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1. Que santo Tomás hizo una distinción formal y explícita entre teolo-
gía dogmática y filosofía es un hecho indudable y del que nadie duda. La
filosofía, y las restantes ciencias humanas, descansan simple y solamente en
la luz natural de la razón. El filósofo utiliza principios que son conocidos
por la razón humana (con la concurrencia natural de Dios, desde luego, pero
sin la luz sobrenatural de la fe), y saca conclusiones que son fruto del razo-
namiento humano. El teólogo, por el contrario, aunque utiliza ciertamente su
razón, acepta sus principios de la autoridad, de la fe: los recibe co~o reve-
lados. La introducción de la dialéctica en la teología, la práctica de tomar
como punto de partida una o varias premisas reveladas y proceder racional-
mente a una conclusión, conduce al desarrollo de la teología escolástica, pero
no convierte a la teología en filosofía, puesto que los principios, los datos, se
aceptan como revelados. Por ejemplo, el teólogo puede intentar, con la ayuda
de categorías y formas de razonamiento tomadas de la filosofía, entender un
poco mejor el misterio de la Trinidad; pero no deja por ello de comportarse
como un teólogo, puesto que acepta sin discusión y para siempre el dogma
de la Trinidad de Personas en una sola Naturaleza, y lo acepta por la auto-
ridad de la revelación divina: se trata para él de un dato o principio, de una
premisa revelada aceptada por fe, no de la conclusión de un razonamiento
filosófico. Asimismo, mientras que el filósofo parte del mundo de la expe-
riencia y se remonta racionalmente a Dios, en la medida en que Éste puede
ser conocido por medio de las criaturas, el teólogo parte de Dios según Él
se ha revelado a Sí mismo, y el método natural de la teología consiste en
pasar de Dios a Sí mismo a las criaturas, en vez de ascender de las criatu-
ras a Dios, como hace y debe hacer el filósofo.
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2. Contra Gent., 1, 4.
3. Cí. S. T., La, 1, 1, Contra Gent., 1, 4.
4. 14, 9.
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la unicidad de Dios no puede creer esa misma verdad por fe. Entonces,
para que no pare"zca que ese hombre dejaría de dar su asentimiento a artícu-
los de fe, santo Tomás se ve obligado a decir que verdades tales como la
de la unidad de Dios no son, propiamente hablando, artículos de fe, sino
más bien praeambula ad articulos. 5 Santo Tomás añade, sin embargo, que
nada impide que tales verdades sean objeto de fe para un hombre que no
pueda entender o que no tenga tiempo de considerar la demostración filosó-
fica,6 y mantiene su opinión de que es adecuado y justo que tales verdades
se propongan a la fe. 7 A la cuestión de si un hombre que entiende la demos-
tración, pero que no está en ese momento atendiéndola o considerándola,
puede creer por fe en la unicidad de Dios, santo Tomás no contesta explí-
citamente. En cuanto a la frase inicial del Credo (Credo in unum Deum,
creo en un solo Dios), que parece implicar que se pide a todos la fe en la
unicidad de Dios, santo Tomás diría, de acuerdo con sus premisas, que aquí
la unicidad de Dios no ha de entenderse por sí misma, sino junto con lo que
sigue, es decir, como una unidad de Naturaleza en una Trinidad de Personas.
Ir más lejos en esta cuestión y discutir con' qué clase de fe cree el ile-
trado las verdades que son conocidas (demostrativamente) por el filósofo,
estaría aquí fuera de lugar, no solamente porque se trata de una cuestión
teológica, sino también porque es una cuestión que santo Tomás no discute
explícitamente. Nuestro principal propósito al mencionar esa cuestión es
ilustrar el hecho de que santo Tomás hace una distinción real entre filosofía
por una parte y teología por la otra. Incidentalmente, si hablamos de un "filó-
sofo", no debe entenderse que eso excluya al teólogo; la mayoría de los
escolásticos fueron al mismo tiempo teólogos y filósofos, y santo Tomás dis-
tingue las ciencias, no los hombres que deben cultivarlas. Que santo Tomás se
tomó esa distinción con la mayor seriedad puede verse también por la posi-
ción que adoptó ante la cuestión de la eternidad del mundo (a la que volve-
remos más adelante). Santo Tomás consideraba que puede demostrarse que
el mundo es creado, pero pensaba que la razón no puede demostrar que el
mundo no haya sido creado desde la eternidad, aunque puede refutar las
pruebas aducidas para mostrar que ha sido creado desde la eternidad. Por
otra parte, sabemos por la revelación que el mundo no ha sido creado desde
la eternidad, sino que ha tenido un comienzo en el tiempo. En otras pala-
bras,' el teólogo sabe, mediante la revelación, que el mundo no ha sido creado
desde la eternidad, pero el filósofo no puede probarlo; o, mejor dicho, nin-
gún argumento de los que han sido propuestos para probarlo es concluyente.
