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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE MÉXICO Mariología.

Vida cristiana
Iván Ruiz Armenta 25 / 02 / 20

EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


«Dios podía crear a la virgen en el estado de pureza
original; era conveniente que fiera así; por lo tanto, lo
hizo así (potuit, decuit, ergo fecit)»1.
Actualmente la Iglesia católica insiste mucho en que todos estamos llamados a la santidad, y que
ésta no se obtiene de un día para otro, sino que se construye de poco en poco. San pablo es uno de los
mejores ejemplos neotestamentarios de esto, pues él afirma que «donde el pecado abundó, sobre-
abundó la gracia» (Rm 5, 20), lo cual es aplicable perfectamente a todo fiel que está en camino de
santidad, véase por ejemplo que la biografía de algunos de los santos de nuestra devoción que mues-
tran que ellos pasaron primero por una «vida pecaminosa» para después llegar a la santidad.
Sin embargo, este «principio» parece que no puede ser aplicado a María, pues ella, según lo
afirma K. Rahner, ha sido concebida en la Iglesia «como la que permaneció siempre sin pecado,
resguardada no solamente de la culpa original sino también de todo pecado personal y ello de manera
absoluta y constante»2, de tal suerte que este creencia pasó a ser formulada expresamente en el con-
cilio de Trento en el año 1546 como fe expresa de la Iglesia, para más tarde, en 1854, ser definida
dogmáticamente por Pío XI: «la santísima Virgen María desde el primer instante de su concepción,
por una gracia especial y por privilegio de Dios omnipotente, y en vista a los méritos de Jesucristo,
salvador del género humano, ha sido preservada inmune de toda mancha de pecado original»3.
Dicha definición dogmática está precedida por la defensa «inmaculista» de Duns Escoto, la cual
hunde sus raíces en el pecado original, entendido no como una mancha transmitida al alma por parte
de la carne manchada, sino como la privación de la justicia original, y su manera de ser borrado del
hombre por mediación de la gracia, la cual puede darse, según el Doctor Sutil, 1) después del naci-
miento, o 2) ya durante la gestación, o 3) en el momento mismo de la concepción del ser humano.
Siendo esta última a la que pertenece María al haber sido preservada del pecado con la finalidad de
ser madre del Verbo, el Doctor Mariano afirma que la unión hipostática del Verbo y la maternidad
divina (que está ordenada a ella) son inseparables de la Inmaculada concepción de María 4.
Hay que entender, pues, que el verdadero reto de este dogma mariano es tener una sana doctrina
sobre lo que es el pecado original, cuándo se «contrae», cuándo se «borra», y cómo puede «afectar»
nuestra vida diaria. Cuales quieran que sean las conclusiones teológicas a las que se llegue partiendo
de estas preguntas, es cierto que la doctrina oficial de la Iglesia afirma que «por el Bautismo, todos
los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las
penas del pecado» (CEC 1263). Lo que significa que una vez bautizados estamos «en las mismas
condiciones que María»: limpios de todo pecado.
Lo que se puede sacar de todo esto para la reflexión propia es que, si con el dogma de la Mater-
nidad divina de María y la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús asistimos al comienzo de
una nueva humanidad, el dogma de la Inmaculada concepción de María no es la excepción. Mediante
el bautismo, todos los cristianos estamos llamados a formar parte de la nueva creación iniciada en la
encarnación del Verbo, el cual, como mediador perfecto, preservó a María desde su concepción, y
nos «limpia» ahora a nosotros de toda «mancha» en la recepción de la gracia santificante recibida en
el bautismo. Por eso, también estamos llamados a ser parte de la «nueva creación» más humana al
tiempo que divina. Sólo quedaría una pregunta que se antoja para le reflexión posterior: ¿no puede/po-
dría Dios perseverarnos también a nosotros del pecado -original- de tal manera como lo hizo con
María? A final de cuentas también estamos llamados a formar parte de esta nueva humanidad.
1
Cuenta la Leyenda, a menudo aceptada acríticamente por la historia, que la demostración de la Inmaculada Concepción
de María fue con base en este silogismo hecho por Duns Escoto. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja.
2
K. Rahner, «La impecabilidad de María», en María, madre del Señor, Herder, Barcelona 2012.
3 Bula Ineffabilis Deus, del 8-12-1854 (DH 2803)
4 Para una mayor reflexión de la discusión teológica respecto a este tema se puede ver Alfonso Ponpei, «Juan Duns

Escoto, Doctor sutil», en Manual de Teología franciscana, J. A. Merino y F. M. Fresneda (coords.), BAC, Madrid 2004,
294-311.

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