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LAS REGLAS DEL MÉTODO

SOCIOLÓGICO

Émile Durkheim

Ediciones Orbis S.A.

Madrid

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
CAPÍTULO IV
REGLAS RELATIVAS A LA CONSTITUCIÓN DE LOS TIPOS SOCIALES
Puesto que un hecho social sólo puede ser calificado de normal o de anormal en relación con una
especie social determinada, lo que hemos dicho anteriormente implica que una rama de la sociología está
consagrada a la constitución y clasificación de estas especies.
Esta noción de especie social tiene además la gran ventaja de facilitarnos un término medio entre las
dos concepciones contrarias de la vida colectiva que durante largo tiempo se han repartido entre sí los
teóricos; me refiero al nominalismo de los historiadores1 y al realismo de los filósofos. Para el historiador,
las sociedades constituyen otras tantas individualidades heterogéneas que no se pueden comparar entre sí.
Cada pueblo tiene su fisonomía, su constitución especial, su derecho, su moral, su organización económica,
que le son peculiares y, por ello, toda generalización es casi imposible. Para el filósofo, por el contrario,
todos estos agrupamientos particulares llamados tribus, ciudades, naciones, no son otra cosa que
combinaciones contingentes y provisionales sin realidad propia. No hay nada real más que la humanidad, y
toda evolución social dimana de los atributos generales de la naturaleza humana. Para los primeros, por
consiguiente, la historia no es más que una serie de acontecimientos que se encadenan sin reproducirse; para
los últimos, estos mismos acontecimientos sólo tienen valor e interés como ilustración de las leyes generales
que se hallan inscritas en la constitución del hombre y que dominan todo el desarrollo histórico. Para
aquéllos, no se podría aplicar a las demás sociedades lo que es bueno para una de ellas. Las condiciones del
estado de salud varían de un pueblo a otro y no son determinables teóricamente; es una cuestión de práctica,
de experiencia, de tanteos. Para los otros, pueden ser calculadas de una vez para siempre y para todo el
género humano. Parecería entonces que la realidad social no podría ser objeto más que de una filosofía
abstracta y vaga o de monografías puramente descriptivas. Pero se elude esta alternativa una vez que se ha
reconocido que entre la confusa multitud de las sociedades históricas y el concepto único, pero ideal, de la
humanidad, hay términos medios: son las especies sociales. En la idea de especie, en efecto, se encuentran
ellas reunidas y también la unidad que exige toda investigación verdaderamente científica y la diversidad que
ofrecen los hechos, puesto que la especie es la misma en todos los individuos que forman parte de ella y, por
otra parte, las especies difieren entre sí. Es cierto que las instituciones morales, jurídicas, económicas, etc.,
son infinitamente variables, pero estas variaciones no son de tal naturaleza que no ofrezcan algún punto de
apoyo al pensamiento científico.
Es por haber desconocido la existencia de especies sociales por lo que COMTE ha creído poder
presentar el progreso de las sociedades humanas como idéntico al de un pueblo único “con el cual serían
idealmente relacionadas todas las modificaciones consecutivas observadas en las poblaciones diferentes”.2 Es
que, en efecto, si sólo existe una especie social, las sociedades particulares no pueden diferir entre sí más que
en el grado, según presenten de un modo más o menos completo los rasgos constitutivos de esta especie
única, o que reflejen más o menos perfectamente a la humanidad. Si, por el contrario, existen tipos sociales
cualitativamente distintos entre sí, será inútil aproximarlos, no se podrá hacer que se unan exactamente como
las secciones homogéneas de una figura geométrica. El desarrollo histórico pierde así la unidad ideal y
simplista que se le atribuía; se fragmenta, por así decirlo, en una multitud de trozos que, como difieren entre
sí específica mente, no podrían unirse de una manera continua. La famosa metáfora de PASCAL, adoptada
después por COMTE, carece en adelante de verdad.
Pero, ¿cómo hay que obrar para constituir estas especies?

Acaso parezca, a primera vista, que no hay otra manera de proceder que estudiar cada sociedad en
particular, hacer de ella una monografía tan exacta y completa como sea posible, luego comparar todas estas
monografías, ver en qué concuerdan y en qué divergen y después, según la importancia relativa de estas
semejanzas y de estas divergencias, clasificar los pueblos en grupos semejantes o diferentes. En apoyo de
este método, debe observarse que sólo es admisible en una ciencia basada en la observación. La especie, en
efecto, no es más que el compendio de los individuos; entonces, ¿cómo constituirla si no se comienza por
1
Lo llamo así porque ha sido frecuente en los historiadores, pero no quiero decir que se halle en todos este
nominalismo.
2
Cours de philos. pos., IV. 263.

