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La ‘ruina’

española y sus
causantes
José Ramón San Juan
Recopilación de una serie de artículos
escritos en febrero de 2010, con ocasión de
la crisis griega, que motivó enérgicas
exigencias por parte de la UE, y los intensos
rumores acerca de su extensión a España.
Mientras esperamos -inútilmente- la „refundación‟ (¿) del capitalismo prometida
en su día por Sarkozy o las „severas‟ reformas acariciadas virtualmente por
Obama, los mercados financieros -es decir, la economía especulativa- siguen
haciendo de las suyas impunemente a costa de la economía real. Ganar mucho
dinero de modo fácil y rápido es el único objetivo de los actores que
condicionan el rumbo de esos mercados.

La alarma excesiva -y frecuentemente infundada- y el optimismo excesivo e


igualmente infundado son las armas usuales de un montón de poderosos
desaprensivos, estimulados por la impunidad que les ha regalado el estallido
de una crisis global en la que su papel ha sido decisivo. El miedo y la codicia
de una minoría siguen condicionando el destino de la inmensa mayoría en todo
el mundo y muy especialmente en Europa y Estados Unidos, así como en las
economías nacionales estrechamente vinculadas a ambos.

La globalización, de la mano del sistema que la promovió y sostiene, está


exhibiendo su rostro más desagradable desde el estallido de la crisis y
amenaza con hacer la recuperación más lenta y dolorosa de lo que sería en
otras circunstancias. Esa misma situación dificulta la adopción de medidas
estructurales que alteren lo esencialmente perverso de las estructuras que han
provocado esta crisis.

Estamos ante un círculo vicioso que está teniendo sus peores consecuencias
en el terreno social y amenaza con poner fin, de una vez por todas, al estado
del bienestar, que tanto odian quienes, contra toda evidencia que no sea su
propio beneficio, sostienen la bondad de la autorregulación, o lo que es lo
mismo, la soberanía omnímoda de los dueños del dinero.

Nadie tiene „medidas milagro‟ para sacar a corto plazo a las economías
nacionales de la grave crisis provocada por las prácticas fraudulentas e
irresponsables que la han provocado. Y mucho menos si éstas se mantienen
arrogantemente impunes. El teórico milagro de las economías asiáticas
inmunes -especialmente la de China- se debe precisamente a su carácter
periférico respecto a la economía occidental y también a su vigilancia férrea del
conjunto de la propia economía. Ellos serán, en última instancia, los grandes
beneficiarios de una crisis sistémica que sitúa a Occidente ante el espejo de su
propia decadencia.

Si hablamos de España -y ese era el motivo de esta larga introducción-, culpar


al Gobierno de la crisis o de que aquí se prolongue más la recesión que en
otros países puede ser rentable en términos partidistas, pero es tan gratuito
como injusto. Tal vez alguien lleve tres décadas engañado respecto a las
deficiencias estructurales de la economía española y la falta de capacidad
creativa del capital español, pero siempre han estado ahí y ningún Gobierno -y
menos que ninguno los de Aznar- ha intentado corregirlo o simplemente
moderarlo. A nadie se le puede ocultar que la elevadísima dependencia que el
crecimiento económico y el empleo han tenido respecto del sector inmobiliario,
en detrimento de otras actividades, constituía un extraordinario factor de riesgo,
un talón de Aquiles que, asociado finalmente a la crisis global, muestra ahora
sus peores consecuencias.
Si tenemos en cuenta el componente esencialmente especulativo en el sector
inmobiliario y el hecho de que se ha movido básicamente merced a una
cantidad ingente de dinero negro no podemos hacernos ilusiones sobre una
próxima reactivación de la construcción. En fechas inmediatamente posteriores
al pinchazo de la burbuja, Josep Donés, presidente de la comisión técnica de la
APCE (Asociación de Promotores y Constructores de España), afirmó que en
los diez años previos a dicho pinchazo se construyó en nuestro país "el doble
de las viviendas necesarias".

Las consecuencias de esa locura -que se desarrolló fundamentalmente bajo


gobiernos del PP- son muy profundas, muy graves y de largo recorrido. La
reciente revelación, realizada por el presidente de la AHE (Asociación
Hipotecaria Española), de que los promotores inmobiliarios deben a los bancos
300.000 millones de euros “que no pueden pagar” no dejan lugar a dudas al
respecto. Ese „agujero negro‟ no limita sus consecuencias a lo meramente
sectorial, sino que lastra profundamente la marcha de la economía nacional e
influye en su valoración internacional, empezando por el descenso del rating de
las propias instituciones financieras españolas a causa del considerable
volumen de impagos.

