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1 se ocupa la didáctica:
sus fundamentos
y métodos
«No siempre por culpa de los profesores; a menudo es su inteligencia, que ne-
cesita ver el hilo conductor, pero es demasiado perezosa para buscarlo y encontrarlo.
Pero para ayudarla, hace falta que comprendamos bien qué es lo que los detiene.»
INTRODUCCIÓN
El conocimiento es un proceso, una búsqueda; sus estímulos son dudas e interrogantes, cu-
riosidad alertada, imaginación en actividad; mantenerlo es parte muy importante en el hacer
educativo. Con qué y cómo se dan las salidas para remover la pereza y conducir a la perso-
na a mejor satisfacción, es lo que a la Didáctica le interesa, lo que a la comunicación edu-
cativa llena. La educación no es una actividad desde fuera, no es una yuxtaposición a lo
existente en el ser humano, sino un desarrollo íntimo de cuánto somos, vamos siendo en el
vivir inserto en el proceso evolutivo del cosmos. La racionalidad necesita ser educada para
integrarse plenamente en su cometido. Para educar son necesarias actividades didácticas que
el alumno no conoce pero las disfruta o padece. Estas páginas son para profesores o aspi-
rantes a serlo.
1. EL CONOCIMIENTO Y SU COMUNICACIÓN
La razón es nuestra entidad diferenciadora. La razón no constituye una sobreposición pasiva
al ser humano, está biológicamente en él y tiene una esencialidad activa; a su hacer lo lla-
mamos pensamiento —también: reflexión, entendimiento, ideación, meditación, invención,
descubrimiento, imaginación, etc.— actividad compleja y de campo semántico amplio y
trascendente. La razón es el complejo encefálico en su dinámica de compleja movilidad y
cambio, como corresponde al proceso evolutivo al que pertenece.
su sucesiva estructuración desde una potencialidad genética que va constituyendo a los seres
humanos. La corteza cerebral —córtex— es su parte más activa, singular de los homínidos
supervivientes y evolutivamente en proceso de conformación sucesiva; los elementos con-
fortantes los llamamos flujos de neurotransmisión que afectan también a los somas neuro-
nales. La variabilidad de estos flujos y los cambios que produce son el conocimiento.
El conocimiento es así, un proceso perteneciente a la evolución y, como tal, necesita
precedentes, nunca es completo y, consecuentemente, se muestra falible. Ambas cosas, in-
compleción y falibilidad hacen que la actividad educativa sea naturalmente necesaria. En
apretada secuencia con la genética, la educación es la respuesta para ir superando aquellas
limitaciones del conocimiento que, producido como está por la razón activa, es a ella a la
que sirve y a la que se dirige: se educa la razón pues es con su actividad con la que partici-
pa, está en el proceso evolutivo. Precedentes y continuidad, ésta como conocer, son sus
distintivos permanentes (González, 2007a). Conocimiento como efecto y acción entonces,
en la actividad educativa.
El proceso evolutivo comienza con el origen del mundo y la racionalidad necesitó quin-
ce mil millones de años para obtener la plenitud de su esencialidad y cometidos. Porque está
entrañada en la evolución, entender, ir entendiendo sucesivamente su pasado, es su propia
constitución y estructura en generación permanente, como el universo: desde su esencialidad
y cometidos desaliena al ser mismo de la naturaleza alienada en su ir siendo obediencia que
no interpreta. Por su entrañamiento en la evolución y tener acceso sucesivo a la desalienan-
te actividad que la caracteriza, se explica a sí misma, no sólo describe, explica cuanto el
mundo es. A esa explicación incompleta y falible, llamamos conocimiento: organización de
los significados de cuanto el mundo va siendo en su proceso. A esta cualidad de organizar
significados le llamamos lengua, dotación exclusiva de la racionalidad (Chomsky, 1989).
