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RESUMEN
Este escrito presenta algunas reflexiones en torno al concepto de lo
púbico en educación y problematiza –a partir de los análisis de Arendt y
Rancière− la orientación hacia la igualdad de la escuela moderna, que
vehiculiza la esfera de lo público como espacio social/privado y no como
esfera política/colectiva. Lo anterior redunda en que la educación ha
mantenido a los sujetos sometidos individualmente a la lucha por alcanzar
ciertos estándares hegemónicos, en vez de formarlos para la construcción
de proyectos colectivos y libertarios de sociedad.
Descriptores: educación pública– educación privada– igualdad– política–
emancipación
∗
Profesora de Filosofía, Licenciada en Educación, Magister en Filosofía, mención Epistemología, Doctora en
Pedagogía por la Universidad de Barcelona. Académica Dpto. Estudios Pedagógicos. Facultad de Filosofía y
Humanidades. Universidad de Chile. E-mail: magaete@uchile.cl
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Paralaje Nº 7 (2011) / Dossier Marcela Gaete
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INTRODUCCIÓN
La aspiración de una educación pública no es nueva, lo que sí parece novedoso es que
desde diferentes esferas ideológicas y valóricas se apele a un discurso por el fortalecimiento
de la misma y de paso por mejorar su calidad. Pero, ¿cómo están entendiendo los diversos
sectores del país la educación pública y su consecuente calidad? ¿Qué hace pública a la
educación pública: el acceso, la igualdad, la equidad, la calidad? ¿Basta con otorgar una
educación igual para todos para afirmar que se educa en el ámbito de lo público? Estas y
otras interrogantes son materia de reflexión en este escrito, en un intento por situar la
discusión desde los conceptos y develar lo que está juego en el debate.
El análisis lo llevo a cabo en tres momentos a través de un contrapunto conceptual
entre los términos “educación pública”, “igualdad” y “emancipación”. En un primer
momento, siguiendo los planteamientos de Arendt, relaciono dicha triada con los conceptos
de lo público, lo privado, lo social y lo íntimo. En un segundo momento, indago en el
término propiedad en relación a lo privado, estableciendo la necesidad de una educación
propia, arraigada en la historia, la cultura y el territorio. Finalmente, y a modo de corolario,
examino dos posibles conclusiones a partir de la lectura de Rancière, una que señala la
imposibilidad que la escuela se constituya en un espacio público/político, y otra que
argumenta precisamente lo contrario, señalando la posibilidad de resituar la escuela desde
una educación para la libertad, centrada en el reconocimiento del otro.
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no se opone ni lucha contra la vida pública, sino que simplemente pertenece a otra esfera
que los jefes de hogar deben superar en pos de la esfera política. En este sentido, un jefe de
familia que sólo se encarga de gobernar el hogar vive instalado en la esfera de lo privado y
no en la polis.
La concepción anterior cambia en la medida que el concepto de lo privado va
sufriendo profundas mutaciones a lo largo de la historia, hasta llegar a confundirse con lo
público, al punto de entender el gobierno de la polis como la administración a mayor escala
de lo que sería una gran familia (país), donde la principal función del gobierno sería la
protección de sus miembros para asegurarles una mejor calidad de vida y responder a los
problemas de la gente. Objetivos que los gobiernos velan por cumplir, en muchos
momentos incluso, con el uso de la fuerza y la violencia. Concepción que obedece, bajo la
perspectiva de Arendt, a una representación pre-política del gobierno.
Cabe analizar entonces, cómo va ocurriendo esta superposición de los conceptos en el
intento de resituar la discusión educativa desde el ámbito de lo público. Para ello, es
imprescindible revelar que para los griegos la esfera de la polis era la de la libertad,
mientras que la esfera privada era la de las necesidades vitales, de tal modo que “bajo
ninguna circunstancia podía ser la política sólo un medio destinado a proteger a la
sociedad”4 y por tanto, puede inferirse que las políticas educativas no podrían estar
destinadas solamente a la gestión y administración de los recursos, la cobertura y el
aseguramiento de la calidad de la enseñanza, entendida como la adquisición de los mismos
aprendizajes (contenidos, habilidades y competencias) a todos por igual, sino que el
objetivo de la educación de los niños y jóvenes sería la formación de ciudadanos para la
vida pública, que es esencialmente una tarea política. Decir esto en el Chile actual, aparece
como un acto revolucionario, en la medida que diversos sectores cuestionan la intrínseca
relación entre educación y política, abogando por despolitizar la educación en favor de
medidas consignadas por expertos del ámbito de la economía, la teoría pedagógica o la
gestión educativa, las que se caracterizan por su tecnicidad y neutralidad, conceptos que en
la actualidad son símbolos de lo correcto y verdadero. Pero, ¿en qué momento la educación
pasa a ser materia de expertos y se despoja del ámbito de lo público/político,
considerándola como intervención técnica en la producción de rendimientos, que permite a
los individuos una mejor adaptación al mercado laboral? ¿Alguna vez la escuela, en tanto
institución de reproducción de la cultura, estuvo centrada en lo público/lo político/la
libertad?
