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RESUMEN:
En este artículo, utilizo las ideas del África Occidental sobre la materialidad investida de
espíritu para repensar la semiosis de la posesión en las sociedades del Atlántico Norte.
Investigo esto etnográficamente a través del lente del almacenamiento (storage)- cosas u
objetos que se mantienen fuera de la vista, y no se usan en los áticos, sótanos, armarios y
unidades de bodegaje en los EE.UU. Las cosas guardadas allí forman una categoría residual
de detritus animado que la sociedad estadounidense a menudo patologiza como
"Acumulación" cuando se observa en el espacio visible de la casa o de la televisión .
Argumentando que el concepto de fetichismo está irremediablemente ligado a la división
"naturalista" de la racionalidad occidental y a la dicotomía entre las personas y las cosas,
sostengo que los objetos típicamente etiquetados como fetiches no se fetichizan, sino que
reflejan una cosmología de entidades materiales como contenedores del espíritu. Al construir
un modelo etnográfico del antifetiche en África occidental, exploro la socialidad de las
posesiones como pertenencias que realmente pertenecen.
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1
Esto se pretende en el espíritu comparativo de los esfuerzos de Strathern por reimaginar la personalidad a partir
de un sentido melanesio de la socialidad, y conceptos como "americano" o "Atlántico Norte" y "África Occidental"
son dispositivos heurísticos o tipos ideales construidos a partir de datos etnográficos más que etiquetas culturales
que describen sistemas de pensamiento coherentes o consistentes.
racionalidad en el discurso norteatlántico. Cabe señalar que un acumulador es precisamente
una persona para quien la distinción entre el espacio público del hogar y el espacio de
bodegaje ha colapsado, por lo que es socialmente preocupante en un sentido clásicamente
douglasiano (1966) la adhesiva contaminación que proviene de la erosión de los límites2. La
nueva edición del Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales publicado
en 2013 (un documento que merece un mayor escrutinio de los antropólogos del que ha
recibido), ha incluido por primera vez la acumulación como trastorno mental, uno que se
conjetura, "puede tener distintos correlatos neurales" (Ameringen, Patterson, y Simpson 2014:
489, énfasis añadido). Los investigadores estiman que el problema afecta a entre el 2 y el 5
por ciento de la población (mucho más que el 1-2 por ciento de población con TOC). Si bien
los defensores, entre quienes se incluyen trabajadores de la salud, organizadores
profesionales y psicólogos, creen que esto enfocará la atención sobre las personas que
necesitan desesperadamente asistencia, como argumenta Scott Herring en su reciente
genealogía de la transformación del acaparamiento de ser desviación a volverse "desorden
de desorden", esta nueva definición también sería utilizada para catalogar a millones de
personas como mentalmente no aptas, basándose en su relación no normativa con sus
posesiones. Dado que el trastorno se define oficialmente como "la adquisición de posesiones
y el hecho de no desecharlas, independientemente del valor que otros puedan atribuir a esas
posesiones" (Ameringen, Patterson y Simpson 2014: 489), muchos, si no la mayoría de los
estadounidenses, merecen el apodo de acaparadores, lo que deja a los antropólogos con la
duda de cuán normal, incluso normativo, puede ser este "trastorno".
2
No se puede hablar de desorden sin pensar en Mary Douglas, que forjó el vínculo entre la pureza ritual y los
principios ordenadores del saneamiento y cuya cruzada contra el materialismo médico puede considerarse una
inspiración para esta obra. En efecto, a pesar de su positivismo británico y de su insistencia en la utilidad de la
palabra "primitivo", ella, más que la mayor parte de su época, situó la "modernidad" dentro de un escrutinio
simétrico inclusivo de la lógica ritual.
y exploraciones de casas en el centro de Illinois3, e incluyendo un trabajo de campo más
centrado en Carolina del Norte desde 2011.4 Mi investigación ha seguido e incorporado mi
propia pauta de movimientos por todo el país, pero la mayoría de los que he entrevistado (en
parte debido, sin duda, a la dinámica de autoselección de los participantes) han sido blancos,
propietarios de casas de clase media que viven en grandes ciudades universitarias o en
pequeñas ciudades. Me he centrado especialmente en la categoría de cosas que se
mantienen fuera de la vista, eliminadas de los actos de construcción de sí mismo en los
espacios más públicos del hogar, pero mi proceso implica recorrer y catalogar las cosas en
toda la casa, visibles y ocultas. Metodológicamente hablando, mi investigación de los
espacios estadounidenses de almacenamiento ha tratado de capturar el verdadero continuum
de los comportamientos de almacenamiento en los hogares americanos, buscando no sólo a
los acaparadores, sino lo que yo llamo "depuradores", aquellos que se sienten obligados a
deshacerse de los objetos personales de sus casas . En el medio de ambos había muchos
acaparadores "de clóset", que se las arreglaban para ocultar sus a menudo vastas
acumulaciones de la mirada del público (a veces mediante el uso de costosas unidades de
self storage) y mantener un mínimo de auto-control externo. Pero su compulsión por mantener
las cosas seguía los mismos principios que la de los acaparadores "reales", y muchos
interlocutores eran muy conscientes de este problema. De hecho, los entrevistados
expresaron a menudo su frustración y vergüenza por su incapacidad para explicar por qué se
veían obligados a conservar muchas de las cosas que almacenaban, lo que indica una gama
afectiva de actividad mental que está alejada de su auto-representación racionalista. De
hecho, descubrí que muchos de los objetos que la gente almacenaba estaban dotados de
personalidad, lo que los hacía inalienables al yo individual y especialmente a la identidad
colectiva de la familia (Weiner 1985).
3
Me ayudaron en este trabajo dos estudiantes de la Universidad de Illinois: Theresa Rende y Katie Hargrave.
Danielle Carr y Parker Mincey fueron asistentes de búsqueda en este proyecto entre 2012 y 2013 en la Universidad
Estatal de Carolina del Norte. En nuestra lectura compartida de la literatura teórica y etnográfica sobre este tema,
también contribuyeron a mi propia conceptualización de este material. Un agradecimiento especial a Danielle Carr
por presentarme el artículo de Clark y Chalmers (1998).
