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NEOPLATONISMO

La última fase de la antigüedad tardía se caracteriza por un misticismo atento a la revelación y a


la contemplación extática de un ser superior que supone la salvación. El neoplatonismo se
encuentra entre las corrientes que responden a esta necesidad desde el sincretismo, donde
misterios, prácticas mágicas, ideas platónicas y figuras bíblicas configuran un pensamiento entre
el viejo mundo griego y el nuevo mundo cristiano.

Por otra parte, hay un entrelazamiento entre ideas filosóficas griegas y orientales. Filón de
Alejandría, representante del Platonismo medio, supone el encuentro de estos planteamientos
platónicos y la fe judía. Alegóricamente identifica el Dios bíblico con el Ser platónico o con el ser
en tanto que ser, la esencia aristotélica. El logos supone para Filón el mediador entre el Dios
trascendente y los hombres. El fin del hombre es una aspiración a su unión con Dios.

También es perceptible un resurgir del pitagorismo, los cuales consideran las Ideas como
números identificados como pensamientos en la mente de dios.

El cristianismo sitúa en primer término el anuncio de un hecho, la salvación. La salvación debe


venir dada de algo sobrenatural y contingente. El que sea la única vía posible significa que se
presenta con cierto carácter de necesariedad; es esencial el que Dios no estaba en ningún modo
obligado a salvar a nadie. La afirmación de la salvación implica que la miseria del hombre no se
debe sin más a su misma naturaleza, sino a que el ser humano se ha apartado él mismo de la
verdad, ha pecado.

El neoplatonismo se despliega en un ambiente en el que el cristianismo se está constituyendo


en dominante; es la religiosidad pagana helenística que se resiste a aceptar el giro representado
por el cristianismo; la nueva religión mira sobre todo hacia Platón aunque se funden conceptos
de sistemas filosóficos anteriores como el aristotelismo, el estoicismo y el escepticismo. Buscan
explicar cómo desde el Uno surge la multiplicidad y aparecen distintas instancias
intermediadoras. Buscan liberarse del mundo material, del mal, del sufrimiento, hay una
teologización de la filosofía. Es característico de esta época la separación angustiosa entre este
mundo y el mundo del más allá. De esta separación surge la necesidad de una mediación, una
figura entre lo eterno y lo temporal, lo espiritual y lo material. Este dualismo típicamente
platónico implica también una separación antropológica y una distancia moral entre el alma y el
cuerpo, de manera que el cuerpo representa el principio de todo mal y falta moral.

PLOTINO

Plotino es considerado el máximo representante del neoplatonismo.


Se preocupa por la estructura de la realidad, concretamente por la relación entre unidad y
multiplicidad y comprende la filosofía como saber de salvación. Se centra en la búsqueda de la
virtud, que lo llevará a la contemplación de lo eterno, de lo que está más allá de todo. Quiere
enseñar a los seres humanos el modo de apartarse de la vida terrenal para reunirse con lo
divino y poderlo contemplar hasta culminar en una trascendente unión extática. El Uno se
aprehende a través del éxtasis, de una unión mística.
LAS TRES HIPÓSTASIS. LA PROCESIÓN, LA EMANACIÓN

Defiende, como Platón, un dualismo ontológico, entre el ser inteligible y el sensible, pero
intenta superarlo con la afirmación de un único principio supremo, el Uno. Afirma
rotundamente la relevancia y trascendencia del Uno y establece una dependencia jerárquica
entre los seres inferiores respecto al Uno. Intenta superar la escisión platónica entre los dos
mundos introduciendo instancias intermedias entre el Uno y lo sensible.

El problema fundamental es el de la naturaleza del primer principio, concebido por alguno de


sus predecesores como realidad inteligente. Plotino entiende que el primer principio, el Uno,
para poder ser verdaderamente trascendente, debe ser concebido como absolutamente simple,
sin determinación formal alguna, y a la vez, para ser principio, deberá dar razón de toda la
multiplicidad del universo. Su condición de principio radica en el modo como Plotino, y el
platonismo en general, concibe el ente; si ente, ser, equivale a consistencia, a determinación,
entonces la condición imprescindible y previa es la unidad. Ente es lo que es idéntico a sí
mismo, limitado, uno. El Uno está en todo lo real, es concebido como trascendente a todo lo
existente, es la raíz de toda la realidad existente. “El Uno no es ninguna de todas las cosas”, es
“distinto de todas las cosas” pues “es anterior a todas las cosas”, “está más allá de todas las
cosas”. Además, a diferencia de los eléatas (Uno estático), Plotino concibe el Uno como una
fuerza difusiva y potencia infinita, adquiriendo una trascendencia de la que ya habló el
platonismo medio. ¿Cómo explicar la multiplicidad a partir de la unidad de un principio
supremo? El principio es el Uno, todo ser en cuanto tal es unidad, pero no es unidad de otro
modo que como retorno al uno a partir de lo otro; lo otro es la multiplicidad indefinida, lo
ilimitado. Expone radicalmente que el primer principio se produce a sí mismo y el acto de su
autoproducción es producción de todas las demás cosas.