Intentaré responder estas preguntas incorporando al análisis dos conceptos
fundamentales −lo social y la igualdad− que se instalan como íconos de la modernidad en
materia de política educativa. El nuevo ámbito de lo social se origina por el traslado de las
actividades económicas domésticas a la esfera pública, convirtiendo lo que era del ámbito
privado al interés colectivo y social. Poco a poco, el ámbito público deviene en la esfera de
4
Ibíd., p.43.
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Ibíd., p.46.
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Ibíd., p.45.
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trabajadores, mujeres) ante la consigna de libertad, fraternidad e igualdad. Así, este nuevo
ámbito de lo social tiene profundas y agobiantes exigencias igualadoras, teniendo amplio
sentido el resguardo de lo íntimo, en tanto diferenciador.
Paradójicamente en la antigüedad, sólo en la polis −donde los hombres eran pares e
iguales− se tenía el derecho a la diferencia y a la distinción por la realización de acciones
únicas, que permitían demostrar que se era el mejor. En cambio, en la esfera social moderna
los hombres como hermanos (fraternidad), no deben distinguirse los unos de los otros, sino
ser iguales en sus conductas, dando origen a la sociedad de masas7.Tales exigencias de
igualdad traen nefastas consecuencias normalizadoras, al punto de castigar la desigualdad y
no permitir su expresión. Esto, porque se constituye no en una igualdad entre pares (como
en Grecia), sino en una réplica de la igualdad de los gobernados domésticos ante un
despótico jefe de hogar.
“…la sociedad se iguala bajo todas las circunstancias, y la victoria de la igualdad
en el Mundo Moderno es sólo el reconocimiento legal y político del hecho de
que esa sociedad ha conquistado la esfera pública, y que distinción y diferencia
han pasado a ser asuntos privados [íntimos] del individuo”8.
Lo anterior no quiere decir que adscriba a una sociedad en la que sólo algunos gocen
de esta igualdad diferenciadora, todo lo contrario. Lo que pretendo es revelar que la
trasmutación de lo privado en lo social no implicó, como podría pensarse en primera
instancia, la valoración de cada sujeto en cuanto tal, sino la creencia en su exterminio. Esto,
porque si en la antigüedad se despreciaba a quienes no accedían a la polis, como seres casi
infrahumanos, en la modernidad se desprecia a quienes están fuera de la norma, pues se
cree en la unicidad de la especie humana. Ficción, en nombre de la cual se cometen grandes
genocidios, como el de los pueblos originarios de Latinoamérica o del pueblo judío, entre
otros.
En este escenario la educación se transforma en el gran dispositivo igualador,
institucionalizándose la escuela, ya sea como distributiva del saber o como formadora de la
conducta, que permite a los individuos insertarse en la sociedad como trabajador y aspirar a
una mejor vida material a través del ascenso social. Así entendida la escuela −en tanto
institución doméstica− educa para que los sujetos puedan desempeñarse en actividades de
la mera sobrevivencia, vehiculizando las necesidades vitales del sujeto, de la esfera privada
al ámbito de lo público/social. La escuela entonces, no se erige como institución formadora
de ciudadanos para la libertad sino para la obtención de un mejor sustento. Esto se traduce
verbi gracia, en que la finalidad de la educación secundaria sea el ingreso a la universidad,
y ésta, un medio para obtener en el futuro mayor bienestar económico. Se naturaliza así, un
discurso que asienta que la finalidad de la educación es el ascenso social y que la calidad de
7
La diferencia entre los conceptos de conducta y acción se basa en que el primer concepto refiere a una
actuación regulada, mientras que el segundo supone un acto libre.
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ARENDT, op. cit., p. 52.
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la misma pasa por entregar las oportunidades a todos los individuos para que logren tal
objetivo. Pero, ¿Tendrá que ser ésta la única finalidad de la educación? ¿Puede la educación
tener otros objetivos? ¿Qué se esconde tras el velo de la tan ansiada igualdad?
