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El Poder del pensamiento tenaz. Norman V. Peale.

(1954)
Capítulo 3: “Como conseguir una energía constante”

Un «pitcher» de la Liga Mayor de «baseball», en una ocasión, «lanzó» en un


juego cuando la temperatura estaba cien grados Fahrenheit sobre cero. A causa del
esfuerzo de la tarde perdió varias libras. En uno de los momentos del juego sus
energías flaquearon. Su método para restaurar sus menguadas fuerzas era único,
simplemente, repitió un pasaje del Viejo Testamento: «Aquellos que sirven al Señor,
recobrarán sus fuerzas; se remontarán con alas de águila: podrán correr y no se
cansarán: caminarán y no desfallecerán» (Isaías, 40:31). Frank Hiller, el pitcher que
tenía esta práctica me contó que, al decir los versículos en el montículo de
lanzamiento, se le renovaban las fuerzas, con lo cual podía terminar el partido,
quedándole energías. Explicaba su técnica así: «introduje un pensamiento
energético en mi mente».
Es sabido que lo que creemos que sentimos tiene un efecto definitivo sobre lo
que sentimos físicamente. Si su mente le dice que está cansado, el mecanismo del
cuerpo, los nervios y los músculos, aceptan el hecho. Si su mente se interesa
vivamente, puede permanecer actuando indefinidamente. Los ejercicios religiosos
llevados a través de nuestros pensamientos constituyen, en efecto, un sistema para
disciplinar el pensamiento. El proporcionar estados de fe a la mente ocasiona un
aumento de energía. Le ayudará a conseguir mayor actividad la sugestión de poseer
amplio apoyo y ricas fuentes de poder.
Un amigo mío de Connecticut hombre, enérgico, lleno de vitalidad y vigor, dice
que va a la iglesia con regularidad, “para que le carguen de nuevo las baterías”. Su
concepto es acertado: Dios es la fuente de toda energía : de la energía universal, de
la energía atómica, de la energía eléctrica, de la energía espiritual; en verdad, toda
forma de energía deriva del Creador. La Biblia destaca este punto cuando dice: “Él
da poder al débil; y a aquellos que no tiene poder les aumenta las fuerzas” (Isaías,
40: 29).
En otro pasaje de la Biblia describe el vigorizante y revigorizante: “… En Él
vivimos (esto es, tenemos vitalidad), en Él tenemos nuestro ser (alcanzamos la
perfección)” (Hechos, 17:28). El contacto con Dios hace fluir en nosotros una energía
del mismo tipo que la que rehace el mundo y hace brotar la primavera todos los
años. Cuando está en contacto espiritual con Dios, por medio del proceso de los
pensamientos, la energía Divina inunda toda la persona, renovando
automáticamente el acto creador original. Cuando el contacto con la energía Divina
se rompe, la persona gradualmente disminuye en cuerpo, mente y espíritu. Un reloj
eléctrico conectado con un enchufe, no deja de andar y permanecerá
indefinidamente marcando el tiempo exacto; desconectándolo, el reloj se para. Ha
perdido contacto con la energía que fluye del universo. En general, este proceso se
opera en la experiencia humana, aunque de una manera menos mecánica.
Hace algunos años escuche una conferencia en la que el orador afirmaba frente
a un auditorio numeroso que él «no había sentido cansancio desde hacía treinta
años».
Explicó que hacia treinta años sufrió una experiencia espiritual donde, por propia
entrega, hizo contacto con el poder Divino. Desde esa fecha posee suficiente energía
para todas sus actividades, y éstas son múltiples. Su manera de ser era una
ilustración tan evidente de sus enseñanzas, que todos, en aquel vasto auditorio,
estábamos profundamente impresionados. Para mí fue una revelación del hecho de
que de nuestra conciencia podamos extraer una reserva tan ilimitada de poder,
como resultado de lo cual no suframos una disminución de energía. Por años he
estudiado y experimentado con las ideas que este orador señalaba, así como en las
que otros han expuesto y demostrado, llegando al convencimiento de que los
principios cristianos, científicamente utilizados, pueden desarrollar una corriente de
energía continua e ininterrumpida, para la mente y el cuerpo humanos.
