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Poemas publicados

(1972 – 1985)
José Ramón San Juan
A LOS POETAS

Creci6 la sombra
de la máquina
sobre el suelo
hasta eclipsar
las cabezas de los sabios.
Se rompió la canci6n
entre el fragor
de los cañones que el hermano
hombre-mono manejaba.
¿De qué partiremos?
¿De la absurda miel de la esperanza?

Mírate, poeta.
No te escondas tras los arpegios
de apolilladas arpas.
Mírate en el espejo de este mundo.
Baja a las galerías
donde zapan
los que sueñan un lugar
al sol de días diferentes.
Ve a las tabernas
donde venden
nirvanas
de rompetelalma,
y si aún no lloras, poeta;
si no se arrige tu pluma
al escribir trino,
amor,
sol,
murmullo,
verdad,
nunca,
mañana...
No digas: «La poesía ... »
Calla.

Publicado en el número 3 de Peña Labra, Pliegos de Poesía.


Primavera 1972
Incluido en la antología ‘Poetas de Cantabria hoy’, editada
En 1979 por Luis Alberto Salcines
AMANECER

Detesto despertar.
No quisiera mirarnos.
Nos sé perdidos,
trémulamente huidos
de nosotros
hacia falsas sonrisas
de arena y mecanismos
terribles.

Todos los días son


el primer día
y el último
de la esperanza.
Eso aprendí mirándonos
tantas veces
de regreso del sueño
en este abismo.
Mas sigo despertando
cada día y, mirando,
voy dolorosamente
comprendiendo
que es preciso algo más
que estar y comprender.

Publicado en el número 7 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Primavera 1973
MEDIODIA

Mi vida no tiene sentido


sin vosotros,
humanos espectros,
trémulos, medrosos
incluso en la alegría.
Hermanos: mi palabra es vuestra;
vosotros sois su camino.
Aquí está, tan pura como pude
hacerla, huérfana
casi de esperanza
mi voz de cuchillo despiadado.
Ni suaves trinos, ni sensuales
aromas
circulan por esta desnudez
de trombón desafinado.
Tan solo el dolor, -lo que hubo siempre-,
vengo a ofreceros.
No, no es resignación lo que os propongo
sino lucha a muerte con todo
y contra todos los misterios.

Publicado en el número 7 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Primavera 1973
II

Paseo entre vosotros mis ojos


vaciados
de toda sonrisa aquiescente.
Soy uno más, uno
que anda
paroxísticamente, furibundo
entre la grey
y sueña un sonido de esquila
menos triste
que el que nace siempre bajo su cuello.
Soy una cámara fría
que computa ilusiones y tristezas
en ‘travelling’ constante
hacia la muerte adusta,
constata la superflua
función respiratoria
y la vana ebullición de las palabras
en el alambique de la intención
nunca suficientemente clara.
Mi vocación es interpretaros
en los más sutiles signos
y descubriros para descubrirme,
para amarme, para amaros
a través de este dolor
que os suplico que aceptéis.

Publicado en el número 17 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Otoño 1975
III

La ciudad no tiene
palabras.
Nada me dice
cuando camino entre lejanas gentes.
Con mi melodía tras los dientes
ando
entre un silencio tumultuoso
golpeado aquí
y allá
por el absurdo.
Nada soy. Sólo
un rostro
y un silencio que
se hace el harakiri.
Pero a veces sonrío. Imperturbable,
emito mecánicamente
fórmulas terribles:
buenosdías, con
permiso, encantado,
ustedsigabien.
Tal vez es inevitable.
Estoy con ellos, con vosotros,
con todos los humanos.
Os amo en lo imposible
de la realidad y el sueño.
En la distancia os amo.
Improbablemente en la invencible
distancia.

Publicado en el número 17 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Otoño 1975
NOCHE

Cuando entre cuatro paredes


o a cielo abierto
todo parece
estéril
y el silencio y el vacío
son
laminadores del cerebro;
cuando no hay
más algo que un vómito
terrible
que asciende
fragorosamente a la conciencia
y todo se tiñe de incolora
sangre que golpea
la vista
hasta cegarla y parece
anular
el sentido de la voz...,
entonces, entonces
surge el grito
más claramente humano;
un grito que quiere
ser luz
y por quererlo empieza
a ser.

Publicado en el número 7 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Primavera 1973
II

Se ha hundido el globo
en su incendio horizontal.
La hueste acampa.
¡Qué frío! ¡Qué soledad
pidiendo una mujer en la que huir!
Todo marcha hacia un silencio
y un pacto de ocho horas.

Señor: ¿,Escuchas? ¿Estás?