Para responder las preguntas anteriores es importante recordar que la escuela moderna
se origina como concreción de los ideales de la ilustración, asumiendo por misión entregar
el conocimiento normalizador e igualador –en tanto iluminador y civilizatorio− a quienes
serían por esencia desiguales, quienes al adquirir ciertos saberes legitimados alcanzarían la
buscada libertad.
“La prédica liberal ha insistido con que la escuela debería funcionar como
reguladora de las desigualdades sociales, garantizando mecanismos o estrategias
que converjan hacia la igualdad de oportunidades. Los ideales fundacionales de
la Ilustración, que con diversos matices llegan hasta nuestro presente, colocaban
a la adquisición de conocimientos como la llave maestra para la consecución de
la libertad del hombre”9.
La escuela así entendida, reproduce la jerarquía entre el padre y los hijos y/o los
esclavos, que en la antigüedad eran considerados como desiguales, pero ahora en el ámbito
de lo público/social. El maestro tiene un conocimiento que el alumno no tiene, y que por
tanto lo pone en una jerarquía superior. La única manera de igualarse a quien ejerce el
dominio es poseyendo lo mismo que él posee, es decir, el conocimiento. Pero no cualquier
conocimiento, sino aquél legitimado y validado por el poder. Educar se vuelve sinónimo de
entregar a todos “un saber”, que los eleva de una categoría infrahumana al plano de lo
humano. Ya antes, la Iglesia con esta misma lógica había iniciado la evangelización por
medio de la fuerza, intentando así educar en la fe cristiana. En la modernidad, ese papel
civilizatorio lo asume la escuela, pero sin la connotación guerrera de otrora. De manera tal
que la violencia física se torna en violencia simbólica.
Rancière, en el texto el Maestro Ignorante, cuestiona precisamente el principio de
igualdad como base de la instauración de la escuela moderna. Principio, absolutamente
naturalizado en nuestra sociedad y escuelas de pedagogía, que bajo las más nobles
intenciones intentan encontrar fórmulas para enseñar a los niños los contenidos estipulados
en el currículo oficial. Bajo esta perspectiva, la lucha por una educación pública se orienta a
pedir igualdad de oportunidades, recursos, calidad, entre otros. Pero, paradójicamente entre
más se lucha y se consiguen tales reivindicaciones, más se consolida la desigualdad y
menos pública −política− es la educación. Esto, porque la igualdad está centrada en algo
externo al sujeto: conocimientos, recursos, derechos, que tendrían sólo algunos y que se
pide para todos. En otras palabras, la igualdad se ha depositado en un elemento externo, y
no como una característica atribuible a los seres humanos sólo por ser tales: ser iguales en
la diferencia. Lo que nos iguala, desde una perspectiva política, es el reconocimiento de la
9
CERLETTI, A., “La política del maestro ignorante: La lección de Rancière”, en Educación y Sociedad,
Campinas, vol. 24, n°82, abril 2003, p. 300.
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diferencia y no el intento porque todos podamos alcanzar ciertos mínimos comunes. En este
sentido, todo acto igualador se legitima en un estándar, generalmente de quienes tienen el
poder y legitiman el saber. Pero, ¿quién iguala, con qué criterios, para qué?
En el caso particular de nuestro país, sería ingenuo pensar que una educación que logre
que todos los estudiantes obtengan el mismo rendimiento aceptable en las pruebas
estandarizadas realmente iguale. Esto porque existe una contradicción entre el discurso
público-social que avala este anhelo moderno de una igualdad externalizada, con la acción
que desiguala, en tanto actúa menospreciando –como en el mundo antiguo− al individuo
que vive en función de la mera subsistencia. Día a día en Chile, se sigue reproduciendo
dicha diferencia: son más iguales quienes comparten ciertos privilegios de clase y cuna,
pues se reconocen entre sí, que entre quienes han obtenido el mismo puntaje en las pruebas
estandarizadas y son considerados como pertenecientes a esferas distintas. No obstante – y
como detallaré más adelante− a diferencia del mundo griego, quienes han superado el nivel
de mera subsistencia han optado por la esfera social/privada y no por la esfera
pública/política, que les impide ser y pensar realmente como par-igual. De este modo, todos
quedamos atrapados en una jerarquización social, donde se fija una línea de demarcación
simbólica que nunca se supera porque es ficticia. Así por ejemplo, la promesa de igualdad
se centró primero en el acceso a secundaria, luego a la universidad, pero aún logrando tales
metas seguimos instalados en la desigualdad, que hoy nos lleva a creer falsamente que el
problema es de la calidad como estandarización. Mientras la educación continúe orientada a
preparar individuos con el objeto de superar las barreras siempre cambiantes de la igualdad,
lo único que lograremos es mantener la desigualdad, estigma de una sociedad que no
orienta sus intereses por la esfera pública/política y que por tanto, no educa para la libertad.