En el ámbito de lo producido reproduce el dualismo entre lo incorpóreo y lo corpóreo. Lo


incorpóreo a su vez, está jerarquizado y se determina en función de tres hipóstasis. La
hipostasis es la verdadera realidad, el verdadero ser. Las tres hipóstasis son funciones que
establecen la continuidad entre el principio supremo y las partes de la realidad, hasta llegar a las
cosas materiales. Son En (UNO), Nous (INTELIGENCIA) y Psyché (ALMA), y están ligadas entre sí
por una relación de próodos, de proceso, procesión, emanación. En cada nivel de realidad hay
que distinguir entre la actividad del ente y la actividad que se deriva de él; la primera, intrínseca
al ente y la segunda, liberada de él y que se dirige a su entorno. En ésta última hay dos fases, la
prosódica, todavía sin contenido, indeterminada, y la epistrófica, la actividad del ente generado,
que al amar a su generador, se vuelve, lo mira y se llena de contenido y perfección.

El Uno, cuando desciende, encuentra a las entidades máximamente perfectas; en el mundo


inteligible están las ideas platónicas, las ideas en general y los diversos dioses, que plenifican la
idea de Uno (politeísmo, no monoteísmo cristiano; no hay un dios, no hay identidad personal).
Las Ideas sólo son distinguibles si existe el pensamiento, el Nous, lugar de las Ideas, la segunda
hipóstasis. Cuando se vuelve a mirar al Uno ya no ve al Uno sino al Uno plural y múltiple, el
Nous piensa las Ideas pero también a sí misma; coincide con el nous aristotélico, la inteligencia
que se piensa a sí misma pero no actúa, aunque para Plotino por encima está el Uno. La
Inteligencia en tanto que piensa es simple pero en cuanto pensada es idéntica y alteridad, ser
que piensa y objeto que es pensado; la inteligencia se piensa a sí misma y también piensa las
ideas. Para que haya pensamiento tiene que haber algo que piense, el Alma, la tercera
hipóstasis. En cuanto el alma piensa, en cuanto contempla en nous, el alma es el nous mismo,
pero el alma piensa y no piensa. El Alma tiene doble carácter, el Alma Universal, principio de
ordenación del kosmos y de los seres vivientes, principio de vida y movimiento de los cuerpos
que unifica la diversidad del kosmos y el alma humana, a medio camino entre lo divino y la
materia. El Alma está entre dos mundos, es “anfibia”, este doble aspecto se expresa como dos
almas distintas. Plotino admite la existencia en el Alma de razones seminales o generativas que
dan vida a las cosas y que emanan del Nous. La realidad divina y sustancial, la verdadera
realidad, finaliza con el Alma, incorpórea. Más allá encontramos el mundo sensible, mundo de
tinieblas e imágenes (lo que recibe el cuerpo son imágenes, una imitación de la realidad). Este
terreno intermedio constituye el ámbito de los seres humanos, pues el verdadero yo del ser
humano es su alma. El Alma es la que genera la materia, que es indeterminada y pasiva; la
materia también es emanación del Uno pero ya no posee la capacidad epistrófica.