4
En las siguientes descripciones, describo los lugares regionales en general, pero no revelo las ciudades y
pueblos precisos en los que trabajé para ayudar a preservar el anonimato de mis participantes.
el espíritu y la materia, dejando abiertos nuevos puntos de vista ontológicos sobre lo que
podría ser el fetiche (Bennett 2010; Harman 2002; Keane 2003; Latour 1993; Miller 2005;
Santos-Granero 2009). El fetichismo y la acumulación se fusionan como prácticas que
otorgan a las cosas una agencia- dominante sobre la persona que se supone debe dominar
sus "posesiones". Pensando más allá de la gran dicotomía cartesiana, pretendo revelar el
acto de posesión como más bien una negociación entre la gente y la materialidad, en la que
a veces la cosa nos posee, aunque esté "poseída" por espíritus o fuerzas que no podemos
controlar.
Pero hay otro vínculo menos reconocible entre el fetiche y los espacios ocultos de los
hogares americanos. Porque como sostiene Valerio Valeri, hay una relación entre el fetiche y
las sustancias residuales pasadas por alto por el orden social. Valeri yuxtapone ejemplos de
sangre menstrual y cadáveres de Akan sunsum con sellos de correo cancelados y pinturas
famosas:
La copia de un cuadro de Tiziano puede ser perfecta o incluso mejor que el original, pero
el valor de este último no es estético, sino que consiste en ser único, en el hecho de que
es el verdadero residuo, no el mero símbolo, de la situación irrepetible en la que el Tiziano
lo produjo. (Valeri [1979] 2001: 28-9)
La especificidad material y temporal del objeto (el residuo de algún momento o persona que
se "aparta" de lo cotidiano) es la fuente de su valor o eficacia, porque va más allá de lo que
es culturalmente concebible. Esta misma singularidad y calidad personal es esencial para los
objetos aparentemente aleatorios reunidos en la construcción de un fetiche, agrupados para
producir eficacia. La idiosincrasia de cómo son encontrados, las cualidades dadaescas de su
construcción a partir de los restos de las cosas, su intercalación con las motivaciones
individuales (a menudo amorales), y su calidad única e irreproducible como objetos son parte
de su papel como encarnación de los poderes y peligros de los "puntos ciegos en el orden".
El ático es precisamente este tipo de punto ciego social, un lugar de recolección de cosas
personales, momentos atesorados que uno se avergonzaría de compartir y objetos olvidados
-quizás se entienda mejor en este sentido como un espacio físico que funciona como una
extensión de los procesos mentales inconscientes, o incluso hace posible alternativas
ontológicas negadas en las articulaciones conscientes del yo y del mundo.
¬¬¬
5. Sin embargo, encuentro bastante sospechosa la prevalencia geográfica del analogismo, ya que, según la propia
admisión de Descola, parece surgir en todas partes, a diferencia del naturalismo (que parece haber surgido sólo
una vez en la historia de la humanidad, y eso hace muy poco tiempo), o del rango más limitado del totemismo o
animismo. Además, el caos de la especificidad infinita (cada entidad es única) parece ofrecer posibilidades de
gran variación en cuanto a la forma en que la analogía puede utilizarse para producir orden, aunque los continuos
binarios y las grandes cadenas de seres son instrumentos conceptuales lógicamente útiles y empíricamente
comunes. La aparente equivalencia de la tipología visual de cuatro direcciones parece, pues, enmascarar una
distribución geográfica e histórica bastante desigual que pide una explicación. La crítica de Da Col a Descola en
torno al concepto de contenedores puede muy bien proporcionar el camino para comprender por qué la ontología
más común es la menos sistemática -muchas sociedades pueden estar mucho más atentas a las cualidades
porosas de los contenedores cuyas topologías no están selladas sino abiertas, haciendo problemáticas las
distinciones entre interioridad y exterioridad (2012: 92).
En lugar de aceptar que los objetos fabricados que encarnan la personalidad y asumen la
agencia son "objetivamente" un sinsentido, mi investigación "repudia una brecha entre lo que
el 'nativo' piensa que está ahí y lo que 'realmente sabemos' que no está" (Blanes y Espíritu
Santo 2014: 7) y en su lugar busca trazar los efectos sociales y la presencia pragmática de
las "entidades" en nuestras vidas colectivas sin importar su verificabilidad empírica. Este
trabajo se une a una corriente creciente en antropología que combina una apertura a la
diversidad ontológica con un enfoque en las intersecciones entre el espíritu y la materialidad
(Blanes y Espíritu Santo 2014; Johnson 2014; Descola 2013a; Santos-Granero 2009; Viveiros
de Castro 1998).
Con ese espíritu, el fetiche puede caracterizarse a través de las siguientes cualidades:
1) Contenedor: El fetiche es un "contenedor" material para el espíritu, una capacidad que los
objetos comparten con los cuerpos humanos, los animales y las plantas (lo que hace que la
categoría clásica del fetiche sea extremadamente inestable). No sólo hay varios tipos de
cuerpos físicos, sino que también hay muchas clases de espíritus trabajando, a veces en
combinación. Heidegger, y más tarde Lacan, ambos usan la metáfora del jarrón para pensar
en la Cosa material prototípica como, no el objeto en sí mismo, sino el vacío que contiene,
cuyo propósito es ser llenado. El recipiente material del antifetiche es, por lo tanto, una
seductora cavidad que pide ser llenada por los diversos fragmentos de subjetividad divisoria
que la rodean. Pero también debemos estar atentos a las topologías de los recipientes, a sus
aberturas y grietas y a los canales a través de los cuales, como las botellas de Klein, algo
puede estar a la vez dentro y fuera al mismo tiempo (Strathern [1998] 2013; Da Col 2013). De
hecho, la superficie interior de un jarrón vacío es también su exterior llevado alrededor de los
contornos del objeto hacia el interior.
4) Ocultación: Los anti fetiches están "fuera de la vista" pero no "fuera de consideración".