Así, la escuela moderna como espacio igualador de saberes validados y hegemónicos,
no es pública en el sentido político/emancipador sino social, pues se origina con los
objetivos de la esfera privada. Dicha escuela mantiene y reproduce la desigualdad, en tanto
se instala para que las inteligencias inferiores alcancen los saberes producidos por las
inteligencias que se consideran superiores. De este modo, la escuela que hoy llamamos
pública, paradójicamente concebida desde propósitos privados, no puede alcanzar los
objetivos que ella misma declara. De allí, que entre más políticas educativas que intenten
igualar y estandarizar, más se quebranta la calidad de la educación que se pretende
alcanzar.
Con lo anterior no pretendo afirmar que no sea necesario que todos los sujetos accedan
a la educación, sino que esto es sólo un piso social que no garantiza la instalación de la
educación como espacio público/político, y por tanto, lo que cuestiono es el tipo de
educación a la que se debe acceder.
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ARENDT, op. cit., p. 72.
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Ibíd., p. 74.
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sociedad− en tanto el acento está puesto en la capacidad del hombre como fuerza
productiva de generar riqueza individualmente.
En este tipo de sociedad, la escuela también es objeto de negocio, permitiéndose a los
individuos generar riqueza a partir de su propio emprendimiento. La educación vista así,
toma una connotación absolutamente distinta de la que tiene para los pueblos originarios,
donde la tierra y la educación los transforma en habitantes de un mundo al que pertenecen y
del que son propietarios. Muy por el contrario, dentro de una concepción de educación
desde el paradigma del emprendimiento individual se inscriben medidas tales como: la
competitividad entre las escuelas a través del ranking, la creación de liceos de excelencia,
las pruebas de admisión, entre muchas otras. Todas ellas, destinadas a que cada institución
produzca resultados individualmente, sin comprender a la educación como parte de un
proyecto colectivo de sociedad, que arraigue y no simplemente intente igualar a los sujetos.
La abolición de la propiedad privada, entendida en su sentido originario, también
revierte un peligro, puesto que usurpa al individuo del “mundano lugar de uno mismo”12
exponiéndolo a la vida social. A partir del descubrimiento de lo privado como intimidad es
posible comprender la necesidad de lo privado, no sólo como lo íntimo subjetivo, sino
como experiencia concreta en la constitución de la subjetividad, que permite el
reconocimiento en un mí: mi casa, mi familia, mis cosas, mi lugar, que constituyen en
definitiva la humana necesidad de pertenencia mundana. Al respecto, un acto de tortura
máxima es obligar a otro a despojarse de lo suyo: su ropa, su familia, su país, su lugar. Se
trata entonces separar propiedad y riqueza (lucro), restaurando la posibilidad que la esfera
pública/política vuelva a ser una de las orientaciones en la construcción de sociedad,
separada de la esfera privada y no confundida con la misma13.
Esta separación entre propiedad y riqueza, es recogida de mejor manera por el
concepto de educación particular sin fines de lucro14, donde el acento no está puesto en el
negocio para la acumulación de riqueza, sino en un proyecto educativo propio. Dicho
proyecto particular, permite que colectividades que tienen intereses y proyectos particulares
eduquen a sus hijos en lo que creen y donde pertenecen, por ejemplo proyectos religiosos,
interculturales, etc., que pueden estar orientados hacia lo público/político e incluso ser
gratuitos. De igual modo, la educación entregada por el estado no necesariamente está
orientada por la esfera pública/política, sino que puede estar guiada por la esfera social,
hacia proyectos privados, individuales, tecnocráticos y competitivos de educación. Lo
relevante y necesario es que las sociedades resitúen la educación pública, repensando el rol
12
ARENDT, op. cit., p.75.
13
Lo que impide confusiones como el concepto de colegios con propietario privado pero con subvención
fiscal y proyecto curricular público.
