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Ángeles

"Estoy seguro de que hay un ángel cerca tuyo. Tu ángel de la guarda es de


carne y hueso. Solo hay que abrir los ojos, y aprender a reconocerlos..."

Cristián Warnken

Los ángeles existen. Pero no en el cielo, en la tierra.

No son rubicundos ni melifluos, visten igual que nosotros, caminan y viven entre nosotros, son
humanos, vulnerables, finitos como nosotros, pero se diferencian de nosotros en la luz que
emana de su ser propio, luz que puede ayudarnos e incluso salvarnos. No se anuncian con
trompetas. Están en todas partes, podemos toparnos con uno de ellos en el autobús, en el
infernal metro a la hora punta, o incluso en la oficina donde trabajamos.

Yo doy fe de la existencia de uno, en el Centro de Extensión de la Universidad de Valparaíso,


en la calle Errázuriz. Se llama Aníbal, es un músico notable, dicen que es el representante de
Bach en la tierra y desde su cuchitril de empleado público todos los días emergen sonidos
sublimes, un bálsamo para el alma cansada de burocracia. Irrumpe siempre en nuestras oficinas
contagiándonos de su curiosidad y asombro prístinos. Sus apariciones nos sacan del tedio de
la rutina, impiden que nuestra mirada envejezca.

Los ángeles no buscan el poder ni la fama ni el éxito, y es increíble que todavía existan en una
sociedad del rendimiento como la nuestra. ¿Pero cómo reconocerlos? Los ángeles, cuando
dejaron de ser niños, no traicionaron su infancia al convertirse en adultos. El niño interior sigue
vivo en ellos, eso se nota en el brillo de sus ojos, en la alegría no contaminada por amargura
alguna (por más que hayan tenido sufrimientos como los nuestros), en su delicadeza.

En un mundo cada vez más rudo, violento y hostil como el nuestro, la delicadeza de estos
ángeles es casi un milagro. Hay algunos que son duendes, esos son los más encantadores:
ligeros, ágiles, ditirámbicos.

Desde que me di cuenta de que los ángeles existían en la tierra, aquilato cada encuentro con
ellos. Suspendo cualquier actividad que mi activismo me imponga, y me preparo lo que más
pueda (dentro de lo que permite mi torpeza y vulgaridad no angelical) a recibir el regalo que
traen y que siempre tiene que ver con la esfera del ser y no del parecer, con lo genuino y no lo
artificial, con lo gratuito y jamás con el cálculo. Los ángeles no hacen nada por cálculo, lo que
puede desconcertarnos y hacernos dudar de que eso pueda ser posible.

Hace mucho tiempo, el gran poeta Rainer Maria Rilke, a propósito de los ángeles, dijo: "Todo
ángel es terrible". Claramente los ángeles de los que hablo no tienen nada que ver con esos
ángeles tremendistas, de una dimensión metafísica por encima de la nuestra. Mis ángeles se
resfrían, van a comprar el pan, bostezan, lloran y ríen; eso sí, producen paz y muchas veces
consuelo. Están en un estado de conciencia superior a la media, pero ellos mismos no tiene
conciencia de ello; si no, serían prisioneros de su ego, como nosotros. En momentos de dolor o
zozobra, misteriosamente aparecen y nos salvan.

Recuerdo a Jeaninne, un ángel que era bibliotecaria infantil y me regaló el libro preciso en el
momento preciso, la venda delicada y suave para una herida profunda en un momento de duelo.
Y cómo no recordar al príncipe Myshkin de la novela "El Idiota", de Dostoyevski, por ejemplo. O
a Paterson, el personaje de la última película de Jim Jarmusch, un conductor de autobús que
hacía una pausa en su rutinaria y alienante vida, para escribir un poema cada día, sin ambición
literaria alguna.

Pero los ángeles no necesitan escribir poemas, viven poéticamente y eso se ve en cómo cuidan
un jardín o atienden a un enfermo en un hospital o hacen una clase llena de amor en un colegio
municipal de la periferia. Hay albañiles ángeles, ascensoristas, farmacéuticos, carabineros
ángeles.

Estoy seguro de que hay un ángel cerca tuyo. Tu ángel de la guarda es de carne y hueso. Solo
hay que abrir los ojos, y aprender a reconocerlos. Cuando uno se da cuenta de eso, sabe que
no todo está tan perdido y que el mundo -a pesar de su locura cada vez más desatada- no se
ha acabado porque hay muchos de ellos en todas partes, con las alas escondidas y los brazos
abiertos.

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