el suelo.

Miré a Rafael. Luego regresé mi mirada a la mancha en la alfombra. La sala estaba en


silencio. Escuché la voz de Adam, pero las palabras estaban mezcladas y había un eco
distante en mis orejas. Y luego su voz desapareció y me sentí solo, como si estuviera en
una oscura y silenciosa habitación y no hubiera nada más que oscuridad en el mundo.
Solo era una sombra. Pero la voz de Adam entró a la fuerza en la habitación. La voz se
sentía como una mano tirando de mi brazo.

―¿Zach? ¿Zach?

Volví a la sala, aunque había estado ahí todo el tiempo. Miré a Adam y luego a Rafael.
Y luego me escuché decir:

―¿Tengo que decir algo?

―¿Quieres?

―No puedo.
―¿Por qué no?

―No puedo. ―Me seguí concentrando en la mancha en la alfombra. Quería encontrar


un bate y unos parabrisas. Eso quería.

―Te extrañaré, Zach. ―La voz de Rafael era más suave que nunca. Me pregunté por
qué estaba hablando ya que eso no estaba en las reglas de la despedida. Las reglas de las
despedidas era que escuchabas lo que todos presionaban en la medalla. Rafael estaba
rompiendo las reglas y quería gritarle, abrí mi boca para hablar, pero parecía estar sellada.
Rafael sonrió y susurró―: Te amo, Zach. Lo sabes, ¿no?

Dijo eso frente a todo el grupo, no estaba bien, mis labios temblaron y luego tragué
muy duro y me obligué a hablar porque quería que mi voz fuera más fuerte que el
temblor.

―No lo haces. No me amas.

El rostro de Rafael era sereno.

―Sí lo hago, Zach. Quiero que lo sepas.

Me cubrí los ojos con la mano y negué con la cabeza.

No sientas. No sientas.

Sabía lo que Adam iba a decir. Iba a decir: “Te veo, Zach”. Pero él no me veía. Nadie
me veía. Nadie en el maldito mundo me veía.

2
Asistí a todos mis grupos. Pero no estaba ahí. Podía hacerme no estar ahí. No era un
verdadero truco. Era, bueno, normal. Normal para mí. A media tarde, estaba demasiado
cansado como para mantener mis ojos abiertos. Le dije a Jennie, la terapeuta de la tarde,
que me sentía enfermo. Estudió mi rostro. No sé qué veía.

―Date lo que necesitas. ―Decidí darme una siesta.

Fui a la Cabaña 9 y observé las maletas de Rafael. Me acosté en mi cama y miré el


cielo raso. No podía dormirme. Tal vez no quería dormir. La idea de que Rafael vendría
a recoger sus maletas entró a mi cabeza y supe que no soportaría verlo. El adiós era un
monstruo que me estaba tragando. Ese monstruo era muy fuerte para un tipo llamado
Zach. Tenía que salir de la Cabaña 9 antes de que Rafael volviera. Tenía que irme. No
podía respirar y se me ocurrió que nunca iba a mejorar, nunca.

Iba a vivir en este espacio intermedio por siempre. En algún lugar entre la vida y la
muerte. Estaba atrapado.

No sé cómo lo logré, pero escribí una nota para Rafael y la dejé en su diario: No me
odies. Luego huí de la habitación.

Nadie me ve, nadie me ve, nadie me ve.

Me encontré sentado frente al árbol llamado Zach. El cielo estaba oscuro. Me acosté
en el suelo. Tuve otro sueño raro. Estaba caminando solo por el desierto y vi dos
hombres que se dirigían hacia mí. Uno de ellos era mi padre y el otro era Rafael… y de
repente, Adam estaba a mi lado y me dijo:

―Tienes que elegir, Zach.

Supe que tenía que escoger a Rafael porque eso era lo que me decía el corazón, pero
no lo hice. No lo elegí. Escogí a mi padre. Y luego mi padre y yo caminábamos juntos
por el desierto y, cuando miré de cerca, pude ver que ambos llevábamos botellas de
burbon, que bebíamos y que había sangre alrededor nuestro. Padre e hijo. Sangre.

Cuando desperté estaba oscuro y temblaba de frío. Pensé en el sueño. Pensé en el


burbon y la sangre. Sabía que estaba temblando y no sabía si era por el frío o por el
sueño. Me levanté y caminé hacia el pozo del fumado.

Fumé un cigarrillo. Y luego otro. Y luego otro. Estaba entumecido. No estaba


sintiendo. Eso estaba bien. Me concentré y me aferré al entumecimiento. Esto era lo que
de verdad quería: no sentir. Quería ser como un cubo de hielo que se negaba a derretirse.
Si tan solo pudiera quedarme así, entonces no volvería a estar triste, nunca… si tan solo
me pudiera aferrar a este entumecimiento. Si pudiera hacer eso, entonces el nombre de
Rafael no me haría daño. El nombre Santiago tampoco podría hacerme daño. Y el
recuerdo de mi padre y de mi madre no significaría nada.

Miré las estrellas y las envidié. Dios no les hizo sentir cosas.

3
Entré a la Cabaña 9. Amit estaba trabajando en una pintura. Levantó la mirada hacia mí.
―Estoy muy enojado.

―¿Y qué?

―No te entiendo, Zach.

―No tienes que entenderme. No es parte de tu trabajo.

―Eso es muy jodido, hombre, sabes, como tratas a Rafael.

―Rafael vivirá.

―Eres un pedazo de mierda, ¿lo sabías?

―No quiero hablar.

―¿Qué está mal contigo?

―¿Yo? ¿Qué está mal conmigo? Nada está mal conmigo.

―¿Entonces por qué no solo te vas?

―Cállate, Amit.

Me lancé en la cama y miré el cielorraso. Me estaba aferrando al entumecimiento. Era


casi como beber. Juro que lo era.

Escuché a Amit levantarse de su escritorio y lo escuché ponerse su abrigo.

―Rafael te dejó algo, idiota. Está en tu escritorio.

Fingí no escucharlo.

Lo escuché salir.

Cuando me dormí, volví a tener el sueño, el sueño con Rafael, mi padre y Adam en el
desierto. Vi a Rafael alejarse cuando se acercó a mí, pero mi padre me ofreció un trago.
Desperté justo cuando estiré la mano hacia la botella.

4
No fui al Grupo. Solo me quedé en la Cabaña 9. El único lugar al que fui en todo el día
fue al pozo del fumado. Las personas me saludaron. No tenía la energía para devolverles
el saludo. Por la tarde, seguí observando el diario de Rafael… ese era el regalo que me
dejo. Había un sobre con mi nombre escrito. No lo abrí. Tomé el sobre y lo estudié. Lo
lancé de regreso al escritorio.

Cuando Amit volvió al cuarto, me observó. Le devolví la mirada en blanco.

Los sueños empeoraron. Escuché la voz de Amit.

―No soporto verte, Zach. Estás muriendo, hombre.

Me escuché contestar:

―Son solo pesadillas.

―Te están matando.

¿Qué sabes tú? Eso era lo que quería decir, pero no dije nada.

5
Fui al Grupo. No interactué, pero fui. Sobre todo, observé el suelo. Durante el descanso,
supuse que debería volver a la Cabaña 9. Pero antes de llegar, escuché la voz de Adam.

―Dos en punto, Zach. ¿Puedes venir a verme?

Me encogí de hombros.

―¿Eso es un sí?

―Sí, bien. ―Y luego lo mirι―. ¿Cuál es el punto, Adam? Solo estoy gastando tu
tiempo.

Empezó a decir algo, pero se detuvo.

―¿Dos en punto, Zach?

―Sí, bien.

Entré a la Cabaña 9 y contemplé el diario de Rafael. Pasé las páginas y observé la


limpia letra. Me encontré leyendo una de las entradas:
En el sueño, todos los árboles están sin hojas, la noche de invierno es oscura y no hay estrellas.
Estaba vagando sin un abrigo. No recuerdo qué era lo que buscaba con tanta desesperación. Sabía que
mi vida dependía de si encontraba lo que fuera que buscaba. Pero estaba cansado, hambriento y solo
podía pensar en el frío que sentía. Nunca había tenido tanto frío. Desperté y seguía oscuro, la manta
estaba en el suelo. Me cubrí y me pregunté sobre la búsqueda. Era un vagabundo en la tierra. Un
nómada. Ese fue mi último pensamiento antes de volverme a dormir.

A la mañana siguiente, cuando desperté, solo podía pensar en las hojas. Tenía esta imagen en mi
cabeza mientras recorría el laberinto: estaba de pie al sol y las verdes hojas caían desde el cielo. Estaba
nevando hojas. Y volvía a ser joven.

Pasé mis dedos sobre las palabras. Pequeños trozos de papel llenos de palabras.

Imaginé a Rafael en el centro del laberinto, el sol brillando y las hojas veraniegas
cayendo sobre él. Lo imaginé sonriendo y riendo. Intenté imaginarme a su lado.

6
―¿Qué sucede ahí arriba? ―Adam se tocó la sien con un dedo.

―No sé.

―Bien, ¿qué sucede aquí? ―Se tocó el corazón.

―No sé.

―Sí, lo sabes.

―No me despedí de Rafael.

―Lo sé.

―No pude.

―Lo entiendo.

―¿En serio?

―Supongo que el adiós puede ser un monstruo.


―Sí.

―No es malo amar a alguien tanto que te duele.

―No lo sabes. No eres yo.

―Tan raro como pueda sonar, Zach, sí sé algo sobre el dolor. Y sí sé algo sobre el
amor. Y ese es un hecho.

―Pero no sabes nada sobre mí. Dices que me ves, pero no es así. No lo haces. ―Sentí
mis labios temblar. No, no, no, no, no, no llores, Zach, no llores, no llores, pero mi cuerpo no
me estaba escuchando. Me levanté para irme, pero, cuando me puse de pie, no me pude
mover.

Sentí a Adam rodearme con los brazos. Me apoyé contra su hombro y lloré.

―Estoy perdido ―susurré―. Adam, estoy perdido. ―Y entonces empecé a decir las
cosas que no sabía que iba a decir, palabras atrapadas dentro de mí―. Quiero a mi padre,
Adam. Lo quiero. No sé a dónde se fue. Duele. Duele, Adam, duele.

7
Seguía observando el sobre con mi nombre. Respiré y lo abrí. Y luego ahí estaban, las
palabras de Rafael:

Zachariah:

Hay una buena cantidad de cosas que te quiero decir y, aun así, no sé con exactitud cuáles son. A
través de los años he aprendido que, si solo empiezo a leer, entonces de alguna forma logro encontrar las
palabras correctas. Creo que ya sabes que soy un verdadero creyente en las palabras. Creo en su poder, en
su habilidad para herir y en su habilidad para sanar. Tal vez por eso te dejaré mi diario, porque escribir
en estas hojas fue una parte importante del trabajo que hice aquí. Tal vez por eso te estoy escribiendo
ahora, porque quiero decir algo que pueda ayudarte. No lo digo de forma condescendiente, Zach. Tengo
cincuenta y tres y tú tienes dieciocho, pero eso no significa que yo sea más inteligente o que esté más
iluminado. Lo único que de verdad sé es que al fin me estoy conociendo. Espero, Zach, que llegues ahí
antes que yo. Espero que no esperes.
Una vez me confesaste que tenías conversaciones imaginarias con las personas. Yo también tengo esas
conversaciones. Aquí hay una:

Yo: ¿Te vas a despedir?

Zach: No puedo.

Yo: ¿Me harías un favor? ¿Podrías dejar de mirar el suelo y mirarme a mí?

Zach: Me haces sentir como un niño.

Yo: Entonces no actúes como uno.

Zach: ¿Me darás una charla como regalo de despedida?

Yo: ¿Podrías solo mirarme?

Entonces tú, Zach, me miras. Y estiro mi mano con el diario para ti y digo: Tengo este regalo para
ti.

Entonces tú, Zach, respondes: No puedo aceptarlo. Son tus palabras.

Yo: Tal vez quiera que tengas mis palabras.