2
describir cada uno de ellos y por describirlo de un modo completo? ¿No constituye una regla no remontarse a
lo general más que después de haber observado lo particular y todo lo particular? Es por esta razón por lo
que se ha querido a veces diferir la sociología hasta la época indefinidamente alejada en que la historia, en el
estudio que hace de las sociedades particulares, haya llegado a resultados bastante objetivos y definidos para
poderlos comparar útilmente.
Pero, en realidad, esta circunspección no tiene de científica más que la apariencia. En efecto, es
inexacto que la ciencia sólo pueda instituir leyes después de haber pasado revista a todos los hechos que ellas
expresan, ni formar géneros más que después de haber descrito en su integridad los individuos que ellos
comprenden. El verdadero método experimental tiende más bien a sustituir los hechos vulgares, que no son
demostrativos más que a condición de ser numerosos y que por consiguiente no permiten obtener más que
conclusiones siempre dudosas, por hechos decisivos y cruciales, como decía BACON,3 que por sí mismos y
con independencia de su número tienen un valor y un interés científicos. Sobre todo es necesario proceder así
cuando se trata de constituir géneros y especies. Porque hacer el inventario de todos los caracteres que
pertenecen a un individuo es un problema insoluble. Todo individuo es un infinito y el infinito no puede ser
agotado. ¿Nos atendremos entonces a las propiedades más esenciales? Pero, ¿de acuerdo con qué principio se
hará la selección? Es preciso para ello un criterio que vaya más allá del individuo, criterio que las
monografías mejor hechas no podrían facilitarnos. Incluso sin llevar la s cosas a tal extremo, es posible
prever que cuanto más numerosos sean los caracteres que sirvan para la clasificación, más difícil será
también que las diversas materias de que se forman en los casos particulares presenten semejanzas bastante
claras y diferencias bastante netas para permitirnos la constitución de grupos y de subgrupos definidos.
Pero aunque fuese posible una clasificación según este método, tendría el gran defecto de no rendir
los servicios que son su razón de ser. En efecto, debe ante todo tener por objeto abreviar el trabajo científico,
sustituyendo la multiplicidad indefinida de los individuos por un número restringido de tipos. Pero pierde
esta ventaja si estos tipos no han sido constituidos más que después de que se haya pasado revista a todos los
individuos y se les haya analizado por completo. Apenas puede facilitar la investigación, si se limita a
resumir las investigaciones ya realizadas. Sólo será verdaderamente útil si nos permite clasificar otros
caracteres aparte de los que le sirven de fundamento, si nos facilita cuadros para los hechos futuros. Su papel
es ponernos en contacto con puntos de referencia con los que podamos relacionar otras observaciones que no
sean las que nos han suministrado estos puntos de referencia. Pero para esto es preciso que la clasificación se
haga, no a modo de un inventario completo de todos los caracteres individuales, sino de acuerdo con un
pequeño número escogido cuidadosamente entre ellos. En estas condiciones, no servirá solamente para poner
un poco de orden en los conocimientos completamente elaborados, sino para elaborarlos. Ahorrará al
observador mucho trabajo inútil, porque ella le guiará. Así, una vez que se halle establecida la clasificación
sobre este principio, no será necesario haber observado todas las sociedades de una especie para saber si un
hecho es general en esta especie, serán suficientes algunas. Incluso en muchos casos bastará una observación
bien hecha o una experimentación bien dirigida para establecer una ley.
Debemos entonces elegir para nuestra clasificación caracteres muy esenciales. Es cierto que no
pueden ser conocidos más que si la explicación de los hechos está bastante avanzada. Estas dos partes de la
ciencia son solidarias y progresan paralelamente. Sin embargo, sin adentrarnos demasiado en el estudio de
los hechos, no es difícil conjeturar en qué parte es preciso buscar las propiedades características de los tipos
sociales. Sabemos, en efecto, que las sociedades están compuestas de partes añadidas entre sí. Puesto que la
naturaleza de toda resultante depende necesariamente de la naturaleza de los elementos componentes, de su
número y de la forma en que se combinan, son evidentemente estos caracteres los que debemos tomar como
base y se verá, en efecto, que es de ellos de los que dependen los hechos generales de la vida social. Por otra
parte, como son de orden morfológico, se podría llamar Morfología social la parte de la sociología que tiene
por fin constituir y clasificar los tipos sociales.
Incluso se puede precisar más el principio de esta clasificación. Se sabe, en efecto, que estas partes
constitutivas de que está formada toda sociedad son sociedades más sencillas que ella. Un pueblo está
constituido por la reunión de dos o más pueblos que le han precedido. Entonces, si conociésemos la sociedad
más sencilla que haya existido jamás, para hacer nuestra clasificación no tendríamos más que estudiar cómo
se compone esta sociedad y cómo se componen entre sí sus elementos.

