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La Pandemia en Tiempos del Covid

Las enfermedades forman parte del día a día tanto como los nacimientos y las defunciones. Estos
hechos, sin embargo, no suelen trascender más allá del círculo de las personas afectadas. ¿Qué
ha pasado para que ahora estemos más pendientes que nunca de la salud ajena? A nadie le
sorprenderá si afirmamos que la actual pandemia de covid-19 ha puesto el mundo patas arriba.
Incluso convirtiendo algo tan privado como la enfermedad en una preocupación colectiva. Los
mismos hospitales y centros sanitarios en los que hasta hace poco se vivían dramas acotados al
ámbito personal y familiar protagonizan ahora un relato más colectivo. La definición científica
de pandemia, de hecho, responde a esta misma lógica. No es un problema puntual y localizado,
sino un riesgo que ya atañe a todo el mundo. Geográfica y personalmente hablando.

Mientras, en el imaginario colectivo, el peligro de una enfermedad pandémica había quedado


relegado durante años a la gran pantalla. Como un mal frío y sin conciencia que, antes o después,
aparecería para hacer temblar los cimientos sanitarios, políticos, sociales y económicos de una
civilización. Y ahora, con esta imagen bien presente, la pandemia de coronavirus ha surgido
como uno de esos peligros que, por más que estén anunciados, no vimos venir. De ahí el miedo
y la incertidumbre causados por este evento a escala global. Estamos, pues, ante la primera
pandemia realmente universal. Por su alcance. Y por su visibilidad. La enfermedad de la que
inevitablemente todo el mundo habla.

Antes de continuar con este relato recordemos que pandemia no es sinónimo de apocalipsis. Si
repasáramos las amenazas apocalípticas, los virus y las bacterias destacan tanto (o más) que el
impacto de un asteroide o los efectos del cambio climático. No olvidemos que los brotes de
enfermedades infecciosas han causado verdaderos estragos. En el siglo XIV, la peste negra dejó
unos 50 millones de muertos. El sarampión, 200 millones. La viruela, 300 millones más. Más
recientemente, ya a principios del siglo pasado, la mal llamada "gripe española" acabó con entre
50 y 100 millones de vidas. La buena noticia es que, a diferencia de otras crisis sanitarias, la
ciencia está logrando dar una respuesta rápida. La historia, por lo tanto, no tiene por qué
repetirse.

El mundo nunca había tenido tanta información en directo sobre una epidemia global como con
la covid-19. Las consecuencias de la gripe de 1918 siguen, hoy por hoy, en debate. Ahora, en
cambio, la retransmisión es prácticamente instantánea. La ciencia trabaja a contrarreloj para
ofrecer una explicación sobre lo que está pasando. La medicina se actualiza sobre la marcha para
dar respuesta a la necesidad. Y las consecuencias de la pandemia son narradas en tiempo real a
través, por ejemplo, de las páginas de este diario. La pandemia es global y su visibilidad, también.
Aun así, los acontecimientos pasados pueden servir para interpretar el presente. El historiador
de la medicina Charles Rosenberg explica que las epidemias se desarrollan como un drama en
tres actos. En el primero, los ciudadanos intentan mantener a toda costa la apariencia de
tranquilidad y con ello ignoran las pistas que indican el avance de la enfermedad. En el segundo,
cuando ya es imposible obviar la realidad, la gente reacciona exigiendo explicaciones a los
responsables públicos. En el tercero, la crisis "de carácter individual y colectivo" sigue in
crescendo y, finalmente, deriva hacia el inevitable cierre. Este guion extrañamente familiar se
repite prácticamente en todas las crisis sanitarias, desde los brotes de peste del siglo XIV hasta
la actual pandemia de coronavirus. El devenir del relato siempre es el mismo, solo cambian los
personajes y el escenario.

Siguiendo con la metáfora literaria, el historiador argumenta que podemos entender las
pandemias como relatos que desvelan los "problemas latentes" de una sociedad. Fallos
estructurales que de otra manera quizás no serían tan evidentes. Como las carencias del sistema
sanitario, que se muestran con crudeza en los momentos más extremos. Como la necesidad de
reforzar las medidas de salud pública, entre ellas las de higiene y las vacunas, para evitar que
algo así vuelva a pasar. Como el intento de las autoridades de aplicar medidas más o menos
autoritarias para mitigar la propagación del virus. O, cómo no, el surgimiento espontáneo de
curanderos y farsantes que intentan vender soluciones milagrosas a la enfermedad. "Los
historiadores ya hemos visto de todo", bromea David S. Jones, experto en cultura de la medicina
en un análisis sobre las 'lecciones históricas' que podríamos (o deberíamos) aplicar a la actual
pandemia de coronavirus.

Los historiadores Àngel Casals y María-Milagros Rivera Garretas, del departamento de Historia
y Arqueología de la Universitat de Barcelona (UB), explican que, para entender las epidemias del
pasado, el contexto es casi más importante que la enfermedad en sí. No olvidemos que incluso
ahora los expertos recuerdan que la evolución de una crisis sanitaria depende de factores
biológicos (cómo es el patógeno que la causa) y sociales (cómo reacciona una sociedad en este
tipo de situaciones). Las crónicas de la plaga de Justiniano del siglo VI en Constantinopla o las
narraciones de Leonor López de Córdoba de la peste del siglo XV en España pueden leerse,
incluso actualmente, como un relato universal de la frustración social ante 'el poder de la
naturaleza'.
Las plagas del mundo antiguo irrumpían causando verdaderos estragos. Por su carácter
inesperado. Por la falta de comprensión de lo que estaba pasando. Por la falta de conocimiento
sobre cómo reaccionar.

Llegados al siglo XIX la historia cambia. "La ciencia es la nueva religión", esgrime Casals. Los
avances científicos y médicos, de hecho, se interpelan tanto para evitar la irrupción de estas
enfermedades infecciosas como para mitigar su efecto. "El conocimiento de los microbios, la
aplicación de medidas de salud pública y el desarrollo de vacunas marcarán las pandemias
modernas", añade. Aun así, la ciencia, por sí sola, tampoco es el santo grial. Porque las
enfermedades emergentes siempre han estado ahí y siempre lo estarán. Y porque, una vez más,
de poco sirve el conocimiento científico sin una reacción social acorde. La periodista científica
Laura Spinney, autora de 'El jinete pálido', explica que la epidemia de gripe del 1918 se expandió,
en parte, por el desconocimiento que había sobre lo que estaba ocurriendo. En un mundo de
información censurada por la primera guerra mundial, la pandemia se expandía sin hacer ruido.
Un error del que, al menos ahora, hemos logrado no repetir.

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