¡Óyeme! Regálanos
mañana otro milagro,
prolónganos el dolor y la inconfianza.
Quedo en vigilia, Señor,
por si tú hablaras.

Publicado en el número 17 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Otoño 1975
DAMASO: MADRID ES YA
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
                                                       (según las últimas estadísticas)…
Dámaso Alonso

Dámaso: Madrid es ya
una ciudad de casi cuatro
millones de cadáveres.

Sabes eso y tantas cosas...

Tal vez hace mucho


que no viajas en Metro
o has comenzado a leer
maquinalmente el periódico
pero no ignoras
que, según estadísticas
recientes, la necrópolis
aumenta de tamaño.

Siguen vivos y han crecido


los hijos de tu rabia, de la mía,
de la rabia de todos, contenida.
Creció la ira y sus motivos.

Soy un exilado
asilado en sí mismo,
aislado
del podrido carnaval
en el que hozan
mis amigos-enemigos,
mis otros yo.
Vencido, convencido claramente de lo inútil
de vivir traspasado de alfileres,
de ofrecer inocuamente mejilla
tras mejilla a los que viven
para el gozo de escupir la mansedumbre,
logré elevar el triste castillo que me acoge.
No quiero que ninguno lo penetre.
Dejadme, os lo suplico, en paz, conmigo.

Publicado en el número 9 de Peña Labra. Pliegos de Poesía.


Otoño 1973
JOSÉ RAMÓN SAN JUAN JIMÉNEZ

Del libro

MEMORIA DE SILERAS
(Inédito)

La infancia no nos ve,


no se mira al espejo en nuestros ojos
porque el niño no sabe que vive mientras juega.

Luis ROSALES
La casa encendida

SANTANDER

Número 56. Invierno 1985-86


Desde la altura triste
de mi infantil madurez recién llegada
contemplo los años verdes que me hicieron
y lloro y río por aquel niño perdido
en un infinito atardecer de sombras largas

Siempre me encuentro y me pierdo


en aquel mínimo sueño que soñaba
y vivía más de lo que ahora
vive este adulto niño que odia y ama

Si la luz del sol reflejándose en el verde


de la hierba hiriese mis pupilas
con la perdida pureza de los días
en que horizonte era incógnita promesa
y amanecer oferta de alegría...

Si mi tacto alcanzase la inocencia


de la primera vez que toqué piedra
o mano o pecho o arcilla o nada
deslumbrado y herido de experiencia...

Si mi alma en fin creyese todavía


adolescente en sueños de absoluto
en perfectos amores y en amigos
ignorando maldades y miserias
Sileras no habría conocido mi retorno
ni estos versos la ominosa luz del día.

Pero he vuelto a Sileras y camino.


El viejo roble que canté en mi adolescencia
está muerto pero sigue en pie en la plaza
nadie sabe por qué cuidado o negligencia
aunque su copa frondosa ya sólo es recuerdo
y no abrazan el aire sus robustas ramas.

Fue largo y temible el acoso del cemento


largo el olvido como eterna la ignorancia
y el atávico tótem se tornó adefesio
en demanda del hacha ya mellada.

En el monte los pinos sin embargo


que apenas superaban mis rodillas
sobradamente doblan mi estatura
cerrando los caminos que hubo antaño
y que del sueño al sueño conducían.

Los niños que otrora jugaban con el agua


fresca de la fuente hoy son padres
de familia ceniza se tornaron los abuelos
madres redondas las frágiles niñas
y yo evito el espejo de los charcos
para seguir soñando todavía
que sigo siendo un niño y que no entiendo
el trágico ritual que es esta vida.
El pueblo es maqueta desde el monte
el hombre hormiga sólo el mar es grande
y dan ganas de volar de ser gigante
para amar y comprender desde las nubes
lo que a ras del suelo hiere tanto
pero eres feliz saltas y corres
multiplicando longitud y altura
hasta que caes y ruedas y tu boca
conoce el sabor cristalino de la tierra
luego vas descendiendo lentamente
y el pueblo se agiganta ante tus ojos
y ríen las ventanas como locas
de lo pequeño que eres y lo tonto.
Es gris el color de mis años niños
más gris que azul quiero deciros
gris como las paredes del cuarto
donde condenado al estudio divagaba
Gris como el traje de mi padre
Gris como las tardes largas
en que veía llover tras los cristales.

Y negro a veces también negro


como una sotana salesiana
cuando la obligación se imponía
a la indolencia y el placer
era violentado por la ingrata
tarea o el desmedido castigo.

Lo azul sólo alcanzaba raramente


cuando la luz del estío cantaba
y pescaba en los charcos de la playa
o me perdía en las tardes por los campos
mientras todo Sileras sesteaba.