Verlos se considera a menudo peligroso, desagradable, o un exceso de intimidad. Siempre
hay algún elemento de ellos que está enmascarado o escondido de la vista, y sin embargo
tal bloqueo visual se combina a menudo con la visibilidad: como con una máscara se puede
ver que algo está escondido, o el objeto se saca de forma subrepticia y temporal, sólo para
ser encerrado de nuevo. Lo oculto es revelado parcialmente para alertar a sus interlocutores
de la potencialidad de lo desconocido, una brecha que invita a la proliferación semiótica. La
superficie del contenedor es a la vez una pantalla y un dispositivo para oscurecer la
interioridad y, de ese modo, otorgarle la potencialidad de lo desconocido.
5) Eficacia semiótica: Los canales quiasmáticos a través de los cuales las personas y las
cosas pasan unas a otras son semióticos.6 La agencia social de las cosas se produce a través
de patrones de conexiones vitales entre las cosas y las personas que están fuera del control
de los actores humanos, pero que son llamados al construir y evaluar los objetos. Estas
conexiones causales son invocadas por los feticheurs (brujos) que construyen sus cosas
eficaces, siguiendo los principios de Frazer de "magia simpática". De la misma manera que
un músico en una ceremonia de posesión debe persuadir a determinados espíritus a entrar
en los cuerpos a través del ritmo y el lenguaje, el feticheur atrae al espíritu a través del
contenido estético y semiótico del objeto, mientras que dirige su atención a otras personas y
lugares a través de posteriores manipulaciones de su forma material. Pero las vías semióticas
también pueden forjarse y canalizarse a la manera de la costumbre, acreciendo a los objetos
con los que entran en contacto regularmente7.
¬¬¬
6. Aunque nunca completó el libro, Lo visible y lo invisible (1968) de Merleau-Ponty fue un esfuerzo para unir su
teoría de la fenomenología de la percepción con la semiótica.
7. Mi enfoque de la semiosis evita la simplicidad del "significado simbólico" como construcciones mentales aisladas
de "lo real", y en su lugar se centra, a la manera peirciana, en el entrelazamiento de las anclas materiales y las
asociaciones mentales ramificadas. Nuestra propia biología depende de señales neuronales que llevan señales
tan semióticas como físicas. De la misma manera, nuestra percepción sensorial de los objetos está moldeada por
el hábito semiótico, y cualquier rastro cortical que usemos para recordarlos en el cerebro debe referirse
semióticamente al contenido fuera del cerebro (Ricoeur 2004).
Utilizando las explicaciones anteriores, el antifetiche podría definirse como un contenedor
quiasmático lleno de residuos ocultos, cargado de eficacia semiótica y personalidad
agenciosa. Peter Stallybrass escribe: "lo que se demonizó en el concepto del fetiche fue la
posibilidad de que la historia, la memoria y el deseo se materializaran en objetos que se tocan,
se aman y se llevan" (1998: 186). Espero demostrar que tales materializaciones han estado
ocurriendo todo el tiempo a puerta cerrada. Debo advertir que al trazar un paralelo con la
categoría de fetiches de África occidental, no estoy sugiriendo que la mayoría de los
norteamericanos crean que sus posesiones están habitadas por espíritus, sino que sienten y
a menudo actúan de esta manera con respecto a ciertos objetos. De hecho, tampoco
debemos imaginar la relación de los actores de África occidental con las cosas animadas en
términos de creer , una palabra demasiado cargada de herencia cristiana y de esquemas
colectivos comprometidos (Gable 2002; Pouillon [1979] 1982; Ruel 1982). Más bien, la gente
indica la sensación de presencia, sentida pero no del todo percibida y ciertamente no siempre
concebida.
En las cosmologías de África Occidental, los cuerpos humanos y las cosas se parecen en ser
contenedores físicos para los seres espirituales. En Abidján, la jerga callejera para el fetiche
era "bouei", que se describe como "lleno". Típicamente, esos objetos son literalmente
recipientes o tienen incorporados pequeños receptáculos que contienen una variedad de
materiales, pero también es precisamente a través de esos objetos que el espíritu es atraído
a entrar en el objeto. Es la actividad de tales espíritus interiores y sus manifestaciones
materiales lo que influye afectiva y efectivamente en las realidades sociales - estos espíritus
son la razón de ser de los antifetiches, aunque estén entrelazados con su materialidad.
Wyatt MacGaffey argumenta que los objetos congoleses son moradas para los seres
espirituales. La escultura, construida para atraer al espíritu a su forma material, se describe
explícitamente como un contenedor, un contenedor que acumula eficacia debido a la entidad
espiritual en su interior y no al propio objeto material. En efecto, son literalmente
contenedores, ya que además de la forma escultórica que los define tienen bolsillos o
cavidades que están llenos de una variedad de sustancias y objetos que los conectan tanto
con el espíritu al que pertenecen como con los objetivos específicos que emplean esa agencia
espiritual para afectar. Los Nkisi no son ídolos que representen a seres espirituales, ni meros
trozos de pura materialidad; más bien son recipientes a través de los cuales agencias
espirituales de diversos tipos pueden interactuar con los mundos sociales, manipularlos y
limitarlos. Como recipientes, los nkisi no son fundamentalmente diferentes de los humanos,
ya que dentro de la cosmología congolesa los cuerpos humanos también se consideran como
recipientes para el espíritu (1977: 182). De hecho, MacGaffey escribe:
Incluso las tumbas son otra forma de "contenedor" a través del cual la gente podría recurrir al
poder de los muertos. Si los fetiches son irreductiblemente materiales, entonces también son
irreductiblemente espirituales, y la materia importa más cuando está habitada por el espíritu.
Lo que hace que esta perspectiva cosmológica sobre los contenedores materiales sea
interesante de aplicar en un entorno norteamericano es el enfoque simétrico de las entidades
sociales (Blanes y Espíritu Santo 2014) que borra la línea entre los objetos animados e
inanimados, centrándose en cambio en los tipos de "espíritu" contenidos en cada uno de
ellos. De hecho , en los espacios ocultos donde la gente guarda en secreto sus posesiones
más personales, se encuentran un gran número de objetos inalienables de sus antiguos
poseedores , que siguen siendo habitados vitalmente por su persona8 . En el espacio de
almacenamiento, encontramos interiores y exteriores que se pliegan unos en otros; puesto
que los objetos en su exterior encarnan las intimidades más profundas de la persona, están
situados externamente en el plano social de los hogares, y sin embargo, están situados
internamente en el espacio arquitectónico. Al igual que las muñecas rusas, los contenedores
de bodegaje (que a su vez son espacios de externalidad impersonal alquilable) están llenos
de contenedores de otros contenedores, dentro de los cuales encontramos rastros de la
personalidad tan íntimos que a sus dueños les resulta difícil enfrentarlos directamente, y por
lo tanto los extirpan de su entorno pero no de sus mentes. Cada nivel de contención parecería
distanciarlos más del propio sujeto que constituyen. De nuevo, la imagen de la botella de
Klein nos permite pensar en cómo "las partes internas del cuerpo se despliegan y
externalizan, mientras que las partes del mundo exterior están envueltas dentro de los
cuerpos" (Jensen 2013: 311).
