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(1972 – 1985)
José Ramón San Juan
A LOS POETAS
Creci6 la sombra
de la máquina
sobre el suelo
hasta eclipsar
las cabezas de los sabios.
Se rompió la canci6n
entre el fragor
de los cañones que el hermano
hombre-mono manejaba.
¿De qué partiremos?
¿De la absurda miel de la esperanza?
Mírate, poeta.
No te escondas tras los arpegios
de apolilladas arpas.
Mírate en el espejo de este mundo.
Baja a las galerías
donde zapan
los que sueñan un lugar
al sol de días diferentes.
Ve a las tabernas
donde venden
nirvanas
de rompetelalma,
y si aún no lloras, poeta;
si no se arrige tu pluma
al escribir trino,
amor,
sol,
murmullo,
verdad,
nunca,
mañana...
No digas: «La poesía ... »
Calla.
Detesto despertar.
No quisiera mirarnos.
Nos sé perdidos,
trémulamente huidos
de nosotros
hacia falsas sonrisas
de arena y mecanismos
terribles.
La ciudad no tiene
palabras.
Nada me dice
cuando camino entre lejanas gentes.
Con mi melodía tras los dientes
ando
entre un silencio tumultuoso
golpeado aquí
y allá
por el absurdo.
Nada soy. Sólo
un rostro
y un silencio que
se hace el harakiri.
Pero a veces sonrío. Imperturbable,
emito mecánicamente
fórmulas terribles:
buenosdías, con
permiso, encantado,
ustedsigabien.
Tal vez es inevitable.
Estoy con ellos, con vosotros,
con todos los humanos.
Os amo en lo imposible
de la realidad y el sueño.
En la distancia os amo.
Improbablemente en la invencible
distancia.
Se ha hundido el globo
en su incendio horizontal.
La hueste acampa.
¡Qué frío! ¡Qué soledad
pidiendo una mujer en la que huir!
Todo marcha hacia un silencio
y un pacto de ocho horas.
Dámaso: Madrid es ya
una ciudad de casi cuatro
millones de cadáveres.
Soy un exilado
asilado en sí mismo,
aislado
del podrido carnaval
en el que hozan
mis amigos-enemigos,
mis otros yo.
Vencido, convencido claramente de lo inútil
de vivir traspasado de alfileres,
de ofrecer inocuamente mejilla
tras mejilla a los que viven
para el gozo de escupir la mansedumbre,
logré elevar el triste castillo que me acoge.
No quiero que ninguno lo penetre.
Dejadme, os lo suplico, en paz, conmigo.
Del libro
MEMORIA DE SILERAS
(Inédito)
Luis ROSALES
La casa encendida
SANTANDER
Te han metido
en laberintos,
clausuras,
serpentines,
tiovivos,
fórmulas,
banderas,
uniformes,
cabezas,
cajas fuertes...
Estás.
Sé
que están matando
al hombre
con contratos,
con normas,
con seducción,
con pactos,
con contubernios,
con trusts,
con bombas,
con dinero.
Más acá
está la miseria
del homo sapiens
anfibio
-barro y luz-
la pieramidal miseria
de pobres y ricos,
de genios y masas.
Más acá
está la farsa
eterna
de tanto cobarde
escondido
en su llanto,
en su risa,
en su palabra,
en su esperanza;
de tanto simio altivo
encastillado
tras su máscara.
Hay que mirar constantemente
al fondo impenetrable
de los hieráticos
ojos de la vida
y llegar al vértigo
de sus vísceras
laberínticas
hasta vomitar de absurdo;
morder polvo de estrellas,
excrementos,
alas de ángel,
libros, pilares, todo
hasta sentir en mitad de la conciencia
el gélido estilete del dolor.
Desnudos ya en la tristeza,
como era en un principio,
vírgenes de todo lo accesorio
que inventaron los cobardes,
preguntarse,
partir,
volar
hacia lo humano
sin bálsamos
ni vagas esperanzas.