Toda infancia se halla siempre


en libertad vigilada.
Cuando se abría la verja del castillo
nos poseía cuesta abajo el vértigo
escapando enloquecidos y felices
de la fría férula del cuervo
la Atalaya nos veía derramarnos
como lava ululante en la pendiente
y alcanzar el llano entre jadeos
alegres por las horas conquistadas

Eramos al fin nosotros mismos


sin forzados silencios y sin miedos
lejos del cruel aroma del incienso
y del látigo silbante de avellano
libres por fin hasta mañana hermanos
risueños y felices que se empujan
bromean tiran piedras y levantan
pícaramente las faldas a las chicas.
Estaba escrito sin duda que murieras
sin gozar mi franca caricia sobre el lomo
ni rozar tu frío hocico en mi rodilla
eras un tigre enano de ojos dulces
a quien salvé en el regazo de su madre
de la trágica eutanasia preparada
que costó la vida a tus hermanos

Bajo la herrumbre de un orinal abandonado


te cobijé junto a la tapia de la huerta
para apartarte de miradas y de lluvias
y a hurtadillas te llevaba el alimento
que apenas tocó tu lengua sonrosada
pero hasta allí te siguió la absurda ira
de un adulto Herodes de niños y de gatos
que en mi mató una ilusión y en ti
una vida de las siete que dicen que tenias.
Tras la muralla de hiedra las hijas de Midas esperaban
de punta en blanco repeinados tiesos
tan serios como príncipes entramos
en el reino

la tarde de estío se abrió


tras la alta verja
y la grava del camino vanamente
invitó
a arrastrar los pies con indolencia

moderación seriedad lección bien aprendida


mis hermanas y yo nos espiamos

contenidas tímidas igualmente instruidas


en el jardín las hijas de Midas
sonreían

Y jugamos jugamos largamente


a matar la tarde de verano
de la bolera a la cancha de tenis
de la manguera al columpio del castaño
jugamos y reímos sin rozarnos

Nunca más las volví a ver


una era bella y no parecía
sentir
el peso del oro en los zapatos.
Cantaba su trémula voz
por alto
está el cielo en el mundo
por hondo
que sea el mar profundo
(se detuvo la tarde de verano
callaron los perros y los pájaros)
no habrá
una barrera en el mundo
(la emoción fue rozada por el llanto)
que un amor
profundo no pueda romper.

la voz y la guitarra se erigieron


en habitantes únicos del tiempo
dejó el aura de acariciar el limonero
y la música elevó en mi alma
la incógnita cifra dormida
exponencial del llanto y la alegría

tañendo, las vísceras de Polifemo


mi profesora en guarismos me enseñó
la matemática sonora del corazón.
1979
Verdad,
¿quién te persigue ya?
Te han hecho parir
tantas hijas espúreas
las cabezas brillantes,
los santones, los sabios,
los grandes hombres
que ya nadie cree
que hayas podido
sobrevivir.

Te han metido
en laberintos,
clausuras,
serpentines,
tiovivos,
fórmulas,
banderas,
uniformes,
cabezas,
cajas fuertes...

Pero yo aún te busco


en la huella del dolor.
Te acecho en el alma humana.
Te persigo en el absurdo.

Estás.

Sé que estás sin disfraz,


esperando tu momento;
tu eterno segundo
de existencia.
Virgen.
Sé que estás.
No sé qué hay más allá
del hueso opositor
a polvo,
del relámpago de oscuridad
definitiva.
No sé qué hay más allá
de la última
maldición
ante. la parca tenaz.
Pero sé que más acá de todo eso
hay una muerte
más inaceptable.


que están matando
al hombre
con contratos,
con normas,
con seducción,
con pactos,
con contubernios,
con trusts,
con bombas,
con dinero.

Más acá
está la miseria
del homo sapiens
anfibio
-barro y luz-
la pieramidal miseria
de pobres y ricos,
de genios y masas.
Más acá
está la farsa
eterna
de tanto cobarde
escondido
en su llanto,
en su risa,
en su palabra,
en su esperanza;
de tanto simio altivo
encastillado
tras su máscara.
Hay que mirar constantemente
al fondo impenetrable
de los hieráticos
ojos de la vida
y llegar al vértigo
de sus vísceras
laberínticas
hasta vomitar de absurdo;
morder polvo de estrellas,
excrementos,
alas de ángel,
libros, pilares, todo
hasta sentir en mitad de la conciencia
el gélido estilete del dolor.

Desnudos ya en la tristeza,
como era en un principio,
vírgenes de todo lo accesorio
que inventaron los cobardes,
preguntarse,
partir,
volar
hacia lo humano
sin bálsamos
ni vagas esperanzas.

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