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2. Agostino, Confessiones
Libro XI
Uno de los aspectos que puede impresionar más del texto es cómo Agustín es
consistente en su discurso aborda desde una perspectiva gnoselógica, con toda franqueza, éste
problema que se plantea. En su teoría del conocimiento deja clara la intencionalidad del
conocimiento, es decir, que todo conocimiento, al ser abstraído como concepto partiendo a la
realidad, remite a la realidad misma y no al concepto, y por tanto, nunca se “despega” de la
realidad. Con esto, Agustín logra mantener un hilo conector entre la abstracción del tiempo
como “ente” y su devenir en la realidad (si es que realmente es). Es como si tuviera un lazo
conectando en su mente con la realidad, más aún, de la mente de Dios creador con la
realidad del mundo creado; lo contingente con lo necesario, lo finito con lo eterno. Y es ahí
por donde gira -avanza y retrocede, va y viene- el pensamiento de Agustín. Intenta conectar
esas verdades eternas con la realidad práctica y tangible, con el movimiento del sol y de las
cosas, con el simple transcurrir ordinario de cada jornada. Y es en ese monólogo interior
donde se da cuenta de cuan grande es lo que intuye, pero mucho más grande es lo que
desconoce. Podemos decir que toda esta cuestión a Agustín le interesa porque quiere saber
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quién es él para Dios y cómo y dónde es que lo conoce. Al final, descubre que es un su alma
donde mide el tiempo (36), en en su alma donde tiene ese encuentro de Dios y del mundo.