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¿POR QUÉ NO ORO A MARÍA?

María. ¡Qué mujer de Dios más maravillosa! Su fe, su obediencia y su sumisión a la voluntad
de Dios nunca dejan de sorprenderme. A lo largo de los años, pocos seguidores del Señor
han sido tan ferozmente probados como lo fue ella; pero aun así, ella se mantuvo fiel al Dios
de Israel y al Hijo que el Señor le había concedido.

Cada lector de la Biblia se sentirá profundamente conmovido por el amor teocéntrico de María
(esto es, centrado en Dios), pero al mismo tiempo, nadie que lee la Escrituras correctamente
podrá caer en la trampa de convertir a la madre Jesús en una especie de figura salvadora a
quien tenemos que orar e interceder constantemente (y por medio de la cual tenemos acceso
al Padre). Tal forma de pensar es una distorsión completa de la fe neo-testamentaria. Así que,
¿oro yo a la virgen María? No, no lo hago.

¿Por qué no lo hago? Permíteme ofrecerte algunas razones:

1. -Primero, no oro a María porque María no es Dios. La Biblia explica en términos bien
claros que la oración se ha de dirigir a Dios (y solamente a Él). La Biblia prohíbe la
deificación de cualquier criatura en detrimento de Dios. Muchas veces me pongo a
pensar en lo horrorizada que estaría María si supiera que tantos millones de
‘creyentes’ ignorantes de la Biblia usan su nombre para usurpar la autoridad del
Todopoderoso.

2. -Segundo, no oro a María porque solamente hay un Mediador entre Dios y el hombre.
¿Quién es el único Mediador? Te voy a contestar con palabras apostólicas: “Jesucristo
hombre” (1 Timoteo 2:5). La Iglesia primitiva nunca enseñó nada acerca de la doctrina
de la corredentora. No negamos que María desempeñara un papel significativo en la
economía de la redención -al fin y al cabo, dio a luz al mismo Hijo de Dios en Belén-
pero decir que ella constituye un puente entre Dios y nosotros significa quitar la
exclusividad de salvación en Cristo Jesús. La sangre de Jesús es el único acceso que
el cristiano tiene a la presencia del Padre. ¡‘Único’ quiere decir ‘único’! “Y en ningún
otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en
que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

3. -Tercero, no oro a María porque María era tan pecadora como yo. El testimonio tan
gozoso de María nos confirma esta verdad: “Mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador” (Lucas 1:47). María llamó a Dios su Salvador porque ella también
necesitaba ser librada del poder del pecado. María era humana, demasiado humana.
Ella había sentido el mordisco tan frío del pecado y su alma clamaba por el perdón de
Dios. Es decir, María no era inmaculada. No vivía libre del pecado. Ella compartió
nuestro estado humano caído y por lo tanto, se quedó descalificada de contestar
oraciones.
4. -Cuarto, no oro a María porque María no me escucha. María ha pasado la mayor parte
de los últimos dos mil años rodeada de la plenitud de la gloria celestial. Su mirada está
firmemente puesta en el Altísimo Dios. Lleva dos siglos alabándole y sirviéndole con
gran gozo. Las cosas de este mundo presente no tienen importancia ninguna para ella
ahora. Ella está con Jesús. Se une a la melodía angelical para cantar himnos de
alabanza a su Rey. María no presta atención a nuestras oraciones. No tiene un
teléfono móvil ni What’s App. Y de todos modos, si los tuviera, dudo mucho de que los
encendiera.

5. -Quinto y último, no oro a María porque María quiere que yo ore a Dios. Si quiero
honrar a una persona que amo, la mejor forma es honrar a alguien que él (o ella) ama.
Si quieres hacerme feliz, háblame bien de mi familia, mis amigos y mis seres queridos.
De la misma forma, si la hermana María todavía estuviera con nosotros, se alegraría
en saber que nosotros también amamos a Dios con la misma pasión que ella. Siendo
una mujer llena del Espíritu de Dios, nos animaría a orar a Dios, mirar a Dios y confiar
en Dios (y nunca en nadie más).

CONCLUSIÓN

Espero que esta lista cortita -y claro está, no se trata de una lista exhaustiva- nos aleje de
doblar nuestras rodillas ante la madre del Unigénito Hijo de Dios. A María no se ora. Sí, le
admiramos por su fe. Sí, damos gracias a Dios por su ministerio. Y sí, nos maravillamos ante
su vida ejemplar. Pero a María no hay que buscarla en oración. A Dios, hay que buscarle en
oración. Y cualquier oración que va dirigida hacia María es una ofensa abominable para el
Dios todopoderoso y un insulto al legado de una maravillosa mujer de Dios.

Autores: Will Graham

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