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Arte y Memoria: hacia una redefinición del imaginario

político en Colombia

Nicolás Rodríguez Idárraga

Tesis para optar el título de politólogo

Director: Álvaro Camacho

Lector: Lariza Pizano

Febrero, 2004.
Índice

Introducción 1-5

Recorrido Conceptual
1- La política: hacia una definición 6-8
2- De la política a lo político
2-1 Sobre la crítica a la ciencia política y el por qué
de la elección teórica 9-10
2-2 Sobre la violencia, la revolución y la democracia como
imaginarios que dificultan y en ocasiones instituyen lo social 11-14
2-3 Sobre la democracia como espacio vacío 15-18

Pacto, Memoria y Violencia


1- Breve introducción 19-20
2- Representación de lo político del
Frente Nacional como espacio para la reconstrucción
2-1 La declaración de Benidorm y el pacto de Sitges 21-27
3- Memoria y Guerra o sobre cómo nos construyen
las realidades históricas 28- 30

La Violencia y su legado
1- Violencia: ¿qué fue y cómo narrarla? 31-35
2- El periodo de la Violencia visto por Daniel Pécaut
2-1 Panorama general 36-38
2-2 Lo político como representación de lo social y
la violencia de la Violencia 39-40
2-3 Tres claves fundamentales
o la imposibilidad de la democracia 41-44
2-4 La Violencia que se resiste a ser 45-47

Actores, política y cultura en el Frente Nacional


1- Transformaciones que se
suman a la consolidación democrática 48-51
2- Ejemplo: de Daniel Pécaut
a Gabriel García Márquez 52-55
3- La época de los 50 o la generación de la Violencia
3-1 Mito y el inicio de la cultura
como Tribunal de la Verdad 56-59
4- La eclosión política y cultural
4-1 Eclosión política
4-1.a Multitud de actores inconexos 60-62
4-1.b Razones de la incomunicación 63-65
4-2 Eclosión cultural
4-2.a Política a flor de piel 66-67
4-3.b Artistas plásticos: caudal de imaginarios,
caudal de compromisos 68
4-3.c La gráfica testimonial: contenido político
a partir de ideas estéticas 69-70
4-3.d Memoria con sentido: el caso
de la novela de la violencia 71-72
4-3.d.1. Siete hipótesis literarias sobre la Violencia 73-78

Conclusiones 79-83

Bibliografía 84-88
Arte y Memoria: hacia una redefinición del
imaginario político en Colombia

Entre proyectos de reforma agraria, movimientos sociales, procesos de colonización e


incipientes grupos guerrilleros como las Farc, el Eln, el Epl, y el M-19, Colombia asume las
décadas del 60 y el 70 como momentos de cambio y paulatina modernización. Los procesos
de urbanización, la politización de las universidades, los 410 grupos teatrales que se
ensayan entre 1968 y 19751, los paros cívicos, Marta Traba, las sensaciones de contagio e
influencia hacia la “amenaza” comunista de la revolución cubana, de Allende, del partido
comunista de Gilberto Vieira, de la izquierda en general, de la figura del intelectual
latinoamericano de gafas grandes y pensamiento caribeño en que se convierte Gabriel
García Márquez, y en fin, toda la zaga de actores que ya existían, como el caso de la revista
Mito, o que se consolidan, como el caso del pintor Alejandro Obregón, atestiguan la riqueza
de una época que bien vale la pena investigar.
El Frente Nacional (1958-19742), como comúnmente se le conoce a este período de la
historia colombiana, merece una atención especial por sus múltiples diferencias con
respecto a la violenta Colombia de los años 50, pero también, por ser abiertamente para
algunos la razón de los problemas que nos aquejan.3 Sin desconocer las razones de tales
enjuiciamientos, es decir, admitiendo que el Frente Nacional tuvo dificultades para
incorporar las necesidades sociales de los colombianos al proceso de modernización
económica y estatal que vio surgir4, y consintiendo igualmente en que su sistema político
de institucionalización del bipartidismo pudo frenar e incluso influir negativamente en la

1
El dato proviene de la tesis para optar al título de literata de Mariana Guhl Samudo, titulada Que muerde el
aire afuera y la siempreviva: teatro, poesía y violencia, Ediciones Uniandes, 2001.
2
En algunos textos de historia se encontrará que el Frente Nacional termina en 1978, tras la presidencia de
López Pumarejo; ver por ejemplo David Bushnell, Colombia: una nación a pesar de sí misma, de los tiempos
precolombinos a nuestros días, Bogotá, Planeta, sexta Edición, 2002.
3
Al respecto, para dar un ejemplo significativo pueden leerse los textos sobre historia del ensayista y poeta
William Ospina. Ver por ejemplo ¿Dónde está la franja amarilla?, Editorial Norma, Bogotá, 1999.
4
Francisco Leal, “Estabilidad macroeconómica e institucional y violencia crónica”, en En busca de la
estabilidad perdida. Actores políticos y sociales en los años noventa, IEPRI, Colciencias, TM Editores,
Bogotá, 1995.

1
consolidación de fuerzas políticas distintas del partido liberal y el partido conservador5, es
necesaria una revaloración de algunas de las tesis que comúnmente se sostienen y en
particular, de aquélla que establece nexos de causalidad entre el funcionamiento de un
sistema político cerrado, y el surgimiento de grupos armados y al margen de la ley. 6
Bajo el supuesto de que no todo lo que se puede aseverar sobre el Frente Nacional ha sido
escrito, y de que es deseable restituir en el imaginario académico la imagen que se tiene del
Frente Nacional, la investigación que aquí se propone considera el periodo a partir de sus
posibilidades para refundar la política. Ello supone un vistazo a la definición de política
que se construye en los inicios del Frente Nacional y sus etapas posteriores, la pregunta por
el orden que sus actores construyen a través del pacto consociacional, y pretenden
construir, a partir de sus propias actividades. En suma, interesan los imaginarios sociales de
la época, incluidos los no oficiales, y sus relaciones directas con los que explican los
hechos violentos de la década anterior. Para desentrañarlos y dar pruebas del proceso de
consolidación democrática que se activa con el Frente Nacional, se analizan el auge y la
consolidación de las múltiples respuestas artísticas a lo sucedido en la violencia partidista,
también denominada época de la Violencia.
Si bien momentos históricos fundamentales se habían retratado majestuosamente, como es
el caso de los caucheros en la Vorágine, no se conocía hasta el momento fenómeno social
alguno o periodo particular de la historia colombiana que hubiese suscitado la respuesta
conjunta de artistas provenientes del cine, el teatro, la literatura y la pintura. El periodo de
la Violencia suscitó un verdadero revolcón en la esfera cultural del Frente Nacional que
interesa reseñar, básicamente, por dos razones:
1. Sus aportes estéticos e importancia histórica en materia de valioso ejercicio de
recuperación de la memoria perdida les provee un valor político; en efecto, los trabajos
estéticos hechos durante el Frente Nacional como respuesta a lo sucedido en la Violencia,
brindan la oportunidad de realizar un necesario ejercicio de memoria que claramente los
líderes políticos del Frente Nacional no tienen pensado ejecutar, salvo que se pueda
imaginar, para dar un ejemplo, a Laureano Gómez señalando culpables. En ese sentido, y
dado que aun hoy (pero más en el Frente Nacional) las huellas de la Violencia irrumpen
5
Fabio López de la Roche, Izquierdas y cultura política.¿ Oposición Alternativa?, Cinep, Bogotá, 1994.
6
Esta tesis puede leerse en el texto Colombia: violencia y democracia, Bogotá, Universidad Nacional de
Colombia, 1987.

2
constantemente en las representaciones generales que se tiene sobre la violencia y su
supuesta continuidad, como bien lo señalan insistentemente Daniel Pécaut y Gonzalo
Sánchez7, los trabajos estéticos que aquí se considerarán adquieren un significado político.
2. Plantea la pregunta por el lugar de la cultura dentro de la conformación de la
sociedad. En efecto, el número y la variedad de las expresiones artísticas incitan a
reconsiderar el Frente Nacional como un periodo cuya caracterización no puede limitarse al
cierre de su sistema político y posterior nacimiento de grupos guerrilleros. Por el contrario,
interesa ubicar los elementos políticos que instauran lo social, pues de éstos dependen
directamente las posibilidades que conocen los artistas para desplegar sus trabajos estéticos.
Vista en perspectiva comparada, Colombia es, para la época, un país si se quiere afortunado
en tanto las libertades de sus habitantes no son coartadas ni por un régimen militar, como
los que conocen los países del cono sur, ni por un Estado autoritario. En ese sentido, la
pregunta por el Frente Nacional es también la pregunta por el modo de sociedad que el
mismo instituye. Descrito como democracia restringida, excluyente, limitada, etc, el
régimen político instaurado por el Frente Nacional despliega sin embargo un componente
democrático que permite hablar de eclosión cultural, y eclosión política. En lo
fundamental, fue un periodo realmente fértil.
Sin desconocer los abusos, las represiones y las persecuciones sufridas por los colombianos
durante el Frente Nacional, lo cierto es que fueron varias sus garantías, y por sobre todo,
sus posibilidades de conformar organizaciones y expresiones políticas y culturales,
dedicadas pacientemente a informar, sentar testimonios e interpretaciones, criticar y ejercer
su derecho a la oposición. Al respecto, vale la pena nombrar algunas de sus
manifestaciones: en lo político, surgen el MRL (Movimiento Revolucionario Liberal),
disidencia del liberalismo, dirigido por Alfonso López, la Anapo (Alianza Nacional
Popular), liderada por el ex dictador Rojas Pinilla y el Frente Unido, del cura Camilo
Torres, así como movimientos sociales de corte estudiantil u obrero y paros cívicos8; en lo

7
En un artículo titulado “Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible”, de su libro Violencia y
Política en Colombia. Elementos de reflexión, Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2003, Daniel Pécaut
plantea el tema in extenso, el cual posteriormente encontrará una reelaboración en el libro reciente de
Gonzalo Sánchez, Memoria, historia y guerra, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá,
2003.
8
Gallón Giraldo, Gustavo (comp), Entre movimientos y caudillos-50 años de bipartidismo, izquierda y
alternativas populares en Colombia, Cinep, Cerec, Bogotá, 1989.

3
cultural, pueden considerarse, a manera de ejemplo, los testimonios de artistas plásticos
preocupados por recuperar la imagen, tras un intenso periodo de no figuración, sin omitir el
compromiso político: los grabados de Augusto Rendón y Pedro Alcántara, dedicados en
parte a la Violencia los primeros y a la revolución y las luchas populares los segundos9,
constituyen una buen muestra de lo que fue la crítica testimonial; así mismo, cabe recordar
el interés de Obregón por el bogotazo, la muerte del Che Guevara, de Camilo Torres y la
violencia en general, el teatro de Santiago García y su reconocida obra Guadalupe Años Sin
Cuenta, las novelas de Eduardo Caballero Calderón, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Manuel
Mejía Vallejo, Gabriel García Márquez...
Por ello puede sostenerse que el Frente Nacional da inicio a un periodo que es fundacional
en la forma de organizar lo social a partir de la política; por lo demás, es también cierto que
se transita de la política como violencia del periodo anterior10, a otra representación de la
política, comprometida con un orden democrático. Tal situación le plantea al análisis
politológico la necesidad de reconsiderar sus objetos de análisis en tanto un seguimiento del
comportamiento político inserto en lo estrictamente formal, es decir, las instituciones
políticas, los partidos políticos, el juego electoral, etc, no da cuenta ni de la complejidad del
momento, ni de las razones que explican el surgimiento de nuevas expresiones culturales y
políticas. Si lo que se busca es un conocimiento que se pretende global de lo político y las
formas de hacer política en el Frente Nacional, no basta con circunscribir los estudios
politológicos a las identidades políticas ya existentes, sino que por el contrario, se hace
necesario pensar cómo fueron instituidas y bajo qué principios. Se trata acá, como ya se
dijo, de la pregunta por la forma de sociedad que adquiere Colombia en el Frente Nacional,
bajo el supuesto teórico que dictan figuras del conocimiento como Claude Lefort y
Cornelius Castoriadis, en quienes la política asume la tarea de instituir lo social: es el
principio generador de la configuración del conjunto.11
Los límites temporales de la investigación equivalen a los delimitados por el ejercicio
presidencial de Alberto Lleras Camargo (1958-1962), y Misael Pastrana Borrero (1970-
1974), primer y último presidente del pacto, respectivamente. Tal decisión obedece a dos

9
Ivonne Pini, “Gráfica testimonial en Colombia”, en Revista Arte en Colombia, No 33, mayo 1987.
10
Daniel Pécaut, Orden y Violencia, Evolución sociopolítica de Colombia 1930-1943, Editorial Norma, 2001.
11
Claude Lefort, Ensayos sobre lo político, Editorial Universidad de Guadalajara, México, 1991.

4
razones: por un lado, una simple cuestión practica, ya que si bien la historiografía coincide
en que formalmente el Frente Nacional termina en 1974, otros analistas realizan su
seguimiento hasta lo que se llamó el desmonte del Frente Nacional12; pero también, por
razones que podrían denominarse estructurales: estudiosos de la realidad colombiana
coinciden en que la llegada del narcotráfico, hacia 1975, contribuyó a transformar los
referentes que se tenían para hacer la guerra, y más importante, los recursos para efectuar la
misma.13En ese sentido, una cosa es la Colombia del Frente Nacional, y otra muy distinta la
del narcotráfico. Interesa acá, por lo demás, explicar el inicio del Frente Nacional, que es la
base y el sustento de la posterior eclosión política y cultural.

Cuatro son los objetivos de esta investigación:


1. Establecer qué es lo político del Frente Nacional, que equivale a la pregunta por el tipo
de orden que se logró, y el tipo de orden que se quiso lograr, según la forma en que lo
social fue instituido por lo político.
2. Encarar una descripción de los tres imaginarios sociales de la época que aquí se juzgan
decisivos a la vez que limitantes al proceso de construcción de nación: la violencia, la
revolución y la democracia.
3. Establecer motivos por los que la memoria, que es un problema típico de la historia,
deviene un problema político, una cuestión que interesa al estudio politológico.
4. Validar la importancia de la cultura, vale decir, la función social del arte (desde la poesía
hasta el cine) como expresión inserta en una sociedad particularmente violenta, olvidadiza e
incapaz de restituir simbólicamente el daño ocasionado por la violencia primero y la guerra
después.

12
Ver, entre otros, a David Bushnell, Colombia: una nación a pesar de sí misma, Planeta, 1996, Bogotá;
Francisco Leal, op.cit., 1995.
13
Sostiene Daniel Pécaut al respecto: “El auge del tráfico de droga a partir de 1975 ha regido la completa
transformación del contexto político y social, al igual que la lucha armada.”, en Midiendo Fuerzas, Planeta,
Bogotá, 2003, Pg. 25.

5
Recorrido conceptual

1. La política: hacia una definición


A continuación y de la mano de un politólogo, el alemán Norbert Lechner, ensayaremos
una definición de la política, que ayude a determinar los límites de lo que es y de lo que no
es político. Desde ya cabe advertir que ésta es tan solo una de tantas definiciones, y que
como se verá, lo más paradójico de la política está en que su definición cambia con el
tiempo, y se construye según el espacio y el punto de vista de quien la evoca. Hace
cincuenta años, política era en la mentalidad de muchos colombianos, sinónimo de
violencia. Veinte años después, hacia 1970, política fue revolución, compromiso,
liberación, la posibilidad de un cambio. Hoy, en una época en que el imaginario político
no encuentra verdaderos referentes, política es, en el mejor de los casos, guerra y
seguridad.
Conviene entonces preguntar: ¿para qué la política? Fundamentalmente, para proveernos
un orden; sobre eso, al menos, existe un acuerdo entre filósofos. En su famoso texto de la
conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado14, Lechner propone cuatro
claves fundamentales para el entendimiento de la política, de las cuales destacaremos las
tres primeras. En su opinión, pero esta es también una idea que comparte con reconocidos
filósofos como Leo Strauss15, la política es la posibilidad de ordenar la sociedad; esto es, de
construir lo social. Lo opuesto sería la idea de una sociedad concebida de acuerdo a leyes
naturales.
Baste decir que nos identificamos con la perspectiva de Lechner por considerar que las
sociedades se auto-construyen, y no son por ello fruto de leyes que aseguran un orden
preconstituido, “un orden espontáneo”16 que no es por tanto susceptible de cambios: en
adelante usaremos el concepto de la política con referencia a la construcción social de un
orden, bajo el supuesto personal de que el potencial de transformación que contiene la
política es esencial para la idea de una vida mejor.

14
Norbert Lechner, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, Centro de
Investigaciones Sociológicas, Siglo 21 Editores, Madrid, 1986.
15
Leo Strauss, ¿Qué es la Filosofía Política?, Editorial Guadarrama, Madrid, 1970.
16
Norbert Lechner,”Especificando la política”, en La conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado, Madrid, Siglo 21, 1986, Pg. 20.

6
Una segunda clave emitida por Lechner lleva implícita una nueva crítica a ciertas visiones
de la política, y en particular, al uso que algunos le atribuyen. Estima Lechner que el poder
controlar lo social descifrando sus regularidades para así establecer leyes, lleva al equívoco
de ver en la política una técnica: la posibilidad de actuar sobre lo social, como si éste fuese
“una naturaleza inerte”, pero también la negación de lo que no es susceptible de cálculo,
esto es, aquello que escapa a la técnica, como la sorpresa o el azar. Es la critica a la
tecnocracia y su utópica visión de la “sociedad transparente”17 en donde el conocimiento
no cesa de aumentar para proveer información que sirve para moldear lo que se está
observando, hasta forjar un círculo que casi podría decirse dirige a la excelencia.
Contrario a ello propone la idea de política como interacción en la que surgen la unidad y
la diferencia, claves para la conformación del conjunto: es decir, dado que el individuo no
está solo, de lo contrario no se hablaría de sociedad, debe aceptarse que su formación como
sujeto pasa por el reconocimiento del otro, que es diferencia, así como por el
reconocimiento del conjunto, que es unidad. Se tematizan así dos cuestiones
fundamentales: el conflicto y el Estado: si la política es interacción, lo es también entre
diferentes, de donde inevitablemente surge el conflicto; junto a éste, la referencia obvia a
Hobbes, la posibilidad de evitar abusos e injusticias, la necesidad de un ente ante el cual la
totalidad se ve representada. En palabras de Lechner, “la política es un conflicto de
particularidades, y el Estado es una forma de generalidad.”18
El tercer elemento propuesto para el análisis le concierne a la presencia inevitable, pero
dañina, de la política como acción instrumental. Se trata acá de retomar la dimensión de la
política que actúa según un cálculo de medios y fines, la misma tecnocracia evocada
anteriormente, para proponer como destacable otra dimensión de la política que
aparentemente ha sido poco estudiada, pero que merece una especial atención: su expresión
simbólica. Ésta resulta ser profundamente útil para el caso colombiano, y como se verá, de
ahí la importancia que Daniel Pécaut le concede en sus análisis.
Al respecto, dos comentarios:
1. Lechner plantea la relevancia de la expresión simbólica de la política para oponerla a la
incesante formalización de las relaciones sociales a las que condujo la racionalidad formal

17
Idem, Pg. 24.
18
Idem, Pg. 30.

7
descrita por Weber; en ello vemos nuevamente su postura ideológica, que lo impulsa a
castigar los valores y las situaciones que produce el capitalismo, anteponiendo la visión de
la política que él cree puede ayudar a salir del atolladero al que conduce el incesante
crecimiento del individualismo. Esta es, como ya se sabe, la dimensión simbólica, en tanto
en ella el individuo, para ponerlo en términos sencillos, adquiere conciencia de que no está
solo, y se sabe parte de una comunidad. Para ello sólo la expresión simbólica de la política
puede ser útil pues como lo anota Lechner, a los ojos de la racionalidad formal el ejercicio
mismo de actos colectivos como las manifestaciones, puede parecer irracional.
2. Contrario al lugar del que parte Lechner, la expresión simbólica de la política cobra
vigencia en el análisis sobre Colombia, no precisamente por el auge de la racionalidad
formal, sino por la histórica presencia de la violencia, la imposibilidad para construir
nación y la sensación de no pertenecer a una colectividad. El mismo Lefort, a quien
usaremos insistentemente unas líneas adelante, emplea la dimensión simbólica de la política
y casi que la arrastra hasta el extremo de sus posibilidades con su idea del poder como
instancia simbólica en la que se reproduce lo social.
Volviendo a la definición que aquí se trata de esbozar, llama la atención, si bien puede
parecer obvio, que la política se despliega con referencia a la sociedad. Por ello, y si
tenemos en cuenta que la política construye lo social, el concepto deviene profundamente
conflictivo: la sociedad colombiana, y en particular el desorden que la caracteriza, su
imposibilidad para construir la unidad de lo social, influye en las representaciones que los
colombianos nos hacemos de su función, su significado y naturaleza. De acá que cualquier
definición de política resulte inevitablemente arbitraria. Resulta imposible no adoptar una
posición: la pretendida objetividad que exige la ciencia política a sus analistas, se revela
problemática.
En síntesis, aventuramos una primera definición de política que como se verá le debe
mucho al imaginario político que los años 70 ayudan a construir: política es toda acción
orientada hacia la transformación, aprovechamiento o construcción del orden social. 19
Ahora bien, ¿por qué sería la política y no la religión, por ejemplo, la encargada de
conformar lo social? Nuestra definición supone un cambio importante en la mentalidad del
19
Las ideas que aquí se usan sobre política, tienen una gran deuda con los cursos del profesor de ciencia
política Luis Javier Orjuela. Particularmente relevantes fueron sus cursos de Fundamentos de Teoría Política,
Instituciones y Sociedad, Teorías del Estado y Teorías Democráticas Contemporáneas.

8
individuo, supone su autosuficiencia y capacidad para construir sin referirse a elementos
extra sociales, supone, para decirlo en una palabra, la llegada de la democracia.
No obstante entonces el avance que significa tener elaborada una definición, nada se ha
escrito aun sobre la forma de integrar u ordenar lo social a través de la política. El siguiente
segmento del capítulo explica las nociones de institución de lo social, y democracia como
espacio vacío, formuladas por Claude Lefort y Cornelius Castoriadis.

2. De la política a lo político
2.1 Sobre la crítica a la ciencia política y el por qué de la elección teórica
En el prólogo a su libro ensayos sobre lo político20, y de hecho también en algunos de los
ensayos que lo componen, Lefort aborda la cuestión de la institución de lo social a través de
numerosas criticas a la ciencia política. En su opinión, dado que el politólogo pretende
reconstruir los fenómenos políticos para observarlos, incurre en el error de considerar que
sus aseveraciones sobre los mismos no están contaminadas por el entorno social observado.
La observación y la reconstrucción derivan, según su artículo La cuestión de la
democracia, de “una experiencia de la vida social, a la vez singularmente modelada por
nuestra inserción en un marco histórica y políticamente determinado.”21 Pretende con ello
distanciarse del punto de vista politológico y sus pretensiones de objetividad y neutralidad,
pero también, sentar las bases para el inicio de su argumento: la equivocación del
politólogo, diría Lefort, está en que procede asumiendo como dada “la referencia al espacio
denominado sociedad”.22 ¿Qué problema habría en ello? El que evocamos anteriormente al
determinar la imposibilidad de reconstruir el espacio observado, desde una posición que se
asume como neutral, pero también, y tal vez más importante, el de la “castración del
pensamiento político” ante la renuncia a cualquier cuestionamiento de eso que ya fue
instituido; es decir, y para ello Lefort retoma lo dicho por Léo Strauss23, el auge de las
ciencias sociales y su pretendida voluntad de objetivación, conducen al analista a cuestionar
lo que observa, y no la forma en que eso que observa fue instituida.