Las siguientes historias tienen por objeto ejemplificar los objetos que contienen
personalidad o calidad de persona, o lo que Robert Armstrong ha llamado "presencia que
afecta", refiriéndose a un objeto que "compartiendo procesos psicológicos con las personas-
a veces parece aprehender a su testigo en la misma medida en que su testigo lo aprehende"
(Armstrong 1981: 16). Una mujer de Illinois a la que entrevisté había guardado un "baúl de la
memoria" después de que una de sus hijas gemelas de seis años fuera atropellada por un
coche mientras caminaba hacia su casa. Toni había puesto todas las cosas de su hija en este
baúl, que había guardado sin abrir durante más de treinta años, incluso cuando lo trasladaba
de una casa a otra. Al cumplir los ochenta años, prometió abrirlo conmigo cuando tuviera la
fuerza emocional, pero nunca la encontró. Daniel Miller y Fiona Parrot han discutido las
prácticas en torno a objetos después de una pérdida como "un patrón complejo de
acumulación, clasificación y despojo que utiliza los objetos para ayudar a crear una relación
procesual a largo plazo con la pérdida" (2009: 510). Así pues, personas como Toni pueden
acumular objetos asociados con el fallecido pero los encuentran demasiado dolorosos para
mirarlos, guardándolos cuidadosamente en espacios de almacenamiento sellados y privados.
Estas eran cosas de las que no se podía separar, y sin embargo Toni tampoco podía soportar
el contacto directo con ellas. A pesar de que la hermana gemela de la niña había vivido y
ahora tenía hijos adolescentes propios, el baúl de la memoria conservaba y contenía la
vitalidad de la hija cuya presencia física había sido eliminada de forma insensible. Tal vez
temía que al abrirlo revelara meros objetos sin vida y baratijas, y así ella perdería la vida
residual que quedaba en ellos en tanto permanecieran ocultos.
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8. No todas las cosas almacenadas se consideraban con calidad de persona. Muchas cosas de temporada como
los adornos de Navidad y Halloween se guardan por razones puramente utilitarias, mientras que otras se acumulan
sin querer por su propia voluntad simplemente porque no hay tiempo para ocuparse de ellas. Geena, una madre
primeriza de 30 años, me dijo que cada vez que tenían invitados, su marido se apresuraba a ir a su pequeña casa
y empujaba todo lo que no sabía qué hacer con él, incluyendo montones de correo sin abrir, en la abertura del
techo que conducía a su ático. Esas cosas siguen siendo "actores" latourianos en el sentido de que hay que
ocuparse de ellas incluso cuando se las empuja "fuera de la mente", pero no tienen la presencia afectiva de la
persona.
En una pequeña ciudad de Carolina del Norte, conocí a una joven pareja recién
comprometida que se había mudado a la casa del tío abuelo Barrel 9 un año antes, y aún
estaba llena de sus cosas. En lugar de llevarse todo o ponerlo en los almacenes de la casa,
Gillian y Michael eligieron integrar sus posesiones con las suyas, como si nunca hubiera
muerto y se hubiera mudado. Ninguno de los dos lo conocía muy bien en vida, pero al pasar
por el trabajo de clasificar todo para hacer espacio para ellos, sintieron que habían llegado a
conocer a los anteriores inquilinos. Las fotos y otros recuerdos del tío Barrel (Barril, en
español) 9 y la tía Violet se colocaron con cariño alrededor de la casa. No sólo se sentían
conectados con estos objetos, sino que sentían la presencia de los antiguos habitantes a
diario y llegaron a pensar que eran parientes cercanos.
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9. Su apodo proviene de la forma redondeada de su cuerpo, aunque el hecho de encarnar a un contenedor como
lo hace lo convierte en una fuente providente de espíritu en este documento.
Es importante que ninguno de los objetos discutidos aquí funcionen como símbolos
en el sentido clásico saussiriano de algo que arbitraria y colectivamente codifica un
significado. Son los objetos los que hablan, incluso cuando sus voces no son deseadas.
Walter Benjamin escribió sobre la relación entre la semiótica y la materialidad que, "No hay
ningún evento o cosa en la naturaleza animada o inanimada que no participe de alguna
manera en el lenguaje, ya que está en la naturaleza de cada uno comunicar sus contenidos
mentales" (Benjamin 1996: 62)... "El lenguaje es, por lo tanto, el ser mental [geistige Wesen]
de las cosas" (66). Como señala Bracken, la frase podría haberse traducido como "ser-
espíritu", ya que Geist no sólo significa mente, sino también espíritu e incluso fantasma, o
como dijo Kant "el principio animador de la mente" (Bracken 2007: 138-39). La perspectiva
de Benjamín de que los objetos tienen espíritus que circulan en la comunicación humana
corresponde a la teoría marfileña del doble, en la que no sólo las personas, sino todos los
animales y las cosas materiales tienen un espíritu-doble en el segundo mundo. Así, al igual
que la concepción marfileña (de Costa de Marfil) donde la posesión por los espíritus es aquella
en la que un espíritu externo desplaza temporalmente a su doble y toma el control de la forma
humana corpórea (Newell 2007, 2013), se puede pensar en los objetos poseídos como si su
geist- (espíritu) fuera reemplazado por una agencia espiritual externa que los habita.