Es evidente que esa distinción presupone o implica una distinción real entre
la filosofía y la teología.
4. Se dice a veces que santo Tomás difiere de san Agustín en cuanto
que mientras este último considera al hombre en concreto, como llamado a
8. 14, 3.
9. Cf. In Boeth. de Trinit., 6, 4, 5; In 1 Sent., prole 1, 1; De Verit., 14, 2; S. T., la 11-, 5, 5.
10. 3, 2,7 y sigo
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diferentes, mientras que ellas mismas son incapaces de distinguir una doctrina
que ha sido verdaderamente demostrada de otra que se apoya en una argu-
mentación meramente probable o sofística. Igualme~te, en la Sum-ma Theologi-
ca, santo Tomás observa que a la verdad acerca de Dios solamente llegan,
por la razón humana, unos pocos hombres, al cabo de mucho tiempo, y "con
mezcla de muchos errores".11 Cuando el santo dice que es deseable que
incluso aquellas verdades acerca de Dios que son racionalmente demostra-
bles sean propuestas como objeto de fe, para ser aceptadas por la autoridad
de la revelación, está subrayando las ·exigencias prácticas de la mayoría de
los hombres más bien que la insuficiencia especulativa de la metafísica como
tal, pero admite que frecuentemente el error está mezclado con la verdad,
bien sea por precipitación al saltar a las conclusiones, bien sea por influen-
cia de la pasión, la emoción o la imaginación. Es posible que él mismo no
aplicase esa idea de un modo perfectamente consecuente en relación con
Aristóteles, y que estuviese demasiado dispuesto a interpretar al Filósofo
en el sentido que fuese máximamente compatible con la doctrina cristiana,
pero subsiste el hecho de que él reconoció teoréticamente la debilidad del
entendimiento humano en su estado presente, aunque no su perversión radi-
cal. En consecuencia, aunque santo Tomás difiere de san Buenaventura en
admitir la posibilidad abstracta, y, ciertamente, en el caso de Aristóteles, el
hecho concreto, de que una metafísica "satisfactoria" fuera elaborada por
un filósofo pagano, y también en no admitir que su carácter incompleto .vicie
a un si·s~ema metafísico, santo Tomás considera igualmente probable que
cualquier sistema metafísico independiente contenga error
Quizá no sea caprichoso sugerir" que las opiniones abstracta~ de ambos
hombres resultasen en gran medida de sus respectivas actitudes ante Aristó-
teles. P9dría, sin duda, replicarse que eso es poner la carreta delante de los
bueyes, pero parecerá más razonable si se consideran las circunstancias reales
en qu~ vivieron y escribieron. Por primera vez la cristiandad latina adquiría
conocimiento de un gran sistema filosófico que no debía nada al cristianis-
mo, y que era presentado por sus fervientes partidarios, como Averroes,
como la última palabra de la sabiduría humana. La grandeza de Aristóteles,
la profundidad y el carácter totalizador de su sistema, constituyeron un
factor que no podía ser ignorado por ningún filósofo cristiano del siglo XIII;
pero era posible ponerse frente a él y considerarle de distintos modos. Por
una parte, según 10 exponía Averroes, el aristotelismo chocaba en varios pun-
tos importaI1tes con la doctrina cristiana, y era posible adoptar una actitud
refractaria y hostil, en razón de ello, ante la metafísica aristotélica. Pero si
se adoptaba esa actitud, como san Buenaventura 10 hizo, había que decir~ o
bien que el sistema' aristotélico afirmaba la verdad filosófica, pero que 10 que
era verdadero en filosofía podía no serlo en teología, puesto que Dios podía
pasar por alto las exigencias de la lógica natura~, o bien que Aristóteles se