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CAPÍTULO 2:
La perfección de la vida espiritual consiste esencialmente en la caridad.
CAPÍTULO 3:
El criterio de perfección es el amor a Dios y el amor al prójimo.
CAPÍTULO 4:
Perfección de caridad divina que sólo Dios puede tener.
CAPÍTULO 5:
La perfección de la caridad divina propia de los bienaventurados.
Hay otro modo de amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente,
con toda el alma y con todas las fuerzas. Consiste en que no haya en nosotros
cosa alguna que no esté referida a Dios actual o [por lo menos] habitualmente.
Esta perfección de amor a Dios es la requerida por el precepto dado al hombre.
El precepto requiere, en primer término, que el hombre lo ordene todo a
Dios como a fin, de acuerdo con la enseñanza del Apóstol, cuando dice: Ya
comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de
Dios (1 Cor 10,31). Se cumple esto cuando el hombre ordena toda su vida al
servicio de Dios; de este modo, todo lo que hace para bien suyo queda
virtualmente ordenado, a no ser que se trate de cosas que apartan de Dios, como
los pecados. Así se hace efectivo que el hombre ama a Dios de todo corazón.
En segundo lugar, el precepto requiere que el hombre someta a Dios su
entendimiento, como dice el Apóstol: Someted a obediencia vuestro
entendimiento para gloria de Cristo (2 Cor 10,5). De este modo, Dios es amado
con toda la mente.
En virtud del precepto se requiere, en tercer lugar, que el hombre ame en
Dios todo lo que ama y, hablando de manera universal, que ordene todos sus
afectos al amor de Dios. Es lo que dice el Apóstol: Si somos exagerados, lo
hacemos por Dios; si nos quedamos cortos, también. Lo que nos apremia es la
caridad de Cristo (2 Cor 5,13-14). Así, Dios es amado con toda el alma.
Se requiere, en cuarto lugar, que todo lo perteneciente a nuestra vida
exterior, palabras y obras, se derive de la caridad, de acuerdo con lo que dice el
Apóstol: Hacedlo todo por caridad (1 Cor 16,14). Así, Dios es amado con todas
las fuerzas.
Éste es el tercer modo de un perfecto amor de Dios, al cual todos están
obligados por el precepto. El modo segundo a nadie es posible en esta vida sin
ser simultáneamente viador y comprehensor, como el Señor Jesucristo.
CAPÍTULO 7:
Perfección de amor divino que cae bajo consejo
CAPÍTULO 8:
Primer camino hacia la perfección: renuncia a las cosas temporales
Entre los bienes temporales que han de ser abandonados están los bienes
exteriores, conocidos con el nombre de riquezas. De esto da consejo el Señor,
cuando dice: Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, entrega el
dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme (Mt
19,21). La utilidad de este consejo se manifiesta en lo que sigue. Hay, en primer
lugar, un hecho evidente. Cuando aquel joven, que había preguntado sobre la
perfección, escuchó la respuesta, se fue triste. Como dice Jerónimo, nos es dada
la razón de la tristeza: tenía grandes posesiones, o sea, las llamadas espinas y
cardos que ahogan la semilla del Señor. El Crisóstomo, exponiendo el mismo
pasaje, dice: No queda igualmente paralizado quien posee poco y quien abunda
en posesiones; el acrecentamiento de las riquezas aumenta el ansia de poseer y
la codicia se hace más violenta. En la carta a Paulino y Terasia, dice también
Agustín: Los bienes terrenos, cuando son poseídos atan con más fuerza que el
deseo de alcanzarlos. ¿Por qué aquel joven se alejó, sino porque tenía grandes
riquezas? Hay mucha diferencia entre renunciar a añadir lo que no se tiene y
renunciar a lo que ya se posee. Aquello es desechado como ajeno; esto otro es
como seccionar miembros.
En segundo lugar, la utilidad del consejo es puesta de manifiesto por las
palabras del Señor, el cual añade: El rico entrará difícilmente en el reino de los
cielos (Mt 19,23). Jerónimo, en el lugar citado, lo expone así: Es difícil
desprenderse de las riquezas poseídas. No dijo: es imposible que un rico entre
en el reino de los cielos, sino que es difícil. Cuando se afirma una dificultad, no
se intenta presuponer la imposibilidad; sólo se deja en claro que es cosa
rara. El Crisóstomo, también en el lugar citado, anota que el Señor va más
adelante y viene a mostrar que es imposible, diciendo: Mayor facilidad es la de
un camello para pasar por el agujero de una aguja que la de un rico para
entrar en el reino de los cielos. Este modo de hablar, como dice Agustín, hizo
ver a los discípulos que todos cuantos codician riquezas han de ser contados en
el número de los ricos; de otro modo, dado que los ricos son pocos en
comparación con la multitud de pobres, los discípulos no habrían
preguntado: ¿Quién, por tanto, puede salvarse? (Mt 19,25).
