Está en la página 1de 2

Pigmentocracia

Al colono, su Dios le permitió todo.

Se equivoca, usted señor. Yo soy más que un asesino. ¿Cómo dice? No, señor. Yo no soy como Caín. La
envidia me fue ajena. Mi espíritu, se liberó. Antes que mi cuerpo cayera. Sí, y los espíritus libres luchan. Y
en la lucha muren. Nosotros nos despertamos cada mañana. Trabajamos las tierras ajenas. No tenemos
sueño permitido. Nuestras vidas no son nuestras. Son de ellos. De sus protegidos. De su injusticia. Sí, lo
señalo a usted. Usted llegó junto con la espada. Atravesaron nuestros cuerpos. Destrozaron nuestras almas.
Destruyeron nuestros templos.
Su juicio, no tiene validez en la tierra, señor. ¿Cómo, no lo sabía? Ha vivido usted muy engañado. Quizás
ellos lo han alimentado mucho con sus rezos. Lo han vuelto un holgazán. ¿Sabe usted como se corrige a
uno de los míos por ser holgazán? Se le corrige a latigazos. ¿Su hijo? Ah, sí, dicen que recibió muchos.
Pero nosotros señor, hemos recibido toda clase de vejámenes. Por siglos. ¿Y usted que hizo? Nada. ¿Cómo
que no puede hacer nada? No le aburre verlo todo desde la cornisa. Que soporífera es su existencia. ¿Qué
me disculpe? No. Aquí el que debe perdón es usted. Y ellos también. Ellos merecen castigo.
Aquella tarde, estuve cosechando las tierras del patrón. ¿Sabe usted que es tener alimento en las manos,
estar hambriento y no poder probarlo? No, no lo sabe. Nosotros lo sabemos. Lo vivimos. Lo sufrimos.
Regrese a mi hogar, cuando el sol se había puesto. Lo vi salir de ella. Corriendo. Como un cobarde. Él era
uno de sus protegidos, señor. ¿Cómo dice? Entiendo. No señor, usted solo tiene ojos para ellos. Ellos dicen
que usted vive en sus cuerpos. ¿Metafóricamente? Como sea señor, usted los exime de todo pecado. ¿Y a
nosotros? A nosotros, no se nos permite tener un dios. No se nos permite vivir como seres humanos. Nos
han hecho renunciar a todo. Y hemos heredado la nada.
Cuando llegue, ya era demasiado tarde. Yacía en el suelo. Ensangrentada. Profanada. ¿Escuchó sus
suplicas? Ya veo, nuevamente el dogma del espectador omnisciente. ¿Sabe usted que hubiese hecho yo en
su lugar? Usar su omnipotencia, para detenerlo. ¿Cómo que no puede? No es usted acaso el absoluto. Infame
es su poder. Y triste nuestra penitencia. Nuestra sangre señor, tiñe la tierra como la tiñe la de ellos. ¿Cuál
es nuestro delito? Ser diferentes por fuera. Y no venerarlo a usted. Ellos se apoderaron de lo nuestro.
Construyeron su gobierno. Y a nosotros nos recluyeron en la zona del no-ser. ¿Usted sufre por nosotros?
No, nos basta su sufrimiento. Queremos libertad. Exigimos autodeterminación.
Yo le prometí que yo obraría justicia. ¿Qué?, ¿Cómo lo hice? Esperé tenerlo cerca. Indefenso. Le encesté
un golpe. Gritó como un puerco. Pidió clemencia. Y no la obtuvo. Su llanto, era como el de ella. Su dolor,
era como el de ella. Su corazón, era como el de ella. Sólo sus ropas. Su fe. Y sus dermis. Eran distintas.
¿Usted lo escucho? Ah. Verdad que usted, todo lo escucha y nada puede hacer. Yo fui usted, señor. Yo
tome su lugar. Y le apliqué el castigo que se merecía. No intente huir. Acepté haber muerto antes que él.
Me entregué a su voluntad, señor. Y ellos sentenciaron a mi cuerpo, con la ley de Talión.