20
Lefort, op.cit., 1990.
21
Idem, Pg. 19.
22
Idem, Pg. 19.
23
Lefort remite al lector interesado en el tema al libro Droit naturel et histoire, de Leo Strauss.

9
El ejemplo clave, convertido en nuevo ataque a la ciencia política, está en la quimera que
habría detrás de la supuesta división hecha por el politólogo entre las instancias que pueden
ser consideradas como objeto de su análisis, por contener elementos propiamente políticos,
y aquéllas que no lo son, por pertenecer al orden de lo jurídico, económico...¿Quiere esto
decir que todo es entonces político? No, en tanto es obvio para cualquier persona que el
campo de lo estético, para ubicarnos en un ejemplo, tiene sus propias reglas y en ellas no
hay cabida a lo político; no es su función, para usar la definición que anteriormente

10
conforman las relaciones sociales. Lo político, vale decir, es anterior a toda actividad
política pues el ejercicio de ésta necesita de los espacios abiertos por éste.

2.2 Sobre la violencia, la revolución y la democracia como imaginarios que dificultan y


en ocasiones instituyen lo social
Dado que junto a Lyotard, Castoriadis y Lefort iniciaron en 1949 la mítica revista
Socialisme ou Barbarie, dedicada a atacar los regímenes totalitarios, es difícil establecer a
quién pertenece la autoría de algunas de las ideas que a continuación se exponen.
En un artículo titulado Herencia y revolución, Castoriadis define la política como la
“actividad colectiva reflexiva y lúcida, que apunta a la institución global de la sociedad.”27
Su postura es claramente parecida a la de Lefort y a la que aquí hemos querido priorizar
siguiendo a Lechner: pensar la política es pensar la actividad del individuo que no se
conforma con lo existente, con lo instituido, y por el contrario, busca su constante
mejoramiento; sin embargo, de su argumentación sobre el concepto mismo de institución
surgen valiosísimos aportes.
Antes que nada cabe precisar el importante rol que Castoriadis le adjudica al imaginario.
En la formulación de su teoría, reduciéndola de manera casi burda, el imaginario es la base
de su pensamiento. A partir del imaginario hemos ido creando nuestro entorno y
capacidades para sobrevivir en él, a través de las capacidades para imaginar e instituir lo
imaginado en el imaginario colectivo, que equivale a darle significado a cosas inicialmente
imaginadas, tan precisas e intangibles como el lenguaje y la sociedad, hasta generar
representaciones instituidas. Lo relevante está en que la formulación de Lefort acerca de la
institución de lo social a través de lo político y la pregunta por la forma de sociedad,
adquieren en este caso, a la luz de Castoriadis, un inusitado valor. En efecto, si los humanos
instituimos imaginarios que adquieren significados precisos, y construimos sobre esa idea
nuestras sociedades, puede pensarse, y en realidad Castoriadis y Lefort invitan a pensarlo,
que las sociedades toman las formas particulares de sus individuos. Esta idea, que hasta el
momento puede parecer banal, sirve de explicación al comportamiento de muchos
colombianos de la época de la Violencia y del Frente Nacional. Pensar lo político de cada

27
Cornelius Castoriadis, “Herencia y Revolución”, en Figuras de lo pensable (las encrucijadas del laberinto
6), Fondo de Cultura Económica, México, 2002, Pg. 129.

11
época, la pregunta por la institución de lo social, es también pensar el imaginario que incita
a construir ese orden. Por esta vía pueden explicarse, como se verá más adelante,
fenómenos como el de la fuerza para solucionar las diferencias e interacción con los
individuos, o la politización de las actividades cotidianas bajo el efecto imperante del
imaginario revolucionario.
Ahora bien, la institución de lo social, según Castoriadis, puede asumir dos formas: se da
con referencia a un ente extra social (como la religión), o se asume como referida a lo
social, en cuyo caso se puede hablar de auto-institución. La diferencia entre la una y la otra
es, tajantemente, la diferencia entre la democracia y las formas de sociedad que le deparan
su construcción, su orden y conformación a instancias no referidas a ellas mismas, sino a
elementos exteriores, como pueden serlo los astros, dioses mitológicos, etc. De aquí se
desprenden, como será obvio, un mundo de diferencias. Castoriadis incluso acuña dos
términos más que le sirven para sintetizar los contrastes encontrados: heterónomos (o
heteronomía), que es como se refiere a los individuos que habitan la forma de sociedad
instituida a partir de elementos extra-sociales; y autónomos, que vienen a ser los habitantes
de toda democracia. Se deduce, de los términos usados, que el individuo autónomo tiene
una serie de positivas características, entre las cabe subrayar su capacidad para cuestionar
lo que ya fue instituido; es decir, puede ser critico frente al ordenamiento social que ha sido
instituido; puede trastocar sus imaginarios instituyentes en beneficio de unos mejores. Por
el contrario, el individuo heterónomo no tiene esa virtud en tanto lo que fue instituido
pertenece para él al orden de lo natural.28
Importa señalar, del argumento de Castoriadis, la pregunta por el imaginario democrático
que pudo desplegar el Frente Nacional. En otros términos, Castoriadis invita a considerar si
dentro del orden que se quiso construir en el Frente Nacional, tuvo o no una participación
activa la democracia como contenido imaginado para ese orden. Si se emplean
adecuadamente los términos, pero sobre todo si se leen otros de los artículos de Castoriadis,
puede verse con mayor claridad la viabilidad y las posibilidades de aplicación de los
conceptos esbozados. Particularmente relevantes pueden ser sus escritos acerca del
imaginario capitalista, en los cuales despliega toda su teoría para demostrar que dicho

28
Como comentario al margen, nótese que buena parte de la crítica a la ciencia política hecha por Lefort tiene
características parecidas al razonamiento de Castoriadis.

12
imaginario ha dado al traste con la fuerza creadora del individuo autónomo; así, propone en
su artículo ¿Qué democracia?, que el liberalismo y el auge del capitalismo (imaginarios
instituidos) han literalmente acabado con las posibilidades del imaginario autónomo: pocas
son los nuevas creaciones, y lo que se observa, en cambio, es el advenimiento del
individualismo. Sometidos a la cultura del capitalismo, Castoriadis le critica por ejemplo al
individuo francés, el pasar siete horas diarias frente a su televisor, haciendo uso entonces de
su autonomía de la manera más ineficaz posible, en tanto su capacidad para ejercer críticas
y demoler lo instituido devienen inexistentes.29 La política pierde acá su impulso creativo.
Surge una pregunta: ¿en qué estado se sitúa el Frente Nacional dentro de la tipología de
imaginarios que desarrolla Castoriadis? Es decir, ¿qué efectos tiene en el colombiano el
surgimiento de una cultura de compra como la que se vive en los 60 y 70? Contrario a los
países desarrollados, habría que convenir en que para la época de mayo 1968, mientras los
franceses reivindicaban los valores que irradiaba la cultura de consumo, en Colombia no
existía aun un verdadero movimiento de rechazo ante el capitalismo. Ahora bien, importa
tenerlo en cuenta porque en el imaginario del colombiano común de la época, según lo
dicho por Castoriadis, puede no existir aun un rechazo a los valores de consumo que sí se
da en lo cultural, como bien lo muestra Marta Traba. 30
Se señala a Marta Traba fundamentalmente, porque de ella dependerá una buena parte del
entendimiento que hoy se tiene de la obra de artistas como Fernando Botero o Alejandro
Obregón; pero también para establecer desde ya como posible la existencia de múltiples y
muy contradictorios imaginarios en el seno de una misma sociedad, y sugerir la instancia
cultural como portadora de un imaginario democrático: se demostrará, a través de ejemplos
concretos, que el artista es el individuo autónomo por excelencia; su capacidad para
cuestionar lo instituido se deduce del ejercicio de memoria practicado contra las demandas
de silencio institucionalizadas en el pacto consociacional.
Ahora bien, ¿qué decir de los otros imaginarios? El Frente Nacional, no se puede olvidar,
pacifica un periodo. Sin embargo, ¿extermina realmente la noción de violencia como
imaginario? De ser así, lo político adoptaría nuevas formas. Pero qué decir de esas nuevas
formas, si ya en 1959, el mensaje cubano insita a las armas.
29
Castoriadias, Op.Cit., 1999, Pgs. 145-182.
30
Al respecto, su teoría de la Resistencia es particularmente útil. Véase su libro Dos décadas vulnerables en
las artes plásticas latinoamericanas, Siglo 21 Editores, México, 1973.

13
Una última pregunta deviene entonces fundamental para explicar el ambiente de la época
estudiada: ¿tras la Revolución Cubana, en 1959, se convierte la revolución en un
imaginario dominante en el individuo colombiano de la época? ¿Qué implica en términos
políticos el auge de la revolución? Además de la creciente politización de la época, que en
esa ocasión se incorpora incluso a lo estético, como bien se deduce del apoyo incondicional
dado por García Márquez al partido comunista,31 la política se asocia a la violencia como
forma legítima de llegar al poder: en novelas del mismo García Márquez, Zapata Olivilla y
Manuel Mejía Vallejo no se esconde la favorabilidad hacia los primeros grupos guerrilleros
de autodefensa que politizan los contenidos de sus violencias.

Lo que está en juego es la relación entre el individuo y el imaginario social de su época,


que equivale a la pregunta por lo político o el orden que se quiso construir; en las palabras
contundentes del mismo Castoriadis: “Como siempre, el contenido antropológico del
individuo contemporáneo no es otra cosa que la expresión o la realización concreta, en
carne y hueso, del imaginario social central de la época, que moldea el régimen, su
orientación, los valores, aquello por lo cual vale la pena morir o vivir...”32 En lo
fundamental, aunque esto será objeto de análisis en un capítulo posterior, lo que se puede
intuir sobre el Frente Nacional, en su dimensión más pesimista, es la idea de un imaginario
revolucionario instituido en donde la política pierde su norte como actividad de lo real para
ver exaltada al máximo su dimensión de utensilio para la transformación de lo social. La
política deja de ser, ya al final de los años 70, una actividad “de lo posible”. Ello influye,
por lo demás, en la representación que las generaciones fabrican de la política, dadas las
promesas de cambio no cumplidas. En otras palabras, ¿habría hoy las mismas protestas
entre la juventud colombiana si el régimen cerrara sus filas en torno al bipartidismo? ¿Han

31
Éste aspecto surge repetidas veces a lo largo de un libro de reportajes hecho a García Márquez en el pleno
boom de la literatura latinoamericana, cuando ya era reconocido y leído tras el éxito registrado por Cien años
de soledad, pero no había recibido aun el premio nobel. Asevera García Márquez en una entrevista concedida
a Enrique Santos Calderón y Jorge Restrepo, en 1975: “he hecho declaraciones públicas contra casi todo el
mundo, según las circunstancias, menos contra el partido comunista colombiano, ni siquiera en las peores
circunstancias...pueden estar seguros de que nunca me embarcaré en una empresa contra el Partido
Comunista...”. Ver Gabriel García Márquez habla de García Márquez en 33 grandes reportajes,
Recopilación de Alfonso Rentería Mantilla, Rentería Editores, Bogotá, 1979, Pg. 107.
32
Castoriadis, op.cit., 1999, Pg. 166.

14
vuelto a apoyar acaso las universidades privadas a las universidades públicas en sus
manifestaciones?
Por lo demás, para muchos investigadores la democracia del Frente Nacional no suscitó “un
entusiasmo verdadero” debido a que los ciudadanos lo consideraron “un arreglo ad hoc, que
nada tiene que ver con la invención democrática.” 33 Esto, que en estricto sentido es cierto,
dada la hegemonía elitista e históricas dificultades colombianas en materia de violencia e
inacabada construcción de la nación, se asume aquí como no definitivo, bajo el deseo de
iluminar desde la cultura fragmentos del individuo democrático al que apela Castoriadis,
que residen en el artista de la época, y ejemplifican su preocupación por sacudir lo
instituido.
Teatro, cine, pintura y literatura sufren el proceso de politización anteriormente
mencionado bajo la inspiración cubana, pero a pesar del menoscabo en la calidad artística
de algunos de estos trabajos, convertidos en el peor de los casos en simples consignas
revolucionarias, otra buena cantidad exhibe elementos que en lo fundamental ayudaron a
construir nuevos imaginarios políticos.
En síntesis, interesa reconocer las imbricaciones entre violencia, democracia y revolución,
imaginarios sociales que explican la época y nutren el contenido del orden deseado.

2.3. Sobre la democracia como espacio vacío


Democracia, más que un conjunto de instituciones e instancias, es para Lefort una forma de
sociedad. Su importancia le viene del contraste con otras formas de sociedad y en
particular, la de los países totalitaristas. Por ello, lo ocupa una descripción detallada de los
rasgos que la hacen singular, partiendo de los análisis hechos por Tocqueville en 1831
sobre su viaje a los Estados Unidos y la sociedad democrática que allí se construyó, a partir
de la contradictoria conjunción de valores como la igualdad y la libertad. Destaca del
trabajo hecho por el francés, su intuitiva visión de la sociedad democrática como forma de
sociedad en la que están implícitas las ideas de una “dinámica irreversible” y “una
mutación histórica.”34

33
Daniel Pécaut, “Violencia y Política” en Violencia y Política en Colombia. Elementos de reflexión, Hombre
Nuevo Editores, Medellín, 2003, Pg. 318; el término invención democrática lo retoma Pécaut del texto de
Claude Lefort que lleva el mismo nombre.
34
Claude Lefort, op.cit., 1991, Pg. 23.

15
De acá que el interés se centre en los efectos que la innovación de organización política
tiene sobre el ciudadano: la preocupación apunta hacia la idea de un verdadero cambio que
la humanidad sencillamente no había conocido. Encontramos la misma idea en Castoriadis
quien la enuncia abiertamente al criticar el pensamiento liberal: “La ideología liberal
contemporánea oculta la realidad sociohistórica del régimen establecido. Oculta ...una
cuestión decisiva, la del fundamento y de la correspondencia antropológica de toda política
y todo régimen...Un hombre democrático no es cualquier individuo”.35
Al estudio de Castoriaidis, Lefort le suma ejemplos concretos retomando el análisis de
Tocqueville, en quien encuentra la idea clave de desentrañar las paradojas a las que la
nueva forma de sociedad somete al ciudadano (“la contraparte de cada fenómeno”36): el
individuo adquiere conciencia de su propia libertad para juzgar y auto juzgarse (individuo
autónomo según Castoriadis); el individuo conoce la libertad de opinión y con ésta la fuerza
que adquiere de sí mismo; el individuo ya no depende de un poder arbitrario sino que tiene
ahora de hecho la posibilidad de “asumir la vocación de dirigir todos los detalles de la vida
social”...37 En síntesis, acentúa Lefort del estudio de Tocqueville la idea, muy fecunda pero
ahora olvidada según su opinión, de mirar lo que el individuo adquiere bajo la nueva forma
de sociedad, y el peligro o paradoja que ello le representa, en materia de cambio,
fundamentalmente en este caso ante la novedad de la igualdad de condiciones.38
Propone continuar con el tipo de análisis de Tocqueville, aprovechando que un siglo y
medio ha transcurrido desde que se publicó por primera vez De la democracia en América.
Ante la contraparte de cada fenómeno habría entonces que ir más lejos, y anteponer “la
contraparte de la contraparte”: si la democracia es el reino del anonimato, y en ella pululan
las opiniones estereotipadas, pues todos son iguales, es necesario destacar el surgimiento de
maneras de pensar y modos de expresión distintas; si la democracia es el reino de la ley
formal, la ley que es válida para todos por igual, cabe destacar el surgimiento de las
reivindicaciones y luchas por los derechos que se enfrentan a esa formalización de la ley...39

35
Castoriadis, op.cit, 1999, Pg. 166.
36
Ibid, Pg. 24.
37
Ibid, Pg. 24.
38
Cabe anotar que Lefort estima que Tocqueville se esfuerza en hacer surgir contradicciones, debido tal vez a
que tiene una resistencia intelectual ligada a un prejuicio político hacia la democracia ,”esa desconocida”.
39
Ibid, Pg. 24.

16
Continúa así hasta establecer una característica única de toda sociedad democrática: en su
médula reposa la indeterminación; su desarrollo y organización no están sometidos ni a una
ley definitiva ni a una única persona, son cambiantes y de ahí que se la pueda considerar “la
sociedad histórica por excelencia.”40
Dirá Lefort, unas líneas adelante, que la idea de fomentar la contraparte de la contraparte
termina también por ser ella misma limitada, y por ende, se hace necesario avanzar en el
análisis, superar a Tocqueville. Para ello, establece como simbólica la mutación que sufre el
orden de toda sociedad una vez que la democracia irrumpe en escena. ¿Cómo observarlo?
Existirían varias formas pero una de las más contundentes sería el lugar que adquiere el
poder en la nueva sociedad, la sociedad democrática, con respecto por ejemplo al sistema
monárquico. En este, el príncipe condensa la autoridad y el poder, en tanto es el
representante de Dios. El poder se condensa en su cuerpo, y se reviste así de una aureola
trascendente que adquiere la semblanza de ser natural, inmodificable. Por el contrario, en la
democracia, el poder no puede ser apropiado por persona alguna en tanto está sometido al
juego político, a la revisión periódica. Se “convierte (así) en un lugar vacío”.41
¿Consecuencia inmediata? El conflicto, común a toda sociedad, se institucionaliza bajo el
supuesto de que la lucha política representa los intereses divergentes de los individuos, y se
adquiere así la posibilidad de eliminar las soluciones individuales a los problemas que
surgen.
Es más, esa misma lucha política o el sufragio universal, hace del individuo el componente
de una unidad.42 En tanto el conflicto ha sido institucionalizado y puede ocurrir que una
persona o grupo de personas que no son de su agrado, ostenten la autoridad política por un
tiempo, el individuo se ve obligado a pertenecer a un todo que sin embargo no le está
imponiendo una adhesión sobre la base de un gobierno arbitrario o inmodificable. En otros
términos, en tiempos de elecciones al individuo se le otorga el poder para que elija
consciente de que lo hace sobre el conjunto y con las mismas posibilidades del resto. De
acá la importancia del poder, pero del poder simbólico: es decir, ni referido a una persona o
partido dictatorial, ni a una instancia extra social, o divina. El poder instituye la unidad en
lo social y por ello no reposa en lo social; pensarlo así, como parte de lo social, relativo por
40
Ibid, Pg. 25.
41
Ibid, Pg.. 26.
42
Ibid, Pg. 28.

17
ejemplo al alcalde que gana las elecciones, conduce a la fragmentación en tanto éste podría
fácilmente usarlo para su uso propio y no el de la ciudad.
Un último aspecto de la argumentación de Lefort, útil para medir lo disfuncional que es el
caso colombiano, plantea que la institucionalización del juego político hace ver a “la
división, de una manera general, como constitutiva de la unidad misma de la sociedad.”43 Si
existe la posibilidad de efectuar elecciones es porque existen opiniones diferentes que no
amenazan con desintegrar el conjunto; pero más importante, las elecciones son ellas
mismas capaces de institucionalizar la división. Si se avanza hacia la legitimación del
conflicto político es porque el conflicto social fue igualmente legitimado. En Colombia sin
embargo, como se sabe, se legitima el conflicto, pero entre liberales y conservadores.
Cualquier problema social que surja sin referencia política partidista, es decir, sin referencia
a los partidos políticos tradicionales, deviene ilegítimo.
En suma, las características de la sociedad democrática descrita por Lefort irían insertas en
el imaginario democrático planteado por Castoriadis; la obvia constatación sintetiza el tipo
de pregunta que en adelante se quiere plantear en el caso colombiano, y que en general será
abordada por Daniel Pécaut a través de su interés por la imposibilidad para construir la
unidad de lo social.

43
Ibid, Pg.. 27.

18
Pacto , Memoria y Violencia

1. Breve introducción
Las ideas de Lefort y Castoriadis son aplicables, en su mayoría, a cualquier sociedad
democrática. Pertenecen de alguna forma al orden del deber ser. Castoriadis lo sabe, y por
eso en su artículo dedicado a la democracia retoma a Lefort y la imagen del poder como
lugar vacío, para inmediatamente después mencionar la larga serie de casos
estadounidenses en que un concejal es reelegido repetidas veces tras usar, legalmente, los
dineros públicos para hacer campañas políticas. Ni las teorías ni los autores antes esbozados
pertenecen al orden de lo ingenuo; difícil resulta igualmente establecer empíricamente la
aplicabilidad de las claves ofrecidas por Lechner para entender la política. Son, si se quiere,
horizontes normativos que guían la interpretación.
Sin embargo, ofrecen categorías analíticas para explicar la forma que adopta una sociedad
en determinado momento, según los imaginarios de orden que sus habitantes desarrollan e
incorporan como posibilidades. En lo que sigue de la monografía el interés se centrará en la
respuesta, muy general, a la siguiente pregunta: ¿qué imaginarios han jugado un papel en la
conformación del orden colombiano? Destacados analistas como Daniel Pécaut, William
Ramírez, Gonzalo Sánchez, etc, han propendido a lo largo de sus análisis por el uso de la
democracia y la violencia como imaginarios que ayudan a visualizar el proceso histórico de

19
construcción de la nación. Imbricaciones entre guerra y política, para usar los términos de
un excelente artículo de Gonzalo Sánchez.44
Interesa acá, siguiendo las fecundas vías abiertas por los mencionados investigadores,
dedicar un espacio para (re)pensar la conformación del Frente Nacional, a partir de una
constatación: el trabajo de memoria sobre la Violencia que algunos artistas de los años 60 y
70 realizan a través de sus obras, se resiste a formar parte de la escisión formal que el pacto
construye con su particular idea de omitir el pasado para reconstruir el presente. La
memoria del trabajo artístico cumple, si se quiere, con el necesario rol de una bisagra:
Alejandro Obregón va al doloroso pasado y viene al reconstruido presente con su laureada
obra Violencia. Ahora bien, el artista, su obra y el trabajo de memoria plantean dos
cuestiones, intrínsecamente relacionadas, que interesa desentrañar: 1. El Frente Nacional da
inicio a una forma de sociedad que permite que otros artistas, de la talla de Alejandro
Obregón, surjan, cuestionen y en ocasiones ataquen al régimen constituido y sus sectores
dominantes, luego se trata de una sociedad relativamente democrática; 2. Si la memoria es
importante, lo es también porque una es la Colombia de la Violencia, y dos son las del
Frente Nacional, según si se observa el pedazo de Colombia que vive en la
institucionalidad, bajo las reglas del pacto, o si se acude a la franja que transita por los
cauces de la violencia que instituye la Violencia, vale decir, lo que antecede y da inicio a
los “exteriores”45.
En ese sentido, el pacto consociacional, a pesar de la relevancia que adquiere en materia de
pacificación, no debe conducir al equívoco de pensar que lo político del Frente Nacional
acaba en lo netamente institucional. De hecho, surge una paradoja en la base de lo político:
es a través de la política institucional (es decir el pacto) que el Frente Nacional surge, pero
éste, en lo que tiene de reconstrucción, remite a otras instancias de lo político que pueden
incluso ir en contra de la política institucional, como es el caso del ejercicio de memoria
practicado por el campo cultural. En otros términos: lo cultural es en sí un espacio para la

44
Gonzalo Sánchez, “Guerra y política en la sociedad colombiana” en Revista Análisis Político No 11.
45
La noción de exteriores es usada por Álvaro Camacho en su prólogo al libro Colombia Hoy para referirse al
resultado de un arreglo institucional o democracia limitada que no logra incorporar al conjunto de lo social y
por el contrario excluye una franja importante de la nación. El ejemplo por excelencia lo constituyen las
guerrillas y su histórica existencia por fuera de los canales institucionales. Ver, Colombia Hoy, Jorge Orlando
Melo (coordinador), decimosexta edición, Presidencia de la República, Bogotá, 1996.