De ambas sentencias del Señor se deduce manifiestamente que quienes
poseen riquezas, con dificultad entran en el reino de los cielos, porque, como el
Señor mismo dice en otra parte, la preocupación por las cosas de este mundo y
el engaño de las riquezas ahoga la palabra de Dios y la hace estéril (Mt 13,24).
A quienes aman desordenadamente las riquezas les es imposible entrar en el
reino de los cielos, mucho más que al camello entrar por el hondón de una aguja,
entendida la expresión al pie de la letra. En efecto, esto es imposible, porque va
contra la naturaleza; aquello, en cambio, porque se opone al plan de Dios, un
plan cuyo poder es muy superior al de cualquier naturaleza creada.
Por aquí se ve la razón de este consejo divino. Se da consejo en orden a
conseguir lo que es más provechoso, de acuerdo con lo que dice el Apóstol: Esto
es lo que aconsejo, porque es provechoso (2 Cor 8,10). Por consiguiente, en
orden a conseguir la vida eterna es más provechoso desechar las riquezas que
poseerlas. Quienes poseen riquezas entran con dificultad en el reino de los
cielos, porque es difícil que el afecto no esté apegado a riquezas poseídas: el
apego puede hacer incluso imposible la entrada en el reino de los cielos. Fue,
por tanto, saludable que el Señor aconsejase como más provechoso el abandono
de las riquezas.
En contra de lo dicho, alguien podría objetar que Mateo (cf. Mt 9,8-13) y
Zaqueo (cf. Lc 19,1-10) poseyeron riquezas y, sin embargo, entraron en el reino
de los cielos. Jerónimo da la solución, en el lugar citado, diciendo: Se ha de
tener en cuenta que, al momento de entrar, dejaron de ser ricos.
Pero está el caso de Abraham. Él nunca dejó de ser rico; murió dueño de
riquezas y, a la hora de la muerte, las dejó a sus hijos, como se lee en el Génesis
(cf. 25,5-8). El Señor, sin embargo, le había dicho: Sé perfecto (Gén 17,1). Para
este problema no habría solución, si la perfección cristiana consistiera en el
abandono mismo de las riquezas, pues se seguiría que quien posee riquezas no
puede ser perfecto.
Pero las palabras del Señor, debidamente analizadas, no ponen la
perfección en el abandono mismo de las riquezas. Más bien, el Señor presenta
este abandono como un camino de perfección, y así lo hace ver el modo de
hablar. Dice, en efecto: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y
dalo a los pobres, y sígueme (Mt 19,21); con ello da a entender que la
perfección está en el seguimiento de Cristo y que el abandono de las riquezas es
un camino de perfección. Esto es lo que da a entender Jerónimo cuando en el
lugar citado de Super Matthaeum dice: Puesto que no basta abandonar, Pedro
añade lo que es perfecto: Y te hemos seguido. Orígenes, exponiendo el pasaje
bíblico de que se viene hablando, anota que el ‘si quieres ser perfecto’ etc., no
quiere decir que en el momento mismo en que uno hace entrega de todos sus
bienes a los pobres, llegue a ser totalmente perfecto; aquél es el día en que la
mirada puesta en Dios lo irá conduciendo hacia todas las virtudes.
Tal vez alguien, dueño de riquezas, es perfecto, porque se da a Dios con
perfecta caridad. Así, en medio de las riquezas, Abraham fue perfecto; su
espíritu no estaba atado a las riquezas, sino totalmente entregado a Dios. Esto es
lo que significan las palabras que el Señor le dirigió: Camina en presencia mía y
sé perfecto (Gén 17,1). Da a entender que su perfección consistía en caminar en
presencia de Dios, amándolo perfectamente hasta el desprecio de sí mismo y de
todas sus cosas; esto lo demostró especialmente en la inmolación del hijo,
motivo por el cual le fue dicho: Por haber hecho esto, sin perdonar a tu hijo
por amor de mí, te bendeciré (Gén 22,16).
Si de aquí alguien quisiera deducir que es inútil el consejo del Señor sobre
el desprendimiento de las riquezas, basado en que Abraham, poseyendo
riquezas, fue perfecto, se le puede responder claramente a base de lo ya dicho.
