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MAESTRÍA EN PSICOTERAPIA HUMANISTA

LOGOTERAPIA
Antología

María Isabel Solís Pulido


Compiladora

2012
Elaboración de Antología para IUCR.

Responsable: Ma. Julia Serrano V. Directora de Investigación.

Elaborado por: Ma. Isabel Solís Pulido.

Edición: DPO, Instituto Universitario Carl Rogers, Puebla.

Este material ha sido elaborado con propósitos didácticos, sin fines lucrativos.

Se reservan los derechos de uso para IUCR, Puebla.

D.R. © DPO, Instituto Universitario Carl Rogers, 2012.


Contenido

Objetivos del módulo

Criterios de evaluación

Presentación

Capítulo 1
Viktor Frankl 1

1.1 La madre: la bondad en persona 2


1.2 El padre: la justicia en persona 12
1.3 Un momento de reflexión 25
1.4 El trasfondo social 27
1.5 Infancia y juventud 32
1.6 En la búsqueda espiritual de sentido 38
1.7 El nacionalsocialismo y la deportación al campo de concentración 60
1.8 La <<vida después>> 82
1.9 El éxito internacional 91

Capítulo 2
Introducción a la Logoterapia 93
2.1 El ser humano en la Logoterapia
2.2 La libertad y la responsabilidad 95
2.3 Los valores 98
2.4 La intencionalidad 99
2.5 La transitoriedad de la vida 100
101
2.6 La voluntad de sentido 102

Capítulo 3
El sufrimiento en la Logoterapia 104
3.1 Sufrimiento con sentido y sin sentido
3.2 Sufrimiento necesario e innecesario 107
111
Capítulo 4
Escuela Vienesa
113
4.1 Frankl y Sigmund Freud (1856-1939)
4.2 Frankl y Alfred Adler (1870-1937) 113
4.3 Síntesis 120
122
Capítulo 5
Los métodos de la Logoterapia 125

5.1 Los grupos de neurosis según Viktor E. Frankl 125


5.2 El origen de las neurosis de ansiedad 135
5.3 La curación de las neurosis de ansiedad 140
5.4 Jaque al carácter neurótico obsesivo 151
5.5 Un poco de falta de amor: la histeria 161
5.6 Salvación mediante renuncia 171
5.7 Un esbozo multidimensional contra las adicciones 177

5.8 Trastornos de la conducta alimentaría: un complejo problemático 183


con dos raíces
5.9 Evitar las lesiones iatrógenas 186
5.10 El acompañamiento de enfermos somatógenos/endógenos 195
5.11 Incapacidades por trastornos somáticos graves 196
5.12 Incapacidades por trastornos psicóticos 199
5.13 La depresión endógena 200
5.14 La esquizofrenia 201
5.15 Dominar los golpes del destino 206
5.16 Neurosis y depresiones noógenas 213
5.17 Salir del vacío existencial 220
5.18 Cómo se generan los trastornos del sueño y las disfunciones sexuales 228
5.19 Una receta contra el egocentrismo 234
5.20 Prevención y seguimiento 242
5.21 La pregunta sobre el sentido del sufrimiento 248
5.22 El sistema de valores personal 249
5.23 El criterio de prioridad 250
5.24 La transitoriedad de la vida 252

Capítulo 6
Conceptos básicos de logoterapia 255

6.1 Voluntad de sentido 256


6.2 Frustración existencial 259
6.3 Neurosis noógena 260
6.4 Noodinámica 263
6.5 El vacío existencial 264
6.6 El sentido de la vida 266
6.7 La esencia de la existencia 267
6.8 El sentido del amor 269
6.9 El sentido del sufrimiento 270
6.10 Problemas metaclínicos 273
6.11 El suprasentido 275
6.12 La transitoriedad de la vida 277
6.13 La Logoterapia como técnica 279
6.14 La neurosis colectiva 285
6.15 Crítica al Pandeterminismo 286
6.16 El credo psiquiátrico 288
6.17 La psiquiatría nuevamente humanizada 289

Capítulo 7
Grupos compartidos 290
7.1 Lineamientos generales 291
7.2 Responsabilidades de los miembros del grupo 291
7.3 Responsabilidades de los facilitadotes 292
7.4 La sesión de apertura 296
7.5 El proceso del grupo 297
7.6 Logodrama 299
7.7 Efecto de retroalimentación. 303
7. 8 El sentido a través de los libros 304
7. 9 Grupos de derreflexion 305
7.10 Grupos de meditación 306
7. 11 Ejercicios finales 307

Objetivo del módulo

Adentrarse en las bases conceptuales en las que se fundamenta la Logoterapia, así como
en las herramientas psicoterapéuticas que propone; para que mediante su conocimiento,
estudio y manejo, se enriquezca tanto la parte personal como profesional de los alumnos
y se posibilite a los alumnos al manejo y práctica de los mismos, tanto en la parte teórica
como en la vivencia para fortalecer y potencializar su personalidad y decisiones
trascendentes de vida.

Temas y objetivos específicos

Biografía de Viktor Frankl


Conocer y abundar en la vida del creador de la Logoterapia Viktor Frankl para percatarnos
de todos los momentos noéticos de su existencia que pueden alumbrar y ser semejantes
en cuanto a la vivencia, fuente de inspiración y ejemplo para nuestra existencia

Experimentum Crusis (Experiencia en el campo de concentración)

Descubrir la objetividad del relato de su experiencia en 4 campos de concentración donde


nos muestra su actitud de no juzgar a sus captores y sin embargo ver los rasgos de
humanidad y sentido que se tienen aún bajo esas circunstancias

Conceptos básicos de la Logoterapia


Adentrarse en el estudio y comprensión de dichos conceptos que llevados a la práctica
pueden planificar nuestra vida cotidiana.

Grandes Temas
Libertad
Tomar conciencia de que somos libres de elegir, a pesar de nuestras circunstancias de
que no estamos determinados, y que la última de nuestras libertades es el “cómo vamos
a vivir” lo que se nos presente en nuestra vida.

Responsabilidad
Asumir que la libertad va de la mano de la responsabilidad y que esta última no es
necesariamente una obligatoriedad, es decir, que vamos a responder desde donde
podemos y no desde donde debemos.
Conciencia
Descubrir que la conciencia o el “darse cuenta” es el órgano del sentido, es decir es la
brújula que guía nuestros pasos y decisiones.

1. Conceptos Básicos de la Logoterapia


Profundizar en los conceptos que dan soporte a este enfoque humanista para su
comprensión y manejo.
o Vacío existencial
o Homeostasis
o Trascendencia
o Análisis existencial
o Canción: “Color esperanza”
o Elaboración de relatoría.

2. Libertad (primera parte)


Tomar conciencia de que somos libres de elegir a pesar de nuestras Circunstancias de
que no estamos determinados y que la última de nuestras libertades es el “cómo vamos a
vivir” lo que se nos presente en nuestra vida
o Concepto de libertad.
o Concepto de elegir
o Concepto de decidir
o Ejercicio interpreta el cromo
o Reflexión.
o Película: “La sociedad de los poetas muertos”
o Elaboración de relatoría.

3. Libertad (segunda parte)


o Libertad anteK
o Libertad paraK
o Libertad en la primera dimensión
o Libertad en la segunda dimensión
o Libertad en la tercera dimensión
o Ejercicio: elabora un garabato
o Elaboración de una relatoría

4. Responsabilidad (primera parte)


Asumir que la libertad va de la mano de la responsabilidad y que esta última no es
necesariamente una obligatoriedad, vamos a responder desde donde podemos y no
desde donde debemos
o Definición de responsabilidad.
o Responder desde los “debeismos”
o Responder a las consecuencias de las decisiones
o Definición de co-responsabilidad
o Canción: “A mi manera”
o Elaboración de relataría

5. Responsabilidad (segunda parte)


Asumir que la libertad va de la mano de la responsabilidad y que esta última no es
necesariamente una obligatoriedad, vamos a responder desde donde podemos y no
desde donde debemos
o Definición de la triada neurótica masiva
o Culpa-responsabilidad
o La responsabilidad dentro de la tensión espiritual
o La responsabilidad vivida como un exceso y carencia
o Película: “Los puentes de Madison”
o Elaboración de relatoría

6. Conciencia
Descubrir que la conciencia o el “darse cuenta” es el órgano del sentido, es decir es la
brújula que guía nuestros pasos y decisiones
o Definición de conciencia
o Conciencia –me doy cuenta
o Pérdida de instintos
o Pérdida de tradiciones
o Película: “Equilibrio”
o Elaboración de relatoría

7. La tridimensionalidad
Reconocer que nuestras respuestas ante la vida pueden darse desde los tres niveles del
ser humano
o Definición de tridimensionalidad
o Dimensión física
o Dimensión psíquica
o Dimensión espiritual
o Ubicación dentro de la noodinámica
o Análisis y discusión de casos
o Elaboración de la relatoría

8. Ideas centrales sobre el libro El Hombre en busca de sentido 1ª parte


o Leer y reflexionar sobre la obra cumbre de Frankl para su aplicación personal.
o Consideraciones sobre la obra
o Exposición por equipos de la primera parte del libro
o Reflexión: ¿Con que pasaje se identifica mi vida?
o Elaboración de la relatoría

9. Análisis del libro 2ª parte


Finalizar y concluir sobre el libro así como comentar experiencias personales las cuales
podrían ayudar a la vida diaria

Criterios de evaluación

Asistencia: 15%

Participación en clase: 35%

Tareas: 20%

Ensayo final: 30%

Requerimiento: elaborar dos preguntas por cada capítulo


Presentación

La presente antología, contiene un recorrido por la fascinante vida y obra de Viktor


Frankl, un judío-vienés, que vivió en 4 campos de concentración durante la 2ª
Guerra Mundial y fue el creador de la Logoterapia, un enfoque humanista que se
centra en la búsqueda del Sentido.

Lo asombroso es que este médico-psiquiatra desarrolló su propuesta años


antes de su internamiento y debió ponerla en práctica una vez que se encontró en
los campos de exterminio; éstos se convirtieron, sin proponérselo en su
laboratorio, experimentum crucis.

La intención es que te impregnes de la filosofía frankliana, que manejes sus


valiosas herramientas, que al ponerlas en práctica cotidianamente te posibiliten
descubrir tu sentido de vida y ayudar a otros en esta tarea.

“Sí a la vida a pesar de todo”, una máxima de Frankl, que invita a los
lectores a introducirse en esta antología para conocer a fondo, los planteamientos
de este gran autor.

Ma. Isabel Solís Pulido


Logoterapia 1

CAPÍTULO 1

VIKTOR FRANKL (1905-1997)

A Frankl le gustaba narrar su vida como una forma


polifacéticamente entretejida. Aplica de manera íntegra
este procedimiento que le acredita como filósofo
existencial y fenomenólogo, preocupado por el ser de las
cosas. Tanto si cuenta una anécdota como una broma,
una reflexión o un período abrumador de su vida, por
todas partes los elementos conmovedores debían resultar
visibles. Es en la descripción del desarrollo de una vida
donde mejor se revelan estos elementos, más que en una
cartografía que detalla hechos históricos aislados.

Por cierto, el curso de una vida muestra mejor a la persona en relación con su
realidad y su destino (el destino que ella debe conquistar), porque sus rasgos
característicos se destacan como generales y la situación particular del modelo que
perdura contrasta más claramente con el trasfondo cambiante de los
acontecimientos. Por todo ello, Frankl prefería representar su vida como una
narración. No se atiene necesariamente al transcurso de los acontecimientos. Pasa
por alto grandes períodos de su vida y enlaza recuerdos de la niñez con sucesos de
los años de madurez o experiencias de la vejez. Le interesa, principalmente, poner
de manifiesto a la persona: cómo piensa, decide, sufre, siente y actúa; cómo fue,
creció, maduró y adoptó una posición.

Nuestro procedimiento se mueve en el espíritu de Frankl, al no ordenar su vida por


años ni reflejar su desarrollo cronológico. Queremos destacar lo que hay de relevante
y característico en su biografía. Nos ocuparemos de los sucesos y veremos cómo
Logoterapia 2

repercutieron en su vida, su ambiente y su obra. No es necesario repetir lo que ya el


mismo Frankl apuntó de manera tan viva y gráfica en su Autobiographischen Skizze
y en su último libro, Was nicht in meinen Büchern steht (1995). Nos servimos para la
redacción de este trabajo de algunos pasajes de la primera biografía sobre Frankl
que Guillermo Pareja escribió en español y que contiene muchos relatos del mismo
Frankl. Algunos datos biográficos provienen del libro Ósterreicher, die der
Weltgehüren. De especial ayuda fue el primer manuscrito de Was nicht in meinen
Büchern steht que Frankl me entregó en octubre de 1985 para su uso póstumo y que
contiene algún material inédito y muchas reflexiones espontáneas no redactadas.

Estos textos nos han servido como auténtico material de datos, aunque no fueron
sometidos a posteriores revisiones biográficas ni históricas. Se completan con
informaciones, relatos y acontecimientos que me eran accesibles a través de otras
fuentes, en especial sus libros y conferencias, o que conocí por boca del propio
Frankl.

Para una mejor orientación sobre la vida de Frankl y para consulta, se ha


confeccionado un repaso de sus datos biográficos y de los períodos más
importantes.

1.1 La madre: la bondad en persona

Frankl comienza sus dos biografías dedicando unas palabras a su madre:


«Mi madre proviene de una familia patricia establecida en Praga desde largo tiempo.
El poeta alemán Oskar Wiener, nacido en Praga e inmortalizado por Meyrink en su
novela El Golem, era su tío, quien murió, ciego desde hacía tiempo, ante mis propios
ojos en el campo de concentración de Theresienstadt. Se podría añadir que mi
madre descendía de Rashi*, que vivió en el siglo XII, pero además de “Maharal”, el
famoso gran rabino Low de Praga, después del cual yo vendría a ser concretamente

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la duodécima generación. Todo ello se desprende del árbol genealógico que alguna
vez tuve oportunidad de consultar.»

Frankl caracterizó a su madre como «una persona de alma bondadosa y corazón


piadoso». En el manuscrito de su biografía, la había descrito en un principio como
una persona de «corazón bondadoso» y «alma piadosa», y luego invirtió los términos
corrigiendo a mano la formulación. La descripción original de «corazón bondadoso y
alma piadosa» era más personal e íntima. Se refiere a una bondad que brota del
corazón y que puede percibirse en el contacto directo con la persona. Además, la
describe como una mujer cuya fe emana de un alma piadosa. De esta manera, su fe
se atribuiría al «alma», que por cierto es más espiritual que el corazón, y de éste, en
cambio, que palpita en el cuerpo, provendrían su bondad y entrega.

Puesto que se trata de la única caracterización de su madre, se plantea la pregunta


de por qué Frankl habrá invertido los términos. ¿Habrá visto a su madre de un modo
distinto a como lo apuntó espontáneamente al principio? Si ella era la bondad en
persona, la bondad debiera corresponderse más con su carácter y sería expresión de
su alma, tal como bien dice el modismo: «era un alma buena». ¿Acaso el corazón de
su madre estimaba más la piedad que los vínculos humanos? ¿O es que su hijo
solamente lo percibió así, a causa de su propio carácter y su personalidad? Como
sea que lo haya experimentado el pequeño Viktor, lo cierto es que Frankl se sentía
muy ligado a su madre. Incluso ya anciano sólo tenía palabras cálidas para ella. Su
voz se volvía suave y su cabeza se inclinaba un poco cuando mostraba su retrato.
Jamás le oí decir otra cosa a propósito de su madre que no fuera: <Era la bondad en
persona>. De nuestras conversaciones me quedó la impresión de que debió de ser
una mujer comprensiva y condescendiente, totalmente sometida a la autoridad de un
marido mucho mayor que ella —lo cual era habitual por aquel entonces—, pero que
en el interior de la familia representaba, sin embargo, el polo de calidez y
tranquilidad.