Tú, Zach, sacudes la cabeza.

Yo: Tómalo. Entonces pongo el diario en tus manos.

Zach: Tengo una confesión. Leo tu diario.

Apartas la mirada, temeroso de ver la expresión en mi rostro.

Pero estoy sonriendo y digo: Lo sé.

Zach: ¿Lo sabes?

Yo: Sí, Zach, lo sé.

Zach: ¿Por qué no me dijiste que lo sabías?

Yo: Por la misma razón que tú no me dijiste que lo leías. Tal vez ambos estemos un poco
enamorados de mantener secretos. Tal vez deberíamos detenernos.

Tú, Zach, sostienes el diario y asientes. Y entonces miro alrededor de la habitación una última vez
antes de irme.

Y entonces tú, Zach, dices: Supongo que tengo que despedirme.


Yo: Esta no es una despedida, Zach.

Zach: Cuando alguien se va significa que es una despedida.

Yo: No siempre.

Zach: Las personas vienen aquí… y luego se van. Y después de que se van, quieren olvidar que
vinieron aquí.

Yo: Algunas personas, tal vez. Te volveré a ver, Zach. Te volveré a ver porque quiero volverte a ver.
Y como quiero volverte a ver, sucederá. Haré que suceda.

Y entonces me acompañas al auto esperando para llevarme al aeropuerto y digo: Eres el chico más
dulce de todo el mundo.

Zach: No lo soy.

Yo: No discutas conmigo, Zachariah. Y luego miro tu rostro por última vez, sonrío y me subo al
auto y me voy.

Esa es mi conversación imaginaria.

Zach, sabía que no podías despedirte. Duele. Si le duele a un hombre de cincuenta y tres, entonces
¿cuánto más le puede doler a un chico de dieciocho? Pero ese es el problema, Zach. Si quieres estar vivo,
no puedes evitar el dolor. Sé algo sobre evitar cosas, era un experto en eso. Pero evitar el dolor, Zach, no
es posible. Solo porque la vida me ha hecho daño o a ti o a todas las personas aquí, no significa que
tengamos que vivir siempre en el dolor. Viví en el dolor porque lo escogí. En algún punto en la línea, me
enamoré de la idea de una tragedia, la idea de que estaba destinado a una vida trágica. Tenía esta idea
romántica sobre la vida de un escritor y lo que se suponía que debía sufrir. Era Rafael, el artista, el ser
superior que creaba belleza de su propia miseria. De alguna forma, convertí a mi dolor en alguna clase
de dios. Adoré a ese dios con todo lo que tenía. Como diría Sharkey, Eso es jodido, amigo.
Inexplicablemente, y esta es la parte de verdad inexplicable, de alguna forma evité el verdadero dolor…
el dolor que me estaba matando. Lo evité por completo.

Creo que eres como yo, Zach. Creo que vives en el dolor, aunque no lo quieras sentir.

Eres hermoso, brillante y estás enamorado de las palabras, aun así, como yo, estás en un espacio
inarticulado en el que las palabras están atoradas en algún lugar entre tu corazón y tu garganta.

Habla, Zach.

¿Conoces la historia del Zachariah en la Biblia? Creo que deberías leer esa historia. Dios lo dejó
tonto por su falta de fe. Era incapaz de decir una sola palabra. Recuperó la habilidad para hablar
cuando su hijo nació. Y cantó.
¡Zachariah cantó! Canta, Zach. Si yo le puedo cantar a mi monstruo, entonces tú le puedes cantar al
tuyo.

Rafael

Leí la carta una y otra vez. Luego abrí el diario y vi que había escrito su número de
teléfono y dirección. Pensé en la despedida imaginaria que Rafael había escrito. Te volveré
a ver porque quiero volverte a ver. Por un momento, pensé en la palabra feliz y fue una palabra
que solo, bueno, se sentía como si me estuviera visitando. Sabía que no duraría mucho y
que volvería a estar triste y que luego sería peor porque una cosa es estar triste y otra es
estar triste después de estar feliz. Estar triste después de estar feliz es lo peor en el
mundo.

Debía estar sonriendo, porque Amit me preguntó:

―¿Por qué estás sonriendo?

―Solo pensaba.

―Bueno, no sé qué tienes que te haga sonreír después de la horrible forma en que
trataste a Rafael en el grupo. Es decir, hombre, eso apestó.

No sé qué decir.

―Perdón por portarme como un niño de cinco. Lo siento.

Amit sonrió.

―Sí, justo como Rafael dijo.

―Sí, justo como Rafael dijo. Me arreglaré con el grupo.

―Te lo recordaré, en caso de que lo olvides.

―Bien.

―Bien. Bueno. ―Amit estudió su pintura―. ¿Qué crees? ―Levantó su pintura. Era
una calle. No se parecía a mi calle. Bueno, ¿por qué debería? Era su calle. Había tipis y
cactus y toda clase de cosas a los lados de la calle. Su pintura era más complicada que la
mía.

―¿Quieres decirme qué significa?

―La llevaré al Grupo.


Me alegraba que Amit ya no estuviera enfadado conmigo. Era raro, pero tenía ganas
de hablar. Tal vez estaba cansado de mi vida interna. Mi triste vida interna.

―¿Amit? ¿Qué es lo peor que te haya pasado nunca?

Puso esa expresión como si tal vez no quisiera responder. Pero sí respondió.

―En prisión… bueno, pasaron cosas malas.

Creo que sabía qué me decía.

―¿Piensas mucho en eso?

―A veces, tengo pesadillas.

Asentí. No sabía qué decir.

―Lamento que esas cosas malas pasaran.

Asintió.

―A veces deseo que todo se vaya.

―Sí.

―Pero supongo que las cosas no se van solo porque queramos.

―Supongo que no.

―¿Qué es lo peor que te haya pasado?

―Perdí a mis padres. ―No sabía que iba a decir eso. Ni siquiera sabía si era verdad.
Pero sabía que era verdad. Nunca antes lo había dicho.

―¿Quieres hablar de eso?

―No ―respondí―. No puedo. ―Pensé en lo que había dicho Rafael, que debería
tener un contrato con esas dos palabras: no puedo.

―Está bien. ―Amit observaba su pintura como si intentara analizarla―. ¿Quieres ir a


fumar un cigarrillo?

―Sí ―acepté.

Cuando salimos al aire nocturno, pude escuchar a Amit hablarme. Es decir, era bueno
escuchar una voz humana. Era bueno que esa voz estuviera a mi lado. Pero no estaba
escuchando lo que decía. Pensé en Rafael y seguía mirándolo mientras le cantaba al
monstruo. Seguía viendo el rostro de Adam y era un rostro amable, un buen rostro, y
seguía viendo las lágrimas en el rostro de Lizzie y pensé que debía haber sido muy
hermosa cuando era joven y me pregunté hacia dónde iba yo. Pensé en la calle de mi
dibujo.

Al llegar al pozo del fumado, escuché a Amit decir que el clima estaba cambiando.

―Es como si pudieras sentir el invierno irse.

Ese era un lindo pensamiento. Un buen pensamiento. Un hermoso pensamiento.

Verano. Era una canción. Era una estación. Me pregunté si esa estación viviría dentro
de mí.
Recuerdo
Corregido por Pily

—Sigo teniendo este sueño. Tú estás ahí y Rafael también y mi papá.

—¿Cómo es el sueño?

Por lo que le cuento el sueño.

—¿Estás enfadado conmigo en el sueño?

—¿Por qué lo estaría?

—Soy quien te hace decidir. Así es cómo me ves, como la persona que te hace elegir
entre… —Adam se detiene. Me mira—. Olvidémonos de mí por ahora… dime, ¿qué
representa tu padre en el sueño?

—Es mi padre. Mi padre representa a mi padre.

—Pero dijiste que de verdad querías ir con Rafael.

—Así es. Es decir, en el sueño es así. En el sueño quiero elegirlo. Pero no lo hago.
Termino yendo con mi papa.

—Eliges la bebida.

—Bueno, no, elijo a mi papá. Pero, bueno, sí, supongo que resulta así.

—Eliges a tu padre. Eliges la bebida. ¿Qué representa tu padre, Zach?

—Mi vieja vida.

—¿Y qué representa Rafael?

—Mi nueva vida, supongo.

—Sí, eso creo. Y en tu sueño escoges tu vida vieja en lugar de la nueva. ¿Cómo te
hace sentir eso?

—Pero es mi padre. Se supone que elija a mi padre.

—¿En serio?
Solo lo miré.

—Sí.

—Zach, la última vez que viniste a mi oficina…

—Cuando me derrumbé.

—Sí, cuando te derrumbaste. Dijiste que extrañabas a tu padre. Dijiste que dolía.

—Sí.

—¿Puedo preguntarte algo? —No esperó mi respuesta—. ¿Crees que volverás a ver a
Rafael?

—Sí. Creo que sí. Eso espero. Me gustaría.

—¿Qué evitaría que lo vieras?

—Nada, supongo.

—¿Supones? ¿No sabes cómo ponerte en contacto con él?

—Sí. Puedo alcanzarlo si quiero.

—¿Quieres?

—Sí.

—Bien. ¿Y crees que volverás a ver a tu padre?

No podía contestar esa pregunta. No sabía cómo contestarla.

Adam estudiaba mi rostro.

—Evitas las preguntas sobre tu familia.

—Supongo que sí.

—Sí, supongo que sí. ¿Puedo preguntarte algo, Zach? ¿Puedo ser muy honesto
contigo?

—Sí, puedes ser honesto.

—¿Cuánto tiempo más vas a posponer el lidiar con lo que tienes aquí?

—Eso intento.
—El dibujo fue un buen trabajo. Lo fue, Zach. Y el trabajo que hiciste con Rafael fue
bueno.

—¿A qué te refieres con el trabajo que hice con Rafael? Rafael es mi amigo.

Adam me miró. Tenía esa expresión cuidadosa en su rostro y luego dijo:

—Te permitiste amarlo. Ese es buen trabajo para alguien a quien no le gusta sentir.

—Sí, supongo —mascullé—. Pero no me despedí.

—Lo sé. ¿Me puedes decir por qué?

—¿No tienes una teoría sobre eso?

—No me importa mi teoría.

—Duele mucho… despedirse.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—¿Pero por qué?

—Porque…

—¿Harías algo por mí, Zach?

—Claro.

—Repite después de mí. Amo.

—Amo.

—A.

—A.

—Rafael.

—Rafael.

—Amo a Rafael.

—Amo a Rafael.

Adam asintió y me miró.


—Te es difícil decir eso, ¿cierto?

—Sí, es difícil.

—Aunque es verdad es difícil.

—Sí.

—Es normal amar, Zach.

—No soy normal, Adam.

—Lo entiendo. Pero creo que luchas… —Se detuvo y buscó una palabra o un
pensamiento—. Luchas contigo mismo, Zach. Y sigues luchando contigo. Y te está
matando porque estás luchando contra la mejor parte de ti.

—Yo… —No sabía qué decir. Estaba observando el suelo de nuevo. Volví a eso.

—¿Crees que Rafael te ama? ¿Crees que es verdad?

—Eso es lo que dijo. ¿Pero qué significa eso?

—¿Podría significar que le importas? ¿Podría significar que cree que lo que te pasa
importa?

—Sí, supongo.

—¿Lo supones? Solo digamos que Rafael te ama. ¿Por qué? ¿Por qué te ama? ¿Tiene
una razón oculta? ¿Tiene una intención egoísta o poco saludable? ¿Es algún tipo de
pervertido?

—¿Eso es lo que crees?

—No, no es lo que creo. Quiero saber qué crees tú, Zach. ¿Por qué te ama Rafael?
¿Cuál es tu teoría?

—Porque le recuerdo a su hijo. Porque podría ser un padre para mí. Y siempre quiso
eso, ser un padre.

—Sí. Sí, creo que eso es verdad. ¿Pero crees que esa es la única razón?

—No sé.

—¿Es posible que Rafael te vea?