El fin de la Dialéctica de Plotino es el retorno a la unidad, que se realiza sobre todo a través del
ser humano. El ser humano corpóreo tiende a liberarse, tiende al Uno. El alma, unida al cuerpo
material, se halla en un estado violento pero en ella hay un deseo de liberarse de su prisión y de
retornar al Uno, que es su primer principio y el Bien por excelencia. Los individuos sólo son si
son Uno. La pluralidad involucra el olvido del Uno; el pecado es el olvido del Alma respecto a su
origen primero. Si no hay individuos separables no hay redención posible. Para Plotino, el Uno y
el Bien se identifican, el Uno-Bien es fuente de vida y no solamente es la meta a la que aspira
toda alma sino que es la fuente de donde todo emana. El Bien, es la luz, es el objeto de
conocimiento y también lo que ilumina, el método de conocimiento, y la vista, el ojo (órgano
sensorial) es el intermediario entre el cuerpo y el alma. Para Plotino como para Platón, cuando
se produce el contacto con la luz exterior ya no hay distinción entre ésta y la luz interior. Vemos
la luz que estaba en nosotros y retornamos al Bien, sólo entonces es posible la acción y el
comportamiento verdaderamente morales. Tras la contemplación, debemos aprender a vivir la
vida diaria, debemos concentrarnos interiormente para estar listos para acoger nuevamente la
presencia divina; esto se consigue mediante la práctica de las virtudes.

El camino de la ascensión a través de las virtudes hacia el Uno es difícil pero no imposible. La
purificación es un esfuerzo humano que no requiere ninguna ayuda externa sino que es el
resultado del propio esfuerzo individual. Una vez alcanzada la purificación, la identidad con el
Uno, se alcanza el éxtasis, la compresión de que no hay mediación entre el Uno y el yo, el
individuo, el sujeto humano descubre plenamente su propio yo cuando se olvida de sí mismo
como algo distinto y separado de su principio fundamental, y se reencuentra en esa máxima
simplicidad que es la realidad primordial del Uno. En el éxtasis, el Alma se ve deificada y
colmada de Uno. Plotino se vuelve místico. Se trata de un contemplar que implica unión con lo
contemplado, en la que no cabe la distinción sujeto-objeto. Pero la unión definitiva con la
divinidad, que será eterna, sólo acontece tras la muerte.

EL MAL Y LA MATERIA – LA MATERIA Y EL HOMBRE

Para comprender su concepción del mal y la materia, es necesario remontarse antes a su


concepción de la realidad, pues defiende un dualismo ontológico en el que lo sensible y lo
inteligible están diferenciados. Pese a su dualismo ontológico defiende un único principio
supremo, el Uno, que se produce a sí mismo y produce todo lo demás. Es una fuerza difusora y
potencia infinita. Tiene actividad propia, de sí mismo, y actividad que emerge de él. Ésta tiene
dos fases, la prosódica, en la que la actividad es indefinida, sin contenido, indeterminada, y la
epistrófica, en la que la actividad se contempla a si misma al tratar de contemplar al ente y se
llena de contenido y de perfección. La actividad emergente del Uno se convierte en Inteligencia,
en Pensamiento. Ésta, repite el proceso y de su actividad, emerge el Alma. Finalmente el
proceso concluye en la materia, que procede del Alma pero carece de capacidad epistrófica, es
indeterminación pura, es el agotamiento del ser, la carencia de potencia, carece de contenido,
por lo que no puede contemplar al ente del que emerge ni producir actividad.
La materia es comparada con la ausencia de luz y las tinieblas, pues al no poder mirar al Uno,
está cegada. El Uno sería la luz, la verdad, la idea de Bien platónica y la materia (no es cuerpo, ni
átomos, ni magnitud) sería la privación del Uno mismo, la privación total, el límite extremo y
pura negatividad. Entendida como mera privación, la materia es un mal. Pero Plotino concluye
que el mal no existe en sí mismo sino en relación dialéctica con el bien. El mal es la privación del
bien pero no del bien moral, sino de aquel Bien puro y unitario que representaba el Uno. La
materia al encontrarse en el último proceso emanatorio, se encuentra a la máxima distancia
posible del Uno, siendo toda la ausencia de bien.

Las consecuencias de todo lo expuesto sobre la concepción plotiniana del ser humano son las
siguientes. En Enéadas VI Plotino habla de tres hombres, lo que hay que entender en el sentido
de que hay tres almas o, más exactamente, y dado que para Plotino el alma es una naturaleza
una y simple, como que hay tres potencias del alma. El primer hombre es el alma considerada
en su unión con la Inteligencia-hipóstasis; el segundo hombre es el alma en tanto que capaz de
pensamiento discursivo (intermedio entre lo sensible y lo inteligible); el tercer hombre es el
alma en cuanto que vivifica al cuerpo terrenal. Las almas individuales estaban contenidas en el
Alma Universal y podían contemplar al Nous y a través del Nous, al Bien mismo. El ser humano
es sobre todo su alma, pero también tiene un componente material, el cuerpo. Plotino
considera que el alma ha cometido una doble culpa: la primera, la de separarse, individualizarse
del Alma Universal; la segunda, la de olvidarse del Uno al entregarse a la materia (cuerpo) y a las
pasiones del mundo sensible.