Las posesiones en sí mismas pueden convertirse en cuerpos a través de los cuales el
espíritu toma forma material y se involucra en el mundo físico. Además de eso , los espíritus
marfileños son parcialmente materiales: consumiendo el doble de cosas en el segundo
mundo, un cuerpo en el primer mundo puede llegar a ser tanto poderoso como corpulento—
mientras tener la otra versión desdoblada de uno consumida por las brujas conducirá a una
inevitable, aunque impredecible muerte en el primer mundo como un accidente de coche o
una enfermedad grave. Es en este espacio del imaginario en el que algunos objetos
marfileños incorporan moradores espirituales y por lo tanto eficacia mágica, y es en el
imaginario no hablado del espacio de almacenamiento (el espacio de embrujamiento por
excelencia) donde las posesiones de los EE.UU. pueden absorber el espíritu y convertirse en
inalienables cosas sociales. Así, el espíritu-ser de las cosas es el espacio intersubjetivo de
acreción semiótica y de contestación social a través del cual el significado se hace y se
deshace.
Mientras que en la teoría del consumo las posesiones son típicamente pensadas como
"extensiones del yo" bajo el control de su amo (Belk 1988), vale la pena considerar la
posibilidad inversa, en la que los espíritus de las cosas también se apoderan de nosotros y
se niegan a soltarnos. Es en este sentido, que los objetos afirman su reclamo de "pertenencia"
como miembros de la casa, incluso cuando están secuestrados fuera del espacio de la
socialidad. Como un profesor de matemáticas al que entrevisté una vez me dijo, "Una vez
que te agarra es difícil, ¿sabes? No puedes deshacerte de él si ya tiene una historia, ¿o sí?
Ya sabes porque entonces podrías perder esa parte de la historia". Las cosas, por lo tanto,
no tienen agencia simplemente en el sentido Latouriano de resistir nuestros esfuerzos de
dominio cultural, pero también en el sentido de que nos involucran socialmente, obligándonos
a tratarlos de maneras específicas.
Que la gente sintiera la presencia de seres en muchas de las cosas que guardaban era
etnográficamente innegable. Pero esto plantea la pregunta de cómo el espíritu se mete en los
objetos y qué tipo de objetos absorben tal personalidad o la calidad de persona,
especialmente en una sociedad que niega esta posibilidad. Recordando la afirmación de
Valeri sobre los residuos de las personas y eventos que dan a los objetos un estatus único e
irremplazable, nos corresponde recordar que es precisamente a través de tales residuos que
opera la magia contagiosa de Frazer, incorporando recortes de uñas, cabello, botones, y así
sucesivamente en los amuletos que operan sobre sus desprevenidas víctimas. La copia
mimética también funciona para halar o dirigir las acciones de la agencia espiritual a través
de una "producción" de imágenes performativas, y todos menos un puñado de mis
participantes dijeron que si sólo pudieran conservar una cosa, esta serían sus fotografías,
indicando la capacidad continua para producir presencia de la imagen. A través de
asociaciones semióticas no solicitadas de iconicidad e indexación, la calidad de persona
entra en el objeto, incluso lo persigue. Pero tengan en cuenta que, como en el caso de las
afirmaciones de Benjamín sobre la vida mental de los objetos, estas operaciones semióticas
no son algún tipo de código humano proyectado por la mente en un mundo material pasivo.
De hecho, en el contexto del Atlántico Norte la asociación de las eficacias causales y las
conexiones semióticas es claramente repudiada y las asociaciones no siempre son
claramente articuladas por sus dueños. Más bien hay una especie de interfaz entre la
duradera presencia de materialidades y los mundos móviles que encuentran, por lo que la
qualia del objeto mismo dirige su apercepción hacia la socialidad humana, incluso cuando los
humanos se aferran a las formas materiales cercanas para contener el flujo de memoria a
través de sus residuos en recipientes duraderos.
Al tratar de averiguar cómo los objetos antifetiches se hacen poderosos, me estoy
moviendo hacia la relación entre la materialidad y el espacio más allá del significado social
codificado, de modo que la posesión de las cosas se convierte en un medio para conectar
semióticamente con lo que podríamos llamar el espacio de la muerte (Taussig 1984), es decir,
el espacio más allá de la experiencia conocida. De hecho, podría ser la muy invisible
inclasificabilidad de la basura residual (Thompson 2003) lo que la hace tan eficaz, basándose
sobre el espacio de los espacios invisibles y sombríos que acechan en las esquinas del orden
público para atraer nuevas asociaciones y unir las cosas. David Todd Doris en su etnografía
reciente Vigilant things (2011) sobre los "dispositivos" antirrobo yorubanos nos da una visión
particular de la conexión entre los encantos eficaces y las posesiones residuales: residuales
en el doble sentido de que no tienen valor, cosas gastadas y que han absorbido residuos
personales de sus antiguos dueños. Ààlè son una clase específica de cosas hechas para
proteger las posesiones personales de los ladrones. Lo que inicialmente llamó la atención de
Doris fue la construcción casi dadaesca del ààlè fuera un surtido de detritus aparentemente
desechados de la vida cotidiana, incluyendo los desgastados zapatos, cucharas oxidadas,
trapos, mazorcas de maíz seco y vainas de semillas. Estas cosas usadas y gastadas , el
valor y uso literalmente consumido de ellas, eran en realidad ricamente simbólicas y "llenas"
de presencia y poder espiritual. Esta colección de basura había sido típicamente consumida
por los propios fabricantes de "ààlè", y por lo tanto estaba íntimamente ligada a sus antiguos
dueños, extensiones metonímicas de su ser. Como antiguas (ya inútiles) posesiones, ahora
vigilan las valiosas posesiones actuales del dueño.