—Sí, es posible.
—¿Sabes qué pienso? Imagino que Rafael te dejó su diario porque creía que
encontrarías algo ahí que te ayudaría. —Adam tenía esta expresión, la expresión que
decía que se le acababa de ocurrir una idea—. La calle que dibujaste… va a algún lugar.
No sabes a dónde. Yo no sé a dónde. Nadie sabe, Zach. Y el diario de Rafael, ese es su
mapa, esa es su calle. ¿Entiendes lo que intento decirte?

—Sí, eso creo.

—Esa calle, en la que estás acostado con tu perra muerta, Lilly, esa calle te trajo aquí,
Zach. Y va a llevarte a algún lugar luego de que te vayas. Tienes que levantarte, Zach. No
estás muerto. La calle te está esperando.
La ultima tormenta
Corregido por Pily

1
—Sigue respirando, Zach, vas bien. —La voz de Susan era firme y suave mientras
respiraba. Me concentré en reunir el aire desde mis pies hasta mi cabeza. Cuando reuní
todo el aire de mi cuerpo, lo dejé salir. No muy rápido ni muy lento. Constante. Mis
manos y brazos estaban adormecidos, pero eso siempre pasaba en Respiración, las partes
de los cuerpos empezaban a cosquillear, se adormecían, mientras otras se sentían
pesadas. Tenía los ojos cerrados y solo pensaba en mi respiración. Estaba un poco
consciente de la presencia de Susan. Ella solo hablaba cuando sentía que necesitaba
apoyo durante nuestras sesiones.

Y entonces pasó algo nuevo. Ahí estaba frente a mí. Mi hermano con un arma y una
sonrisa en su rostro. Y luego pude ver la sangre en el suelo, parecía agua derramada.
Santiago me apuntó con el arma, luego rió, luego se apuntó a sí mismo, luego río y
entonces toda la escena se puso en negro y todo lo que pude ver fue el rojo. Sentí la
mano de Susan pasar suavemente por mi brazo.

—Está bien, Zach —susurró—. Está bien. ¿Quieres que nos detengamos?

Seguí respirando. Solo seguí respirando. Los ojos de mi mamá estaban abiertos. Eran
tan grises como una nube. Mi papá estaba tieso, inmóvil. El mundo estaba en silencio. Y
hubo una explosión. Y mi hermano tenía una sonrisa extraña. Escuché la voz de Susan:

—Detengámonos ya, Zach. ¿Qué te dice tu cuerpo?

—Hay algo presionando hacia abajo —respondí—, en mi pecho. En mis brazos, mis
manos, mis piernas. No me puedo mover.

—Sí puedes, Zach. Mueve las piernas.

Abrí mis ojos y levanté una pierna, luego la otra.

—Ahora mueve los brazos, Zach.

Levanté mis brazos hacia el cielo, luego los dejé caer.


—Supongo que me puedo mover.

—¿Estás bien?

—Me duele la cabeza.

—¿Cuánto? Del 1 al 10, ¿cuánto te duele?

—Diez.

—Bien, Zach, cierra los ojos. —Hice lo que dijo. Dios, sentía como si mi cabeza se
fuera a abrir en día—. Puedo ver que te duele. Relaja tu rostro, Zach. Inhala y relaja tu
rostro.

Tomé aire y dejé que los músculos de mi rostro se relajaran. Y, luego, algo pasó.
Hubo una ligera brisa que recorrió mi cuerpo y salió por mis dientes. Y luego vi un arma
en el suelo.

El dolor de cabeza se fue. Abrí mis ojos.

2
Regresé a la Cabaña 9 luego de mi sesión de Respiración con Susan. Caminé con lentitud
y pies inciertos. Sentía como si todo mi cuerpo estuviera temblando. El suelo por debajo
se sentía como una nube y sentía como si me fuera a caer a través de la tierra. Logré
llegar a mi habitación.

Me senté a mi escritorio. Escribe lo que sea que se te venga a la cabeza cuando llegues a la
cabaña, Zach. Es importante. Aún podía escuchar las instrucciones de Susan, la expresión
seria en su rostro, la preocupación. Era raro que les importara a los terapeutas. Me
pregunté sobre eso. Me pregunté sobre mí mismo. Me pregunté sobre todo. Desde que
había llegado aquí mi vida era extraña. Nada era lo mismo. Era como si estuviera
cambiando. Pero era raro, tan raro y extraño y me sentía perdido, pero no de una mala
forma.

Saqué mi diario y empecé a escribir. No quería pensar. Solo quería escribir lo que
saliera de mí.
Me sentí un poco débil después de la sesión con Susan. Es raro, todo esto de la Respiración. Me ha
llegado a gustar, lo cual es extraño. Extraño y asombroso y fantástico. La Respiración provoca que
suceda algo dentro de mí. Hace que mi cuerpo se sienta diferente. Y es como si tuviera un cuerpo… y me
gusta tener uno. Imaginen a Zach, a quien le gusta el hecho de que tiene un cuerpo. Jodidamente
sorprendente, sigo escuchando la voz de Susan dentro de mí. Recuerdo haberle dicho a Adam que no
creía que Susan era real. Estaba equivocado sobre ella. Estoy equivocado sobre muchas cosas. Creo que
sobre todo estoy equivocado sobre mí. Voy a escribir esto para poder ver las palabras: ya no me odio.

Voy a escribirlo de nuevo: ya no me odio.

Zach no odia a Zach. Zach, te veo. Zach ve a Zach.

Me sentía tan calmado. La ansiedad se había ido. Sabía que solo era por un rato, pero
esta se había hecho una casa dentro de mí por tanto tiempo que ya me había
acostumbrado. Pero justo entonces, mientras estaba frente a las palabras que había
escrito, sentí una nueva palabra crearse dentro de mí. Solo que no podía descifrar esa
palabra. No sé por qué, pero decidí que quería recorrer el laberinto. Tenía este deseo,
esta sensación en mi interior, y decidí confiar en este sentimiento.

Me dirigí hacia el laberinto.

El lindo día se estaba enfriando y el viento empezaba a cobrar vida.

Mientras estaba en la entrada del laberinto, pensé en Rafael y en Adam. Los imaginé
recorriendo el laberinto en silencio. Imaginé la inmovilidad en ellos. Imaginé sus ojos.
Los imaginé mirándome mientras los veía. Los imaginé saludándome con las manos.
Hola, Rafael. Hola, Adam. Estaba feliz de que Adam y Rafael estuvieran ahí conmigo.
Aunque solo fuera en mi cabeza.

El viento estaba acelerando, enfureciéndose. Cerré mi chaqueta de cuero. Pensé en mi


papá. Esta solía ser de él cuando era joven. Casi podía olerlo. Metí mis manos en los
cálidos bolsillos. Verano. Esa es la palabra que llegó a mis labios. Verano. Esa era mi
intención… a pesar de que no sabía con exactitud qué significaba o por qué había
elegido esa palabra. Verano. Empecé a caminar con lentitud hacia el centro del laberinto.

Intenté limpiar mi cabeza de cualquier pensamiento. Al inicio mi mente estuvo libre


de todos esos trozos de papel que estaban en el suelo. Mis orejas y rostro se estaban
enfriando y el viento pareció ser mi enemigo, pero no me importaba. Solo seguí
caminando y repitiendo la palabra verano. Todo lo que tenía que hacer era poner un pie
frente al otro y seguir el camino. Podía confiar en el laberinto. Este me llevaría al centro.
Podía escuchar el viento soplando entre los árboles y la tierra se estaba moviendo y sabía
que lo más inteligente sería que me detuviera y volviera a la Cabaña 9 donde estaría
caliente y a salvo, pero no quería estar caliente y a salvo. Quería ir al centro del laberinto.
Sabía que tenía que hacerlo. No sé cómo sabía que tenía que ir ahí, pero tenía que hacerlo.

El viento se puso más y más frío.

Seguí caminando. Me obligué a tranquilizarme.

Cerré los ojos. Era como si pudiera ver el camino incluso con mis ojos cerrados. Los
mantuve cerrados mientras caminaba. Paso a paso, caminé, ojos cerrados. Llegaré ahí,
llegaré ahí, llegaré ahí. Imaginé la gran piedra en el centro del laberinto. Me imaginé de pie
sobre la roca, mis brazos estirados hacia la tormenta. Luego las imágenes empezaron a
entrar en mi cabeza como un tipo de película desconectada. Las manos del señor García
en los émbolos de su trompeta, el rostro de Sam mientras me observaba en el cine, la
voz de Rafael mientras cantaba Summertime, los ojos de Adam mientras me decía “Te veo,
Zach” y luego volví a ver los ojos de mi mamá, ciegos y grises, y el cuerpo inmóvil de mi
papá y Lilly, la perra que amaba, muerta y en el suelo. Y Santiago susurrando de tín, marín,
de do, pingüé y riendo, un arma en su mano, el arma apuntada hacia mí, luego el arma
apuntada contra su sien y luego de tín, marín, de do, pingüé y luego el sonido del arma.
Hubo una explosión en mi cabeza en cuanto llegué al centro del laberinto. Abrí los ojos.
Estaba ahí, mi hermano, mi madre, mi padre. Estaban ahí tirados, el suelo lleno de
sangre.

Y entonces se fueron.

Me senté en la roca.

La nieve empezó a caer. No una nieve tranquila, no una nieve adorable. Sino una
fuerte y fría nieve que se sentía como pedruscos golpeándome. Me quedé sentado con
mi hermano y mi madre y mi padre. Me senté con ellos. Y entonces grité. A veces,
cuando lloraba o gritaba, era como si alguien más lo hiciera, como si yo solo estuviera
observándome desde el exterior. Pero esta vez me quedé dentro. Grité. Grité. Y luego
supe por qué había venido. Sabía qué estaba haciendo. Estaba cantando.

Ya era de noche.

Estaba cantando.

Estaba en medio de una tormenta.

Grité.

Aullé.
Y luego canté. Le canté al monstruo.

3
Cuando regresé a la Cabaña 9, Amit me preguntó si algo estaba mal. No me gustó la
forma en que me miraba.

—No te ves bien, amigo.

—Estoy cansado. —Hacía muecas. Me dolía la cabeza.

—¿A dónde se fue tu color, amigo?

Le lancé una sonrisa torcida.

Me miró un poco preocupado.

Caí en la cama. Sé que estaba temblando y que mis dientes castañeaban. Tenía frío y
sentía como si la tormenta de afuera estuviera viviendo en mi cuerpo. Me dolía todo y mi
cabeza se sentía en llamas. Sentí a Amit de pie junto a mí. Sentí su mano en mi frente.

—Hombre, estás enfermo.

El mundo que había cargado en mi interior me había dejado. Todo estaba lejos y
quería mantener mis ojos abiertos porque si los cerraba entonces tal vez nunca volvería a
ver la luz. Pero estaba tan cansado que no me importó. Quería dejar que la tormenta o la
enfermedad o lo que fuera tomara el control.

Antes de dormirme, seguía viendo los ojos grises de mi madre. Siempre habían sido
tan grises como un día nublado. Nunca habían tenido un sol. Dije su nombre. Si decía su
nombre, entonces tal vez vendría a mí y alejaría todas mis tristezas con una canción. Me
dormí diciendo su nombre: Sarah.

Mis sueños duraron por siempre. Había océanos y mi padre y mi madre y mi


hermano estaban nadando ahí. Los observé y ellos parecían felices y luego las cosas se
volvieron malas, mi hermano intentó ahogar a mi padre, mi madre solo los observó.
Luego el sueño cambió y el señor García estaba tocando su trompeta y todo el mundo
estaba oscuro y él estaba llorando. Podía ver sus lágrimas y quería decirle no llores, no llores
y luego el sueño cambió de nuevo y estaba solo en un lugar sin cielo y supe que nunca
encontraría una forma de salir de ese oscuro lugar sin cielo. Desperté empapado en
sudor. Estaba temblando en el frío. Me sequé con una toalla y me puse una camiseta
limpia. Me tambaleé por la habitación y de alguna forma logré cambiar las sábanas. Volví
a caer en la cama.