20
práctica de la memoria, que es la forma en que relacionan los artistas sus trabajos con el
ejercicio de la política. La memoria, puede decirse, es su forma de hacer política.
A continuación emprenderemos una revisión de textos sobre el Frente Nacional que de
ninguna manera es exhaustiva, con el objetivo de explicar las tres razones política dadas
por Gómez y Lleras que hemos decidido, arbitrariamente46, como fundamentales en la
elaboración del pacto del Frente Nacional: tres componentes que en el imaginario de las
elites dan contenido al orden que se piensa instaurar.
Como se sabe, la primera razón que justifica el pacto instaurado es la de la violencia
desatada a partir de 1947. Junto a esta, pero no menos importante, el peligro de una
dictadura obliga igualmente a pensar en un pacto entre civiles. Finalmente, como se
desprende del testimonio mismo del pacto de Benidorm, las elites conciben el tratado como
un retorno a la hegemonía política arrebatada por los efectos de la época de la Violencia.
Así mismo y con el objetivo de justificar la pregunta por la memoria, se le otorgará especial
atención al papel que ésta juega, en tanto queda claro que el recuerdo de la Violencia es
desde el principio, si se miran los pactos fundacionales (Benidorm y Sitges), omitido
sistemáticamente. El fin de la violencia se asume como necesaria, pero nada se dice sobre
sus actores, secuelas, razones o huellas, más allá de la identificación de los presuntos
culpables con sectas que es preciso exterminar.

2. Representación de lo político del Frente Nacional como Espacio para la


Reconstrucción
2.1 La declaración de Benidorm y el pacto de Sitges
El 24 de julio de 1956, Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo le recomiendan a los
dos partidos políticos tradicionales, a través de la declaración de Benidorm, trabajar juntos
para recuperar las “formas institucionales de la vida política”.47 Se trata de un llamado a las
dos colectividades para poner fin a la violencia, bajo el supuesto de que los consejos de los
dos líderes políticos serán obedecidos. Lo novedoso, y esto es obvio, está en que se

46
Se dice arbitrariamente porque inevitablemente se podrán encontrar otros muchos elementos que explican
la creación del Frente Nacional. Al respecto, puede consultarse el libro de Jonathan Hartlyn, la política del
régimen de coalición: la experiencia del Frente Nacional en Colombia, Ediciones Uniandes, CEI, Tercer
Mundo Editores, Bogotá, 1993.
47
Cámara de representantes, Por qué y cómo se forjó el Frente Nacional, La declaración de Benidorm,
Bogotá , 1956, Pg. 13.

21
propugna por una acción conjunta tras sangrientos años de enfrentamiento. La esperanza
reposa en la posibilidad de recuperar las instituciones y la violencia irrumpe desde ya como
un elemento verdaderamente perturbador que amenaza la institución política de lo social.
En opinión de Pécaut, de hecho, si lo político es quien instituye lo social, la división y la
violencia hacia los años 50 revisten el carácter de lo no-instituible en tanto lo político
apunta hacia la irreconciliable segmentación entre liberales y conservadores, base para
hablar de subculturas.48 En otras palabras, lo político que instituye se encuentra
fragmentado con anterioridad al proceso mismo de institución, luego es incapaz de
garantizar la cohesión que supone toda nación. De acá que la violencia sea un problema de
antagonismos irreductibles que amenaza directamente con terminar con las posibilidades de
instituir cualquier tipo de orden. Se está básicamente ante una guerra civil, se está ante la
Violencia.
Es claro que la declaración de Benidorm se basa en un hecho nada despreciable: la nación
colombiana se sabe escindida en dos desde los inicios de la República, más sin embargo,
nunca antes, a pesar de las seis guerras civiles que contiene el siglo 19, se había llegado a
tal nivel de intolerancia y rechazo. El llamado de auxilio se dirige a los partidos políticos,
porque de estos depende la cuestión política por excelencia: son los garantes del orden y es
para ellos que se busca recuperar la libertad y las garantías, “patrimonio político” logrado
tras un esfuerzo y constante discusión. Es entonces normal que los dos líderes políticos se
dirijan a las dos colectividades, para recordar así el pasado de transacciones que las une y
debe motivar a trabajar en equipo, ahora que la dictadura del general Rojas Pinilla amenaza
con coartar sus libertades.
En efecto, la otra gran razón por la que Lleras y Gómez se dirigen a los partidos políticos,
radica en que la dictadura militar es un “régimen de fuerza que no admite ni tolera
discusión de sus actos, ni da informe sobre ellos”, y por ende, interesa recordar el pasado en
común que las dos colectividades tienen y las razones históricas que contienen para liderar
el ordenamiento social. Es un llamado a la resistencia para reconquistar el “patrimonio
cívico común”49, bajo el supuesto de que el conjunto de principios comunes es requisito
suficiente para gobernar por encima de cualquier otra institución. ¿Cómo? De ninguna

48
Daniel Pécaut, op.cit., 1987, Pg.s 35-36.
49
Ibid, Pg. 14.

22
manera reabriendo la lucha por el poder entre conservadores y liberales; por el contrario,
laborando conjuntamente para superar la diferencias hasta que las instituciones
democráticas se fortalezcan. Es aquí donde aparece enunciada por primera vez la figura del
gobierno de coalición, solución urgente contra la dictadura y la violencia.
Por último, un elemento no tan evidente como el rechazo a la violencia (sectaria u oficial) y
a la dictadura, plantea el problema de la hegemonía, no de lo partidos políticos, pues esto es
lo que se combate, pero sí de la elite o clases favorecidas. El texto enuncia la necesidad de
salvar a “la inmensa mayoría de colombianos” del “abismo que se está abriendo entre una
clase social súbita o ilegítimamente enriquecida y una gran masa que cada día se
empobrece más.”50Abiertamente asustados podría pensarse que están Laureano Gómez y
Alberto Lleras, ante el surgimiento de una clase que amenaza con cooptar sus privilegios.
Nada se dice en concreto sobre esa clase, más allá de ser, aparentemente, “súbita”, que es
como decir en términos coloquiales “igualada”.
Un año después, el 20 de julio de 1957, se firma el pacto de Sitges, nuevamente entre
Laureano Gómez y Alberto Lleras. Ante la caída de la dictadura, nuevas recomendaciones
se tornan necesarias para el “regreso a la vigencia de las instituciones republicanas.”51 Tras
la reconquista de la libertad y los derechos cívicos perdidos, se asume ahora como
necesario hacerle frente al recrudecimiento de la violencia y a la aguda crisis económica.
En esta ocasión, los dos líderes son más precisos y establecen la forma en que el pueblo
podría pronunciarse, a través de un plebiscito, a favor o en contra de las medidas ideadas
para pactar la paridad en la mayoría de los ámbitos políticos, solución transitoria ideada
para acabar con los sectarismos y la competencia violenta por el poder. En síntesis, la
medida busca acabar con la hegemonía partidista y por ello se establecen incluso
propuestas como la del trabajo administrativo garantizado constitucionalmente para que los
funcionarios públicos sean ciudadanos neutrales en la lucha política. El pacto de Sitges
tiene por horizonte normativo, ideas de paz, reconciliación y reconstrucción de las
instituciones democráticas sobre la base de la negación de cualquier otra alternativa
política. Nada se dice sobre las huellas del pasado.

50
Ibid, Pg. 15.
51
“Pacto de Sitges” en Cámara de Representantes, op.cit., 1956, Pg. 32.

23
El poder, que en una democracia debería ser un lugar vacío, la instancia en que se ve
representada simbólicamente la unidad de lo social, deviene así un lugar semi vacío que
ahuyenta la posibilidad de la dictadura, prohíbe la irrupción de nuevas fuerzas políticas y
regula la confrontación política entre liberales y conservadores, tras garantizar a cada
colectividad su ejercicio intercalado por un espacio de cuatro años consecutivos. Hablar de
lugar semi vacío le plantea obviamente un contenido peyorativo a lo social, pues de alguna
manera el poder pierde su dimensión simbólica al no ser completamente inapropiable. El
mensaje para la comunidad es un mensaje político: o se es liberal o se es conservador y
cualquier otra opción, si se desea participar de la política institucional, debe optar por
convertirse a alguna de las dos colectividades. La unidad en la diferencia es tan solo unidad
del bipartidismo.
Sin embargo, el momento es claramente fundacional en la forma de hacer política, pues de
entrada asegura su ejercicio sin la necesidad de competir con la antagónica colectividad. La
representación de lo político como violencia, según el riguroso análisis que más adelante
explicaremos de la época de la Violencia hecho por Pécaut en su tesis doctoral Orden y
Violencia, abre paso a un imaginario distinto en el que prima la idea, muy fecunda, de lo
político como reconstrucción. Ello no quiere decir que la violencia deje de ser, como se
verá en el caso particular de las guerrillas, la forma de entender lo político y descifrar lo
social: la situación pone en evidencia el importante momento de la historia colombiana en
que su política institucional divide en dos al país.
Aun así, se habla de recuperar las libertades perdidas, de reconquistar las instituciones
democráticas, de restablecer los valores comunes de las dos colectividades políticas, de
recobrar los valores que guiaban la cosa pública, de refundar la política para volver al
norte perdido bajo los efectos destructivos de la violencia y la dictadura militar.
Lo político son entonces los espacios para la reconstrucción, incluida la hegemonía elitista,
y en ellos desplegarán sus actividades los actores que aquí interesan, lo que equivale a decir
que las obras artísticas como el caso del teatro panfletario, tan común en la época, no
surgen de la nada , ni en la nada, y por el contrario, coexisten basadas en un imaginario
político que les es favorable, un imaginario que incita a la reconstrucción, toda vez que las
relaciones entre el régimen y sus actores devienen tensionantes en tanto para algunos
individuos del Frente Nacional, no necesariamente artistas todos, aunque esto no lo

24
sabremos, la pregunta por el pasado es fundamental para la construcción del orden
deseado: son individuos autónomos, capaces de cuestionar lo instituido.
De acá que la memoria sea en adelante un problema político, una cuestión que atañe
igualmente a la construcción del orden, si bien invocado desde las otras voces, distintas de
las de los promotores del pacto. Surge así, en el seno mismo de lo político del Frente
Nacional, en la pregunta por el orden, la multiplicidad de actores que convergen en su
construcción.

2.2 De Alberto Lleras Camargo al surgimiento del problema de la memoria


Alberto Lleras Camargo, mentor del pacto y primer presidente del mismo, tenía entre sus
aptitudes el poder de la escritura. A continuación se analizan fragmentos de sus discursos
pronunciados en épocas distintas y ante públicos diferentes. La riqueza de este material es
ciertamente invaluable; entre líneas se dejan ver aspectos importantes de su imaginario
político y lo que ello supone: la esperanza de un orden reconstruido. ¿Qué tipo de orden?
El 12 de septiembre de 1957, en un discurso titulado “La educación”, pronunciado en la
Universidad de los Andes con ocasión de su nombramiento como Honoris Causa en
filosofía y letras, el futuro presidente se dirigía ante el público con el objetivo explícito de
hacerle campaña política al pacto previamente redactado, en compañía de Laureano
Gómez, y próximamente sometido al escrutinio de la opinión pública. Por entre las frases
circula esta valiosa oración: “Ese dogmatismo sectario (de la violencia) va a entrar en
receso forzoso y tiene que ser sustituido por formas elevadas de la lucha política: el
raciocinio, la persuasión de un grupo sobre el otro, la fecunda transacción, las síntesis entre
tesis antagónicas.”52
Básicamente se condensan acá, en una simple frase, los componentes centrales del pacto: se
asume como necesaria la política para terminar con la violencia y para ello se propone
institucionalizar el conflicto. Nótese sin embargo que nada se dice sobre las causas de la
confrontación. En lo que respecta a los actores, se los denomina como “sectas”, no partidos
políticos; dos grupos en total oposición (“un grupo sobre el otro”) que además carecen de
“raciocinio” y actúan de manera dogmática. El discurso es, si se quiere, civilizador.

52
Alberto Lleras Camargo, Sus mejores páginas, Compañía Grancolombiana de Ediciones, Bogotá, Pg. 162.

25
Sobre la violencia propiamente, se deduce de la corta citación que su existencia está ligada
a diferencias de opinión, antagonismos que provendrían de las ideas opuestas formuladas
por la cabeza y no el corazón. De entrada entonces se eliminan los “efectos secundarios”
que puedan surgir de toda confrontación. Odios y venganzas son sistemáticamente
obviados. Por ello se asume como solución la “persuasión” y la “transacción”, bajo el
supuesto de que las diferencias son dirimibles en la deliberación. Lleras visualiza una
guerra entre liberales y conservadores, llevada a sus extremos por el sectarismo, y
susceptible de terminar bajo la institucionalización de la diferencia.
En ello hay mucho de miopía, pues da la sensación de desconocer los móviles de una
“secta”, que precisamente por “secta” sería incapaz de transar sobre la base de lo racional.
Sin embargo, no se le puede dar una única interpretación: también es, inteligentemente
concebido, la forma que debe adoptar el discurso de un político que busca convencer a su
público, que además es culto, de la necesidad de votar por un arreglo institucional que
garantice el fin de la confrontación por el poder.
El segundo discurso que se pone a consideración ocurre en Medellín y versa sobre la
esencia misma del Frente Nacional, el 21 de abril de 1958, un tiempo después de la
aprobación dada al pacto tras el plebiscito de 1957. Interesa destacar las constantes
referencias que hace Lleras de la época anterior, y en particular, del papel que juegan las
sectas en su cosmovisión: “...se ha elaborado un sistema civilizador que permitirá a los
colombianos tener un gobierno bueno, equilibrado, justo, hasta tanto que las instituciones
se fortalezcan y que la opinión nacional se liberte de sus prejuicios y sus sectarismos...”53
Así, son las principales culpables de lo sucedido, y es necesario combatirlas mediante la
alternación del poder. En ello no hay en realidad nada nuevo, y de hecho, tampoco malo. Es
sabido por todos que el sectarismo condujo a la violencia. Sin embargo la relación de
causalidad que se establece entre lo uno y lo otro, termina, a fuerza de repetición, por
establecer falsas generalizaciones acerca de la violencia y los motivos que hubo para
ejercerla. Al final, todo violento es inevitablemente sectario, de donde se desprende que los
endebles elementos políticos de la confrontación, las ideas que han hecho famoso a
Clausewitz, son imposibles de rastrear.

53
Ibid, Pg. 193.

26
A ello se suma que la visión oficial de los protagonistas del Frente Nacional plantea
insistentemente la época anterior al Frente Nacional como un momento de confrontación
sectaria entre liberales y conservadores. ¿Qué decir entonces de las nacientes guerrillas de
auto defensa? ¿Qué decir de las retaliaciones? ¿Del papel de la venganza? ¿De los excesos
empleados en innumerables asesinatos y torturas? Un manto de silencio e incómodo
anonimato recae sobre las víctimas y los victimarios una vez que el arreglo institucional se
erige como la posibilidad de reconstruir sobre el pasado.
Y sin embargo, lo cierto es que en su momento la sensación de golojorio continúa, y los

27
protagonistas. De acá que futuros actores políticos como las FARC y su jefe Manuel
Marulanda Vélez establezcan nexos identitarios y claves para su accionar, según lo
sucedido en la violencia de los 50.
La pregunta por la memoria, por las huellas ocasionadas por la guerra, deviene así
fundamental para el cabal entendimiento de los actores que irrumpen en el escenario
político colombiano de los años 60 y 70. Por si fuera poco, retomando nuevamente a Pécaut
en su capítulo consideraciones sobre la violencia, del libro ya citado Orden y Violencia, no
existe relato común que integre las múltiples historias de la infinidad de casos particulares
que componen la denominada Violencia. Por ello, la memoria de la época deviene
particularmente conflictiva en tanto existen relatos marginales que no dan cuenta del
fenómeno como si se tratara de un mismo acontecimiento sucedido a lo largo del territorio.
El Frente Nacional encierra entonces una paradoja: en la forma en que fue instituido, según
las reglas de juego que el pacto consociacional dicta, la violencia de los 50 no pasa de ser
una confrontación entre conservadores y liberales, sectarios todos, que conviene olvidar
con miras a la reconciliación y la reconstrucción; más sin embargo, las características
mismas de la sociedad instituida, las garantías de que gozan sus individuos, y la
correspondencia entre éstos y el régimen democrático instaurado, o mas específicamente,
su visión del orden no ligado a criterios trascendentes y por ello su capacidad de ser
autónomos y cuestionar lo instituido, son el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de
expresiones artísticas de diversa naturaleza preocupadas por profundizar en el silencio que
los promotores del pacto decidieron instaurar. La cuestión de la memoria resurge así, por
entre los cauces de la estética, y adquiere como ya se dijo, un valor político, en tanto juega
un papel decisivo en la conformación del orden deseado. Lo político del Frente Nacional, a
través de la estética, plantea la posibilidad de un orden que se pretende no excluyente.

3. Memoria y Guerra o sobre cómo nos construyen las realidades históricas


La memoria como problema proviene evidentemente del pacto instaurado y sus dictados de
silencio. Si bien mucha memoria habría impedido cualquier pacto, y de hecho habría
imposibilitado que liberales y conservadores terminaran por compartir el poder, no
establecer culpables, redimirlos de sus más penosas acciones y no asumir medidas
simbólicas para compensar a los damnificados, es también una forma de imposibilitar el

28
orden: no es reconstrucción, es simple construcción en un vacío, como depender de la
amnesia.
En adelante, la lista de problemas que surge es interminable. La cuestión de la memoria es
de hecho, como se deduce del título mismo de un libro reciente de Gonzalo Sánchez
(guerras, memoria e historia) un problema que posee el don de la ubicuidad: todos los
caminos que se miren de la historia colombiana, que es la historia de un país
particularmente violento, conducen a un problema de memoria. Los colombianos, por lo
demás, coexisten con el olvido. Un primer dilema, para hacer énfasis en la noción de
hegemonía evocada anteriormente, irrumpe del hecho de que las elites sean las que
impongan el manto de silencio y se reserven así “el control de la verdad sobre ese
pasado”57; las amnistías practicadas devienen así políticas de olvido. No hay reposición, no
hay historia, no hay forma alguna de imprimirle sentido a las 200 000 acciones de muerte.
Por el lado de las víctimas, se despliegan herramientas de reposición material bajo el
supuesto de que la matanza de una familia entera puede compensarse a partir de un pedazo
de tierra; por el lado de los culpables indirectos, se les encarga en muchas casos la
reposición económica de la víctima, como bien lo nota Gonzalo Sánchez al abordar el tema
de los Tribunales de Conciliación y Equidad58, que en su opinión además de ineficaces,
desempeñaban sus funciones regidos por las mismas personas que se beneficiaban de los
desplazamientos; sobre los culpables directos nada se sabe, no se los nombra como
tampoco se conocen los nombres de la mayoría de las víctimas.
A los Tribunales de Conciliación y Equidad sigue la Comisión Especial de Rehabilitación
que opera entre 1958 y 1960, la cual, al decir nuevamente de Sánchez, tuvo mejores
intenciones pero se enfrentó a un hecho aterrador: la Violencia continuaba su curso bajo su
forma bandolera. La rehabilitación daba en realidad paso a la represión.59De aquí se
desprende, como será obvio, otra buena cantidad de problemas: el pacto surge como
condición para el fin de la guerra y se asume por ello que los dos partidos políticos
involucrados renunciarán a ser culpables o víctimas, de ahí las amnistías; pero si éstas sólo

57
Gonzalo Sánchez, op.cit., 2003, Pg. 92.
58
Gonzalo Sánchez, “La Violencia: De Rojas al Frente Nacional”, en Nueva Historia de Colombia, tomo 2,
Planeta, Bogotá, 1989.
59
Gonzalo Sánchez, “Rehabilitación y Violencia bajo el Frente Nacional”, en Revista Análisis Político, No 4,
1988.

29
legitiman a las elites y al mismo tiempo la guerra termina pero no se resuelve60, lo que
queda de la misma se ve abocado inevitablemente a querer proseguir con el enfrentamiento:
en la mente de las guerrillas de auto defensa el pacto, más que reconstrucción, es incitación.
Ahora bien, lo que aquí interesa le concierne a la representación del conflicto que con el
tiempo nos hacemos de las realidades históricas que las elites nos construyen, y cómo
existen actores sociales (artistas) que niegan con sus trabajos las ilusiones creadas y
terminan por proveer los verdaderos espacios de reposición y reconstrucción. En el fondo
de la cuestión subyace un problema de legitimidad democrática: el régimen instituido en el
que la ciudadanía se ve representada no asume la responsabilidad de proveer inteligibilidad
sobre las acciones del pasado y por el contrario hace de prestidigitador de realidades. En su
visión de mundo interesa lo que a las elites puede interesar, de ahí que Laureano Gómez
surja como el gran pacificador, una situación profundamente injusta a los ojos de la gran
masa liberal que tuvo que padecer sus arbitrariedades. Memoria que deja huellas y
representación de las mismas como inexistentes, o en el mejor de los casos erróneas.

60
Gonzalo Sánchez, op.cit., 2003, Pg. 59.

30
La Violencia y su legado

Es necesario ahora, para relacionar actores, conocer sus historias y aprehender el fondo del
problema que subyace en el tema de la memoria, ahondar en la Violencia propiamente y las
dificultades que ha habido para su explicación. Nos limitaremos a la trascripción de
argumentos de reconocidos investigadores y se le dará una particular atención a algunas de
las ideas de Daniel Pécaut, debido a tres razones concretas: 1. Se trata de uno de los
estudiosos más comprometidos con lo ocurrido en los años 50; 2. Su análisis se apoya
abiertamente en las teorías de Castoriadis y Lefort sobre lo político como representación de
lo social; 3. La memoria, y en particular la memoria de la Violencia, tienen en sus trabajos
un espacio de consideración privilegiado que interesa entonces abordar.