Al mismo tiempo, la forma en que habían sido usadas simbolizaba qué le pasaría al ladrón
que transgrediera su poder. El zapato desgastado transmitió de forma transparente a un
ladrón versado en esta semiótica que serían molidos en la suciedad repetidamente bajo el
pie del dueño hasta que se desgastara en nada. Un especialista en rituales llamado Fágbade
explica que su "ààlè" está compuesto por un zapato, un trapo, una escoba, y un peine que:
Una persona en la pobreza usará trapos y zapatos gastados. Olódùmarè [deidad] no
ha permitido que el sufrimiento que este zapato ha experimentado venga sobre mí. El
zapato ha pisado la mierda de las cabras y los seres humanos. Ha caminado por el
pueblo hasta que el sufrimiento lo ha reducido a esta condición. La tela también se
usa hasta que se convierte en un trapo y se rasga. También sabemos que el
sufrimiento ha reducido esta escoba a lo que es ahora. La escoba se puede usar para
barrer cualquier lugar: barrerá el inodoro y barrerá donde nosotros orinamos. Y el
peine, por sí solo, el tema del sufrimiento nunca se va de ella. (Doris 2011: 52-53)
Melanie, una ex-música de cincuenta y tantos años que ahora trabajaba en una
pequeña empresa independiente, estaba ocupada clasificando una sala de estar apilada con
casi seis pies de altura en cajas de cartón que pertenecían a su madre recientemente
fallecida, y que incluía documentos familiares que se remontan al siglo XIX, una obligación
que se le transmitió con instrucciones bastante explícitas de su madre, quien había dejado
notas en sus posesiones sobre su significado, procedencia y destino después de su muerte.
Pero era lo que tenía que decir sobre una simple mesa de cocina de arce en forma de ojo de
pájaro cubierta de violetas en materas lo que realmente ilustra la relación entre las cosas y
la memoria:
Leiris describe un tipo particular de memoria que es a la vez sin valor y de valor ilimitado, sin
significado simbólico. Como argumenta Pietz, estas crisis unen cada una un momento
irrepetible con un objeto material. Pero mientras estoy de acuerdo en que no son objetos
simbólicos, su relación con la memoria los hace claramente semióticos, como se hace
evidente en su propia caracterización del fetiche como un "espacio material que reúne una
multiplicidad de otro modo inconexa en la unidad de su perdurable singularidad" (1985: 15).
Es la materialidad táctil del objeto lo que permite esta agregación de la vida semiótica, o lo
que Heidegger llama la "reunión" de la Cosa (Schwenger 2006: 28). Los recuerdos que sirven
para anclar la propia identidad y la relación de uno con el pasado se recuerdan a través de
una cosa que en sí misma presenció y absorbió ese momento del pasado. La materialidad
duradera de la cosa se convierte en un fijador, uniendo el flujo y la abstracción de la
experiencia en lo concreto y lo localizado. Pero estos no son meros recuerdos que recuerdan
eventos individuales y nos unen a recuerdos que de otra manera podrían perderse. A
diferencia de los meros objetos de memoria, las cosas no fetiches contienen un elemento de
lo intersubjetivo, vinculante la conciencia de algo más grande que ella misma y produciendo
el tipo de moral obligación que se deriva de las relaciones sociales.
No lo sé. Quiero decir, obviamente las cosas que eran de mi abuela me encantan, porque eran
de ella. Y ni siquiera tanto que la tarjeta real fuera de ella, pero sólo que era de un lugar donde
ella creció, y eso me encanta . . . Pero esas tontas, como, fotografías y cosas que no son
particularmente significativas para mí, son sólo cosas que tuve, no sé, se siente como si
estuvieras desechando a una persona. Tirando ese recuerdo y eso es... equivocado. En mi
nevera, yo tengo una foto del bebé de mi amiga que es increíblemente vieja. (la fotografía del
niño…) es de cuando era un recién nacido, y el niño tiene ahora treinta años y no puedo
conseguir deshacerme de esa foto, ¡porque no puedes tirar un bebé! ¡Eso parece terrible!
En tales testamentos, vemos la misma lógica que hace que la acumulación pierda el control
en muchos hogares, así como la motivación de aquellos que purgan su casa de objetos
sentimentales. Las cosas que se asocian con las personas, ya sea por el parecido o contacto,
a menudo no puede ser descartado porque se siente como si uno estuviera tirando la persona
o la experiencia misma. Pero mientras que las acumulaciones semióticas produjeron la
necesidad de aferrarse a las cosas, no fue que ella guardara estos objetos por las personas
que representan, ni siquiera por satisfacer sus propios recuerdos, sino más bien porque se
sentía moralmente equivocado, era la personalidad del objeto mismo lo que no podía tirar.
Melanie de nuevo proporciona un análisis bastante directo de sus sentimientos por la
personalidad de las cosas:
¿Los objetos tienen sentimientos? Sé que los trato como tales. Hablo con el reloj del abuelo.
Parece bastante feliz aquí. . . Así que hemos tenido cosas desde los años 30 en nuestra familia,
y siempre nos referimos a él como "él". El alce es [también] "él". . . Me gusta porque cuando
era una niña, visitaba a la abuela y al abuelo, mi pequeña cama donde dormía estaba justo
debajo del alce. Así que lo conozco desde que era una niña. Te encariñas mucho.
Nótese que en esta familia ciertos objetos eran tratados como destinatarios, y el hecho de
ser tratados como miembros del grupo de esta manera los llevó a adoptar pronombres en
tercera persona. Siguiendo una de las sutilezas de Nurit Bird-David sobre el animismo,
cuando la gente se involucra en relaciones con otras cosas que no sean humanos, "hacen
parientes al compartir con ellos y así hacerlo con personas" (1999: S73). Curiosamente, esta
empatía por los sentimientos de los objetos (como la felicidad del reloj) son precisamente los
tipos de sentimientos que los acaparadores a menudo describen en relación con los objetos
de sus vidas. Gail Steketee y Randy Frost citan a un acaparador recuperado hablando de su
lucha consigo mismo para tirar un recipiente de yogur:
Recuerdo haberme sentido mal por no haber elegido "este" envase en particular como uno que
se quedaría en casa con los demás, y así me sentía responsable de rechazarlo y colocarlo en
el contenedor de reciclaje para comenzar su largo viaje hacia la destrucción final. Me sentí
responsable de darle un paseo tan cómodo como sea posible, viendo como lo estaba
rechazando, y la idea de que tuviera que soportar un húmedo y largo viaje me hizo muy
ansioso. (Steketee y Frost 2010: 273)
Claramente este "recipiente" contenía más que un simple yogur. Debajo de sus logotipos
plásticos residía otra entidad, una que en virtud del mismo acto de posesión había tomado el
papel de la relación, un habitante de la casa que se vio obligado a excluir de su colectividad
íntima. Como Michael Silverstein sugirió (pers. comm.), podría haber algo en la propia
semiótica de la posesión, especialmente cuando se articula con las relaciones de parentesco,
que produce una indexación "no cancelable" o "rígida" que hace al objeto inalienable de la
misma manera que la terminología de parentesco hace que ciertas personas se relacionen
independientemente de su voluntad.
