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Hacia

el primer libro Los libros tienen mañas para adueñarse de nuestra vida y en cualquier momento
podemos empezar a ser presas de sus deliciosos poderes.

Por Eduardo Huchín Sosa

N
o existe la lectura virgen. No hay ese primer forma de violencia física, intuí que la mejor manera era
libro que nos muestra –de golpe—el milagro suministrarle una sustancia perniciosa. En un vaso
de la literatura. Detrás hay decenas, quizás mezclé todo líquido que encontré en el taller de cos-
cientos, de sucesos que nos han conformado ya como tura y le eché jugo de uva a fin de disimular el color.
lectores: televisión y cuentos antes de dormir, juguetes, Lo que yo no había tomado en cuenta es que el alcohol
regaños, música en el estéreo. Se llega al primer libro quirúrgico apesta y más cuando has añadido aceite de
como se llega al primer amor: con demasiadas cosas máquina de coser. Mi hermana terminó tirando el bre-
aprendidas que necesitamos corroborar por cuenta pro- baje al inodoro, pero no me delató. Primera lección de
pia. Los libros no crecen sino en escenarios propicios, literatura: el lector tiene una imaginación aviesa, y una
de formas inesperadas, por caminos impensables, bajo ejecución torpe, fallida por definición.
cientos de pretextos. Que yo no fuera un delincuente infantil y que mi
Mi niñez no tuvo libros sino hasta los once años hermana tuviera un secreto con qué extorsionarme
en que compré Viaje al centro de la Tierra. Mis provocó que la relación se volviera aún más
padres no terminaron la primaria y eso explica áspera. Eso me obligó a buscar otras formas
que en casa los anaqueles sólo sirvieran para de entretenimiento. Entonces llegaron las his-
almacenar rollos de tela. Sin embargo, nunca torietas de un primo y con ellas, apareció una
carecí de ficción. Papá y mamá confecciona- forma de aventura que no tenía que ver con
ban disfraces, de modo que protagonicé todo tipo de los libros de texto de la escuela. Del mismo modo que
historias con el vestuario adecuado. La creación lite- sucede con la historia universal, los villanos marcaron la
raria entró en mi vida a través del guardarropa. Antes pauta de mi acercamiento a los cómics. El Hombre Ara-
de pergeñar mi primer relato ya había debutado como ña era un pretexto para que gente perversa y con mallas
impostor. entrara y saliera de Nueva York. Eran las fechorías las
En una niñez en donde ni siquiera había diccio- que hacían diferente a cada número. Lo que me llevó a
narios, ¿cómo diablos me volví lector? Lo primero fue una de esas lecciones que uno comprueba con La Di-
que no me convirtiera en un homicida. Pude haber vina Comedia: leer el “Infierno” es más entretenido que
inaugurado una vida criminal a los siete años y posi- leer el “Paraíso”.
blemente ahora sería un tipo esponjoso y despreciable, Aunque las historietas de superhéroes sean un modo
que despachara desde algún penal o una secretaría. En común de crear la emoción lectora, mi aprendizaje de
1986, el año del mundial, yo era un chico pacífico que la necesidad de leer tuvo un elemento extra: las mujeres
un día quiso asesinar a su hermana de nueve. Ella me de curvas imposibles. No había yo entendido del todo
quitaba los juguetes y practicaba la dulce tiranía de la los secretos de la narrativa gráfica cuando supe lo que
edad. Dado que era muy pequeño para ejercer cualquier era la lectura pornográfica.
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Lo mejor de las revistas que llegaban al puesto del
mercado es que algunas venían rotuladas con la leyenda
de que no debían ser vistas por menores. El caso es
que yo era un menor y por ende, necesitaba verlas a
como diera lugar. Alentado por la restricción, al poco
tiempo encontré un sitio donde podía acceder a todo
tipo de publicaciones prohibidas con total libertad: la
peluquería.Siempre me ha contrariado que los niños
lloren durante los cortes de cabello, pero el peluquero
de mi cuadra podía haberles dado motivos suficientes.