Cuando uno lee lo que lee y oye lo que oye en los más diversos medios acerca
de la etiología de la crisis y la gestión que de la misma está haciendo el
Gobierno español no puede evitar pensar que hay un exceso de ignorancia o
de mala fe, o -lo que es peor aún- una conjunción inquietante de ambas.

No estamos ante una crisis cualquiera ni ante una crisis exclusivamente


española; sus cimientos en la estructura española están hondamente
arraigados desde hace décadas, no los ha creado este Gobierno. La adopción
de medidas supuestamente „improvisadas‟ no es un producto „made in
Zapatero‟; se registra en mayor o menor grado en todas partes y es una
respuesta lógica a una crisis que, lejos de estar cerca del fin, evoluciona y
muestra, esporádicamente, aspectos nuevos a los que hay que dar respuesta
urgente. Además, hay que hacerlo en el limitado campo de juego marcado por
la UE y bajo el peso de un euro sobrevaluado.

II

Cuando Almunia equiparó las economías de España, Portugal y Grecia cometió


una torpeza, pero no dijo nada que no fuera cierto. Los tres países comparten
problemas, en efecto, pero el nivel de gravedad de éstos no es equiparable.
Afirmar que la competitividad de los tres se ha reducido desde su entrada en la
zona euro es registrar un hecho objetivo, aunque el mismo síndrome afecta a
Italia, que ha llegado a acariciar la idea de abandonar el euro, y en menor
grado a todos los países de la UE. Alemania parece el único miembro
beneficiado por la escalada emprendida por la divisa comunitaria. El problema
con la declaración de Almunia surge especialmente cuando, sin ninguna
matización complementaria, aludió indiscriminadamente a los "déficits públicos
elevados", pues en el caso de España era preciso señalar que la deuda pública
-objeto de sospecha por su causa- goza de una salud relativamente envidiable
dentro de la UE. No matizar este hecho en vísperas del lanzamiento de una
nueva emisión de deuda pública es imperdonable.

No tiene sentido equiparar la situación de Grecia, cuya deuda pública está ya


en el 100 por 100 del PIB, con la de España, donde, pese a haber aumentado
notablemente en un año, se situará en 2010 en un moderado 55 por 100
(Francia, por ejemplo, está en el 83,2 y prepara el lanzamiento de una gran
operación de empréstito). Tampoco se puede comparar el tamaño ni la
fortaleza de la economía española con el de los otros dos países cuestionados.
Sin embargo el ataque de los mercados se ha dirigido contra la fiabilidad de
España, supuestamente por las dudas sobre su capacidad para hacer frente a
esa deuda a medio y largo plazo.

Para entender mejor lo que está pasando basta visitar hoy la web del „Financial
Times‟, que se abre, con caracteres muy destacados, con el título “Los
especuladores apuestan 8.000 millones contra el euro”. La operación, que FT
atribuye sin mayores precisiones a inversores y a los nunca bien ponderados
'hedge funds', respondería a una supuesta preocupación de esos
especuladores ante el posible contagio de la crisis de deuda griega a España, a
la que el estúpido y ofensivo humor británico incluye entre los „cerdos‟ (PIGS,
por las iniciales de Portugal, Italy -e Ireland-, Greece y Spain) de la UE.

El Gobierno español se ha puesto nervioso, tal vez demasiado nervioso, pese a


la calma que aparenta Zapatero. Las declaraciones del ministro José Blanco a
la SER, en las que afirmaba que "nada de lo que está ocurriendo en el mundo,
incluidos los editoriales de periódicos, es casual o inocente", suenan a
paranoia, aunque las circunstancias se prestan a ese tipo de interpretacione.
Por otra parte, el viaje de la vicepresidenta Salgado a Londres, con visita
incluida al Financial Times, es un hecho insólito y probablemente inapropiado.
Un remitido de pago a toda página seguramente habría sido más útil que
someterse a los chistecitos cagados de los 'brits' por entrar por la puerta de
atrás y eludir a la televisión.