1. Violencia: ¿qué fue y cómo narrarla?


El primer libro exitoso en materia de popularidad que intenta una aproximación rigurosa y
objetiva a lo ocurrido en los años 50 se da en el año de 1968, y corre a cargo de Orlando
Fals Borda, Germán Guzmán y Eduardo Umaña. Se trata del famoso libro La Violencia en
Colombia. Estudio de un proceso Social61; en él se intenta una aproximación empírica de la
época estudiada, considerada como un proceso de desintegración y reorganización de lo
social. Los autores establecen cinco etapas que abarcan los años entre 1948 y 1958, y para
cada etapa se establece el desarrollo de la violencia según como ésta se presenta en distintas
regiones o zonas: nororiental, occidental, noroccidental y oriental. Las etapas mencionadas
corresponden a la periodización siguiente: entre 1948 y 1949, Creación de tensión popular;
entre 1949 y 1953, Primera tregua; de 1953 a 1954, Primera ola de violencia; de 1954 a
1958, Segunda ola de violencia; en 1958, Segunda Tregua. El análisis contiene una
definición de los grupos armados que operaron en la Violencia y hace énfasis nuevamente
en las diferencias que éstos comportan según las regiones en las que subsisten. Así mismo,
se intenta una aproximación al fenómeno de la violencia desde las teorías estructural
funcionalista, del conflicto y de los valores sociales.
61
Orlando Fals Borda, Germán Guzmán, Eduardo Umaña, La Violenica en Colombia. Estudio de un Proceso
Social, Carlos Valencia Editores, Ediciones Progreso, Bogotá, 1968.

31
Dado su impacto sobre la opinión pública, el libro se convierte en el primer contacto que
muchos colombianos tuvieron con la realidad anterior de su país. Por ello, numerosos
artistas se inspiran en él y de ahí parten los primeros trabajos estéticos que intentan una
aproximación al fenómeno ocurrido. 62
Ahora bien, es obvio que las posibilidades del estudio, comparadas con las más recientes,
no pasan de ser meros intentos por dar cuenta de lo ocurrido, si no es que simples
descripciones, dada la cercanía de los hechos observados. Se necesitó entonces que un
tiempo transcurriera para que nuevas y mejores interpretaciones surgieran.63 Nótese que el
ejercicio de memoria practicado por muchos de los artistas plásticos, para poner un
ejemplo, es ya de entrada una actividad fragmentada pues en el mejor de los casos se basa
en un libro que si bien es fundacional no logra ser realmente explicativo. Así, la memoria
que estos artistas construyen no busca en realidad explicar, no tiene esas pretensiones.
En su libro titulado Predecir el pasado: ensayos de historia de Colombia, el historiador
Jorge Orlando Melo dedica un espacio para explicar, de manera sucinta, algunos rasgos
esenciales de lo ocurrido en los años 50. Parte de la idea de establecer diferencias entre la
violencia de los años 50 y las anteriores, bajo el supuesto de que establecer continuidades
causales entre actores y razones para ejercer la violencia resulta erróneo64, si bien existen
obviamente elementos en común. Esto es relevante por una única razón: la Violencia es
ante todo un momento de ruptura, y como tal, debe existir por parte del investigador un
esfuerzo particular para descifrar lo sucedido a través de categorías distintas de las usadas
para descifrar las guerras civiles del siglo 19.
Melo destaca cómo la violencia es ejercida ante todo por civiles y contra civiles, situación
que plantea la actitud de encubrimiento y tolerancia estatal hacia la violencia contra los
liberales. Destaca igualmente en su análisis el golpe que recibe, esta vez de parte de la
violencia liberal, el sector raso de los conservadores, y no “la figura importante en el

62
Arte y Violencia desde 1948, Mueso de Arte Moderno, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1999.
63
Para una visión completa de lo ocurrido véase a Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda en Pasado y
Presente de la violencia en Colombia, Séptima Edición, Fondo Editorial Cerec, Bogotá, 1991, así como a
Carlos Miguel Ortiz Ortiz en Estado y subversión en Colombia, la violencia en el Quindío años 50, Uniandes-
Cider, Bogotá, 1985.
64
Jorge Orlando Melo, “Consideraciones generales sobre el impacto de la violencia en la historia reciente del
país”, en Predecir el pasado: ensayos de historia de Colombia, Editorial Lealon, Medellín, 1992, Pg. 197.

32
terreno político, social o económico.”65 Así, establece como característica particular de la
violencia de la época el estar descentralizada geográfica y socialmente. En efecto, su
ejercicio fue eminentemente rural y la participación activa de los líderes políticos, de las
elites, fue en ocasiones inexistente, más allá de iniciar de alguna manera los
enfrentamientos. Por ello, el que veredas conjuntas se enfrenten a muerte, como bien lo
destaca Caballero Calderón en sus novelas, le brinda un carácter particular a la Violencia
que no tenían las anteriores guerras civiles que sí se organizaban según esquemas
centralizadores.
Melo guía su lectura de la Violencia hacia esa particularidad para así explicar uno de los
rasgos que más ha preocupado en la literatura sobre la época: los excesos. En su opinión,
los múltiples asesinatos perpetrados con sevicia se explican recurriendo a la figura del
terror o la aniquilación del contrario, en tanto el hecho de no ser una guerra declarada y
conducida de manera centralizada invita a pensar que las razones para la confrontación no
son estratégicas y lo que se busca es el “dominio inmediato y total de una zona”, para lo
cual se usarían entonces prácticas violentas marcadas por el exceso.
Esta es, claro está, una de muchas interpretaciones dadas al problema. Conviene señalar
que explicaciones más refinadas, como las de Alberto Valencia, ahondan en las
representaciones simbólicas y las cercanías con valores religiosos que pueden deducirse de
las formas de matar.66 De la confrontación partidista Melo pasa a advertir sobre la
irrupción, en el campo liberal, de elementos de contestación social, claves para el posterior
surgimiento de guerrillas. A ello suma la frustración de las promesas igualitarias y
ciudadanas promovidas por el liberalismo, germen del descontento. El Estado por su parte,
como ya se dijo, permaneció al margen y ello le merece ser tildado por Melo como
elemento “particularmente perturbador” en tanto todos los órganos del poder se politizaron
y adquirieron para sí las consignas del partido conservador, ocasionando “una seria quiebra
en la estructura del Estado y en su legitimidad.”67
A pesar lo anterior, y este es otro elemento clave que interesa subrayar, los años de 1947 a
1954 fueron momentos de crecimiento económico, no obstante los 200 000 colombianos

65
Ibid, Pg. 199.
66
Ver María Teresa Uribe en Matar, rematar, recontramatar: las masacres de la Violencia en el Tolima,
1948-1964, Cinep, Bogotá, 1999.
67
Ibid, Pg. 200.

33
que se cuentan por muertos. A esta altura del análisis, Melo plantea ya la dificultad que
existe en intentar un estudio global de lo sucedido, dada la multiplicidad de actores, y las
distintas formas que adquieren los conflictos políticos según las regiones en que están
insertos. El problema está en que es difícil determinar lo político de la violencia si por
político se entiende la división entre liberales y conservadores, dado que muchos de los
asesinatos ocurren como represalias y en ello se difuminan los referentes políticos de las
acciones y pasan a convertirse en simples asesinatos, desprovistos de sentido político. Una
situación, para usar los términos de Pécaut, de violencia generalizada.
De acá que en el conocido ensayo histórico de Marco Palacios, Entre la legitimidad y la
violencia, el investigador advierta sobre la primacía del número de víctimas caídas “en
cadenas de atrocidades y venganzas expeditivas”68 y no propiamente en acciones bélicas
que llevan a considerar el enfrentamiento entre bandos en guerra como guerrillas y ejército.
En síntesis, para Palacios la Violencia alude a “20 años de crímen e impunidad facilitados
por el sectarismo (1945-1965), que dislocó la vida de decenas de miles de familias y
comunidades.”69 En su estudio, el periodo es analizado siguiendo cuatro etapas concretas,
“que pueden ser cuatro facetas de la violencia”70: la del sectarismo tradicional, 1945-1949;
la que se inicia con la abstención liberal en 1949 y termina con el gobierno militar, en 1953;
la de los pájaros, de 1954 a 1958; y la “residual”, que de Rojas a 1964 incorpora
“gamonalismo armado e intentos de reinserción de las bandas a la vida civil.”71 Las
diferencias con respecto al estudio de Guzmán, Borda y Umaña saltan a la vista, siendo la
última etapa establecida por Palacios, la omisión más diciente de la comparación. De
hecho, en el capítulo del ensayo de Palacios al que estamos haciendo referencia se
menciona rápidamente, bajo el subtítulo de A la búsqueda de la violencia, la forma en que
el Frente Nacional ve surgir lentamente el reconocimiento de lo ocurrido en la Violencia,
juzgada inicialmente como “tragedia popular y campesina antes que…tragedia nacional”. 72
Lo interesante del asunto, en lo que a dificultades de la narración se refiere, está en que
para Palacios hubo una serie de eventos que podríamos denominar de resistencia ante la

68
Marco Palacios, Entre la legitimidad y la violencia. Colombia 1875-1994, Grupo Editorial Norma, Bogotá,
1995, Pg. 192.
69
Ibid, Pg. 193.
70
Ibid, Pg. 189.
71
Ibid, Pg. 189.
72
Ibid, Pg. 189.

34
visión oficial de lo ocurrido, entre los que cabe mencionar la revista Mito, la “ola de
ensayos, novelas, representaciones teatrales, producciones cinematográficas y creaciones de
las artes visuales”, así como el famoso cuadro de Alejandro Obregón titulado “Violencia”,
el libro de Guzmán, Borda y Umaña y las interpretaciones del cura Camilo Torres. Sin
embargo, como se trató para él de un simple “esfuerzo artístico e intelectual”, dictamina a
nuestra juicio de manera profundamente equivocada, que el hecho de que la violencia
hubiera continuado su curso convirtió al movimiento de resistencia en un “collage de
opiniones ambiguas, poses fúnebres, sentimientos de culpa y ontologías pesimistas que
apenas empieza a desvanecerse ante el vigor de nuevas investigaciones y análisis.” 73
Se lo cita completo a Palacios porque como se verá, de alguna forma su posición frente a la
estética y el Frente Nacional en general, termina por invalidar la propuesta teórica que hasta
aquí hemos desarrollado. En su cosmovisión, la sociología, la pintura, el ensayo, el teatro y
el cine, suponen la misma intención y naturaleza, que sería acá la de esclarecer lo ocurrido
en la Violencia a la usanza de las posteriores investigaciones; se le escapa entonces a
Palacios la riqueza del material que acuña y rápidamente inserta en una misma bolsa, la de
la explicación causal, que nada tiene que ver con el ámbito digamos, por poner un ejemplo,
de la pintura, en donde la idea nunca fue explicar sino representar y acompañar en el dolor
de las víctimas sin que importe la razón dada para el ejercicio de la muerte, que es por lo
demás considerada irracional en muchos de los casos. Un ejemplo de ello puede verse en la
xilografía de Alfonso Quijano titulada La cosecha de los violentos, hecha en 1968.
De hecho Palacios va aun más lejos en tanto para él, el que la violencia continúe después o
a pesar de los citados testimonios encarna de alguna manera el fracaso de los mismos, como
si se pudiera pensar seriamente que García Márquez escribe, Jorge Gaitán Durán hace
poesía, Alonso Quijano pinta y graba, Santiago García escribe, monta y dirige, al igual que
Julio Luzardo, para interferir en los cauces de la violencia y hacer que la misma termine. Si
eso ocurre, seguramente que estarán contentos; pero no condensó García Márquez la
tensión partidista de un pueblo entero en torno al dolor de muela de un alcalde godo y un
dentista liberal, para influir en las acciones de los actores violentos.74 De ser así, los
escritores harían periodismo y no literatura.

73
Ibid, Pg. 192.
74
El episodio ocurre en la novela de García Márquez, La mala hora, Ediciones Era, México, 1966.

35
2. El periodo de la Violencia visto por Daniel Pécaut
2.1. Panorama general
Establecer un itinerario del pensamiento de Pécaut, además de útil e interesante, sería tema
para una investigación que evidentemente desborda las intenciones y posibilidades de esta
monografía. Sin embargo, conviene advertir que Pécaut ha realizado hasta el momento, sin
considerar su obra dedicada al sindicalismo, un copioso trabajo investigativo que se inicia
en la pregunta por la forma en que fue instituido lo social a partir de los años 30 y termina
en el primer año de gobierno del actual presidente Álvaro Uribe. La Violencia, el Frente
Nacional y el surgimiento de grupos guerrilleros componen lo que podríamos denominar la
primera parte de su trabajo, marcado por el límite “natural” que representa el surgimiento
del narcotráfico hacia los años 70, y la gran responsabilidad que se le adjudica al mismo en
el desarrollo de la violencia y el debilitamiento de las instituciones. A partir de ahí, una
segunda parte de su obra se ha dedicado a explicar el fortalecimiento de los grupos
armados, la intensificación del conflicto, la situación de violencia generalizada, la ruptura
de los referentes políticos de los actores armados y el advenimiento de la lucha por el
control de los recursos, el surgimiento de nuevos actores y, claro está, las relaciones
existentes entre democracia y violencia. La inclinación temática se sitúa hacia el conflicto
interno y constantemente se sintetizan los problemas colombianos a partir de la pregunta
por la unidad de lo social.
El tema de la Violencia tiene por su parte un espacio privilegiado en sus análisis como se
deduce de las constantes referencias a la época, aun en sus más recientes libros. Así, en
Midiendo Fuerzas, Pécaut inicia su obra con un capítulo titulado “lo real y el imaginario de
la “violencia” en la historia colombiana”, en donde parte de una premisa básica: los
colombianos se refieren a la recurrente violencia que los azota como si ésta fuera
“consustancial a su historia”. 75¿La razón? Además de la coexistencia histórica de las dos
subculturas políticas que impiden la verdadera conformación de la unidad nacional, puede
rastrearse en los rastros dejados por la época de la Violencia.76

75
Daniel Pécaut, Midiendo fuerzas, Editorial Planeta, Bogotá, 2003, Pg. 17.
76
Ibid, Pg. 20.

36
Ésta, que en sus inicios fue una clásica confrontación partidista y nunca perdió ese carácter,
adquirió según Pécaut cuatro rasgos más que ayudan a condensar lo sucedido: una revancha
social de las elites por el miedo que surgió ante el asesinato de Gaitán y el bogotazo; “un
proceso de acumulación primitiva” en las regiones cafeteras, desplegado por una clase
burguesa que se aprovechó de la violencia para controlar “los circuitos de producción y de
comercialización”; una cruenta guerra entre campesinos liberales y conservadores; y un
proceso de resistencia campesina que tiene trazos de formas políticas y bandolerismo,
según donde se observe.
Además de los desplazamientos ocasionados y las 200 000 muertes producidas, Pécaut
estima que la Violencia dejó una huella imborrable debido a la humillación que le
representó a los campesinos el entender que el enfrentamiento no era una causa suya sino
de las elites, que además se beneficiaron de su posterior desorganización tras los arduos
enfrentamientos, para así imponer su hegemonía. Todo lo cual, ante la imposibilidad de un
relato histórico común, capaz de explicar lo sucedido como si se hubiese tratado de una sola
y única guerra en la que a todos se les asigna un lugar, y ante la inexistencia de un
necesario “juicio de responsabilidades”, ocasiona que la Violencia se torne decisiva en la
representación de la historia de muchos colombianos.
En efecto, la memoria que se tiene de la época no es un relato compartido que brinde
sentido y por el contrario contribuye a fomentar los particularismos, germen para el
surgimiento de comunidades cimentadas en los odios y las venganzas. Por ello, concluye
Pécaut que muchos colombianos miran el pasado en términos de catástrofe77 y le adjudican
a la Violencia el valor de fundacional.
Mejor explicada, o con más detalles de acontecimientos y nombres propios, la Violencia es
considerada por Pécaut en una crónica titulada la presidencia de Carlos Lleras Restrepo,
hecha en octubre de 1969 y publicada en su libro sobre el Frente Nacional, Crónica de dos
décadas de política colombiana 1968-1988.78 En esta ocasión Pécaut parte de la esperanza
que significó la presidencia de Alfonso López Pumarejo y algunas de sus medidas
modernizadoras, enfrentadas por los sectores dirigentes conservadores, y en ocasiones
liberales, empeñados en limitar los cambios. Se trata acá del inicio del enfrentamiento,
77
Idem, Pg. 22.
78
Daniel Pécaut, “La presidencia de Carlos Lleras Restrepo” en Crónica de dos décadas de política
colombiana 1968-1988, Siglo 21 Editores, Bogotá, Segunda Edición 1989.

37
posteriormente agudizado por la llegada al poder del conservador Mariano Ospina Pérez, y
la radicalización del partido liberal a que conduce la influencia populista de Jorge Eliécer
Gaitán y sus consignas para la revolución anti-oligárquica. Así, la violencia se desata en las
zonas rurales y se agudiza con el asesinato de Gaitán que opone directamente liberales con
conservadores, y campesinos liberales con policía conservadora. Entre 1949 y 1953,
periodo particularmente violento, Carlos Lleras, director del partido liberal, renuncia a
candidatizar persona alguno a las elecciones, y Ospina Pérez deja la vacante para que arribe
Laureano Gómez en 1950, jefe indiscutible del partido conservador y rival acérrimo de todo
lo que pudiese parecer liberal.
Le sigue, como ya se sabe, la dictadura de Rojas Pinilla que en sus inicios sin embargo
representa la salvación, hecho que consagró Ernesto León Herrera en su libro testimonial lo
que el cielo no perdona79. Las ilusiones de Laureano Gómez y su proyecto de Estado
corporativista se vienen al piso con la llegada de las fuerzas militares y el apoyo que
reciben de entusiastas conservadores preocupados por la generalización de la violencia,
liderados por Ospina Pérez, junto a liberales que ansiaban volver al poder, sectores
industriales y una inmensa mayoría de personas que clamaba por la paz. Lo relevante de los
hechos escuetos está en su relación directa con el ejercicio de memoria que artistas y
escritores le imprimirán a sus trabajos. Un buen ejemplo de ello lo compone la inclemente
crítica que hace Débora Arango en sus pinturas contra un Laureano Gómez violento y
abiertamente culpable de lo sucedido.
Sin embargo, como ya será obvio, la narración de los hechos no explica en nada lo que
subyace al enfrentamiento entre conservadores y liberales, vale decir, para usar los términos
de Pécaut, la violencia de la Violencia, o la serie de excesos y situaciones de violencia
generalizada. Para ello puede verse a continuación cómo Pécaut desentraña lo sucedido a
través de una base teórica que le debe mucho a Lefort y Castoriadis, como se deduce de la
gran mayoría de sus textos. Al respecto, basta una rápida mirada a algunas líneas de la
primera hoja escrita de su libro Orden y Violencia: “La búsqueda de un orden político ha
sido una preocupación permanente de las diversas élites latinoamericanas desde la

79
Ernesto León Herrera, Lo que el cielo no perdona, Editorial Argra, Bogotá, 1954.

38
Independencia…la cuestión de lo político se instaura allí (en América Latina) sobre la base
de un interrogante mucho más radical (que en Europa) y lancinante sobre la conformación
de lo social.”80
En síntesis, explicar a Pécaut es pensar a Colombia a la luz de la pregunta por su orden; es
considerar su lucha por la unidad a la luz de los radicalmente distintos imaginarios que han
competido por un espacio en la conformación del orden, en la conformación de lo político.

2.2. Lo político como representación de lo social y la violencia de la Violencia


En otro libro de recopilación de textos, Violencia y Política en Colombia. Elementos de
reflexión, Pécaut deja ver sus influencias teóricas como en ningún otro libro suyo, y pone a
consideración un texto que se puede apreciar como la antesala a su Orden y Violencia. Se
trata del artículo Acerca de la Violencia de los años cincuenta, hecho en 1986; en él, Pécaut
emite tres claves analíticas particulares, útiles para abordar el periodo. Antes de
enunciarlas, interesa recoger las dificultades que expresa Pécaut y las posturas teóricas que
asume para su ensayo.
En primer lugar, plantea el necesario distanciamiento con respecto a las causas objetivas
del fenómeno, por considerar que éstas pertenecen “a otro orden de la realidad diferente del
orden de las conductas y las representaciones de los actores”81. Así, arremete contra causas
como las económicas, en las que no ve ninguna relación con el carácter social que asume la
Violencia; en otros términos, causas como las económicas remiten a la ilusión de pensar
que el contexto económico es un dato por sí mismo, cuando lo cierto es que sólo es
entendible dentro de su propio proceso de constitución, es decir, el proceso de movilización
y conflicto social, que viene acompañado, como todo proceso social de gran magnitud, de
una representación de lo social.
Luego el interés se centra en la noción particular de representación. ¿Por qué hacer énfasis
en la representación? En general, existe una razón teórica y una razón practica. Por el lado
de la teoría, siguiendo a Lefort, Pécaut ve en la idea de una representación de lo social la
posibilidad de desentrañar lo político, dado que éste es, como se vio en el capítulo anterior,
el principio que configura el conjunto, la pieza que instituye lo social. Una mirada a las
80
Daniel Pécaut, op.cit., 1987, Pg. 17.
81
Daniel Pécaut, “Acerca de la Violencia de los años cincuenta” en Violencia y Política en Colombia.
Elementos de reflexión, Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2003, Pg. 30.

39
relaciones sociales de la época, la pregunta por su forma, unitaria o fragmentaria, explicaría
entonces los rasgos particulares del imaginario usado para instituir lo social, explicaría el
contenido dado a lo político. Por el lado de la practica, Pécaut no desconoce la enorme
cantidad de manifestaciones heterogéneas que componen la Violencia, según si se miran las
luchas por la tierra, las confrontaciones partidistas, los desplazamientos o el bandolerismo
social y político, luego asumir como móvil para la explicación la idea de causa-efecto
deviene imposible; la multiplicidad de relatos, la imposibilidad de una historia compartida,
lo impulsan a considerar el énfasis en las representaciones.
En lo que respecta a objetivos, podríamos ubicar dos muy generales y totalmente ligados a
la idea de representación: 1. Establecer qué percepción construyen los actores de sus actos,
y de qué manera dan sentido a su experiencia; 2. Desentrañar lo común que se encierra en
la referencia que se hace a la Violencia en tanto no se dice, aunque debería decirse, las
violencias.