Dormí. Dormí y dormí y dormí.

Era consciente de las personas que iban y venían. Escuché voces. Estaba confundido
y pensé que estaba en ese hospital donde todo había sido blanco. Una vez, me encontré
sentado en la silla junto a mi cama mientras Michael, uno de los asistentes, cambiaba mis
sábanas. Lo observé y observé como si fuera una película. Recuerdo que me dio una
camiseta y ropa interior limpias y que me preguntó si podía ir al baño y cambiarme.
Recuerdo observar mi pálido rostro en el baño y pensar que tal vez iba a morir y me
pregunté por qué Michael era tan amable conmigo.

Recuerdo preguntarle a Amit:

—¿Voy a morir? —Él me dio un vaso con agua.

—Toma —ordenó—. Finge que es burbon, hombre.

Me tomé el agua.

Seguí susurrando el nombre de mi mamá. Si ella me hubiera cantado Summertime.


Sarah, Sarah, quien nunca había tenido una canción en su interior. Mis sueños eran
pesados y pensé que nunca acabarían. Soñé con Sharkey, soñé su voz, soñé que lo
encontraba y lo llevaba a casa conmigo. Soñé los brazos de Amit. Sus cicatrices eran las
mismas que las de Sharkey. Soñé que intentaba borrar esas cicatrices de sus brazos,
intentaba borrar los rastros de las agujas. Soñé que estaba sentado junto a Sam en el cine
y que lo dejaba sujetar mi mano y que le susurraba que no me soltara. No me sueltes nunca.
Soñé que era un chico y que estaba en el parque y que estaba llorando y que Rafael me
levantó y me sostuvo en sus brazos y que susurró: No llores, dulce niño. Y pasé mis
pequeñas manos por su rostro y él me sonrió. Soñé que mi padre y yo íbamos a caminar
por el desierto y que me apoyaba contra él y le decía: te amo, te amo, papá. Te amo, te amo, te
amo. Soñé con Adam. Él estaba en la entrada del laberinto y estaba sonriendo y no le
tenía miedo a sus ojos y dije: Adam, este es un buen día.
4
La habitación estaba en silencio y llena de luz. Me pregunté si había muerto. Pero
entonces reí. El cielo no se vería como la Cabaña 9. Me senté en la cama. Me sentía
débil, pero no podía dejar de sonreír. Sentí las lágrimas caer por mi rostro y ya no estaba
avergonzado de ellas. Mírenme, estoy sintiendo.

Me duché y estudié mi rostro en el espejo. Estaba un poco pálido. Mientras miraba el


resto de mi cuerpo, decidí que estaba bajando mucho de peso. Comprobé el color de mis
ojos ese día. Se veían más verdes que oscuros. Tal vez era por la forma en que la luz del
sol entraba por la ventana.

—Hola, Zach —murmuré—. Te veo. —Y entonces se me ocurrió la idea de leer algo


del diario de Rafael. Me senté en el suelo y me apoyé contra la cama.

Pasé las hojas, pero entonces decidí leer la carta en su lugar. No sé por qué, pero solo
necesitaba volverla a leer. Seguía pensando en Rafael. Y quería decirle que había
sobrevivido a la última tormenta del invierno. Rafael, canté. Le canté al monstruo.

5
Levanté la mirada y vi a Amir entrar por la puerta.

—Hola, estás vivo.

—Sí, estoy vivo.

—Estuviste fuera por unos días, amigo.

—¿Qué día es hoy?

—Domingo.

—Supongo que de verdad estuve enfermo.

—Sí, hombre, te visitó un doctor y todo. Casi te llevaron al hospital. Ya sabes, dijiste
muchas cosas mientras dormías. Le estabas hablando a todos tus conocidos: Rafael,
Adam, yo, Sharkey, Santiago, tu mamá, tu papá. Incluso le hablabas a tu perra muerta,
Lilly.
Una parte de mí quería preguntarle qué había dicho, pero otra parte de mí ya lo sabía.
Una parte de mí estaba avergonzada. Y la otra no. Le lancé a Amit una sonrisa altanera.

—Entonces, ¿qué te dije?

—Fue bueno. Seguías diciendo que tal vez podrías borrar las marcas en mis brazos.
Eso me pareció algo increíble.

Reí. Era bueno reír.

—Estoy jodido —mascullé. Estaba cansado, pero me sentía limpio luego de la ducha
y volví a cambiar las sábanas y pasé la tarde leyéndole secciones del diario de Rafael a
Amit. No creía que a Rafael le molestara. Amit era como un niño. De verdad le gustaba
que le leyeran.

Así fue como pasamos la tarde del domingo, escuchando las palabras de Rafael.

Qué cosa tan extraña: enamorarse de las palabras de Rafael. Enamorarse de las
tormentas. Enamorarse de la propia vida.

6
La mañana del lunes, falté al grupo. Tenía una cita con el doctor. Lo odié. De verdad
quería ir al grupo, lo cual era extraño y genial al mismo tiempo. E ir al consultorio era un
dolor porque tenía que ser llevando en una van por uno de los asistentes. Pero Steve fue
el que me llevó con el doctor y Steve estaba bien. Sí, era un buen tipo, creo. De camino a
la cita, me sonrió y me dijo:

—Oye, Zach, estás cantando.

—¿En serio?

—Sí. Estás cantando.

—Supongo que sí.

—Nunca hubiera pensado que un tipo como tú cantaba.

—¿En serio?

—Sí, en serio.
—Bueno, supongo que las personas cambian. —Eso dije. Las personas cambian.

Si Adam hubiera estado ahí, me habría lanzado una sonrisa crítica y dicho “¿Las
personas?”

Yo le habría regresado la sonrisa y dicho “Yo, Zach. Zach cambió”.

Y entonces ambos nos habríamos mostrado una sonrisa de verdad.

Ven, no había cambiado tanto. Ahí estaba en la van, cambiando una conversación real
con Steve por una conversación imaginaria con Adam.

7
—¿Zach?

Adam parecía algo confundido cuando me vio frente a su oficina.

—¿Tal vez esperabas ver a Amit?

—Exactamente lo esperaba ver a él.

—Cambiamos.

—¿Cambiaron?

—Cambiamos nuestras citas.

—¿Tu idea o la de él?

—Mía.

Adam tenía esta sonrisa silenciosa en su rostro.

—¿Qué es esa sonrisa, Adam?

—Es solo que estoy sorprendido.

—¿Por qué estás sorprendido?

—En el pasado, te has saltado dos sesiones conmigo.

—No, no, no es verdad. Solo no aparecí. Estuve enfermo para una de esas veces.
Medio me sonrió.

—Siempre imaginé que venías a nuestras sesiones por coacción.

—No todo lo que imaginas sobre mí es verdad.

Asintió, pero sabía que seguía sonriendo por dentro.

—Entonces, ¿estás vivo?

—Sí.

—Bueno, tengo que decir que te ves bastante bien para alguien que pasó los últimos
cuatro días en cama.

Me indicó que entrara a su oficina. Me senté en mi silla de siempre y él se sentó en su


silla de siempre. Todo era lo mismo, pero todo se sentía tan nuevo y tan extraño.

—¿Cómo te sientes?

—¿Esta es una Revisión?

—Sí, es una Revisión.

—Me siento conectado de forma espiritual.

—Eres un sabelotodo, ¿lo sabes?

—Sí. —Sonreí. Seguía sonriendo. No lo sé. Estaba feliz—. Me siento bien, Adam.

—Estaba preocupado por ti.

—Eso es lindo —mascullé.

—¿Estás comiendo?

Sí, sabía que me veía delgaducho.

—El doctor dice que estoy bien. Dice que estoy bajo de peso, pero que estoy
saludable. Y tengo los resultados de los análisis de sangre que hicieron la semana pasada.
Mi hígado está genial. Sin daños.

Adam asintió y luego me estudió.

—Te ves diferente.

—Me siento diferente.


—¿Quieres hablar de eso?

—Hubo una tormenta —repliqué—, y le canté al monstruo.

—¿Ahora le estás cantando al monstruo?

—Sí.

—Explícame eso.

Entonces le conté lo que pasó en Respiración y cómo recorrí el laberinto y la


tormenta y cómo Rafael estaba ahí conmigo y cómo la trompeta del señor Garcia
también estaba ahí.

—Y tú también estabas ahí, Adam, y me dijiste “te veo, Zach”.

Le conté todo lo que pasó. No dejé nada dentro de mí; era como si estuviera dejando
salir todos los secretos que había vivido en mi interior.

—Los secretos me estaban matando, Adam. Lo hacían.

—¿Entonces lo recordaste?

—Sí, Adam. Lo recordé.

—¿Quieres hablar de eso?

—Sí.

—¿Seguro?

—Sí, estoy seguro. —Me encontré observando el suelo y levanté mi mirada hacia
Adam—. Confío en ti.

—Lo sé.

—Bien. Era un sábado por la noche. Salí con mis amigos. Antonio, Gloria, Tommy,
Mitzie y Albert. Bueno, Albert y Gloria debían venir, pero no lo lograron. No puedo
recordar por qué. Entonces solo éramos nosotros cuatro: Antonio, Tommy, Mitzie y yo.
Fuimos a esta fiesta, pero no pasaba nada emocionante. Y entonces Tommy dijo que
conocía un lugar en el desierto donde las personas iban de fiesta y dijo que iba a haber
algo grande. Había ido preparado. Había conseguido con alguien en la calle que me
comprara dos botellas de Jack Daniels.

—¿Pintas? ¿Medias pintas?


Ese Adam siempre tenía preguntas.

—No, ya sabes, las botellas grandes.

Me lanzó esta mirada.

—Supongo que estabas listo para festejar.

—Sí. Entonces fuimos a este lugar en el desierto y había como cien chicos ahí. Es
decir, tal vez más. Y tenían esta fogata encendida ya que estábamos en diciembre y
estaba jodidamente frío y solo festejamos. Es decir, la mayoría solo estaba bebiendo y
había algo de marihuana por todas partes.

—¿Fumaste marihuana?

—Sí. Un poco. Y fue muy raro porque me encontré a Sam.

—¿Quién es Sam?

—Supongo que nunca te conté sobre Sam.

—No, supongo que no. ¿Quién es?

—Es el chico que quería besarme.

—¿Cuándo? ¿Esa noche?

—No, no. Verás, era este chico en la escuela y como que era medio deportista y
salimos una noche. Ya sabes, condujimos por ahí y fuimos a ver una película. Y él me
miró más que a la película. Y cuando me llevó a casa, quiso besarme.

—¿Y qué hiciste?

—Le pregunté por qué quería hacerlo.

—¿Eso le preguntaste?

—Sí —admití—. ¿Por qué alguien querría besarme?

—¿Eso dijiste?

—Sí.

—¿Y querías besarlo?

—No. Solo me enfadé y tomé una de las botellas de mi papá y salí a caminar.
—¿Te embriagaste mucho esa noche?

—Sí.

—¿Y pensaste en Sam mientras lo hacías?

—Sí.

—¿Qué pensabas?

—Pensaba que de verdad me enfadaba que quisiera besarme. ¿Por qué querría hacer
eso?

—¿Entonces de verdad estabas molesto?

—Sí, lo estaba.

—¿No hiciste lo mismo cuando el señor Garcia tocó la trompeta para ti?

Tuve que pensar en eso.

—Sí —confesé—. Supongo que lo hice.

Adam asintió. Estaba a punto de decir algo, pero no lo hizo. Luego lo pensó un
momento.

—Como sea, estabas en esta fiesta en el desierto con tus amigos, te estaba
emborrachando y te encontraste a Sam.

—Sí, me encontré a Sam. Lo cual me confundió mucho porque, en primer lugar, lo


veía como este deportista todo normal… me refiero a que no lo imaginaba como alguien
al que le gustaba drogarse. No era normal en ningún otro sentido. Es decir, él quería
besarme. Entonces, como sea, estaba medio borracho, pero me sentía bien. Ya sabes,
existe esta parte al tomar en la que uno se siente feliz y en paz y no hay nada de tristeza.
Estaba en esa parte y me sentía tan feliz. Y me encontré con Sam y lo saludé.