Lo cierto es que no hay razón ninguna para pensar que España no podrá hacer
frente a la razonable deuda que tiene ni para creer que no podrá superar la
recesión en un plazo próximo. Todo ello, por supuesto, si los mercados no se
empeñan en lo contrario. No hay nada que haga más daño en el terreno de la
economía que las maniobras alarmistas de los especuladores.

O sí lo hay: por ejemplo, las torpes declaraciones de Almunia o la difusión de


previsiones apocalípticas por parte de fuentes comunitarias, que han llegado a
afirmar que, si no se aplican medidas adecuadas, la deuda pública de España
será del 115 por 100 en 2020, en todo caso inferior a la media comunitaria,
que, con idéntica gratuidad, se situaría en torno al 120 por 100. Para Irlanda,
con un 200 por 100, y Gran Bretaña, con un 180 por 100, sería aún peor. ¿A
qué juegan los „cerebros‟ de Bruselas? ¿A cargarse la UE? ¿No es
contradictorio combinar tales afirmaciones caóticas con la recomendación de
que se mantengan los estímulos económicos, basados en el gasto público? Va
ser cierto que cada país manda a la UE a los más inútiles.
De cualquier modo, si algo está poniendo de manifiesto esta crisis es que nadie
-ni los más prestigiosos economistas- tiene una idea exacta no ya de cómo
actuar sino de qué es lo próximo que va a pasar. Algunos han hablado, incluso,
de la posibilidad de una segunda recesión. Los parámetros en juego forman
una madeja muy complicada, en la que no sólo unos parámetros condicionan a
otros de un modo imprevisto, sino también -dada la interrelación económica
que genera la globalización- la política económica de un país condiciona,
positiva o negativamente la de otros.

Aquí no hay gurú que valga. Estamos ante una situación totalmente nueva y los
economistas improvisan, vacilan y rectifican tanto o más que Zapatero.
Recientemente el primer ministro portugués, José Sócrates, recordaba al Nobel
de Economía Paul Krugman, muy crítico con España en particular y con los
PIGS en general, que él era el autor de la lapidaria frase “los déficits salvaron al
mundo”.

III

Hoy, tras la insólita visita de la vicepresidenta Salgado a las instalaciones del


'Financial Times' y su entrevista con sus responsables, el implacable diario
recoge velas en un editorial. Acepta que la situación de Grecia y la de España
no tienen nada que ver; que España tiene "un plan serio" para mejorar su
posición, la cual llega FT a comparar con la de Reino Unido, con ventaja para
España. Eso no le impide dudar de la determinación real del Gobierno para
llevar a término las medidas necesarias, que, en su opinión, no deben tener
tanto en cuenta el déficit -que juzgan aceptable, dadas las circunstancias-
como "el desempleo crónico y la rigidez del mercado laboral".

Algo era ello: la famosa "rigidez" que impide que los empresarios puedan
reducir los costes laborales e invertir (supuestamente) más. He ahí la piedra en
el zapato zapatero. No hay que preguntarse cuál es la filosofía económica de
FT ni a qué intereses responde su línea editorial. Lo que no le gusta a este
diario ultraliberal (ni al Wall Street Journal, dicho sea de paso) ni a los 'hedge
funds' que han protagonizado el ataque al euro es la permanencia de signos
del estado de bienestar. Quieren que todo el monte sea orégano, pero ese
parece ser sólo uno de sus propósitos.

Quienes han atacado al euro parecen pretender también, mediante ese


hostigamiento, amedrentar a los países que pretenden introducir controles y
limitaciones -nacionales e internacionales- a su actividad para evitar que
suceda otra catástrofe económica como la que está teniendo todavía hoy (¿y
hasta cuando?) gravísimas consecuencias en la mayor parte de los países del
mundo.

'Le Monde', diario francés ajeno a las manipulaciones del capitalismo indecente
e impune, glosa hoy la crisis griega en un editorial bajo el título "Especulacion",
en unos términos desgraciadamente infrecuentes en la 'mainstream' mediática
mundial. Señala en primer lugar la amarga paradoja que supone que, un año
después de que los estados de ambas orillas del Atántico salvasen a la banca
mediante inyecciones de dinero estimadas en el 25 por 100 del PIB, los mismo
bancos beneficiarios ataquen a los países endeudados por su causa.