El conocimiento se va construyendo, articulándose sobre precedentes; en cada ser hu-
mano el precedente es genético o el resultado de aportaciones personales, genéticas también,
propiciadas por la educación. En la genética la naturaleza nos deja una porción de ella mis-
ma como estructuraciones sucesivas, estadios sin solución de continuidad que sólo lo son
desde las posibilidades y necesidad de cada razón; a las posibilidades las mediatiza, y es su
efecto fundamental, la actividad educativa. La genética y la educación, en ajustada secuencia,
conviene recordarlo, producen las concretas personalidades humanas, no hay dos idénticas,
las diferencias obligan a las distintas formas de acercarse educativamente a las diversidades.
Las diferentes formas de construirse el conocimiento producen maneras racionales del ser
en las que, aquello que constituye la racionalidad: ser como resultado permanente de su
completa actividad, genera todas las formas del conocimiento, formas que incluyen los afec-
tos, emociones, sentimientos, etc., con sus singulares manifestaciones. Lo que se llama ha-
bitualmente planificación y la base de las programaciones concretas tiene aquí su asiento,
pero de otra manera.
2. LA NECESIDAD EDUCATIVA
En la incontingencia del ser, el mundo es un cosmos, cada uno de sus componentes tiene, va
teniendo, su manera de comportamiento como parte del todo. La educación es una actividad
4 Didáctica General
esa tendencia que la naturaleza toda tiene, y en ella como parte integrante e integrada, el ser
humano.
La educación como hacer escolar, no haciendo lo que no deba para dejar de hacer lo que
debiera, como reclamaba Rousseau (1971: 120), pero superándolo, ha de ser esa actividad
realizada en aquel ámbito natural en y desde el que los discursos internos se disparan más
allá de su sucesiva sujeción a una lengua y encuentran el discurrir en el que el caminar ne-
cesita de senderos que faciliten el avance; pero, a la vez, un cambio en el itinerar por nuevos
trazados hacia diferentes horizontes: la norma hecha necesita ser cambiada frecuentemente
para que el progreso no se detenga y los comportamientos mejoren en su enriquecimiento.
A Machado (2001) le gustaba que la educación fuera así, pues si el camino se hace al andar
(ibíd.: 239), «por los montes cárdenos camina otra quimera» (ibíd.: 109).
claro lo evidente de nuestra debilidad que evidencia lo necesario que es el otro, y lo reclama.
Podemos vivir en cuanto de niños recién nacidos y pequeños la debilidad misma es una lla-
mada de los apoyos necesarios —no hay aprendizaje sin enseñanza—, luego la comunica-
ción pone de relieve lo que la racionalidad necesita y el afecto, oferta y demanda manifiestas,
continúa haciendo de enlace. La relación educativa es la más clara y necesaria de esas rela-
ciones: el afecto hace presente al afecto; existe el afecto negativo. Y todo está en la base de
las interacciones educativas en las aulas: la comunicación que educa, lo que suele llamarse
intervención, desde otras consideraciones.
con toda forma de realizarlo, ni haciéndolo sin atender a objetos y circunstancias (González,
2001). La responsabilidad de estas acotaciones corresponde a los docentes investigadores, lo
que son todos los profesionales de la educación. Ellos son los más importantes en la acción
educativa; los alumnos son el objeto esencial de su actividad. Educar conlleva una búsqueda
permanente, uso de la razón para conocer que suscita el de quienes aprenden. Supone inves-
tigar sobre qué, cómo y para qué, este último inseparable de los dos anteriores, junto a qué
circunstancias y otros determinantes ha de hacerse y, luego, hacerlo. De aquí la denomina-
ción de docentes investigadores. El objeto envolvente de la actividad educativa se refiere al
ir consiguiendo un estado general de bienestar siempre mejorable puesto que corresponde al
proceso evolutivo. Preparar a quienes deben hacerlo como docentes investigadores viene, en
consecuencia, con alguna determinación impuesta desde los exigentes cometidos que les
corresponden y su trascendencia.