»Él me saludó y luego dijo: “¿Estás tan borracho como yo?”

»Le respondí: “Solo me siento muy bien”.

»Él rió y dijo: “Yo también me siento muy bien” Entonces dijo: “Me sorprende que
me hables”.

»Le dije: “¿Por qué no te hablaría?”

»Él respondió: “Porque quería besarte”.


»”Sí, bueno”, mascullé, “eso de verdad me confundió”.

»”Creí que sabías que era gay. No es un secreto”.

»”Vaya”, solté, “¿en serio? ¿Como que todos lo saben?”

»”Sí, todos excepto tú, Zach. Supongo que creí que lo sabías”.

»No lo sabía. —Creo que eso me hizo sentir mal. No sé por qué. Y lo miré y solo,
demonios, solo tomé un trago de mi botella de Jack y sonreí y hablamos un poco más y
luego me preguntó si estaba seguro de que no quería besarlo y le dije que estaba seguro.

—¿Y lo estabas, Zach?

—Sí.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿Entonces qué pasó, Zach?

—No sé. No recuerdo mucho. Ya sabes, creo que bebí demasiado.

—¿Crees que bebiste demasiado?

—Bien, bebí mucho. Luego, recuerdo despertar. Estaba acostado sobre el auto de
Antonio. Recuerdo haber vomitado y que todo giraba y me sentía muy mal. Y no había
mucha gente alrededor y una chica me preguntó si estaba bien y le dije que solo un poco
enfermo. Y fue muy amable y me dio una botella con agua y la bebí todo y ella solo
sonrió y dijo que tenían una hielera en su auto en caso de que quisiera más. Señaló el
auto y caminé hasta ahí y tomé otra botella y entonces tomé otra y la eché sobre mi
rostro y fui a buscar a Antonio y a Mitzie y a Tommy, pero no los pude encontrar.
Supuse que habían ido al desierto a disparar o algo. Solo no lo sabía, pero me sentía muy
mal y, no sé por qué, pero tenía miedo.

—¿A qué le tenías miedo?

Miré a Adam. Quería que supiera lo que había sentido.

—Tenía esta sensación. Este mal presentimiento. Y solo quería ir a casa.

—¿Entonces te fuiste?
—Bueno, no tenía cómo ir y estaba en medio de la nada, pero entonces vi a Sam. Él
hablaba con este chico y me acerqué a él y le pregunté si me podía llevar a mi casa. Él
dijo: “No me besarás, pero quieres que te lleve a casa”.

»Repliqué: “Veo tu punto.” Entonces solo me alejé de él, pero me alcanzó y dijo: “Lo
siento. Eso no fue amable. No soy malo. Lo siento. Mira, te llevaré a casa. Te ves
horrible”.

—¿Entonces te llevó a casa?

—Sí. Estuve dormido casi todo el viaje. Pero fue muy amable que me llevara a casa.
No tenía que hacerlo. Y, cuando llegamos, me despertó. “Zach, estás en casa”.

»Asentí y le agradecí. Le dije que era muy amable y entonces le dije que, tal vez la
próxima vez que lo viera, lo dejaría besarme.

—¿Dijiste eso, Zach?

—Sí, lo dije.

—¿Era en serio?

—No sé. Solo quería agradecerle. Ya sabe, me hizo un favor.

Adam no respondió a eso.

—¿Qué pasó entonces?

—Sam sonrió y me aseguró que se encargaría de que lo cumpliera. Y yo le devolví la


sonrisa. Entonces se alejó. Fue entonces cuando la pesadilla comenzó. —No luché
contra las lágrimas que caían por mi rostro. Supongo que había decidido terminar la
guerra contra mis lágrimas. Verán, las lágrimas siempre ganaban de todos modos, por lo
que solo las acepté—. Cuando llegué a la casa, Santiago estaba sentado en la silla de mi
padre y tenía un arma. Y mis padres… —Mi garganta estaba seca e inflamada y las
palabras se quedaron atoradas. Estaban pegadas, pero sabía que tenía que decirlas. Tenía
que decirlo. Tenía que contarle a Adam lo que había pasado. Porque también me lo estaba
contando a mí. Necesitaba escuchar las palabras. Necesitaba escucharme decirlas. No
había notado que Adam había salido de la habitación y regresado con un vaso con agua.
Me entregó el agua.

—Tómate tu tiempo, Zach.

—¿Ya se acabó nuestra hora?

—No te preocupes por la hora, Zach.


Bebí un poco de agua. Pasaba mis palmas por mis mejillas, pero las lágrimas seguían
cayendo. Y sabía que solo tenía que obligarme a hablar. Siempre me había detenido.
Siempre había dejado que las palabras se acumularan dentro de mí. Y quería explotar
todo para que las palabras solo salieran.

—Respira, Zach.

Inhalé como Adam me dijo.

—De nuevo.

Y volví a inhalar.

—Ahora exhala lentamente.

Hice lo que Adam dijo.

—Bien. Sigue respirando.

Asentí. Y entonces, al final, me pareció que las palabras estaban ahí. Estaban ahí y
solo las empujé.

—Mi mamá y mi papá estaban en el suelo. Había sangre por todas partes. Y Santiago
solo estaba sentado ahí. —No me importaba si los sollozos intentaban meterse entre mis
palabras porque iba a hablar. Iba a contar mi historia. Las palabras, esas horribles
palabras, no iban a seguir dentro de mí. No más, no más, no más.

»Y, Adam, no sabía qué hacer. No me podía mover. Solo vi a mi mamá y mi papá
tirados sobre su propia sangre y supe que estaban muertos y Santiago me observaba y me
sonreía y luego dijo “Te he estado esperando”. Y me apuntó con su arma y luego canturreó
de tín, marín, de do, pingüé. Y creí que iba a matarme y supongo que no me importaba.
Cerré los ojos y luego escuché el arma disparase. Entonces abrí los ojos y vi a Santiago.
Se había metido el arma en la boca y… —Fue entonces cuando las palabras se
detuvieron. Eso fue todo lo que pude decir.

No sé cuánto tiempo me quedé ahí sentado, pero las lágrimas se detuvieron y el


mundo quedó en silencio.

—Corrí, Adam. Solo corrí.

—Pero ya no estás corriendo, Zach.

—Creo… creo… creo que…

—¿Qué crees, Zach?


—Una parte de mí deseaba que Santiago me hubiera apuntado, ¿sabes? ¿Sabes a qué
me refiero, Adam?

—Lo sé.

—Deseaba haber muerto junto a ellos.

—Una parte tuya sí murió, Zach.

Miré a Adam sentado frente a mí. Había lágrimas cayendo por su rostro.

—Pero mira, Zach, otra parte vivió. Viviste, Zach.

—Estás llorando —señalé.

—Eso pasa a veces —admitió.

Ambos nos quedamos sentados por un largo rato sin decir nada.

—También lloraste cuando Rafael habló sobre su hijo.

—Sí, lloré.

—¿Te hacemos daño?

—No. Me conmueven, Zach.

Eso es hermoso. Eso era lo que quería comentar, pero no lo hice. No dije nada. Solo nos
quedamos sentados sonriéndonos. No sé qué me detenía. Yo me estaba deteniendo. Y luego
escuché un celular sonar. Adam me miró como si lo lamentara.

—No es común que tenga mi teléfono encendido, pero… tengo que atender esta
llamada. ¿Está bien?

Asentí. Adam era todo un profesional. Si no fuera importante, entonces no lo tendría


encendido. Imaginé que trataba de su familia. Lo entendía.

Salió de la habitación y me indicó que esperara.

Asentí.

Entonces tuve esta conversación imaginaria con Adam. Saben, me gustaban mucho
las conversaciones imaginarias.

—Supongo que lo sabes, pero quería decir que, bueno, de verdad te amo. Es decir…

—Lo sé, Zach. Sé a qué te refieres.


—Supongo que eso pasa… los pacientes aman a los terapeutas.

—Sí, eso pasa.

—¿No te importa?

—No, no me importa.

—Bueno —acepté—. Porque creo que te amaré por siempre.

Adam sonrió. Y luego rió. Y fue una risa muy linda, una risa que me hizo sentir muy, muy bien.

—Perdón por eso. —Adam regresó—. Es uno de mis hijos.

—¿Está bien?

—Sí, está bien.

—Bien —comenté—. Tiene suerte.

—Sí. Yo también. —Lo pensó por un momento—. Has pasado por mucho, Zach.
No te merecías todo eso, Zach. No lo hacías. Te dije que eras valiente. ¿Lo recuerdas?

—Sí, lo recuerdo.

—Tenía razón.

—Sé qué vas a decir ahora.

—¿En serio?

—Date un poco de crédito, Zach.

—Eso es lo que iba a decir. —Tenía esta expresión seria—. Estoy feliz por ti, Zach.
No tienes idea de lo feliz que estoy por ti.

—Creo que también estoy feliz.

—¿Lo crees?

—Sí. Supongo que solo me pregunto por qué Santiago me dejó vivir.

—Tal vez te amaba.

—Lo pensé.

—¿Lo crees?
—Solo lo quiero creer si es verdad.

—Nunca lo sabremos, Zach. ¿Te puedo contar un secreto? A veces, Zach, todo lo
que tenemos es lo que inventamos.

—Tendré que pensar en eso.

—Yo también.

Miré sus ojos. No había gris en ellos. No como los de mi madre. Podría haber
observado al rostro por siempre.

—¿Adam?

—¿Sí, Zach?

—¿Recuerdas mi sueño, el que era sobre beber con mi padre?

—Sí, lo recuerdo.

—Sé lo que representa mi padre. Representa la muerte. Y sé lo que representa Rafael.


Representa la vida. En el sueño escojo la muerte. Quiero escoger la vida, Adam. Amaba
a mi padre, pero tengo que dejarlo ir. ¿Está bien, Adam?

—Sí, Zach, está bien. Tienes que dejarlo ir.

—Pero me hace sentir mal… que no elijo a mi padre.

—Tu padre está muerto, Zach. ¿Y sabes qué más? Amabas a tu padre. Por eso te
sientes mal por querer escoger a Rafael en tu sueño. Pero eso solo significa que tienes un
corazón, Zach. Y funciona. Tu corazón funciona. Imagínalo, Zach.

Adam. Su sonrisa me destrozaba. De una buena forma. De una forma buena y


hermosa.
Recuerdo
Corregido por Pily

Este es el problema con los adictos. Descubren nuevas adicciones todo el tiempo para
reemplazar las viejas adicciones. Por lo que esta es mi nueva adicción: recordar. Es en
serio. Es tan raro y extraño querer recordar. Se siente mal y se siente bien al mismo
tiempo. Se siente mal por razones obvias de que, bueno, pasaron cosas malas. Se siente
bien porque recordar me ayuda a sacar las cosas malas de mi cuerpo. Verán, esta es mi
nueva teoría: todo mi cuerpo, mi cerebro y mi corazón incluidos, era este basurero para
tirar cosas. Y ahora, bueno, me estoy encargando de limpiarlo.

No es que no duela.

Sigo pensando: ¿cuántas lágrimas tiene un tipo dentro?

Todo está bien. Me sigo diciendo que todo está bien.

Entonces estoy recordando. Recuerdo y recuerdo y recuerdo.

Cuando el arma de mi hermano se disparó, mi corazón se detuvo. Y cuando abrí los


ojos y vi toda la escena, solo me fui. Recuerdo salir corriendo y no lo recuerdo con total
claridad, pero recuerdo tomarme una botella de burbon. Y luego revolver el armario y
encontrar otra botella. Y recuerdo huir de la casa. Y luego recuerdo girar y volver a la
casa y besar a mi mamá y a mi papá, solo besarlos y estaba muy loco y sabía que lo había
perdido, y no sabía qué hacer.

Corrí.

Solo corrí.

