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©Rosa Pedrero / Juan Piquero Literatura griega: Tema 4

TEMA 4

LA PROSA: HISTORIOGRAFÍA

ESQUEMA DE CONTENIDOS
1. Origen del género historiográfico
2. Historiadores
2.1. Heródoto
2.1.1. Naturaleza y génesis de la obra
2.1.2. El método historiográfico
2.2. Tucídides
2.2.1. El método historiográfico
2.3. Jenofonte
2.3.1. La obra de Jenofonte
2.3.2. Ideología
2.3.3. El método historiográfico

1. EL ORIGEN DEL GÉNERO HISTORIOGRÁFICO


En griego antiguo, el término historía significa ‘investigación’ y deriva, a su vez,
del vocablo ístor, ‘testigo’, literalmente, ‘el que ve’. Esto prueba que para los griegos la
idea de historia implica la noción de autopsia, de ser testigo directo de aquello que se
relata. Aunque no todos los autores fueron testigos de lo que cuentan, en el caso de no
serlo se preocupan de buscar los testimonios directos e, incluso, reproducen algunos de
los supuestos discursos pronunciados por sus personajes como si ellos mismos los
hubieran presenciado.
La aparición de la prosa escrita requiere la existencia de una escritura
relativamente extendida y de un público de lectores dispuestos a leer las obras. Las
primeras obras escritas en prosa fueron las leyes de las ciudades, que se publicaban
sobre imponentes inscripciones en piedra y se exhibían en edificios civiles y religiosos
de la pólis. A lo largo del s. VI a.C., algunos de los llamados filósofos «presocráticos»
‒concretamente Anaximandro, Anaxímenes y Heráclito‒ comenzaron a escribir sus
tratados en prosa. Se cree que la razón pudo ser que la prosa, de forma simbólica, daba a
sus escritos cierta autoridad, la misma que tenían las leyes.

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De cualquier forma, en lo que concierne a los orígenes del género historiográfico,


estos deben buscarse en los llamados logógrafos. A finales del s. VI a.C. algunos
escritores pretenden narran el pasado desproveyendo a este de cualquier carácter mítico
o de leyenda: son los llamados logógrafos, que, como los filósofos «presocráticos» eran
jonios. La logografía jonia es, pues, el precedente más directo de la historiografía. Esta
abarca una serie de relatos (lógoi) sobre ciudades o pueblos compuestos por viajeros
griegos que recorrían Oriente y Occidente llevados por sus deseos de aprender e
investigar. Exponen los hechos deducidos de la propia observación o indagación. Sus
obras se pueden agrupar en tres grupos: a) «periplos»: facilitan los viajes por mar con
informes sobre nuevos territorios; b) obras de carácter etnográfico: tratan sobre hechos y
costumbre curiosas de pueblos con los que los griegos suelen tener contacto comercial;
c) obras sobre el pasado: en ellas los logógrafos racionalizan el mito y la leyenda con el
fin de encontrar una ‘verdad” histórica.
El primer historiador como tal es Heródoto, quien inaugura en Grecia el género
historiográfico con su Historia.

2. HISTORIADORES

2.1.1. Heródoto
Heródoto (c. 484 a.C. – c. 425 a.C.) nació en Halicarnaso, ciudad doria situada en
Asia Menor, en vísperas de la campaña de Jerjes contra Grecia. Los años anteriores al
447 a.C., fecha en que llega a Atenas, los pasó en continuos viajes por Egipto y Escitia
‒al menos‒ con el objetivo de contemplar e investigar. Su estancia en Atenas fue
esencial para su formación como historiador, pues vivió el despertar a la razón de la
sofística. Pero, más que esta corriente filosófica, influyó en el sentido histórico de su
obra el pensamiento tradicional y conservador de las tragedias de Esquilo: el exceso
atrae el castigo divino.