Qué utilizar para que los alumnos comiencen pronto su actividad de conocer es trabajo
que pertenece a los docentes investigadores en cada situación. Elegir el conocimiento depen-
de de una actitud que se forja sucesivamente sobre sus precedentes: eligen bien quienes
conocen cómo hacerlo y lo conocen quienes lo han aprendido. Esta es la primera actividad,
primera por importancia, en la formación de los docentes investigadores. Pero, ¿cómo se
aprende a hacerlo? Es necesario un dominio crítico del significado del conocimiento en el
sentido de ser el fruto del ejercicio de la racionalidad, ejercicio que hemos llamado pensa-
miento y que, en concordancia con Dewey (1989) le agregamos los determinantes de reflexi-
vo y crítico. Esta reflexión y crítica se aprende de los buenos conocedores, personas forma-
das para entender y asimilar lo realizado por los gigantes a cuyos hombros caminamos
—expresión que parece deberse inicialmente a Bernardo de Chartres, siglo XII, según Elena
(1989: 9), que luego recordara Newton y más recientemente, entre otros Merton (1965) y
Hawking (2003)—. Saber elegir esos hombros es ya un buen aprendizaje para el necesario
contar con buenos docentes investigadores. En educación no podemos ignorar que, como
Russell (1974) recuerda, todos los niños no pueden contar con buenos maestros. Preocupar-
se por ello, sin olvidar que la democracia no lo hace, es ya un buen encaminarse al co-
nocer.
satisfecha pero coherente y agradecida en su afán buscador, hallarán los niños un formidable
aliciente para irse entregando al conocer. Fácilmente este es el único camino para que se
vayan olvidando de otras cosas, si ya las aprendieron, o no lleguen a conocerlas nunca como
ejercicio personal.
Los niños comienzan a ser las personas que conocen, sea este conocimiento como sea,
y su conducta se ajusta a ese conocer desde la temprana edad en la que lo tienen con cierta
nitidez. Es necesario que desde el comienzo el camino sea el mejor; para conseguirlo la so-
ciedad entera debe estar comprometida en ello, de lo contrario los responsables políticos
tampoco lo estarán. Pero la sociedad no piensa ni decide ni dictamina, eso corresponde a las
singularidades humanas que son lo que conocen, de ahí que el comienzo de la responsabili-
dad de una sociedad, de cada uno de sus componentes, esté en su escuela. En ella deben
estar quienes, incluso astutamente conscientes, sean capaces de ir haciendo en y desde ese
filtro crítico una práctica para que la sociedad entienda y acepte que la escuela cumple con
su cometido. Cuando esto no pasa el retomarlo es más difícil porque la escuela es fundamen-
talmente el conjunto de sus docentes investigadores y son ellos los que están en la obligación
de reaccionar. En su conocimiento estará el germen de un ser cuya manifestación perseve-
rante, coherente, esforzada, comprometida, sencilla, flexible pero evidenciadora del bien
general que produce como razón primera y convincente. El motor de este proceder sólo pue-
de estar en la universidad; en ella, los mejores docentes investigadores deben volcarse en una
acción de las características antes señaladas. Por las referencias al conocimiento y a su co-
municación, la actividad formativa de los docentes es un hacer que debe integrarse en la
didáctica.