Estos hallazgos fueron corroborados por un prominente médico con quien
discutía el caso de una persona que ambos conocíamos. Se trataba de un hombre
cuyas responsabilidades eran muy pesadas, por lo que trabajaba- de la mañana a la
noche, sin interrupción, y siempre aparecía dispuesto a asumir nuevas obligaciones.
Tenía la habilidad de hacer su trabajo con facilidad y eficiencia.
Le señalé al médico que esperaba que este hombre no siguiera un ritmo de vida
que pudiera conducirle al agotamiento. El médico meneó la cabeza:
—No; como su médico, afirmo que no hay ningún peligro de agotamiento, y la
razón es que se trata de un individuo perfectamente disciplinado, quien no
desperdicia energía en sus acciones. Opera como una máquina bien regulada. Hace
las cosas con ritmo tranquilo y lleva la carga de sus responsabilidades sin esfuerzo. El
nunca desperdicia una onza de energía, pero todo esfuerzo lo realiza con el máximo
de fuerza.
—¿Cómo explica su capacidad, esta, en apariencia, ilimitada energía? pregunté.
El médico reflexionó por un momento:
—La contestación es que él es un individuo normal, bien integrado
emocionalmente, y lo que es más importante, una persona muy religiosa. De la
religión ha aprendido cómo evitar el agotamiento. Su religión es un mecanismo
activo y útil, para prevenir las pérdidas de energía. No es el trabajo intenso lo que
agota la energía, sino el trastorno emocional, y esta persona se encuentra
completamente libre de eso.
Hay cada vez más gente que descubre que para sostener una vida espiritual sana
es importante gozar de energía y fuerza personal.
El cuerpo humano está diseñado para producir toda la energía necesaria, por un
período de tiempo tan largo que es asombroso. Si el individuo tiene un cuidado
exacto de su cuerpo desde el punto de vista de una dieta, ejercicio y sueño
apropiados, evitando el abuso físico, producirá y guardará unas energías
sorprendentes y se mantendrá en magníficas condiciones de salud. Si le da la misma
atención a una vida emocional, bien equilibrada, conservará la energía; pero si
permite su pérdida por causa de reacciones emocionales de naturaleza debilitante,
heredadas o adquiridas por él, le faltará la fuerza vital. El estado natural del
individuo, cuando el cuerpo, la mente y el espíritu trabajan coordinadamente, es
una continua innovación de la energía necesaria.
La señora de Thomas A. Edison, con quien a menudo discutía hábitos y
características de su famoso esposo, el más grande inventor del mundo, me contó
que el Sr. Edison tenía la costumbre, cuando llegaba a su casa después de trabajar
varias horas en el laboratorio, de acostarse en un viejo diván, para dormirse con la
facilidad de un niño, descansando perfectamente, sumido en un profundo y
tranquilo sueño. Después de tres o cuatro o, algunas veces, cinco horas se levantaba
completamente despierto, recuperado por completo y ansioso de volver a su
trabajo.
La respuesta de la Sra. Edison a la pregunta sobre cómo explicaba la aptitud de
su esposo para descansar de una manera tan natural y completa, fue: “Él era un
hombre natural”; con esto quería decir que estaba en perfecta armonía con la
naturaleza y con Dios. En él no cabían las obsesiones ni las desorganizaciones, ni los
conflictos, ni los desvíos mentales, ni la inestabilidad emocional. Trabajaba hasta
necesitaba dormir; dormía profundamente, se levantaba y volvía a trabajar; vivió
muchos años y fue, en muchos sentidos, la mente más creadora que haya surgido en
el continente americano. Extrajo su energía de su dominio emocional y de sus
capacidades para lograr un descanso completo. Su asombrosa relación armónica con
el Universo fue la causa por la que la naturaleza le reveló sus secretos inescrutables.