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En ocasiones, Frankl decía irónicamente que parecía increíble que él como persona
también hubiera heredado algo de su madre, puesto que a primera vista nadie se
daría cuenta de su profunda emocionalidad. Lo cierto es que en las relaciones
personales —tal como yo las experimenté— sus sentimientos quedaban mucho más
escondidos que en las conversaciones con sus pacientes. Cuando se veía
enfrentado al dolor de otros se despertaban en él sentimientos de compasión. Esta
tendencia estaba en consonancia con el espíritu tan admirado por él del filósofo
Arthur Schopenhauer y con su Ética de la compasión. Desde luego, también en el
ámbito privado había determinadas oportunidades, situaciones o encuentros en los
que su emocionalidad desempeñaba un papel. Sin embargo, prefería mantener sus
sentimientos en la intimidad. Por eso, los vivió especialmente en relación con su
religiosidad, que se caracterizaba por la misma afectuosidad que conocía de su
madre. Cuando hablaba de sus creencias personales, lo cual ocurría muy raras
veces y siempre en pequeños círculos íntimos o más bien en el diálogo a solas, su
voz adquiría la misma suavidad y el mismo timbre que tenía cuando hablaba de su
madre, lo que mostraba su profunda emoción interior, que buscaba temerosa
resguardarse en la intimidad. ¿Habría calificado Frankl este rasgo de sí mismo
también como «alma piadosa y corazón bondadoso»?

Esta primera descripción de la emocionalidad de Frankl nos muestra una velada


afinidad de sentimientos con su madre. Más adelante, analizaremos en un capítulo
especial el significado de la emocionalidad en la vida de Frankl, ya que ésta tiene
una gran importancia en su biografía y aún más en su obra. A pesar de llevar el título
«Los padres», en el fondo el primer capítulo de la autobiografía de Frankl no dice
mucho de su madre. Habla más bien de sí mismo, del famoso árbol genealógico en
que figura, de su nacimiento, que no se produjo «por poco, en el famoso Café Siller»
—el mismo del que más tarde Alfredo Adler sería cliente habitual— y que coincidió
con el aniversario de la muerte de Ludwig van Beethoven. Nos cuenta de sí mismo
como niño y de su apego emocional a la casa paterna y a la madre. La descripción
de la relación con su madre culmina con la dolorosa experiencia de la pérdida,

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largamente temida y presentida, en el campo de concentración. Después de la


muerte de su padre, al que pudo acompañar en Theresienstadt hasta su última hora,
en el trato con su madre siguió el principio de «besarla, dondequiera que nos
encontráramos y cuando quiera que nos despidiéramos, para poder tener la garantía
de haber quedado en buenos términos, si por algún motivo teníamos que
separarnos». Estas pocas palabras reflejan un gran apego a la madre, que se
juntaba a un peculiar temor de quedar privado del amor de la madre por algo que
pudiera interponerse imperceptiblemente entre ellos.

¿Acaso Frankl no estaba seguro del amor de su madre? De acuerdo con sus propias
afirmaciones, no cabe ninguna duda de que el amor de su madre era duradero,
profundo, genuino y cálido. Frankl consideraba este amor como un valor de especial
significado en su vida. ¿Por qué entonces ese temor? ¿Por qué un hombre de casi
cuarenta años que estaba casado y convivía con su mujer necesitaba una seguridad
aún mayor, en realidad una garantía, que buscaba en la constante repetición del
beso de despedida? No lo sabemos. Desde luego, uno podría preguntarse si no
habría sido suficiente el amor que recibió de su madre. ¿Sería por eso que no la
describe como «corazón bondadoso» sino como «alma bondadosa»? ¿O tal vez no
se trataría tanto de su madre como de la personalidad «testaruda>, más bien
complicada, del pequeño Viktor, que le impedía vivir plenamente el amor de su
madre? Dado su carácter tozudo, parece verosímil que el hijo se mantuviera a
menudo «al margen» y creara «innecesarias» tensiones y confrontaciones que la
madre no podía resolver y ante las cuales se sentía impotente a causa de su propio
carácter. Viktor podría haber experimentado entonces una distancia con respecto a
ella —creada por él mismo— que le impidió sentirse rodeado de su amor y calor.
¿Surgiría de ahí el temor de que algo pudiera interponerse entre ellos
imperceptiblemente?

Aunque vivió encerrado en esta soledad, creada por él mismo debido a los rasgos
defensivos e inaccesibles de su personalidad, experimentó el continuo y amoroso

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calor de su madre. Puedo imaginar que Frankl le estuviese eternamente agradecido


por la perseverancia de su amor. Le hacía feliz saber que el sol de un amor materno
incondicional seguía brillando pese a las dificultades, precisamente «pese a eso».
Quizás así Frankl haya experimentado en años tempranos el valor del pese a eso,
que tan fundamental sería para su obra futura como <<poder de obstinación del
espíritu» y como sentido «pese a todo».

Para Frankl, el «pese a eso» no significaba en primer lugar la lucha, el conflicto o el


rechazo, sino ante todo la protección, la conservación de la vida y el amor. El
esquema de su «pese a eso» era «decir sí a la vida de manera totalmente
incondicional y sin reservas pese a eso, pese a todo». Él mismo había
experimentado este «pese a eso» en la actitud de su madre y lo había conservado
en el recuerdo como una cálida continuidad de la relación, casi impotente pero
insondablemente profunda. El «pese a todo» materno se juntaba a su propio «pese a
eso» delimitador y obstinado, al cual tendía por predisposición y que sin el calor
maternal hubiera podido resultar demasiado frío, incluso despiadado. Fue así que se
convirtió en el «famoso pese a eso frankliano», como ya se lo llama hoy en día en
algunas partes.

Hay que ver también una vertiente religiosa en la relación de Frankl con su madre.
Cuando se despidió de ella con malos presentimientos y previsiblemente por última
vez, le pidió su bendición y ella se la dio inmediatamente. Fue en el campo de
concentración de Theresienstadt en el momento en que él iba a ser deportado a
Auschwitz junto con su mujer, mientras que su madre tuvo que permanecer allí.
(Nadie lo sabía en ese momento, pero una semana más tarde ella también sería
deportada a Auschwitz, donde fue asesinada inmediatamente en la cámara de gas).
En el campo de concentración, debió de pensar a menudo en su madre. No sabía
que ya estaba muerta, pero siempre que pensaba en ella se le imponía
«inevitablemente la idea de que lo único apropiado hubiera sido, como suele decirse,
ponerse de rodillas y besar la orla de su vestido». Frankl manifiesta aquí la

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veneración por su madre de un modo conmovedor. El gesto de querer besar la orla


de su vestido, como lo único apropiado para ella, eleva la relación también a un
plano religioso-ritual. Es la expresión de la veneración de una santa.

Estas afirmaciones tienen un efecto peculiar en mí. Tanta veneración me conmueve


profundamente y me remite a la relación con mi propia madre. « ¿Qué me pasaría a
mí? ¿Podría hablar de la misma manera de mi madre? ¿No debería yo también
poder hablar así de ella? ¿Sería así un hijo o una hija agradecido? ¿Acaso no sería
éste el ideal?» Tales preguntas me asedian y me hacen sentir un poco culpable. Me
doy cuenta de que no tengo esa relación de veneración con mi madre. Pero si me
pregunto cómo es y cómo me gustaría que fuera mi propia relación con mi madre,
descubro que desearía que fuera más próxima que la que describe Frankl. Yo no
hubiera querido besar la orla de su vestido sino sus mejillas. Quisiera estrecharla en
mis brazos y tal vez besarle las manos. Así tendría la sensación de que se trata de
una forma de expresión apropiada para ella y para mí. Inclinarme ante mi madre y
besar la orla de su vestido me resultaría demasiado idealista, demasiado alejado de
la vida real.

De esta manera ella adquiriría para mí un carácter sagrado, se convertiría en una


virgen, intocable, inalcanzable, intangible. La respetuosa distancia que se abriría
entre nosotros me haría pensar que en el fondo soy indigno de ella y que su amor
hacia mí sólo depende de su favor y de su gracia.

Dada la desigualdad entre las vivencias del autor y del lector, es necesario
preguntarse cómo hay que entender el gesto y el sentimiento de Frankl. Sin duda se
trata de una expresión de la mayor veneración. Este gesto de un hombre que creció
«todavía bajo el imperio austro-húngaro» y que pudo haber sentido la subordinación
como algo natural y por tanto apropiado, ¿le era desde pequeño usual y evidente?
¿Era Frankl, en su comportamiento social, un niño del siglo XIX atento a respetar la
etiqueta? Indudablemente incidía en él la influencia de su propia época, que se

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mostraba también en otros detalles de su conducta, como el cumplir estrictamente


las normas de cortesía o tratar a los amigos por su título durante discusiones en
público. Pero al mismo tiempo, en su vida racional era un ilustrado, de espíritu
progresista y joven, que se situaba políticamente en la izquierda. La relación con sus
padres, sin embargo, (como él mismo lo admitió posteriormente) siguió siendo
tradicional.

No es fácil dilucidar, a partir de estas pocas palabras de Frankl, en qué se basaba la


relación con su madre. Tampoco puedo evaluar hasta qué punto ejerció un papel la
proverbial «jiddische Mame» como «la mejor de todas las madres». Se la
consideraba una matriarca a la que el hijo quedaba subordinado de por vida y de la
que en verdad nunca podía despegarse del todo”. La mayoría de los chistes que
aluden a esta típica relación madre-hijo toman como blanco esta íntima unión, o bien
las lamentaciones de la madre que se toma muy mal el intento de emancipación del
hijo, ya que ella lo hace todo por él, por lo que él no necesita más independencia. En
cualquier caso, en Frankl llama la atención esta especie de enaltecimiento de la
madre que le atribuye el carácter de santa.

¿Acaso se debe este enaltecimiento al aislamiento, al frío y la indescriptible miseria


del campo de concentración, donde Frankl recuerda a su madre, añora su calor y
llega a sondear sólo en aquel momento en toda su profundidad lo que ella le había
dado y lo que había significado para él? ¿Se trata entonces de la expresión de un
agradecimiento retrospectivo, rayano en el sentimiento de culpa y por eso
desbordante, del que toma conciencia en aquel momento? No resulta difícil imaginar
esta constelación de causas, sobre todo conociendo la circunstancia de la muerte.

¿O era una relación de veneración ya desde antes experimentada, en la que siempre


dominó la distancia, en la que las necesidades infantiles de cercanía y ternura
quedaron insatisfechas de modo que esta carencia de una cercanía se trató de
compensar al nivel espiritual justamente por medio de la veneración, del «estar en

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buenos términos» y de la bendición materna? También hay algunos argumentos a


favor de esta hipótesis: Frankl empieza a escribir sobre su madre más bien en forma
de una genealogía de su origen y no expresa ninguna vivencia personal o corporal
de cercanía, aparte de la conmovedora escena de despedida. Se describe a sí
mismo como un niño «fastidioso», al que la madre solía cantar una canción de cuna
que decía «Cálmate de una vez, desgraciado». En el manuscrito no revisado, Frankl
escribe que la madre llegó a llamarle «asqueroso», según ella misma le contó más
tarde. Es posible imaginar ciertas tensiones y agresiones maternas. También resulta
llamativa la nostalgia que sentía como hombre adulto, ya médico especialista en
neurología y psiquiatría. Si no recuerdo mal, Frankl me dijo que hasta su casamiento
dormía en casa de sus padres, al principio una vez por semana, luego una vez al
mes y por último una vez al año, el día de su cumpleaños.

Sea como fuere, la madre también tenía apego por Frankl. Según su relato, cuando
se despidió de ella en Theresienstadt: «le pedí en el último momento: “Por favor,
dame tu bendición”. Y jamás olvidaré cómo —casi con un grito que surgía de lo más
profundo y que sólo puedo calificar de ardiente— dijo: “Sí, sí, te bendigo” y me dio su
bendición». La madre, visiblemente, conmovida y afectada, accedió al deseo del hijo.
Fue un aullido, un profundo y «ardiente» aullido, con el que pudo vivir por última vez
su maternidad frente a Viktor. Todos los detenidos en Theresienstadt sabían que la
deportación a Auschwitz significaba la muerte, porque allí estaban las cámaras de
gas, que no existían en Theresienstadt. Durante su internamiento en este campo
Frankl lo sabía. Lo que describe aquí es una imagen que corresponde al tipo del
stabat mater, ver al hijo partir hacia la muerte es probablemente la experiencia más
terrible que pueda atravesar una madre. En el primer borrador del texto, Frankl
apunta su impresión de ese grito de su madre con una precisión aún mayor: «He
llamado ardiente a ese grito, pero quiero ir más lejos: fue animal, como de un animal
en celo». Y añade que si la palabra no estuviese tan desgastada por cierto método
psicoterapéutico, diría que se trató de un grito «primario».

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Estos comentarios se omitieron en la edición publicada de su biografía. Era probable


que se malinterpretaran y enturbiaran la imagen de su madre. Podrían haber dado
lugar a reproches: ¿Cómo se puede comparar la última impresión de la madre en un
momento casi sagrado con un dolor que ya no era humano sino de un animal en
celo? Alguien podría pensar que Frankl estaba profanando la imagen y la persona de
su madre y que se mostraba como un investigador de la naturaleza sin corazón, que
no se detenía ni ante la gracia del último momento y el amor sagrado de una madre,
sino que lo sacrificaba sin respeto alguno a la clasificación científica. Esta clase de
crítica no haría justicia a su persona y no acertaría la verdad. Por eso fue justificado
que ese pasaje no se publicara, dado que requería una contextualización o un
comentario.

Una vez Frankl me contó personalmente esta escena de despedida con su madre
casi con las mismas palabras. Su voz se volvió muy baja, opaca, quebrada, como si
se avergonzara de lo que decía. Sin embargo, había en él una fuerte determinación,
una voluntad de veracidad, una convicción de que no debía avergonzarse. Pues en
lo que decía precisamente no había enjuiciamiento alguno ni clasificación ni
distanciamiento científico e impersonal, sino una profundísima y dolorosa impresión.
A pesar de la relación de veneración que sentía y de lo trágico de la situación de ser
deportado hacia una muerte casi segura en Auschwitz, la emoción de su madre fue
para él una percepción inesperada. Por eso, este aullido le llegó con todo el impacto
de la amenaza que la madre sentía por su hijo en aquel momento. En este aullido
percibió la indescriptible e insondable profundidad de la relación de una madre con
su hijo, una profundidad que a través de lo espiritual y mental está como corporizada
en ella y fundida con su carne. La pérdida de un hijo daña a una madre a un nivel
aún más profundo que el inconsciente individual o el inconsciente colectivo
arquetípico, precisamente por fundarse en la existencia corporal y física que tenemos
en común con los animales. Frankl reconocía y respetaba personalmente el profundo
anclaje del hombre en la naturaleza, aunque no lo desarrollara en su teoría (hay
pocas observaciones suyas en este sentido). Por eso, en discusiones no tenía

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Logoterapia 11

reparos en afirmar que al ser humano no le faltaba nada del animal, si bien al animal
le faltaba todo lo que constituye al ser humano.

Como persona, Frankl se distingue precisamente por su espíritu despierto, abierto y


alerta que le permitía hacer observaciones extremadamente agudas. A veces
percibía y comprendía con una rapidez increíble, fenómenos cuyo significado
permanecía cerrado para otros. Por supuesto que esta capacidad se mantenía
dentro de límites humanos y nunca llegué a saber del todo, por ejemplo, hasta qué
punto podía aplicarla a sí mismo. Sin embargo, en la conmovedora escena de la
despedida con su madre, la persona de Frankl se nos muestra en toda su
envergadura: el dolor de la despedida, la relación con su madre espiritualmente
enaltecida, quizás idealizada, el intento de elevar a un plano religioso el amor y la
relación para arrebatarle su carácter efímero y llevarse consigo su fuerza y efecto en
forma de una bendición. Aun así, en sus percepciones conservaba una objetividad y
sinceridad casi desapasionadas, a las que no sacrificaba jamás a sentimentalismos
eufemistas.

Me sentí profundamente conmovido cuando Frankl me contó esta historia. Lo que me


conmovió fue la situación descrita, me conmovió ese grito primario de una madre, me
conmovió la valentía de Frankl al mostrarse franco en esa dimensión de la
experiencia. Después del relato, Frankl, algo inseguro, me preguntó si podía creer lo
del aullido de un animal en celo. Estaba inseguro y con un dejo de pudor, porque no
sabía si algo así era realmente comunicable y entendible para quien no lo hubiera
vivido. Tenía dudas de si este abismo entre la pasión animal y lo puramente espiritual
pudiera salvarse con el lenguaje. Yo podía comprenderlo muy bien y sentirlo como él.
Por eso, me atrevo a reproducirlo aquí, lo cual además está legitimado por la
intención de Frankl de autorizar su publicación dentro de un marco adecuado.