No recuerdo cuántos días caminé sin rumbo. Ebrio. Recuerdo encontrarme


caminando a un lado de la calle. Recuerdo sentir que ni siquiera vivía en mi cuerpo. El
sol estaba saliendo y no había carros y hacía frío. Dios, tenía tanto frío. Recuerdo
sentirme muy enfermo y había un terremoto en mi cuerpo y juro que pensé haber visto
un monstruo. Por lo que solo me acosté al lado de la calle.

Recuerdo un hospital.

Y entonces estaba aquí. En la Cabaña 9. Cama 3.


Sigo observando mis manos. Estas son mis manos. Sigo presionando mis palmas
sobre mi corazón. Este es mi corazón.

No morí.

No morir significa que sigo respirando.

Sigo respirando significa que mi corazón sigue latiendo.

Mi corazón sigue latiendo significa que estoy vivo.


La palabra “Cambio”
en mi corazón?
Corregido por Pily

1
El Grupo fue genial. Fui el primero para la Revisión y confesé haber mantenido dos
secretos:

—Leí el diario de Rafael cuando no había nadie cerca y mi otro secreto es que odiaba
mi familia. Sé que dije que los amaba y era verdad, pero también los odiaba. Esos son
mis dos secretos. Oh, y tengo un tercer secreto… de verdad extraño a Rafael. —Y ni
siquiera bajé la mirada al suelo.

Sheila, Maggie, Lizzie y Kelly empezaron a aplaudir. Ya sabes, como pequeños


aplausos. Y exclamé:

—Oigan, ¿qué es eso de los aplausos?

—Nunca habías admitido tener secretos —respondió Lizzie.

—Tengo montones —admití.

—Sí, los tienes —reafirmó Lizzie. Y ambos reímos.

—Perdón por haber sido toda una mierda en el grupo —mascullé.

Adam estaba en silencio, pero cuando lo miré estaba sonriendo. Ese tipo podía
sonreír.

Esa fue la primera vez que lo pasé bien en el grupo. Un muy buen tiempo. Nunca la
había pasado bien en el grupo. Nunca. Maggie trajo un montón de dibujos y de verdad
me gustaron y supongo que estaba hablando mucho, ya saben, dando críticas. Y fue
bueno. Era un buen grupo. Todos hablábamos y reíamos y bromeábamos y Adam fue a
la pizarra y escribió MOMENTOS FELICES.
Intenté pensar en un momento feliz y empecé a pensar en las cosas con las que mis
amigos y yo solíamos emborracharnos y los buenos ratos que pasábamos y pensé que
realmente no eran tan buenos. Vi sus rostros frente a mí y sus nombres pasaron por el
desordenado suelo de mi mente, ese suelo que seguía lleno de trozos de papel: Antonio,
Gloria, Tommy, Mitzie y Albert. Tal vez los había amado. Supongo que lo hacía a mi propio
modo… no es que supiera algo sobre el amor y cómo ir entregándole ese amor a las
personas. Pero la cosa es que no hacía a mis amigos felices y ellos no me hacían feliz. Lo
único que hacíamos era drogarnos por completo. Ellos no tenían nada que ver con la
felicidad. Nunca antes lo había pensado, cómo no tenía tantos momentos en los que fui
feliz de verdad. Intenté crear una lista y terminé con esto en mi cabeza:

Cuando cumplí diecisiete años y mi papá y yo fuimos al desierto.

La primera vez que el Sr. Garcia tocó la trompeta para mí.

La noche en que Rafael cantó Summertime.

El día que le conté toda mi historia a Adam.

Esas eran las cuatro cosas en mi lista de MOMENTOS FELICES. Cuatro cosas. Solo
tenía dieciocho, así que tal vez iba bien.

Bien no era genial, lo sabía.

Vi la lista que Adam tenía en la pizarra sobre MOMENTOS FELICES. Nadie tenía
una lista larga. Pero todos tenían algo. Todos sabían lo que era la felicidad. Incluso las
personas tristes y arruinadas saben lo que es la felicidad. Y luego Adam vio la lista y
medio sonrió.

—Bien —comenzó—, hagamos algunas cuentas. —A ese Adam le encantaban los


números—. Escala del 1 al 10 en la escala de la felicidad. ¿Qué tan feliz eres? Diez es lo
más alto; uno es, bueno, no muy feliz. —Miró a Amit.

—Veamos —murmuró Amit—. Diría que cuatro.

Adam escribió un 4 junto a su nombre.

—¿Lizzie?

—Siete.
—¿Siete? Bien hecho. ¿Kelly?

—Depende del día.

—Tiene sentido. ¿Qué tal hoy?

—Seis.

—¿Seis es un buen día para ti?

—Seis es un día excelente para mí.

Adam asintió y escribió el 6 junto a su nombre.

—¿Maggie?

—Cuatro.

—¿Cuatro? ¿Estás trabajando en eso?

Ella se encogió de hombros.

—¿Annie?

—Un cinco cerrado.

—¿Cinco? Bien, cinco.

—¿Zach?

—No estoy seguro. Creo que estoy mejorando. —Esperó—. Seis. Sí, seis.

Un 6 llegó junto a mi nombre.

—¿Notan algo? —preguntó Adam con sus sonrisa crítica en el rostro—. No hay
ochos, ni nueves, ni dieces.

—Bueno, estamos aquí, hombre. ¿Qué esperabas? —comentó Amit.

—Sí, están aquí —afirmó. Eso como que nos hizo reír a todos. Y luego escribió a lo
ancho de la pizarra: ¿QUÉ NECESITO PARA SER FELIZ?

—Buena pregunta —masculló Lizzie.

—No vine aquí para ser feliz —replicó Amit—. Vine porque soy un adicto.

—Si fueras feliz, ¿serías un adicto?


—No lo sé.

—Imagino que sí lo sabes.

—Nadie es feliz. —Todos miramos a Kelly.

—¿A qué te refieres con que nadie es feliz? —Adam esperó por una respuesta.

—Me refiero a eso. Nadie es feliz. ¿Por qué nosotros deberíamos ser diferentes?

—¿Entonces la felicidad es imposible?

—La felicidad no está en las cartas. No para mí.

—Lo sabes, ¿no?

—No me importa la felicidad.

Adam estaba pensando.

—¿A alguien más no le importa la felicidad?

Analicé la pregunta en mi cabeza.

—A mí me importa la felicidad —contesté. Pero no lo dije en voz alta. Y luego quise


decir—: Solía ser un 1, ahora soy un 6. Estoy mejor.

Pensé en Rafael. Me pregunté cómo habría contestado la pregunta. Lo imaginé


diciendo “Nueve. Soy un nueve en la escala de felicidad”. Y luego lo imaginé diciéndole
a Kelly: “Lo que dices sobre la felicidad no es verdad. La felicidad es lo más importante
del mundo”. Me pregunté por qué tenía una conversación imaginaria con Rafael en el
grupo. El cambio es difícil.

2
Salí a caminar y descubrí que mis pies me habían llevado al árbol de Rafael. El árbol que
había llamado Zach. Estudié el árbol. Infernalmente torcido y desaliñado. Pero muy
hermoso. Tuve una idea. Volví a la Cabaña 9 y tomé mi libro de bocetos. Pasé toda la
mañana frente al árbol, dibujando y dibujando. Y luego terminé.

Se lo enviaría a Rafael. Esa idea me entró a la cabeza. Me acosté en el suelo y miré el


cielo. Estaba feliz y ni siquiera sabía por qué. Pero también tenía miedo. Tal vez la
felicidad daba miedo. O tal vez estaba asustado porque no sabía a dónde iría al salir de
este lugar. ¿A dónde iría? ¿De regreso a casa? ¿Solo? No sabía cómo vivir solo. Tenía una
tía. Lo recordaba. Era la hermana de mi mamá y sufría de agorafobia, igual que mi
madre. Tenía una linda casa, pero nunca salía. No sabía nada sobre ella, excepto que no
le gustaban mucho las personas. Solo la había visto una vez. Fuimos a visitarla cuando
era un niño. Me miró, luego a mi madre y comentó:

—Bueno, al menos no tiene pulgas. —Eso fue lo que dijo.

Sabía que mi tía nunca me aceptaría. Pensé en Rafael cuando dijo que su tío y tía lo
habían aceptado solo porque sentían lástima por él. No quería que nadie sintiera lástima
por mí. Además, tenía dieciocho. Era un hombre. Sí, bien, como si fuera un hombre de
verdad. No había ni terminado la secundaria. Mi plan de ir a la universidad se había ido
al diablo. Dios, me estaba destruyendo. Pude sentir a mi amiga la ansiedad volver a mi
cuerpo. Respira, Zach, respira.

3
Hice un autorretrato. En la pintura, estaba de pie frente al árbol llamado Zach. Estaba
mirando el cielo y estaba cantando. Y había un coyote a mi lado. El coyote y yo nos
habíamos hecho amigos… y él también cantaba. En la esquina de la pintura se podía ver
a un monstruo yéndose.

Me gustaba mi pintura.

Saqué mi diario y escribí:

Estas son las cosas que sé que son verdad. O, como diría Adam, estas son las cosas que entran en la
categoría de COSAS QUE SÉ:

 Mi hermano mató a mi padre y a mi madre.


 Los extraño, a mi madre y a mi padre y a Santiago.
 En definitiva soy un alcohólico.
 Tengo miedo de irme de este lugar.
 Deseo que Rafael fuera mi padre.
 Deseo que Adam pudiera ser mi terapeuta por siempre.
 Amo estar sobrio.
 Quiero dejarme ser tocado.
 Deseo que Sharkey regresara y mejorara.
 Quiero que Amit sea feliz.
 Hay palabras hermosas dentro de mí.
 El invierno no es la única estación.
 No morí.
 Estoy vivo.

Y estas son preguntas que tengo. Tal vez entren en la categoría de COSAS QUE NO SÉ. Tal
vez entren en la categoría de COSAS QUE NO SÉ QUE SÉ o tal vez en la categoría de COSAS
QUE NUNCA SABRÉ. La última categoría no es de Adam, sino mía. Tengo esta idea en la
cabeza ahora: NECESITO TENER MIS PROPIAS CATEGORÍAS. Entonces estas son las
preguntas que tengo:

 ¿Por qué mis padres dejaron que mi hermano dominara nuestra familia?
 ¿Por qué Santiago mató a mi madre y a mi padre?
 ¿Por qué Santiago me dejó vivir? ¿Fue porque me amaba?
 ¿Dios escribió “Cambio” en mi corazón?
 ¿Adam escribió “Cambio” en mi corazón?
 ¿Rafael escribió “Cambio” en mi corazón?
 ¿Fui yo el que escribió “Cambio” en mi corazón?
 ¿Qué voy a hacer con esta cosa llamada tocar?
 ¿Sharkey está vivo?
 ¿Amit se quedará? ¿O encontrará una razón para irse como Sharkey?
 ¿Rafael está feliz? ¿Está sobrio?
 ¿Por qué existimos tantas personas arruinadas?

4
—Entonces, Zach, aún no me has preguntado cómo llegaste aquí.

—Lo he estado pensando —admití.

—Dime lo que piensas.

—Bueno, tengo la idea de que mi tía está involucrada. —Intentaba ver si podía sacar
algo de los ojos de Adam.
—Cuéntame sobre tu tía.

—Bueno, no sé mucho sobre ella. Es la hermana de mi mamá. Su nombre es Emma


Johnson. Vive en una gran casa. Es una casa muy bonita. Creo que es rica. Es lo opuesto
a mi mamá en algunos aspectos. Tiene una clase de negocio y tiene una oficina en su
casa y una secretaria. Pero nunca sale de la casa. Es agorafóbica, igual que mamá.
Supongo que había unos malos genes del lado de mamá. Creo que su madre se suicidó.

Miré el suelo, luego levanté la mirada.

—Veamos, ¿qué más sé sobre mi tía? No le agradan las personas, pero de verdad
amaba a mi mamá.

—¿Cómo sabes eso, que amaba a tu madre?