Toda gran personalidad que he conocido, y he conocido varias, que han
demostrado su prodigiosa capacidad para el trabajo, son personas sincronizadas con
el infinito; cada una de ellas semeja estar en armonía con la naturaleza y en
contacto con su energía divina; no tienen que ser, necesariamente, gente devota;
pero, invariablemente, desde un punto de vista psicológico y emocional, están
extraordinariamente bien organizadas. Es el miedo, el resentimiento, la proyección
paterna de las faltas sobre las personas cuando son niñas, los conflictos internos y
las obsesiones, lo que desequilibra la naturaleza, tan exquisitamente proporcionada,
produciendo así un gesto indebido de esa fuerza natural.
A medida que más vivo, más me convenzo de que ni la edad ni las circunstancias
tienen por qué privarnos de vitalidad y energía; por fin estamos percatándonos de la
íntima relación que existe entre la religión y la salud. Empezamos a comprender una
verdad básica hasta ahora descuidada; nuestro estado físico está determinado,
ampliamente, por nuestro estado emocional, y nuestra vida emocional está
regulada, profundamente, por nuestra vida racional.
A través de todas sus páginas la Biblia habla de vitalidad, fortaleza y vida. La más
repetida de todas las palabras de la Biblia es «vida», y vida significa vitalidad: estar
lleno de energía. Jesús pronunció la expresión clave: «...He venido para que ellos
tengan vida y para que la tengan con más abundancia» (Juan, 10:10). Esto no
excluye los dolores, ni el sufrimiento ni las dificultades, pero implica claramente que
si una persona practica los creativos y recreativos principios del Cristianismo, puede
vivir con poder y energía. La práctica de los principios arriba mencionados servirá
para llevar a cabo a las personas al debido ritmo de vida; nuestras energías son
destruidas debido al ritmo apresurado, al paso anormal con que marchamos; la
conservación de su energía depende de que usted sincronice su ritmo de vida
personal con el movimiento divino; Dios está con usted; pero si usted va a un ritmo y
Él a otro, se está desgarrando; «Aunque los molinos de Dios muelen lento, muelen
muy fino»; los molinos de la mayoría de nosotros muelen muy rápidamente, y, por
tanto, muy mal. Cuando nos ponemos a tono con el ritmo de Dios desarrollamos un
ritmo normal nosotros mismos y la energía aflora libremente.
Los hábitos febriles de esta época ocasionan muchos efectos desastrosos. Un
amigo me contaba acerca de una observación hecha por su anciano padre y decía
que, «en los viejos tiempos, cuando un joven hacía la corte, llegaba, por las noches,
y se sentaba en la sala, con su prometida; el tiempo, en aquellos días, se medía por
los pausados, ponderados golpes del reloj del abuelo, con su largo péndulo, que
parecía decir: «hay mucho tiempo por delante, hay mucho tiempo por delante»;
pero los relojes modernos con su péndulo tan corto y su tictac tan rápido, parecen
decir: «el tiempo vuela, el tiempo vuela, el tiempo vuela». Todo es vertiginoso y por
eso mucha gente se cansa; la solución está en conseguir la sincronización con Dios
Todopoderoso. Uno de los caminos es salir un día cálido y tumbarse sobre la faz de
la tierra; ponga sus oídos junto al suelo y escuche : oirá toda una serie de sonidos;
oirá el sonido del viento en los árboles, el zumbido de los insectos, y descubrirá, en
ese instante, que en todos esos sonidos existe un ritmo bien regulado ; este ritmo
no lo podrá percibir en el tráfico de las calles de la ciudad, porque está perdido en la
confusión del sonido; pero si lo puede sentir en la iglesia cuando atiende la palabra
de Dios o en sus grandes himnos; hay verdaderas vibraciones del ritmo divino en la
iglesia; sin embargo, también lo puede encontrar en la fábrica si se empeña.