3
Novum Organum, II, § 36.

3
II

SPENCER ha comprendido bien que la clasificación metódica de los tipos sociales no podía tener
otro fundamento.
“Hemos visto –dice– que la evolución social comienza por pequeños agregados sencillos; que
progresa por la unión de algunos de estos agregados, estos grupos se unen con otros semejantes a ellos para
formar agregados todavía mayores. Por ello nuestra clasificación debe comenzar por las sociedades del
primer orden, es decir, del orden más sencillo.”4
Desgraciadamente, para poner en práctica este principio, haría falta comenzar por definir con
precisión lo que se entiende por sociedad simple. Ahora bien, SPENCER no sólo no da esta definición, sino
que la juzga casi imposible.5 Es que, en efecto, la sencillez, tal como él la entiende, consiste esencialmente
en una cierta tosquedad de organización. Pero no es fácil decir con exactitud en qué momento la
organización social es lo bastante rudimentaria para que pueda calificarse de simple; es una cuestión de
apreciación. También la fórmula que da respecto de ella es tan indefinida que conviene a toda clase de
sociedades. “Lo mejor que podemos hacer -dice- es considerar como sociedad simple la que forma un todo
que no está sujeto a otro y cuyas partes cooperan con un centro regulador o sin él para obtener ciertos fines
de interés público.”6 Pero hay muchos pueblos que satisfacen esta condición. Y así resulta que confunde, un
poco al azar, bajo esta misma rúbrica a todas las sociedades menos civilizadas. Nos podemos imaginar lo que
puede ser, con semejante punto de partida, el resto de su clasificación. Se ven en ella unidas en la más
extraña confusión las sociedades más dispares, los griegos homéricos puestos al lado de los feudos del siglo
X y por debajo de los bechuanas, de los zulús y de los habitantes de las islas Fidji, la confederación ateniense
al lado de los feudos de Francia en el siglo XIII y por debajo de los iroqueses y los araucanos.
La palabra sencillez no tiene sentido definido más que si significa ausencia completa de partes. Por
tanto, se entenderá por sociedad simple toda sociedad que no encierre otras más sencillas que ella; que no
sólo esté realmente reducida a un sector único, sino que además no presente ningún rastro de divisiones
anteriores. La horda, tal como la hemos definido en otra parte,7 responde exactamente a esta definición. Es
un agregado social que no comprende ni ha comprendido jamás en su seno ningún otro agregado social más
elemental, sino que se resuelve o convierte inmediatamente en individuos. Éstos no forman en el interior del
grupo total grupos especiales, diferentes del precedente, están yuxtapuestos atómicamente. Se concibe que
no pueda haber sociedad más simple; es el protoplasma del reino social y, por consiguiente, la base natural
de toda clasificación.
Es cierto que acaso no haya sociedad que responda exactamente a estas condiciones, pero como
hemos demostrado en el libro anteriormente citado, conocemos una multitud de sociedades que están
formadas inmediatamente y sin otro intermediario por una serie de hordas. Cuando la horda se convierte de
esta manera en un sector social, en lugar de ser la sociedad entera, cambia de nombre y se llama clan, pero
conserva los rasgos constitutivos. El clan es, en efecto, un agregado social que no se resuelve en ningún otro
más restringido. Acaso se haga observar que generalmente allí donde nosotros lo observamos hoy día,
encierra una pluralidad de familias particulares. Pero en principio, por razones que no podemos exponer
aquí, creemos que la formación de estos pequeños grupos familiares es posterior al clan; pues no constituyen,
propiamente hablando, sectores sociales, ya que no son divisiones políticas. En todas partes donde se le
encuentra el clan constituye la última división de este género. Por consiguiente, aun cuando no tuviésemos
otros hechos para postular la existencia de la horda –y hay algunos que expondremos en otra ocasión– la
existencia del clan, es decir, de sociedades formadas por una reunión de hordas, nos autoriza a suponer que
ha habido sociedades más simples que se reducían a la horda propiamente dicha, y a hacer de ésta el tronco o
matriz de donde han salido todas las especies sociales.
Una vez planteada esta noción de la horda o sociedad de sector único –bien sea concebida como
realidad histórica o como postulado de la ciencia– se tiene el punto de apoyo necesario para construir la
escala completa de los tipos sociales. Se distinguirán tantos tipos fundamentales como maneras haya para la
horda de combinarse consigo misma dando nacimiento a sociedades nuevas y dando lugar a que éstas se
combinen entre sí. Se encontrarán al principio agregados formados por una simple repetición de hordas o de
clanes (por darles su nuevo nombre), sin que estos clanes estén asociados entre sí de manera que formen
grupos intermedios entre el grupo total que los comprende a todos y cada uno de ellos. Están simplemente

4
Sociologie, II, 135.
5
“No podemos decir siempre con precisión lo que constituye una sociedad simple. (Ibíd., 135-136).
6
Ibíd., 136.
7
Division du travail social, pág. 189.

