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APOLOGÍA O DEFENSA ANTE EL JURADO

Jenofonte
Sócrates y el Suicidio asistido
Escrito por Fabián Andrés Ardila

La importancia de la apología o defensa de Sócrates escrita por Jenofonte parece estribar en


la visión que de Sócrates entrega: un hombre respetuoso hacia los dioses y la ley, justo,
consecuente, y, ante todo, con un modo particular de afrontar la muerte. Es en este punto,
quizá, donde se encuentra la diferencia más significante entre el Sócrates de Platón y el de
Jenofonte, en la actitud que adopta respecto a los momentos previos a la ingesta de la
cicuta, en la seguridad respecto a lo que será de su alma una vez el cuerpo fenezca. Sin
embargo, por esta vez quisiera alejarme del análisis académico tradicional respecto a la
vida de Sócrates, que parece estar siempre cargado de una solemnidad agotadora, y
enfocarme en un aspecto diferente, que, aunque matizado por el fluir de los relatos, deja
entrever un aspecto relevante a la hora de pensar en la muerte de Sócrates.

Jenofonte deja ver entre sus líneas a un Sócrates inalterable, sereno, que, aunque ignorante
y dudoso sobre aquello que le sobrevendrá tras la cicuta, acepta su destino más que con
dolor -como cabe esperar de alguien que espera la inminente muerte-, lleno de alivio y
regocijo. Casi pareciese que el mismo guiara de la mano a cada uno de los actores en su
juicio para asegurarse una forma digna de escapar del detrimento que viene de la mano del
tiempo, de la vejez. En cada uno de los actos de la obra de teatro que fue su juicio, parece
ser el mismo Sócrates quien actúa de guionista, llevando los ánimos y el discurso hacia un
terreno del cuál ya no podrá escapar sino a través de la muerte.

Jenofonte inicia su relato reconociendo en Sócrates (incluso antes de que su sentencia fuese
proferida) una disposición hacia la muerte, cuando, hablando acerca del enjuiciado dice:
“Ya en aquel momento consideraba para sí la muerte era más deseable que la
vida”[CITATION Jen71 \p 164 \l 9226 ]. En este punto se hace necesario aclar que, aunque
Sócrates admite abiertamente su inocencia, y la asume como prueba máxima en su defensa
-si el haber llevado una vida justa no es suficiente defensa a su favor, nada lo será-, otro
asunto se asoma desde lo profundo, un asunto netamente político. El acusado sabe de
antemano que dicho juicio lo llevará a la muerte, conocía a quienes le acusaban y por qué,
así como también sabía que ninguna de las acusaciones se sostendría después de un justo
análisis, sin embargo, intuía que la condena sería la muerte puesto que sabía que lo que
realmente lo condenaba era su propia forma de vivir. Se había transformado, por medio de
sus hábitos, en un personaje indeseable para la política de Atenas, y no sólo eso, había
mostrado a otros el camino, y estos le seguían gustosos. No pasaría mucho tiempo antes de
que todos los jóvenes terminaran contaminados por sus enseñanzas y el sistema político
empezara a ser cuestionado, y por eso debía ser, sino eliminado, exiliado de la polis.

Sócrates parece entender que no hay forma de escapar una vez que la corrupta maquinaria
política se ha puesto en marcha, pues, sabe que no ha sido el primer hombre condenado de
manera injusta y que no será el último. Sin embargo, parece encontrar en todo esto un cierto
alivio, un escape honroso de los dictámenes del tiempo y las inclemencias de la vejez. En
este punto en especial es donde se debe fijar la atención, pues, aunque no demuestre un
claro repudio hacia tal condición, se muestra preocupado de tener que someterse a la
misma. Sócrates sabe que el paso del tiempo es inevitable mientras se esté vivo, y aunque
aparentemente satisfecho con la vida que ha vivido y la que lleva, se muestra inquieto e
insatisfecho respecto al futuro. En palabras de Jenofonte, habla Sócrates de esta manera:
“Pero ahora, si todavía avanza más la edad, sé que será forzoso pagar los tributos de la
vejez, ver peor, oír menos y ser más incapaz de aprender y de las cosas que he aprendido
más olvidadizo”[CITATION Jen71 \p 164-165 \l 9226 ], a lo que termina por añadir que una
vida como esa no podría ser vivida con gusto.

Con estas dos situaciones de fondo: la corrupción política y el temor a la vejez, se hace un
poco más entendible la actitud de Sócrates ante su juicio. Si bien hubiese podido rogar por
su vida o intentar convencer a los jueces de un castigo más ligero, sabía que no podría
convencerlos de su inocencia ya que su veredicto ya había sido dictaminado, por lo tanto,
mediar por una pena más ligera no era otra cosa más que aceptarse culpable. Ahora bien,
Sócrates introduce de antemano otro elemento que indica la premeditación que le llevo a
morir, la cicuta. De entre todas las formas de morir, era ésta, la cicuta, la que más
solemnidad le permite al difunto conservar, pues no hace de su muerte un espectáculo
doloroso para los suyos, y permite al condenado morir como deslizándose en un sueño. Su
mortal intención se ve reflejada cuando, intentando convencerlo de salvar la vida por
cualquier medio, sus acompañantes se ven reprendidos por la siguiente exclamación del
condenado:

[…] no seré yo el que suspire por alcanzar eso, sino que si creo tener la suerte de haber
recibido, tanto de los dioses como de los hombres, y la opinión que tengo acerca de mí
mismo, elegiré mejor acabar mis días que servilmente, a costa de mendigar el seguir aún
viviendo, sacar, en vez de la muerte, una vida mucho más miserable que ella[CITATION
Jen71 \p 165 \l 9226 ]
En sus palabras se pueden encontrar referencia a dos cosas, una, que, si para vivir necesita
abandonar la filosofía y, por tanto, su forma de vivir, es preferible morir de manera
consecuente a sus pensamientos. Segundo, que la vejez, de todos los estados del hombre,
transforma al hombre en un mendigo, y le roba de si toda dignidad, haciendo de su vida un
acto miserable. Con todo esto en mente, es fácil comprender por qué, una vez presentadas
las acusaciones contra Sócrates por parte de Meleto, apoyado por Licón y Ánito (un
riquísimo industrial de la zona y promotor de la acusación), y demostrada hábilmente su
falta de coherencia o validez, el veredicto falló en su contra condenándolo a beber la cicuta,
tal y como Sócrates lo había planeado. Con todo esto, cabe mencionar que el Sócrates que
Jenofonte relata se aleja un poco de la figura cuasi divina propuesta por Platón, y le acerca
más a la mortalidad, con sus dudas y temores, tratando de un Sócrates al que “[…] le
importaba más que nada dejar claro que ni había sido con los dioses impío ni con los
hombres injusto o malhechor”[CITATION Jen71 \p 169 \l 9226 ]

Bibliografía
Jenofonte. (1971). Recuerdos de Sócrates. Navarra: Biblioteca General SALVAT.

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