Un amigo, industrial de una gran fábrica de Ohío, me dijo que los mejores
trabajadores de su fábrica eran aquellos que lograban ponerse a tono con el ritmo
de las máquinas en las cuales trabajaban; me informó que si un trabajador lograba
armonizar con la máquina terminaba el día sin estar cansado; puntualizaba que una
máquina es un conjunto de partes acordes con la ley de Dios. Cuando se ama una
máquina y se trata de conocerla se sabrá que ella tiene ritmo: un ritmo acorde con
el ritmo del cuerpo, de los nervios, del alma; un ritmo divino, que le permitirá
trabajar con esa máquina, en armonía, sin sentirse cansado. Existe un ritmo de la
estufa, de la máquina de escribir, de la oficina, del automóvil, de su trabajo. Por eso,
para evitar el cansancio y tener energía siga el hilo esencial del ritmo de Dios
Todopoderoso y de sus obras. Para conseguirlo descanse físicamente, luego
imagínese que su mente descansa igualmente, después represéntese su alma
entrando en reposo, entonces rece lo siguiente: «Dios adorado, Tú eres la fuente de
toda energía; Tú le das energía al sol, al átomo, a la carne, a la sangre, a la mente.
De aquí obtengo energías de Ti como de una fuente inagotable.» Después sienta
como recibe la energía; manténgase a tono con el Infinito.
Claro que hay muchas personas que están cansadas, porque nada les interesa;
nada los conmueve hondamente; a ellas no les importa lo que sucede o lo que está
pasando; sus asuntos personales son superiores aún a todas las crisis de la historia
humana; nada les importa, excepto sus pequeñas preocupaciones, sus deseos y sus
odios. Viven preocupadas por un conjunto de cosas intrascendentes que no
significan nada; de ahí que se cansen y se enfermen; la mejor manera, para no
cansarse, es entregarse a algo en lo cual se tenga una profunda convicción.
Un famoso estadista pronunció siete discursos en un día; sin embargo, mantuvo
su energía ilimitadamente
—¿Cómo es que no está usted cansado después de siete discursos? — le
pregunté,
—Porque creo plenamente en todas las cosas que dije en ellos. Soy un entusiasta
de mis convicciones.
He ahí el secreto: había ardor en lo que hacía; se vertía todo, y así usted nunca
perderá energía ni vitalidad; sólo se pierde energía cuando la vida se vuelve
monótona a su mente; la mente se aburrirá y se cansará de no hacer nada. No tiene
por qué estar cansado. ¡Interésese en algo! ¡Esclavícese totalmente a algo!
¡entréguese a ello con abandono! ¡Salga de sí! ¡Sea alguien! ¡Haga algo! No sé a
lamentarse de las cosas, a leer los periódicos diciendo: “¿Por qué no hacen algo?” La
persona que se decide a hacer algo no se cansa. Si no está ligado a las grandes
causas no me extraña que este cansado; quiere decir que se está desintegrando,
deteriorando, que se está muriendo en vida. Cuanto más se entregue a una cosa
mayor que usted, más energía tendrá. No tendrá tiempo de pensar en usted, ni de
empantanarse en sus dificultades emocionales. Para vivir con energía constante, es
importante que haya corregido sus faltas. Nunca obtendrá energía completa hasta
que no lo haga.