4
yuxtapuestos como los individuos de la horda. Se encuentran ejemplos de estas sociedades que se podrían
llamar polisegmentarias simples en ciertas tribus iroquesas y australianas. La llamada arch o tribu kábila
tiene el mismo carácter; es una reunión de clanes establecidos fijamente bajo la forma de aldeas. Muy
probablemente hubo un momento en la historia en que la curia romana y la fratria ateniense eran una
sociedad de este género. Por encima, vendrían las sociedades formadas por una reunión de sociedades de la
especie anterior, es decir, las sociedades polisegmentarias compuestas simplemente. Tal es el carácter de la
confederación iroquesa y de la formada por la reunión de tribus kábilas; ocurrió lo mismo en su origen con
cada una de las tribus primitivas cuya asociación dio lugar más tarde al nacimiento de la ciudad romana. Se
encontrarían a continuación las sociedades polisegmentarias compuestas doblemente que resultan de la
yuxtaposición o fusión de varias sociedades polisegmentarias compuestas simplemente. Tales son la ciudad,
agregado de tribus, que a su vez son agregados de curias, que a su vez se resuelven en gentes o clanes, y la
tribu germánica, con sus condados, que se subdividen en centurias, las cuales, por su parte, tienen por última
unidad el clan convertido ya en aldea.
No vamos a desarrollar más ni a prolongar estas indicaciones, puesto que no se trata aquí de hacer
una clasificación de las sociedades. Es un problema demasiado complejo para ser tratado de esa manera,
como de pasada; exige, por el contrario, una serie de investigaciones largas y especiales. Hemos querido
solamente precisar, con algunos ejemplos, las ideas y mostrar cómo se debe aplicar el principio del método.
Incluso no sería necesario considerar lo que precede como una clasificación completa de las sociedades
inferiores. Hemos simplificado un poco las cosas para mayor claridad. Suponemos, en efecto, que cada tipo
superior estaba formado por la repetición de sociedades de igual característica, a saber, del tipo inmediato
inferior. Ahora bien, nada se opone a que sociedades de especies diversas, situadas a diferente altura en el
árbol genealógico de los tipos sociales, se reúnan a fin de formar una especie nueva. De ello se conoce por lo
menos un caso; es el Imperio romano, que comprendía en su seno pueblos de las más diversas naturalezas.8
Pero una vez constituidos estos tipos, habrá lugar a distinguir en cada uno de ellos variedades
diferentes según, que las sociedades segmentarias, que sirven para formar la sociedad resultante, conserven
una cierta individualidad, o que, por el contrario, sean absorbidas en la masa total. Se comprende, en efecto,
que los fenómenos sociales deben variar, no solamente según la naturaleza de los elementos componentes,
sino según la forma de su composición; deben sobre todo ser diferentes según que cada uno de los grupos
parciales conserve su vida local o que todos sean arrastrados a la vida general, es decir, según que estén más
o menos estrechamente concentrados. Por consiguiente, se deberá investigar si, en un momento cualquiera,
se produce una fusión completa de estos sectores. Se reconocerá que existe ésta por el hecho de que esta
composición original de la sociedad no afecta a su organización administrativa y política. Desde este punto
de vista se distingue la ciudad netamente de las tribus germánicas. En estas últimas se mantiene la
organización a base de clanes, aunque esfumada, hasta el final de su historia, mientras que en Roma y en
Atenas las gens y las genh cesaron muy pronto de ser divisiones políticas para convertirse en agrupaciones
privadas.
En el interior de los cuadros así constituidos, se podrá intentar introducir nuevas distinciones de
acuerdo con caracteres morfológicos secundarios. Sin embargo, por razones que daremos más adelante, no
creemos apenas posible ir útilmente más allá de las divisiones generales que acaban de indicarse. No vamos
a entrar en estos detalles, nos basta con haber enunciado el principio de clasificación que se puede expresar
así: Se comenzará por clasificar las sociedades de acuerdo con el grado de composición que presenten,
tomando como base la sociedad perfectamente simple o un sector único; en el interior de estas clases se
distinguirán diferentes variedades según que se produzca o no una fusión completo de los sectores iniciales.

III

Estas reglas responden implícitamente a una pregunta que el lector acaso se haya hecho viéndonos
hablar de especies sociales como si las hubiese, sin haber establecido directamente su existencia. Esta prueba
está contenida en el principio mismo del método que acabamos de exponer.
Hemos visto, en efecto, que las sociedades no eran más que combinaciones diferentes de una misma
y única sociedad original. Ahora bien, un mismo elemento no se puede componer consigo mismo y los
componentes que resulten de ello no pueden, a su vez, componerse entre sí más que siguiendo un número de
modos limitado, sobre todo cuando los elementos componentes son poco numerosos; éste es el caso de los
sectores sociales. La gama de combinaciones posibles es entonces finita y, en consecuencia, la mayor parte

8
Sin embargo, es probable que, en general, la distancia entre las sociedades componentes no fuese grande: de lo
contrario, no podría haber ninguna comunidad moral entre ellas.