Ahora bien, ¿por dónde empezar? Es decir, si importan las representaciones de cada
individuo, lo que Pécaut denomina las estrategias intencionales de los diversos actores,
que pueden ser de carácter político, económico o social, se llega a un punto del análisis en
que se omite la idea de actores colectivos, que también los hubo, y se torna entonces
imposible hablar de la Violencia como conjunto. Así mismo, si se miran sólo las estrategias
intencionales se olvidan los efectos agregados o circunstancias no esperadas, que escapan a
cualquier intencionalidad pero siguen siendo decisivas; el ejemplo clave que da Pécaut es el
de la desorganización que produce la violencia, incluso en los sectores que la impulsan.
Nuevamente conflictiva resulta la cuestión de los excesos, imposible de explicar con
simples referencias a las estrategias intencionales. Por todo lo anterior, Pécaut concluye que
el investigador debe analizar la forma como la violencia se alimenta a sí misma, produce
símbolos y se reproduce lejos de objetivos claramente definidos. En suma, además de las
estrategias intencionales y sus efectos no esperados, queda por analizar “en qué consiste la
violencia de la Violencia.”82

82
Ibid, Pg. 32.

40
2.3. Tres claves fundamentales o la imposibilidad de la democracia
De las tres ideas básicas dadas por Pécaut, la primera resulta particularmente útil por
contener consideraciones sobre el imaginario democrático de la época y la imposibilidad
encontrada para instituirlo. Se trata de la posible relación que habría entre la imposibilidad
de consolidar la concepción de un orden unificado y la Violencia como expresión de la
inexistente institucionalización del conflicto político y social. En otros términos, las
inquietudes de Pécaut podrían sintetizarse a través de la pregunta por el orden: ¿quién lo
instaura y cómo se despliega? La respuesta plantea lo difícil e inacabada que es la
construcción de la nación en medio de la ausencia de proyectos populistas y nacionalistas,
de la baja injerencia militar en los proyectos de conformación de la nación, de la limitada
autoridad del Estado abocado por las elites a una concepción liberal de su intervención en
lo social. Como ya será obvio y repetitivo, el obstáculo decisivo lo componen los partidos
políticos que impiden la verdadera unificación de lo social.
Ahora bien, en esta ocasión Pécaut le concede más espacio a la pregunta por la institución
de lo social, y conduce así más lejos el significado de la división partidista. Sostiene que si
bien el imaginario democrático se ha desplegado con referencia a la lucha por el poder
entre liberales y conservadores, no deja de estar poco instituido debido a que en general se
trata de una democracia en la que las instituciones son en realidad la expresión de una
correlación de fuerzas, luego una democracia si se quiere incapaz de un poder simbólico
que la represente en su unidad. Una democracia que está en proceso de instauración, lo que
supone una visión de la misma inspirada en Castoriadis: la democracia, además de las
instituciones, se refiere al imaginario que le da sentido y el tiempo que toma instituirlo.
Sin embargo, de alguna manera, nada de ello tiene sentido en la Colombia de la época, ni la
democracia como simple imaginario, ni aun su institucionalización, en tanto se refiere a la
posibilidad de darle contenido a lo político para que este instituya lo social, y en reducidas
cuentas liberales y conservadores se sepan partícipes voluntarios de una u otra comunidad,
cuando lo cierto es que lo social ha sido previamente constituido sobre la base de una
división que aparece como natural, dada la fuerza con que la sociedad se ha escindido en
dos desde el siglo 19.

41
En síntesis, la democracia existe pero su significado es limitado. Por lo demás, dado que la
supuesta institucionalización de las relaciones sociales adelantada por el gobierno de López
Pumarejo a través del Estado es en realidad sumamente frágil, pues no existe una nueva
legislación social relevante, concluye Pécaut que a pesar de las transformaciones, es decir
la idea de la Democracia y las ideas de López, lo social y lo político se ve atravesado por
conflictos que no fueron institucionalizados. De ahí la Violencia.
Una segunda clave explicativa sugiere una relación entre la Violencia y una nueva
representación de la división social y política, que surge por los cauces del laureanismo y el
gaitanismo. Lo interesante de la afirmación, además del planteamiento sobre la separación
de lo político y lo social, que de cualquier forma se intuye a medias de lo escrito
anteriormente, está en la equiparación que hace Pécaut de los discursos promovidos por
Laureano Gómez y Jorge Eliécer Gaitán. En su opinión, éstos terminan por separar
radicalmente lo social de lo político al establecer, por ejemplo, en el caso de Gaitán, la idea
de un pueblo que adquiere existencia política propia única y exclusivamente a través de la
mediación de su líder, mientras le niega por el otro lado la posibilidad de recurrir a
cualquier tipo de regulación social previamente instituida, como es el caso de los sindicatos
que el movimiento gaitanista contribuye a quebrar por considerar que están manejados por
comunistas o liberales. La mejor prueba de esa separación radical de lo social y lo político
puede rastrearse según Pécaut en los discursos de Gaitán que aseveran que el problema
social no es el de los salarios sino el de la nutrición.83
A ello se suma el que el discurso de Gaitán contra la oligarquía no es en realidad un
discurso social sino político, en tanto se dirige fundamentalmente contra el hecho de que la
oligarquía se apropie del poder. Así, plantea Pécaut que Gaitán, por la vía de la separación
radical de lo social y lo político, termina por crear una separación entre el pueblo y la
oligarquía que reviste la forma de irreductible y no conflictiva; es decir, imposible de
solucionar sobre la base de un campo común, como decir, para usar sus ejemplos, el
conflicto que se da entre obreros y capitalistas. En otras palabras, no hay forma de
organizar el conflicto en lo social. Todo trabajador que no es dueño de los medios de
producción y por ende mantiene una relación conflictiva con su jefe, adquiere la idea de
que dicho conflicto simplemente no es solucionable, salvo que su opción política, que es
83
Ibid, Pg. 38.

42
Gaitán, intervenga en el medio con un recurso que ponga fin a la separación social.84 Así, lo
que surge es “la representación de lo social como dos mundos diferentes”, y en conclusión,
si Gaitán no concilia o si simplemente es asesinado, y dado que el pueblo no tiene una
opción política propia, la única otra posibilidad que le queda al desorden de lo social es la
de la Violencia.
Como consecuencias inmediatas de esa lúcida constatación Pécaut advierte varios hechos,
de los cuales se subrayan tres y se asume como muy importante el último: 1. Es claro que la
representación de lo social como desprovisto de forma y orden conduce a pesar que la
institucionalización previa de lo social intentada de 1930 a 1945 ha entrado en crisis, y se
hace por ende necesario un nuevo principio para fundar el orden social; si a ello se suma la
idea de que la imagen de la unidad social se encontraba ya fragmentada, se deduce que el
único camino de identificación colectiva que subsiste es el ofrecido por los dos partidos
políticos; 2. Laureanismo y populismo conducen a una representación de lo social como
violencia; 3. A partir de 1948, estima Pécaut que dado el conjunto esbozado anteriormente
puede pensarse que la violencia, además de los hechos materiales, es decir, además de la
muerte, pasa a ser también “la modalidad que define tanto lo social como lo político.”85

43
por eso nada se puede decir de él, de donde se desprende que matarlo es matar a un
semejante y por ello toca establecer una diferencia: eso explicaría “la necesidad de
simbolizar la muerte con ritos que cambian de una región a otra”.86 Por su parte, la
violencia social y el problema de los efectos no esperados que su existencia plantea, es
decir sus secuelas, se explica en el hecho de que por ejemplo la violencia que ejerce el
gamonal sobre el campesino no impide que este siga dominado económicamente, y por
ende fiel, ni que en términos políticos siga ligado a su partido que obviamente es el de su
patrón: las novelas de Caballero Calderón muestran al respecto cómo se es liberal si se nace
en una finca de jefe liberal, y ahí se aprende a odiar al conservador, aun a pesar de la
violencia y explotación que el patrón, también liberal, pueda ejercer.
Las conclusiones que la afirmación arroja se refieren todas a los efectos de la Violencia: en
el actor, que conduce a su desorganización, si ya fue constituido; en lo social, político y
económico, que conduce a la confusión de las tres esferas; en lo social y político por
separado, que conduce a su radical separación en tanto la adhesión al partido se torna
inevitable; y en la manera de concebir lo social y lo político, pues en adelante se conciben
como Violencia.
Finalmente, Pécaut cierra su intrincado artículo preguntándose si la Violencia fue o no un
corte con el proceso de institución de lo social y la democracia iniciado en los años 30; de
ser así, el corte se produciría a partir de 1945, e interesaría entonces determinar si lo que se
ve en la Violencia como decisivo para la nueva representación de lo social, es decir la
existencia de lo político y lo social como violencia, terminan en un nuevo corte con la
inauguración del Frente Nacional, o si por el contrario éste se apoya en algunas formas de
violencia para instituir de nuevo lo social, pero a partir de sus nuevas circunstancias. Es
decir, ¿qué tanto se entiende lo político y lo social como violencia, en el Frente Nacional?
La sola pregunta ya es perturbadora por decir lo menos; si su respuesta es afirmativa, ello
vendría a suponer que a la idea de lo político del Frente Nacional como reconstrucción
habría que agregar la incómoda idea de lo político como violencia. ¿Pueden los dos
imaginarios coexistir? Es decir, ¿juega la violencia algún papel en la configuración del
orden que se le da al Frente Nacional? La respuesta sólo puede provenir de un detallado
análisis de los actores involucrados en la conformación del orden imaginado para y en el
86
Ibid, Pg. 42.

44
Frente Nacional. Por lo pronto, vale decir que sí, que la violencia juega un papel en la
forma en que se construye el orden, a partir de actores que no están contenidos en los
espacios abiertos por la política institucional, pero también a partir de la misma política
institucional, pues como se sabe los ataques contra las guerrillas y grupos no amnistiados
no se hacen esperar.
Ahora bien, la situación se torna compleja ante el mensaje cubano y se torna necesario
determinar si lo que practican los actores que entienden la política como violencia viene de
la época de la Violencia o del imaginario revolucionario de la época; la confusión de las
dos representaciones puede también devenir inevitable.

2.4 La Violencia que se resiste a ser


Las preocupaciones de Pécaut, si a lo escrito se suman otros de sus textos, terminan por
ser un lúcido análisis sobre la violencia colombiana en general. Se trata de confrontar
abiertamente dos imaginarios juzgados definitivos en la conformación del orden: la
violencia y la democracia. Conviene acá aclarar, como lo hace Pécaut en su artículo
Violencia y Política: cuatro elementos de reflexión teórica alrededor del conflicto
colombiano, la existencia de dos tipos de violencia: la que se despliega a través de
referentes políticos, como puede ser por ejemplo el inicio de algunas guerrillas y la
justificación armada que proviene de la revolución, y la violencia generalizada que como la
Violencia, o el conflicto actual, no “son de ninguna manera la premisa básica para una
redefinición del imaginario político.”87
Si ello es así, la Violencia tiene por único componente político la confrontación entre
liberales y conservadores, situación delicada para la memoria pues en adelante se tiende a
juzgar como innecesarias y no mostrables las otras muertes ocurridas que como se sabe
fueron las más numerosas y las que dejaron la huella imborrable que hace que la Violencia
se resista a pasar al olvido en la mente de muchas personas que la sufrieron. De hecho el
pacto político del Frente Nacional es eso: la negación de lo ocurrido sobre la base de la

87
Daniel Pécaut, “Violencia y Política: cuatro elementos de reflexión teórica alrededor del conflicto
colombiano”, en Violencia y Política en Colombia. Elementos de reflexión, Hombre Nuevo Editores,
Medellín, 2003, Pg. 19.

45
inexistencia de contenidos políticos; sólo se legitima y reintegra la cuestión del orden
planteada por los imaginarios liberal y conservador.
Así, la memoria, que es resistencia a la perdida de identidad de quienes murieron y no
tienen en la confrontación por partidos una representación, adquiere importancia; la
memoria explica la imposibilidad de un relato conjunto de la violencia, pues como lo indica
Pécaut acerca de quienes evocan la Violencia, éstos, o asumen la identificación en uno de
los campos, como se hace en el libro Viento Seco de Daniel Caicedo88, o citan ciertos
acontecimientos juzgados suficientes para reemplazar la narración, o reconstruyen una
experiencia individual “como una adición de hechos fortuitos”.89A la imposibilidad de
constituir un verdadero metarrelato debe sumarse, como se sabe, el manto de silencio que el
Frente Nacional plantea con la renuncia a establecer culpables y explicaciones más allá del
sectarismo evocado por Gómez y Lleras. Por si fuera poco, incluso a posteriori se hace
imposible construir un relato histórico pues la Violencia no tiene en realidad ni principio, ni
batallas fundacionales, ni héroes, y lo que es peor, ni vencidos ni vencedores, como
tampoco final, pues para muchos ésta sigue siendo la razón de sus infortunios. Deviene
imposible situarla en una coyuntura concreta. Una época entre paréntesis.
Esa imposibilidad histórica cobra hoy gravedad y por ello Pécaut la menciona en muchos
de sus textos, y en particular, le otorga la categoría de factor central del conflicto actual en
su artículo Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible. En éste, el fracaso de
la historia frente a la Violencia se complica como es obvio con la otra violencia
generalizada que se inicia a partir del narcotráfico y que también impide la construcción de
un relato global. Así, ante la imposibilidad observada para establecer rupturas entre
violencias, pues no hay historia que las explique, el problema fundamental está en que para
muchos el conflicto actual tiene por origen la Violencia, de donde se deduce que los hechos
violentos, pero también el “desorden, la injusticia, la impotencia...lejos de ser las
consecuencias de acontecimientos, existen con anterioridad a ellos y comandan su
desarrollo.”90

88
Daniel Caicedo, Viento Seco, Nuestra América, Buenos Aires, 1954.
89
Ibid, Pg. 26.
90
Daniel Pécaut, “Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible”, en Violencia y Política en
Colombia. Elementos de reflexión, Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2003, Pg. 123.

46
De acá que García Márquez, como lo nota Gonzalo Sánchez91, interprete la violencia como
una cosa mítica en la conciencia de las personas: la violencia es la misma desde siempre, no
para de repetirse. Podría sostenerse que por un lado, en las personas que efectivamente la
practican, el imaginario de la violencia les fue instituido y en adelante la fuerza es el medio
a través del cual se pueden resolver las relaciones sociales; por el otro, la gran mayoría de
colombianos que no practica la violencia, tiene sin embargo interiorizada la idea de su
especificidad como una misma y única violencia que sencillamente va y vuelve.
Esa imposibilidad de la historia para negar la idea de una violencia mítica, junto a la

47
Actores, política y cultura en el Frente Nacional

1. Transformaciones que se suman a la consolidación democrática


El argumento que más se ha usado para referirse al Frente Nacional, considera el periodo a
partir de su participación en la desideologización de los partidos políticos. “La crisis del
bipartidismo”, sostiene Leal en su libro Estado y Política en Colombia: “Sin duda, el efecto
irregular de despolitización bipartidista según clases sociales, regiones y generaciones
tendió a reducir la importancia del partido.”93Agrega después, en el mismo texto, que el
bipartidismo es reemplazado por practicas políticas clientelistas de corte moderno, que
aseguran el control del poder en lo local y regional.94
Las altas tasas de abstención, junto a las obvias restricciones que impuso la orden
constitucional de la paridad por 16 años, hacen pensar que en efecto, los partidos han
perdido su viabilidad para expresar demandas sociales. El profesor Mario Latorre Rueda
realiza una serie de preguntas en el ámbito universitario, hacia 1965, y concluye que “uno
de los factores indicadores como origen de la abstención electoral, es, expresamente, el de
95
no gustarles el Frente Nacional”. La situación se torna entonces paradójica. El
bipartidismo en crisis, la política institucional y las necesidades en sentido contrario, o
adheridas al clientelismo. Total, una gran masa de descontentos junto a un clientelismo que
a pesar de ser funcional, a largo plazo genera incertidumbre y frustración. ¿Crisis de la
política o crisis de la representación? La pregunta es de Ana María Bejarano para un
contexto más reciente, pero interesa plantearla para el Frente Nacional, pues muchos lo
asumen como la razón, no sólo de la crisis de la política, sino también, de la crisis de la
representación. De hecho, en ciertos casos, el mismo argumento brinca hacia la lucha
armada: habría entonces correlación entre el uso de las armas y el cerramiento del sistema
político. Lo cierto es que la violencia que continúa, junto a la creación de nuevos grupos
guerrilleros, genera las circunstancias para todo tipo de interpretaciones. El Frente

93
Francisco Leal Buitrago, Estado y Política en Colombia, Siglo 21 editores, Bogotá, 1984, Pg. 146.
94
Ibid, Pg. 8.
95
Mario Latorre Rueda, Política y Elecciones, Universidad de los Andes, Bogotá, 1980, Pg. 65.

48
Nacional, vale decir, es un periodo de innegables paradojas. Ya al final, por si fuera poco,
la violencia larvada de las guerrillas abre paso a una violencia generalizada de inexplicables
excesos.
Conviene acá tomar partido por una o un conjunto de explicaciones. Para ello, tres son las
características del Frente Nacional que nos gustaría destacar. Sostiene Leal, para empezar,
que la consolidación del capitalismo lograda por los dirigentes del Frente Nacional, no
repercutió en una mejoría sustancial para las clases sociales menos favorecidas y en
constante mutación. Básicamente, los procesos de urbanización y diversificación social
fueron ajenos a la estabilidad de los sistemas político y económico.96 La llegada del
capitalismo y sus inevitables traumas, junto al hecho de que unos se enriquecen y otros se
empobrecen, genera en nuestra opinión el clima perfecto para el descontento, más no la vía
armada.
Ésta, que solo al final reviste formas agudas de confrontación explicables como se sabe a
partir de los efectos del narcotráfico en la confusión de fronteras entre lo que es y lo que no
es político, en su forma inicial, es decir, en los brotes de violencia del inicio del Frente
Nacional, se explica mejor si se mira el pasado o la Violencia y las secuelas de
bandolerismo que el Frente Nacional difícilmente controla, junto a la representación de lo
político como violencia, legado de la época anterior que la nueva representación de lo
político como reconstrucción no alcanza a negar.
Ésta es, para no ir más lejos en la interpretación del argumento, la tesis que sostiene Pécaut
en el prólogo a su libro Crónica de dos décadas de política colombiana 1968-1988, en
donde afirma que “el Frente Nacional se caracteriza sobre todo por el dominio restringido
que ejerce sobre su contexto. Su funcionamiento tiene mucho que ver con eso, ya que a
falta de medios de regulación social, debe acomodar tensiones que se producen en todos los
segmentos de la sociedad”.97 Quiere decir, en otros términos, que “la sociedad civil está en
gran parte abandonada a sí misma”, y por ello, las confrontaciones se resuelven sin que
medie el Estado, pero sí la fuerza. Basta con mencionar los procesos de colonización
referidos por Lleras Camargo en un discurso realizado en 1959 con el objetivo de hacer un
balance de los primeros tiempos del gobierno del Frente Nacional: “un plan de colonización

96
Leal, Op.cit., 1995, Pg. 21.
97
Pécaut, op.cit., 1989, Pg. 21-22.

49
firmemente asentado en la realidad y sobrio en sus alcances, se comenzará a adelantar en
poco tiempo, como una de las medidas de rehabilitación nacional.”98 Sin medir las
consecuencias, Lleras daba inicio a un problema que se revela, no muchos años después,
incontenible.
Por último, un rasgo sobresaliente del periodo, y que ya mencionó tangencialmente Leal,
radica en la trascendental transformación de la sociedad: una cosa es la Colombia de la
Violencia, del bogotazo, y otra muy distinta la que sigue al plebiscito de 1957. Se trata acá
de la llegada de la modernización, no sólo política, sino cultural y económica, para usar los
términos de un artículo particularmente sugestivo del historiador Jorge Orlando Melo.
Simplemente enunciados, algunos de estos cambios son: la pérdida de poder de lo religioso
en la socialización del individuo; la revolución educativa que independientemente de su
calidad logra que la primaria se extienda a un pedazo significativo de la sociedad (94%,
según Pécaut); el impresionante control de natalidad, prueba de un cambio de mentalidad;
la aparición de un mercado nacional cultural, en donde la prensa, la radio y la televisión
adquieren decisiva importancia nacional; la consolidación de una practica científica
continua, así como el surgimiento de las facultades de sociología, economía y historia,
disciplinas académicas esencialmente modernas, “decisivas en la generación del discurso
que configura la identidad nacional”99; la eliminación de las formas de producción
precapitalista y la estimación de los valores centrales de la economía capitalista, incluso en
el campo: esto es, la iniciativa individual, la aceptación de reglas de la competencia
económica, el afán del lucro…
En conclusión, Colombia es otra en los albores del Frente Nacional. Fundamental para
proveer una última explicación del periodo resulta la revolución cubana y el impacto que
ello supone en la mentalidad de una sociedad ya de por sí sensible a las diferencias, como
se verá mas delante a través de la revista Mito. Ahora bien, la verdadera perspectiva que
aquí se ha tratado de proponer, es aquella que propone se considere el periodo como un
momento de refundación de la política, aun si ésta le sirve a las clases dirigentes para
perpetuarse en el poder. Es decir, para usar términos más generales y a la vez politológicos,

98
Lleras Camargo, op.cit., Pg. 263.
99
Jorge Orlando Melo, “Algunas consideraciones globales sobre modernidad y modernización”, en Melo,
op.cit., 1992, Pg 164.

50
se trata acá del proceso de consolidación democrática que Andrés Dávila explica en su
libro Democracia Pactada: El Frente Nacional y el proceso constituyente del 91.100
Esa democracia pactada, que Dávila defiende a nuestro juicio acertadamente de quienes
critican el Frente Nacional, recuerda que éste se hizo, más allá del arreglo sobre la
educación, no para responder a las necesidades sociales del colombiano, pero sí para
asegurar el control de los militares y el fin de la violencia partidista. Las dos cosas se
lograron, si bien la violencia continuó en su dimensión bandolera.
En este punto surgen diferencias con Pécaut: en su opinión, lo político no da lugar a un
imaginario democrático, y por el contrario, en ocasiones, lo político pierde su capacidad
para instaurar lo social, su especificad moderna. En nuestra opinión, Pécaut tiende a sesgar
su análisis cuando dirige la mirada a la violencia, el conflicto y las particularidades del
mismo en ciertas regiones. Ello lo lleva a considerar, no sin razón, que lo político no es en
realidad la actividad que asegura la institucionalidad.
Sin embargo, y siguiendo en esto mas a Castoriadis que a Lefort, proponemos un cambio de
enfoque, una rotación de la balanza hacia el eje de la democracia: lo político, en nuestra
opinión, sí da lugar a un imaginario democrático, visible en la eclosión política y cultural
de los años 60 y 70. Evidentemente que no olvidamos que Pécaut está consciente de la
existencia de una cierta democracia, pero nos resulta insuficiente el papel que le atribuye a
la cultura, y excesivo el de la violencia.

El imaginario democrático, la posibilidad de cuestionar lo instituido, se expresa en el artista


mejor que en cualquier otro actor del momento, y de él depende entonces, como se verá a
continuación, la posibilidad de reformular y darle contenido innumerables veces al
imaginario político. En otras palabras, una situación en que la política institucional y las
luchas sociales transitan por aceras opuesta pero unidas por la violencia, es síndrome de
ausencia de imaginarios, es carencia de sentido, es necesidad de restitución: la política ha
dejado de proveer significados y por sobre cualquier otro aspecto, ha perdido su dimensión
simbólica.