El Señor dio este consejo no porque los ricos no puedan ser perfectos, o no
puedan entrar en el reino de los cielos, sino porque ni una cosa ni otra pueden
conseguirla fácilmente. Grande fue la virtud de Abraham, el cual, poseyendo
riquezas, tuvo un espíritu libre de las riquezas; como también fue grande la
fuerza de Sansón, el cual, sin armas, con la sola mandíbula de una borrica,
derrotó a muchos enemigos. Sin embargo, no es inútil aconsejar al soldado que,
cuando vaya a la guerra, se provea de armas para vencer a los enemigos. Por
consiguiente, tampoco el hecho de que Abraham haya podido ser perfecto en
medio de las riquezas permite considerar inútil que a quienes desean la
perfección les sea dado el consejo de renunciar a las riquezas.
Los hechos grandiosos no permiten hacer deducciones, porque para los
débiles es más fácil admirarlos y encomiarlos que imitarlos.
Por este motivo se dice: Bienaventurado el rico que no cometió
pecado, que no ambicionó el oro, ni puso su esperanza en los tesoros de
dinero (Eclo 31,8). Muestra poseer gran virtud y vivir firmemente asentado en
Dios mediante caridad perfecta el rico que no se mancha con apego a las
riquezas, que no se deja guiar por la codicia del dinero, ni se sobrepone
orgullosamente a los demás, confiado en sus riquezas. Este es el motivo de que
el Apóstol diga: A los ricos de este mundo encárgales que no sean altivos y que
no pongan su esperanza en la inseguridad de las riquezas (1 Tim 6,17).
Pero cuanto mayor es la dicha de un rico poseedor de estas cualidades,
tanto su número es menor. Por eso se lee lo siguiente: ¿Quién es éste? Porque
debemos alabarlo. En su vida hizo cosas admirables (Eclo 31,9).
Verdaderamente realiza obras dignas de admiración quien, viviendo en
abundancia de riquezas, no tiene apego a ellas. Quien practique esto es perfecto,
sin duda alguna. Por eso, la Escritura continúa diciendo: ¿Quién fue probado y
se comportó dignamente en esto, es decir, en hacer vida intachable en medio de
las riquezas? Una persona así es raro encontrarla. Pero esto será para ella
motivo de gloria eterna (Eclo 31,10). Así se ve la coherencia con las palabras
del Señor, cuando dice ser difícil que un rico entre en el reino de los cielos (Mt
19,23).
He aquí la primera vía para la perfección. Consiste en que alguien, por el
empeño de seguir a Cristo, desechando los bienes temporales, abrace la pobreza.
CAPÍTULO 9:
Segunda vía de perfección: renuncia a los afectos sensibles y al matrimonio.
CAPÍTULO 14:
Perfección de amor al prójimo necesaria para la salvación.
CAPÍTULO 15:
Perfección de amor al prójimo que cae bajo consejo.
CAPÍTULO 16:
Perfección intensiva del amor al prójimo.
CAPÍTULO 17:
Perfección del amor al prójimo: sus efectos.
CAPÍTULO 19:
Estado de perfección: obispos y religiosos.
CAPÍTULO 20:
Preeminencia del estado episcopal sobre el religioso.
CAPÍTULO 21:
Respuesta a los argumentos contrarios.
CAPÍTULO 22:
El estado episcopal, aunque más perfecto, no debe ser apetecido.
CAPÍTULO 23:
Sobre el estado de presbítero y arcediano:
¿Es más perfecto que el religioso?
CAPÍTULO 24:
Razones alegadas a favor del estado de mayor perfección de los párrocos
que el estado religioso.
CAPÍTULO 25:
Razones que pretenden demostrar el estado de perfección de arcedianos y
párrocos, aunque no se constituyan mediante alguna bendición o
consagración.
CAPÍTULO 26:
¿El cese legítimo en la dedicación pastoral es incompatible con el estado de
perfección?
CAPÍTULO 27:
Respuesta a los argumentos sobre el estado de mayor perfección de
párrocos y de arcedianos que el de los religiosos.
Ha llegado el momento de examinar cuidadosamente cada uno de los
argumentos propuestos. Haciendo esto, quedará claro que son frívolos, que casi
dan risa, que en buena parte contienen error. Carecen de eficacia para lo que
intentan.
Alegar textos canónicos para decir que párrocos y arcedianos viven en un
estado no viene a propósito. Los capítulos alegados no dicen nada sobre estado;
hablan del grado. El primero dice literalmente: Si un obispo, presbítero o
diácono toma mujer o retiene la que había tomado, sea depuesto de su
grado. El segundo dice: Si alguien, falto de temor de Dios y de las Santas
Escrituras, practica la usura, sea depuesto de su grado y no forme parte del
clero. Esto no sirve para mostrar, mediante proceso inverso, que alguien posea
estado; se habla sólo de grado. Y así tiene que ser, porque donde hay orden o
cualquier forma de superioridad, allí tiene que haber algún grado.