5
de ellas deben, por lo menos, repetirse. Se ve así que hay especies sociales. Además es posible que algunas
de estas combinaciones no se produzcan más que una sola vez. Esto no impide que haya especies. Lo único
que se dirá en tal caso es que la especie no cuenta más que con un individuo.9
Hay entonces especies sociales por la Misma razón que hace que haya especies en biología. Éstas, en
efecto, se deben al hecho de que los organismos no son más que combinaciones variadas de una misma y
única unidad anatómica. Sin embargo, desde este punto de vista hay una gran diferencia entre los dos reinos.
En efecto, en los animales un factor especial viene a dar a los caracteres específicos una fuerza de resistencia
que no tienen los otros; es la generación. Los primeros, porque son comunes a toda la línea de ascendientes,
están arraigados mucho más fuertemente en el organismo. Debido a ello no se dejan fácilmente dominar por
la acción de los medios ambientes individuales, sino que se mantienen idénticos a sí mismos, a pesar de la
diversidad de las circunstancias exteriores. Hay una fuerza interna que los fija a pesar de las excitaciones
para variar que puedan venir del exterior; es la fuerza de los hábitos hereditarios. Por este motivo se hallan
netamente definidos y se pueden determinar con precisión. En el reino social está ausente esta causa interna.
Los caracteres no se pueden reforzar por la generación, porque no duran más que una generación. Es normal,
en efecto, que las sociedades engendradas sean de otra especie que las sociedades generatrices, porque estas
últimas, al combinarse, dan nacimiento a estructuras completamente nuevas. Únicamente la colonización se
podría comparar con una generación por germinación; además, para que la asimilación sea exacta, es preciso
que el grupo de colonos no vaya a mezclarse con alguna sociedad de otra especie o de otra variedad. Los
atributos distintivos de la especie no reciben entonces por la herencia un aumento de fuerza que la permita
resistir a las variaciones individuales. Pero ellos se modifican y matizan hasta el infinito bajo la acción de las
circunstancias; además, cuando se quiere lograrlos, una vez descartadas todas las variantes que los ocultan,
no se obtiene muchas veces más que un residuo indeterminado. Esta indeterminación crece tanto más cuanto
mayor sea la complejidad de los caracteres; porque cuanto más compleja es una cosa, más combinaciones
diferentes pueden formar las partes que la componen. De ello se desprende que el tipo específico, más allá de
los caracteres más generales y más simples, no presenta contornos tan definidos como en biología.10

9
¿No es éste el caso del imperio romano, que al parecer no tiene paralelo en la historia?
10
Al redactar este capítulo para la primera edición de esta obra, no hemos dicho nada del método que consiste en
clasificar las sociedades según su estado de civilización. En aquel momento, en efecto, no existían clasificaciones de
este género que estuviesen propuestas por los sociólogos autorizados, salvo acaso la clasificación arcaica de COMTE.
Desde entonces, se han escrito varios ensayos en este sentido, especialmente por VIERKANDT (Die Kulturtypen der
Menschheit, en Archiv. f. Anthropologie, 1898), por SUTHERLAND (The Origin and Growth of the Moral Instinct) y
por STEINMETZ (Classification des types sociaux en Année sociologique, III, págs. 43-147). Sin embargo, no nos
detendremos a estudiarlos, porque no responden al problema planteado en este capítulo. Se encuentran en ellos
clasificadas no especies sociales sino, lo que es muy distinto, fases históricas. Francia, desde sus orígenes, ha pasado
por formas de civilización muy diferentes; ha empezado por ser agrícola para pasar luego a la industria de los oficios y
al pequeño comercio y después a la manufactura de la gran industria. Ahora bien, es imposible admitir que una misma
individualidad colectiva pueda cambiar de especie tres o cuatro veces. Una especie se debe definir por caracteres más
constantes. El estado económico, tecnológico, etc., presenta fenómenos demasiado inestables y demasiado complejos
para suministrar la base de una clasificación. Incluso es muy posible que una misma civilización industrial, científica,
artística puede encontrarse en sociedades cuya constitución congénita es muy diferente. El Japón podrá tomar prestadas

6
nuestras artes, nuestra industria, incluso nuestra organización política; mas no por ello dejará de pertenecer a otra
especie social distinta de la de Francia y Alemania. Añadamos que estas tentativas, aunque dirigidas por sociólogos
valiosos, no han dado más que resultados vagos, discutibles y poco útiles.