El ataque es considerado, en primera instancia, como una acción meramente


especulativa, pero ¿cabe descartar segundas intenciones? Centrémonos por
ahora únicamente en el aspecto especulativo. Sólo con eso ya hay materia
suficiente para el escándalo y la inquietud. Una parte importante de la deuda
europea (y por ende de la griega) está en manos de los tres grandes bancos
que a su vez prestan dinero a los 'hedge funds' que han atacado al euro: JP
Morgan, Goldman Sachs y Deutsche Bank.

La especulación se ejerce fundamentalmente sobre los CDS (credit default


swaps), que actúan como seguro ante la posibilidad de impago de la deuda. La
especulación sobre esos peculiares y delicados instrumentos financieros, el 75
por 100 de los cuales están en manos de los bancos referidos, puede, llegado
el caso, hundir a un país. Los rumores infundados sobre la dudosa fiabilidad de
la deuda de España son los que han generado una gran inquietud en los
mercados y consecuentemente en el Gobierno, que parece haber actuado
eficazmente para atajar sus efectos devastadores.

El problema con los 'hedge funds' es que -al igual que el resto del mercado
financiero, pero en mayor grado y con mayor virulencia- "pueden actuar de
manera concentrada y con un máximo de publicidad para arrastrar al mercado
en el sentido que les convenga". Son poderes fácticos guiados en principio por
la codicia y que pueden conducir a crisis gravísimas si generan un efecto
dominó alarmista o, como en el origen de la crisis sistémica, si promocionan
productos virulentamente tóxicos como una oportunidad interesante de
inversión.

Volvamos al principio de esta serie de artículos para subrayar la urgencia


imperiosa de que los estados, de común acuerdo, procedan a implantar
medidas de control de los mercados financieros que eviten no sólo la
reproducción de una crisis general como la que sufrimos ahora sino también
maniobras indecentes como la que ha tenido como destinatario el euro. Esas
medidas deben ser globales e inflexibles. Sin ellas estamos a merced de un
contrapoder financiero que aparece cada vez más con tintes de cospirador
contra los poderes políticos.

IV

El huracán del ataque al eruro se ha desvanecido tan rápidamente como


creció, pero nadie podrá decir que no ha tenido consecuencias dignas de
consideración. La Unión Monetaria ha recibido el golpe más contundente de su
historia en el peor momento imaginable y los países que la integran se han
comprometido de urgencia a contribuir al salvamento de Grecia. El Gobierno
español se verá seguramente forzado a adoptar medidas impopulares que no
entraban en sus cálculos y lo mismo tendrán que hacer los demás países de la
UE más golpeados por la crisis. Así las cosas, ha llegado el momento de
preguntarse por el origen y las motivaciones del curioso fenómeno de la
especulación agresiva sobre los CDS de la deuda española.

Establecido el hecho de que la situación de España dista mucho de parecerse


a la de Grecia, especialmente en el terreno de la deuda, sobre cuya fiabilidad
se especulaba, es lógico preguntarse por qué "se temía", irracionalmente, un
efecto dominó sobre España, con una relación Deuda/PIB del 55 por 100, y no,
por ejemplo, sobre Italia, que, con el 116 por 100 (más del doble) tiene uno de
los índices más inquietantes de la Eurozona. ¿Misterio? Eso podría parecer,
pero ¿es casual que los ataques especulativos se dirijan contra las economías
de tres países gobernados por la izquierda? ¿Lo es también que elijan como
objetivo principal al país que está ejerciendo la presidencia de turno de la
Comunidad?

Entre los analistas predominan los que limitan el objetivo del ataque al euro a
un propósito meramente especulativo: pura rutina de los inescrupulosos 'hedge
funds'. Los más interpretativos creen que el mercado decidió 'poner a prueba' la
fortaleza del euro mediante esa operación. Demasiado inocuo, si se tienen en
cuenta, por un lado, los magros beneficios económicos que habría reportado el
ataque en el caso de prosperar y, por otro, el carácter ilusorio de la expectativa
de que tal ataque fuera ignorado por los países de la eurozona.