El alma individual debe someterse al cuerpo que le ha correspondido, vivificarlo y dirigirlo hacia
la virtud. Plotino distingue las virtudes cívicas/políticas (prudencia, fortaleza, templanza y
justicia) cuya función es controlar los apetitos y pasiones y por encima, la sabiduría. Por encima
de éstas están las virtudes purificativas, que separan afectivamente el alma del cuerpo, de las
cosas superfluas. Por último, las virtudes paradigmáticas, que ponen al ser humano en
disposición de contemplar lo inteligible. Luego, se abre paso la vía racional de acceso al Bien.
Plotino recalca que los seres humanos son objeto de apetitos (quieren cosas, les gustan
cosas...), pero que no sufren inadvertidamente estos apetitos, sino que tienen la capacidad de
tomar conciencia de ellos, de hablar de ellos e incluso, como hacen los filósofos, de clasificarlos
o recomendar medidas para mitigarlos. El ser humano virtuoso va tras lo que verdaderamente
tiene valor, por lo que Plotino divide a estos en: virtuosos y la mayor parte de los seres
humanos. Éstos, a su vez, se dividen entre los que desde su estado no virtuoso respetan la
virtud, participan algo de ella, y el resto, la mayoría, que olvidándose de la virtud, producen los
males y serán causantes de las desgracias por las que serán juzgados.

Pero esta visión pesimista de la vida es equilibrada por Plotino doblemente, al considerar que el
alma individual y la materia forman parte del proceso por el que el Uno muestra y despliega su
potencialidad, y al ver en la vida, además, una oportunidad para que el alma recorra a la inversa
el próodos, logrando la unión e identificación total con el Uno, puesto que ha aprendido el Bien,
en contraste con la maldad de la materia. El mal es reparable.

El alma demasiado unida al cuerpo por sus deseos inferiores tiene que recuperarse eliminando
de ella toda la maldad, debe purificarse. La purificación es un esfuerzo humano que no requiere
ayuda externa sino que es el resultado del propio esfuerzo individual. Una vez alcanzada la
purificación se alcanza el éxtasis, la comprensión de que no hay mediación entre el Uno y el
individuo; se alcanza la plenitud del ser, se asciende hacia el Bien. Se trata de un contemplar
que implica unión con lo contemplado, en la que no cabe la distinción sujeto-objeto. Pero la
unión definitiva con la divinidad, que será eterna, sólo acontece tras la muerte.
EL ALMA HUMANA: CULPA Y PURIFICACIÓN

Siguiendo a Carlos Garcia Gual en el libro La Filosofía Helenística, si el mundo es perfecto


porque procede de lo Uno, ¿por qué hay seres que sufren y otros que gozan?

La realidad divina, la verdadera realidad, finaliza con el Alma, incorpórea. A partir de aquí se
entra en el mundo de tinieblas, el sensible. Lo incorpóreo genera lo corpóreo, el Alma se
encuentra entre dos mundos y en este terreno intermedio se encuentran los seres humanos. El
ser humano está formado por la parte espiritual, el alma, y la parte corruptible, la materia, el
cuerpo. En Enéadas VI Plotino habla de tres hombres, lo que hay que entender en el sentido de
que hay tres almas o, más exactamente, y dado que para Plotino el alma es una naturaleza una
y simple, como que hay tres potencias del alma. El primer hombre es el alma considerada en su
unión con la Inteligencia-hipóstasis; el segundo hombre es el alma en tanto que capaz de
pensamiento discursivo (intermedio entre lo sensible y lo inteligible); el tercer hombre es el
alma en cuanto que vivifica al cuerpo terrenal. Nuestra alma estaba asociada con el Alma
Universal, conocía el Bien mismo y disfrutaba de la felicidad perfecta. ¿Por qué querría el Alma
Universal descender a los cuerpos?

En los primeros tratados, Plotino habla del descenso en este sentido:


- Separarse del Uno para querer conformarse como ente separado, particularizarse,
poseerse, evadirse del Alma Universal. Se trata de una elección deliberada. El castigo es
que el alma “pierde las alas”, no desciende libremente al cuerpo que le es apropiado
sino que obedece a una ley universal que le dirige donde se le necesita para vivificarlo y
dirigirlo hacia la virtud.
- Olvidarse de sí misma, de su origen, del Uno, y someterse a las exigencias del cuerpo, a
las pasiones, lo que conlleva a que el ascenso a los niveles superiores se paralice.