100
Andrés Dávila, Democracia Pactada: El Frente Nacional y el proceso constituyente del 91, IFEA,
Alfaomega, Bogotá, 2002.

51
Así, lo político del Frente Nacional, los espacios ideados para la constitución de lo social,
son ahora la clave para redefinir a partir de la cultura y su imaginario particularmente
contestatario, el contenido que nutre la política.

2. Ejemplo: de Daniel Pécaut a Gabriel García Márquez


Un libro como guerra contra la sociedad101, de Daniel Pécaut, sólo puede producir
inquietud. Independientemente de la polémica por el título, los subtítulos ideados para
presentar los diversos artículos hacen pensar que Colombia se dirige a su auto destrucción:
“De la política a la violencia”, “Hacia la violencia prosaica”, “De la violencia banalizada al
terror”. La última parte, es cierto, abre la posibilidad de un diálogo de paz, pero el sesudo
análisis de Pécaut no da lugar a su verdadero éxito, una simple “paz esquiva”, que por lo
demás demostró su imposibilidad tras el gobierno del presidente Andrés Pastrana.
Pensar a Colombia es en Pécaut pensar la cambiante historia de sus muertos: muertos
políticos y políticos muertos, pero también, muertos sin política y nunca política sin
muertos. Existe, claro está, una enorme cantidad de hechos democráticos, pero la política
institucional a la que apela, no es la política que todos los colombianos practican: en
Colombia, a raíz de la Violencia y el Frente Nacional, la política y la política institucional
devienen en el imaginario popular dos cosas bien distintas. Podrá objetarse, sin razón, que
los unos están errados y los otros, los más, profundamente acertados. Pero, ¿no es acaso la
indiferencia capitalina hacia “la cuestión” de los desplazados, una prueba contundente de
sus más imperdonables errores? Por lo demás, ¿no fue acaso la misma política institucional
que hoy se defiende, la razón por la cual Colombia se forja negando su pasado y la historia
de sus 200 000 muertos? En adelante, la violencia se asume como típica de un exterior que
no logramos incorporar al cuerpo social: el problema es “una cuestión” de imaginarios
políticos, no de política institucional.

El mensaje de la obra de Pécaut, si tuviésemos que arriesgar una síntesis de su


pensamiento, es bastante nítido y desesperanzador: el barco de lo político y la posibilidad
de construir lo social sobre la base de su contenido, se nos escapa con el tiempo. Lejos del
Frente Nacional, el narcotráfico le agrega dificultades al escenario: los grupos violentos se
101
Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Espasa Hoy, Bogotá, 2002.

52
hacen más violentos y la política cede a la guerra. Se habla hoy de violencia generalizada, y
lo que es peor, banalización de la violencia ante una situación en que no se afectan el
funcionamiento económico y social de la comunidad. La violencia, sostiene Pécaut, se
dirige al sujeto directamente.
La dantesca situación, que ni en el imaginario de Obregón y sus clásicos sobre la Violencia
encontraría representación, abre paso al terror: de la banalización de la violencia pasa
Pécaut al terror, que en su opinión debería ser su negación, la prueba fehaciente de que la
banalización debe terminar: ¿cómo conviven un collar bomba y la indiferencia a la
violencia en una misma comunidad? Sorprendentemente, existe una triple respuesta, por lo
demás plausible: a través de la institucionalidad o lo que queda de democracia, que permite
que la vida en las ciudades y otros puntos siga su curso normal, como quien asiste a teatro,
bajo los preceptos del Estado de Derecho y los organismos defensores de los derechos
humanos; a partir del problema de memoria asociado a la Violencia que “contribuye…a
que la violencia y el terror se banalicen como si fueran parte del orden de las cosas” 102; y
finalmente, signo trágico de la historia colombiana, el conflicto actual ha dejado de ser
político incluso para quienes desde antes se intuía que no lo era, pero aun así, se esforzaban
por engañar: las guerrillas se conforman con controlar la población, no buscan ni pretenden
ganar su lealtad: “se trata de una sociedad donde está desapareciendo la política moderna en
su función creadora de institucionalidad.”103
Lo político se nos escapa, e independientemente del problema grave de institucionalidad
que ello supone, su sola ausencia genera dificultades enormes para el entendimiento de la
realidad: ¿cómo interpretar una matanza? y ¿qué sentido darle a la muerte?, son preguntas
generales que conviene hacerse para medir el nivel de soledad en que se encuentran las
ciencias sociales, abocadas a describir y no explicar, reducidas a usar periódicos nacionales
que registran los actos violentos sin ninguna posibilidad de impedir que se conviertan en
hechos efímeros. Colombia pide a gritos un trabajo de memoria que restituya
simbólicamente la cotidiana actividad de la muerte.
Ahora bien, ese paso de la guerra (que es política por otros medios) a la violencia, es
también la contracara de la ausencia de imaginarios políticos. El problema, aun hoy, sigue

102
Daniel Pécaut, “De la violencia banalizada al terror”, en Pécaut, op.cit., 2002, Pg. 220.
103
Ibid, Pg. 218.

53
siendo el mismo del Frente Nacional: la política para el orden, de acuerdo, pero el orden,
¿para quién?

En tanto que producción de imaginarios políticos, restitución de memoria y rival del olvido,
la cultura, los artistas y sus obras, pueden proveer una solución. Cien Años de Soledad, para
usar un ejemplo convencional, es en Pécaut y Gonzalo Sánchez la poetización de la
violencia y sus referentes míticos: una violencia que se reproduce, que es inicio y es final.
Esto es cierto, aunque denota una lectura restringida del autor: si algo interesa de Cien Años
de Soledad, es cómo la soledad es la negación de la solidaridad, vale decir, la soledad
como concepto político. Puede decirse que de ahí vienen la frustración de los Buendía y
Macondo entero: al final, cuando por fin nace el Aureliano con la cola de cerdo, “el único
en un siglo que había sido considerado con amor”, termina la estirpe.
Por su parte, la dimensión mítica de la novela sólo debería abordarse con referencia a los
otros trabajos realizados por el autor, y las visiones antagónicas de la realidad que éstos
plantean: en La Hojarasca, su primer trabajo publicado, lo mítico ya es el sustento de la
novela, pero el recurso es dejado de lado por un espacio de quince años en los que ocurre la
violencia política y con ella, El coronel no tiene quien le escriba y la mala hora, novelas
que no suceden en Macondo, emplean otro lenguaje, uno seco y directo, y por sobre todo
encaran los hechos con visible realismo político, no mágico.
El cambio de enfoque, según lo dicho por García Márquez, obedece a un momento de
inmadurez política que lo lleva a creer que el tratamiento mítico de los acontecimientos
equivale a una evasión: “Fue una decisión política, equivocada, creo ahora.”104 Con el
tiempo, acabada la violencia partidista, la dimensión mítica vuelve a reaparecer como la
decisión acertada que en ningún momento debió dejar: “…lo que pasa es que se me abrió
una idea más clara del concepto de realidad. El realismo inmediato de El coronel no tiene
quien le escriba y La mala hora tiene un radio de alcance. Pero me di cuenta que la
realidad es también los mitos de la gente, es las creencias, es sus leyendas; son su vida

104
Ernesto González Bemejo, “Ahora doscientos años de soledad” en Revista Triunfo, Madrid, Noviembre,
1971, artículo aparecido en Recopilación de Alfonso Rentería Mantilla, op.cit., 1979, Pg. 53.

54
cotidiana e intervienen en sus triunfos y en sus fracasos. Me di cuenta que la realidad no era
sólo los policías que llegan matando gente, sino también toda la mitología…”105
El valioso aporte de García Márquez a la construcción de memoria e imaginario político se
da en un doble sentido: solidaridad como antídoto a la soledad de los pueblos olvidados y a
la propia conformación de las relaciones entre sus habitantes, y evocación, en particular a
través de La mala hora, de una violencia que con la llegada del general Rojas amenaza con
terminar, pero que se sabe va a volver, pues “lo que se ve en libro es que esa pausa está
remendada con telaraña…no se ha acabado con ella porque no se ha acabado con sus
causas.”106La preocupación del artista, sin caer en un arte propagandístico de escasos
valores estéticos, se da con referencia a lo social y lo político, a partir de dos niveles: uno
directo, que hace eco con las otras novelas de la violencia, y uno poético, que provee una
visión global de la realidad en la que no todo es racionalmente explicable. Una novela es
una adivinanza del mundo, sostiene incasablemente García Márquez.

De modo pues que es deseable volver la mirada hacia la cultura. Una novela como El otoño
del patriarca, inmediatamente posterior a Cien Años de Soledad, en donde se reflexiona
sobre el poder y el desastre que se desprende de su práctica individual, es una forma
creativa y fresca de abordar el problema de los dictadores, tan caro a la historia
suramericana. Que no se diga entonces que no existe un trabajo de memoria, o que éste
obedece a simples recreaciones estéticas de hechos sociales, como si eso fuera una cosa de
todos los días; lo que de pronto no existe es un esfuerzo por recuperar el trabajo de
memoria constante que los artistas realizan desde hace mucho tiempo. En ellos, de hecho,
los problemas fundamentales de la memoria han dado paso a un sin número de nuevos
problemas y más allá de la poetización del olvido de García Márquez, usada como ejemplo
por la mayoría de investigadores en una especie de frenesí compulsivo de adoración al
novel colombiano, otros temas se han desarrollado como es el caso, a través de la novela de
la violencia, del papel del miedo, el odio y la venganza en la violencia partidista.

105
Ibid, Pg. 53.
106
Ibid, Pg. 53.

55
3. La época de los 50 o la generación de la Violencia
3.1 Mito y el inicio de la cultura como Tribunal de la Verdad
De Pécaut y la actualidad, pasamos nuevamente al Frente Nacional y en particular, para
entender el contexto en el que se desenvuelven sus actores, a los cambios abruptos que
sufre la sociedad colombiana en los años 50 y 60.
La revista Mito, fundada y dirigida por el poeta Jorge Gaitán Durán, es a todas luces el
evento cultural más importante de la década de los años 50. En ella despliegan sus primeros
trabajos reconocidos poetas como Álvaro Mutis y Eduardo Cote Lamus, novelistas como
Álvaro Cepeda Samudio, quien ve desfilar los primeros capítulos de su obra magna la casa
grande, el mismo Gabriel García Márquez y su novela el coronel no tiene quien le escriba,
ensayistas de la talla de Hernando Téllez, a quien debemos el término de la novela de la
violencia, Hernando Valencia Goekel, Pedro Gómez Valderrama, y en fin, reconocidas
figuras como Marta Traba, Enrique Buenaventura, Nicolás Gómez Dávila, Carlos Arturo
Truque, Gerardo Molina, Jorge Child, Indalecio Liévano Aguirre…Literatura nacional,
pero también internacional, primeras traducciones al español de figuras como Lawrence
Durrell, textos de Sartre, Sade, Octavio Paz, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Alejo
Carpentier…
Hacer una lista completa resulta engorroso. Durante 7 años, la política nacional, la
literatura, la poesía, el teatro, la crónica y otras categorías se dieron cita en esta memorable
revista. El proceso de apertura intelectual es evidente: la idea es desprovincializar la
cultura, las costumbres: desmitificar la sociedad. Hoy, cincuenta años después, la clave está
en retomar sus textos, sus palabras, los restos del imaginario social de la época. En suma,
entender a qué se refería García Márquez cuando sostenía que, en su momento, no abordar
la realidad política del país, vale decir la violencia partidista, era considerado una

56
107
a la libre expresión de las ideas”. Lejos se está del arte por el arte. Las ideas de Sastre,
la función social del artista, su trabajo político, de denuncia, de protesta, es la forma
“adecuada” de abordar la realidad. La noción del poder la encarnan “el gobierno, el capital
organizado y la Iglesia”, y es por ende hacia éstos que se enfilan las armas, sin caer en la
consigna política o la ideología partidista. El trasfondo del texto deja ver la violencia que
pasa e incita a tomar una posición: “Es muy posible que una literatura conformista e
hipócrita haya contribuido notablemente a reforzar los mecanismos de la violencia.”108
El cambio que vive la sociedad es registrado por Jorge Gaitán Durán a través de una
interesante oposición entre democracia y poesía, entidades consideradas opuestas, que
chocan entre sí. La visión de la democracia, ese sistema que rige el Estado y no se interesa
por hacer que Eliot escriba poemas pero sí “pague correctamente sus impuestos, y cumpla
bien su tarea de asalariado en un banco o en una casa editora…”109, es el registro de la
resistencia a la transformación. Un tufillo de nostalgia, una reacción inconsciente de
rechazo ante la modernidad y el momento en que, en efecto, la poesía parece inútil, pero
porque se la asocia todavía a los poetas malditos, a la idea romántica del poeta asocial,
extraño a su tiempo, destructivo, etc.
El momento fue, y esto es clave aclararlo, paradójico en sus principios. No fue la
generación del 50 una generación homogénea. Si Jorge Gaitán Durán veía con malos ojos
el fin de la figura romántica del poeta maldito, y Jorge Eliécer Ruiz invocaba la función
social del artista, Marta Traba forjaba el rechazo a cualquier tipo de nacionalismo. Sus
escritos invocan la lejanía, la necesidad de mirar hacia fuera y despertar al mundo. En un
texto titulado Problemas del arte en Latinoamérica, formula la que sería la antesala a su
teoría de la Resistencia: “el nacionalismo latinoamericano es un concepto agresivo nacido
de la defensa desesperada de una causa perdida, la de la cultura propia”.110El escrito se
dirige contra el muralismo mejicano y quienes creen que de la defensa de lo autóctono
pueden surgir expresiones artísticas capaces de competir con el arte moderno, el arte que ya

107
Jorge Eliécer Ruiz, “Situación del escritor en Colombia”, en Mito, 1955-1962, Selección de textos,
Selección y Prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Instituto Colombiano de Cultura, 1975, Pg. 69.
108
Ibid, Pg. 76.
109
Jorge Gaitán Durán, “Márgenes 1”, en Cobo Borda, op.cit., 1975, Pg. 147.
110
Marta Traba, “Problemas del arte colombiano”, en Cobo Borda, op.cit., 1975, Pg. 219.

57
se produce en Europa y que incita al arte por el arte, “el arte con libertad” que no se
compromete con nada que no sea él mismo.
Ahora bien, la generación del 50 además de la Violencia y el impacto de esta, se piensa a sí
misma en oposición a la dictadura del general Rojas Pinilla. Pedro Gómez Valderrama no
esconde su alegría ante el movimiento de rechazo al dictador y los excesos de la policía, en
un documento en el que narra la jornada de mayo 1957 y los hechos violentos que se
vivieron en las universidades. La unión de éstas, el frente unido entre universidades
públicas y privadas, es el hecho destacable del momento.
Ya en 1960, el discurso socialista ha calado en la mente de algunos de los mas destacados
colaboradores de la revista. Un artículo particularmente relevante de Gerardo Molina
sintetiza la visión que se tiene del Frente Nacional: felicidad por la posibilidad de acabar
con la violencia partidista, y tristeza y frustración por la sensación de indiferencia que se
111
tiene hacia el pueblo y sus necesidades sociales. No obstante ello, la participación en la
política a través de lo electoral, se asume como importante. El partido de López Michelsen,
el MRL, es visto como una buena posibilidad de llevar a cabo reformas de enfoque
socialista. Propugna Molina, en calidad de representante de algunas de las ideas
izquierdistas, por una reforma agraria “que cambie la estructura de la propiedad
territorial”.112
También es Mito, claro está, el espacio privilegiado para las criticas de sus opositores. Sus
directores publican las cartas que les son antagónicas, y evidentemente, después las
retoman. Es un verdadero espacio de discusión. Tal vez el debate más significativo se da
tras la carta que envía Darío Ruíz Gómez desde España arguyendo que la revista no
representa la verdadera “realidad nacional” y por el contrario se interesa por incluir textos
extranjeros que escapan a los problemas fundamentales del pueblo colombiano. Más que el
desenlace del debate, interesa cómo en el imaginario social de la época la política ya se
encuentra fragmentada: una es la política que practican “los de arriba” y otra la del pueblo y
sus necesidades: “país político” y “país real”, para usar la conocida fórmula representada en
la obra teatral Guadalupe Años Sin Cuenta. La carta, argumenta Cobo Borda en el prólogo
a su recopilación de textos sobre de la revista Mito, encuentra respuesta en el artículo de

111
Gerardo Molina, “Documentos, La izquierda colombiana”, en Cobo Borda, op.cit., 1975, Pg.s 289-299.
112
Ibid, Pg. 296.

58
Humberto Salamanca Alba, Historia de un matrimonio campesino, en donde “todo está allí,
subdesarrollo económico, físico, mental y sexual…la realidad nacional…lo que Darío
Ruiz pedía…” 113
En síntesis, Mito y la generación del 50, la generación de la Violencia, es el preámbulo a
algunas de las ideas que en el 70 harán carrera. Sobre la Violencia, claro está, no se sabe
demasiado y la tendencia señala como culpables a las elites, los sectores dirigentes…Ello es
de alguna manera cierto, como lo expresa Pécaut cuando habla del problema que le supuso
al pueblo saberse en una contienda por ideales que no eran los suyos. Un artículo como el
de Darío Mesa sobre el libro de Franco Isaza, Las guerrillas de Llano, deja ver la
preocupación política que deriva de los hechos ocurridos en la Violencia: “…la indiferencia
o el silencio ante un libro como éste equivalen también a una posición.” 114

Se explican así las razones que llevaron a García Márquez a ignorar el punto de vista
adoptado en La hojarasca: la situación llamaba a un realismo político, a enfrentar, en lo
posible con nombres y fechas, los culpables de lo sucedido. No hubo tribunales de la
verdad pero puede decirse que la cultura asumió esa posición. El mismo García Márquez
sostiene acerca de la literatura de la Violencia que “en realidad, más que novelas son
testimonios inmediatos, tremendos, en general mal escritos, escritos apresuradamente, con
muy poco valor literario, pero que tienen la enorme ventaja de ser un material que está ahí y
que en cualquier momento, una vez sedimentado, va a servir de mucho para conocer esa
época.” 115
Para terminar, resta retomar lo dicho por Beatriz González con respecto a la generación de
los años 50 y el impacto que tuvo el nueve de abril en la cultura: “Son mil cosas las que se
presentan en al década del 50, que es a mi juicio una década clave, pues provoca un cambio
en el pensamiento y hasta en la ideología.”116

113
Cobo Borda, op.cit., 1975, Pg. 11.
114
Darío Mesa, “Estudios colombianos, las guerrillas del Llano”, en Cobo Borda, op.cit., 1975, Pg. 327.
115
Ernesto Bemejo, op.cit., 1975, Pg. 53.
116
“La pintura de lo popular”, entrevista a Beatriz González en Así hablan los artistas, Fundación
Universidad Central, Editora Guadalupe Limitada, Bogotá, 1986, Pg. 65.

59
4. La eclosión política y cultural
4.1 Eclosión política
A. Multitud de actores inconexos
Un libro particularmente útil reúne las reflexiones realizadas en el “Coloquio sobre
alternativas populares en Colombia” al que acudieron una representativa muestra de
investigadores y activistas políticos que cavilan en torno a la mayoría de experiencias
populares ocurridas en Colombia desde 1930. 117
Así, pueden reseñarse, de manera muy esquemática: 1. la formación del Frente Unido, a
finales del año 1965 y principios de 1966, bajo el liderazgo del cura Camilo Torres; 2. el
surgimiento del MRL, que plantea en sus inicios la abolición de la alternación y se
radicaliza, tras la revolución cubana, hasta incorporar movimientos populares, ideologías de
izquierda, y obviamente posteriores contradicciones entre su ala radical, y su líder Alfonso
López Michelsen, futuro presidente de la República; 3. de las disidencias del grupo, las
llamadas juventudes del MRL, dirigidas por Luis Villar Borda, provienen fundadores del
grupo guerrillero ELN como Fabio y Manuel Vásquez Castaño; 4. el surgimiento de la
Anapo, que se convierte en movimiento y partido hacia 1962, de la mano del mismo Rojas
y de su hija María Eugenia, hacia el 74: la Anapo, a pesar de lo demagógico de su discurso
logra en 1970 superar en votos al candidato mas representativo de la burguesía
frentenacionalista, y pone a tambalear el sistema, en el mismo año, tras la ambigua forma
en que se decidió que Pastrana había ganado las elecciones a la presidencia; 5. el auge de
movimientos cívicos que en sus inicios expresan al pueblo y no a los grupos de izquierda o
al movimiento sindicalizado; 6. el auge del movimiento indígena, que se inicia durante el
periodo en que se da el reformismo agrario, hacia el final de los años 60, y se consolida con
la ayuda de la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos) hasta ampliarse en
1971, tras el surgimiento del Consejo Regional Indígena del cauca (CRIC): la columna
central del movimiento indígena la constituye la recuperación de las tierras, objetivo de la
lucha campesina; 7. el surgimiento del movimiento comunal de participación, en el
gobierno de Lleras Camargo, que dará origen a las juntas de acción comunal, limitadas en

117
Gustavo Gallón Giraldo (comp), Entre movimientos y caudillos-50 años de bipartidismo, izquierda y
alternativas populares en Colombia, Cinep, Cerec, Bogotá, 1989.

60
su accionar, años después, por la negativa interferencia de la manipulación politiquera, el
clientelismo, el caciquismo….
Al enorme caudal político que lo anterior supone, se suma la formación de grupos
guerrilleros, alternativa política del momento, inspirados por la revolución cubana y la
influencia del la China del partido Maoísta: surgen las FARC, asociadas a una base
campesina y comunista, interesadas en reivindicar la tierra; el ELN, que a diferencia de las
FARC, no asume la bandera de la reivindicación por tierras, pero sí la del antiimperialismo;
el EPL, de línea Maoísta, cuyas bases de apoyo están centradas en el sector del
proletariado; y el M-19, ya al final, como consecuencia del aparente fiasco que se produce
en las elecciones a la presidenta de 1970. Para entender en su justa medida el surgimiento
de las guerrillas, además de la Violencia, es también necesario tener presente la lentitud de
la reforma agraria que adelanta el Frente Nacional y la radicalización que ello supone, así
como el duro revés que sufre tras el pacto de Chicoral adelantado por el presidente Misael
Pastrana.
Ahora bien, estos grupos guerrilleros, a pesar de negar la democracia y constituirse en su
antítesis, aun si se perfilan como grupos democráticos, son vistos como la expresión del
pasado en el presente, vale decir, la Violencia en el Frente Nacional, pero también, en
perspectiva comparada, como la respuesta a la incesante radicalización política que se forja
a partir de ideas externas: Colombia no es la única en tener guerrillas en Latinoamérica.