Si nos retrotraemos un poco en el tiempo, encontraremos que los 'hedge


funds', especialmente los ajenos a la UE -los más poderosos y virulentos-, se
mostraron muy inquietos y beligerantes contra la propuesta legislativa de la
presidencia española para regular las industrias, al interpretar como
proteccionismo económico lesivo para sus intereses una revisión del texto
inicial, redactado bajo la presidencia sueca, que haría depender de puntuales y
"adecuados acuerdos de cooperación" el acceso de los 'hedge funds'
extracomunitarios a los clientes potenciales de la UE. Ahora preguntémonos de
dónde procedió el ataque de los 'hedge funds' y podremos establecer una
relación causa-efecto que relativiza, si no elimina, el diagnóstico de 'paranoia'
que recibieron las declaraciones de José Blanco, que, por cierto. no han sido
las únicas en achacar intenciones ocultas a la singular operación especulativa.

Tanto los 'hedge funds' internacionales como el resto del sector financiero ven
con diverso grado de preocupación los propósitos comunitarios de aumentar el
control y la vigilancia sobre los mercados y califican las medidas que están
estudiando los parlamentarios europeos de 'proteccionistas'. ¿Se puede llamar
proteccionismo al propósito de adoptar las precauciones necesarias para evitar
que, nuevamente, una minoría de desalmados codiciosos provoque una crisis
desastrosa, similar a la que ahora sufre la economía mundial?

En el lenguaje ultraliberal sí. Los buitres financieros, crecidos por haber salido
casi indemnes del batacazo financiero que provocaron y por la relativa
indefensión en que se encuentran los países que intentan pagar los platos
rotos por ellos, no dejan de ejercer toda la presión de que son capaces -que es
mucha y muy poderosa- para que la llamada 'industria de servicios financieros'
siga funcionando con la misma autonomía e irresponsabilidad que antes de la
crisis.
En Estados Unidos lo están haciendo mediante el uso de 'lobbies', largamente
entrenados y arraigados en el sistema político, que inmovilizan y frustran las
reformas anunciadas por Obama. En Europa el 'lobbysmo', engendro de
naturaleza claramente antidemocrática, carece -afortunadamente- de poder y
tradición. Para obtener los mismos resultados es preciso recurrir a otros
procedimientos, además de la utilización de la prensa servil a sus intereses,
como Financial Times. El ataque al euro, más allá de lo que concluyen los
análisis melífluos tiene todas las trazas de haber sido una advertencia o -más
claramente- una amenaza ante las medidas que se proyectan.

Si es así -y no caben apenas dudas al respecto-, razón de más para acelerar


las reformas y cortar las uñas a esos tigres de papel con intenciones de lobo y
maneras de gángster. Su peligrosidad está fuera de toda duda. Quien se
engaña al respecto es porque quiere o porque le pagan por mostrarse
convencido de una bondad e inocuidad inexistentes.

Lo que está en juego es el futuro de la democracia y de la Europa social; los


griegos deben luchar por todos nosotros.
Costas Douzinas, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de
Birmingham (Reino Unido)..

La cita de Douzinas es sólo una parte del corolario de un artículo suyo de


lectura muy recomendable publicado recientemente en 'The Guardian' y que
viene a confirmar lo ya apuntado aquí acerca de las segundas intenciones de la
ofensiva contra el euro a costa de los paises de la UE gobernados por la
izquierda. No hay paranoia cuando los argumentos se basan en hechos y
reflexiones objetivas acerca de realidades evidentes. El neoliberalismo de la
desrregulación y la financiarización, lejos de sentirse derrotado por las
consecuencias ruinosas de la aplicación de sus principios, continúa su ofensiva
implacable. Y todo indica que con mayor arrogancia que nunca.

La gravísima crisis económica no está conduciendo, paradójicamente, a la


reforma y el control de la 'industria financiera' causante del desastre, sino a la
imposición de sus planteamientos. Los planes de presunto relanzamiento que
se quieren imponer a los PIGS (en desafortunada expresión del prepotente
Financial Times) van en la dirección neoliberal de una desregulación que se
plantea especialmente en el mundo laboral. Reducir los costes salariales y
convertir los despidos en un paseo por el campo es uno de los objetivos. Rajoy
admitió hace unos días, por primera vez, este objetivo, aunque se agarró
oportunamente al documento que el "Grupo de los cien" hizo público en abril
de 2009.