2.1.1. Naturaleza y génesis de la obra


La Historia de Heródoto fue dividida arbitrariamente por un gramático posterior
en nueve libros con los nombres de las nueve Musas.
El propósito inicial de la Historia es contar la historia de Persia, siguiendo la
sucesión de sus reyes desde Ciro hasta Jerjes, y narrar al mismo tiempo las

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características de los pueblos que se anexiona Persia durante sus conquistas (Egipto,
Escitia, Tracia), hasta llegar a las Guerras Médicas, entre griegos y persas, como punto
final. Sin embargo, la estancia del escritor en Atenas y su conocimiento del ambiente
espiritual respirado en dicha ciudad modificó la narración hasta convertir su obra en un
relato sobre cómo la libertad de los griegos triunfó sobre el despotismo de los persas: la
democracia contra la tiranía; Occidente contra Oriente.
Desde el punto de vista formal, la Historia tiene abundantes digresiones sin
relación orgánica con el tema nuclear de la obra. Estas narraciones emparentan a
Heródoto con sus antecesores logógrafos y constituyen uno de los rasgos distintivos del
estilo de Heródoto. La línea de la narración no es cronológica, sino que se articula sobre
un principio asociativo: los distintos personajes de la narración (países, personas) van
apareciendo en el libro en la medida en que estos tienen relación con los persas. Los
últimos con los que los persas tienen contacto son los griegos y la obra termina con la
victoria de estos sobre los persas en la segunda guerra médica (480 – 478 a.C.).
Por lo que respecta a su estilo, destacan los discursos, donde resalta el
comportamiento general de los hombres, y el diálogo, que es característico de muchos
pasajes.

2.1.2. El método historiográfico


Heródoto confiesa en el prólogo de su propia obra que la escribe “para que ni lo
ocurrido por la acción de los hombres caiga en el olvido con el tiempo ni obras grandes
y admirables, realizadas unas por griegos y otras por bárbaros, queden sin gloria, y
especialmente por qué causa hicieron la guerra los unos contra los otros”.
En el desarrollo de su obra es importante la idea de que el hombre que traspasa
sus límites comete un exceso que lo lleva a la perdición: es el caso de los persas que,
además, viven sometidos a los caprichos de un rey y no conocen la democracia. En este
sentido, la mentalidad de Heródoto es religiosa: los dioses tienen el destino de los
hombres en sus manos (fatalismo).
Para su “investigación” (historía), Heródoto sigue el siguiente método: 1) parte de
la observación personal, de la autopsia de lugares y monumentos de interés; cuando no
hay datos suficientes, acude a informadores; 2) como la fiabilidad de los informadores
suele ser incierta, somete las noticas que le dan a su propio juicio crítico; 3) si el
testimonio de los informantes difiere su opinión trata de encontrar datos en fuentes más

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antiguas que él (sobre todo, Hecateo de Mileto, un logógrafo del s. VI a.C.). Es decir, su
método es fundamentalmente crítico; no acepta las fuentes ciegamente, sino que las
somete a su parecer mostrándose escéptico con frecuencia. Se mueve en un mundo entre
el mito y la historia, y su mérito consiste en querer introducir su capacidad de
comprensión, su razón.

2.2. Tucídides
Tucídides (c. 455 a.C.-c. 400 a.C.) era aristócrata de nacimiento y recibió una
educación acorde a su rango asimilando las enseñanzas de los movimientos filosóficos y
retóricos de su tiempo. No es un historiador por azar ya que, por tradición familiar,
estaba muy entrenado en la vida pública. Su niñez y juventud coinciden con la época de
mayor esplendor de Atenas.
La Historia de la Guerra del Peloponeso está dividida en ocho libros y su
finalidad es contar el conflicto bélico que tuvo lugar en el siglo V a.C. entre Esparta y
Atenas.
A diferencia de Heródoto, cuya concepción de la historia es eminentemente
religiosa, Tucídides explica los hechos desde un punto de vista humano. Para él la
fuerza motriz de la historia es la inteligencia (gnōme), cuyas decisiones están
determinadas por cuestiones políticas, económicas y militares, manteniéndose al margen
de las normas religiosas. Junto a ella está la fortuna (týche), considerada no como
potencia divina, sino como lo imprevisible que surge en el acontecer histórico.
Tucídides considera la naturaleza humana un elemento constante del proceso
histórico. Se caracteriza por su aspiración a la libertad. Estos deseos, elevados a un nivel
general, se manifiestan en el odio del pueblo sometido hacia su opresor; en la ambición
de poder; en la imposición de la ley del más fuerte sobre el débil para el que de nada
sirven las apelaciones a la justicia, ya que por encima de todo se imponen razones de
conveniencia y utilidad; en la envidia del éxito, etc. La inteligencia, pues, rige los
destinos de los pueblos y actúa por móviles no sometidos a la moral y a la religión, pero
eso no implica que todas las decisiones humanas procedan de un razonamiento
equilibrado, sino que a veces actúan el apasionamiento, la imprudencia o la
precipitación.
El pensamiento del historiador coincide con el modo de actuación política de
Pericles, a quién considera idóneo para realizar la guerra, mantener el imperio ateniense