Era un viejo de 72 años que había decorado su local
con animales disecados y trabajaba en camisa sport.
Nunca hizo nada extraordinario por mi pelo, pero de-
finió como pocos mi conciencia de lector. Sus historie-
tas sobre maestros, traileros, taxistas y toda una amplia
gama de proletarios necesitados de sexo me tenían hip-
notizado. Fue ahí donde comprendí que un cuento está
narrado a contrarreloj y que debe concluirse un minuto en un tipo de detective que se regodeaba en las pistas,
antes que el barbero te eche talco en la nuca. pero que no resolvía ningún caso.
En la peluquería todo era aterrador. Una puerta Alguien que luciera como Horacio Quiroga tenía
daba al patio desde donde llegaban los ruidos de ga- seguramente algo bueno que contar, lo mismo un libro
llos y perros, pero la lectura me instalaba en un espacio con el título de El mundo es ancho y ajeno. Mis intereses
aparte. Iba religiosamente cada mes para leer. Ahí se literarios fueron conformándose a través de los gestos
construyó no sólo mi educación sentimental sino mi de un autor, la seducción de un buen título o de virtu-
ética lectora: leer es malversar el tiempo que deberías des definitorias, como los lentes de Quevedo, las orejas
dedicarle a otra cosa. Lo genial es que leer junto al de Kafka o el pelo de Samuel Beckett. Desde entonces,
barbero era como leerle al ciego Borges: una suerte de mi biblioteca imaginaria tiene una centena de gente
edición comentada. La sabiduría brotaba de sus labios extravagante de la que no he leído ni una sola línea.
cuando había que hablar de los vínculos posibles entre Lo más curioso es que a los diez años no había com-
las chicas de senos grandes y los verduleros de estó- prado aún mi primer libro pero ya cobraba por escribir.
magos prominentes. El último día que asistí a su local, En cuarto grado, las niñas no nos hacían caso ni a mis
aquel viejo selló nuestra relación con una frase con- amigos ni a mí y huían de nosotros como si fuéramos
tundente: “El hombre vive tres etapas, escúchalo bien, una comunidad de leprosos. Entonces yo les propuse a
hijo: en la primera no tiene que pagar para hacerlo; mis compañeros más cercanos que les redactaría poe-
en la segunda, paga porque se lo hagan; en la tercera, mas de amor a cambio de dinero, trato que aceptaron
ni pagando lo puede ya hacer”. Así de simple, así de sin rechistar. Por supuesto, ganaba poco por cada texto,
exacto, así de verdadero. pero ese trueque me dio algo más importante: la sensa-
Para ese tiempo a mis papás les pareció buena idea ción de que –en alguna parte del mundo– alguien podía
comprarme seis tomos de la Enciclopedia Metódica La- estar tan desesperado como para pagar por algo que
rousse, principalmente porque cayeron víctimas de la yo había escrito. Bajo esta experiencia subyace la idea
elocuencia de un vendedor ambulante. Las enciclope- de que la ficción es tan necesaria que uno puede ha-
dias dan la impresión de ordenar el caos, su función cer de todo para obtenerla, incluso eso que más define
es decir mucho en el menor número de páginas. De nuestro contacto con la realidad: el desembolso. Años
ahí que toda enciclopedia sea una ciudad sobrepoblada después, este gesto fenicio desarrollaría mi compulsión
cuya mayor virtud es no presentar embotellamientos. por comprar libros que nunca iba a leer y me llevaría a
Tras semanas y semanas de lectura, sumergido en el descubrir maravillosas novelas solamente porque esta-
tomo III sobre Literatura Universal, acumulé nombres ban en la caja de saldos.