7
CAPÍTULO V
REGLAS RELATIVAS A LA EXPLICACIÓN DE LOS HECHOS SOCIALES
Puesto que los hechos de la morfología social son de la misma naturaleza que los fenómenos
fisiológicos, se deben explicar de acuerdo con la regla que acabamos de enunciar. Sin embargo, se desprende
de todo lo que precede que desempeñan en la vida colectiva, y por consiguiente en las explicaciones
sociológicas, un papel preponderante.
En efecto, si la condición determinante de los fenómenos sociales consiste, como hemos visto, en el
hecho mismo de la asociación, deben variar con las formas de esta asociación, es decir, siguiendo el modo en
que están agrupadas las partes constituyentes de la sociedad. Por otra parte, puesto que el conjunto
determinado que forman por su reunión los elementos de toda naturaleza que entran en la composición de
una sociedad lo constituye el medio interno, de la misma manera que el conjunto de los elementos
anatómicos por la forma en que están dispuestos en el espacio constituye el medio interno de los organismos,
se podrá decir: El primer origen de todo proceso social de alguna importancia debe buscarse en la
constitución del medio social interno.
Incluso es posible precisar más. En efecto, los elementos que componen este medio son de dos
clases: cosas y personas. Entre las cosas hay que comprender, además de los objetos materiales incorporados
a la sociedad, los productos de la actividad social anterior, el derecho constituido, las costumbres
establecidas, los monumentos literarios, artísticos, etc. Pero está claro que no es ni de los unos ni de los otros
de donde puede venir el impulso que determina las transformaciones sociales, porque ellas no encierran
ninguna potencia motriz. Sin duda, habrá que tenerlos en cuenta en las explicaciones que se den. Tienen en
efecto cierta influencia en la evolución social, cuya velocidad y dirección varían según como sean ellos: pero
no tienen nada de lo que es necesario para ponerla en marcha. Son la materia a la que se aplican las fuerzas
vivas de la sociedad, pero por sí mismos no producen ninguna fuerza viva. Por consiguiente, queda, como
factor activo, el medio propiamente humano.
Entonces el esfuerzo principal del sociólogo deberá tender a descubrir las propiedades de este medio
que sean susceptibles de ejercer una acción sobre el curso de los fenómenos sociales. Hasta ahora hemos
encontrado dos series de caracteres que responden de un modo eminente a esta condición: el número de
unidades sociales o, como hemos dicho también, el volumen de la sociedad y el grado de concentración de la
masa, o lo que hemos llamado densidad dinámica. Por esta última palabra hay que entender no la unión
puramente material del agregado que no puede tener efecto si los individuos o los grupos de individuos están
separados por vacíos morales, sino la unión moral de la cual la anterior es tan sólo un auxiliar y con bastante
frecuencia su consecuencia. La densidad dinámica se puede definir, en igualdad de volumen, en función del
número de individuos que están efectivamente en relaciones no solamente comerciales, sino morales; es
decir, que no sólo intercambian servicios o se hacen la competencia, sino que viven una vida común. Porque,
como las relaciones puramente económicas dejan a los hombres fuera los unos de los otros, puede darse el
caso de numerosas relaciones económicas sin que por ello participen los hombres en la misma existencia
colectiva. Los negocios que unen por encima de las fronteras que separan a los pueblos no hacen que no
existan estas fronteras. Ahora bien, la vida común no puede ser afectada más que por el número de personas
que colaboren en ella eficazmente. Por este motivo, lo que expresa mejor la densidad dinámica de un pueblo
es el grado de fusión de los sectores sociales. Porque si cada agregado parcial forma un todo, una
individualidad distinta separada de las demás por una barrera, es que la acción de sus miembros en general
permanece localizada allí; si, por el contrario, estas sociedades parciales están confundidas en el seno de la
sociedad total o tienden a confundirse en ella, es que el círculo de la vida social se ha extendido en la misma
proporción.
En cuanto a la densidad material –si, al menos, se entiende por tal no solamente al número de
habitantes por unidad de superficie, sino el desarrollo de las vías de comunicación y transmisión–, ella
marcha de ordinario al mismo paso que la densidad dinámica y, en general, puede servir para medirla.
Porque si las diferentes partes de la población tienden a aproximarse, es inevitable que ellas se abran el
camino que permita esta aproximación; por otra parte, no se pueden establecer relaciones entre puntos
distantes de la masa social más que si esta distancia no es un obstáculo, es decir, si está en realidad
suprimida. Sin embargo, hay excepciones1 y nos expondríamos a serios errores si juzgáramos siempre la

1
Hemos cometido el error, en nuestra Division du travail, de presentar de un modo exagerado la densidad material
como expresión exacta de la densidad dinámica. Sin embargo, la sustitución de la segunda por la primera es
absolutamente legítima en todo lo que concierne a los efectos económicos de aquélla; por ejemplo, en la división del
trabajo como hecho puramente económico.

