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10.

EL ACTO DE FE

1. Introducción
 La fe cristiana es el correlato de la revelación divina:
- La revelación es la llamada de Dios al hombre; la respuesta a esta llamada es la fe.
- Por tanto, la teología de la fe vendrá determinada por la teología de la revelación.
 La fe es la respuesta humana a la revelación divina
- cuyo centro y fundamento es CRISTO (objeto de la fe),
- gracias a la iluminación interior del ESPÍRITU SANTO (la fe, obra de la gracia),
- implicando a la totalidad del HOMBRE (totalidad, credibilidad, certeza de la fe),
- en el seno de la Iglesia (eclesialidad de la fe).

2. El objeto de la fe
 Hay que distinguir entre la fe subjetiva o fides qua y la fe objetiva o fides quae. A esta dimensión
objetiva de la fe es a la que nos referimos ahora.
 La revelación y la historia de la salvación son cristocéntricas porque alcanzan en Jesucristo su centro y
plenitud. Como correlato de la revelación, la fe es también cristocéntrica. Si la revelación viene por
Cristo (desde el Padre y en el Espíritu), la fe va por Jesús (hacia el Padre y en el Espíritu).
- La fe en el AT se fundamenta en las promesas hechas por Dios a los Padres y que ha cumplido parcialmente
en la historia de Israel, liberándolo en situaciones de opresión (Egipto, Babilonia). La fe es confianza firme en
la fidelidad de Yahvé (Sal 18,3: «Yahvé es mi roca») que intervendrá de nuevo en la historia para salvar a su
pueblo cumpliendo definitivamente sus promesas.
- La persona de Jesús es el cumplimiento de todas las promesas del AT.
 Él es el revelador definitivo de Dios: la imagen visible de Dios invisible (Col 1,15), el que nos da a conocer
al Padre (Jn 1,18) y en quien conocemos al Padre (Jn 14,9: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre»).
 Más aún, Jesús mismo es la revelación definitiva de Dios. Esto se subraya particularmente en Jn. Creer
es acoger a Jesús como palabra definitiva de Dios (Jn 13,20: «Quien me acoja a mí, acoge a Aquel que
me ha enviado); por eso transforma la fórmula creer en Dios del AT en creer en Cristo (Jn 14,1: «No se
turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí»); creer es vivir en comunión personal de
vida con Cristo (Jn 3,16: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna»).
- Tras la muerte de Jesús, la fe consistirá en la aceptación de kerygma, del testimonio apostólico sobre Jesús
centrado en su muerte, resurrección y exaltación como Kyrios. Creer es reconocer y aceptar el acto salvífico
de Dios realizado en Cristo. La fe, por tanto, tiene su origen en la escucha del testimonio objetivo sobre Jesús
(Rm 10,17: «Por tanto, la fe viene de la predicación», “fides ex auditu”).
 El Vaticano II ha planteado la idea de la hierarchia veritatum que existe dentro de la fe (UR 11): hay un
ordenamiento jerárquico de las verdades de fe según su conexión con el núcleo fundamental de la fe
que es el misterio de Cristo. Los contenidos de la fe tienen su verdad profunda en su relación con
Cristo y deben ser interpretados a partir del misterio de Cristo.

3. La fe, obra de la gracia


De la misma manera que la llamada de Dios, su revelación, es fruto de la gracia, también la acogida de esta
llamada es obra de la gracia.
 Esto se pone claramente de manifiesto en el NT:
- Flp 1,29: «Dios os ha concedido a vosotros por Cristo, no sólo la gracia de creer en él, sino también de
padecer por él».
- Jn 6,44: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae» enviando el Espíritu Santo a su
corazón.
- 1 Cor 12,3: «Nadie puede decir “¡Jesús es Señor!” si no está movido por el Espíritu Santo».
- En Filipos, a Lidia, «el Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo» (Hch 16,14).
 También en la Tradición y el Magisterio:
- En la controversia con los pelagianos, San Agustín insiste en que tanto el inicio de la fe como la
perseverancia en el bien son don de Dios.