Bien conocen los componentes de la sociedad, cada uno de ellos, que si quienes tienen
la responsabilidad de hacerlo —los docentes investigadores— lo ponen en práctica —poner
en práctica se refiere al conocimiento de los docentes investigadores como germen de su
ser—, ellos los secundarán. La habilidad de ejecutarlo evitando veleidades adversas y trai-
doras tan frecuentes en la historia, corresponde a los profesores que tienen la responsabilidad
indicada: son quienes pasan por circunstancias en las que todo conocimiento es analizado
desde la luz con la que ellos lo iluminan; en la universidad el conocer es respetuoso y agra-
decido, pero basado en un pensamiento reflexivo, crítico en sus análisis, de raíces profundas
en la historia y de una consecuencia prospectiva en la búsqueda de progreso. Progreso en-
trañado en el convencimiento de que un estado general de bienestar es alcanzable paciente
pero perseverantemente, en el que cada ser humano llegue a la situación que su equidad
demanda y el derecho le reconoce y protege. Esta es la situación en la que ser lo que cono-
cemos encaja en aquello a que nuestro ser y hacer se ajustan, se van ajustando mejor a lo
que la naturaleza evolutiva que nos contiene impone, lo demás es ir contra ella y esto es una
contradicción en la convencionalidad y un sin sentido en la singularidad personal (González,
2007d).
incaré (1963a) nos indica, más allá de la fácil entrega a las disposiciones legales. Los docen-
tes investigadores, profesores y maestros, aprenden a hacerlo de manera singular y desde esa
manera lo enseñan, se enseñan como semántica de su hacer, de sus discursos, tengan estos
la forma que tengan. Es decir, que no hay a priori una manera de enseñar que sea mejor que
otra, que aprender no depende de cómo se enseña en sí sino de lo que soporta, sostiene y
mantiene ese enseñar, que no es otra cosa que la singularidad de un docente que domina el
conocimiento al que se refiere de una forma tal que, con toda expresión en la que deje aflo-
rar su dominio conceptual, su interés y su compromiso, está enseñando; todo lo demás son
pretextos —así las propias temáticas que vertebran la comunicación— que cada uno puede
utilizar a su manera, sin recetas ni rutinas, pero sí con singularidades personales desde las
que cada docente investigador ha entendido cómo significar el mundo y la importancia de
hacerlo.
cer evolutivo. Ese conocimiento y esa lengua que lo estructura no valen para la comunica-
ción. Una lengua convencional es, entonces, necesaria. La razón ha de instalar a esa lengua,
un procedimiento para construir discursos útiles a la comunicación y un significar en el que
la referencia es autoidioléctica. En todo el vivir humano el procedimiento es esencial, en
educación es, además, la base de su utilidad; todo el ser de la didáctica tiene en el conoci-
miento y la actividad comunicativa derivada su soporte. El docente investigador deberá poner
la fuerza generadora de cuánto conocimiento posea al alcance de sus alumnos a través de la
lengua que comparten. Dos cosas ha de tener claras: cómo lo entenderán mejor sus alumnos
y el dominio de la lengua común —un docente es, antes que de ninguna otra cosa, docente
de su lengua convencional—. Este es su esfuerzo básico, su hacer limpio y trascendente; a
partir de aquí todo es disposición coherente y generosa. El conocimiento fluirá y el conocer
se pondrá en marcha.
Decirlo rápido no es eludir la dificultad; quienes ya la conocen por su práctica recorda-
rán las horas de pensamiento que puede llevar el poner a un significado en su sitio y en su
momento y cómo, desde esas coordenadas, comienza a dar de sí cuanto de afán descriptor
explicado contiene y cuanto muestra de su desnudez como reclamo de compleción que con-
lleva. En eso está la enseñanza y la necesidad de aprender descubierta; la desazón gratifica-
da de quienes lo ven y lo responden, los alumnos, para quienes la persona del docente in-
vestigador es un lexema puro en toda construcción para seguir conociendo, y lo es claro,
más, luminoso: el decoro que muestra su interés y compromiso, coherentes y con gran ge-
nerosidad, para los que todo conocimiento es un puro pretexto en la didáctica específica en
la que se utiliza, y se maneja adecuadamente. Cuanto más deseen ocultarse en su eficaz co-
herencia y esfuerzo estos docentes investigadores, más claro será su recuerdo como estímu-
lo mantenido. Padres y profesores deben situarse en esta ambiciosa posición: su sitio no ha
desaparecido porque las formas de vida actuales parece que los oscurecen por la opacidad
de ciertos artilugios o los reclamos de costumbres, ocupaciones e irresponsabilidades. Los
estorbos pueden ser transformados en medios, meros apoyos para quienes están más allá de
mediar, pues son los protagonistas más comprometidos: padres y maestros.
que los acerca al compartir y que llamamos objetividad, siempre en grado creciente de es-
peranza.