14
El concepto de educación privada y la defensa del lucro de sus propietarios −por considerárseles dignos
emprendedores− ha ido reemplazando poco a poco el concepto de educación particular, aunque los colegios
mantengan aún la nomenclatura de colegios particulares. No obstante, en la discusión se los concibe como
privados haciendo alusión a los sostenedores de las escuelas y no a los proyectos educativos, que en muchos
casos no tienen nada de particulares.
13
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GIACAGLIA, Mirta, “Hegemonía, concepto clave para pensar la política”, en Tópico Revista de Filosofía,
Santa Fe, Argentina, n°010, 2002. p. 153
16
Ibíd.
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ambas tesis a partir de la lectura del texto El Maestro Ignorante de Ranciére, escudriñando
algunas vías de análisis que implican diversas posibilidades de interpretación.
Rancière, en su obra filosófica-literaria cuenta las aventuras pedagógicas de Jacotot,
maestro de habla francesa, que se ve obligado por las circunstancias a enseñar en una
escuela de habla holandesa, sin él mismo hablar el idioma. Para ello, hace a los estudiantes
leer una obra que se encontraba en ambos idiomas, solicitando que la leyeran en francés y
se ayudaran de la traducción. Luego pide −sin muchas esperanzas− que escriban en francés
lo que pensaban de la obra leída; sorprendentemente los escritos eran bastante aceptables,
haciéndole cuestionar la necesidad y los peligros de una educación que tratara de enseñar a
los niños, los conocimientos de los maestros a través de diversos métodos explicativos.
“Hasta ese momento, había creído lo que creían todos los profesores
concienzudos: que gran tarea del maestro es transmitir sus conocimientos a sus
discípulos para elevarlos gradualmente hacia su propia ciencia. Sabía como ellos
que no se trataba de atiborrar a los alumnos de conocimientos, ni de hacérselos
repetir como loros, pero sabía también que es necesario evitar esos caminos del
azar donde se pierden los espíritus todavía incapaces de distinguir lo esencial de
los accesorio y el principio de la consecuencia. En definitiva, sabía que el acto
esencial del maestro era explicar, poner en evidencia los elementos simples de
los conocimientos y hacer concordar su simplicidad de principio con la
simplicidad de hecho que caracteriza a los espíritus jóvenes e ignorantes”17.
17
RANCIÈRE, Jacques, El maestro Ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Traducción
Núria Estrach, Barcelona, Laertes, 2003, p. 11.
18
Ibíd., p. 17.
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contra de todas las acciones de formación docente y políticas educativas que pretenden que
el profesor esté muy bien preparado en la disciplina que va a enseñar y en las técnicas
pedagógicas, pareciera que es imposible una escuela emancipadora, pues está concebida
para embrutecer y desigualar.
En este punto me voy a detener a analizar qué significa para Rancière emancipar, y las
posibles diferencias y semejanzas con el concepto de escuela emancipadora a la que
adscribo. Para Rancière el concepto de emancipación es sólo posible cuando se separan los
términos de inteligencia y voluntad del profesor y los estudiantes: “En el acto de enseñar y
aprender hay dos voluntades y dos inteligencias, se llamara atontamiento a su
coincidencia”19. Así, cuando la enseñanza y el aprendizaje dependen que la voluntad y la
inteligencia del alumno se subordinen a la del maestro, entonces hay embrutecimiento,
mientras que cuando la inteligencia del niño toma su propio rumbo, aunque su voluntad de
aprender se circunscriba a la voluntad de enseñar del maestro, entonces habría
emancipación. “Se llamará emancipación a la diferencia conocida y mantenida de las dos
relaciones, al acto de una inteligencia que sólo obedece a sí misma, aunque la voluntad
obedezca a otra voluntad”.20
Tal definición merece algunas consideraciones: primero, el concepto de emancipación
refiere a un acto individual, que se realiza cada vez que el niño puede indagar en sus
propios intereses de conocimiento. Así entendido es un acto personal y privado, por tanto,
el espacio público-común no se pone en juego. Segundo, la emancipación sólo aparece en
relación al texto del saber escolar que ha sido dispuesto para ser aprendido, y según mi
interpretación, no a la producción del saber de las disciplinas, las que también se ven
sometidas al juego saber-poder.