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Logoterapia 12

1.2 El padre: la justicia en persona

Frankl creía con razón que salía más al padre que a la madre, cuyas personalidades
eran opuestas. Mientras que ella era la bondad en persona; suave, compasiva,
afectuosa, con un corazón piadoso; al padre le describe como espartano en su estilo
de vida, ahorrativo —aunque no avaro—, con una estricta conciencia del deber y
rígidos principios, «dogmático hasta la pedantería, pero sobre todo hasta la
terquedad». Frankl admiraba en su padre el alto sentido de justicia, a pesar de que
sus sentimientos abarcaban un amplio espectro y podían oscilar entre el estoicismo y
el mal genio. Una vez quebró un bastón de paseo o de alpinismo aporreando a Viktor
en un arrebato de cólera.

Los viernes por la noche el padre «obligaba» a sus dos hijos, Walter y Viktor, a leer
en voz alta una oración en hebreo. Dado que ninguno de los dos había asistido
nunca a una escuela de Torá ni había aprendido hebreo más que en casa con el
padre, en raras ocasiones les era posible leer las oraciones sin errores, cosa que, sin
embargo, el estricto padre consideraba muy importante. Sabiamente, no impartía
castigos a sus hijos para motivarles al máximo rendimiento, sino que les privaba de
la paga prometida. Sólo les daba los diez céntimos, relata Frankl, «si podíamos leer
el texto con total y absoluta fluidez», lo cual no ocurría más que un par de veces al
año.

Al igual que la madre el padre era muy religioso. Pero mientras que Frankl destacaba
en ella la actitud de «corazón piadoso» de su religiosidad, en el padre describe el
modo estricto en que se atenía a los preceptos rituales. Rehusaba, por ejemplo, toda
comida que no fuera koscher* —hasta la primera guerra mundial—, observaba las
fiestas judías con la mayor precisión y prefería arriesgarse a una sanción disciplinaria
(a pesar de su férrea conciencia del deber) antes que obedecer a su jefe de sección
en el Ministerio, que le ordenaba presentarse a servicio y trabajar el día de la mayor

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Logoterapia 13

fiesta judía, Jom Kippur. La fe era lo más importante para él, seguida de sus
principios.

No obstante, la religiosidad del padre no puede ser calificada de ortodoxa o acrítica.


Frankl le describe como un «judío reformista», crítico, liberal, que sabía defender
abiertamente su independencia ideológica y mantenerse a prudente distancia de las
influencias humanas en la religión.

Además de su lealtad de principios, de su apego por la tradición religiosa y de su


desacuerdo intelectual con el judaísmo, el padre estaba imbuido de una profunda
sumisión a Dios. Esta sumisión se pone de manifiesto de un modo conmovedor
durante su marcha hacia Theresienstadt, cuando el anciano de ochenta años le dice
sonriendo un par de veces a la gente que se hallaba al borde del pánico: «Conservad
la serenidad, Dios nos asistirá». También me parece que está presente la sumisión a
Dios en la que era su máxima: (Me mantengo en calma, como Dios manda».
Después de su muerte, un rabino que le había conocido bien le aseguró a la madre
de Frankl que su marido había sido un hombre justo, un zaddik—refiriéndose
seguramente a que había llevado una vida piadosa, vivida de acuerdo con la
tradición judía.

En el contexto de la religiosidad, el «dogmatismo» del padre adquiere otra faz. Frankl


dijo posteriormente que debía limitar ese juicio y explicarlo como «lealtad de
principios», pues más tarde el padre ya no se atenía a ellos de un modo tan rígido,
sino que estaba abierto a la mentalidad liberal y a un judaísmo reformado. De igual
modo, el estoicismo atribuido al padre fue sometido a corrección por parte de Frankl
Si bien la tranquila serenidad del padre se vio limitada durante años por la cólera, en
la vejez pudo ampliarse gracias a su inquebrantable sumisión a Dios. Los dos rasgos
más destacados del carácter del padre, el rigor de sus principios y el estoicismo,
cambiaron pues a mejor, en opinión de su hijo, a través de la religión. Gracias a su
afecto religioso hacia Dios, el padre pudo alcanzar ese progreso más allá de su

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Logoterapia 14

«destino psíquico» y descubrir un crecimiento personal que le permitió «madurar».


En este «crecer más allá de sí mismo, llegó a madurar en sí mismo», para emplear
una formulación de Frankl referida al «hombre doliente» que seguramente podría
aplicarse a su padre en este punto. Me parece que este vuelco de la personalidad del
padre fue para Frankl un modelo de lo que debía lograr una «psicoterapia desde lo
espiritual»: la logoterapia, tal como él la entiende.

Lealtad de principios y estoicismo, además de perfeccionismo que podía llegar a la


pedantería: así describió Frankl su «herencia caracterológica». A ella corresponden
tanto su sed de conocimientos en vastos órdenes, como el gusto por el detalle y
también el sufrimiento por las privaciones y renuncias debidas a una gran exigencia
consigo mismo. En esta predisposición de su personalidad, Frankl ve el secreto de
su éxito. Convirtió sus dotes en principios de actitud espiritual: hacer las cosas más
pequeñas con la misma meticulosidad que las más grandes (perfeccionismo); las
más grandes, en cambio, con la misma calma que la más pequeñas, en el menor
plazo posible (estoicismo); y cumplir, por principio, con lo desagradable antes que
con lo agradable.

Estas características paternas de la personalidad de Viktor se vieron reforzadas por


la educación. Los documentos escritos no permiten inferir hasta qué punto tomó
como modelo a su padre o se distanció de él durante la pubertad, al menos dentro de
lo que era posible para los años que siguieron a la primera guerra mundial. En todo
caso, su autobiografía, en la primera versión particularmente, tiene un tono crítico. En
ella es posible percibir por parte del hijo un espíritu de confrontación, aunque sin
llegar a causar un efecto exagerado ni a tornarse acusador o condenador en ningún
momento. Frankl traza el cuadro de un hombre estricto que no facilitaba las cosas a
su hijo y que exigía mucho de él; pero que, a la vez, le trataba con equidad y
corrección, y se alegraba secretamente de sus ambiciones profesionales (porque en
el hijo podía ver cumplido su propio deseo de ser médico). Los contornos más
destacados de la figura del padre se suavizaron y dulcificaron con la edad.

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Logoterapia 15

Casi no es posible hablar de una idealización del padre, tal como la que veíamos en
el caso de la madre, con excepción tal vez de las afirmaciones del rabino que le
califica de «hombre justo» durante la conversación de pésame con la madre. Sin
embargo, Frankl anula pronto este pequeño principio de idealización, al poner junto a
las grandes palabras del rabino su propia impresión infantil.

El padre era para el hijo una autoridad que podía servirse de él para cumplir su
propia voluntad. Imponía pautas claras a sus hijos y a su mujer —mucho menor que
él— en cuanto al modo de vida y la actitud religiosa. Dicha conducta paterna
concuerda con la visión del mundo que tuvieron después el muchacho adolescente y
el hombre joven (aunque es cierto que esa visión proviene también de un espíritu de
la época caracterizado por el sometimiento a las autoridades, la disciplina, el dominio
de sí mismo, la lealtad hasta la muerte a Dios y a la patria). Así se explica que Viktor,
a pesar de la similitud de caracteres, haya sentido por su padre una veneración que
le llevó a emularle más que a rebelarse contra él. Se supone, pues, que Frankl
asumió estos «rasgos paternos de sí mismo», aprendió a vivir con ellos y logró
volverlos fructíferos en su propio provecho. De este modo, ya no debió disputárselos
al padre. Sin embargo, hasta la vejez habrá permanecido dolorosamente grabado en
su memoria cierto rigor de la conducta paterna. De allí se deriva cierta actitud de
confrontación hacia el padre que es posible percibir en su autobiografía.

Si la relación fue tal como yo me la figuro, dudo que el padre —dada su observancia
de la lealtad de principios, de la conciencia del deber y de la perfección— haya
reconocido la genialidad de su hijo adolescente y haya podido estar a su altura. Ya
desde el instituto, una tendencia a la autonomía impelía al joven Viktor a estar fuera
de casa. Tomaba clases en la Universidad popular y se empleó como funcionario al
servicio de los estudiantes socialistas de bachillerato. Esta circunstancia llegó a ser
determinante para su desarrollo intelectual, dado que por aquel entonces conoció a
muchas personalidades interesantes, algunas de las cuales desempeñaron altos
cargos políticos después de la segunda guerra mundial. Con ellos podía «discutir

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Logoterapia 16

sobre Dios y sobre el mundo», según dijo más tarde. Encontró interlocutores para
tratar cuestiones políticas, sociales, psicológicas, médicas, filosóficas y teológicas. El
tema sobre el que más se discutía era el psicoanálisis que, al estar mirado con malos
ojos por el mundo académico de ese momento, traía aparejado un cierto aire
subversivo y, por eso mismo, particularmente interesante para la juventud. Como es
lógico, esta forma de pensar «subversiva» halló mayor difusión y aceptación entre la
intelectualidad de izquierda que entre la de derecha. Frankl no debe haber
encontrado en su padre un oído abierto a estas ideas —si es que alguna vez le habló
de ellas—. No sé si este hecho se relacionará con el trato distante que predominaba
por aquel entonces entre padres e hijos (algunos niños hasta debían dirigirse de
«usted» a sus padres). También es posible que el padre estuviera tan ocupado con
sus deberes y obligaciones que permitiera al hijo continuar libremente su desarrollo
intelectual sin preocuparse más al respecto. Por supuesto, podía darse por
satisfecho con el progreso y el éxito escolares de su hijo: Frankl fue un alumno
aventajado desde el primer curso de primaria. Ésta podría ser la razón de que nunca
llegaran a la ruptura ni a las tensiones típicas entre dos temperamentos explosivos. A
su vez, a Viktor tampoco le interesaba mucho lo que hacía su padre. Incluso cuando
éste trabajaba bajo la dirección del ministro Josef Maria von Brnreither en asistencia
a la juventud —donde Frankl participó activamente unos años más tarde, para el hijo
no había «nada más aburrido que esta materia».

¿De dónde provenía entonces su estima por el padre? ¿Será que la dificultad de
Frankl para poder construir y mantener una proximidad real hasta con los parientes
cercanos halló luego su compensación en un plano más espiritual (estima, respeto,
veneración)? ¿Será esta característica de la personalidad de Frankl la causa que le
llevó, como contrapartida, a ambicionar veneración también para sí mismo? Aun
cuando esto pueda ser cierto, difícilmente bastaría para que estas dos
personalidades superaran su predisposición al conflicto. Menos aún puede explicarse
de este modo el hecho de que Frankl dejara vencer su visado de salida en la época
nazi a causa de sus padres o que acompañara a su padre con tanta solicitud hasta la

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Logoterapia 17

muerte. La explicación psicológica que sugiere la compensación como único motivo


de la respetuosa relación con el padre sería un reduccionismo, en el sentido del
psicologismo contra el cual Frankl luchó toda su vida. Más allá de intentos de
explicación puramente psicológicos, existen también profundos motivos para su
actitud que tienen que ver con el padre real y que no son fantasías o proyecciones de
un alma carenciada. Esta distinción entre causas psíquicas y valores espirituales
tiene una importancia fundamental para el análisis existencial y para la logoterapia
(de ella hablaremos por extenso en el capítulo III).

Existen otros motivos que permiten profundizar en la relación con el padre. En primer
lugar, hay que tener presente que el padre le brindó —a él y a toda su familia—
«siempre seguridad>. Fue el padre quien proporcionó al niño Viktor una experiencia
primaria de seguridad que le sirvió de modelo para toda su vida.

«Debía de tener yo cinco años (considero que este recuerdo infantil es


paradigmático), cuando desperté una soleada mañana durante nuestro veraneo en
Hainfeld. Mientras tenía los ojos aún cerrados, me embargó una indescriptible
sensación que me llenaba de alegría y felicidad: me sentía seguro, vigilado,
protegido. Cuando abrí los ojos, mi padre estaba inclinado sonriente junto a mí.»

Una experiencia arcaica de este tipo no se puede olvidar nunca. Había embargado al
niño y aún seguía vívida en el recuerdo del anciano. Viktor quedó unido de por vida a
su padre en agradecimiento. Con la lucidez fenomenológica que le caracterizaba,
percibió que ese hombre estricto, justo y probablemente poco accesible le quería de
corazón y se alegraba de su existencia. En ese momento fluyó hacia el niño algo que
tal vez sólo pueda definirse como genuino amor paternal. El pequeño fue capaz de
percibir y experimentar que lo que fluía hacia él era un amor lleno de vida y se
mantuvo consciente en su lucidez. Viktor siempre podía volver a recurrir a este
recuerdo para mantener viva la experiencia. La posibilidad de albergar en sí mismo y

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Logoterapia 18

mantener vivo este polo de afecto habla de su dependencia directa de relaciones


afectuosas.

Sin embargo, es significativo el hecho de que Frankl tuviera reparos en hablar de


«amor paternal», o bien en caracterizar de este modo su percepción. En mi opinión,
este hecho tiene que ver con tres motivos. En primer lugar, con el respeto al padre,
que le obligaba a mantener distancia y reserva, y que le impedía juzgar, nombrar o
interpretar los sentimientos paternos. Tal vez las tradiciones judías también hayan
desempeñado un papel en este aspecto, pero no lo sé. En segundo lugar, esta
actitud se corresponde con sus propios rasgos de personalidad narcisista. A Frankl le
gustaba hablar más que nada de sí mismo y este hecho se relaciona en cierto
sentido con el primer punto. Como el trato distante del respeto no admite ninguna
relación más cercana con los otros, uno se queda solo, rezagado en sí mismo.
Finalmente, se encuentra la ya mencionada timidez de Frankl para hablar de
sentimientos y abandonarse a la intimidad.

Otro motivo que marcó la relación real con el padre fue el profundo amor y
dependencia que sentía por él. Fue durante una conversación con el padre cuando
decidió no dejarles solos a él y a su madre en la época nazi, y quedarse en Viena
para protegerles.

Este amor hacia el padre —vivido, por cierto, de un modo objetivo, pero sustentado
en una profunda unión— se pone de manifiesto con una nitidez aún mayor en la
escena de despedida en que Frankl se separa de su padre moribundo en el campo
de concentración de Theresienstadt. El padre, medio hambriento y con ochenta y un
años, había sufrido dos neumonías y tenía un edema pulmonar terminal. Mientras
luchaba con la muerte, Frankl le inyectó una ampolleta de morfina que había
conseguido de contrabando en el campo de concentración, para aliviar y acortar sus
dolores y su lucha. Después le preguntó: « ¿Todavía sientes dolor? No. ¿Tienes
algún otro deseo? No. ¿Quieres decirme algo más? No. Luego le besé y me fui.

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Logoterapia 19

Sabía que no volvería a verle con vida. Pero tenía el sentimiento más maravilloso
que pueda imaginarse: había hecho todo lo posible. Antes me había quedado en
Viena por mis padres y ahora había acompañado a mi padre en su última hora y le
había ahorrado las innecesarias angustias de la muerte.»

Lo que siempre me conmueve más de esta escena es que Frankl nos deje participar
personalmente en la despedida con su padre. Así se percibe de un modo inmediato
lo trágica que debió de resultar esa última convivencia en la miseria y en el frío e
inhumano ambiente del campo de concentración donde era imposible una asistencia
adecuada o siquiera una mínima atención médica. Me conmueve que Frankl se haya
«procurado» una ampolleta de morfina para su padre (arriesgando quizá su propia
vida). Me conmueve la feliz circunstancia de que fuera médico y pudiera
administrársela él mismo. Pero, sobre todo, me emociona que Frankl reproduzca
textualmente la última conversación con su padre. De esa manera, nos permite
participar de uno de los momentos más íntimos que puedan tenerse con otro ser
humano. Ser admitido tan cerca del suceso y poder sentir a Frankl de un modo tan
personal es extraordinario.

