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COLEGIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD BUCARAMANGA

Franciscanismo

Cuarto encuentro: con el Crucificado

Después de narrar el encuentro de Francisco con el leproso en las cercanías de Asís, Buenaventura hace referencia a un primer
encuentro con Cristo, en el contexto de un momento inicial de oración y discernimiento del joven convertido. Dice que «mientras un
día oraba totalmente aislado y debido al gran fervor en que estaba absorto en Dios, se le apareció Cristo Jesús como un crucificado. A
su vista quedó su alma derretida y el recuerdo de la pasión de Cristo se imprimió de tal manera en lo más íntimo de su corazón que,
desde aquel momento, cuando le venía a la memoria la crucifixión de Cristo, con dificultad podía contener externamente las lágrimas y
los gemidos, como él mismo más tarde lo declaró confidencialmente, cuando se acercaba a la muerte» (LM 1,5). Ninguna de las otras
fuentes hagiográficas hace mención de este encuentro y no sabemos de dónde lo haya tomado el autor de la Leyenda Mayor. De todas
maneras, aunque tuviese un significado más místico que histórico, es importante tener en cuenta que en esta visión Cristo aparece bajo
una dimensión kenótica, y que es colocada inmediatamente después del episodio del encuentro con el leproso.

Pero el encuentro con Cristo en el cual concuerdan las más importantes fuentes y que constituyó otro de los momentos determinantes
del proceso vocacional de Francisco es el ocurrido en la iglesita de San Damián. La Leyenda de los tres Compañeros narra así la parte
central de este encuentro: «Cuando caminaba cerca de la iglesia de San Damián, le fue dicho en el espíritu (dictum est illi in spiritu)
que entrara a orar en ella. Luego que entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del Crucificado, que piadosa y
benignamente le habló así: “Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala”. Y él, con gran temblor y estupor,
contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió que se le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad,
amenazaba inminente ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal gozo y claridad, que sintió realmente en su alma
que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» (TC 13). Un poco más adelante el texto agrega: «Desde ese momento quedó
su corazón llagado y derretido de amor ante aquel recuerdo de la pasión del Señor, de modo que mientras vivió llevó siempre en su
corazón las llagas del Señor Jesús, como después apareció con toda claridad en la renovación de las mismas llagas admirablemente
impresas en su cuerpo y comprobadas con absoluta certeza» (TC 14). El capítulo V de la Leyenda de los tres Compañeros termina con
estas palabras: «Desde la visión y alocución de la imagen del crucifijo, fue hasta su muerte imitador de la pasión de Cristo» (TC 15).
La dinámica del relato se puede sintetizar en cinco pasos: a) Francisco, siguiendo una moción interior, entra en la iglesita de San
Damián; b) ora ante la imagen del Crucificado; c) diálogo entre el Crucificado y Francisco; d) Francisco interpreta el mandato como la
reparación de la iglesia material; e) consecuencias del encuentro con Cristo: gozo interior, convicción de que era Cristo quien le había
hablado, su corazón quedó llagado por el recuerdo de la pasión del Señor.

El relato que trae la Vida segunda de Celano de este encuentro es un poco más ampuloso desde el punto de vista literario, de modo
especial en el comentario que hace el autor a través de una serie de preguntas retóricas sobre los efectos del encuentro con Cristo.
Desde el punto de vista del contenido, sigue en su sustancia los cinco pasos de la narración anterior, pero dramatiza más los hechos y,
sobre todo, les da una mayor carga sobrenatural y maravillosa. En efecto, aquí Francisco no entra impulsado por una moción interior,
sino «guiado por el Espíritu» (9); la imagen de Cristo le habla «desplegando los labios de la pintura» (labiis picturae deductus);
Francisco se pasma y como que pierde el sentido (quasi alienus a sensu) por lo que ha escuchado; al volver a la ciudad, aparece
crucificado; la locución del Crucifijo es un milagro nuevo e inaudito (cf. 2 Cel 10-11). El relato de la Leyenda Mayor al parecer se
inspira en el de la Vida segunda, pero lo simplifica tanto en la forma como en la mayoría de los aspectos maravillosos; desde este
último punto de vista, agrega que la voz le habla por tres veces a Francisco (cf. LM 2,1).

Este cuarto encuentro es importante desde varios puntos de vista. En primer lugar, porque le da un carácter decididamente teológico a
la vocación de Francisco; si tal carácter se insinuaba en los anteriores encuentros, en éste ya no quedan rastros de dudas. En segundo
lugar, es un encuentro que le da el matiz específico al Cristo que iluminó la piedad de Francisco y al cual se propone seguir, es decir, al
de Belén y del Calvario, al hijo de la Virgen pobrecilla y al humilde siervo de Yahvé, al pobre y crucificado, pero resucitado y
glorioso; es gracias a su cambio de actitud con los pobres y los leprosos como el Pobrecillo alcanza a percibir mejor el carácter de
anonadamiento que comporta la condición del Crucificado. En tercer lugar, es un encuentro que marcó de manera determinante su
existencia, hasta el punto de convertirlo en un «crucificado», como afirma Tomás de Celano; no en vano cuando los hagiógrafos
comentan este episodio, lo unen a la estigmatización de Francisco en el monte Alverna, queriendo indicar que lo que allí ocurrió en el
mes de septiembre de 1224 no fue un hecho improvisado, sino algo que se comenzó a gestar en la capillita de San Damián cerca de
veinte años atrás. En cuarto lugar, es un encuentro que marca un cambio efectivo de Francisco, aunque todavía transitorio, en cuanto lo
indujo a reconstruir iglesias; transitorio porque todavía no había entendido el significado del mandato que había recibido (trabajar por
el Reino desde la reconstrucción de la Iglesia), pero de gran valor porque se puso en evidencia su capacidad de obedecer, y en el plan
de Dios esto es lo que cuenta.
El encuentro con Cristo trajo consecuencias insospechables y determinantes en la vocación de Francisco, sobre todo porque lo llevó a
descubrir el rostro paterno de Dios. Este descubrimiento se hará patente poco después, cuando se despoja de todo ante el Obispo de
Asís, entrega sus vestidos y el dinero que tenía a su padre terreno Pedro de Bernardone y declara ante todos que sólo tiene un Padre, el
del cielo (cf. TC 20). Es un gesto valiente, que lo consagra hijo de Dios y le da una profunda libertad interior.

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