El difunto Knute Rockne, uno de los más grandes entrenadores de futbol que ha
producido este país, decía que un jugador de futbol no tendrá suficiente energía
mientras sus emociones no estén bajo control espiritual; en verdad, iba mucho más
lejos cuando decía que no tendría un solo hombre en el equipo, que no
experimentase un genuino sentimiento de amistad para todos los demás
compañeros de equipo. “Tengo que sacar el máximo de energía a cada hombre –
afirmaba — y he descubierto que no puede ser si odia a otro de sus compañeros. El
odio detiene su energía y no estará a la altura debida hasta que lo haya eliminado y
desarrollado un sentimiento amistoso.” La gente que pierde energía está
desequilibrada, en uno u otro grado, en sus profundas emociones fundamentales y
en sus conflictos psicológicos; algunas veces los resultados de esta desorganización
son extremos, pero la curación es siempre posible.
En una ciudad del Medio Oeste me pidieron que hablara con un hombre que
había sido un ciudadano muy activo de esta comunidad, pero que había sufrido una
aguda disminución en su vitalidad. Creían sus compañeros que había sufrido un
golpe. Esta impresión la daban sus movimientos torpes, su extraña actitud letárgica y
el completo alejamiento de las actividades a las cuales, antiguamente, había
consagrado gran parte de su tiempo. Se abandonaba en su silla hora tras hora y con
frecuencia lloraba. Mostraba muchos de los síntomas de una conmoción nerviosa.
Hice los arreglos para verlo, en mi cuarto de hotel, a una hora convenida; mi puerta
estaba abierta y podía ver el ascensor; acerté a mirar en esa dirección cuando se
abrió y le vi acercarse, torpemente, a lo largo del pasillo; parecía como si a cada
momento se fuera a caer y daba toda la impresión de que apenas era capaz de
calcular la distancia. Le pedí que se sentara y le envolví en una conversación, la cual
fue un tanto infructuosa, pues reveló poco ingenio, debido a su tendencia a quejarse
de su estado y a la incapacidad para prestar una cuidadosa atención a mis preguntas.
Esto se debía, al parecer, a la enorme lástima que de sí mismo tenia. Cuando le
pregunté si deseaba estar bien me miró de la manera más intensa y triste. Su
desesperación se manifestó en su respuesta, que fue la que daría cualquier cosa si
recobraba su energía y su interés en la vida como la disfrutó antiguamente.
Principié a sacarle algunas cosas referentes a su vida y a su experiencia. La mayoría
eran de naturaleza íntima y algunas tan profundamente incrustadas en su
conciencia, que con la mayor dificultad logró sacarlas. Tenían que ver con actitudes
infantiles; temores provenientes de sus primeros días, la mayoría derivados de la
influencia materna en su niñez; no dejaba de haber algunas situaciones de
culpabilidad. Parecía como si, en el curso de los años, estos factores se hubieran
acumulado al igual que arena sucia a lo largo del canal de un río. El fluir del poder fue
decreciendo, gradualmente, de tal manera que pasaba una insuficiente cantidad de
energía. Su mente se hallaba en tal estado de retraimiento que un proceso reflexivo
de discernimiento era totalmente imposible. Busqué una orientación y me encontré
a mí mismo para sorpresa mía, levantado detrás de él, colocando mi mano sobre su
cabeza. Recé y le pedí a Dios que lo curara; de pronto me di cuenta de lo que parecía
ser el paso del poder a través de mi mano, que descansaba sobre su cabeza. Me
apresuré a agregar que no existe poder curativo en mi mano, pero en ocasiones el
ser humano puede ser usado como canal, y eso fue evidente en este ejemplo porque
en aquel momento me miró con una expresión de suma felicidad y tranquilidad y
dijo con naturalidad: «Él estuvo aquí. ¡Me tocó! Me siento enteramente distinto.»