El constante fluir del proceso evolutivo que acarrea la totalidad de los significados de las
cosas del cosmos y se ajusta así a un soporte en el que encuentra la estabilidad relativa que
necesita el entendimiento por parte de cada interlocutor en la comunicación, es un fluir
que necesita una potente reflexión sobre cómo se introduce en el ejercicio didáctico. Cada
uno de esos interlocutores ejecuta así, en el traslado entre lógicas, radical y convencional en
su consideración conjunta y sucesiva, los ajustes pertinentes para conservar la unidad de los
discursos y su diversidad singularizada; a la vez que cada uno reproduce el esquema evolutivo
general en el que el cambio continuo se deja ver incluso a través de la aparente y momentánea
cristalización que conlleva cada formalidad lingüística, derivadas éstas de ser cada lengua un
sistema formal axiomático en el que los cambios de significado a que obliga el proceso evo-
lutivo son también significaciones convencionales aceptadas como imágenes aparentemente
quietas durante el tiempo de su entendimiento; entendimiento que viene a ser como el impul-
so necesario para que la continuidad del cambio no se detenga: el receptor en cuanto percibe
la imagen torna su actividad racional hacia los procesos sucesivos propios de todo significado.
En este tornar, dicho ahora de otra manera, está el efecto del uso didáctico del significar.
comunicar, es el trabajo del docente, trabajo al que llamamos didáctica. Su efecto, que los
alumnos aprendan que dejar de conocer es imposible, pero que no todo conocimiento pro-
duce los mismos efectos en cuanto a lo que cabe esperar para hacer una vida con más satis-
facción general —el cómo irlo haciendo es también aprendizaje obtenido de una enseñanza
como lo único que lo hace posible—: en la que la presencia del docente, presencia inexcu-
sable, directamente personal, manifiesta el conocimiento en forma de interés y compromiso
coherentes y en la que esa forma de comunicación proporciona una manera de aprender. La
vida así lo hace necesario y para ello nos ha situado la evolución en su torrente y, de tal
manera, que cuanto lo estorbe, lo desvíe o lo malogre, puede ser calificado como fruto de
interés erróneo. La evidencia está en los efectos y estos son palpables: la evidencia mejor
significada.
La subjetividad existente y la objetividad que se desea —no podría ser de otra manera:
poner la objetividad sucesivamente en el horizonte es hacerla fiel a la evolución y reforzarla
con el afán permanente de un establecimiento, establecimiento que la va haciendo esperanza
más clara en su devenir—, se establecen en una dialéctica cuya síntesis es el progreso del
conocimiento en unas formas de vida que van permitiendo que la equidad —condición de
lo racional (González, 2007b)— se generalice en normas sucesivamente mejorables y mejo-
radas para bien general: práctica de la mejor manifestación de lo que llamamos objetividad.
La evolución deja ver así que nada es contingente en ella, pero su propio ser manifiesta, en
los significados que la racionalidad alcanza, la determinación que la incontingencia conlleva
y que la hace incierta en el conjeturar de la razón. Así estamos siendo. Si esta nuestra con-
dición como conocimiento, significados, sucesivamente en un irse reconformando, también
está presente con su insuficiencia y con su esperanzado crecer, en el pensamiento del docen-
te investigador y, en sus manifestaciones en consecuencia, su enseñanza tendrá toda la efi-
cacia que el vivir necesita.