—Llamaba todas las semanas. Sin falta. Todos los miércoles a las siete de la noche, en
punto. Raro, ¿no? Y sabía que no era de la clase de persona que llamaba a los demás.
Tenía la sensación de que, aparte de su negocio, no llamaba a nadie.

—¿Te amaba?

—No. Era el hijo de su hermana. Ya sabes, así es cómo me veía. Es decir, no creo
que me odiara. Era, ya sabes, indiferente. Odiaba a mi hermano, eso sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Cuando mi madre no podía hablar, me preguntaba cosas. Hablaba un poco


conmigo. Decía que mi papá debía echarlo de la casa. Le dije que tal vez él podía ir a
vivir con ella. Recuerdo que solo rió y dijo “¿De dónde sacaste ese sentido del humor,
joven?” En serio, eso es todo lo que sé sobre mi tía. —Miré a Adam.

—¿Ella me mandó aquí?

—Sí.

—¿Lo pagó?

—Bueno, de cierta manera. Aparentemente, se encargó de algunos asuntos


financieros por tu madre. Era la albacea de tus padres. Tus papás tenían algo de dinero.

—¿Mucho?

—No, no mucho. Pero algo.

—Suficiente para pagar este lugar, supongo.


—Aparentemente. Tu tía se encargó de los arreglos.

—¿Me trajo aquí?

—Sí, Zach. Te trajo aquí.

—¿Cómo supo de este lugar?

—Ha estado aquí.

—¿Cómo cliente?

—Sí.

—¿Cuándo?

—No lo sé. Hace años.

—¿Estabas aquí entonces?

—No, no conozco a tu tía.

—Necesito agradecerle. Salvó mi vida.

—Bueno, ayudó.

—Entonces, Adam, ¿qué pasa ahora?

—La pregunta del millón de dólares.

—Sé que mi tía Emma no me va a aceptar.

—Ella indicó lo mismo.

Medio sonreí.

—Tiene sus limitaciones. Por aquí los llamamos límites.

Adam intentaba no sonreír.

—Sí, lo veo.

—Vengo de una familia de personas inestables.

—Es verdad, Zach. Pero… déjame hacerte una pregunta: ¿crees que eres inestable?

—No lo sé. Tal vez terminaré como mi hermano o mi mamá o mi tía.


—No lo creo. No creo que tengas un problema mental, Zach.

—¿No?

—No. Sí creo que terminarás como tu padre si decides volver a tomar.

—Sí, bueno, eso suena cierto.

—¿Quieres terminar como tu padre?

—No.

—Bien. —Sonrió mientras me entregaba un expediente—. Tarea.

Tomé el expediente.

—¿Qué es?

—Es un plan para prevenir una recaída.

—¿Qué es eso?

—Tienes que idear un plan para mantenerte sobrio.

—Bien.

Señalé el expediente.

—El papeleo se explica solo. Solo repásalo y contesta todas las preguntas con
sinceridad. Y lo digo en serio. Y luego crea un plan.

—Bien. Pero… —Solo lo miré.

—¿Tienes una pregunta, Zach?

—Sé que tengo dieciocho. Sé que se supone que sea un adulto. Es solo que no me
siento como uno. Es decir, ¿en dónde voy a vivir?

—Esa es una buena pregunta.

—Pareces tener una sugerencia.

Adam sonrió.

—Así es. Hay un lugar en California.

—¿Qué lugar?
—Un hogar de rehabilitación4. ¿Sabes lo que son?

—Sí. ¿No hay de esos en El Paso?

—¿Quieres volver a casa?

—Sí, supongo que sí.

—¿Y si vuelves con tus amigos?

—Entiendo —admití.

—Escucha, Zach, creo que deberías intentar en este lugar. Creo que de verdad tiene
tu nombre.

—¿Sí?

—Sí. Mira, si no funciona, te ayudaré a encontrar un lugar más cerca de casa. ¿Lo
pensarás?

—Sí. Bien, lo pensaré. —Intentaba mantener mis ojos lejos del piso. Era una adicción
difícil de vencer. Abrí mi diario en la página donde había escrito mis listas. Se lo entregué
a Adam.

Se tomó su tiempo para leerlo. Sonrió de forma amplia y luego solo me miró.

—Zach, ¿crees en milagros?

—No lo sé, Adam.

—Yo sí.

—¿En serio?

—Zach, estoy mirando a uno en este momento.

4 Hogar de rehabilitación: lugares para ayudar a los adictos en recuperación a reincorporarse a la


sociedad; a diferencia de los centros de rehabilitación, no tratan las adicciones.
5
Anoche caminé por el terreno.

La luna estaba llena; y la noche, fresca, pero el frío se había ido. Encontré mi camino
al árbol llamado Zach. Escribí mi nombre en el suelo. Y luego escribí el nombre de
Rafael y el nombre de Amit y el nombre de Sharkey y el nombre de Lizzie. Escribí el
nombre de todos. El nombre de todos de los que me había despedido. El nombre de
todos los que habían estado en el Grupo. El nombre de todos los que podía recordar
haber conocido aquí.

En este lugar.

En este hermoso lugar.

Saqué mi medalla de despedida de mi bolsillo. Observé el ángel. Decidí que le daría


un nombre al ángel. Santiago. Mi hermano. El hombre que me había dejado vivir. Decidí
que me había dejado vivir porque me amaba. Tal vez era una mentira. Pero era una
mentira hermosa.

Observé todos los nombres que había escrito en la tierra.

La tierra tenía espacio para todos nuestros nombres.

Me pregunté si la tierra era otro nombre para Dios.

6
Amit me acompañó al edificio principal donde se suponía que tenía que esperar la Van.
Iba a volar a Los Angeles. Alguien me estaría esperando. Alguien que me llevaría al
hogar. Recordé las palabras de Adam: Mantenlo simple.

Sabía a lo que se refería.

Un día a la vez.

Un día sobrio a la vez.


Tenía el número de teléfono de un hombre llamado Brian. Iba a ser mi patrocinador.
Me iba a reunir con él cuando me asentara. Amit me dio un abrazo de despedida. Le
devolví el abrazo. Estaba intentando ganar comodidad con esta cosa de tocar.

—Te extrañaré —susurró.

—También te extrañaré, Amit. —Le lancé una sonrisa altanera—. Haz el trabajo.

—Sí, sí. Haz el trabajo.

Se despidió con la mano y me dejó ahí.

Lo observé alejarse.

Amit tenía un problema con las despedidas. Era como yo. Todos éramos similares.
Todos éramos los mismos.

—Te extrañaré —grité. Quería que supiera que era verdad, que estaba siendo sincero.

Se dio la vuelta y me sonrió. Las personas eran tan hermosas cuando sonreían.

Ayer tuve mi última sesión con Adam. Me dijo que lo llamara en cuanto llegara a Los
Angeles. Me dio el número de su celular. Repasamos mi plan para una recaída… aunque
no tenía intención de recaer.

—Todos juran que no lo volverán a hacer, Zach. ¿Quieres volver a ver las
estadísticas? —Adam y sus números.

Saqué un trozo de papel de mi cuaderno y escribí la palabra “Cambio”.

—Alguien escribió esto en mi corazón —afirmé.

—¿Ya descubriste quién?

—Todos.

—¿Todos?

—Sí, todos. Tú y Rafael y Sharkey y todos en el Grupo. Todos.

—¿Qué hay de tu poder divino?

—¿Dios? Él también escribió “Cambio”. Supongo que ayudó.

—¿Aún tienes un problema con Dios?

—Bueno, él te hizo a ti y a Rafael, ¿no?


—Sí, así es.

—Entonces está bien por mí.

—¿Solo bien?

—Es un comienzo.

Era un comienzo. Sí, lo era.

Me despedí de Adam. Aún quedaban palabras dentro de nosotros. Pero nunca se


puede decir todo lo que se quiere. Lo sabía. Antes de dejar su oficina por última vez, lo
miré y murmuré:

—Creo que tomaré un abrazo. ¿Está bien?

Sentí sus brazos rodearme. Y por un momento solo estuvimos Adam y yo en el


mundo. Solo Adam y yo.

Esto es lo que odiaba sobre abrazar a Adam: tenía que soltarlo.

Respiré hondo cuando subí a la Van. Revisé mi bolsillo para comprobar que tenía mi
medalla conmigo.

Adiós, laberinto.

Adiós, árbol llamado Zach.

Adiós, grupo llamado Verano.

Adiós, Adam.

Adam, quien ve todo.

Adam, cuyos ojos son azules como el cielo.

7
Tuve una conversación imaginaria con Adam en el aeropuerto. Lo llamé desde mi
celular. Escuché su voz.

—Es Zach —saludé.


—¿Pasa algo malo, Zach?

—No, solo olvidé algo.

—¿Qué?

—Nunca te lo dije. Mantuve un secreto.

—¿Qué, Zach?

—Te quiero. Creí que debías saberlo.

—Creo que ya lo sabía, Zach.

—Oh, bien. Solo quería escucharme decirlo. ¿Está bien?

—¿Tienes vergüenza, Zach?

—Sí.

—Bueno, tendrás que trabajar en eso, ¿no?

—Sí, supongo.

Conversaciones imaginarias. Esas me destrozaban.

8
Dormí casi todo el viaje hasta LA.

Era raro ya no estar en ese lugar. Me sentía libre de este. Y aun así no quería ser
libre… nunca. Quería que ese lugar se mantuviera vivo en mi cabeza.

Pensé en el monstruo y cómo podría siempre estar ahí. Pero eso estaba bien porque
el monstruo ya no me asustaba.

Adam dijo que siempre habría días del monstruo. Tendría que mantenerme alerta.
Rafael había permanecido alerta. Tendría que ser como él. Me pregunté sobre él… me
pregunté si seguía viviendo en LA. Había recibido una tarjeta de él. La había enviado
desde Italia. Supongo que decidió viajar.

Sabía que lo vería. Te volveré a ver porque quiero volverte a ver. Sabía que vendría a visitar en
cuanto supiera que me estaba quedando en LA. ¿Pero y si no lo hacía? ¿Y si Rafael solo
había sido mi amigo en ese lugar? ¿Y si quería olvidarme y seguir adelante? Eso era lo
que hacían las personas… lo superaban. Empecé a sentirme un poco ansioso al pensar
en eso. Bien, molestarme no era bueno para mi sobriedad. No era bueno. Respira, Zach,
respira.

Sabía qué hacer cuando mi avión aterrizara en LA. Habría alguien por los carruseles
del equipaje con un letrero con mi nombre. Adam me había dicho que era un hombre
que iría por mí y que debía confiar en él.

Bien.

Todo estaba planeado.

Bien.

Tenía mis papeles. El nombre del lugar. La dirección. El panfleto. El número. El


nombre del director.

Bien.

Cuando me bajé del avión, todo el pánico volvió. No podía respirar. Odiaba los
pensamientos acelerados, los odiaba. Se me ocurrió que había hecho lo equivocado. No
había sido el momento correcto para irme del lugar. Había estado equivocado al pensar
que estaba listo para vivir en el mundo con un montón de normales y personas
terrenales. ¿Qué iba a hacer?

La idea de que tenía que subirme al siguiente avión y volver entró en mi cabeza. La
idea de que debía llamar a Adam y decirle que no lo iba a lograr si no regresaba entró en
mi cabeza.

9
No estoy a salvo.

Estoy perdido de nuevo.

Me siento y me mezo y respiro. Me obligo a relajarme. Pienso en Susan y en su voz y


en cómo me llamaba chico valiente. Recuerdo que tengo el número de Adam. Eso me
calma. Si algo sale mal, puedo solo llamarlo.

Bien. Estoy bien.


Camino para retirar mi equipaje. No camino rápido. Siento el latido de mi corazón. Sé
que “Asustado” está escrito ahí, en mi corazón. Respira, Zach, respira.

Estoy recogiendo mi equipaje. Estoy buscando alrededor por el hombre que se


supone vino por mí.

Veo un letrero que lee ZACHARIAH moverse en el aire.