Ahora que se habla de un pacto de Estado frente a la crisis, con un insólito


protagonismo del Rey -supuestamente basado en un irreal vacío de autoridad-,
el PP sigue sin hablar claro, pero sí ha sido terminante en una cosa. No
participará en dicho pacto si se pretende subir los impuestos; lo que reclama es
precisamente lo contrario. Tal rechazo, de base supuestamente neoliberal,
asociado con la reducción radical del gasto público y el aumento previsible del
desempleo -si se aplica la reforma laboral-, no haría otra cosa que agravar la
situación socioeconómica a corto plazo y empeorar la economía a medio plazo.
Si a eso le unimos la reforma del sistema de pensiones en el sentido ya
apuntado, la huelga general empezaría a tomar visos de realidad.

La postura de la derecha no es algo que se pueda sostener seriamente, pero lo


último que pretende el PP es ser constructivo. Dada su estrategia indecente de
aprovechar la crisis para hundir al Gobierno, es evidente que lo último que hará
es participar en un pacto conducente a mejorar las cosas. Eso debe ser lo que
ellos llaman patriotismo. Si ellos achacan a motivos ideológicos la resistencia
del Gobierno a asumir políticas impopulares, los motivos del PP para rechazar
el pacto son bastante más ramplones y terrestres: ocupar La Moncloa tras
someter al Ejecutivo a un cerco despiadado. Caiga quien caiga; incluso si es
España la que cae más aún.

La culpa de la crisis no se puede achacar a la política económica del Gobierno


o a su ausencia; tampoco a la supuesta improvisación, reacción impuesta por
una situación permanentemente cambiante. Una economía tan dependiente
como la española de la construcción -gran generadora de empleo directo e
inducido- exhibe toda su debilidad cuando ese sector se despeña. Y el despeño
es tanto más probable cuanto más se aleja la oferta de la demanda real, lo cual
en el caso español llegó hasta el punto de ser la primera el doble de la
segunda.

No va a ser fácil refundar la estructura productiva y situar al sector inmobiliario


en su justo lugar, importante pero no el más importante. Eso requerirá un
cambio radical de filosofía del empresariado español, parte del cual está
excesivamente habituado al gran beneficio a corto plazo y no tiene la cultura
creativa, innovadora y valiente que requieren las circunstancias y que
caracteriza a las economías más sólidas. Cualesquiera que sean los estímulos
oficiales que se activen la resistencia está garantizada. Esa y no los costes
salariales es la causa de la falta de competitividad de la economía española,
dramáticamente agravada desde la entrada en la Eurozona.

A nivel europeo, lo que la crisis está poniendo de manifiesto, además de la


indudable seducción por las soluciones neoliberales que comparte la cúpula
directiva con los responsables económicos de casi todos los países, es la
fragilidad y las disfunciones que provienen de los principios adoptados en los
diversos tratados de la Unión y en especial de la artificialidad de una unión que
es meramente monetaria, no económica. La solidaridad real entre los miembros
ha comenzado a ser sometida a una dura prueba, tanto más crucial cuanto la
zona euro está integrada por países en muy diferente situación antes y durante
la crisis. Algunos han respondido mejor, otros peor y otros sencillamente se
han visto desbordados e inermes.

La opinión pública alemana contesta ahora mismo la decisión de su Gobierno


de participar en la operación de salvamento de Grecia. Todo está bien cuando
las cosas van bien; cuando no es así se ven las grandes grietas de un edificio
hecho de retales y condicionado por una absurda idea de crecimiento
permanente que la crisis hace crujir y trepidar sonoramente. Nos queda mucho
por ver, sin duda. Esta crisis va a ser más prolongada de lo que muchos han
dicho creer. Los famosos 'brotes verdes' no pueden limitarse al crecimiento del
PIB, que además este último trimestre se ha estancado en la UE. Comienza a
ser verosímil, por otra parte, la posibilidad de un rebrote de la recesión.

En lo que respecta a España, parece urgente que el pacto que se pretende


alcanzar sume a los bancos al consenso. Su actitud es clave y por el momento
sólo son parte del problema, no de la solución. Los esfuerzos deberían
centrarse de modo prioritario en contener el desempleo, que no cesa de
avanzar y que, cuanto más lo hace, más amenaza con la posibilidad de que
millones de españoles sumen a su condición de parados la carencia de
subsidios, lo que conduciría a una contracción excepcional del consumo y a un
círculo vicioso de difícil salida.

Ese sería el auténtico fracaso del sistema, una tragedia que puede convertir la
paz social en un grato recuerdo.

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