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El debate Pasqualina y la nueva “normalidad” económica

Pasqualina puso el dedo en la llaga de la precarización de las


condiciones de vida de la mayoría, en su par de artículos recientes sobre
el tema salarial.
Y es un gran mérito, pues concita el apoyo de quienes vienen
denunciando lo mismo hace rato, a la vez que desarma a aquellos y
aquellas que atacan a quienes hacen esa denuncia (u otras): en su caso,
no es tan fácil decir que obvia la guerra económica, el bloqueo, que la
financia la derecha o hace el juego al imperialismo. Aunque bueno, eo
no vale la pena siquiera comentarlo.
Yendo al grano, desde todo punto de vista, uno no puede estar si no de
acuerdo con lo que dice Pasqua. Más en medio de esta coyuntura, donde
se supone hay que “quedarse en casa” pues lo que está en juego es la
sobrevivencia y el derecho a la salud de todes.
Ahora, hay que decir también, pese a lo anterior, que sus textos
merecen a mi modo de ver un par de observaciones propositivas: una
referente a su diagnóstico y otra a las propuestas. A lo primero me voy
a referir brevemente, para darle mayor espacio a lo segundo, que es lo
fundamental. Pero no se puede dejar pasar pues en más de un aspecto
eso primero determina lo segundo.
El punto para mi es que, a estas alturas, resulta extemporáneo acusar
exclusivamente a la “guerra económica” de la situación que estamos
viviendo. Nótese que dije exclusivamente. Es decir, no estoy diciendo
que no exista, que ignore el bloqueo, etc. Lo que quiero decir es que se
requiere una mirada más amplia de la problemática. El tema cambiario,
expuesto por Pasqua, es el mejor ejemplo. Desde agosto de 2018 hasta
el día en que escribo esto (viernes 24 de julio de 2020 por la tarde), el
tipo de cambio paralelo fue manipulado en 442.048%. Pero el oficial no
se ha quedado atrás: 403.183%. De hecho, esta leve diferencia es en
realidad de los últimos días, pues la mayor parte de todo este tiempo
ambos han estado a la par cuando no pasa que el oficial supera al
paralelo. Pero sobre esto volveremos más adelante. Por lo pronto,
prefiero pasar al centro de la propuesta de Pasqualina, que al menos tal
y como yo la entendí, consiste en realizar una reforma impositiva más
progresista y justa para financiar mejores salarios.
¿Impuestos más justo para salarios más justos?
En principio, como ya dije, estoy de acuerdo con la propuesta de
Pasqua, incluyendo la parte de que los problemas déficit que puedan
tener las finanzas públicas no son por el “populismo” o los “regalados”
servicios públicos subsidiados. En realidad, de origen el problema viene
por los subsidios directos e indirectos que se le hace a los sectores
económicos privados, lo que incluye la baja carga impositiva cuando no
las exoneraciones las cuales en el último par de años hemos visto
florecer. En tal virtud, estructuralmente hablando, arreglar el problema
fiscal pasa por arreglar el impositivo. Y ciertamente, se podría pagar
mejores salarios mediante una distribución más equitativa de la riqueza,
que a falta de una reforma de los términos de propiedad se hace por esa
vía, como es el caso de los países nórdicos por ejemplo. El problema
para mi pasa por saber si estamos en condiciones de hacerlo. Y sí, dato
no menor, tenemos tiempo dado lo que se nos avecina a la vuelta de la
esquina.
El retrógrado político, económico y epidemiológico del segundo
semestre
En efecto, algo que debemos tomar en cuenta para este debate en este
momento histórico, es la atmósfera que se está cocinando en este
segundo semestre, que recuerda a esos retrógrados de los que hablan
los astrólogos, en el sentido que varios problemas se están alineando
amenazadoramente contra nosotros.
Por un lado, tenemos el mercurio político, con la conflictividad
momentáneamente trancada pero a sabiendas que se vienen dos
procesos electorales que avivarán las tensiones: las parlamentarias en
nuestro país y las presidenciales en los Estados Unidos.
A la par, tenemos el mercurio pandémico. Por razones ya explicadas, y
como van confirmando los hechos, de seguir las tendencias para los
meses de agosto y septiembre entraremos en una fase acelerada de
contagios por el orden de los mil diarios. Eso pondría una presión
extrema sobre nuestro incierto sistema de salud, de forma que
viviríamos a nivel nacional -o al menos en Caracas- situaciones
parecidas a las vista en Maracaibo, por no hablar de otras latitudes. Pero
además significa 1) que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes
seguirán en casa pues no habrá condiciones para volver a clase
presenciales. Y 2) que de hecho, se quiera o no, la cuarentena tendrá
que extremarse dentro de poco (de verdad, no como ahorita) para
evitar contagiarse y contribuir
Por si esto fuera poco, tenemos el mercurio de la recesión económica
que se profundiza. De por sí, las proyecciones de comienzos de año
según las cuales la etapa más difícil de la pandemia se superaría en el
primer semestre quedaron cortas. En lo que a nosotros concierne como
país, eso se traduce en 1) una contracción del PIB que la CEPAL estima
en -26%, mayor a la estimada para 2019 (el peor año de todos los
malos recientes y al menos los últimos cien), lo que supone que para
finales de este 2020 la economía venezolana tendrá menos de un tercio
del tamaño que tenía en 2012-13 y, en términos per cápita, habrá
retrocedido unos 75 años, a los años 40 del siglo pasado pero con diez
veces más población. Y 2) una disminución de la entrada de divisas por
la vía de la caída de los precios del petróleo, el cierre de toda posibilidad
de exportaciones no tradicionales, la caída de las remesas, más lo que el
bloqueo contribuye. Estamos claros, por otra parte, que no podemos
acceder a crédito internacional, así como tampoco existen condiciones
para reestructurar deuda (más allá de lo que se haya hecho con Rusia o
China).
Pero si esa es la situación en el frente externo en el interno no luce
mejor. Pues al estrangulamiento del bloqueo al cual se le suma la
recesión poscovid, hay que agregarle el derivado de la política
económica. Y aquí es donde hay que hilar fino. Teniendo presente que la
política económica (la trampa monetarista de la Esquina de Carmelitas,
Pasqualina dixit), adoptada a partir del plan de recuperación de 2018,
ha consistido consiste fundamentalmente en una sola cosa: contraer la
oferta y demanda de dinero, entiéndase bolívares, como mecanismo
para disminuir la presión sobre el consumo y por tanto sobre los precios,
lo que incluye el tipo de cambio, que es el precio de las mercancías-
divisas.
De la desbolivarización, a la dolarización hasta que llegó el covid
La estrategia de “equilibrios recuperadores” elegida fue la de reducir el
suministro de bolívares a la economía con el propósito de que, al haber
menos, se redujera a su vez las cantidades disponibles para la compra
de divisas. Y para ello se tomaron básicamente dos medidas: 1)
disminución severa del crédito por la vía de la imposición de los encajes
bancarios. Y 2) un recorte igualmente severo en la emisión de dinero
por parte del BCV. Pero la reducción nominal de los bolívares fue solo el
primer paso, siendo la otra su reducción en términos reales, es decir, de
capacidad de compra. No estaríamos en posición de decir si fue
deliberado o no, pero lo cierto del caso es que al liberarse el tipo, los
precios y retrasarse los salarios y pensiones, se produjo también una
reducción del gasto público en términos reales. Es difícil estimarlo por la
oscuridad de las cifras, pero más o menos debe haber operado una
reducción de más del 50% del gasto público en su capacidad de compra.
Y lo mismo, desde luego, debe decirse de los salarios.
En lo inmediato, el plan surtió efecto. Y la primera evidencia fue la
marcada desaceleración de la inflación, siendo que, de hecho,
técnicamente hablando salimos de la hiperinflación al pasar de
variaciones mensuales superiores a 50 e inclusive 100 por ciento a tasa
que promedian 30%. Eso no quiere decir que los precios hayan dejado
de subir: solo que lo hacían a un ritmo más lento, incluyendo el de la
divisa.
La consecuencia lógica de lo anterior fue la paulatina desaparición del
bolívar de
Lo que esta cuenta macroeconómica quiere decir traducido a nivel
microeconómico (los bolsillos de la mayoría de las familias venezolanas
que sobrevivimos al día), es que hay menos entradas de divisas al país
que puedan ser puestas en circulación justo cuando la demanda en las
calles de la misma aumenta. Y con esto entramos en uno de los dos
extremos del lazo del corazón del problema, ya que este aumento en la
demanda de divisas en buena medida es consecuencia de la política
monetaria consistente en contraer la oferta de bolívares.