¿Y que hizo usted? Mandarme a uno de sus emisarios. ¿Escuchó lo que me dijo? Entiendo. Usted habló a
través de él. Bueno al menos algo puede hacer. Quien lo pensaría. Tener todo el poder del universo y solo
poder hablar a través de emisarios. Me pidió que me arrepienta. No lo hice. Le pedí que me deje solo. E
insistió en leerme un libro. Según él, sagrado. Cuando terminó tuve ganas de acabar con su vida. Pero logre
aplacar mi concupiscencia. ¿Cómo que mi alma esta sentenciada? No lo ve señor, su poder solo sirve para
ser adorado. No me podrá atar. Y sí debo volver a hacerlo. No dudaré en tomar las armas nuevamente.
Algunos de los míos han cambiado. Los miran como superiores. Se maquillan para ser como ellos. Viajan
a sus ciudades. Y se casan con ellos. Cuando regresan, señor, nos miran con desprecio. ¿Sabe usted cuál es
su fin? Intentar ser como ellos. ¿Cómo dice? No, señor, usted no es el fin. Usted es solo el instrumento.
Parte de los míos, se han mimetizado con sus mecanismos. Ya no son más mis hermanos. Ahora son un
remedo de ellos. Es como matar a la madre abnegada. Y no llorarle. ¿Qué lo estoy culpando? Sí, señor.
Usted es el juez y yo su ley.
Aquella mañana, señor. El cielo estuvo nublado. Seguro usted no quería ver mi ejecución. Sabía que no era
un acto justicia. Ah, sí, para usted si fue justo mi castigo. A él lo exculparon de todo delito. Y yo por ser
quien soy, fui arrojado a las fieras. Usted señor, ahora pretende volverme a sentenciarme. Un absoluto que
no obra. Pero que condena a las almas a vivir de su clemencia. No señor. No me preocupa, si todo esto es
real. O sí es falso. Me preocupa, que ellos se sigan amparando en usted. Y mis hermanos. Perecerán. Lo
nuestro, será borrado de la humanidad. Ellos reinaran. Usted seguirá recibiendo migajas. Y ella y yo
habremos muerto en vano.
La plaza estaba llena. Todos ellos me señalaban con la mirada. Yo estaba regocijado. Un juez leyó la
sentencia. Uno muy parecido a usted. ¿Cómo dice? Ah, verdad, ellos son su creación. Y nosotros su error.
¿Qué todos somos suyos? Ah, que todos somos sus hijos. No, señor. Mis padres murieron, como mueren
todos lo míos. Humillados. Y en batalla. ¿Y quién valida la decisión de sus protegidos? La pigmentocracia.
Esa que usted no denuncia. ¿Cómo dice? Ahora veo. Usted es el ciego que ha tumbado el florero. Y por el
hecho de ser un invalido todo le es permitido. Subí al estrado. Todos ellos me fueron escrutables. La sentí
áspera. Mi piel distinta, quedó marcada. Los míos asistieron forzados. Les sostuvieron el rostro, para que
degustaran mi suplicio. ¿Y usted que hizo? Nada. Usted, nuca hace nada.
¿Remordimiento? No señor. No lo tengo. Ni en esta vida. Ni en otra. ¿Qué me silencie? No, señor. No lo
haré. Usted no me podrá detener. ¿Qué ya tiene su veredicto? Es un veredicto falso. ¡Que todos sus hijos
me escuchen! ¡Todos sus ejércitos! ¡Todos sus jueces! ¡Todos sus gobernantes! ¡Todos sus emisarios!
¡Todos! ¡Todos mis hermanos! ¡Y también, los que ya no lo son! El castigo no es la muerte. El castigo es
estar vivo. Vivo en medio de la miseria.
No podrá jamás sentenciarme al averno.
Porqué yo vengo de vivir en él.
Y usted no se da cuenta.

También podría gustarte