La frivolidad del segundo argumento es cosa que advierte cualquier
persona inteligente. Nadie duda de que el vocablo estado tiene múltiples
acepciones. Cuando uno se yergue, se dice que está [de pie]. La magnitud da
origen a estado, en cuanto se hace distinción entre estado de principiantes, de
proficientes y de perfectos. El estar implica también firmeza. En este sentido
dice el Apóstol: Estad firmes e inconmovibles (1 Cor 15,58) en la práctica del
bien. Pero no hablamos de estado en este sentido; el concepto hace referencia a
que hay estado de servidumbre y estado de libertad. Así lo entiende el derecho
cuando, por ejemplo, dice: Tratándose de causa capital o relativa al estado, si
es preciso hacer alguna interpelación, háganla ellos mismos, no por
intermediarios. Tomando en este sentido el vocablo estado, tienen estado de
perfección aquellos que se hacen siervos en orden a practicar obras de
perfección: como se dijo anteriormente. Para esto se requiere un voto vinculante
de por vida, puesto que la servidumbre [de que se trata] se contrapone a la
libertad. Siempre que alguien permanece libre para dejar de practicar obras de
perfección, no se encuentra en estado de perfección: como quedó dicho ya.
Lo del tercer argumento es una frivolidad tan grande que no necesita
respuesta. Cuando se dice: Los presbíteros que ejercen bien el gobierno…, la
perfección ni siquiera es mencionada. El presidir no constituye estado, sino
grado. Por su parte, el honor no es debido solamente a la perfección, sino, de
manera universal, a la virtud, la cual está expresada en las palabras presiden
bien. Está escrito: Gloria, honor y paz a todo el que obre bien (Rom 2,10).
El cuarto argumento contiene evidente falsedad, diciendo que en tiempo
de Jerónimo y de Agustín no se hacía distinción entre obispo y presbítero. En
carta a Jerónimo, Agustín dice expresamente lo contrario: Aunque, por lo que se
refiere a las palabras que son ya de uso común en la Iglesia, el episcopado sea
superior al presbiterio, en muchas cosas, sin embargo, Agustín es inferior a
Jerónimo.
Para que nadie piense que fue en tiempo de Jerónimo cuando se introdujo
la práctica de considerar el episcopado superior al presbiterado, hay que referirse
a la autoridad de Dionisio, el cual describió la jerarquía eclesiástica, tal como se
encontraba en los comienzos de la Iglesia. Dice, en efecto: En la jerarquía de la
Iglesia hay tres órdenes, a saber: el de los obispos, el de los presbíteros y el de
los diáconos. Donde es de notar que, según dice, el orden de los diáconos tiene
la función de purgar; el de los sacerdotes, de iluminar, y el de los obispos, de
perfeccionar. El mismo, en el capítulo 6 del citado libro, dice que a estos tres
órdenes [de ministros] corresponden tres órdenes [de fieles]. Al orden de los
diáconos tiene que someterse el orden de los impuros o de los que necesitan ser
purificados. Al orden de los presbíteros se subordina el de los que han de ser
iluminados, o sea, el pueblo santo que es iluminado por los presbíteros
recibiendo los sacramentos. Al orden de los obispos corresponde el de los
perfeccionados, o sea, el de los monjes, que mediante las enseñanzas de ellos es
instruido acerca de la perfectísima perfección de actuar mirando hacia lo
alto. Por todo esto, es evidente que, según Dionisio perfección es atribuida
solamente a los obispos y a los monjes: a los obispos como a perfeccionadores, a
los monjes, en cambio, como a perfeccionados.
Nadie diga que Dionisio transmite un orden de la jerarquía eclesiástica
instituido por los apóstoles, mientras que, por institución del Señor, presbíteros y
obispos serían una misma cosa. Esto es manifiestamente falso, como se ve por
Lc 10,1, donde se lee: Después de estas cosas, designó el Señor a otros setenta
y dos… A propósito de estas palabras, la Glosa dice: Así como en los apóstoles
tenemos lo típico de los obispos, así en los setenta y dos, lo propio de los
presbíteros de segundo orden. Bien de admirar es hasta qué punto ellos mismos
no se dan cuenta de lo que dicen; después de haber citado este pasaje, ellos
mismos afirman que la distinción entre presbíteros y obispos tuvo lugar en
tiempo de Jerónimo.
Y si alguien quiere retroceder hasta los tiempos antiguos, encontrará que
en la ley antigua hay distinción entre los pontífices y los sacerdotes menores.
Durante la vigencia de aquella ley, el sacerdocio era simple figura. En el
derecho mismo está escrito: Los sumos pontífices y los sacerdotes inferiores
fueron instituidos por Dios a través del ministerio de Moisés, el cual, por
mandato del Señor, ungió a Aarón como sumo pontífice, mientras que a sus
hijos los ungió para sacerdotes inferiores.