Al mismo tiempo, esta escena me ha afectado personalmente. En efecto, Frankl la


trae a colación como ilustración de algo completamente esencial en la vida: haber
hecho todo lo posible, haber vivido la responsabilidad y el compromiso, haber
permanecido fiel a la propia decisión y a la propia tarea en la vida; dedicarse
plenamente a otra cosa, traspasarse a sí mismo «en el servicio a un asunto o en el
amor a una persona», como quiere la auto trascendencia, un elemento principal de la
logoterapia. Esta «misión» colmó a Frankl «del sentimiento más maravilloso que
pueda uno imaginar», como dijo él mismo. Si semejante actitud es posible incluso en
el campo de concentración y en la última despedida con el propio padre, entonces
esta lección que ejemplifica Frankl debe tener mucho peso en la vida. Y con más
razón puede esta tarea colmarnos de satisfacción en circunstancias normales. Tales
pensamientos me invadían cada vez que escuchaba esta historia. Me conmovía lo

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Logoterapia 20

trágico de la situación y la proximidad personal a la que me veía inducido. Me sentía


como un tercer asistente al que le era permitido presenciar el último adiós de un
padre hacia su hijo, el último socorro y la última despedida de un hijo hacia su padre.
A continuación me ponía en el lugar de Frankl. Yo que él, ¿no habría estado
indeciblemente triste?, me preguntaba. ¿No se me hubiera partido el corazón de ver
a mi padre, a él que había llevado una vida tan valiente y decorosa, yacer en un
estado tan lamentable y no poder hacer absolutamente nada al respecto, ni siquiera
procurarle una buena cama o un vaso de agua? ¿Habría podido despegarme de su
lado, dejarle morir solo? Sentía que hubiera deseado quedarme con él todo el tiempo
posible.

Me daba cuenta de la intensidad con que espontáneamente acababa pensando en


mi propia visión de la vida y en la relación con mi padre y con su muerte.
Personalmente creo que ahí radica lo más valioso del relato de Frankl sobre la
despedida con su padre.

Sin embargo, el tema que nos debe ocupar aquí es la persona de Frankl. Por eso
queremos volver a dirigir hacia él la mirada. ¿Qué se desprende de esta escena y de
la relación con su padre en cuanto a su persona? ¿Qué motivó su proceder? ¿Que
era lo que estaba en primer término para él? ¿Cómo era la relación con su padre?

En definitiva, Frankl escribe poco sobre su padre y mucho más sobre sí mismo,
sobre su tarea, sobre el «cometido de sentido» de la situación. «La sensación de
haber hecho todo lo posible» eclipsa el dolor de la pérdida. A pesar de que pueda
verse una unión amorosa y personal como resonancia general de la relación con sus
padres, el amor está marcado por el sentido del deber, tal vez también por la cortesía
y la gratitud hacia sus progenitores. Los tres conceptos (deber —moral—, cortesía y,
en menor medida, gratitud) eran corrientes en el vocabulario de Frankl y le gustaba
emplearlos en conversaciones y discusiones. Creo que también en la relación con los
padres desempeñan un papel considerable. Por el contrario, la proximidad, la

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Logoterapia 21

emocionalidad y la vividez de la relación no están realmente expresadas, sino que


más bien se infieren a partir de lo que permanece oculto.

Si uno se atiene estrictamente al relato, no fue sólo el amor personal y la unión con
sus padres —o especialmente con el padre—, lo que retuvo a Frankl en Viena
durante la época nazi. Fue precisa también una peculiar señal del cielo, como él
mismo llamaba siempre al suceso que le hizo atender el deber religioso y humano
del amor filial. Si la única causa hubiera sido el amor hacia los padres, quizá no
había sido necesaria ninguna «señal del cielo». Es verdad que no cuesta mucho
imaginar lo difícil que hubiera sido para un hombre joven semejante decisión:
abandonar su hogar, irse a vivir a un país extraño —cuya lengua Frankl aún no
dominaba—, dejar un puesto de médico jefe y volver a empezar de cero con su
profesión, en un país donde no conocía a nadie. Hubiera tenido que abandonar su
carrera científica por tiempo indeterminado (en efecto, ya había empezado a publicar
sobre logoterapia), hubiera negado a su familia un resguardo de deportación — ¡con
el afecto que él sentía por la casa paterna!—, y hubiera puesto en peligro su vida. Si
examinamos atentamente el relato de Frankl, veremos que no debió de tomar la
decisión por amor a sus padres, sino más bien por recordar una obligación filial
religioso-moral. A eso habría que añadir que ya había puesto su mirada en la bonita
Tilly Grosser, que trabajaba como enfermera del mismo hospital en el departamento
de internos, y con la que se casó poco después de la extinción de la visa. Pero de
eso no hablaremos todavía.

La escena de despedida proporciona un dato importante sobre la clase de relación


con el padre. La inyección de la morfina recuerda el cumplimiento de un deber
médico. La subsiguiente conversación subraya el carácter de socorro médico y se
mantiene dentro de los límites de la típica conversación médico-paciente.

Ni una palabra sobre cogerse de la mano, lágrimas de despedida, deseos de


quedarse, dolor o pesar, ni por su parte ni por parte de su padre. Ni una palabra de

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Logoterapia 22

gratitud, amor, emoción. Ninguna queja por no poder velarle durante la noche, tal vez
porque debía volver a tiempo para dormir en su habitación. Ninguna palabra de dolor
cuando a la mañana siguiente fue a ver el lecho para constatar que su padre seguía
allí, y lo halló vacío, aunque todavía caliente, según me contó (Frankl suponía que el
padre tal vez no estaba del todo muerto o acababa de morir, cuando el comando del
campo de concentración le hizo transportar).

La relación con el padre tiene un carácter similar al que encontrábamos en el caso de


la madre. Lo que le parecía más apropiado para con su madre era poder besar la
orla de su vestido en el reencuentro. Aquí la relación emocional con el padre se
calma prestándole un último servicio, de nuevo sin reclamar ni lo más mínimo para sí
y para su propia vida afectiva. Frankl realiza así el ideal de la pura abnegación que
se abstiene de las propias necesidades y se pone por entero «al servicio del asunto»,
de la tarea, de los demás. ¿Qué era lo que le importaba a Frankl en esta situación?
¿Qué podemos deducir de su informe? (Aquí surge la pregunta de si Frankl habrá
contenido sus impulsos más íntimos y personales para enfatizar un tópico universal,
antropológico, «en servicio del asunto», lo cual hubiera correspondido plenamente
con su modo de ser. Pero, por otro lado, en nuestras conversaciones personales
nunca se pronunció sobre este punto).

El relato muestra a un hombre que se ha hecho famoso en primer término por una
conciencia pura, personal. Esto fue lo único que reclamó de la situación para sí (y
que la situación exigía de si). Por eso mismo, no exigía nada de los otros. ¡Como si a
él no le incumbiera que su padre muriera! ¿Tuvo Frankl un punto ciego emocional?
¿O se trata de la grandeza madura de un hombre consciente como pocos del sentido
último de la existencia? En lugar del esperable dolor y del pesar de un hombre
común, a él le colma el «sentimiento más maravilloso que se pueda imaginar»: había
cumplido con su obligación, había hecho por su padre todo lo que podía hacer. No
debió hacerse o «consentirse» ningún reproche, como se encargaba de decir; no

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Logoterapia 23

necesitó ningún sentimiento de culpa; con respecto a su padre podía sentirse


totalmente libre de toda preocupación o remordimiento.

En todo esto veo un sentido del deber tradicional, el mismo que determinó a la
generación de Frankl. Se exigía a los individuos limitarse y consagrarse al asunto o
tarea en cuestión, lo cual frecuentemente iba asociado con un dificultoso trato
consigo mismo. Hacia fines de siglo esto era lo usual y corriente, e incluso en las
décadas de los veinte y treinta seguía siendo el tenor imperante tanto en el este
como en el oeste, así en el comunismo como en el occidente burgués. ¿Acaso se
hubiera podido difundir tanto la ideología nazi, si la obediencia y la conciencia del
deber no hubieran estado tan profundamente arraigadas en la gente? Las
comunidades religiosas también fomentaban y exigían esta actitud. Frankl fue
educado en esta disciplina espartano-ascética propia de la época de finales de
«Cacania»* que, durante la hambruna de las décadas de los veinte y treinta, todavía
siguió siendo el ideal de una empobrecida Austria. Aún en las décadas de los
cincuenta y sesenta, la idea del cumplimiento del deber seguía siendo habitual. La
mayor parte de la vida de Frankl transcurrió en esta época. Las influencias
socioculturales marcan la mentalidad y el comportamiento y, a veces, afectan a las
características de personalidad y a las predilecciones, reforzándolas. Sería
interesante saber cómo había vivido Frankl su emocionalidad si hubiera sido un niño
de nuestro tiempo y cómo se vería hoy en día su relación con los padres.

Recuerdo una pequeña historia sobre el amor y el apego que Frankl sentía por su
padre. Hacia 1984 asaltaron el piso de Frankl en Mariannengasse. Hasta donde yo
recuerdo, los ladrones no habían podido encontrar ni llevarse consigo casi nada
valioso, pero habían hecho algunos estragos en el piso. El escritorio de Frankl estaba
todo revuelto. No sé qué fue lo que robaron, pero sí hay una cosa de la que no me
puedo olvidar. Unos días después, de pie detrás de su escritorio, Frankl me describió
cómo había encontrado el piso. Se sintió desconcertado al ver su escritorio. Para su
alivio, haciendo orden volvió a encontrar todos sus documentos. Sin embargo,

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Logoterapia 24

cuando empezaba a tranquilizarse, notó que los ladrones habían sustraído un cofre
de madera. Me señaló entonces un cajón en la mitad izquierda de su escritorio. Allí
era donde había estado el cofre desde que llegó al piso. Él veneraba ese cofrecillo y
por eso lo tenía muy cerca. Lo que más le dolía era que precisamente fuera eso lo
que faltaba. No se trataba de ningún valor material, sólo de un cofrecillo de madera
con algunos lápices de taquigrafía impecablemente afilados. Con ellos había escrito
su padre en su época de taquígrafo en el Parlamento (siempre debía tener varios
lápices listos, ya que no había tiempo para sacar punta). Con visible dolor por la
pérdida y un deje de enfado por la crueldad de los ladrones, Frankl me dijo que esos
lápices a lo sumo podían producir a los ladrones un par de chelines en el mercadillo
de viejo, ya que no estaban barnizados —lo cual les confería un carácter de rareza
en 1984—. Para él, no obstante, tenían un valor excesivamente alto. Le parecía un
absurdo manifiesto que algo valioso fuera víctima de una pequeña codicia —y no
había nadie en el mundo para quien los lápices tuvieran tanto valor como para él.

Frankl también veneraba a su padre por su profundidad religiosidad. En su


autobiografía, al hablar de él manifiesta un gran respeto por la sinceridad y fidelidad
a sí mismo con que el padre vivía su religión. Frankl cuenta que durante días se
había alimentado sólo de pan, mantequilla y queso, porque no había comida koscher
en casa del señor ministro. Dice que el padre se había arriesgado a recibir —y había
recibido— un castigo disciplinario por respetar una fiesta judía. Ya hemos hecho
mención de otros aspectos religiosos, como el modo en que el padre con un espíritu
maduro animaba a los otros prisioneros en el camino hacia el campo de
concentración. Respeto era lo que sentía el hijo por el hombre cuya fe era tan
profunda que reconocía el cuarto mandamiento por un fragmento de letra. Tampoco
vacilaba en citar al rabino que le había caracterizado de justo. Su padre era un gran
creyente, que tenía una postura firme ante su Dios, pero que también estaba abierto
a las reformas. Si consideramos el camino que siguió el propio Frankl al respecto,
podremos entender el respeto por la actitud religiosa del padre: desde la lectura en
voz alta de oraciones hebreas, pasando por años nihilistas hasta llegar al

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Logoterapia 25

sometimiento ante una señal del cielo, que le hizo obrar finalmente en el sentido de
la religiosidad paterna. Admiraba el hecho de que alguien pudiera creer de un modo
tan profundo e inquebrantable. Al final de su libro sobre el campo de concentración,
Frankl escribe que después de esta prueba de fuego ya no le temió a nada «excepto
a su Dios». Cuando uno sabe de esta profunda búsqueda y lucha por la propia
religiosidad, puede entender en buena parte el respeto por su padre, así como por su
madre, y el deber de raíces religiosas de honrar a los padres, «para que tus días se
prolonguen sobre la tierra».

1.3 Un momento de reflexión

En lo que va de este primer capítulo ya se han expuesto importantes características


de la personalidad de Frankl. Antes de seguir adelante, quiero detenerme un
momento para reflexionar sobre mi forma de proceder.

No se trata aquí de emitir un juicio de valor acerca de su personalidad o de trazar un


psicograma. Queremos reflejar y comprender todo aquello que pueda haber influido
en sus decisiones o marcado su experiencia y su comportamiento, para iluminar un
poco más la persona de Frankl en toda su profundidad, dimensión y riqueza de
facetas, y poder así entenderla mejor. Él mismo se acercará a nosotros, se volverá
tangible y perceptible (algo de lo que seguramente casi no habrá podido «disfrutar»
en vida dada la cercanía que conlleva). Con este fin, reunimos las únicas
contribuciones que Frankl nos ofrece de sí mismo y miramos el conjunto para ver qué
fines perseguía y por qué actuó, pensó y sintió del modo que lo hizo. Además de una
mejor comprensión de su persona y de su obra; espero —como ya dije inicialmente—
que la lectura nos estimule también a la reflexión sobre el curso y desarrollo de
nuestra propia vida. Sin embargo, en lo que se refiere a la descripción de la persona
de Frankl, debemos ser conscientes en todo momento de que ningún análisis
psicológico ni ninguna reflexión pueden sondear al hombre. Ciertamente pueden

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Logoterapia 26

acercárnoslo, volverlo comprensible, crear medios para acceder a él, pero en todo
caso se imponen la contención y el respeto por lo que el hombre tiene de más
impenetrable. Siempre hablaremos de abismos personales a la hora de describir la
vida de Frankl, pero podemos enfrentarnos a ellos humanamente, con cuidado,
tomarlos simplemente por lo que son, verlos y entenderlos como válidos por sí
mismos. También en los diversos modos de pensar y actuar, y en la reflexión crítica
sobre las circunstancias de vida y las posibilidades de elección es ésta una condición
para un procedimiento que quiera encontrar —y situar— a la persona. Llegado a este
punto, quiero comentar brevemente un fenómeno que ya ha sido descrito y que tal
vez a alguien le haya resultado molesto: las parcialidades, contrastes y
contradicciones en la personalidad de Frankl. Seguramente, en parte son atribuibles
a mi propia visión unilateral. Otro observador habría experimentado y antepuesto
otros rasgos de Frankl. Sobre ciertas características hubiéramos estado de acuerdo y
las hubiéramos percibido de modo similar. En cualquier caso, tanto mi subjetividad
como lo incompleto del relato y mi conocimiento personal de Frankl deben ser
tenidos en cuenta.

Al margen de todo esto, sigue habiendo ciertas parcialidades en la personalidad de


Frankl que es necesario considerar. A este respecto, me gustaría expresar uno de
los pensamientos fundamentales que me guiaron durante la escritura de este libro.

Corresponde a la «conditio humana», a las limitaciones humanas, el hecho de que


estemos provistos de parcialidades sujetas a la estructura de nuestra personalidad.
Nos pertenecen y debemos vivir con ellas. Puede tratarse tanto de talentos (por
ejemplo, el intelecto o el humor) como de limitaciones (por ejemplo, el
distanciamiento, la insensibilidad). Toda parcialidad impide acceder y comprender
otras formas de vivir, pensar y actuar. Incluso pueden llegar a cerrar el
entendimiento. Por un lado, esta particularidad nos condiciona y nos limita. Pero, por
otro, nos impulsa a encontrar su complemento, abriéndonos a amistades y
compañerismos. Sólo así nos es posible alcanzar la dimensión de la humanidad a

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Logoterapia 27

pesar de nuestras limitaciones. Pues no se trata de que podamos hacerlo todo solos,
sino, mucho más, de hacer lo que podemos con todo el corazón, cabalmente y con
compromiso —esforzándonos por alcanzar el complemento y la expansión dialógicos
a través de los otros.

Viktor Frankl vivió con buena conciencia las características de su personalidad, las
instituyó en su propio provecho y en el de otros hombres, y permitió que influyeran en
su doctrina, prestando así una valiosa contribución a la psicoterapia. Fue gracias a
sus experiencias, pero quizá más aún gracias a la estructura de su personalidad, que
Frankl aportó algo que otros en cierta medida no percibían ni experimentaban, pero
que para él era natural por ser como era: la pregunta del sentido. Así pues, en Frankl
la vida personal y profesional están fundidas en una unidad y totalidad, y fue esto lo
que confirió grandeza a su persona.