8
concentración moral de una sociedad según el grado de concentración material que ella presenta. Las
carreteras, las líneas férreas, etc., pueden servir más para el movimiento de los negocios que para la fusión de
la población, que ellas no expresan más que de una manera imperfecta. Éste es el caso de Inglaterra, cuya
densidad material es superior a la de Francia, y sin embargo la fusión de los sectores sociales es menos
avanzada, como lo prueba la persistencia del espíritu local y de la vida regional.
Hemos demostrado en otra parte cómo todo aumento del volumen y de la densidad dinámica de las
sociedades, haciendo la vida social más intensa, extendiendo el horizonte que cada individuo abraza con su
pensamiento y llena con su acción, modifica profundamente las condiciones fundamentales de la existencia
colectiva. No vamos a volver sobre la aplicación que hicimos entonces de este principio. Añadamos tan sólo
que nos ha servido para tratar no solamente la cuestión demasiado general que constituye el objeto de este
estudio, sino otros muchos problemas más especiales, y que hemos podido comprobar así su exactitud
mediante un número respetable de experimentos. Sin embargo, está muy lejos de que creamos haber
encontrado todas las particularidades del medio social susceptibles de desempeñar un papel en la explicación
de los hechos sociales. Todo lo que podemos decir es que éstos son los únicos que hemos percibido y que no
hemos intentado investigar otros.
Pero esta especie de preponderancia que atribuimos al medio social y más particularmente al medio
humano, no implica que sea preciso ver en él una especie de hecho último y absoluto más allá del cual no se
pueda llegar. Es evidente, por el contrario, que el estado en que él se encuentra en cada momento de la
historia depende de causas sociales, de las cuales unas son inherentes a la sociedad misma mientras que otras
se refieren a las acciones y reacciones que se intercambian entre esta sociedad y sus vecinas. Además, la
ciencia no conoce causas primeras en el sentido absoluto de la palabra. Para ella un hecho es primario
simplemente cuando es bastante general para explicar un gran número de otros hechos. Ahora bien, el medio
social es ciertamente un factor de este género; porque los cambios que se producen en él, cualesquiera que
sean sus causas, repercuten en todas las direcciones del organismo social y no pueden dejar de afectar más o
menos a todas las funciones.
Lo que acabamos de decir del medio general de la sociedad se puede repetir de los medios especiales
de cada uno de los grupos particulares que ella encierra. Por ejemplo, según que la familia sea más o menos
grande, o esté más o menos replegada sobre sí misma, será completamente distinta la vida doméstica. De la
misma manera, si las corporaciones profesionales se reconstituyen de manera que cada una de ellas se
ramifique por toda la extensión del territorio en lugar de quedar encerrada, como en otros tiempos, en los
límites de una ciudad, la acción que ellas ejercen será muy distinta de la que ejercieron otras veces. De un
modo más general, la vida profesional será completamente distinta según que el medio propio de cada
profesión esté fuertemente constituido o que su urdimbre sea floja como lo es hoy día. Sin embargo, la
acción de estos medios particulares no podría tener la importancia del medio general; porque ellos mismos
están sometidos a la influencia del último. Es siempre a éste al que es preciso volver. Es la presión que él
ejerce sobre estos grupos parciales la que hace variar su constitución.
Esta concepción del medio social como factor determinante de la evolución colectiva es de la mayor
importancia. Porque si se la rechaza, la sociología se encuentra en la imposibilidad de establecer ninguna
relación de causalidad.
En efecto, descartado este orden de causas, no hay condiciones concomitantes de las que puedan
depender los fenómenos sociales, porque si el medio social externo, es decir, el que está formado por las
sociedades del medio ambiente, es susceptible de tener alguna acción, es apenas tan sólo sobre las funciones
que tienen por objeto el ataque y la defensa, y además no puede hacer sentir su influencia más que por la
intervención del medio social. Las principales causas del desarrollo histórico no se encontrarían entonces
entre las circumfusa; estarían todas en el pasado. Formarían parte ellas mismas de este desarrollo del que
constituirían simplemente fases más antiguas. Los acontecimientos actuales de la vida social se derivarían no
del estado actual de la sociedad, sino de acontecimientos anteriores, de precedentes históricos, y las
explicaciones sociológicas consistirían exclusivamente en unir el presente al pasado.
Es verdad que acaso parezca que esto es suficiente. ¿No se dice corrientemente que la historia tiene
precisamente por objeto encadenar los acontecimientos según su orden de sucesión? Pero es imposible
concebir cómo el estado en que se encuentra la civilización en un momento dado podría ser la causa
determinante del estado que la sigue. Las etapas que recorre sucesivamente la humanidad no se engendran
entre sí. Se comprende bien que los progresos realizados en una época determinada en el orden jurídico,
económico, político, etc., hagan posibles nuevos progresos; pero ¿hasta qué punto los predeterminan? Son un
punto de partida que permite ir más lejos, ¿pero qué es lo que nos incita a ir más lejos? Sería entonces
necesario admitir una tendencia interna que impulsa a la humanidad a rebasar cada vez los resultados
adquiridos, bien para realizarse completamente, bien para aumentar su felicidad, y el objeto de la sociología