Y es que en buena lid, para nadie es un secreto que los salarios


vigentes ya no merecen ese nombre y mucho menos la pensiones, que
son la mitad del mínimo. Así como que ninguna familia asalariada puede
vivir no digamos dignamente, sino simplemente vivir, de las
remuneraciones actuales. Dejando de lado la minoría (la de siempre y la
de ahora) que no vive de sus salarios, seguramente hay un número muy
reducido que gana bien. Pero de hecho, este “gana bien” es relativo.
Pues alguien que, pongamos por caso, gane 300 o 400 dólares
mensuales, ciertamente la pegó del techo con respecto al resto que a
duras penas llega a 10 o 20 raspando por aquí y por allá. Sin embargo,
estamos hablando de salarios equivalentes al mínimo regional –por no
hablar del mundial-, lo que coloca a nuestra mano de obra criolla como
la más barata del mundo, tomando en cuenta lo bajo que se le paga vs.,
lo alto de su calificación. Entre los que trabajan por internet por ejemplo
la norma es hacer trabajos que de ordinario harían varios por el salario
que en otras condiciones o latitudes no gana ni uno.
Después, claro, está quienes reciben remesas. Pero esa siempre ha sido
una cuenta sobre estimada, pues el número de familias que las reciben
es bastante menor al de las que tienen parientes emigrados (un 30%).
Por lo demás, buena parte de quienes envían remesas deben sobre
explotarse e incluso degradarse afuera para hacerlo, lo que no solo es
un problema individual del que se fue –como pretenden los majaderos-
sino colectivo: es el bono demográfico al cual se le invirtió toda una
década el que ahora usufructúan a precio de gallina flaca quienes no
invierten nada en ello (léase: Chile, Colombia, etc.). Eso por no hablar
de la empatía y la solidaridad, cuestiones que a algunos y algunas les
resultan tan extrañas en estos tiempos.
Como quiera, hay que tener presente que después del COVID esa
situación está cambiando: la caída de las remesas se estima sobre el
50% y muchos que se fueron están regresando en peor situación a la
que están al salir.

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