También es verdad que a veces le faltaba sensibilidad para la diversidad de los


hombres en su pensar y sentir, para sus parcialidades y particularidades. Pero, aun
cuando él no las compartiera, esas otras formas de pensar y sentir corresponden al
espectro de las formas de vida humanas tanto como las suyas. Esta imposibilidad
hace humana su grandeza. Por otro lado, fue justamente la parcialidad lo que le
permitió llevar a cabo su obra y hacer lo suyo.

1.4 El trasfondo social

La familia de Frankl vivía en el Distrito Municipal número 2 de Viena, en


Leopoldstadt, que por aquel tiempo estaba habitado principalmente por judíos pobres
inmigrantes del siglo XIX y recibía el apodo de isla mazzes. Leopoldstadt tiene una
buena ubicación céntrica, sólo está separado del centro de la ciudad de Viena por el
Donaukanal. Las zonas residenciales judías en Viena se extendieron por aquel
entonces como una franja, por un lado, desde el distrito 2 hacia la parte noroeste del

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Logoterapia 28

distrito 1 (posteriormente barrio textil) y, por el otro lado, hasta Alsergrund (distrito 9).
Allí, en Mariannengasse 1, junto al Hospital General de Viena, vivió Frankl desde el
final de la guerra hasta su muerte. Los hijos de judíos del distrito 2 que habían
alcanzado un cierto progreso material o intelectual se trasladaban, o bien al distrito 1
para vivir cerca de la zona comercial, o bien al distrito 9 donde la vecindad con la
universidad y el hospital era decisiva para tener posibilidades de ascenso.

Los padres de Frankl siempre vivieron en el distrito 2. Entre el nacimiento del primer
hijo y del segundo se mudaron un par de calles más allá, de Rotensterngasse 14 a
Czerningasse 6, donde ocupaban el piso número 25 en la última planta. Tenía
habitaciones luminosas y amplias, que daban a la calle por el norte y a un patio
interior por el sur. La estrecha y bastante oscura Czerningasse desemboca a través
de un sencillo arco en el paseo principal Prater y no está lejos de Urania y del
Donaukanal.

La familia de Frankl era de posición humilde. El padre cobraba un escaso salario


como funcionario público. Durante diez años trabajó como taquígrafo del Parlamento
y después llegó a director en el Ministerio de Administración Social. Entretanto fue
secretario privado y, si no recuerdo mal, Frankl me contó que daba clases
particulares en casa de una familia de banqueros. La familia iba regularmente de
«veraneo» fuera de la ciudad, por ejemplo, a Hainfeld. Pero pronto el joven Viktor
aprendió a conocer la necesidad. Durante la primera guerra mundial la situación
económica de la familia se tomó «miserable». En lugar de alquilar una habitación en
un sitio de «veraneo», la familia sólo podía ir a Pohrlitz, el lugar de nacimiento del
padre, en Südmahren. Los niños aprovechaban la oportunidad para ir a mendigar
pan por las granjas y robar maíz en los campos. Durante la época de escuela, Viktor,
con sólo diez años, en pleno invierno y a las tres de la mañana, tenía que hacer cola
en el mercado del vecino distrito 3 para conseguir patatas. Su madre lo relevaba a
las siete y media para que él pudiera llegar a tiempo a la escuela.

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Logoterapia 29

Mientras que Frankl sólo tuvo que padecer la miseria dos veces en su vida, el
hambre fue el destino de la vida de su padre. Como no tenía recursos, «pasó
hambre» durante sus estudios de medicina. Finalmente, tuvo que abandonarlos por
razones económicas y entrar en el servicio público para sobrevivir. Después, con la
miseria de la primera guerra mundial, llegó la preocupación por no poder alimentar a
su familia. Por último, este hombre también tuvo que terminar su vida medio
hambriento. Refiriéndose al padre, Frankl escribe con una mezcla de compasión y
amargura: «Antes de acabar muriendo de hambre en el campo de concentración de
Theresienstadt, una vez se vio al señor director arañando restos de peladuras de
patatas en un barril vacío». Pero también el propio Frankl padeció el hambre de una
manera brutal: «Más tarde llegué a entender a mi padre, cuando —después de haber
estado en los campos de concentración de Theresienstadt y Auschwitz— fui a
Kaufering, donde pasamos un hambre terrible: allí era yo mismo quien una vez
rascaba con las uñas un diminuto trozo de zanahoria del suelo helado>.

El estilo de vida de Frankl estuvo marcado por la posición humilde de su familia de


origen. Se encontraba a gusto llevando una vida modesta. Para él, el dinero no tenía
ningún atractivo especial, únicamente cumplía la función de garantizar la
supervivencia. Su ideal era poseer el dinero suficiente como para no tener que
pensar en él: ni en la manutención de la familia ni en provechosas inversiones. A
pesar de que no dependía de la gente muy rica para su bienestar, cuando estaba en
presencia de esa clase de personas —lo cual llegó a ocurrirle a menudo—
experimentaba cierto respeto, el mismo que también sentía por la alta burguesía.
Hablaba con evidente distancia sobre el origen social de Bruno Kreisky o Karl
Jaspers: experimentaba una barrera social. Nunca se sintió perteneciente a las
clases sociales altas, ni tampoco cómodo entre ellas. Creo que su mujer, la señora
Elly, se parecía a él en este punto y reforzaba aún más su actitud.

Detrás del respeto por la alta burguesía y la riqueza, podía percibirse una cierta
inseguridad. Es verdad que para Frankl no era un problema tener que disimular esta

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Logoterapia 30

inseguridad en el lapso de una breve visita, pero podía tratar mejor y con más
seguridad a las personas que habían padecido la miseria en carne propia y no tenían
pretensiones. Con ellas trataba como con sus iguales. Habiendo conocido a Frankl,
puedo decir que su preferencia por la gente sin pretensiones tenía un trasfondo más
amplio y espiritual que también influyó en su teoría. No sólo el estrato social y la
experiencia vital impregnaban sus sentimientos, sino también su propia actitud
espiritual.

Frankl sabía por experiencia que los hombres humildes conocían el valor de las
cosas de un modo más directo que los pretenciosos. Además, de ellos se podía
esperar una mayor sinceridad, a causa de su naturaleza «simple» (un concepto
favorito de Frankl) y de su sencilla franqueza que no estaba limitada por ninguna
convención ni consideración social. La sencillez, la modestia, la humildad y la
«conducta no presuntuosa», como él decía, parecían corresponder mejor a su actitud
existencial básica: no exigir nada para sí y, en cambio, estar dispuesto para
responder a las exigencias (la llamada) de la situación y postergarse, olvidarse de sí
mismo —ésta es, dicha de manera simple, la actitud básica de la logoterapia que
puede ser reconocida y captada, como por una antena, a través del sentido. De
acuerdo con la logoterapia, el hombre sólo puede realizarse cuando se «desatiende y
olvida» a sí mismo en la entrega a un valor o a una tarea. Esto es lo que Frankl
denomina en su obra «autotrascendencia». Cuánto más alta es la posición social,
más peligra la disponibilidad existencial (según Gabriel Marcel, «disponibilité», otro
concepto favorito de Frankl), menos frecuente es la actitud servicial: la disposición
«para servir al asunto», para servir a la vida. Pues, según la experiencia de Frankl, el
bienestar y la posición social elevada van asociados a menudo con una actitud
pretenciosa que impide a los hombres abocarse al asunto, abstenerse de sí mismos
y dar sin exigir nada a cambio.

Creo que ésta es una de las causas de que Frankl haya estado ligado al socialismo
en sus años de juventud. Aunque no haya desarrollado más tarde ese principio de

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Logoterapia 31

crítica social, quedó en él una preferencia por lo humilde, lo frugal, a veces, incluso
espartano. Tanto es así que en la vejez Frankl llegó a añorar los primeros años de la
posguerra. No era fácil creerle la primera vez que le contaba a uno con cierta
melancolía lo bonito que era entonces cuando, con los zapatos desiguales y un
abrigo demasiado largo, se sentaban en la habitación alrededor de una estufa, con lo
mínimo para sobrevivir; pero las conversaciones y los encuentros con otros seres
humanos, la atmósfera de la convivencia se vivían con profunda intensidad, tenían
una autenticidad legítima y viva que casi no se pudo volver a alcanzar más tarde.
Algo similar relata la catedrática del Instituto de Múnich y logoterapeuta Wasiliki
Winklhofer en su necrológica sobre Frankl: «Incluso llegó a decirme en una
conversación personal posterior que a veces simplemente sentía nostalgia por el
campo de concentración a causa de esta humanidad» que se daba en los encuentros
personales bajo esas condiciones extremas. El hombre parece volverse más
propenso a la autenticidad en condiciones externas dificultosas que en el bienestar y
la abundancia.

Así pues, la posición de su familia de origen fue determinante para el estilo de vida
de Frankl, pero no —al menos no solamente— en el sentido de hábito o
condicionamiento, sino también de decisión. Esta modestia de su forma de vida le
mantenía más cerca de sí mismo y le permitía seguir teniendo las experiencias que
quería. Mantener este estilo de vida le permitía sobre todo crearse las condiciones
necesarias para no distraerse de su trabajo y de su determinación de no ceder a
ninguna vanidad ni a nada que hubiera podido absorber sus fuerzas. El
inconformismo social le hubiera obligado a luchar por mejorar su posición. Por
supuesto, existen otras circunstancias que pueden haber desempeñado también un
papel. Probablemente, no se creía capaz en absoluto de una gran habilidad
comercial, a la vez que personalmente la detestaba. Probablemente, llevar un estilo
de vida más elevado tampoco le hubiera sido posible, y quizá temiera tener que
recibir gente con el estado en que se encontraba el parquet de su piso. Pero,
seguramente, también era un hombre ascético por naturaleza, a quien el lujo y la

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Logoterapia 32

abundancia no producían ningún placer. Realmente no hubiera podido llevar una vida
social más lujosa. Pero tenía la capacidad de percibirlo y reconocerlo, y reafirmarlo
sin amargura ni discordia aun en épocas de gran prosperidad. Aparte, me parece que
tiene una influencia fundamental en este contexto el gran sentido de la tradición que
tenía Frankl como veremos más adelante en el capítulo sobre religión. Así pues,
manteniendo el mismo estilo de vida que sus padres, quedó unido a ellos por la
devoción ya descrita; porque de este modo siguió viviendo según su tradición y su
espíritu, sintiendo respeto y estima por todo lo que ellos habían logrado. Podría
definirse esta actitud como una especie de «nobleza espiritual» de familia,
independiente de su clase social.

1.5 Infancia y juventud

Viktor Frankl fue el segundo de tres hijos. Su hermano Walter era tres años mayor
que él y su hermana Stella, cuatro años menor. En el momento de su nacimiento el
padre tenía ya 44 años; su madre, apenas 26.

Viktor creció en una atmósfera de protección y ternura. Tal como hemos visto, el
padre era estricto, consciente del deber, ahorrativo, espartano y muy religioso.
Infundía a su hijo un amor que estaba basado en la fe en Dios y que llegó a sentir
profundamente en su corazón.

También hemos hablado ya de la madre. Era la bondad y el afecto en persona y tan


piadosa como el padre. Vivía sólo para su familia. Su hijo estuvo ligado a ella durante
toda la vida en profunda gratitud y amor.

Frankl no comenta nada más íntimo acerca de la relación con sus padres. Es
sorprendente que tampoco haya escrito ni contado prácticamente nada sobre sus
hermanos. De su hermano mayor sólo sabemos que «era un gran experto en

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Logoterapia 33

organizar representaciones de teatro amateur». Dice Eugenio Fizzotti, el sacerdote


salesiano italiano, profesor universitario y logoterapeuta, que Frankl le contó que su
hermano había intentado huir a Italia durante la época nazi. Las SS le capturaron y
deportaron al campo de concentración de Auschwitz junto con su mujer. De allí pasó
presuntamente a un campo filial de Auschwitz, donde perdió la vida trabajando en
una mina. Sé por Frankl, y por lo que dejan entrever estas pocas menciones sobre su
hermano, que tenían temperamentos e intereses distintos y que por eso no estaban
muy unidos. No sabemos si hubo rivalidades entre ellos, ni si Viktor se sintió
discriminado por su hermano mayor, si uno de los hijos gozaba de más favor entre
los padres que el otro, si de pequeños estaban unidos o jugaban más con otros niños
que no eran de la familia.

Otro tanto sucede con su hermana Stella. Lo único que sabemos de ella es que
Viktor le sacaba el dinero de su paga jugando a las «operaciones de amígdalas».
Siempre que ella tenía unos peniques, jugaban al doctor: él miraba su garganta y
dictaminaba que había que operarla, porque sus amígdalas estaban muy hinchadas.
Luego cogía subrepticiamente una pequeña bola roja, le «operaba» las amígdalas y
después le mostraba la bola roja en su mano. Entonces le exigía un penique como
los honorarios que honestamente se había ganado.

Stella pudo emigrar a México a tiempo antes de la guerra y luego se trasladó a


Australia, donde murió más o menos un año antes que su hermano Viktor. Tenía una
hija. Su hijo Peter Bondy murió en la década del setenta. Una vez tuve oportunidad
de recibir a Stella en nuestra casa. Era una persona muy temperamental, robusta, de
buen humor y alegre. Era obvio que había sufrido a causa de su hermano, pero no
estaba resentida con él por eso. Parecía tomarse la vida de un modo más ligero y
menos serio que Viktor y tenía poco interés en las numerosas reflexiones de su
hermano «Viki>. Puedo imaginar que su hermano de vez en cuando haya podido
congeniar con su buen humor, porque a él también le gustaban la diversión y las

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Logoterapia 34

bromas. Pero supongo que el resto del tiempo su carácter le habrá resultado
demasiado superficial.

El propio relato de Frankl pone de manifiesto que Viktor ya desde pequeño fue un
niño difícil, «tozudo». Él y su hermana me contaron que de pequeño a Viktor le
apodaban «Bocki» (cabezota), a causa de su testarudez y obstinación. Además,
resulta claramente evidente que estas características de su personalidad influyeron
en su modo de ver y en su descripción teórica de la «persona» y rigieron la creación
de su concepto de «poder de obstinación del espíritu».

Desde muy temprano, Viktor sintió deseos de ser médico. El mismo Frankl decía que
a los tres años ya lo «había decidido». ¿Habrá estado influido por los estudios de
medicina interrumpidos por el padre? ¿O llevaba de tal modo la profesión médica en
la sangre, que se sentía atraído hacia ella con sólo ver a los médicos o incluso, tal
vez, con sólo oír hablar de ellos? Su vocación profesional no fue de ningún modo tan
terminante. El pequeño Viktor también sentía otras tendencias dentro de sí. La
añoranza de países lejanos, los deseos de viajar y la curiosidad por el mundo
hicieron crecer en él, el deseo de ser grumete. El honor, la estima, el poder y la
autoridad le impulsaban a ser oficial 63. Luego volvió a unir estas dos cosas con la
profesión médica, pues en algún momento pensó en ser médico naval, y otra vez,
médico militar.

Temprana y, según parece, intensamente, al pequeño Viktor le preocupó la


naturaleza mortal de los hombres. Frankl cuenta que, cuando tenía cuatro años, una
noche antes de dormirse de repente se alarmó, porque tomó conciencia de que
también él iba a morirse algún día. «Sin embargo, lo que en verdad me impulsó a
crear no fue, en ningún momento de mi vida, el temor a la muerte, sino más bien otra
cosa: la pregunta de si la transitoriedad de la vida anula o no su sentido.» ¿Es
concebible que un niño de cuatro años sea capaz de tales pensamientos
diferenciados? Esta pregunta se plantea a menudo al hablar acerca de estas

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Logoterapia 35

declaraciones de Frankl. Para su obra no es esencial en modo alguno cuándo fue


que Frankl se ocupó por primera vez de esta cuestión. Y, naturalmente, en tanto
lector de Frankl, uno no tiende a cuestionar esta afirmación referente a la genialidad
del niño. Si es verdad que este suceso se produjo a una edad tan temprana y con tal
claridad, entonces habría que decir sencillamente que la pregunta del sentido era
innata en él. Es posible que ésta sea la primera impresión que causa la frase, pero si
se la examina con más detenimiento, se advierte que Frankl no dice en ningún
momento que tuvo esos pensamientos a los cuatro años. Sólo dice que no temió a la
muerte «en ningún momento de mi vida» y que lo que siempre le impulsó a crear fue
el problema de la transitoriedad.