Se resalta lo anterior para hacer énfasis en una idea, que si bien ya será obvia, es necesario
repetir: el Frente Nacional, y las condiciones democráticas instauradas, a pesar del
bipartidismo, condujeron a la formación de grupos de oposición como el MRL y la Anapo,
de ideas en principio opuestas al bipartidismo tradicional. Revistas, semanarios y otras
formas de expresión pueden mencionarse igualmente como prueba del clima político que se
vivía en el momento: se piensa en refundar la política, en llevar al máximo su capacidad de
transformación. La hipótesis que parece surgir lleva a considerar como culpable de muchos
de los fracasos a los que son conducidas las nuevas iniciativas políticas, a una izquierda
radical en sus objetivos que no vacila en confirmar, por ejemplo, la combinación de todas
las luchas posibles, desde el partido comunista. De hecho, es de notar cómo la ANUC,
considerada un movimiento campesino único en la historia colombiana, se ve obligada a

61
intentar la revolución ante la impaciencia de sus nuevos líderes urbanos: les prohíben
incluso a los campesinos la comercialización de sus productos, y la titulación de las tierras
conquistadas.118
Es justo decir que incluso los artistas se ven abocados a justificar el empleo de las armas
para hacer la revolución: García Márquez no escapa a la situación a partir de posiciones
ambiguas. Ante una pregunta formulada por Ernesto Bermejo acerca de la revolución y el
medio para lograrla, responde García Márquez lo siguiente: “Yo no sé quién diablos es el
que nos ha terminado por convencer, a los que queremos hacer la revolución, de que
aceptemos la idea de que la revolución es apocalíptica, catastrófica y sangrienta. Hay que
entender…que lo que es…sangriento es la contrarrevolución…”, y mas adelante, “… la
imagen que yo tengo de la revolución es la de la búsqueda de la felicidad individual a
través de la felicidad colectiva, que es la única forma decente de felicidad.” 119
La revolución se torna, rápidamente, la forma de hacer política, a pesar de que el mismo
García Márquez funda la revista Alternativa, en 1974, y se concentra en trabajar, con ideas
de izquierda, en la institucionalidad: “La revista…mantiene una vertical oposición al
sistema político-económica-militar vigente en Colombia”, reza una carta tras el atentado
terrorista que amenaza con destruir las instalaciones de la revista en noviembre de 1975.
¿Uso de las armas, o uso de las urnas? El momento es decisivo: los que quieren hacer la
revolución, como la revista Alternativa, se concentran en cohesionar la enorme cantidad de
grupúsculos izquierdistas que, ensimismados en un pelea interna, olvidan que la lucha es
contra el régimen, sus elites y poderes desmedidos. Pero los que se niegan a hacerla, sufren
las consecuencias de la radicalización. A las preguntas del equipo de redacción de la revista
Seuil sobre su vocación política, responde García Márquez que en América Latina es
imposible sustraerse de la política porque se necesita a todo el mundo para hacer la
revolución. El imaginario social de los años 70, felizmente caricaturizado por Antonio
Caballero en su novela Sin remedio, es el de la revolución y los grupúsculos que desde el
anonimato se suman a la necesidad de imponer como máxima de acción el compromiso.

118
Daniel Pécaut, “Democracia y Violencia” en Pécaut, op.cit., 2002, Pg. 38.
119
Bermejo, op.cit., 1975, Pg. 116-117.

62
B. Razones de la incomunicación
En síntesis, el cambio es la moneda oficial del momento. Sin embargo, las transacciones
entre los restos de violencia de la Violencia, la violencia revolucionaria, el sistema político
bipartidista, y la democracia o democracia restringida, llaman a la eterna confusión:
¿surgen los grupos armados debido a lo restringida que es la participación? ¿Qué tienen de
nuevo y de antiguo, grupos guerrilleros como las FARC, el ELN, el EPL en relación con la
Violencia? ¿Cómo se explica que la izquierda, tras participar en las elecciones a través del
partido comunista, no logre una buena votación a pesar de que las movilizaciones sociales,
los paros cívicos y las huelgas están a la orden del día?¿Qué decir de la abstención? Las
respuestas son pautas para el entendimiento de la definición y el papel adjudicados a la
política en los años 60 y 70: se trata acá de los albores de la hiper politización de las
sociedades latinoamericanas, cegadas por la incandescente luz del imaginario
revolucionario.
En su libro ya mencionado de Guerra contra la sociedad, Pécaut aborda algunas de las
preguntas formuladas a partir de su usual interés por la violencia, en este caso en el Frente
Nacional. Ante su continuo desarrollo, después de la Violencia y el pacto forjado para su
eliminación, establece que para “diversos sectores colombianos la política y las luchas
sociales no pueden ser dirigidas por un sistema de regulación democrática, sino que pasan
por el uso de la fuerza.”120
Esto, claro está, ya lo habíamos mencionado en el capítulo anterior. Sin embargo, Pécaut lo
repite para esclarecer si el Frente Nacional y sus restricciones políticas son la explicación
directa de la lucha armada. Argumenta entonces que si bien el Frente Nacional enfrentó
severos problemas como el del abuso de los procedimientos de excepción (que como se
verá marcó a los escritores), el cuidadoso celo con que protegió los intereses de los sectores
dominantes y el despojo de una verdadera legitimidad, dada la abstención, aun así el pacto,

63
De modo que la “democracia restringida” como explicación a la violencia pierde sentido
para Pécaut, y por el contrario, plantea “la precariedad del Estado”, contexto en el que la
violencia se torna reiterativa: la sociedad civil resuelve por sí sola y a través de la fuerza las
tensiones que surgen.121 Así mismo, las intensas reivindicaciones sociales, las invasiones de
tierra promovidas en 1971 y 1972 por la ANUC, las huelgas universitarias y los paros
cívicos, no encuentran una expresión política debido a que los partidos tradicionales se
acomodan al sistema y la izquierda se radicaliza: eso explica ciertos brotes de violencia,
pero por sobre todo, lo inconexos y heterogéneos que son los movimientos contestatarios, y
el abismo que se forja entre la protesta social y la protesta política.122
Agrega Pécaut a la precariedad estatal, la carencia de mecanismos de mediación
institucionalizada. Éstos, que evidentemente explican el uso recurrente de la fuerza, habrían
sido deliberadamente omitidos por los constructores del pacto: dado que éste se construyó
sobre el desorden que produjo la Violencia en las clases populares, tanto en el campesino
como en el obrero, sus mentores básicamente abandonaron los conflictos rurales a su
suerte, como bien nos lo demuestra el discurso anteriormente citado de Carlos Lleras en
donde abiertamente ofrece la colonización como una solución a la miseria. Pécaut explica
así cómo la violencia pasa al centro de lo social sin que lo institucional pueda impedirlo: los
sindicatos y toda organización que se radicalice, como es usual en los 70, tiene ante sí la
posibilidad inmediata de la fuerza como solución.

En lo que se refiere a las guerrillas propiamente, Pécaut retoma a Lefort quien argumenta,
en sus estudios sobre la revolución francesa, que toda revolución cambia los referentes
simbólicos que sostienen al conjunto de la colectividad. Aplicado al caso colombiano,
Pécaut se cuestiona por la capacidad demostrada por las FARC, el EPL y el ELN para hacer
que los viejos puntos de referencia simbólicos caigan, y se produzca así “una nueva
representación de lo político en términos amigo-enemigo. ”123 Esto no ocurre, y como ya se
ha dicho, de hecho las guerrillas no amenazan seriamente la estabilidad del régimen hasta
no iniciar los años 80. Empero, es relevante ver cómo Pécaut, como lo sugieren López de la
Roche y Jorge Orlando Melo, acude a la llegada de la modernidad para explicar la razón del
121
Ibid, Pg. 33.
122
Ibid, Pg. 37.
123
Daniel Pécaut, “Presente, pasado, y futuro de la violencia”, en Pécaut, op.cit., 2002.

64
fracaso: el lenguaje político de las guerrillas, salvo el M-19 en ciertos momentos, es
contrario a los deseos de modernización cultural expresados por las clases urbanas,
populares y medias.

En conclusión, los intentos de cambio, la transformación sugerida, el proceso de


politización de la vida cotidiana, no tuvo verdaderas repercusiones ante un régimen político
cuya adaptabilidad, sugiere Dávila, llega hasta la constitución de 1991 sin sobresaltos,
conviniendo en reformas pactadas por lo alto e ideadas para relajar, no solucionar, las
tensiones sociales. Junto a Pécaut, los autores Hartlyn y Dávila invocan igualmente la
técnica comparativa, y ante la abundante presencia de autoritarismos en Latinoamérica,
destacan la consolidación democrática colombiana como un modelo que podría emularse.
La situación se torna paradójica: ¿tiene sentido usar de receta a un país que en efecto se
resiste a cualquier autoritarismo, pero convive con índices de violencia particularmente
altos?
El momento, además de la mencionada consolidación democrática, plantea el tema de la
politización de la sociedad y la “sacralización de los principios políticos como verdades
absolutas”, para usar los términos de un sugestivo libro de Norbert Lechner.124 Esto es: el
extremo de la balanza, la peligrosa forma que adopta la política cuando la utopía es pensada
como meta factible, “necesidad histórica”, otra forma de considerar la radicalización. No
obstante, lo que subyace a la nueva concepción de la política es precisamente lo que da
inicio y relevancia a esta monografía: la idea de una política capaz de transformar, que se
construye y cuestiona, que instituye lo social.
En conclusión, es hora ya de retomar el caudal de transformación ideado en los años 70, de
desempolvar el imaginario de orden propuesto por la izquierda y deformado por la lucha
guerrillera. El momento es conveniente: en plena posmodernidad, época de crisis, de
ausencia de imaginarios y proyectos de sociedad, el imaginario de orden construido en los
años 70 puede proveer salidas. Sin olvidar, claro está, que la violencia persiste y la
memoria que la cultura construye debe formar parte del proyecto ideado para reformular lo
político y el tipo de sociedad que se quiere que éste construya.

124
Norbert Lechner, Los patios de la democracia Subjetividad y Política, Fondo de Cultura Económica,
Santiago,1990.

65
4.2 Eclosión cultural
A. Política a flor de piel
La retórica del cambio evidentemente no es ajena a la intelectualidad colombiana de los
años 60 y 70. Ésta, de hecho, lo asume como una responsabilidad. La radicalización política
se hará sentir en el ámbito cultural más que en cualquier otra instancia de la sociedad: arte
comprometido, arte político, arte burgués, arte al servicio de los intereses imperialistas, etc,
son todos debates que atestiguan la intensa politización.
Sin embargo, es imprescindible matizar: una cosa es el arte propagandístico, y otra muy
distinta el arte subversivo. El primero está al servicio de una idea, es su esclavo; el segundo
pretende develar pedazos ocultos de la realidad. La confusión se da, por lo demás, en todos
los flancos. El cine aborda la cuestión a partir del cine comercial y el cine independiente:
bajo el gobierno de Pastrana, por ejemplo, la ley de sobre precio obliga a exhibir en cada
sesión cortometrajes nacionales que agudizan el debate. Unos pocos lo intentan, y producen
un cine panfletario que a pesar de sus inmensos defectos llama la atención sobre un punto
particular: incluso quienes hacen cine comercial, lo hacen buscando lo social, el
compromiso, el contacto con esa “realidad nacional” heredada de la Violencia y agudizada
por la revolución cubana. Otros, claro está, logran importantes avances en lo estético y la
forma de encarar la realidad: los críticos suelen señalar a Chírcales, de Martha Rodríguez y
Jorge Silva, como un cine independiente, de corte político y antropológico, destacable.125
Otro tanto ocurre en el teatro, igualmente escindido por quienes llevan el contenido político
a sus últimas consecuencias, hasta dar prioridad a lo que se dice sobre la forma empleada
para decirlo.126 Enrique Buenaventura en Cali y Santiago García en Bogotá, inician la
paciente obra de enseñanza y difusión, en ocasiones a través de la revista Mito. Se necesitó
que un teatro costumbrista diera paso, hacia los años 60, a un teatro del absurdo y un teatro
brechtiano que se difuminará rápidamente. Brecht, vale decir, se convierte en un Dios local
al que se cita, y se usa hasta la saciedad: la critica no es excesiva, y lo que deja ver el
momento, además de la intensa politización y llamado al compromiso, es el signo de la

125
Al respecto puede verse a Luis Alberto Álvarez, “El cine en la última década del siglo 20: imágenes
colombianas”, en Colombia Hoy...; y Umberto Valverde, “La encrucijada del cine colombiano” en
Estravagarios, (Revista Cultural de “El pueblo”), Biblioteca Colombiana de Cultura.
126
Guhl, op.cit., 2001.

66
radicalización, ahora en el arte. Lo políticamente correcto en términos revolucionarios no es
cuestionable.
En pintura, el debate se da entre los que denuncian, los que presentan, los que representan y
los que interpretan. Ahora bien, la llegada de Marta Traba, y anteriormente de Casimiro
Eiger y Clemente Airó, pone de manifiesto un problema típico del cine y el teatro: sin
críticos especializados, la posibilidad de un arte moderno se difumina. Este es el rol que
cumple Marta Traba hacia los 60, a pesar de sus marcadas y reconocidas posiciones
polémicas, su terquedad furibunda dice un libro reciente. 127
Obregón, Ramírez Villamizar, Feliza Bursztyn y Fernando Botero se convierten en
paradigmas de la modernidad. Sin embargo, lejos de Marta Traba, otros polemizan sobre el
sentido social del arte y sus obras, que es también el debate que pone de manifiesto el cine,
el teatro y la literatura: la contradicción se empieza a ver entre modernidad cultural y
modernidad política. De cualquier forma, ni Marta Traba se revela apolítica: su definición
de arte es también “la adecuada definición marxista (es decir) una modalidad de la
actividad real creadora del hombre.”128 De hecho, puede sostenerse que el llamado de
Marta Traba, el llamado de Resistencia frente al arte norteamericano, es también una
manera de hacer política: opina Marta Traba que no tiene ningún sentido copiar el arte
estadounidense pues éste obedece a sus propios problemas internos, que nada tienen que
ver con los de Colombia y Latinoamérica en general. En otras palabras: el arte le plantea al
artista la necesidad de resolver cuestiones que provienen del medio social, como por
ejemplo la sociedad de consumo en Estados Unidos, y necesitan una solución en términos
estéticos, que equivale al arte que se autoconsume, que no dura, así como a la obra de Andy
Warhol y su reproducción de símbolos del consumo (supermercados, latas de conserva,
Marylin Monroe...).

En síntesis, la eclosión cultural es sinónimo de transformación: la critica especializada


inicia su lento despegar, y la modernidad, las promesas de igualdad y cambio, los discursos
identitarios y reivindicativos, marcan la pauta en los contenidos. La política es lo común:
todos se saben animales políticos. El escritor se compromete, el cineasta busca desentrañar

127
Victoria Verlichak, Marta Traba: una terquedad furibunda, Planeta, Bogotá, 2003.
128
Marta Traba, op.cit., 1973, Pg. 11.

67
algún problema social, el teatro intenta acercarse a los campesinos y a la clase obrera...Es,
si quiere, la continuación de lo hecho por Mito pero a partir de la revolución cubana, el
mayo francés del 68, los hippies... Política adquiere todo tipo de significados: es
conciencia, compromiso, realidad, cambio y transformación. En la mitad y de manera
amplia, política es recordatorio de violencia: el teatro tiene a Guadalupe Años Sin Cuenta,
el cine a Julio Luzardo, la literatura a Mejía Vallejo, la pintura a Obregón, etc. Política es
memoria.

B. Artistas plásticos: caudal de imaginarios, caudal de compromisos


En opinión de Pedro Alcántara, vivir en una sociedad es ya de entrada ser social, luego es
imposible no participar de la misma, es inconsecuente sustraerse de la política que guía su
curso. De acá que para él, el debate en torno al arte comprometido sea en realidad “un falso
problema porque toda forma de arte está comprometida con la sociedad que la genera y con
su tiempo.”129 Otra cosa opina Débora Arango, quien se asume abiertamente apolítica, a
pesar de haber atacado frontalmente personajes como Laureano Gómez. Lo político en este
caso no es en sí la actitud: los lineamientos del momento llaman a retroceder ante el
bipartidismo, cualquier posición política puede ser considerada sectaria. La política, puede
decirse, está en la pintura, en la manera de interpretar la realidad a partir de la estética: “Un
artista...no puede vivir alejado del mundo...(la) realidad que lo rodea se mete en su obra. A
través de ella denunciamos y mostramos lo que sucede. Es nuestra manera de
comprometernos con la sociedad.”130
Mas radical, en términos de anti-política, resulta Ramírez Villamizar quien abiertamente
manifiesta su rechazo al compromiso del artista más allá del trabajo que se realiza en la
obra. Como lo cree Marta Traba y lo mantiene insistentemente García Márquez: la
responsabilidad social del artista es la de ser buen escritor...Sin embargo, no se está
negando la política, ni lo políticos que pueden ser algunos trabajos artísticos. Simplemente
se huye del compromiso hacia una bandera, un color determinado, o una idea fija
determinada por un partido político. Por el contrario, es tal vez acá, en la expresión de los

129
Pedro Alcántara, “La realidad del arte y el arte de transformar la realidad”, en Así hablan los artistas,
dirigen María Cristina Laverde Toscano y Álvaro Rojas de la Espriella, Fundación Universidad Central,
Editora Guadalupe, Bogotá, 1986, Pg. 26.
130
Debora Arango, “Una pintura proscrita”, en Así Hablan los artistas, op.cit., 1986, Pg. 49.

68
artistas, en donde la política se despliega con auténtica libertad y arremete contra lo
previamente instituido.
Ramírez- Villamizar advierte, por ejemplo, que la violencia lo incitó a tomar el camino de
la reconstrucción, del constructivismo en sus obras: “Construir, hacer cosas, no mostrar lo
destruido, sino hacerlo desde el principio; tender peldaños hasta hacer una escalera. Por
esto opté por la geometría.” Una confesión halagadora y un buen punto de partida para la
violencia como tema, como problema de la memoria: desde aquí, se escoge qué priorizar,
se gestan políticas de olvido y el compromiso del artista se da a su manera, siguiendo los
parámetros que dicta el creer en la expresividad de la forma.
Otro tanto tiene para decir el maestro Jorge Elías Triana, quien como Marco Ospina
pertenece a una generación anterior, y por ende más comprometida con la responsabilidad
social del artista: “Las manifestaciones culturales propias son tan necesarias como los
ejércitos para defender la soberanía”131, sostiene Triana con humor. Su caso de hecho va
más lejos pues su escuela fue el muralismo mejicano y por tanto las raíces de su arte van
emparejadas a la pregunta por el pueblo. De acá la intensidad de sus cuadros dedicados a la
violencia.
En síntesis, el compromiso social del artista no es en estricto sentido la idea mamerta de un
arte político desprovisto de significado estético. Entender eso es huir del lugar común al
que equivale el discurso del arte sin referencia a lo social. En este caso, como es obvio, lo
social es la violencia, y de ahí la preocupación que se deriva de la obra de una buena
cantidad de artistas, incluidos Fernando Botero y Alejandro Obregón.

C. La gráfica testimonial: contenido político a partir de ideas estéticas


Ese compromiso del artista con lo social se expresa en las décadas del 60 y 70 a partir del
uso del grabado, técnica que facilita un trabajo menos costoso y sofisticado, en
comparación al tipo de arte que para la época se produce en los Estados Unidos.132 El
contenido de las obras se sabe abiertamente político: se trata acá del testimonio, la denuncia

131
Jorge Elías Triana, “La pintura de lo profundo elemental”, en Así Hablan los artistas, 1986, Pg. 176.
132
Con respecto a la gráfica testimonial en Colombia, ver Ivonne Pini, op.cit., 1987.

69
social, la idea del artista como “perpetuo constestatario, el ejemplo típico de la revolución
permanente.”133
En concreto, puede citarse la obra de Augusto Rendón en donde se ve la violencia
cotidiana134 que afecta al colombiano, y en particular, su grabado “Homenaje a Colombia”,
de 1964, que le concede el primer premio del Salón Nacional de 1966. En él, quedan
felizmente plasmadas las criticas a las instituciones, y el compromiso con la lucha popular.
Igualmente destacable, la dimensión épica de la violencia135 que aborda Luis Ángel
Rengifo en su serie de trece grabados plantea una visión desgarradora de la realidad.
Rendón, nos dice Pini, “sumerge su obra en la realidad social, en su análisis y crítica. La
denuncia, la agresión , busca acercarnos a la cotidianidad, a una realidad donde los
genocidios, la arrogancia del poder, la represión, constituyen hechos de todos los días...”136
Paralelo a Rendón, el joven Pedro Alcántara se hace notar obteniendo numerosos
galardones por sus excelentes dibujos. En el plano de la denuncia y el testimonio, Alcántara
oscila entre la violencia histórica y la violencia cotidiana137, y deja constancia de la
posibilidad de un arte comprometido que si bien conmueve, no apela a la consigna
partidista o al panfleto. En ese sentido, la calidad estética de la obra no degenera en un arte
facilista y excluyente, y por el contrario, el artista se da a la tarea de conjugar “arte culto”
con “lenguaje popular” de posible acceso a las masas.138
En materia de xilografía, un cuadro como el de “La cosecha de los violentos”(1968), del
Alfonso Quijano, pone de manifiesto las posibilidades comunicativas de la obra plástica.
Denuncia y violencia aparecen así a partir de un minucioso trabajo de colores en el que los
cadáveres se suceden en mesas, al aire libre, e incitan el rechazo sin la necesidad de
imágenes particularmente dolorosas.
Otros se suman al llamado, a la denuncia, a la protesta. El caso de Umberto Gingrandi es
notable: su obra nos presenta la violencia a partir del feísmo, las deformaciones y los
colores rojo y negro. En ocasiones, el compromiso es abiertamente político, como es el
caso del Taller 4 que conducen Nirma Zárate, Diego Arango y Carlos Granada, a través del

133
Michel Ragon, citado en Ivonne Pini, op.cit., 1987.
134
Ibid, Pg 61.
135
Ibid, Pg 61.
136
Ibid, Pg 62.
137
Ibid, Pg 63.
138
Ver Álvaro Medina, Procesos del arte en Colombia, Editorial colcultura, Bogotá,1978.

70
cual exploran las posibilidades del cartel político, de las artes gráficas como medio de
comunicación particularmente útil para tratar temas como la violencia, el hambre y la
represión.139 Preguntas sobre el papel del arte y el artista condujeron al grupo al
planteamiento de ideas radicales tendientes a priorizar el pueblo sobre el individuo. La
politización se hace aquí evidente: las consignas revolucionarias, los constantes homenajes
al Che Guevara, Camilo Torres y la lucha popular sirven de reflejo, comunican el pasar de
una época en la que la política entendida en términos de compromiso, le era útil al artista
para cuestionar lo instituido.

Militante o no, la gráfica testimonial es un vivo ejemplo del confuso imaginario social de la
época: la violencia sigue su curso en alguna regiones, pero encuentra espacios para su
rememoración a partir del ejercicio artístico que intentan algunos individuos
comprometidos con la estética y la sociedad. Lo político, en términos de la configuración
del conjunto, de los principios que guían la interacción entre colombianos, deja ver el
contenido normativo de la democracia. Es así como la paradoja entre olvido y memoria que
aquí hemos usado para desentrañar el Frente Nacional se revela a partir de los espacios
artísticos abiertos por el régimen democrático. Por esta vía, la memoria se activa y traduce
en critica y denuncia: la violencia tiene así quien la evoque, y a pesar de su persistencia, da
muestras también de una sociedad que no se agota en la muerte.