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y buscar el bien de la ciudad. Los sucesores de Pericles no fueron capaces de mantener


este equilibrio y los critica violetamente tras su fracaso político y militar. Tucídides
elogió el nuevo régimen moderado que se estableció en Atenas en 411 a.C.
La crítica de Tucídides, sin embargo, no solo se dirige contra la actuación
ateniense, sino que se extiende también a los excesos cometidos por los espartanos. Y es
que en este autor se constata aún la línea de la antigua tradición, en la que se resaltaban
los valores morales como el amor a la patria, a la justicia, al bien común, etc. A pesar
del egoísmo y la envidia del ser humano se puede conseguir un mundo mejor.

2.2.1. El método historiográfico


El propósito de Tucídides de exponer la estricta verdad de lo que ocurrió hizo que
los métodos empleados en su investigación difirieran de los utilizados por Heródoto.
Tucídides contó con la ventaja de relatar hechos contemporáneos y de poder manejar
mayor número de fuentes que Heródoto pero, incluso cuando se remonta al pasado,
aplica una crítica racional que asegure la verdad de lo que afirma. Este criterio de
verosimilitud, basado en la idea de progreso económico y militar de las ciudades, es el
que le lleva a afirmar la superioridad del presente sobre el pasado y a considerar más
importante la guerra del Peloponeso que la legendaria guerra de Troya.
Realiza una exhaustiva búsqueda de datos para que los hechos narrados sean
objetivos e inserta en su obra solo aquellos que superan su examen crítico. Pero
profundiza aún más y, partiendo de sucesos particulares, pretende extraer las
interioridades que subyacen en cada uno de ellos, elevándolas a la categoría de
principios generales, en la idea de que las generaciones posteriores actúen conforme a
ellos en situaciones semejantes. Por otro lado, abundan los discursos puestos en boca de
los personajes que intervienen, los cuales cumplen una doble función: tratan de expresar
la verdad política, es decir, los móviles que mueven a los distintos personajes, y sirven
para la dramatización de su relato. Por otro, sirven al autor para introducir sus propias
ideas, con lo que se pone en tela de juicio su objetividad. Su cometido se manifiesta
sobre todo en aquellos que, siendo contrapuestos, exponen las motivaciones de ambos
contendientes.

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2.3. Jenofonte
Jenofonte (c.430 a.C.-c.355 a.C.) se formó junto al sofista Pródico y más tarde
pasó a ser discípulo de Sócrates. Sus ideas políticas eran contrarias a la democracia y se
alineaba con los oligarcas, colaborando con el régimen de los Treinta tiranos (404 a.C.)
que, bajo el mandato de Esparta, se instauró en Atenas después de que esta perdiera la
Guerra del Peloponeso.

2.3.1. La obra de Jenofonte


Podemos ordenar las obras de Jenofonte en tres apartados: históricas, socráticas y
didácticas. De ellas, las históricas son las más importantes y, más concretamente,
destaca la Anábasis. Esta obra narra las peripecias de un grupo de griegos que,
comandados, entre otros, por el propio Jenofonte, viajaron a Persia como mercenarios al
servicio de Ciro el Joven. En efecto, en el año 401 a.C. una expedición de griegos de
distintas póleis partió hacia Persia para luchar en la guerra entre Ciro el Joven y su
hermano Artajerjes II. Las tropas de Ciro vencieron en la batalla de Cunaxa pero el rey
murió en combate, lo que dejó a los griegos en una situación compleja: los jefes del
contingente griego fueron asesinados y Jenofonte se convierte en uno de los
comandantes que intentar llevar a los soldados a Grecia. El viaje de regreso a lo largo de
cuatro mil kilómetros dura cinco meses y a él sobreviven unos siete mil soldados. En él
cruzan las tierras de Armenia hasta llegar la Mar Negro, donde por fin encuentran el
mar. Podría considerarse la obra como una autobiografía y, de alguna manera, lo es; sin
embargo, Jenofonte atribuye la autoría de su texto a un personaje ficticio, Temistógenes
de Siracusa, y él mismo aparece en la obra como un personaje más.
Las otras tres obras históricas de Jenofonte son las Helénicas, el Agesilao y la
Ciropedia.
Las Helénicas narran en siete libros la historia griega desde el 411 a.C. hasta el
362 a.C. En ellos, Jenofonte pretende continuar la obra de Tucídides, pero el grado de
imparcialidad de los dos autores es muy distinto. A diferencia de Tucídides, Jenofonte
se deja llevar por sus preferencias en lo político y lo moral y en su narración defiende a
Esparta y a las oligarquías. Pese esto, la obra tiene importancia, ya que es la fuente
principal para el conocimiento del periodo que tratan. En Agesilao hace un encomio de
la vida del rey espartano del mismo nombre, con quien coincidió luchando contra los
persas y contra los propios atenienses en la batalla de Coronea (394 a.C.). Es una