Por consiguiente, entiende mal lo que dice Jerónimo. No es intención de
Jerónimo afirmar que en la Iglesia el orden y estado de los obispos era el mismo
que el de los presbíteros. Lo que él dice es que el uso de vocablos no estaba
diversificado: los presbíteros eran llamados obispos por el deber de estar alerta;
los obispos eran llamados presbíteros por razón de la dignidad. Por lo cual, en
un texto que ha pasado al Decreto dice Isidoro: Los presbíteros
inferiores, aunque son sacerdotes, no tienen la plenitud pontifical; éste es el
motivo por el que no signan con crisma en la frente, ni dan el Espíritu
Paráclito; estas unciones, como dicen los Hechos de los Apóstoles, son propias
de los obispos. Y termina diciendo: Entre los antiguos, obispos y presbíteros
fueron la misma cosa, porque éste es nombre de dignidad, no de edad. Por
donde se ve que había diferencia en la realidad y, al mismo tiempo, identidad en
el nombre, por razón de la dignidad implicada en el nombre de presbiterado.
Posteriormente, para evitar el error de posible cisma consiguiente a la
indeterminación de los vocablos, los presbíteros mayores fueron llamados
obispos; el nombre de presbíteros quedó reservado para los menores.
El quinto argumento carece de valor. La vida contemplativa tiene
preferencia sobre la activa, no sólo porque da mayor seguridad, sino
sencillamente porque es mejor. Es el Señor quien lo ha dicho: María escogió la
mejor parte (Lc 10,42). En la medida en que la contemplación es superior a la
acción, en esa misma permite comprender que hace más por Dios quien, por
amor a él, sufre algún detrimento de la preferida contemplación con el fin de
atender a la salvación del prójimo.
Atender a la salvación del prójimo con algún detrimento de la
contemplación, aceptado por amor a Dios y al prójimo, implica una perfección
de caridad mayor que el tener una tal adhesión a la contemplación que, ni por
trabajar en la salvación del prójimo, se acepte recorte alguno. Por atender a la
salvación del prójimo, el Apóstol aceptó sufrir retraso no sólo en la
contemplación de la vida presente, sino también en la de la gloria del cielo. Me
siento en aprieto entre dos cosas, con deseo de partir y estar con Cristo, que es
muchísimo mejor; pero permanecer en esta vida es más necesario por causa de
vosotros (Flp 1,23-24).
Cuando se trata de la caridad que, según se dijo con palabras de Agustín,
consiste ante todo en la disposición de ánimo, muchos de quienes practican vida
contemplativa tienen también esta perfección: la de estar dispuestos a aceptar
ocasionalmente, según el beneplácito de Dios, alguna merma en el ocio de la
preferida contemplación, a fin de ocuparse en la salvación del prójimo. Ocurre,
sin embargo, que esa perfección de caridad no existe en muchos de los que se
dedican al servicio del prójimo; la contemplación les inspira un tedio que
empuja a centrar el deseo en lo exterior. Ante hechos de esta índole se
comprueba que pertenece a la perfección del amor el posponer ocasionalmente
el bien preferido por atender a la obra de salvación. Pero el defecto de algunos
no puede motivar perjuicio al estado o ministerio en cuanto tal. El solo hecho de
tener solicitud por el prójimo para prestarle servicio debe ser juzgado acto de
perfección, puesto que pertenece al perfecto amor a Dios y al prójimo.
Aquí es preciso tener en cuenta una cosa importante: No todo el que tiene
lo que es más perfecto se encuentra en estado más perfecto. Nadie puede dudar
que la guarda de la virginidad pertenece a la perfección; de ella dice el Señor: El
que pueda entender, entienda (Mt 19,12). El Apóstol, por su parte, dice: Acerca
de las vírgenes, no tengo precepto del Señor. Pero doy un consejo (1 Cor 7,25).
Los consejos se refieren a obras de perfección. Sin embargo, la virginidad
practicada sin voto no introduce en estado de perfección. Hablando de la
virginidad, dice Agustín: La virginidad misma no es encomiada por ser
virginidad, sino por estar consagrada a Dios; por este motivo, aunque
practicada corporalmente, se hace espiritual, en cuanto prometida y
custodiada a impulsos de una continencia que nace de la piedad [para con
Dios]. Y añade poco después: Entre los bienes del alma ha de ser contada como
merecedora de mayor encomio aquella continencia en virtud de la cual la
integridad misma del cuerpo es prometida, consagrada y vivida para el
Creador del alma.
