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Reflexión 18/07/2020

Buenas tardes, hermanos.


En la primera lectura, que hoy la Iglesia nos propone, se nos pone frente a la denuncia del profeta Miqueas
contra el modo de vivir del Pueblo de Dios en Jerusalén. En efecto, en aquel tiempo (s. VIII a. C.), en Jerusalén
dominan las injusticias sociales y las falsas seguridades religiosas. Las primeras aumentan las diferencias entre
pobres y ricos mientras que las segundas son el fruto de un falseamiento de la fe en el Dios de Israel que sirve a
unos pocos para justificar su mal comportamiento. En este contexto, en la cual los pocos ricos se hacen cada vez
más ricos y los pobres, la gran mayoría, se hacen cada vez más pobres, el profeta eleva su voz que proclama el
juicio de Dios. Aquellos que privan a los demás de sus bienes legítimos reduciéndolos a esclavos,
excluyéndolos con ello de la participación en la promesa de la tierra dada por Dios, ellos mismos serán a su vez
esclavos de su pecado y no verán la tierra. Miqueas expresa el castigo divino con la metáfora del yugo: como el
yugo impide a los hombres esclavos o prisioneros y a los animales de alzar la cabeza, así será la justicia que
viene de Dios que no permitirá que el malvado camine con la cabeza erguida. Nuestro mundo, nuestra Iglesia
vive también hoy esta triste realidad que denuncia Miqueas. No faltan la corrupción, las injusticias, las
desigualdades…tantas pobrezas materiales y espirituales que no son frutos de un mal desconocido, sino del que
somos y nos hacemos esclavos. Pero Dios no nos abandona, sigue llamándonos a descubrir ese mal que nos
atenaza el corazón, a despertar y a levantarnos de nuestras comodidades, devolviéndonos la fe y la esperanza en
y por Jesucristo, quien nos ha revelado lo que significa verdaderamente ser hombre y el infinito Amor del Padre
para con sus hijos, Padre que nunca nos abandona. Por ello hermanos preguntémonos ¿Qué necesitamos para
despertar?; conocemos de sobra la realidad que nos rodea, la situación de pandemia que vivimos que nos lleva a
enfrentarnos con nuestra propia fragilidad, con nuestra necesidad de vincularnos a cada instante de nuestra
existencia con el Dios de la vida. Necesitamos reconocernos siempre, aunque suene redundante, necesitados de
Dios

Es lo que está a la base del Evangelio de hoy nos sitúa en el contexto de las dos reacciones posibles ante el
actuar de Jesús: (1) Por una parte, frente a la transgresión del sábado por parte de Jesús al curar la mano
atrofiada de un hombre, los fariseos deciden matarlo, y por otra (2) vemos la reacción de la gente que reconoce
su necesidad de ser “curada” y sigue a Jesús. De esta forma, Mateo ve en estas 2 reacciones diferentes frente al
actuar de Jesús, la realización de la profecía del Siervo de Yahvé, anunciado por Isaías. En efecto, Mateo ve en
Jesús la figura del siervo de Yahvé, del Elegido y enviado por Dios, quien, colmado de su Espíritu, cumplirá la
misión de dar a conocer a todos los pueblos cual es la auténtica relación entre Dios y los seres humanos: una
relación de puro Amor y libertad. El estilo del siervo, humilde y discreto, atento a valorizar cada posibilidad de
vida, es aplicado al modo de actuar de Jesús. Jesús “curando a todos” y “haciéndolo todo bien” rompe con las
falsas seguridades de las autoridades religiosas de su época. En efecto, Él nos revela que la realización de todo
ser humano depende de la relación del hombre con Dios, más no de las propias fuerzas humanas. La salvación,
que Dios quiere para todos y cada uno, es don. Es lo que habían olvidado los fariseos demasiado encerrados en
sus propios esquemas, esquemas que les servían para hacer un dios a su medida y atender a sus propios
intereses. Jesús, modelo de total obediencia y entrega al Padre, rompe con estos esquemas y por ello su figura
causa rechazo por parte de los poderosos, es decir, de los que no se reconocen como necesitados de la Gracia de
Dios porque creen que la pueden salvarse con sus propias fuerzas. Pero igualmente causa el seguimiento de
aquellos que ven en Él la fuente de la sanación des sus vidas, de aquellos que se reconocen como necesitados de
Dios. Y esta salvación que es Gracia, don, es la que produce una nueva manera de ser en el mundo, el ser
hermanos, hijos en el Hijo, capacitados por el bautismo a “curar” como lo hizo Jesús y a “hacer el bien” como
lo hizo Jesús a nuestro alrededor, y en y desde nuestro contexto. Así que hermanos, estamos llamados a
reaccionar todos los días y en cada instante de nuestra de vida al encuentro de Jesús, estamos llamados a optar:
o nos quedamos encerrados en nosotros mismos y en nuestras falsas seguridades, conviviendo con las inmensas
injusticias que azotan nuestro mundo o creyendo que nosotros somos los salvadores, o salimos de nosotros
mismos y enfrentamos la realidad desde la fe, la esperanza y la caridad que nacen del verdadero seguimiento de
Jesús, entendiendo que el es la Salvación, no solo para nosotros, sino para todos. Gloria al Padre…

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