de autores, títulos, historias, pero más que eso, descubrí Falta un último elemento que resolvería mi gusto
el placer de los indicios. En pocas palabras, me convertí por los libros. Estoy hablando naturalmente de la tele-
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visión. En mi biografía no hubo amigos con una novela compras, y esa incursión de la realidad a mitad de la
iniciática bajo el brazo, ni profesores ansiosos de crear lectura suponía que era hora de cambiar de libro. Como
un lector, no hubo papás a quienes viera leer ni visitas los libros eran un producto más, a nadie le importaban
guiadas a la biblioteca pública. En pocas palabras: no y, de ese modo, el supermercado hizo el milagro de in-
había forma de llegar a los malditos libros por los me- tegrar los libros a la vida, pues de niños, los libros tien-
dios conocidos, pues los cuentos eran tortuosos en lo que den a aparecer en lugares específicamente construidos
tenían de lección de gramática y valores. Sin embargo, para ellos: la escuela, por ejemplo. Al poner los libros al
ahí estaba la televisión para salvarme. ¿Qué me enseñó la mismo nivel de los desodorantes y las cajas de leche, el
televisión? En primer lugar a hacer algo con mi soledad. súper volvía cotidiana la necesidad de leer.
Y en segundo a saber quién diablos era Julio Verne. Es diciembre, si mal no recuerdo. Estoy frente a
Una de las primeras caricaturas que me tuvo al borde Viaje al centro de la Tierra. Tengo el dinero completo
de la silla fue Viaje al centro de la Tierra. Las peripecias para adquirirlo, gracias a dos actividades que perfec-
subterráneas del profesor Lindenbrock, quien desciende cionaría con el tiempo: escribir y no comer. Antes que
por el volcán Sneffels, de verdad tenían que apasionar a un mero acto consumista, comprar se ha vuelto en ese
un niño de Campeche, en donde las cuevas pueden llegar instante una expresión de pertenencia. He hecho todo
a ser un escenario cotidiano. El caso es que una mañana, lo que ha estado en mis manos por una obra de ficción,
tras cumplir el encargo de mi madre en el supermercado, por algo que no existe, por un puñado de letras, por un
vi que en uno de los anaqueles había un ejemplar de Via- artículo que nadie me ha dicho que debería poseer. A
je al centro de la Tierra. Lo editaba Bruguera y las páginas los once años tomo una de esas pocas decisiones en las
de la novela estaban intercaladas por un cómic que con- que no tienen nada que ver ni los padres ni los amigos.
taba la trama. Me di cuenta de que había ahí un objeto Comprar un libro porque sí, porque me da la gana, un
que era literatura e historieta, pero también literatura y signo quizás de madurez. Titubeo entre Verne y Ste-
televisión. El libro –y fue claro para mí en ese instan- venson, pero al final gana Julio. Es el principio de todo,
te— tenía la ventaja de que su ficción no dependía del el primer libro que entrará a mi casa, el momento que
horario del canal, y que, por tanto, yo no estaba obligado cambiará mi vida. Llego a la caja registradora y pago.
a despertar temprano cada sábado. En fin, que quise ser Todo ha sido consumado. Frente a mí la chica que co-
lector precisamente por flojo. bra me mira indiferente y no la culpo, pues yo mismo
Junté dinero de mis recreos y también vendí algu- no soy muy consciente de lo que acaba de suceder. Así
nos poemas. En lo que ahorraba acudía al súper cada aprendo la última lección del día. A nadie le interesa lo
dos días a ojear los otros libros. El pasillo de libros y que nos cambia un libro. Leer es una hazaña íntima.
revistas fue mi primera biblioteca pública y paradóji-
camente, ahí nunca padecí las restricciones que años Eduardo Huchín Sosa es narrador, poeta, ensayista y músico de rock. Ha compilado
después sufriría en las bibliotecas de verdad. El súper sus ensayos en ¿Escribes o trabajas? (Tierra Adentro, 2004) y mantiene una bitácora
tenía música ambiental, y carecía de letreros prohibiti- personal en http://tediosfera.wordpress.com Además del humor inteligente, una de
vos y señoras que te regañaran por curiosear; incluso, sus aficiones más fructíferas es el porno risible, lo que puede constatarse en otro de sus
de repente alguna chica linda pasaba con su carrito de blogs, titulado A tranquear el zorro.
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