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- En el s. V surge el «semipelagianismo» en ambientes monásticos del sur de Francia que sostiene que el
“initium fidei” es obra propia del hombre. Dios espera que el hombre dé el primer paso para conferirle la
gracia, de modo semejante a como es el enfermo quien tiene que decidir ir al médico para poder ser curado
por él. El hombre puede querer ser justo por sí solo, pero no puede hacerse justo sin Dios. Esta tesis fue
definitivamente rechazada en el II Concilio de Orange (529) donde se afirma que es imposible hacer un acto
de fe «sin la preveniente gracia de la divinidad».
- La tradición teológica desde S. Tomás ha distinguido entre la llamada exterior (el mensaje predicado y
escuchado, “ex auditu”) y la llamada interior (la acción del Espíritu Santo que hace posible la comprensión de
ese mensaje).
 La acción del Espíritu eleva la voluntad y el entendimiento del hombre y hace comprender de una
manera nueva y significante la llamada de Dios y la figura de Jesús. El Espíritu constituye una “lumen
fidei” que llena de sentido el mensaje escuchado (Sal 36,10:«Tu luz nos hace ver la luz»).
 Esta gracia que suscita y sostiene la fe es una especie de segunda revelación divina, que no aporta
nuevos contenidos pero que hace eficaz en cada hombre la revelación histórica conocida.

4. Dimensión antropológica de la fe: totalidad, credibilidad y certeza.


La gracia, sin embargo, no suprime lo humano ni lo hace superfluo o secundario:
- «Gratia supponit naturam et elevat».
- La gracia posibilita el acto de fe, pero éste no puede darse sin el consentimiento del hombre. S. Agustín:
«Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
Este aspecto de responsabilidad humana constituye el elemento antropológico por excelencia de la fe. En la
antropología de la fe podemos señalar los siguientes aspectos básicos:
 TOTALIDAD: La fe es un acto totalizante del hombre
- La respuesta del hombre en la fe incluye todas sus dimensiones: inteligencia, voluntad, libertad, praxis, etc.
- Pero es un acto único, simple: es fe en alguien, Jesucristo, incluyendo el contenido de su mensaje.
 CREDIBILIDAD: El acto de fe, para que sea humano, debe estar sustentado por una razones que lo
hagan creíble, no se puede realizar a ciegas.
- Las razones humanas preparan y conducen al hombre en el acto de fe constituyendo a veces un apoyo
psicológico del creyente.
- Sin embargo, no son el motivo formal, la razón última del creer. La fe es una virtud teologal y su fundamento
último es la autoridad de Dios que se revela. Sólo este motivo puede justificar la entrega incondicional del
hombre en la fe.
 SIGNOS DE CREDIBILIDAD de Jesucristo: El objeto central de nuestra fe, Jesucristo, viene avalado
por unos signos que le hacen creíble.
- El acceso a Jesucristo se realiza a través de la Iglesia. Por ello, para que la persona de Jesús sea creíble, el
testimonio de su Iglesia debe ser también creíble.
- Es preciso contemplar los signos de Jesús
 En su conjunto, en su convergencia en la persona de Jesús (J. H. Newman)
 En conexión con la palabra que los explica y les da sentido.
- Los milagros son, efectivamente, signos que hacen a Jesús creíble, pero debe tenerse en cuenta que:
 No son el desencadenante de la fe sino a la inversa: la fe es el supuesto para aceptar los milagros como
signos de Dios.
 Pero también, el milagro, visto con recta disposición, puede llevar a la fe (Jn 2,11: «En Caná de Galilea,
dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos»). Los milagros
de Jesús deben despertar la atención y provocar la pregunta “¿quién es este?”.
- Pero para que estos signos constituyan un verdadero preambulum fidei es preciso que el hombre tenga una
actitud sincera de búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza.
 Ante Pilatos: «Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la
verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37).
 Jesús manifestó una extraña impotencia ante la obstinación y dureza de corazón de los fariseos con
respecto a sus signos.
 CERTEZA DE LA FE: La fe es cierta; el creyente está firmemente asentado en lo que cree.
- Esta certeza es consecuencia de un asentimiento libre de la voluntad, movida por la gracia y sustentada por
unas razones de lo hacen creíble.
- No debe confundirse la certeza de la fe con la evidencia del conocimiento científico o filosófico. El
asentimiento de la fe es absolutamente libre y absolutamente cierto.