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biografía. Por último, la Ciropedia, la ‘educación de Ciro’ narra la educación, juventud,


subida al trono y reinado de Ciro el Viejo. Tiene un fuerte carácter didáctico, ya que
Jenofonte adopta un tono moralizante para ilustrar sus opiniones sobre cómo se ha de
educar a un rey ideal. El texto mezcla elementos historiográficos con otros novelescos y
un tono moralizante.

2.3.2. La ideología de Jenofonte


La personalidad de Jenofonte es la de un individuo magnánimo que se afirma con
innegable dignidad. Supo aunar su talante aventurero con una visión clara de su entorno
histórico y siempre recordó las enseñanzas de Sócrates y defendió los ideales
tradicionales helénicos con valor. Es interesante que un hombre de ideas más bien
conservadoras haya sido en muchos aspectos un precursor del helenismo: en su
tendencia al individualismo, en sus esbozos de nuevos géneros literarios (como la
biografía y la novela), en su preocupación por la pedagogía, en sus breves tratados sobre
la equitación o la economía, etc.
La actitud de Jenofonte ante el estado ateniense fue muy especial ya que, aunque
nació en Atenas, nunca estuvo de acuerdo con la época turbulenta que vivió su ciudad
en el 401 a.C. ni con el rumbo democrático que empezaba a tomar por aquellos años,
por eso se enroló en la expedición de Ciro contra Artajerjes II quien, además, era aliado
de Atenas en ese momento. También, en este mismo sentido, se puso del lado de los
espartanos quienes, bajo el mando de Agesilao II, habían invadido Asia Menor (396/5
a.C.) para proteger a las ciudades griegas de los excesos de los persas. Esta última
decisión le valió el exilio de Atenas pues, no solo se había aliado con los espartanos,
sino que había traicionado el pacto entre los atenienses y Artajerjes II contra Esparta
(Guerra de Corinto, 395-387/6 a.C.). No obstante lo anterior, a su ciudad natal le debió
su perfil como historiador y su formación cultural. Con todo, quien verdaderamente lo
agasajó fue el estado espartano, otorgándole honores propios de un ciudadano y
acogiéndolo como uno de los suyos. Al final de sus días, en 365 a.C., pudo regresar a
Atenas una vez su decreto de exilio fue anulado.

2.3.3. El método historiográfico


Jenofonte, como historiador, tiene notables defectos. No es exhaustivo en la
recogida de datos, es olvidadizo y margina hechos de primera importancia, cuenta las

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cosas desde su perspectiva, no tanto por tener interés en ser parcial debido a la simpatía
que sentía por los espartanos, que tanto se le ha reprochado, como por su característica
ingenuidad, que más se parecía a la improvisación sin examinar ni contrastar de forma
crítica los datos de sus escritos, como tendría que haber hecho un fiel continuador de la
obra de Tucídides. En realidad, Jenofonte es mucho mejor como reportero de guerra.
Sus escritos son un reportaje de sus propias experiencias en el ejército, perfectamente
contadas. Su escritura es fresca, precisa, rápida, no ajena a la ironía en ocasiones, tan
solo alterada por la longitud de algunos discursos, que aparecen cargados de tópicos
retóricos y distan mucho de la hondura psicológica de los de Tucídides. A veces prefiere
remodelar la historia, silenciando algunos hechos y embelleciendo sus testimonios con
figuras retóricas. Es mejor narrador que crítico.

Lecturas de la Antología de la literatura griega:


IV. Historiadores
- Heródoto: Frs. 1-3
- Tucídides: Frs. 4 y 6
- Jenofonte: Fr. 9

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