Bea, una mujer de mediana edad que vivía sola en un precioso bungalow en la parte
histórica de la ciudad en una casa llena de antigüedades, se había autroproclamado la
custodiadora de la historia de su familia. Ella había pasado la mayor parte del tiempo que
cualquiera de sus hermanos en la casa de su familia y cuidó de su madre cuando se estaba
muriendo, por lo que tenía la relación más cercana a las cosas de ese hogar, se convirtió en
la responsable de ellos: "Soy una administradora de eso. Son cosas que eran importantes
para la generación anterior a la mía; es importante para mí; por Dios que va a ser importante
a mi sobrino y sobrina". Se encontró a sí misma responsable de reunir conjuntos de porcelana
que se habían dividido en generaciones anteriores, así como la división de otros objetos,
algunos de ellos a personas que no necesariamente los querían.
Tuve que lidiar con la clasificación de su patrimonio y. . . trayendo sets, como decía , de nuevo
juntos. Ya sabes, haciendo distribuciones para mis primos. Y así que, en ese proceso, nos
reconectamos. . . Esta es la misma familia de la prima que dijo, "Bueno, realmente no quiero
el sofá de dos plazas". ¡Sal, irrelevante! ¡Tú, hermana, vas a tenerlo!
Pero la intensa relación de Bea con sus posesiones se basaba en algo más que su
sentimiento de responsabilidad hacia los humanos de su familia: "Hay ciertas cosas que
guardas y has cuidado porque están en tu familia" (mi énfasis). Por eso la prima de Bea, Sally,
no tuvo más remedio que convertirse en la cuidadora del asiento de dos plazas, lo quisiera o
no. Ciertos objetos toman una importancia colectiva mayor que los deseos individuales de las
personas a las que pertenecen, llevando con ellos la obligación familiar y convirtiéndose en
el tejido mismo de cómo la familia se reproduce con el tiempo. Trágicamente, en muchas
familias cuando nadie tiene el tipo de fuerza moral que Bea parece tener sobre sus parientes,
el momento de la concesión de los objetos está plagado de esfuerzos para
autoancestralizarse encontrando a alguien que se haga cargo y aprecie las pertenencias cuya
resonancia más profunda puede no ser comunicable a las personas que ya no cohabitan con
tales objetos (Marcoux 2001). Como Jean-Sébastien Marcoux escribe con elegancia, para
aquellos que logran pasar sus pertenencias antes o después de la muerte, se establece un
sentido de continuidad y relación continua, como si sus antiguas posesiones eran la progenie
que podría reproducir el yo después de su ausencia corporal.
Aunque en los Estados Unidos algunos objetos familiares se presentan como orgullosas
reliquias en el espacio público de salas y comedores, tales "bienes duraderos" tienden a tener
una procedencia en el capital establecido que permite el mantenimiento de relaciones
familiares estables, o incluso en algunos casos lo hacen cumplir por el bien de mantener la
riqueza intacta. Aunque mucha gente tenía una o dos cosas así, las objetivaciones públicas
de parentesco eran relativamente raras en comparación con la proliferación de tales objetos
almacenados, y sugiero que puede haber un vínculo entre el ocultamiento y la vinculación de
tal manera que ciertos tipos de relaciones frágiles se disuelven cuando se exponen a la luz
de las ideologías públicas. En otras palabras, dado que "no se supone" que los objetos
tengan capacidades "objetivas" de personalidad, no pueden hacer el trabajo de parentesco
en público, excepto cuando tienen suficiente valor de mercado o estético para justificar su
presencia. Aquellos que viven en colectividades públicas que incluyen objetos como este son
a menudo vistos con sospecha o incluso acusados de mentalidad de acaparamiento por parte
de sus pares.
Uno podría pensar que hay una diferencia obvia entre los objetos antifetiches en el África
occidental y las cosas agentes en los áticos de América del Norte; las primeras son cosas
construidas intencionalmente con agencia mágica, mientras que estos últimos son objetos
que absorben la personalidad por sí mismos y desafían la separación ideológica de personas
y cosas. Pero, de hecho, estas dos categorías se mezclan entre sí, haciendo mucho más
difíciles de distinguir de lo que parecería a primera vista. El encanto africano es construido a
partir de cosas usadas, cosas encontradas, detritus personales, de hecho, del mismo tipo de
cosas que se abren camino tan misteriosamente en el espacio de almacenamiento de los
Estados Unidos. Y la mayoría de los objetos encontrados en los áticos americanos fueron
una vez mercancías construidas con el objetivo preciso de encantarse con su salida del
estante de la tienda y llegar a las manos de un comprador. Es en la segunda vida de las
mercancías como las posesiones pierden gradualmente su resonancia de "imagen" (su valor
de "marca") y adquieren cada vez más valor indexado.
Papá Toma juró que guardaría esta radio hasta su muerte. Como él dijo, ... cuidar la radio
significaba respetar la memoria de su abuela... y de sus antepasados, ya que su abuela era un
jefe supremo. Él estaba preocupado de que sus hijos pudieran "descuidar" la radio una vez
que él muriera . (Pype, n.d.)
Hubo una gran tentación de vender la radio o incluso sus partes, y en algunos casos Pype
descubrió que los niños lo habían hecho contra la voluntad de sus padres, pero muchos como
Papa Toma hicieron todo lo posible para preservarlo contra tales fuerzas destructivas. Aquí
vemos un paralelismo preciso con la vida espiritual de los productos básicos que he estado
describiendo en este artículo, en el que un objeto se valora según su pasado, al hau que se
le ha acumulado a lo largo de su camino. En las historias de Pype los objetos se mantienen
con orgullo en el espacio público como reliquias en lugar de estar ocultas, pero por supuesto
en el espacio urbano africano hay muy poco espacio para las cosas almacenadas y
demasiada demanda de uso bienes para permitir que la inercia de las cosas almacenadas
llegue al punto de abrumar actores sociales. Aún así, una mayor evidencia etnográfica de los
objetos de valor almacenados, tal vez la mayoría especialmente en los reinos urbanos, donde
hay más productos básicos disponibles y menos espacio para guardarlos, será un terreno
importante para una mayor etnografía de la investigación.