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- Vaticano I: El fundamento de esta certeza es la autoridad del Dios que se revela, el cual es infalible.
- La aparición de la duda o la oscuridad de la fe es humanamente legítima y normal:
 Puede entenderse debido a la desproporción existente entre la llamada de Dios y las posibilidades de
respuesta del hombre, que le obliga a replantear continuamente su salir de sí mismo hacia el misterio de
Dios.
 S. Tomás definía la fe como asensus cum cogitatione. Esta cogitatione refleja la inquietud en el
asentimiento.
 En la duda, el creyente se afianza y purifica mediante la reflexión, la oración y la confianza.
 Ninguna objeción contra la fe puede llevar determinantemente a la pérdida de fe, lo mismo que ningún
razonamiento puede llevar necesariamente a ella, pues no se basa en la evidencia.

5. Eclesialidad de la fe
 Como vimos, la fe implica a la totalidad del hombre. Una de las dimensiones constitutivas del hombre
es su sociabilidad y, por tanto, la fe debe de tener esta dimensión. La Iglesia es el medio social de la fe
cristiana.
- CaICa 181: «Creer es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe».
 En el mismo acto de creer se da una doble atribución de sujeto: es la persona la que cree, y es al
mismo tiempo la Iglesia la que cree. Para que la fe sea personal y eclesial al mismo tiempo es preciso
que se dé una cierta identificación del sujeto creyente con la Iglesia, la cual conlleva dos aspectos:
- Por una parte, el creyente está en la Iglesia y recibe de ella la fe. La Iglesia es anterior al creyente individual,
el cual sólo puede vivir de y en una tradición de fe.
 La Iglesia salvaguarda y explica infaliblemente el depósito de la fe asistida por el Espíritu Santo.
- Por otra parte, la Iglesia no es un puro ente de razón, sino realización histórica y expresión de la communio de
los creyentes.
 “¿Extra Ecclesiam nulla fides?” De la misma manera que fuera de la Iglesia hay vestigios de Iglesia,
elementos eclesiales que, en definitiva, tienden hacia la plena comunión eclesial, puede haber también
fe fuera de la Iglesia institucional como participación de la fe eclesial y orientada hacia ella.

6. Dimensión teologal de la vida cristiana


 La fe es un acto personal, una respuesta al Dios que sale a nuestro encuentro en Jesucristo. La fe es
acoger, seguir y fundar la propia existencia en Cristo, palabra definitiva de Dios, y no en nosotros
mismos.
- La fe nos lleva a compartir la vida y el destino de Jesús, a ser uno con él, nos lleva a «ser en Cristo».
- De esta manera el hombre tiene acceso a la realidad de Dios y a su misterio, participando de la misma vida
de Dios.
- Esta participación ilumina a su vez el misterio del hombre mismo (GS 22).
 Las expresiones «credere Deo, credere Deum, credere in Deum» ponen de manifiesto que el mismo
Dios es el fundamento, el centro y el fin de todo el proceso creyente:
- «Credere Deo»: Se refiere al motivo por el que se cree, que es la autoridad del Dios que se revela (creer a
Dios, aceptar su testimonio porque se le considera fiable).
- «Credere Deum»: Creer que existe Dios. Hace referencia al objeto material de la fe.
- «Credere in Deum»: Expresa el carácter voluntario y dinámico de la fe, el carácter de fin que Dios posee para
el creyente, sobre el cual apoya toda su existencia y su esperanza.
 Así como la revelación se produce «A Deo per Christum in Spiritu», el acceso a Dios que funda la vida
teologal se produce «Per Christum in Spiritu ad Patrem».

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