Es evidente que los arcedianos y los párrocos, aunque tengan cura
pastoral, no están comprometidos por voto a mantenerla; de otro modo, sin
autorización de quien puede dispensar el voto perpetuo, no podrían abandonar la
cura pastoral del arcedianato o de la parroquia. Aunque el arcediano o el párroco
realicen algún acto o cumplan algún ministerio de perfección, ellos mismos no
se encuentran en estado de perfección. Bien pensadas las cosas, el estado de
perfección lo tienen, más que los arcedianos y párrocos mismos, aquellos
religiosos que por voto de su orden están obligados a esto, es decir, por vocación
deben prestar servicio a los obispos, en lo relativo a la cura de almas, predicando
y oyendo confesiones.
Dentro del argumento sexto hay también falsedad por lo dicho. Es falso,
efectivamente, decir que el aumento de caridad no es posible en persona que no
tenga estado de perfección. En el estado de perfección hay quienes tienen una
caridad imperfecta o nula: es el caso de muchos obispos y religiosos que viven
en pecado mortal. Aunque muchos buenos párrocos tengan caridad perfecta de
modo que estén dispuestos a dar su vida por el prójimo, no por esto se
encuentran en estado de perfección. No faltan muchos laicos incluso casados
que tienen caridad perfecta y están dispuestos a dar la vida por el prójimo. Sin
embargo, no se puede decir que se hallen en estado de perfección.
Si los siete diáconos instituidos por los apóstoles se hallaban en estado de
perfección, no se puede saber ni por el texto ni por la Glosa. Diciendo que
estaban llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, se da a entender su perfección,
la cual es posible también en quienes no viven en estado de perfección. Lo que
se dice en la Glosa de Beda, o sea, que pertenecían a un nivel más alto y que
estaban cercanos al altar, significa la eminencia de su grado o ministerio. Pero
una cosa es poseer un grado; otra, vivir en estado de perfección, como ha sido
dicho ya. Es verdad, sin embargo, que aquellos siete diáconos vivieron en estado
de perfección, de aquella perfección acerca de la cual el Señor dice: Si quieres
ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres (Mt 19,12).
Dejadas todas las cosas, siguieron a Cristo, sin tener nada propio, pues todas las
cosas les eran comunes, como se dice en Hch 4,32. En su ejemplo han tenido
origen todas las religiones.
En relación con el octavo argumento, concedemos que los arcedianos
Esteban y Lorenzo vivieron en estado de perfección, pero no por el arcedianato,
sino por el martirio, el cual tiene preferencia respecto de cualquier perfección
religiosa. A este propósito dice Agustín: De esta realidad da clamoroso
testimonio la autoridad de la Iglesia en la cual los fieles no pueden menos de
ver dónde, al celebrar el misterio del altar [el sacrificio eucarístico], son
recitados los nombres de los mártires y dónde el de las santas religiosas. En
este sentido digo también que Sebastián vivió en estado de perfección, y lo
mismo Jorge. Pero, por este motivo, nunca diremos que los soldados se
encuentren en estado de perfección.
Decir que los párrocos y los arcedianos son más semejantes a los obispos
que los religiosos, es verdad en cuanto a una parte, o sea, en cuanto a la solicitud
por los subordinados; pero en cuanto a la perpetua obligación, que es
indispensable para que haya estado de perfección, los religiosos son más
semejantes al obispo que los arcedianos y los párrocos: como ha sido
demostrado ya.
Sin la menor duda, la administración de bienes de la Iglesia no causa
merma en el estado de perfección. De lo contrario, en los institutos religiosos
mismos los superiores y quienes deben cuidarse de lo temporal quedarían por
debajo del grado de perfección. Lo que en ellos [en quienes administran bienes
de la Iglesia] introduce alguna merma en el estado de perfección, es que no
renuncian a lo propio, abandonándolo todo por Cristo. Antes bien, se apropian el
producto de los bienes de la Iglesia.
Se hace una propuesta sin sentido que viene a renovar el error de
Vigilancio; escribiendo contra él, dice Jerónimo: A la afirmación de que quienes
usan sus cosas y poco a poco reparten los frutos entre los pobres hacen mejor
que quienes, vendidas las posesiones, lo entregan todo junto, les será dada
respuesta no por mí, sino por Dios, que dice: «Si quieres ser
perfecto, ve, vende todo lo que tienes…» (Mt 19,21). Está hablando a quien
desea ser perfecto. Esto que tú encomias es el segundo o tercer grado. Los
arcedianos y los párrocos no son más perfectos por el hecho de practicar una
hospitalidad que los monjes, careciendo de bienes propios, no pueden ofrecer.
No hay duda de que el sacrificio más grato a Dios es el celo de las almas.