El "contenedor" material del signo (incluso las palabras habladas son patrones materiales de
vibración acústica) lleva un haz de qualia que no está directamente asociado con su
significado previsto, y éstos a su vez pueden afectar el resultado de la semiosis de maneras
inesperadas y a menudo incontrolables. Mi interés en la vida semiótica de los objetos no
implica una sujeción de la materialidad a la subjetividad humana, ya que a menudo es la cosa
que arresta al sujeto con su presencia sensorial en primer lugar. La semiosis está integrada
en el proceso mismo de recepción sensorial y las funciones comunicativas del sistema
nervioso, y los signos tienen una eficacia mundial real en su capacidad para moldear las
reacciones físicas y mentales a la percepción sensorial. En el "pliegue" quiasmático entre la
percepción sensorial y el reconocimiento se encuentran las vías semióticas a través de las
cuales la vitalidad de las cosas y las corrientes de representación colectiva se entrelazan con
una otro de manera impredecible. Así, la oposición que los nuevos materialistas hacen entre
la "materialidad" y la "semiótica" es en realidad una reproducción de la división muy naturalista
de la que afirman estar escapando, como si al retirarse por completo a la "naturaleza"
hubieran superado la división misma.
El antifetiche no es sólo una morada para un espíritu, sino una construcción habitada de
cualidades, haciéndolo inconquistable por los esfuerzos de definición simbólica - siempre hay
un residuo que se resiste a la representación, un residuo que se incrementa por la ocultación
parcial que sugiere algo no descubierto. La materialidad de una cosa que burbujea más allá
los límites de la determinación humana, convirtiéndose en el lugar de las soberanías en
competencia y los registros de valor está en el corazón de cómo las cosas toman vida propia.
El retrato de Descola de la escultura de antepasados "Mandé y Voltaico" como "un
eminente agente de la vida del colectivo" apunta hacia el nexo entre las cadenas indexadas
de importancia, la fijeza de la materia, y la inescrutable movilidad de la multitud.
Ya a finales del siglo XIX, se dio un lugar respetuoso a los objetos no fetiches dentro
de los sitios históricos y los gabinetes de curiosidades (Stewart 1993; Pels 1998). La historia
de las reliquias sagradas de Teresa Barnett (2013) describe cómo los turistas americanos del
siglo XIX, al sentarse en la silla donde Napoleón había gobernado una vez, o la mirada a
través del catalejo que Washington usó para examinar el campo, o viéndose en el espejo de
William Penn, lograría el contacto con la subjetividad histórica. Como un cartel en la silla de
Penn decía, "Fructífero de los recuerdos - sentado y musa" (2013: 68). Esto no fue, según
Barnett, un caso de recreación de la historia, sino más bien una especie de "aprensión interior"
a través de la cinestesia. Haciendo eco del lenguaje del encuentro fetiche de Pietz, Barnett
describe cómo los amantes en el momento de la separación podrían intercambiar cualquier
objeto aleatorio que se presentara:
Un trozo particular de follaje o un objeto en un bolsillo fue tomado como una ficha porque
resultó estar disponible, pero su disponibilidad casual en solo ese tiempo también significaba
que estaba indisolublemente ligado a ese momento y servía como su marcador. Las hojas de
geranio conectaron a Kate Stone y a su futuro marido y también ancló el momento emocional
de su separación en una configuración temporal del mundo físico, preservando ese momento
a través de su rastro material. (Barnett 2013: 59)
Sólo a finales del siglo XIX el discurso de los museos comenzó a contrarrestar un enfoque
indexado de los objetos (caracterizado como "sentimental", incluso "femenino"), tratando de
coleccionar cosas que eran icónicas o "típicas" de un período de tiempo histórico en lugar de
recuerdos específicos de eventos históricos. Así que, en una reunión de 1910 de la
Asociación Americana de Museos las reliquias históricas fueron descartadas como "fetiches"
útiles para algo más que un "sentimentalismo ocioso" (Barnett 2013: 167), así la indexación
fue excluida del mundo de los pensadores racionales en a favor de la hiperrealidad de la
reproducción mimética.
Sin embargo, muchos sujetos de EE.UU. siguen sintiendo de forma silenciosa como
si cierto tipo de cosas tuvieran un tipo de valor diferente similar al concepto maorí de hau; una
personalidad profundamente arraigada que otorga a los objetos la condición de miembros y
de agentes en el seno de nuestras vidas sociales. Ellos son incapaces de articular estos
sentimientos dentro de cualquier tipo de marco "racional" proporcionado por la ontología
explícita de las llamadas sociedades modernas. Así, cada vez más segregan sus objetos
personales y personificados detrás de puertas cerradas, acumulando cosas que no pueden
reconocer racionalmente en el interior de sus armarios, áticos, sótanos, garajes y unidades
de almacenamiento, a menudo a un gran costo. La fascinación cultural por el "acaparamiento"
o “la acumulación” indica que es más que una enfermedad mental, es a su vez, un proceso
social general producido por un orden cosmológico que excluye la comprensión de los modos
fundamentales de la socialidad humana. Pietz documentó la utilidad transcultural del fetisso
durante el caos social de la incursión de la trata de esclavos europeos en el África occidental,
cuando se podía confiar en pocas formas sociales para garantizar o vincular el valor de la
transacción. Tal vez la acumulación de basura y la correspondiente escalada de la industria
del almacenamiento en los Estados Unidos son el producto de una sociedad igualmente
fungible, en la que un proceso general de mercantilización ha invadido cada vez más sobre
nuestra propia capacidad de construir y mantener relaciones humanas, dejando a las
personas agarrando sus restos en forma de cosas viejas, a menudo usadas, que hablan de
personas y eventos ausentes. La materia del espíritu es la magia semiótica a través de la cual
mantenemos una semblanza de pertenencia a un mundo social (aunque esté encerrado en
almacenamiento) conviviendo con pertenencias que no sólo nos pertenecen a nosotros, sino
también están con nosotros.