9
sería encontrar el orden con arreglo al cual se ha desarrollado esta tendencia. Pero sin volver sobre las
dificultades que implica semejante hipótesis, la ley que expresa este desarrollo no podría, en todo caso, tener
nada de causal. En efecto, no se puede establecer una relación de causalidad más que entre dos hechos dados;
ahora bien, esta tendencia, a la que se atribuye la causa de este desarrollo, no existe; sólo es postulada y
construida por el espíritu de acuerdo con los efectos que se le atribuyen. Es una especie de facultad motriz
que imaginamos existe bajo el movimiento para dar cuenta del mismo; pero la causa eficiente de un
movimiento no puede ser más que otro movimiento, no una virtualidad de este género. Por consiguiente,
todo lo que alcanzamos en la especie experimentalmente es una serie de cambios entre los cuales no existe
ningún vínculo causal. El estado antecedente no produce el consecuente, sino que la relación entre ellos es
meramente cronológica. Además, en estas condiciones toda previsión científica es imposible. Podemos decir
cómo han sucedido las cosas hasta el presente, no en qué orden se sucederán en adelante, porque la causa de
la que, según se dice, dependen no está determinada ni es determinable científicamente. Es cierto que de
ordinario se admite que la evolución continuará en el mismo sentido que en el pasado, pero esto es en virtud
de un mero postulado. Nada nos asegura que los hechos realizados expresen de una manera tan completa la
naturaleza de esta tendencia como para que podamos prejuzgar el fin a que aspira teniendo en cuenta
aquellos por los que ha pasado sucesivamente. ¿Por qué ha de ser rectilínea incluso la dirección que sigue e
imprime?
He aquí por qué en realidad el número de relaciones causales establecidas por los sociólogos es tan
restringido. Salvo algunas excepciones, de las que MONTESQUIEU es el ejemplo más ilustre, la antigua
filosofía de la historia se ha dedicado únicamente a descubrir el sentido general en que se orienta la
humanidad, sin intentar vincular las fases de esta evolución a ninguna condición concomitante. Por grandes
que sean los servicios que COMTE haya prestado a la filosofía social, los términos en que él plantea el
problema sociológico no difieren de los precedentes. Además, su famosa ley de los tres estadios no tiene
nada de relación de causalidad; y aunque fuese exacta, no es ni puede ser sino empírica. Es sólo un vistazo
histórico sobre la historia pasada del género humano. COMTE considera de un modo completamente
arbitrario al tercer estadio como el estadio definitivo de la humanidad. ¿Quién nos dice que no surgirá otro en
el futuro? En fin, la ley que predomina en toda la sociología de SPENCER no parece ser de otra naturaleza.
Aunque fuera verdad que tendemos actualmente a buscar la felicidad en una civilización industrial, no hay
nada que asegure que en adelante no la buscaremos en otra parte. Ahora bien, lo que contribuye a la
generalidad y persistencia de este método es que se ha visto muchas veces en el medio social una vía por la
cual se realiza el progreso, no la causa que lo determina.
Por otra parte, es igualmente en relación con este mismo medio como se debe medir el valor útil o,
como hemos dicho, la función de los fenómenos sociales. Entre los cambios que ocasiona, sirven aquellos
que están en relación con el estado en que se encuentra, puesto que es él la condición esencial de la
existencia colectiva. Desde este punto de vista, también, creemos que la concepción que acabamos de
exponer es fundamental, porque sólo ella permite explicar cómo puede variar el carácter útil de los
fenómenos sociales sin depender, sin embargo, de arreglos arbitrarios. Si, en efecto, nos representamos la
evolución histórica como movida por una especie de vis a tergo que empuja a los hombres hacia adelante,
puesto que una tendencia motriz no puede tener mas que un fin y uno solo, no puede haber en ella más que
un punto de referencia con relación al cual se calcula la utilidad o el carácter nocivo de los fenómenos
sociales. Resulta de ello que no existe y no puede existir más que un solo tipo de organización social que
convenga perfectamente a la humanidad, y que las diferentes sociedades históricas no son más que
aproximaciones sucesivas de este modelo único. No es necesario demostrar hasta qué punto semejante
simplicidad es hoy inconciliable con la variedad y complejidad reconocida de las formas sociales. Si, por el
contrario, la conveniencia o la no conveniencia de las instituciones no se puede establecer más que en
relación con un medio dado, como estos medios son diversos, hay desde luego una diversidad de puntos de
referencia y, en consecuencia, de tipos que siendo cualitativamente distintos entre sí están todos fundados
igualmente en la naturaleza de los medios sociales.
Por tanto, la cuestión que acabamos de tratar está íntimamente unida a la que se refiere a la
constitución de los tipos sociales. Si hay especies sociales, es que la vida colectiva depende ante todo de
condiciones concomitantes que presentan cierta diversidad. Si, por el contrario, las principales causas de los
acontecimientos sociales estuvieran todas ellas en el pasado, cada pueblo no seria más que la prolongación
del que le ha precedido y las diferentes sociedades perderían su personalidad para convertirse únicamente en
momentos diversos de un único y mismo desarrollo. Puesto que, por otra parte, la constitución del medio
social procede del modo de composición de los agregados sociales, puesto que incluso estas dos expresiones
son en el fondo sinónimas, tenemos ahora la prueba de que no hay caracteres más esenciales que los que
hemos asignado como base a la clasificación sociológica.

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En fin, se debe comprender ahora mejor que antes cuán injusto sería apoyar sobre estas palabras
condiciones exteriores y del medio para acusar a nuestro método y buscar las fuentes de la vida fuera de los
seres vivos. Por el contrario, las consideraciones que se acaban de leer se relacionan con la idea de que las
causas de los fenómenos sociales son internas a la sociedad. Es más bien a la teoría que hace derivar a la
sociedad del individuo a la que se podría reprochar justamente el sacar lo interior del exterior, puesto que ella
explica el ser social por algo que no es él mismo y porque intenta deducir el todo de la parte. Los principios
precedentes desconocen tan poco el carácter espontáneo de todo ser vivo que, si se les aplican a la biología y
a la psicología, habrá que admitir que también la vida individual se elabora por completo en el interior del
individuo.

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