Supongo que Frankl a los cuatro años tuvo una experiencia cuyo contenido
efectivamente se correspondía con esta descripción, pero sólo en los años de mayor
madurez pudo ponerla en palabras. Tal vez haya reconocido y percibido de pronto
que a causa de la muerte (a la que los niños suelen ser capaces de mirar a los ojos
sin asustarse) podía quebrarse su natural inclusión en un contexto de seguridad
como el que él tenía en su familia. Una percepción tal —completamente verosímil en
un niño de cuatro años— puede plantear la pregunta de si no es demasiado doloroso
estar en el mundo cuando puede pasar algo que queda tan grabado y nos deja tan
perplejos: ¿sigue siendo bueno existir y vivir bajo tales condiciones? A través del
pensamiento en una gran pérdida, la pregunta del sentido puede irrumpir sin
mediación y percibirse profundamente, aunque todavía no haya sido nombrada.

Así pues, entiendo este episodio, no como un signo de temprano filosofar, sino como
expresión de su íntima unión con la casa paterna. Como ya sabemos, Frankl se crió
en una atmósfera de protección y amor, y hasta bien entrado en la madurez, siguió
sintiendo apego y añoranza por esa seguridad. La pérdida de ese paraíso, la
perspectiva de llegar a tener que decirle adiós en algún momento, se representó ante
sus ojos por primera vez bajo la forma de la muerte. Estaba tan seguro de la relación
con sus padres, que seguramente no contaba con la posibilidad de una ruptura por

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Logoterapia 36

causas humanas. Pero la muerte sí que podía arrebatarle a sus padres, destruir el
paraíso. La conciencia de la transitoriedad de repente le puso esta verdad delante de
los ojos y le asustó. El miedo de quedarse sin la protección de la familia, de perder el
calor de los padres, de ser arrojado desnudo al frío de la existencia, la conciencia de
que este cielo aún no es el cielo, contiene per se la pregunta por el valor de la vida.
La percepción de la fragilidad de la vida lleva a pensar si esta carencia no invalida
por sí misma el sentido de la existencia, pues su valor y su belleza no son duraderos,
su naturaleza es efímera. ¿Merece la pena entonces encontrar alegría en la vida, si
ésta puede acabar en cualquier momento así como así? ¿Acaso esta vida no nos
engaña con algo que no puede mantener? El dolor por no poder retener este bien
maravilloso puede empañar la alegría de vivir hasta hacer que la vida pierda incluso
su sentido, su dicha, su valor, su contexto más amplio.

Algo así le sucedió a Frankl. Puedo entender muy bien ese sentimiento, porque yo
mismo he tenido percepciones semejantes y he sufrido por su causa. En el libro
Árztlíche Seelsorge de Frankl (vers. cast.: Psicoanálisis y existencialismo, FCE,
México, 1978) encontré una respuesta de gran ayuda. Luego, también lo comenté
personalmente con él por extenso. Los dos experimentábamos una gran coincidencia
en nuestras sensaciones ante la posibilidad de perder la cálida seguridad en la vida.
Por aquel entonces también me di cuenta claramente de que para Frankl ese
sentimiento de seguridad inextinguible siguió estando presente en su religiosidad.

A esa misma época corresponden las experiencias sexuales infantiles que relata
Frankl. Una vez él y su hermano encontraron en Wienerwald un paquete de postales
con «fotos altamente pornográficas». Los niños no estaban «ni sorprendidos ni
desconcertados», tomaron las imágenes con total naturalidad. Frankl tuvo sus
primeras experiencias sexuales a los ochos años. La familia tenía, dice, una «guapa,
incluso espléndida criada» que (a él y a su hermano) «se nos ofrecía sexualmente, a
veces juntos, a veces por separado —nosotros podíamos desnudar su bajo vientre,
desvestirla y jugar con sus genitales—. Con este objetivo, por ejemplo, ella se

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Logoterapia 37

tumbaba a dormir en el suelo para animarnos a dichos juegos». Los muchachitos lo


encontraban interesante y lo disfrutaban, según Frankl me contó siendo ya anciano
con visible regocijo. Hoy en día hablaríamos de abuso sexual de los niños por parte
de una persona mayor. ¿Acaso esta experiencia tuvo un efecto especial en el
desarrollo psicosexual de ambos niños? ¿Habrá contribuido a crear el relajamiento y
la objetivación de la sexualidad en Frankl que volveremos a abordar en el siguiente
punto? Sea como sea, para él mismo el recuerdo no era traumático, sino que, por el
contrario, quedó grabado en su memoria como algo divertido.

Ambas vivencias muestran un comportamiento ante la sexualidad que era audaz,


natural, más bien precoz, que no estaba limitado por ninguna restricción moral y que
manifestaba alegría por experimentar el deseo sexual. Por lo demás, este hecho
puede estar relacionado con el espíritu del fin-de-sicle vienés que impuso una cultura
estética entre la burguesía ilustrada desde mediados del siglo XIX. Esta clase social
desarrolló una gran sensibilidad para el arte de vivir, como así también para la salud
psíquica. A diferencia de las «culturas moralistas habituales en la burguesía
europea», la burguesía austriaca de principios de siglo estaba «impregnada y
dominada por una cultura sentimental amoral». El poeta Arthur Schnitzler ha descrito
magistralmente esta época en sus obras.

La pregunta por el sentido también era un tema central para el joven Frankl. Podía
«sencillamente sobrecogerle... en toda su radicalidad». Si a los cuatro años ya había
entrado en su conciencia asustándole, en la pubertad volvió a aparecer, escribe
Frankl, «en el momento, pues, en que la problemática esencial de la existencia
humana se abre al hombre joven que está madurando y luchando espiritualmente».
Cuenta que una vez había reaccionado violentamente en el instituto, cuando su
profesor de historia natural dijo que la vida de los organismos y de los hombres no
era al fin y al cabo «nada más que un proceso de oxidación», de combustión. Frankl
se levantó de un salto y le espetó «la impetuosa pregunta: ¿qué sentido tiene

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Logoterapia 38

entonces la vida?»En la siguiente etapa de su vida veremos en qué devino


finalmente la pregunta del sentido.

1.6 En la búsqueda espiritual de sentido

Frankl ya desde niño era un indagador, un eterno preguntón, que siempre quería
saber algo, que quería «saber siempre más», según él mismo dijo. Creía que su
fuerza no residía tanto en crear nuevas versiones de pensamientos como en «pensar
consecuentemente hasta el final». Llevar los pensamientos hasta sus últimas
consecuencias. También era un buen observador, un experimentador lúdico y un
joven científico con intereses. Hizo experimentos con el reflejo psicogalvánico
delante de toda la clase y luego trabajó bajo la dirección de Rudolf Allers en el
laboratorio de fisiología de los sentidos. Ya desde joven se interesó por los filósofos
naturalistas y, a modo de ejemplo, cita a Wilhelm Ostwald y Gustav Theodor
Fechner. Hacía observaciones muy agudas a los pacientes, desarrolló una teoría
propia sobre el «fenómeno de corrugación», tal como él mismo lo designó (basado
en la contracción involuntaria de las cejas como síntoma de esquizofrenia activa) e
«intentaba aprender de los pacientes» y olvidar lo que «había aprendido de
psicoanálisis y psicología individual». Por aquel entonces, Frankl tomó partido por la
fenomenología y «quiso averiguar cómo se comportaba el paciente cuando su estado
mejoraba. Intentaba aprender de los pacientes: escucharles». Por aquellos años,
Frankl se fue afirmando en la objetividad. La consideraba la mayor virtud humana, ya
que podía dar a cada cosa, y especialmente a cada hombre, su máximo valor
intrínseco. Veía en la objetividad el único método que se acercaba al objetivo mayor
de la justicia. Se trata, pues, de una etapa en la que Frankl se emancipó
espiritualmente, se desprendió de los modelos tradicionales de pensamiento e
intentó encontrar su propio camino. Este camino era arduo e iba asociado con

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Logoterapia 39

muchas pérdidas, inseguridades y dificultades personales, aunque al principio tuviera


una apariencia totalmente inofensiva.

Al final de la pubertad y hasta el instituto, vemos a un joven despierto, listo, muy


activo, un alumno sobresaliente cuyos intereses, sin embargo, ya empezaban a
apartarse de la escuela. Le interesaban la filosofía, la psicología y la política. En el
instituto fue durante años funcionario de la juventud obrera socialista y en 1924
«durante un tiempo, presidente responsable de los estudiantes socialistas de
enseñanza media de toda Austria» Los temas de discusión más destacados giraban
en torno a Marx y Lenin, o bien, a la alternativa Freud—Adler.

En esta época de despertar espiritual, a la edad de quince, dieciséis años, cuando


Frankl —según escribe— comienza a filosofar, se despega de los convencionales
hábitos del pensamiento paterno y religioso, y abandona la pretensión de absoluto
epistemológica e intelectualista. No pudo resistirse a la «tentación psicologista» y
después incurrió también en la «tentación sociologista». Los monstruosos términos,
«psicologista» y «sociologista», describen la pretensión de explicación totalitaria que
pretextaban las respectivas disciplinas. Mientras que el psicologismo reducía todo
comportamiento humano a procesos psíquicos internos como conflictos y tendencias
instintivas, el sociologismo hacía lo mismo al reducir a los hombres a modos de
reaccionar ante situaciones sociales, a merced de las cuales se encontraba
inevitablemente, como si fuera un juguete. El hombre entonces no era «nada más
que» el producto de sus instintos psíquicos y del medio social. Cada uno de estos
reduccionismos constituye por sí mismo una «imagen determinista del hombre»
privado de una voluntad libre. Los procesos psicológicos internos y las situaciones
sociales no sólo se veían como condiciones de vida, sino como determinantes que
no permiten al hombre más que comportarse de un modo forzoso. El hombre
entonces sólo «debía» hacer esto o aquello, no «podía» hacer nada distinto, aunque
se imaginara libre. La obra de Frankl se refiere muy esencialmente a esta
experiencia y representa una lucha individual contra esta concepción del hombre

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Logoterapia 40

A esta edad, sin embargo, Frankl era todavía «demasiado inmaduro» para oponerse
a estas tentaciones intelectuales y racionalistas: se volvió nihilista. Su fe en Dios
pasó a segundo plano y finalmente le abandonó por completo durante un tiempo.
Ocuparon su lugar la creencia en la ciencia y la actividad política, alimentadas ambas
por la creencia revolucionaria en el futuro. El mundo estaba cambiando por completo
y el estudiante con inquietudes espirituales que era Frankl quería participar
activamente de ese cambio. Unos pocos años atrás había tenido lugar la revolución
socialista en Rusia y el socialismo se había conformado en Austria como movimiento
joven. Una atmósfera de resurgimiento empezó a difundirse en la década del veinte,
especialmente entre la juventud. Derrumbado el antiguo imperio, la restaurada
Austria —que la vieja generación dudó durante años que fuera capaz de sobrevivir—
se volvió democrática. La yeta socialista de Frankl le llevó, desde su actividad
estudiantil en la juventud obrera socialista (en cuyo marco pronunció cientos de
conferencias) y como funcionario de los estudiantes socialistas de enseñanza media,
directamente hasta el grupo de los seguidores del psicoterapeuta Alfred Adler. Adler
estaba casado con una mujer rusa y por eso estaba cerca del círculo de emigrantes
rusos socialistas. Era un simpatizante de la revolución rusa y un partidario de Trotski,
quien de 1907 a 1917 vivió, entre otros sitios, en Viena. En el grupo de Adler, Frankl
se puso finalmente en contacto con el pensamiento humanista, existencial y religioso
de Max Scheler que, sólo después de los difíciles años siguientes, le conduciría al
desarrollo de su logoterapia. Frankl le quedó eternamente agradecido a su maestro
Allers por esta contribución espiritual y permaneció siempre ligado a él.
Posteriormente, la mediación de Allers volvería a desempeñar un papel fundamental
para hacer posible el éxito de Frankl en los Estados Unidos de América.

Pero primero vienen los años de Sturm und Drang. En el afán de su incipiente
intelectualidad, Frankl se interesaba cada vez más por el psicoanálisis, esperaba que
fuera capaz de explicar al hombre por completo, en la medida de su curiosidad.
Siendo aún estudiante, asistía a las clases de los discípulos de Freud, Eduard
Hitschman y Paul Schilder, y compartía con sus compañeros sus conocimientos

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Logoterapia 41

sobre psicoanálisis en ejercicios orales y redacciones escolares. Leía mucho.


Enviaba a Freud los «resultados de sus vastas lecturas interdisciplinarias» y todo lo
que suponía que podía interesarle Freud, que era un trabajador concienzudo, le
contestaba y agradecía cada envío a vuelta de correo.

Como ejemplo de la mentalidad psicologista de Frankl en aquellos años, puede servir


una redacción que escribió —siguiendo al pie de la letra el estilo psicoanalítico
escolar— sobre el origen de la mímica de la afirmación (correspondiente con los
movimientos incorporados de la masticación y del coito) y de la negación
(movimiento de meneo por hastío en la alimentación y en la sexualidad). También
envió este artículo, junto con otros materiales, a Freud, quien a su vez decidió por sí
mismo remitirlo a la «Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse», donde apareció
en 1924. Nunca se llegó a dar un encuentro ni una discusión personal con Freud,
excepto una vez casualmente en la calle en el año 1924. Pero, en aquel momento,
Frankl ya había «ingresado en la esfera de influencia de Alfred

¿Cómo llegó a producirse ese sorprendente giro hacia la psicología individual de


Adler, después de haberse dedicado Frankl tan intensamente al psicoanálisis y de
haber contribuido a su difusión? Seguramente, existía con Adler una mayor afinidad
política que con Freud, quien no se había manifestado ni política ni ideológicamente.
Pero fue decisiva una experiencia que tuvo lugar sólo unos pocos meses antes del
encuentro casual con Freud. Frankl me la describió en todos sus detalles, porque él
mismo consideraba que había tenido una gran influencia en su desarrollo profesional,
tanto es así que la caracterizaba como «experiencia clave». En algunas ocasiones
también se refirió a ella en grupos de estudio de la GLE de Viena. Es curioso que
Frankl no mencione el hecho ni una sola vez en su autobiografía. Sin embargo,
quiero recuperar reproducir aquí su relato, ya que es de fundamental importancia
para el origen de la logoterapia Por cierto, no se trata del momento en que nació la
logoterapia, momento que yo fijaría en 1927 con la conferencia de Düsseldorf en la
que Frankl definitivamente se aparta de su psicologismo (más adelante volveremos

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Logoterapia 42

sobre este punto). Pero sí se trata del momento en que se engendró la logoterapia,
como yo solía decir en presencia de Frankl. He aquí la historia:

Cuando planeaba qué hacer después del examen final de bachillerato, Frankl pensó
en hacer una formación psicoanalítica para ejercer en algún momento como
psicoanalista. Por este motivo, en una de sus cartas le preguntó a Freud a quién
podía dirigirse por el tema de su formación psicoanalítica y de su ingreso en la
Asociación psicoanalítica. Freud le contestó que debía ir a ver a Paul Federn, su
discípulo y entonces secretario de la Asociación. Frankl convino una cita de
presentación con Federn y llegó puntual. Una mujer le condujo a su estudio. Federn
estaba sentado detrás de su escritorio. Era un hombre alto y robusto, de cabello y
barba morenos. Sin levantar la vista y sin decir palabra, le ofreció a Frankl una silla
con un movimiento de la mano y Frankl tomó asiento. Después de un buen rato —
habrán pasado unos tres, cuatro minutos o incluso más—, Federn levantó la vista, se
reclinó y, con una voz aguda que no se correspondía en nada con su aspecto
poderoso, preguntó: «Pues bien, señor Frankl, ¿cuál es su neurosis?». A Frankl esta
pregunta no le cogió totalmente desprevenido, pero sí le sorprendió su inmediatez.
Balbuceó algo sobre su «carácter anal» y sus «rasgos fóbico-anancásticos>.
Después de aproximadamente un cuarto de hora, Federn dio por concluida la
conversación y le recomendó esperar a finalizar sus estudios antes de emprender
una formación analítica, para que una cosa no interfiriera en la otra. Sólo después
podría «intentar ingresar en la Asociación psicoanalítica».