Si la variabilidad de la acción docente es un hecho, dato en la actividad racional, el
aprendizaje tendrá dos fuentes de variación: la propia de quienes aprenden y la recibida a
través de la enseñanza. Así es como la naturaleza ha previsto la variabilidad educativa en
respuesta a lo diverso de la razón como entidad singular personalizada. La unidad genética,
ya con apuntes de variaciones posibles, amplía su campo y reclama a la educación para
reencontrar la unidad evolutiva alcanzable de muy distintas maneras. El estado de bienestar
para todos y cada uno de los seres humanos tiene tantas formas de ser alcanzado como per-
sonas pasan por la existencia. La educación y sus procedimientos prácticos de realización
aparecen con la potencialidad diversa en toda forma de manifestarse: no hay dos aprendiza-
jes idénticos, la educación es siempre personalizada. Así, la didáctica es una forma de co-
municación que utiliza el fondo unitario del conocimiento —convencionalidad formal y
evolución— para hacerse posible en su variedad. En las didácticas específicas cada temática
concreta se ofrece como unidad en la diversa comprensión para desarrollar su potencia edu-
cativa a la que sirve como pretexto (González y Díez, 2004).
No hay racionalidades estándar, ni crítica de la razón pura, si acaso, de su efecto: el co-
nocimiento; entenderlo así está en la base del progreso. En consecuencia, todo hacer racional
es diverso y ambos conceptos son recurrentes. Si hay actitudes con alguna similitud en su
convencionalidad, no en la práctica concreta de las acciones a las que conducen. Los modos
de investigar y exponer son procederes propios de cada docente investigador. Faraday y
Maxwell eran escasamente coincidentes en sus propios y singulares procedimientos, y ambos
fueron pilares básicos en una actividad crítica y revisora de la física con las que se asientan
los cambios posteriores. Algo análogo puede decirse de Planck y Einstein, quienes son los
fundadores de las nuevas concepciones físicas —aún nuevas en cuanto no suficientemente
20 Didáctica General
cuencia no reúne suficiente cantidad y calidad de aprendizaje para ser» (De la Herrán, 2002:
293), lo que es defecto de cómo se han preparado como docentes investigadores.
Recordando que entendemos la pedagogía como los fundamentos y métodos de la edu-
cación, es decir, como una epistemología, epistemología que lo es del hacerse el conocimien-
to como conocimiento: efecto y acción de conocer y, desde ese recuerdo, el hacer didáctico
es la práctica de esa acción producida desde el efecto; una actividad en la que el fundamen-
to lo constituye el propio conocer, y su método las formas de ir logrando su consecución en
cada ser humano —la epistemología reverdece de continuo. ¿No es la filosofía pura episte-
me? (González, 2007c)—. El logro depende del trabajo del docente y este logro, como
aprendizaje, de la enseñanza que lo propicia. Como en todo lo que a la evolución pertenece,
mejor decir que lo va propiciando y sirviéndose de lo conseguido, la presencia de unas nor-
mas es incontingente, normas cuya utilidad depende de su sucesivo acomodo flexiblemente
renovado: a toda norma la hace caduca el proceso al que se aplica, cambiarla oportunamen-
te además de respetarla durante su vigencia, son principios en todo hacer y formas de vida;
lo que se pone en clara evidencia en el vivir democrático al que pertenece todo hacer real-
mente educativo.