D. Memoria con sentido: el caso de la novela de la violencia


Evocar y silenciar son actos de poder, mantiene Gonzalo Sánchez en la introducción al
simposio sobre memoria, museo y nación, realizado en Bogotá en el año de 1999.140 Esa es
también, de alguna manera, la tarea adelantada por la mal llamada novela de la violencia141:
juzgar con nombres propios o a partir de metáforas, dejar al aire libre las heridas del
pasado, omitir referencias a ciertos episodios y actores e incurrir en interpretaciones
creativas, militantes, sectarias...Así, y a pesar de que la idea general que se tiene es la de

139
Ivonne Pini, op.cit., 1987, Pg. 64.
140
Gonzalo Sánchez, “ Museo, memoria y nación” en Museo, memoria y nación. Misión de los museos
nacionales para los ciudadanos del futuro, Ministerio de Cultura, Museo Nacional de Colombia, PNUD,
IEPRII, ICANH, Bogotá, 2000.
141
La idea de una “novela de la violencia” hace pensar que la calidad estética de las obras consideradas es
homogénea.

71
una literatura mal hecha, sectaria, irresponsable, mal escrita, inmediatista, etc, las 67
novelas que se escriben entre 1946 y 1966 dan cuenta de la Violencia, y activan así, como
lo hizo el teatro, el cine y la pintura, el necesario ejercicio de memoria.142

Aquí se quiere mostrar que la novela de la violencia es en ocasiones partidista y restringida


como se desprende de títulos como Ciudad enloquecida (1951), Sangre (1953), Las
memorias del odio (1953), los Cuervos tienen hambre (1957), Los días del terror(1955),
Sangre campesina(1965), etc, pero en otras, como en Zapata Olivella, Mejía Vallejo o
García Márquez, es menos parcial y regional y pasa ser más contundente en la forma de
narrar y presentar los hechos de violencia, ya no como sucesión de masacres sino
interpretación estética de los mismos.
De hecho, algunas de las novelas de la violencia proveen un cúmulo de elementos que
permiten la construcción de un sentido sobre lo sucedido: edifican memoria a partir de un
trabajo de interpretación estética que plantea el uso de la muerte como objeto de estudio.
Así, es evidente el papel social que juega la literatura en el contexto abiertamente
contradictorio y anteriormente evocado: el Frente Nacional se erige como un acuerdo
político que instaura el olvido y permite la consolidación de espacios e individuos que
impacientan y contradicen con sus reflexiones las pretendidas órdenes de silencio. Si de
compromiso social se trata, la respuesta es una misma para todo trabajo literario que
rememora la Violencia: juzgar, hablar por las víctimas, interpretar, deducir, recordar,
incitar... En concreto: hacer ruido. Usar las garantías que el acuerdo político debe aceptar,
so pena de una pérdida de legitimidad. Invocar las contradicciones del sistema democrático,
esa es la tarea principal de las actividades artísticas. Ya sea a partir de la pintura o de las
letras, la sociedad ensancha sus niveles de tolerancia y se sabe criticada y enjuiciada por los
espacios desplegados y garantizados por el acuerdo político que da incio al Frente
Nacional. La democracia se construye y da muestras de ser también una actitud, y no sólo
un conjunto formal de reglas de juego.

142
Para una extensa bibliografía de la novela de la Violencia, ver Augusto Escobar Mesa, “La
violencia:¿generadora de una tradición literaria?”, en Gaceta 37, Colcultura, Bogotá, 1996.

72
Ahora bien, para no limitarse a la simple enunciación de su presencia, vale especificar qué
tipo memoria construye la novela de la violencia. En aras de una visión de conjunto y una
perspectiva que justifique la validez de su estudio, propongo se consideren algunas de las
novelas escritas en el Frente Nacional a partir de sus posibilidades para esbozar hipótesis
explicativas de la violencia. Esto es: ¿por qué ocurre?, ¿qué la caracteriza?, ¿qué la
diferencia de otros periodos históricos igualmente violentos?, etc. En suma, sostengo que la
novela de la violencia construye memoria con sentido, si bien puede el lector no estar de
acuerdo con las acciones que explican el accionar de los personajes.

D.1 Siete hipótesis literarias sobre la Violencia


1.Para exponer la Violencia una gran cantidad de novelas señala como factor
explicativo el hostigamiento conservador a los partidarios del liberalismo.
Si bien tal hipótesis interpretativa puede parecer simplista, dentro del contexto de una
novela completa cobra sentido. Básicamente el esquema es el siguiente: a. Un pueblo
entero es atacado y destruido; b. Sobreviven muy pocas personas entre las cuales se cuenta
al protagonista de la novela; c. Éste tiene varias oportunidades: . ingresa a un grupo armado
capaz de hacerle frente al ataque conservador; . se arma de odio y venganza reprimida
hasta el momento en que se decide a ingresar en un grupo armado; .huye del campo hacia
las ciudades.
Lo pertinente de la hipótesis está en que el protagonista evoluciona hacia algún lado en un
trayecto de tiempo determinado y al hacerlo el concepto de odio se materializa y cobra
sentido en las acciones que narra la novela. Se observa así con mayor precisión en qué
consiste la inclinación personal hacia la venganza. Si bien la literatura académica ha

73
2. Durante el fin de la época de la Violencia y el comienzo de las guerrillas, la
religión juega un papel preponderante en la absolución de los pecados cometidos por los
grupos en contienda, situación que genera las bases para la reproducción de posteriores
actos de violencia.
Es necesario aclarar que la religión a la que se refieren las novelas involucradas en este tipo
de acercamiento al periodo constituye una mezcla entre creencia fanática en dios y el cura
indistintamente. Ir a misa es preponderante dentro de las actividades diarias de la vida en
los pueblos colombianos e igualmente se espera que el cura asista a todos los bautizos y
confesiones posibles. En relación con la violencia, es de subrayar la forma en que
guerrilleros y policías o militares necesitan del guiño del cura (que es la religión y por ende
el perdón de dios) para continuar con su cotidiana acción violenta.
En novelas como El día señalado (Manuel Mejía Vallejo)144 y El cristo de espaldas
(Eduardo Caballero Calderón)145 el cura es el método narrativo empleado por los autores
para trascender el análisis partidista y mostrar que los actores del conflicto son en realidad
uno mismo cuando se someten ante la religión: campesinos pobres en su mayoría, segados
por el odio y la filiación partidista. La religión es punto de partida y llegada para la
violencia. Su existencia no es la causa inmediata, pero explica algunas de sus
manifestaciones: el que peca y reza empata, sostiene el adagio popular.

3. La geografía colombiana genera una violencia que no es evidentemente en


estricto sentido política, pero que sí se articula con esta en algún punto.
Un texto que recrea la idea podría ser la novela La vorágine de José Eustacio Rivera.146 La
selva descrita por el escritor colombiano trastorna a sus habitantes, los conduce a la locura,
los enajena y les crea una situación de conflicto interior que en su mayoría se traduce en
violencia sicológica. De acá, la misma hipótesis salta al monte y por ende al guerrillero, al
rigor del páramo y el frío, de la lluvia, un contexto presente la novela El día señalado de
Manuel Mejía Vallejo. Así mismo, las ciudades y en especial Bogotá, son referentes de

144
Manuel Mejía Vallejo, El día señalado, Ediciones Destino, Barcelona, 1964.
145
Caballero Calderón, Eduardo, El cristo de espaldas, Editorial Destino, Barcelona, 1968.
146
José Eustacio Rivera, La vorágine, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1993.

74
nueva violencia para escritores como Zapata Olivella (La calle 10)147 y Osorio Lizarazo
(El día del odio)148 en cuyas obras la capital se alza como una masa sombría e indiferente.

75
5. La violencia es primero sicológica y después política y es fruto de la unión de
distintos factores: falta de educación, fracaso personal, explotación inhumana en el trabajo,
etc.
Esta es términos esquemáticos la situación recreada por Soto Aparicio en su libro La
rebelión de las ratas. 149 A la luz de esta idea, se pone a consideración una situación de
transición de violencia sicológica (generada por las condiciones mencionadas) a violencia
política, la cual se materializa finalmente en el acto de la revolución.

6. Existe un escenario recurrente en muchas novelas ( La calle 10, La rebelión de


las ratas, El día del odio...): después de la descripción de una serie de condiciones
atenuantes para los personajes se consigue una revolución que en su mayoría es un
bogotazo sin la figura de Gaitán, o sin que esta sea el detonador.
Es el imaginario que se tiene de la revolución y los autores que lo explotan no esconden su
particular devoción hacia él. El acto violento es generado por múltiples causas que apelan
en su mayoría a una serie de injusticias (pobreza, hambre...), de condiciones que
determinan las acciones de los actores y los llevan a la imperante necesidad de una revuelta.

7. La institucionalización de la violencia no le es funcional al sistema político.


Esta idea está ejemplificada en La mala hora de García Márquez donde el pueblo entero
convive en una hipotética situación de paz bajo el gobierno de Rojas Pinilla. Dado que se
propugna por una paz que en realidad no existe, el ambiente que se vive es la misma
claustrofobia; los personajes se saben en guerra a pesar de la aparente tranquilidad. Lo que
se esconde detrás del velo no es otra cosa que la institucionalización de la violencia. Se ha
aprendido a vivir con ella y en ella, pero no por eso el sistema político dominante se
reproduce con facilidad. Todo lo contrario, cualquier excusa (como lo son los pasquines
usados en el libro) es una buena razón para hacer surgir la oposición que se esconde en la
clandestinidad.
En ese mismo sentido Mejía Vallejo crea Tambo, el pueblo en el que se desarrollan las
acciones de su novela El día señalado, población que respira violencia cotidianamente
incluso hasta el momento en que los guerrilleros irrumpen en él con el beneplácito de los
149
Soto Aparicio, La rebelión de las ratas, Plaza & Janés, Barcelona, 1962.

76
habitantes. La institucionalización de la violencia pasa de la aparente reproducción del
sistema opresivo del gobierno político (ejercido por militares) al manejo del pueblo por
parte de los guerrilleros.

En síntesis, la literatura provee interpretaciones, construye sentidos. Haciendo énfasis en el


uso de sentimientos como el odio, la venganza y el miedo, pero también invocando temas
como la religión, la geografía y el olvido, todo es susceptible de devenir político. Contrario
a la literatura académica en donde las fronteras entre lo que es y lo que no es político
devienen estrictas, las novelas no vacilan en realzar lo político de las situaciones violentas,
aun si se trata de elementos de difícil constatación empírica, como es el caso de los
sentimientos.
Algunos de éstos ya han sido incluso considerados como elementos políticos por
reconocidos investigadores, como es el caso del miedo, objeto del libro El miedo.
Reflexiones sobre su dimensión social y cultural150 en el que participan autores como
Norbert Lechner y en el que se consideran temas centrales de esta monografía como las
relaciones entre memoria y miedos, su dimensión propiamente política a partir de Hobbes,
el miedo en la ciudad, y el papel que juega en la construcción de una memoria colectiva. En
otros términos, ¿qué decir del tipo de nación que se construye sobre la base del miedo? Si
Hobbes funda la política y el poder a partir del miedo, como nos lo hace notar María
Victoria Uribe151, cabe reconsiderar la política a partir de los sentimientos que se
desprenden de la violencia y que la literatura, pero también la pintura, invocan en sus
trabajos artísticos. De hecho el odio, como el miedo, ha sido objeto de un libro español que
teoriza sobre su función en la creación de pueblos e identidades, a partir de la psiquiatría.152
Así mismo, debe recordarse de qué manera Pécaut hace énfasis, ya no el miedo ni el odio,
sino en el terror.

En síntesis, el mayor aporte que la literatura puede proveerle al estudio de la Violencia se


sitúa en la capacidad desplegada por los autores para recrear situaciones en las que los

150
El Miedo. Reflexiones sobre su dimensión social y cultural, Corporación Región, Medellín, 2002.
151
María Teresa Uribe, “Las incidencias del miedo en la política: Una mirada desde Hobbes”, en El Miedo.
Reflexiones sobre su dimensión social y cultural, Corporación Región, Medellín, 2002.
152
Carlos Castilla del Pino, El odio, Tusquets Editores, Barcelona, 2002.

77
efectos de la violencia en las víctimas devienen el centro de atención. De esta manera, la
violencia deja de ser el dato frío de la estadística, y adquiere un contenido que además de
ser posiblemente político y en consecuencia capaz de estructurar nuevas identidades y
grupos sociales (guerrillas, pájaros, y en general liberales y conservadores, pero también
desplazados), mantiene viva la posibilidad de activar constantemente procesos de memoria.
Tal vez por ello Sostiene Raymond Williams en su libro Novela y poder en Colombia
(1844-1987) que “las novelas de la Violencia proporcionan...(un) ejemplo de por qué la
novela colombiana se ha considerado un género menor. Cualquiera sea el partido político o
la condición humana descritos en ellas, no se trata del tipo de literatura que la oligarquía
desearía reconocer o difundir.”153Su verdadera especificidad es contestaria. El escritor
arriesga una interpretación que a pesar de su posible maniqueísmo (caso concreto de la
mayoría de novelas) emplea todos sus recursos narrativos para repensar y reconsiderar el
hecho violento, incluso o con mayor razón, si proviene de un poder elitista, constituido
injustamente.

153
Raymond Williams, Novela y poder en Colombia( 1844-1987), Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1992, Pg
72.

78
Conclusiones

- A partir de Pécaut y sus imposibles


Tras el intenso uso que aquí se hizo de los textos de Daniel Pécaut, es justo concluir a partir
de sus ideas generales. Además de la constante búsqueda de lo político que se desprende de
su obra, otro elemento se revela particularmente perturbador: la historia colombiana es en
Pécaut, la historia de sus imposibles. Imposibilidad de la unidad social ante la histórica
presencia de los partidos políticos; imposibilidad de la historia ante la recurrente idea de
una violencia mítica, que se repite y es fundacional; imposibilidad de la memoria por la
enorme cantidad de pactos elitistas dedicados a hacer del pasado la historia de sus
conveniencias; imposibilidad del olvido por las huellas dejadas por la Violencia de los 50, y
en general, el resto de violencias generalizadas; imposibilidad de la institución política de
lo social en contextos en los que guerrillas y paramilitares actúan como redes de poder;
imposibilidad del populismo anapista y gaitanista ante el miedo y la soberbia de las elites;
imposibilidad de la democracia por la recurrente presencia de una correlación de fuerzas
que ocasiona la perdida de legitimidad del voto; imposibilidad de la puesta en sentido de lo
social en tanto lo político no es lo que instituye, y por el contrario sí lo es la fuerza. Éstos
son los imposibles que a lo largo de los artículos evocados en esta monografía, plantea el
autor francés.
La violencia, claro está, es lo único posible. El panorama, como en guerra contra la
sociedad, es desesperanzador. Justifica la investigación de otros campos que puedan
restituir sentidos. Por lo demás la lectura de Pécaut, la forma en que hace énfasis en la
violencia, y las lecturas aquí realizadas sobre la esfera cultural, invitan a considerar una
tesis: la recurrente presencia de la violencia en la teatro, la poesía, la literatura, y el cine,
ayuda a politizar su contenido y hace pensar que la memoria, como la violencia, también es
posible. Ahora bien, el problema fundamental que aquí he querido destacar con respecto a
Pécaut, es el de la aplastante presencia que tiene en sus escritos la violencia: a pesar de que
ésta deriva de la experiencia, y por tanto es bien real, pasa a ser un lugar común que no
permite pensar lo político en otras instancias. La sociedad se le agota en la violencia.

79
- A partir del Frente Nacional y la democracia
El pacto político con el que inicia el Frente Nacional, de manera paradójica, instituye el
olvido y posibilita espacios para el ejercicio de la memoria. La matriz política que explica
la compleja situación sólo puede aprehenderse a partir de su especificidad democrática. Por
ello surgen los espacios en los que las voces embisten contra las llamadas de silencio. El
pacto es evidentemente un acuerdo entre elites, pero esto no impide la consolidación
democrática. Oponerse, cuestionar o criticar son acciones reprimibles que no logran ser
detenidas. El olvido, claro está, sigue siendo un problema fundamental por estar ligado a las
estructuras de poder. Si bien artistas y escritores ensayan su propio tribuna de la verdad y la
justicia mediante sus trabajos, el castigo, componente fundamental de toda sociedad
moderna, sigue siendo exclusivo y en ese sentido todo ejercicio de memoria se revela
inevitablemente fragmentario.

- A partir de imaginarios sociales


Violencia, revolución y democracia se erigen paradójicamente como imaginarios sociales
de la época estudiada. La violencia, en contextos en los que el Estado es precario, sigue
dominando e instituyendo lo social, a pesar de que el imaginario democrático se encuentra
ampliamente aceptado en sitios específicos como las ciudades. En éstos, sin embargo, la
democracia se piensa en su dimensión normativa y no propiamente procedimental: es la
presencia de la revolución que plantea las condiciones democráticas como horizonte
utópico y necesidad histórica, a través de la lucha si es necesario.
Parecería que Colombia difícilmente puede escapar de la violencia: por punta y punta, se
trate de zonas de antiguo enfrentamiento, o ciudades “civilizadas” con alta presencia
estatal, la violencia está al orden del día como imaginario social de la época y
condicionante activo del tipo de orden político que se quiere instaurar. La democracia, por
su parte, hace del individuo colombiano una persona autónoma, que se refiere a elementos
sociales para cuestionar lo instituido: la religión le abre paso otras formas de ordenamiento
social, y la politización que resulta del éxito de la revolución cubana conduce a nuevas y
variadas formas de hacer política. En síntesis, política deviene cambio, contestación,
compromiso. Y en ocasiones, claro está, memoria.

80
-A partir de la memoria
El olvido, la injusticia y la impunidad caracterizan la Violencia. Tan solo unos años
después de los años 50, Laureano Gómez irrumpe ante la opinión pública como el
pacificador y mentor de las instituciones democráticas, a pesar de sus intentos anteriores
por conducir el país a una dictadura de tipo franquista. La visión del político conservador
que puede adquirir una persona cualquiera interesada en la historia política colombiana,
depende del lugar en el que se ubique para observar: si lo acompaña la historia oficial, su
visión será la de un gran hombre de estado, cuidadoso de la institucionalidad e incluso,
salvador de la hetacombe. Si la curiosidad se presenta, puede encontrar testimonios escritos
y plásticos de algunas de las repulsivas acciones desencadenadas por el político
conservador.
De ahí la importancia de la memoria activada a partir del cuidadoso trabajo artístico de
algunos individuos. De hecho, lo ocurrido en la Violencia se torna material de inspiración
y motivo de revuelta. Los asesinatos y sus posibles culpables encuentran en la estética una
instancia que no busca dar la espalda a lo sucedido y por el contrario intenta, a partir de sus
propias especificidades, bordear el espinoso tema. La denominada novela de la violencia se
torna representativa de este trabajo de memoria, pero se suele olvidar que más allá de las
sesenta y tantas novelas dedicadas a la violencia (no existe acuerdo sobre su verdadero
número), existe también una preocupación por parte de la pintura, del teatro, el cine y la
poesía. Pensar entonces la Violencia es también pensar los espacios que el Frente Nacional
abrió para la actividad cultural. En síntesis, lo que aquí se hizo fue considerar el trabajo
artístico como un aporte necesario a los problemas de memoria que el Frente Nacional
instituyó con sus llamados al silencio. Por ello, el artista (escritor, pintor...) deviene en
Colombia un actor social cuya relevancia es enorme en tanto su trabajo ayuda a recomponer
las heridas ocasionadas por décadas de violencia.
De ninguna manera debe esto conducir, sin embargo, a una imagen platónica del artista y el
arte en general: la violencia sigue su curso, el conflicto se agudiza, y el artista no está ahí
para detenerlo pues ni es esa su función, ni él tiene los medios para hacerlo. Basta con
conocer el trabajo que ha realizado y entonces sí puede pensarse en adular, pero la matriz
política que da inicio al Frente Nacional en lo que tiene de democrática, de protectora del
trabajo de los que se oponen a la violencia.

81
Lo político del Frente Nacional, el contenido que adquiere el orden deseado, es también la
reconstrucción, y por ello se hizo énfasis en los artistas: sus acciones y discursos ayudan a
redefinir el imaginario político, proponen se considere el pasado de muerte con el que se ha
construido la nación .

- A partir de la violencia
Antes que un hecho estadístico, reprobable o no, es claro que el trabajo de memoria
realizado por las distintas expresiones artísticas recupera el sentido del acto violento, o por
lo menos, enfrenta al lector u observador a un proceso de permanente cuestionamiento
sobre su naturaleza y especificad. Llama la atención, en ese sentido, cómo la acumulación
de cifras, la repetitiva cita de las “200 000 muertes dejadas por la Violencia” de la que
muchos parten, no provee significado alguno en tanto homogeniza los actos, y por esa vía
malinterpreta los hechos: una es la comunidad que se gesta sobre la base del odio, y otra la
que no surge en contextos marcados por el terror; sin embargo, en el plano estadístico las
dos situaciones son idénticas entre sí: permiten contar muertos.
Por el contrario, el estudio las novelas, además de las hipótesis usadas como ejemplo,
provee un caudal de explicaciones y preguntas acerca de la naturaleza del fenómeno de la
violencia. A continuación se exponen las de mayor pertinencia:
1. Existen causas de la violencia y razones para su reproducción una vez esta se ha
instalado. Son dos aspectos que habría que diferenciar en tanto remiten a actores y
momentos de la historia colombiana específicos.
2. Existen factores externos a la creación de la violencia que la avivan en su interior
pero no la inician. Ejemplos concretos de esos factores podrían ser la chicha y la
religión, referentes que actúan distintamente en cada grupo en contienda.
3. ¿Existen jerarquías dentro del ejercicio de la violencia? Es decir: prima la violencia
política sobre la violencia sicológica o viceversa…
4. ¿Es la violencia una manifestación fundamentalmente primaria de las actitudes
humanas? Es decir: la actitud ante el cauchero en La Vorágine denota salvajismo, o
como en la calle 10 cualquiera puede ser capaz de todo tipo de aberraciones?
5. Ante la irrupción de la geografía colombiana como un ingrediente más del
fenómeno de la violencia puede que sea conveniente considerar a los actores y al
conflicto en cuestión, según las características de la región en la cual se desarrollan.
6. El odio y la venganza son fenómenos que no se pueden estudiar unitaria y
progresivamente en tanto surgen en un lado determinado, y se repiten en otro al
mismo tiempo, o momentos después.
7. El alcohol puede denotar algún tipo de puente entre violencia sicológica y violencia
física. Por provocativo que parezca, queda abierta también la pregunta por su

82
relación con la violencia propiamente política: no es de extrañar que ante su
presencia, “los vivas” al partido liberal o conservador degeneren en una sangrienta
reyerta.
8. ¿Se sigue siendo hablando de violencia política si no se mata por razones
ideológicas? Es decir: ¿tiene sentido seguir haciendo diferenciaciones?

83
Bibliografía

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