Veo el rostro del hombre que tiene el letrero y siento mis pies correr hacia el hombre,
correr y correr, no huyen, sino que se acercan. Corren hacia adelante. Siento mis brazos
estirarse hacia el hombre y abrazarlo y aferrarse a él.

Soy el dueño del corazón más feliz en todo el universo de Dios.

—¡Rafael! ¡Rafael! ¿De verdad eres tú? ¿De verdad eres tú?

Siento sus brazos rodearme. Lo escuchó susurrar:

—Sí, Zach. Soy yo.


Recuerdo
Corregido por Pily

Lo primero que hice cuando llegué a la casa de Rafael fue llamar a Adam. No recuerdo
todos los detalles de nuestra conversación. Sí me preguntó si me sentía bien sobre vivir
con Rafael. Escuché algo en su voz.

—¿Crees que es una mala idea? —pregunté.

Recuerdo su respuesta.

—No lo sé. —Era un verdadero “no lo sé”. Eso me confundió.

Luego le pregunté a Rafael sobre eso.

—Mira, Zach —explicó Rafael—. Adam no es responsable por lo que nos suceda
luego de salir. Tiene que dejarnos ir. Él lo sabe. Creo que entendió que iba a encontrarte
de una forma u otra. Y también creo que entendió que podrías no lograrlo por cuenta
propia. Adam es un tipo muy ético. Y sabía que no hay garantías en la vida. Conoce las
probabilidades y que no están a nuestro favor. Puede que esto no sea lo mejor para
nosotros. Tendremos que ver.

Eso fue hace seis meses.

Tenía una elección. Podía vivir en el hogar o podía vivir con Rafael. Y era yo quien
tenía que elegir.

Tenemos reglas en nuestra casa. No muchas reglas, pero sí unas cuantas:

No puedo quedarme afuera después de las once a menos que hable con Rafael.

Cada uno se cuida.

Nadie bebe.

Nadie fuma… no en la casa.

Supongo que se podría decir que tengo mi propio pozo del fumado en el patio. A
veces, cuando salgo, pienso en Sharkey. Pienso en Amit. Pienso en Lizzie. A veces tengo
conversaciones imaginarias con ellos. Soy adicto a tener conversaciones imaginarias. Aún
no he decidido si eso es saludable o no.
Rafael me ayuda a mantenerme articulado. Como en hablar. Como en conversar.
Como en expresar lo que siento. A veces, como una broma y no una broma, Rafael me
mira sobre la mesa mientras desayunamos y anuncia:

—Revisión. —Ambos reímos y luego decimos algo como:

—Soy Zach. Soy un alcohólico. No tengo pesadillas y voy a hacer de este un buen
día.

Rafael me mira y dice:

—Soy Rafael. Soy un alcohólico. Y estoy enamorado de mi sobriedad.

Sonreímos. Reímos.

Discutimos cosas en nuestra casa. Esa es otra regla. Hay que discutir las cosas. Por
ejemplo la escuela. Discutimos mi situación. Discutimos el plan que tenía para ir a la
universidad. Después, luego de discutir, Rafael me hizo una simple pregunta:

—¿Cuándo volverás a la escuela?

—¿Qué tal ahora? —repliqué.

Era mi trabajo hacer todos los preparativos. Era parte de esa cosa sobre ser
responsable de mi vida. Aún tengo esta cosa con las notas altas. No todo ha cambiado.

Universidad. Vaya. Ese pensamiento de verdad me destroza. Me hace querer llorar.


Supongo que siempre habrá muchas lágrimas dentro de mí. Rafael quiere saber por qué
pienso que eso es malo. Un día, cuando iba saliendo para la escuela, encontré una nota
de Rafael en la mesa de la cocina. Esto era lo que decía: Las lágrimas son para las chicas.

Luego lo había tachado. Y luego había escrito: Las lágrimas son para los chicos.

Escuela. Vaya. Quién sabe a cuál universidad iré. Estoy haciendo una lista. Iba a
aplicar en veinticinco. Rafael me miró con la misma sonrisa que Adam solía darme. Tal
vez Adam le envió esa sonrisa a Rafael… por conexión inalámbrica.

—Bien —acepté—. Aplicaré en diez.

Rafael dijo que diez escuelas sonaba razonable.

A veces, cuando veo mi lista de escuelas, tengo esa vieja sensación, esa vieja sensación
que dice: “No te van a querer”. Y luego tengo una conversación imaginaria con el señor
Garcia y él dice: “Tendría suerte de tenerte, Zach”. Sí, seguiré lo que dijo el señor Garcia.
La casa en la que vivimos está llena de libros y arte y una cocina que de verdad me
sorprende. Rafael tiene de todo. Un verdadero tipo de la cocina. Es decir, al tipo le
encanta cocinar… lo cual es genial porque de verdad me gusta comer. Me gusta verlo
cocinar.

—Mira y aprende —indica. Y eso es lo que hago.

Rafael va a reuniones. Pinta. Me encantan sus pinturas… porque me hacen querer


sentir. Está escribiendo una novela y también trabaja en algunos guiones que su agente le
envió. Cuando recibe un guion así, se hace llamar un doctor. Recibe un guion con
problemas y lo arregla. Convierte un mal guion en uno bueno. A veces ni siquiera recibe
el crédito. No creo que eso sea justo, pero a Rafael no le importa.

—Me pagan, Zach. No necesito mi nombre en la pantalla.

También voy a reuniones. Hay una reunión para personas jóvenes. Me gustan esas
reuniones. Pero algunos chicos están enfadados. No creo que algunos lo vayan a lograr.
Pero todos hacemos la cosa de un día a la vez. Pienso en lo que Rafael dijo cuando
ambos vivíamos en la Cabaña 9:

—Si puedes dejarlo por un día, puedes dejarlo por siempre.

Ya saben, a veces pienso que tal vez estos chicos no estarían tan enfadados si tuvieran
a Adam o a Rafael o al señor Garcia en sus vidas. Ese es el pensamiento que entra en mi
cabeza.

Rafael está muy calmado estos días. Escucha jazz. Tararea, ríe mucho. Canta. Yo
también. También estoy más calmado. Excepto cuando no canto de verdad.

Rafael y yo somos adictos al café y a las películas. A ambos nos gustan las películas
muy serias.

En la escuela siempre reconozco a los chicos que consumen drogas. Un día de verdad
quería acercarme al grupo… y, ya saben, unirme. Pero no lo hice. No tenía sentido
buscar problemas.

A veces pienso en mis viejos amigos. Me entristece pensar en ellos. Tengo sus
números en mi celular, pero nunca los llamo. Me entristece haberlos tenido que dejar.
Pero sí tengo que dejarlos ir. Una parte de mí siempre los querrá. Eso está bien, quererlos.

Tengo algunos amigos sobrios. Tengo que admitir que son un poco aburridos. Pero
no todos. Y, oigan, soy nuevo en esto.

Aún trabajo en mis cosas. Trabajar nunca se acaba. Supongo que no.
Hoy estoy teniendo un buen día.

Algunos días son difíciles. Algunos días de verdad quiero tomar una botella de
burbon. Es decir, es como si la idea de tomar llevara mis pies y solo quiere que llegue a
una licorería y que me quede ahí hasta que encuentre a un tipo que me compre una
botella. Hablo con mi patrocinador. Hablo con Rafael. Rafael dice que Dios lo ayuda a
mantenerse sobrio. Tal vez Dios escribió “Sobrio” en el corazón de Rafael. Tal vez
escribió “Sobrio” en el mío.

¡Pero hoy! Hoy no es un día difícil. Para empezar, tuve este increíble sueño anoche. La
nieve caía suave y estaba recorriendo el laberinto. Estaba completamente desnudo y ni
siquiera tenía frío. Era perfecto. Así me sentí. Me sentí como si fuera un humano
perfecto. Nunca antes había cargado esa palabra dentro de mí.

Era como si estuviera viviendo en un verano aunque era invierno. Mi corazón ya no


tenía todos estos trozos de papel, tenía hojas. Mil hojas de verano. Y mientras seguía
caminando hacia el centro del laberinto, empezó a nevar hojas verdes… igual que en el
diario de Rafael. El cielo era azul brillante y era tan increíble.

Cuando llegué al centro del laberinto, todos estaban ahí: Mark y Lizzie y Annie y
Sheila y Jodie y Maggie y Rafael y Sharkey y Amit y Adam. Incluso mi mamá y mi papá y
mi hermano. Estaban ahí. Y todos eran perfectos y estaban completos. Ya no estaban
rotos. Todos parecían ángeles.

Cuando desperté, estaba llorando.

Esta vez las lágrimas no significaban triste. Significaban feliz.

Luego de escribir mi sueño, estudio la pintura en la que trabajo. Es una pintura de mí


caminando por una calle. Tengo mi corazón en mi mano y la calle me lleva al cielo.
Recuerdo que Adam me dijo que cualquiera podía venir y borrar el bosquejo que había
hecho a lápiz. Pero esta vez, nadie iba a poder borrarme. Nadie.

Luego del almuerzo voy a salir temprano de la escuela. Rafael va a pasar por mí e
iremos al juzgado. Rafael me va a adoptar. Supongo que el tema surgió porque le
pregunté si podía decirle papá. No sé, pero tengo esta cosa dentro de mí que necesita un
padre. Y Rafael tiene esta cosa dentro de él que necesita un hijo. Sí, sé que acabo de
cumplir diecinueve, sí, lo sé. Pero supongo que una parte de mí sigue siendo un chico.
Solía sentirme confundido por eso porque creía que no debía sentirme de esa forma.
Pero sí me siento de esa forma. Entonces, elegiré la forma cómo me siento.

Recuerdo el día en que le pregunté a Rafael si podía decirle papá. No dijo nada. No
tenía palabras en él. Las lágrimas en sus ojos significaban “Sí, puedes decirme papá”. Ya
saben, mi papá está muerto. Y lo amaba y aún lo amo. Hizo lo mejor que pudo. Pero
ahora tengo a Rafael y él de verdad es mi papá.

He decidido que esto es lo bueno sobre Dios. Él da segundas oportunidades.

Entonces esta tarde iré a conseguir un nuevo nombre. Ya no seré Zachariah Johnson
Gonzalez. Seré Zachariah de la Tierra. Estoy enamorado de mi nuevo nombre.

Estoy recordando al viejo Zach. Veo en el espejo al nuevo Zach. Mis ojos son
avellana. Hoy se ven verdes. Tomo mi teléfono y decido llamar a Adam. No he hablado
con él en meses. Presiono su número y espero. Su correo de voz contesta y sonrío por el
sonido de su voz. Le dejo un mensaje:

—Hola, Adam. Soy yo, Zach. ¿Recuerdas la escala de la felicidad? Hoy he alcanzado
un diez en esa escala. ¡Vaya! ¡Un diez! Desperté esta mañana y descubrí que Dios había
escrito “Feliz” en mi corazón. Adam, estoy teniendo un gran día.
Sobre el autor
Benjamin Alire Saenz

Benjamin Alire Sáenz (nacido el 16 de agosto de 1954) es un poeta, novelista y escritor


de libros infantiles. Nació en Picacho, Nueva México. Se graduó en Humanidades y
Filosofía en 1972; estudió teología en la Universidad de Louvain en Leuven, Bélgica
(1977-1981). Fue un pastor por una época en El Paso, Texas, antes de dejar su orden.

En 1985 estudió inglés y escritura creativa en la Universidad de Texas en El Paso. En


la Universidad de Iowa y la Universidad de Stamford consiguió un doctorado en
Literatura Norteamericana. Ha ganado varios premios con sus novelas.

Actualmente enseña en el Departamento de Escritura Creativa en la Universidad de


Texas en El Paso.
Staffs
TRADUCCIÓN
PrisAlvS

MODERADORA DE CORRECCIÓN
Belisrose

CORRECCIÓN
Pily Bibliotecaria70

Belisrose florpincha

RECOPILACIÓN Y REVISIÓN
Belisrose

DISEÑO
PrisAlvS
Traducido,
corregido y
disenado en:

También podría gustarte