Pero en el celo de las almas hay que guardar un orden, de manera que, en primer
lugar, el hombre debe tener celo de su propia alma, liberándola de todo apego
terreno, de acuerdo con la sentencia del Sabio: Ten compasión de tu alma para
agradar a Dios (Eclo 30,24), sobre lo cual trata Agustín. Si alguien, una vez
desechado el apego a las cosas terrenas y a sí mismo, avanza más y tiene celo de
la salvación de otras almas, el sacrificio será más perfecto; será perfectísimo
cuando, con voto o profesión, se obligue al celo de las almas, como el obispo o
también los religiosos que estén obligados a esto por voto.
No se puede aceptar el punto de partida. Decir que el arcediano preside en
su arcedianato y el párroco en su parroquia, a la manera como el patriarca
preside en su patriarcado y el obispo en su obispado: es manifiestamente falso.
Son los obispos quienes principalmente tienen la responsabilidad pastoral de
todo lo perteneciente a su diócesis. Los párrocos y también los arcedianos
cumplen algunos servicios en dependencia del obispo: se relacionan con el
obispo a la manera como el valido o el prefecto con el rey. Por este motivo y en
relación con las palabras del Apóstol unos ayudan, otros administran (1 Cor
12,28), dice la Glosa: el ayudar se cumple en quienes ofrecen recursos a otros
mayores, como Tito al Apóstol o los arcedianos a los obispos; el administrar
remite a presidencias que, siendo de inferior rango, como la del presbítero, son
desempeñadas con edificación del pueblo. Esto mismo se manifiesta en la
ordenación de los sacerdotes, de quienes el obispo, cuando la celebración llega
al prefacio, dice: Por cuanto somos más frágiles, esto es, que los
apóstoles, tanto tenemos de éstos mayor necesidad. Por eso está
mandado: Todos los presbíteros, diáconos y demás clérigos han de ser
cuidadosos de no hacer nada sin licencia del obispo propio. Ningún presbítero
celebre la misa en su parroquia sin mandato de él. No bautice tampoco, ni haga
cosa alguna sin su permiso. Se dice también: Los presbíteros no hagan nada sin
mandato o consejo del obispo.
Presentar el caso de clérigos que por delitos enormes son recluidos en
monasterios, pone de manifiesto cuál es su estado de ánimo y su intención. A
este respecto, dice Gregorio: Es muy difícil que cuando los perversos predican
cosas rectas, no hagan salir también aquello que, guardado en
silencio, ambicionan. Piensan que los clérigos por la aspereza de la penitencia
se hallan en estado [de perfección], y no los monjes, a pesar de que, siendo
inocentes, la asumen voluntariamente, mientras que los clérigos delincuentes
son forzados a practicarla. Este estado, el de los monjes, es ante Dios tanto más
alto cuanto para el mundo es más abyecto. Por este motivo está escrito: El que
se humilla, será enaltecido (Mt 23,12). Dios escogió a los pobres de este
mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino (Sant 2,5). Pero
quienes ambicionan la gloria humana piensan que lo que se mantiene alto es lo
perteneciente a la gloria y que las cosas humildes vienen al suelo.
CAPÍTULO 28:
Respuesta a los argumentos que pretendían que la carencia de bendición
solemne o consagración obstara al estado de perfección de párrocos y
arcedianos.
CAPÍTULO 29:
Respuesta a los argumentos que argüían que el posible cese de la cura
pastoral es incompatible con el estado de perfección de sacerdotes y
arcedianos.
CAPÍTULO 30:
Dedicaciones propias de los religiosos.
Es preciso exponer cuáles son las obras en que deben ejercitarse quienes
viven en el estado religioso. Pero, como de esto hemos tratado detalladamente
en otra parte, ahora basta añadir algunas cosas por causa de quienes se obstinan
en criticar.
Alegan unas palabras de Jerónimo que están en el Decreto y dicen
así: Antes que, por instigación del diablo, se practicasen estudios entre
religiosos. Me admiro de que aleguen esta ‘autoridad’, como si los religiosos no
debieran dedicarse al estudio, siendo así que el estudio, principalmente el de la
Sagrada Escritura, pertenece en sumo grado a quienes optaron por la vida
contemplativa. Lo extraño de semejante pretensión resalta ante unas palabras de
Agustín, el cual dice: A nadie se prohíbe el estudio de la verdad; es un estudio
perteneciente al ocio laudable. Si quisieran demostrar sus afirmaciones con
aquellas palabras de Jerónimo, serían rebatidos por lo que Jerónimo sigue
diciendo en aquel mismo capítulo, a saber: Y se llegase a decir ‘yo soy de
Pablo’, ‘yo soy de Apolo’. Por donde se ve claro cuál era el sentido de las
palabras citadas Antes que, por instigación del diablo, los estudios, o sea, las
divisiones, saliesen a la luz en la religión: en la religión cristiana.