CONCLUSIONES
Conocer para vivir, vivir como manifestación de una conducta propia, hacen de cada ser
humano una entidad social dispuesta a contribuir al bienestar propio que es el de todos y
cada uno. Este es el logro de una educación de la racionalidad para su ajuste flexible y di-
verso al proceso evolutivo en el que estamos. Estar como efecto de una actividad educativa
cuyo hacerse práctico es la didáctica que, compleja de ejecución, necesita ser concebida con
sencillez, aunque en profundidad con respecto a sus fundamentos: entender el conocimiento
como una unidad, más allá de sus divisiones convencionales, incluso redundantes, si no con-
tradictorias. El objeto del conocer es el cosmos y las formas de su expresión. Como actividad
racional el pensamiento propicia el conocimiento: obtener y tener significados, cuya orde-
nación personal la genera una potencialidad heredada que se hace acto en el pensamiento
como habla, lengua autoidioléctica en uso, base ésta de la lengua convencional que hace
posible la comunicación entre personas. Este hacerse posible es una consecuencia de la ne-
cesidad de ajuste que la evolución impone a los seres humanos como entes —y entes que
poseen razón— en el proceso evolutivo con el que se va conformando el mundo. Se conclu-
ye así, en primer lugar, qué es lo que fundamenta a la didáctica.
El conocimiento único tiene sus fundamentos y métodos: los fundamentos son el objeto
de conocer y su método el ejercicio de la racionalidad. Conocer y método son potencialida-
des genéticas que necesitan la educación para su desarrollo, su transformarse en actos —en
una referencia modificada en fondo y forma al pensamiento aristotélico—. Esta considera-
ción nos ofrece a la actividad educativa en ajustada continuidad de las dotaciones heredadas,
ajuste que hace considerarla como una acción natural propia del proceso evolutivo que la
dispone como forma de acomodación a sí mismo. Se concluye así, en segundo lugar, que la
didáctica tiene su base en los fundamentos y métodos de ese ajuste y es, consecuentemente,
la forma de la acción educativa que se ejerce sobre la racionalidad por ella misma. Pero la
racionalidad es diversa, tanto como diversos son los seres humanos.
En nuestro tiempo, en realidad se trata de una diversidad de diversidades lo que ofrece
más dificultad a la didáctica; dificultades lógicas que en y desde ella son superables: es ne-
cesario no alterar su fundamento y disponer la actividad educativa de tal manera que cada
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docente investigador se encuentre en su trabajo con el número de alumnos que puede atender
para conseguir los fines propios propuestos; fines en armónica convivencia con los envolven-
tes del entorno. El docente investigador es un profesional con un dominio singularizado del
conocimiento —en las carreras docentes se debe tender a «orientar coherentemente los pro-
gramas desde una perspectiva superior a la disciplinar» (De la Herrán, 2005:240)— y una
gran coherencia entre sus intereses y sus compromisos, coherencia que se refiere a una for-
mación específica como profesional de una actividad concreta. Aflora así la tercera conclu-
sión: la singular y específica formación de los docentes investigadores en cuanto de ellos
depende, de manera muy importante, toda otra forma de actividad profesional.
En afinidad con estos conceptos he optado por dirigirme a los fundamentos, más allá de
descripciones, poco explicadas generalmente, o de sugerencias para formas de hacer como
ofertas, más o menos modélicas, que considero fuera de las maneras singulares de acometer
la actividad educativa en las aulas. Insisto sí, en la necesidad de preparar a los docentes in-
vestigadores para otro significado de la realidad bastante más compartido y conveniente pero
poco practicado. Lo que conduce a una cuarta conclusión sobre la necesidad de actitudes
reflexivas y críticas para obtener otra consideración de la didáctica que posiblemente la hace
más sólida y fiable; pero no una más.
Así, en la diversidad de diversidades que he citado no es necesario recurrir a considera-
ciones diferentes ni a procedimientos distintos, sólo que lo propuesto pueda cuidarse con
sosiego y atención más estrictamente personalizada. Si lo común en los seres racionales, por
ejemplo, es la potencialidad lingüística, lo personal es la lengua concreta aprendida y, en-
tonces, la educación ha de iniciarse, o seguirse, sin olvidar lo que es común para que las
diferencias se hagan compatibles y sirvan al convivir. Cómo se hace es lo propio de la di-
dáctica, del trabajo de los docentes investigadores y, tanto no admite procedimientos modé-
licos, cuanto las diversidades exigen generar de continuo respuestas válidas en su ejecución
concreta. Pero ese generar es a lo que el docente investigador debe responder; de aquí el
doble término —docente investigador— en su denominación; y a ese responder se aprende
porque se enseña no lo que hay que hacer, sino la disposición para generar la respuesta que
cada situación demande. Y esto sólo está en dependencia del conocimiento de quiénes deben
realizarlo. Eso sí, el significado de conocimiento deberá ir cambiando, como una quinta
conclusión que afecta muy de lleno a los procesos formativos de los docentes para atender
a las demandas de sus alumnos en la actualidad.