Se trata de un mal, de una doble culpa del Alma.

En los siguientes, se corrige, y el descenso se produce por cumplir con la procesión,


explicándose por la infinita potencialidad del Uno y se introduce en el cuerpo preciso. En este
caso, el descenso no sería voluntario ni podría deberse a una elección, no puede deberse a una
culpa. De hecho, Plotino afirma que el descenso puede ser algo maravilloso, la bajada no es un
mal, sino “iluminación de lo de abajo” por haber sufrido la experiencia del mal y haber
adquirido una clara consciencia del Bien.

El alma, elevándose, deviene Inteligencia porque si el Absoluto en sí es el Uno, en el ser humano


la tendencia es hacia Él. La purificación consiste en desvincular al alma de las cosas del cuerpo,
las cosas sensibles, evitando toda clase de faltas, es ese deseo de reunificarse con el Uno, con lo
divino, con el Bien, eliminando las diferencias que nos separan de él mediante la Dialéctica o
mediante los caminos extrarracionales platónicos de la Belleza, Amor y del Arte.

El retorno dialéctico, la huida, se da en dos etapas, la que discurre desde el mundo sensible al
inteligible y una vez que el Alma ya está en el mundo inteligible, mediante el proceso
epistrófico, retorna al Uno.

En la primera etapa el alma debe liberarse del cuerpo, que es materia, y de las sensaciones,
pasiones, etc. Esto se consigue con el recogimiento, la soledad, el desprendimiento de todo, se
llega así a la imperturbabilidad estoica; el alma se vacía de todo para así dejarse poseer por el
Bien. También se consigue mediante la práctica de las virtudes. Plotino distingue las virtudes
cívicas/políticas (prudencia, fortaleza, templanza y justicia) cuya función es controlar los
apetitos y pasiones y por encima, la sabiduría. Por encima de éstas están las virtudes
purificativas, que separan afectivamente el alma del cuerpo, de las cosas superfluas. Por último,
las virtudes paradigmáticas, que ponen al ser humano, al alma en disposición de contemplar las
ideas inteligibles. Luego, se abre paso la vía racional de acceso al Bien.

Plotino recalca que los seres humanos son objeto de apetitos (quieren cosas, les gustan
cosas...), pero que no sufren inadvertidamente estos apetitos, sino que tienen la capacidad de
tomar conciencia de ellos, de hablar de ellos e incluso, como hacen los filósofos, de clasificarlos
o recomendar medidas para mitigarlos. El ser humano virtuoso va tras lo que verdaderamente
tiene valor, por lo que Plotino divide a éstos en: virtuosos y la mayor parte de los seres
humanos. Éstos, a su vez, se dividen entre los que desde su estado no virtuoso respetan la
virtud, participan algo de ella, y el resto, la mayoría, que olvidándose de la virtud, producen los
males y serán causantes de las desgracias por las que serán juzgados. La transformación total de
la vida interior corresponde a las virtudes purificadoras y paradigmáticas.

Una vez purificada el alma, se conocerá a sí misma como parte del alma universal, como parte
de lo divino. Sintiéndose iluminada por la Inteligencia, verá en sí lo que de divino posee y, a
partir de este momento, se producirá la unión, la identificación total con el Uno, el éxtasis, la
comprensión de que no hay mediación entre el Uno y el individuo; se alcanza la plenitud del ser
(el alma debe adherirse a esta luz, no por medio de la luz de otro ser sino por ella misma,
porque aquello que la ilumina es lo que ella debe contemplar…¿Cómo se hace?..Despójate de
todo!). En el éxtasis, el Alma se ve deificada y colmada de Uno. Es un contemplar que implica
unión con lo contemplado, una identificación total en la que no cabe la distinción sujeto/objeto.
En este punto adquiere sentido el tema de la huida, pues Plotino cree posible abandonar lo
sensible y lo material en vida del hombre: la felicidad, que es el fin último del hombre, debe ser
posible en esta vida. La unión mística con la divinidad es "natural", al menos en la medida en
que se conquista sin necesidad de una gracia especial por parte de la divinidad. Pero la unión
definitiva con la divinidad, que será eterna, sólo acontece tras la muerte.

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