Desde ese momento se manifestó su mejoría y en el momento presente es el de
antes, salvo el hecho de que ahora posee una serena y tranquila confianza, que no
estaban presentes antes. Evidentemente se abrió, por un acto de fe, el canal
obstruido de su personalidad, a través del cual se impedía el paso del poder, y el
libre fluir de la energía se reanudó. Los hechos sugeridos por este incidente son que
tales curaciones pueden ocurrir y que una acumulación gradual de factores
psicológicos puede cortar el fluir de la energía. Además, se subraya que estos
mismos factores son susceptibles al poder de la fe, para desintegrarse y de esa
manera reabrir el canal de la energía divina en el individuo humano. Los efectos de
los sentimientos de culpabilidad y temor sobre la energía son conocidos,
extensamente, por todas las autoridades que tienen que ver con los problemas de la
naturaleza humana. La cantidad de fuerza vital requerida, para aliviar a la
personalidad de uno u otro, culpabilidad o temor, o de una combinación de ambos,
es tan grande que a menudo sólo permanece una fracción de energía, para el
desempeño de las funciones vitales. El agotamiento de energía, ocasionado por el
temor y la culpabilidad, es en cantidad tal que apenas deja un poquito de poder para
las necesidades del trabajo de una persona y como resultado se cansa rápidamente.
No siendo capaz de cumplir con las exigencias de su personalidad se refugia en un
estado de apatía, aburrimiento e indiferencia, y en verdad, aún se prepara a caer, de
una manera somnolienta, en un estado de enervación.
Un psiquiatra me recomendó a un comerciante a quien éste había consultado.
Parecía que el paciente era considerado, en términos generales, como una persona
de una moral muy recta y estricta; pero se vio envuelto en amores con una mujer
casada. Intentó romper esas relaciones, y se encontró con la con la resistencia de su
compañera de infidelidad; a pesar de que le había rogado a ella seriamente que se
separaran y le permitiera volver a su antigua vida honrosa, ella lo amenazó con
poner a su esposo en antecedentes de sus escarceos, si insistía en sus propósitos de
abandonarla. El paciente sabía que, si el marido se enteraba de la situación, caería
en desgracia en la población. Era un ciudadano prominente y tenía en alta estima su
posición. Como resultado de temor al escándalo y de su sentimiento de culpabilidad,
no podía dormir ni descansar. Como de esto hacía ya dos o tres meses, le atacó un
serio decaimiento de energía y perdió vitalidad para desempeñar su trabajo
eficientemente. En vista de que estaban pendientes cosas importantes, la situación
era muy seria.
Cuando el psiquiatra le recomendó que viera a un pastor, para tratarle el
insomnio, objetó que no había modo de que un pastor le pudiera curar su falta de
sueño; que, por el contrario, creía que un médico sí le podía suministrar un
medicamento efectivo. Al expresar tal opinión, simplemente, le pregunté:
- ¿Cómo espera dormir si tiene a dos molestos y desagradables compañeros con
los cuales pretende acostarse?
- ¿Compañeros? — preguntó sorprendido ¡Yo no tengo compañeros!
—Oh, sí; usted los tiene y no hay nadie en este mundo que pueda dormir con
esos dos, uno a cada lado.
—¿Qué quiere decir?
—Que usted trata de dormir, cada noche, entre el temor, de un lado, y la
culpabilidad, del otro, y está intentando una hazaña imposible; por eso no importa
el número de píldoras de dormir que tome, y admite que ha tomado muchas, pero
ellas no le harán ningún efecto; la razón de que no actúen es que no pueden
encontrar los más profundos estratos de su mente, donde están las causas del
insomnio que consume su energía, Antes tiene que arrancarse el temor y la
culpabilidad, si desea dormir y recobrar las fuerzas. Tratamos el temor al escándalo
por el simple procedimiento de prepararle, mentalmente, a afrontar lo que pudiera
resultar de hacer lo recto, que era, naturalmente romper esas relaciones, olvidando
las consecuencias. Le aseguré todo lo que hiciera, que fuese recto, le saldría bien.
Nadie hace el mal haciendo el bien. Le exigí que dejara el asunto en las manos de
Dios concretándose a obrar bien y dejando lo por venir a Dios. Lo hizo no sin temor,
pero con una gran sinceridad. La mujer, quizás, siguiendo su prudencia o atendiendo
a lo mejor de sus sentimientos naturales o, por el más ambiguo de los medios,
trasladando sus afectos a cualquier otro, lo dejó libre.