Junto al cambio en el significado del conocimiento y del conocer, a los que aquí se ofre-
ce una aproximación, deben necesariamente ir otras variaciones conceptuales y organizati-
vas, a algunas de las cuales ya se ha hecho alusión. Entiendo que lo aquí propuesto permite
más flexibilidad, apertura, elasticidad y prospectiva: el alumno debe aprende a vivir desde
lo que es y donde está, a entender la vida, pero mirar necesita la orientación del ver: el co-
nocimiento. Es necesario, consecuentemente, revisar los conceptos de integración e inclu-
sión, poner juntos no resuelve los problemas de la necesaria armonía: cuántos, cómo, para
qué y durante cuánto tiempo son consideraciones previas y concluyentes en las que los cen-
tros en su totalidad deben implicarse —la actividad educativa entendida como orientación
se hace insoslayable—. Aparece aquí una sexta conclusión que sintetiza los problemas de
organización y gobierno —por eso la UNESCO determinó un ámbito de conocimiento que
pone en buena secuencia a la didáctica y la organización en las escolarizaciones—.
Toda diferencia superable, y algunas por ahora no lo son, —advertir de la necesidad de
su diagnóstico corresponde a los padres y al docente investigador con cuanta precocidad sea
posible, hacerlo, no—, tiene solución desde las planificaciones que aquí se posibilitan y
orientan si, además, la singularidad concreta que se presenta es atendida desde su estricta
Qué es y de qué se ocupa la didáctica: sus fundamentos y métodos 23
diferencia y durante el tiempo que lo necesite, tiempo generosamente entendido por el do-
cente investigador que ha sido cuidadamente preparado para ello: hacer antes de tiempo la
integración de un alumno en el grupo de referencia, es siempre un error que paga caro el
alumno. Estas exigencias están inéditas en las prácticas educativas actuales. Y conviene no
olvidar desde unos y otros ejercicios de la responsabilidad, que «es la de enseñar una actitud
comprometida cuyo compromiso tiene, frecuentemente, la forma de una expectación atenta
a apoyar un proceso que se va haciendo a base, también, de rehacer su pasado» (González
y Díez, 2004: 266). La séptima conclusión se refiere a la necesidad de una actitud de com-
promiso coherente que integre a cada persona y situación en el conjunto educativo. Alguna
vez las reuniones de distintos niveles de asistentes dejarán de referirse solamente a problemas
burocráticos y, si acaso, de estructura.
Proceso aquel con el que se hace y rehace y que tiene ese maravilloso apunte de Poin-
caré (1963:100) hacia la selección que debe preceder a todo proceso formativo de los docen-
tes investigadores:
«Al lado de estos futuros ingenieros, otros alumnos menos numerosos deben, a su tiempo,
llegar a ser maestros; es preciso entonces que vayan hasta el fondo; un conocimiento profundo
y riguroso de los primeros principios les es, ante todo, indispensable. Pero esto no es una razón
para no cultivar en ellos la intuición; porque se harían una idea falsa de la ciencia; si no la mi-
rasen jamás sino por un solo lado, no podrían desarrollar en sus alumnos una cualidad que no
poseyeron ellos mismos.»
Síntesis octava y definitiva aquí, con la que Poincaré se responde así mismo en lo trans-
crito de él en el párrafo inicial y cuanto más contiene este capítulo.
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