Frankl se marchó y comenzó a pasear pensativo por la ciudad hacia el Donaukanal.


En ese momento, dice, «se me cayó la venda de los ojos». Cuanto más pensaba en
el encuentro con Federn, más claro veía el malestar que ya nunca le abandonaría a
partir de esa entrevista. Hubo dos hechos que le molestaron. En primer lugar, que
Federn por amor de la abstinencia psicoanalítica no hubiera pronunciado ni una
palabra a modo de saludo ni le hubiera dirigido siquiera una mirada cuando entró en
la habitación. Puede ser que estuviera absorto en un trabajo, pero no le ofreció ni

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Logoterapia 43

una explicación ni una disculpa. ¿Acaso estaba poniendo a prueba su tolerancia ante
la frustración, o bien su sentido de la realidad? En segundo lugar, le molestó el hecho
de que Federn sin mediar comentario alguno le hubiera achacado una neurosis,
dándola por supuesta, y que le hubiera hablado de ella sin más. ¿El psicoanálisis no
permitía ninguna conversación personal, ninguna incursión en preguntas humanas
acerca de sus intereses y motivaciones con respecto al psicoanálisis, acerca de sus
capacidades y aficiones? Cuanto más pensaba en la idea de hacer un curso de
formación psicoanalítica en este contexto, menos conveniente le parecía. El grotesco
de la voz de falsete de Federn surgiendo de su barba oscura también habrá hecho lo
suyo. Frankl decidió no comenzar la formación psicoanalítica y unas semanas más
tarde se pasó al grupo de Adler.

Lo que Frankl sintió en el episodio con Federn fue exactamente aquello contra lo cual
se enfrentaría más tarde con la logoterapia. Interpretó su propia experiencia como
una confrontación personal con el psicologismo. Y descubrió que no quería sostener
en su vida semejante visión del hombre. El encuentro con Federn contenía para él un
doble reduccionismo: el primero, la gradual extinción de la dimensión humana que
pormenor de la metodología impide el encuentro de las personas, o bien hace caso
omiso de él. No hubo saludos, ni disculpas, ni explicaciones, ni palabras
preliminares, ni acuerdos, ni apretón de manos en la despedida. Por culpa del corsé
metodológico, Frankl se sintió reducido a una cosa. El segundo reduccionismo puede
definirse como patologismo. Residía en la circunstancia de ver la esencia del hombre
en su neurosis, a partir de la cual todo comportamiento humano se define como
defensa o represión. Frankl sintió que Federn le veía exclusivamente en su neurosis
y no como hombre, no como algo más que una limitación y fijación psíquica.
Siguiendo un profundo impulso, Frankl rechazó el psicoanálisis a partir de entonces y
se distanció de él cada vez más. Quizás habría que añadir que alguna vez también
se ha considerado que fue Federn quien rechazó a Frankl cuando éste se postuló en
1924 para una formación analítica. Es lo que escribe, por ejemplo, Timothy Pytell —
aunque sin mencionar sus fuentes”.

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Logoterapia 44

Durante el bachillerato, cuando aún estaba bajo la influencia del psicoanálisis, Frankl
había decidido ser psiquiatra. Después de la ruptura con el psicoanálisis jugó durante
un tiempo con la idea de ser dermatólogo, o bien inclinarse por la obstetricia. En esa
época, Frankl se encontraba como a la deriva y vagaba sin rumbo. Una «observación
hecha al pasar por otro estudiante de medicina» con respecto a su deseo vocacional
provocó «un giro decisivo» en su vida. Su compañero le dijo que lo que Sóren
Kierkegaard” decía acerca de «no querer ser desesperadamente uno mismo» podía
aplicarse a su «coqueteo con otras especialidades no psiquiátricas». Se refería a que
Frankl tenía un talento declarado para la psiquiatría y debía reconocerlo. Aunque
este comentario fuera muy escueto, pudo haber sido la causa de que Frankl volviera
a estar seguro de su capacidad para la psiquiatría y en lo sucesivo se identificara con
esa vocación. A pesar de eso, no tenía clara su motivación por la psiquiatría. Es
decir, notaba que su deseo profesional implicaba una tentación muy fuerte para él.
La tentación de la psiquiatría residía en la posibilidad de «adquirir poder sobre los
otros, dominarles, manipularles. El saber es poder. Así pues, nuestro conocimiento
de mecanismos, acerca de los cuales nosotros tenemos plena conciencia y los
demás ninguna, nos confiere ante todo una cosa: poder sobre los otros»”. Similar
fascinación experimentó Frankl por la hipnosis. Por ese motivo, ya podía «a los
quince años hipnotizar perfectamente»

Después de haberse dedicado a estudiar los impulsos libidinosos del hombre durante
su etapa psicoanalítica, Frankl experimentaba fuertes impulsos hacia el poder
justamente en el momento en que se hallaba en el campo de influencia de Adler,
donde el poder y la superación del complejo de inferioridad eran los temas centrales.
Frankl no dice cómo resolvió su necesidad de poder ni cómo hizo para superar esa
actitud En ese punto de su biografía, realiza una asociación con el empleo de la
hipnosis y empieza a contar anécdotas entretenidas. Luego vuelve a hablar una vez
más del poder. Describe cómo había experimentado el poder en dos ocasiones:
durante una conferencia y durante el tratamiento de una paciente. Tuvo la sensación
de que los oyentes «eran barro en manos del alfarero» y de que la paciente, que

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Logoterapia 45

padecía una fuerte neurosis obsesiva, se iba tranquilizando cada vez más con su
discurso persuasivo, «. . .y cada palabra [...caía] visiblemente en suelo fértil. Y volví a
sentir lo mismo con ella: era barro en manos del alfarero...». Las dos veces, una
como orador y otra como médico y psicoterapeuta, empleó el poder que tenía en sus
manos para ayudar, incluso, según sus propias palabras, para «salvar». Si bien en
un principio el poder fue importante para sus propios sentimientos de autoestima,
pronto dejó de tener importancia para sí mismo y alcanzó una función de servicio.

En el fondo, la resolución de ser psiquiatra había ido madurando en Frankl durante


los años en que se dedicó con tanto interés a la filosofía, la psicología y la medicina.
La amistosa sugerencia de su colega acerca de su talento para la psiquiatría y la
necesidad de poder que reconocía en sí mismo actuaron como impulsos
determinantes para su decisión. Entretanto, como psicoterapeuta, había vuelto la
espalda al psicoanálisis reduccionista de la década del veinte y se había decidido en
favor de Adler, «al que veía con “respecto a su visión del mundo” (Frankl 1938, p. 35)
como una continuación de Freud». El 23 de noviembre de 1925 Frankl aprobó su
examen teórico en la «sede vienesa de la Asociación internacional de psicología
individual» y obtuvo su diploma. Allí encontró maestros que le «impresionaron no
sólo como hombres, sino que también ejercieron otras influencias más duraderas:
Rudolf Allers y Oswald Schwarz». Desde una perspectiva histórica, puede decirse
que el impetuoso espíritu indagador del joven Frankl finalmente encontró a los
compañeros congéniales que podían ofrecerle carriles de desarrollo que guiaran al
investigador que había en él —y que podían conducirle hasta sus propias
capacidades—. Pero todavía le quedaba un largo y arduo camino por recorrer.

Apenas Frankl hubo encontrado sus modelos humanos y sus provocadores


espirituales, y también un decano y guía en Allers, comenzó una época en la que se
sucedieron varias olas de sufrimiento y crisis. La primera crisis se desencadenó
precisamente a causa de sus maestros. La suerte de haberles encontrado
finalmente, acarreó el precio de verse envuelto en el conflicto con Adler. La

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Logoterapia 46

consiguiente expulsión de la Asociación de psicología individual sumió a Frankl en un


vacío y una desorientación que duraron unos diez años y cuyo final coincide con la
época del nacionalsocialismo. Le siguió después un tercer período de sufrimiento
particularmente terrible en cuatro campos de concentración. La última gran época de
crisis comenzó con la liberación, cuando Frankl se enteró de la muerte de sus
familiares. Dejando a un lado el breve y feliz período con su primera mujer Tilly, en
1926 empieza una época de agobios y pruebas, compuesta por cuatro olas
sucesivas, que no acaba hasta 1946/47. Uno podría tender a creer que estos veinte
años tuvieron una fuerte influencia en el concepto que Frankl tenía de la vida. Esto
se ha dicho muchas veces, especialmente, a propósito de los años de campo de
concentración. Pero hay que subrayar que Frankl ya antes había vivido su
compromiso contra el sufrimiento, la miseria y la desesperación. Sin embargo, fue en
aquellos años que llegó a madurar en especial medida su profundo y humano
objetivo. A través de esa época de fatal dificultad, Frankl fue creciendo como
abogado del hombre doliente y como defensor contra el vacío de sentido. Ambos,
sufrimiento y vacío de sentido, tuvo que experimentarlos en su propia carne y en su
propia alma del modo más amargo.

Pero volvamos al comienzo de estos años de crisis. Apenas Frankl hubo conocido a
sus dos maestros y se hubo acercado a ellos, se desencadenó, por su culpa, la
primera crisis. Tanto Allers y Schwarz como Fritz Kündel, en tanto que
representantes de la posición antropológica, ya se habían apartado hacía algún
tiempo de la línea de Adler y en 1927 dieron a conocer su abandono de la Asociación
de psicología individual en una sesión pública. Pertenecían al grupo de los
colaboradores de Adler que tenían motivaciones religiosas por lo tanto, la
discrepancia no tenía relación con diferencias en su visión del mundo. Para Frankl, el
abandono de la Asociación por parte de sus maestros tuvo consecuencias
duraderas, ya que él se consideraba más un discípulo de Allers y de Schwarz antes
que del propio Adler. Entendí este hecho con particular claridad cuando una vez
pretendí describir a Frankl como «discípulo de A. Adler» en un artículo que escribí a

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Logoterapia 47

finales de la década del ochenta. Frankl que se ocupó de la corrección de pruebas,


tachó este pasaje y me dijo que nunca se había considerado discípulo de Adler y que
tampoco quería ser definido como tal. En efecto, se había sentido ligado a Adier, le
estimaba y no veía ningún motivo para retirarse de su Asociación. Pero también es
cierto que nunca había llegado a estar en estrecho contacto con él. Adler había
mantenido una jerarquía en la que no era común que los menos allegados se
comunicaran directamente con él: debían hablar con el «médico jefe» a través de los
<(jefes de servicio» y de los «médicos adjuntos». Esta distancia jerárquica era otro
motivo de que Allers y Schwarz estuvieran más cerca de Frankl que Adler.

A menudo he tenido la sensación de que —amén del distanciamiento de Adier— las


personalidades de Schwarz y Allers habían impresionado más a Frankl. Adler no le
caía bien. Le debe de haber parecido demasiado autoritario y demasiado poco
científico, o bien demasiado poco filosófico. Frankl casi no hablaba sobre su opinión
acerca de Adler como persona. En pequeños círculos, ocasionalmente podía llegar a
señalar (como lo hizo en una entrevista con el logoterapeuta mexicano Pareja) que
Adler «sencillamente carecía de un órgano de percepción para los problemas
filosóficos». En su «excelente libro» sobre el sentido de la vida, responde a Adler
antes de haber formulado la pregunta. Parte del principio de que la vida tiene un
sentido y que el error consiste en formular la pregunta. Hasta aquí, Frankl sobre
Adler. Por lo demás, sólo por pequeñas observaciones y por el examen comparativo
de ambas personalidades, puede definirse su actitud con respecto a Adler. De este
modo, nos encontramos nuevamente con un rasgo característico de Frankl nunca
podía hablar mal de nadie. Muy rara vez hacía a alguien un comentario crítico. Por el
contrario, no ahorraba elogios cuando le parecía mínimamente oportuno. Esto hacía
que a menudo su actitud no fuera clara, pues sólo quien le conocía bien sabía que el
hecho de que no expresara ningún elogio debía entenderse como una crítica. En
ocasiones, cuando a instancias externas expresaba reconocimiento y respeto pese a
la crítica contenida, su actitud se volvía realmente confusa. Así ocurrió en el
«“homenaje” con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Adler

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Logoterapia 48

solicitado» para el Journal of Individual Psychology. Vuelve a aparecer aquí el mismo


rasgo de Frankl que veíamos en el capítulo sobre los padres, un rasgo que proviene
menos de la pretendida proximidad que de una distancia impuesta por la veneración.

En 1982, Frankl destacó su unión con la psicología individual en un discurso que


pronunció con motivo del XV Congreso mundial de psicología individual celebrado en
Viena. Afirmó: «No reniego del cordón umbilical que, antes como ahora, me une a la
psicología individual»’. Volvió a destacar que no había tenido ningún motivo para
retirarse de la asociación y que quizás hubiera permanecido siempre fiel a la
psicología individual, si Adler lo hubiera consentido.

Pese a la distancia personal y sin perjuicio de la posterior exclusión de la Asociación,


Frankl adoptó algunas cosas de Adler, tanto de la praxis como de la teoría. Por él
supo lo que era una praxis psicoterapéutica experimentada, sólida. Le consideraba
un «predecesor de la psiquiatría existencial». Cuando tenía más de ochenta años le
seguía gustando citar a Adler. La frase que citaba mis a menudo era: «El hombre no
tiene experiencia — las experiencias las hace el hombre». Desde luego, este
pensamiento concordaba con la visión de Frankl. El hombre no es un autómata
psicofísico: lo decisivo en él es la persona espiritual. Así pues, las experiencias no se
graban simplemente en el hombre como las imágenes sobre una placa fotográfica.
Tampoco se acumulan como los libros en una biblioteca. El hombre en tanto ser vivo
participa mucho más activa y constructivamente en la consumación de sus
experiencias, de manera que sus actitudes y decisiones tienen una influencia crucial.
Es cierto que el hombre «tiene» vivencias, pero las «transforma» en «experiencias».
La cita de Adler manifiesta claramente que, como decía Frankl, «el hecho de que una
persona se deje influenciar o no por el medio ambiente y cómo se deja influir
depende sólo de ella misma».

Prácticamente nadie lo sabe, pero Frankl incluso le debe a Adler la idea central de la
logoterapia. Frankl consideraba que esta idea constituía un «giro copernicano» y bajo

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Logoterapia 49

tal denominación la adoptó como base de la logoterapia. La revolución copernicana


o, como decimos hoy en día, la «revolución existencial»’ consiste en considerar que
en definitiva no se trata de preguntar qué es lo que uno espera de la vida. Esta
actitud no nos conduce al sentido de la vida. Por el contrario, se trata mucho más de
dejarse inquirir por la vida y ver qué es lo que ella requiere de uno.

La cuestión reside en comprender la pregunta de cada hora, cada momento, cada


situación y en darle una respuesta totalmente personal. En una nota escrita a mano
para un artículo, Frankl advierte que este pensamiento también proviene de Adler,
pero que éste no tuvo el tino de formularlo ni desarrollarlo correctamente. Durante su
época junto a los adieríanos, Frankl también aprendió a trabajar experimentalmente
en el laboratorio de fisiología de los sentidos con Allers. Pero el mayor mérito de
Allers consiste en haber introducido a Frankl en la filosofía de Scheler. Seguramente,
el contacto con los libros del filósofo constituyó el cambio más fundamental y
revolucionario en la «fase temprana» de la carrera científica de Frankl.
Posteriormente, la filosofía y la antropología de Scheler llegaron a convertirse en los
fundamentos de la logoterapia y el análisis existencial.

En ese momento, Frankl se encontró desprevenidamente envuelto en el conflicto de


sus maestros y fue arrastrado por el torbellino de la controversia. Para Frankl no fue
fácil ver, al día siguiente de que sus maestros se retiraran de la Asociación, que
Adler no le dirigía la palabra ni contestaba a su saludo, «cuando, como era habitual
noche a noche, entré en el Café Siller y me acerqué a su mesa de costumbre en la
que éste se hallaba con toda su corte. Precisamente lo que no podía perdonarme era
que yo no le hubiera apoyado de un modo incondicional». Un par de meses más
tarde fue «formal y definitivamente excluido de la Asociación de psicología
individual». «Para mí la exclusión fue un duro golpe», escribe Frankl. Por su causa,
perdió su campo de acción y las relaciones con sus colegas. Sólo unos pocos le
guardaron «fidelidad, si no como científico, sí al menos como hombre».

