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Rodearse de valientes

por Chris Shaw


Trabajar en equipo debería ser para los cristianos
tan normal como respirar el aire que nos da vida;
sin embargo, pareciera que muchos están
sufriendo crisis respiratorias. A continuación,
compartimos con usted varias características de
David que lo distinguen como un buen líder de
equipo. ¿Tendrá usted alguna de ellas?

Trabajar en equipo debería ser para los cristianos tan normal como respirar el
aire que nos da vida. Nuestro Dios es, después de todo, un Dios de equipo, en
el cual trabajan el Padre, el Hijo y el Espíritu en perfecta armonía. Jesús, aún
durante su peregrinaje terrenal, se mantuvo fiel a este estilo. Descartó el
individualismo para realizar su labor a la par de su Padre (Jn 5.17), no
pudiendo «hacer nada por sí mismo» (Jn 5.30) y enseñando solamente lo que
se le había dado (Jn 7.16). Además, imprimió sobre los suyos esta misma
conducta, enviándolos de dos en dos y encomendando al grupo entero la
tarea de hacer discípulos de todas las naciones. La evidencia de Hechos nos
presenta que los apóstoles aprendieron bien esta lección, aun en medio de las
dificultades normales del ministerio.

Basta con echar una mirada a la Iglesia de nuestros tiempos, sin embargo,
para constatar que el modus operandi preferido de muchos líderes es otro.
¡Cuantos llaneros solitarios se han adueñado del ministerio hoy!, personas
que no dialogan con nadie ni responden a nadie. No obstante, exigen lealtad
absoluta de los que están a su alrededor. Utilizan con conveniencia la etiqueta
de rebelde para identificar a aquellos que, con «injustificada osadía», se
atreven a expresar opiniones diferentes a las que ellos tienen, privándolos,
como castigo, de toda participación en los proyectos ministeriales de la
congregación.

¡Sin duda esta forma de trabajo es la más fácil! Arribar a un consenso que
representa la sabiduría conjunta de amigos y confidentes es un proceso que
resulta, muchas veces, tedioso y desgastante. Trabajar solo, en cambio, es
atractivo porque es un estilo que está plenamente alineado con la cultura de la
cual salimos, una filosofía de vida que premia la competencia individual por
encima de la colaboración grupal. De esta forma además, puede mantenerse
intacto el egoísmo empedernido que tanto empaña nuestra existencia como
seres humanos. Pero este también es un camino que indefectiblemente
conduce hacia la penuria espiritual.

La Biblia misma nos ofrece uno de los mejores contrastes entre las
consecuencias de una postura de autoridad absoluta y el trabajar en un
proyecto acompañado por otros. La primera actitud la vemos claramente
ilustrada en la vida de Saúl, un hombre fuerte que no toleraba competencia
alguna: la famosa «sombra» que atemoriza a tantos ministros. La aparición de
un sencillo pastor de ovejas en su entorno desató una de las más prolongadas
y tenaces persecuciones en la historia del pueblo de Dios. Atormentado por la
aparente popularidad de su rival, descendió por una espiral de desconfianza y
delirios cada vez más acentuada. Tal como lo exige este estilo, los
colaboradores se vieron en la obligación de servir las infelices propuestas del
líder para retener su posición de «colaboradores». Al final, Saúl murió de la
misma manera que vivió: completamente solo y abandonado.

David, en cambio, es el ejemplo perfecto de la riqueza que cosecha un líder


cuando considera a otros como verdaderos socios en sus proyectos, aun
siendo rey y pudiendo disponer de la vida de los demás como quisiera. Su
figura tiene una calidad y un atractivo que no han perdido su magnetismo aun
después de tres milenios. Al final del relato de su vida nos encontramos con
una lista de algunos de los más sobresalientes integrantes de su equipo, los
valientes de David (2Sa 23).

En este siervo encontramos algunas de los cualidades que distinguen a un


buen líder de equipo. Cuando huyó al desierto, por ejemplo, se unió a él «todo
el que estaba en apuros, todo el que estaba endeudado y todo el que estaba
descontento» (1Sa 22.2 –LBLA). El valiente guerrero poseía también un
corazón increíblemente tierno. Un buen líder de equipo debe poseer un
compromiso pastoral con su gente, no sacrificando nunca a las personas para
lograr los proyectos del grupo.

Cuando David condujo a sus hombres en una operación de rescate, algunos


estaban demasiado fatigados para acompañar al grupo y quedaron cuidando
el bagaje. Al regreso, los que habían peleado no querían compartir con ellos el
botín. David intervino y aseguró que todos tenían igual acceso a las
bendiciones obtenidas (1Sa 30.23 y 24). ¡El buen líder de equipo se asegura
que en su grupo no existen ciudadanos de segunda categoría!

En cierta ocasión, en medio de una campaña militar, este líder expresó


deseos de beber agua del pozo de Belén. Tres de sus valientes arriesgaron
sus vidas frente a los filisteos para obtener agua de este pozo. David, sin
embargo, la derramó en tierra y dijo: «Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo
haga esto. ¿He de beber yo la sangre de los hombres que fueron allí con
peligro de su vida?» (2Sa 23.17). ¡Qué increíble manera de decirle a estos
hombres que él los tenía en alta estima! Un buen líder de equipo muestra, de
maneras concretas y visibles, el cariño que siente por los suyos.

Hacia el final de su vida David casi perece en una expedición militar. Luego de
la batalla, sus hombres se le acercaron y le dijeron: «Nunca más, de aquí en
adelante, saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de
Israel» (2Sa 21.17). Esto también caracteriza al buen líder de equipo. Le da
libertad a los suyos para que lo confronten y corrijan, cuando sea necesario.

¿Será, acaso, por el compromiso de trabajar y valorar a otros que Dios afirma:
«he hallado a David, … un hombre conforme a mi corazón» (Hch 13.22)? Más
allá de la declaración, David mismo constituye el mejor argumento a favor del
trabajo en equipo. ¡Pocos hombres han vivido una vida de tanta aventura y
plenitud como el hijo de Isaí!

Tomado de Apuntes Pastorales, volumen XXII, número 4

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