Por otra parte, Rancière salva al maestro, en cuanto voluntad que desea que otro
aprenda, pero podría señalarse que no explicita el peligro que reviste la sujeción de una
voluntad a otra. Dominación que no necesariamente se realiza en base al conocimiento,
sino a conductas. Así, podríamos copar las escuelas de maestros ignorantes, con pocos
conocimientos, sin que por ello signifique que no tengan actitudes dominadoras y de
disciplinamiento de la conducta. Si bien Rancière señala que sólo un maestro emancipado
puede emancipar a otro, lo que evitaría lo que señalo más arriba, es cierto que dicha
emancipación es de inteligencia y no de voluntad, donde, a mi juicio, también recae el
peligro, pues es posible construir círculos de dominación que no están centrados en el saber
disciplinar, como por ejemplo en el caso del maltrato. Visto así, la escuela tiene
prácticamente nulas posibilidades de transformarse en un espacio de emancipación, porque
está sujeta al saber y conducta de los maestros, y al currículo escolar: “nunca ningún
partido ni ningún Gobierno, ningún ejército, ninguna escuela ni ninguna institución,
19
Ibíd., p. 23.
20
Ibíd., p. 23.
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emancipará a persona alguna”21. Por tanto, la vía de una educación emancipadora sólo
podría plantearse en la educación no formal, esto porque:
“la Instrucción Pública es el brazo secular del progreso, el medio de igualar
progresivamente la desigualdad, es decir, de desigualar indefinidamente la
igualdad. Todo se juega siempre sobre un único principio, la desigualdad de las
inteligencias. Admitido este principio, en buena lógica, sólo se puede deducir
una consecuencia: el gobierno de la multitud estúpida por la casta inteligente”22
21
Ibíd., p. 132.
22
Ibíd., p. 169.
23
Me refiero al paradigma interpretativo cuyo propósito es formar a los sujetos para que interpreten y
pronuncien el mundo, a la vez que puedan transformarlo. Por tanto, no está centrado en un saber hegemónico
a transmitir sino en el sujeto, su historia, su cultura y proyectos colectivos de sociedad.
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legítimo otro, y no por mayor igualdad y d) realizar cambios estructurales del sistema
educativo actual de nuestro país, el que tendría que fundamentarse en intereses colectivos y
no en intereses privados/lucrativos.
Obviamente, que en un país como el nuestro cuyo origen es la colonización −que aún
perdura simbólicamente− resulta difícil pensar desde sí y no desde el estándar
internacional, haciendo que nuestras utopías giren en torno al deseo que todos, o por lo
menos la mayoría, logren ciertos indicadores que parecen garantía de igualdad.
Lamentablemente con ello, sólo estamos promoviendo una educación atontadora que nos
vuelve cada vez más ignorantes, en vez de luchar por nuestra emancipación, no sólo
individual, sino también colectiva. En este sentido, el concepto de emancipación al que
hago referencia, está intrínsecamente relacionado con el de conciencia crítica, acuñado por
Paulo Freire, que refiere a superar la conciencia ingenua que no reflexiona con profundidad
la realidad, y se encuentra colonizada por discursos naturalizados, dogmáticos,
asistencialistas, unívocos y simplistas. Superar este tipo de discursos y prácticas implica
mayores grados de profundización y comprensión crítica de la realidad, de tal manera que
los sujetos a partir de tal comprensión, actúen sobre las circunstancias socio-históricas en
las que están insertos para transformarla. De este modo, no hay emancipación sólo desde la
palabra vacía, sino que aquélla supone una práctica de libertad y de autonomía en diálogo
intersubjetivo con otros. Siguiendo a Arendt, discurso y acción son mutuamente
interdependientes, en el proceso de concientización y empoderamiento, que posibilita la
emancipación de prácticas y discursos que subyugan y colonizan.
Desde una perspectiva contraria a la que vengo exponiendo, podría pensarse
apresuradamente que los subyugados son sólo aquéllos que experimentan condiciones
sociales desfavorables, y que se encuentran oprimidos por las clases dominantes, pero como
hice referencia anteriormente en relación a la propiedad, aquéllos sujetos que no optan por
los intereses colectivos y eligen el interés individual de acumulación de riqueza, se
encuentran también esclavizados (oprimidos) a la subsistencia. En este mismo sentido,
Fiori en la introducción al libro Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire, señala que:
“Los caminos de la liberación son los del mismo oprimido que se libera: él no es
cosa que se rescata sino sujeto que se debe autoconfigurar responsablemente
(…) La pedagogía del oprimido es, pues liberadora de ambos, del oprimido y del
opresor”27.
27
FIORI, Herán, “Aprender a decir su palabra”, en Pedagogía del oprimido, Freire, 4° edición, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1972. p.6.
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BIBLIOGRAFÍA
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GIACAGLIA, op., cit.
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