La culpabilidad se alivió buscando el perdón de Dios. Cuando se pide esto
sinceramente, nunca es negado, y nuestro paciente encontró calma y alivio; fue
asombroso cómo cuando su mente se liberó de ese doble peso, su personalidad,
inmediatamente, principió a funcionar con normalidad, pudo dormir, encontró la
tranquilidad y renovó sus fuerzas, su energía volvió rápidamente, se tornó sensato y
agradable y fue capaz de llevar sus actividades normales.
Un caso no raro de disminución de energía es la pérdida de lozanía. La presión, la
monotonía, incesantes y continuas responsabilidades opacan la frescura de la
mente, que toda persona debe tener para hacer con éxito su trabajo. Así como un
atleta pierde la forma, también todo individuo, cualquiera que sea su ocupación,
sufriendo períodos áridos y mustios. En esas condiciones mentales se requieren
grandes gastos de energía, para hacer lo que anteriormente se realizaba con relativa
facilidad; como resultado, los poderes vitales se aplican intensamente, para
suministrar la fuerza necesitada, y el individuo frecuentemente pierde empuje y
fuerza. Una solución para corregir este estado mental fue empleada por un
prominente hombre de negocios, presidente del patronato de cierta Universidad.
Un profesor que, antiguamente, había sido sobresaliente y extraordinariamente
conocido, principio a perder sus cualidades de maestro y su poder para interesar a
los estudiantes. Era la opinión de los estudiantes, y además la privada del patronato,
que si no recuperaba su antigua capacidad de enseñar con interés y entusiasmo
habría necesidad de cambiarlo. Esta decisión no se tomó de inmediato, por la razón
de que aún quedaban por delante varios años activos antes de alcanzar la edad para
jubilarse.
El comerciante mencionado le pidió al profesor que fuera a su oficina y allí le
comunicó que el patronato le daba seis meses de vacaciones, con todos los gastos
pagados y con sueldo completo. Había una sola condición, y era que fuera a un lugar
de descanso donde se le despertaran deseos de renovar sus fuerzas y su energía. El
comerciante lo invitó a usar una cabaña que él poseía en un lugar desierto y le hizo
la curiosa recomendación de no llevarse ningún libro, excepto la Biblia. Le
recomendó que su programa diario fuera: caminar, pescar, trabajar un poco en el
jardín y leer la Biblia, todos los días, lo que le permitiría leer el libro entero tres
veces, en los seis meses; finalmente, le recomendó que aprendiera de memoria
todos los pasajes que pudiera, a fin de saturar su mente con las ideas que ella
contiene.
El comerciante dijo: «Creo que, si usted emplea sus seis meses de campo
cortando leña, cavando la tierra, leyendo la Biblia y pescando en los hondos lagos
regresará hecho un hombre nuevo.»
El profesor estuvo de acuerdo con ese plan extraordinario; su ajuste al nuevo
modo de vida tan radical, fue muy fácil, tanto que él mismo, o cualquier otro que le
conociera, no lo hubiera creído. En realidad, se sorprendió de encontrar que le
gustaba hacerlo; después que se adaptó a la vida campestre descubrió que le atraía
enormemente. Echó de menos a sus compañeros intelectuales y sus lecturas
anteriores, por algún tiempo, pero obligado a vérselas con la Biblia, su único libro,
principió a sumergirse en ella, y para su admiración, encontró como que le brindaba
«una biblioteca ella sola». En sus páginas encontró paz y fe. En seis meses fue un
hombre nuevo. El comerciante me contó que ahora el profesor se ha vuelto «una
persona de poder dominante»; su decaimiento pasó, volvió la energía de otros
tiempos, resurgió su poder, el entusiasmo del vivir se renovó.

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