Dicen también que la potestad de atar y desatar, en cuanto al ejercicio y al
modo de ejercitarla, no está concedida a los sacerdotes religiosos. Me maravillo
de lo que se pretende. Si quieren decir que los monjes, por el solo hecho de ser
ordenados sacerdotes, no pueden ejercer el poder de las llaves, es verdad. Pero
eso mismo hay que decirlo de los sacerdotes seculares: por el solo hecho de que
el secular sea ordenado sacerdote, no recibe el ejercicio de las llaves; lo recibe
cuando asume algún ministerio pastoral.
Pero si pretenden que el religioso, por serlo, no puede recibir el ejercicio
de las llaves, dicen una falsedad, la cual, además, es contraria a lo establecido
por el derecho, en el que se dice lo siguiente: Hay algunos que, sin apoyo de
autoridad dogmática alguna, arrastrados por un celo más de amargor que de
amor, afirman que los monjes, porque están muertos al mundo y viven para
Dios, son indignos de recibir la potestad del ministerio sacerdotal y que no
pueden ni absolver, ni administrar la penitencia, ni el bautismo, con la
potestad del oficio que divinamente les ha sido conferido. Pero están
completamente equivocados. Y San Benito, de ningún modo prohibió esto. A
propósito de todo esto, es de notar que ilícito para los religiosos es solamente
aquello que les está prohibido por las prescripciones de su regla.
Alegan también el texto jurídico que dice: El monje tiene oficio no de
doctor, sino de penitente. Si con esto se quiere decir que el monje, por ser
monje, no tiene ministerio de enseñar, es verdad. De otro modo, todo monje
sería doctor. Pero si se pretende que el monje, por ser monje, tiene algo que se
contrapone al ministerio de enseñar: eso es falso. Hay que decir que el
ministerio de enseñar, sobre todo la Sagrada Escritura, está muy en armonía con
lo propio de los religiosos. Por este motivo, y a propósito de las palabras la
mujer dejó el cántaro… (Jn 4,28), dice Agustín: Quienes han de anunciar el
evangelio aprendan de este ejemplo que primero deben desprenderse de todas
las preocupaciones y lastres mundanos. Por eso el Señor encomendó el
ministerio de la enseñanza universal a quienes le siguieron a él, después de
haberlo abandonado todo. En efecto, dijo a sus discípulos: Id y enseñad a todos
los pueblos (Mt 28,19).
A todo lo demás hay que dar una respuesta semejante. En variados textos
jurídicos se encuentran sentencias como las siguientes: Una es la situación del
clérigo, otra la del monje. El clérigo, o sea, quien tiene cura pastoral, dice: yo
apaciento; el monje, yo soy apacentado. O también: El monje tome asiento y
guarde silencio en su soledad. Con estos pasajes y otros análogos se proclama
lo que compete al monje por ser monje. Pero con esto no se le prohíbe asumir
aquellas dedicaciones superiores, si le son encomendadas. Tampoco el clérigo
puede excomulgar por ser clérigo; pero puede, si el obispo le da encomienda.
Alegan también otro punto. El Señor instituyó solamente dos órdenes, a
saber: el de los doce apóstoles que perviven en los obispos, y el de los setenta y
dos discípulos que perviven en los presbíteros con cura pastoral. Si con esto se
quiere decir que los religiosos no tienen la ordinaria cura pastoral si no son
obispos o párrocos, nadie puede negarlo. Pero si pretenden que los religiosos no
pueden ni predicar ni oír confesiones por comisión de los prelados superiores
[de los obispos]: esto es falso con toda evidencia. Como se dice en el
Decreto, cuanto uno vive en estado más excelente, tanto puede actuar con
mayor eficacia. Por consiguiente, si los sacerdotes seculares que no tienen cura
pastoral pueden hacer esto por comisión de los prelados, con mayor razón
pueden hacerlo también los religiosos, si les es dada comisión.
Éstas son las respuestas que pueden ser dadas a quienes intentan
desacreditar la perfección del estado religioso, sin entrar en recriminaciones.
Está escrito: Quien lanza reproches es un necio (Prov 10,18). Todos los necios
se meten en reproches (20,3).
Si alguien quiere escribir contra esto, será cosa para mí muy agradable. El
mejor modo de exponer la verdad y de rechazar la falsedad consiste en resistir a
quienes contradicen, de acuerdo con el dicho de Salomón: El hierro es afilado
con hierro y un hombre afina el rostro de su amigo (Prov 27,17).