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Logoterapia 50

Frankl perdió algo mis que su comunidad científica. Muy pronto, el contacto con sus
maestros empezó a disminuir hasta acabar interrumpiéndose del todo. Otra vez se
encontró solo para salir adelante. De ahí que sus proyectos quedaran detenidos: no
se pudo imprimir el libro que había escrito para la editorial de psicología individual
Hirzel con sus nuevas ideas, y para el cual su maestro Schwarz había escrito un
entusiasta prólogo (recién en 1939 apareció una síntesis en la Schweizeríschen
Medizinischen Wochenschrift146); también fue preciso suspender la publicación de la
revista de psicología individual Der Mensch im Alltag que editaba. Así fue como
Frankl perdió, según él mismo dijo, su foro científico. Estaba profundamente herido y
se quedó aislado. La herida aún seguía resonando en la vejez, cuando escribe en su
autobiografía que ya nadie le «diría que la logoterapia era únicamente una “Adlarien
psychology at its best”» y que no representaba una «línea de investigación sui
generis». Pues, ciertamente, nadie más autorizado que el propio Adler para
determinar «si la logoterapia en verdad seguía siendo psicología individual o si por el
contrario hacía tiempo que ya no lo era». Como quien tajantemente dice «bastal»,
Frankl escribe al final del capítulo de Adler la frase: Roma locuta, causa finita.

La arbitrariedad de Adler y el procedimiento extracientífico que determinó su


exclusión de la psicología individual fueron para Frankl durante toda su vida un
ejemplo de advertencia de cómo no debe llevarse a cabo la cooperación científica en
psicoterapia. De ahí, su aversión por las sociedades logoterapéuticas y las
fundaciones educativas que, vista desde esta perspectiva, puede comprenderse un
poco mejor (cf capítulo II, «Relación de Frankl con la política», p. 180).

A causa del trauma de la expulsión, Frankl perdió el rumbo de su vida. En efecto, un


año antes, en 1926, había hablado por primera vez de logoterapia en una
conferencia 5° y en 1927 había escrito en su libro sus primeras ideas sobre el cambio
de paradigma de la psicoterapia (esto es, la superación del psicologismo). Sin
embargo, a pesar de que por aquel entonces ya se había ocupado de los contenidos
de la logoterapia, no logró continuar con su proyecto comenzado ni seguir trabajando

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Logoterapia 51

en él con todas sus fuerzas. En mi opinión, esto se relaciona sobre todo con la
pérdida de su ámbito científico. No es que Frankl hubiera pensado en fundar su
propia escuela a partir de sus ideas sobre psicoterapia. Las veía como un elemento
importante que hubiera sido apropiado «incluir en los fundamentos antropológicos de
la sic o individual». Quería superar el psicologismo es de entro de la psicología
individual, pero le impedían llevar a cabo esa tarea. Él sabía que sus ideas sobre la
superación del psicologismo no representaban por sí mismas una dirección de la
psicoterapia, sino que tenían valor en tanto «corrección» de las escuelas existentes.

En efecto, Frankl defendió toda su vida en sus libros la opinión de que había «dado a
conocer siempre la logoterapia como un complemento y no como un sustituto de la
psicoterapia» Tal vez, ese «cordón umbilical jamás cortado con la psicología
individual» también haya contribuido a que siempre caracterizara la logoterapia como
un suplemento de la psicoterapia y sólo se animara a definirla como una tendencia
autónoma «hacia adentro», es decir, en presencia de los mismos logoterapéutas.
Creo que Frankl supo hasta en la vejez lo que le faltaba a la logoterapia para poder
ser declarada psicoterapia autónoma también «hacia afuera». Además de razones
objetivas (cf el capítulo sobre su obra, pp. 222s.), intuyo cierto miedo a causar un
efecto de soberbia.

Para poder, no obstante, cumplir su deseo acallado, Frankl transformó la exclusión


de Adler en una declaración positiva: una actitud típica en él. Con el tiempo, lo único
que decía de la exclusión era que significaba que la logoterapia ya no podía
considerarse psicología individual, antes bien, hacía tiempo que se había
transformado en otra cosa: en una «línea de investigación» autónoma. Así pues,
atribuía a Adler el haber sido el primero en adjudicar a la logoterapia su autonomía,
al menos en materia de investigación, únicamente por el hecho de haberse rehusado
a reconocerla como psicología individual.

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Logoterapia 52

Después de ser excluido de la psicología individual, echado a la calle, por así decirlo,
Frankl empezó sus «años de aprendizaje y peregrinaje». El germen logoterapéutico
siguió creciendo muy lentamente a la sombra de las circunstancias. Aunque es
verdad que Frankl leía a Scheler, le faltaba el «efecto de invernadero» que
generaban sus maestros y la comunidad terapéutica. En consecuencia, durante los
años siguientes se consagró a la praxis; trabajó sobre todo en el campo científico de
la neurología.

En un principio —obedeciendo al compromiso de la psicología individual con la


debilidad social— organizó a partir de 1928 centros de asesoramiento para la
juventud en los que se orientaba a jóvenes con dificultades mentales. Toda su vida
Frankl se sintió orgulloso de esta actividad en la que se manifestaban dos rasgos
esenciales de su personalidad: su actividad idealista y su compromiso social. La
creación de centros de asesoramiento para la juventud seguía concretamente la
línea de sus intereses psicológicos. Su intención de desarrollar una asistencia
psíquico-espiritual para ayudar a la población a afrontar la vida cotidiana animó
claramente la fundación de la revista Der Mensch im Alltag y los cientos de
conferencias públicas. Frankl quería procurar un espíritu que ofreciera al «sencillo
hombre de la calle», como le gustaba decir, una guía para la estructuración de la
vida, un respaldo y orientación para la superación de sus problemas y de sus
complejos de falta de sentido. Veía ahí una protección ante trastornos y
enfermedades mentales. Este objetivo primario de Frankl ya estaba vigente años
antes del desarrollo de la logoterapia. Era ya una «pastoral médica», como
posteriormente habría de llamarla en su primer libro sobre logoterapia.

Acaso sea tarea de posteriores investigaciones descubrir cómo llegó Frankl a fundar
los centros de asesoramiento para la juventud. De sus propias afirmaciones en su
autobiografía, puede inferirse que la idea, el programa, la iniciativa y la ejecución
partieron de él. En otro sitio escribe que le «tocó atender psiquiátricamente a los
jóvenes parados en el marco de la campaña “Juventud necesitada”, promovida por la

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Logoterapia 53

Cámara de trabajadores de Viena» Más adelante remite a su experiencia «en el


marco del Centro para hastiados de la vida de Viena, fundado por Wilhelm Bórner y
dirigido por él durante un decenio (hasta 1938) —prácticamente, el primer centro de
esta naturaleza». Bórner era el director de la Sociedad vienesa de salvamento,
según me contó Frankl. Por lo que sé, se trataba de una misma institución, tanto la
campaña de la Cámara de trabajadores como el Centro de hastiados de la vida
fundado por Bórner y dirigido después por Frankl. Fizzotti’ alabó la iniciativa de
Frankl quien entre l926 y 1927 en varios números de su revista Der Mensch im Alltag
había señalado la necesidad de centros de asesoramiento para la juventud y
mediante «largas listas de episodios» había llamado la atención a los responsables
de la psicología individual sobre esta urgencia. Finalmente, Frankl logró «pese a las
resistencias» abrir un primer centro en 1927 y publicar en su revista una lista de los
consejeros y sus horarios de consulta. En 1931, se consiguió por primera vez que no
hubiera ningún intento de suicidio hacia la época de fin de curso.

En un programa emitido por la radio austriaca inmediatamente después de la muerte


de Frankl, el comentarista resumió su biografía, siguiendo probablemente un modelo
del Instituto Viktor Frankl. Según aquél, Frankl había fundado los centros «por orden
de la Cámara de trabajadores». La cuestión me parece interesante en lo que
respecta a la personalidad de Frankl. Si la iniciativa y la organización hubieran
partido del mismo Frankl, entonces se había dado un perfil empresarial más marcado
del que existió. Pues Frankl nunca fundó ninguna organización ni ninguna empresa
comercial por sí mismo (la Asociación médica austriaca de psicoterapia la fundó a
petición y ruego del psiquiatra Ernst Kretschmer de Tübingen). Frankl prefirió
asociarse con otros. Esta carencia de autonomía organizativa contribuiría más tarde
a la paralización y desorientación científica de los años posteriores, tal como
habremos de ver más adelante.

Frankl dio su primera conferencia sobre la pregunta del sentido a los 16 años. A
partir de 1927, se sucedieron regularmente dichas conferencias. El punto esencial de

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Logoterapia 54

trabajo no residía tanto en el tratamiento de trastornos mentales como en la


profilaxis, la higiene psíquica, la presentación de una visión del hombre y una
filosofía útil para la vida. Es evidente que éste fue el objetivo que le condujo a las
consultas, donde no se trataba de la modificación y tratamiento de trastornos, sino
más bien de su prevención y de dar un estímulo para la vida. Era especialmente para
cumplir este ethos que servían los centros de asesoramiento para jóvenes.

La intención idealista de Frankl estaba acompañada de otro talento: el don de la


la/abra. En 1927 Frankl ya era consciente de esta capacidad especial. Sus
conferencias tenían gran éxito. Eran las más concurridas de la Universidad popular.
Frankl se gustaba a sí mismo como orador y también empleaba sin disimulo el efecto
de sus conferencias para causar impresión entre las jóvenes y las mujeres. Más
tarde, después de la guerra, recibió de sus colaboradores el apodo de
«Nervengóbbels» (devorador de nervios) a causa de su talento oratorio. Este talento,
estimulado por el éxito, impulsó a Frankl a dar cada vez más conferencias públicas.
Justamente en medio del vacío posterior a la exclusión de la psicología individual,
este ámbito de acción se reveló particularmente gratificante y satisfactorio. Además,
le parecía más indicado que practicar la psicoterapia en incontables sesiones
individuales; cosa que ya había tenido ocasión de hacer desde muy temprano, es
decir, como estudiante de medicina en la clínica universitaria y después, por
supuesto, como aspirante a psiquiatra durante todo su período de formación.

También continuó con su compromiso social después de la exclusión de la


Asociación de psicología individual, siguiendo inconscientemente los pasos de su
padre, quien había trabajado en asistencia a la juventud’ y debió constituir para él un
modelo a seguir. Frankl quería ofrecer una ayuda a los estudiantes y jóvenes,
aunque ellos mismos nunca se lo hubieran pedido. Esta ayuda debía contribuir al
mejoramiento de sus vidas en un ámbito en el que ellos no sabían que pudieran
recibir ninguna clase de asistencia. Y él quería ofrecerles esta orientación
gratuitamente. Toda su vida luchó para que la gente no tuviera que prescindir de la

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Logoterapia 55

ayuda necesaria por falta de dinero. Él mismo había conocido la miseria y sabía por
relatos de su padre lo que significaba ser pobre. ¿Cómo podían los jóvenes —que ya
de por sí encontraban poca comprensión en casa— reunir además los medios
financieros para proporcionarse ayuda externa? ¡Y cuánto más difícil resultaba esto
en el período de entreguerras marcado por un desempleo tan masivo! Frankl estaba
cumpliendo el cometido que le requería la situación económica imperante. En ella
tenía que actuar. Experimentó la presión de la miseria y por eso quiso hacer todo lo
posible para que la pobreza no la hiciera aún mayor.

De este modo, inmediatamente después de la dolorosa exclusión de la psicología


individual, Frankl volvió a encontrar una tarea que le mantenía muy ocupado y no le
dejaba demasiado tiempo para lamentaciones ni cavilaciones. A pesar de la pérdida
masiva de su comunidad y de parte del objetivo de su vida, había vuelto a encontrar
un sentido. Su tarea era ayudar a otras personas a afrontar mejor su vida. Su
compromiso social estuvo apoyado por su idealismo y por un gran gusto por la
retórica. Pese a estar separado de Adler, Frankl siguió siendo durante años un
adleriano en sus pensamientos y en sus actos, y también un huérfano. Sin embargo,
en su actividad psicoterapéutica en el hospital intentó, en lo sucesivo, «olvidar lo que
había aprendido del psicoanálisis y de psicología individual». Procuraba en aquel
momento, también a la fuerza, aprender de los pacientes. Lo que le interesaba
particularmente era investigar lo que éstos hacían cuando su estado mejoraba.
Frankl prosiguió su formación psicoterapéutica en la praxis y se ejercitó en la
franqueza fenomenológica en las conversaciones con sus pacientes.

Paralelamente a este compromiso social, había concluido en 1930 sus estudios de


medicina y se ocupó, entre 1930 y 1936, de su formación como médico especialista
en neurología y psiquiatría. Después de su actividad en la clínica psiquiátrica
universitaria bajo la dirección de Otto Pótzl, obtuvo en 1930 un nombramiento en la
clínica mental Rosenhügel. Luego, en 1931, estuvo dos años junto al famoso
neurólogo Josef Gerstmann en el Maria- Theresien-Schlóssel y después cuatro años

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Logoterapia 56

(hasta 1937) en el hospital psiquiátrico Steinhof. Allí tuvo contacto con un gran
número de pacientes mujeres con riesgo de suicidio. El mismo Frankl señala la cifra
de tres mil en cuatro años, lo cual corresponde a un registro diario de dos a tres
pacientes. En ese contexto, no habrá quedado mucho tiempo para conversaciones.
Debía limitarse a intervenciones breves, que de todos modos era lo que más le
interesaba.

Pese al esfuerzo relativamente grande que le exigía su formación como médico


especialista (por aquel entonces todavía había pocos médicos en cada
departamento, y la mayoría de las veces Frankl se tenía que ocupar él solo de todos
los departamentos) y pese a sus múltiples actividades honoríficas en los centros de
asesoramiento para la juventud y en los ciclos de conferencias, fue apareciendo en él
poco a poco un sentimiento de vacío y una persistente desorientación interior. A ellos
se sumó la lenta dimisión política del socialismo a partir de 1927. También
políticamente Frankl quedó aislado y desarraigado por aquel entonces.

Frankl no habla explícitamente de desorientación en su autobiografía, pero da


algunas indicaciones de las cuales puede deducirse que estaba en una difícil
situación humana. «Cuando era un joven médico en el Maria-Theresien-Schlossel y
en el Steinhof, los domingos pasaba el rato concurriendo al teatro de variedades»,
escribe en su autobiografía. Así fue desde 1931 hasta 1936, es decir, entre los 26 y
los 31 años de edad. En el borrador manuscrito denominaba incluso sus visitas al
teatro de variedades como una forma de «matar el tiempo». Ahí escribe también que
disfrutaba mucho en aquella época cuando andaba «rodando por las camas de las
mujeres». Sin embargo, siempre «tenía una mala sensación», porque en realidad
hubiera debido emplear mejor su tiempo y «poner sus pensamientos por escrito para
publicarlos». No fue hasta más tarde que tomó realmente conciencia de que sólo se
quería «aturdir de cualquier modo» con las mujeres. En relación con su laboriosidad,
todo cambió a partir de la experiencia del campo de concentración. Después, dice,
los fines de semana «sacrificaba el deporte del montañismo para dictar mis libros»

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Logoterapia 57

Pero, por aquel entonces, no se registraban tantos progresos en el desarrollo de sus


ideas. Por cierto, los primeros contornos de una logoterapia ya habían sido creados.
En 1926 ya había hablado por primera vez de «logoterapia» en una conferencia,
reuniendo dispersos pero importantes trozos del mosaico total. Como consecuencia
de sus lecturas de Scheler, encontró en 1929 la estructura básica de la «doctrina del
sentido», las tres categorías de clasificación que conforman las tres posibilidades
básicas de los hombres para encontrar sentido en la vida: a través de la creación, la
vivencia y la actitud constructiva ante el sufrimiento. En ese mismo año de 1929, a
partir de lo que fue casi una broma en relación con una paciente que sufría miedos
fóbicos, desarrolló la técnica de la intención paradójica. Pero todavía habrían de
pasar diez años hasta que Frankl publicara esta técnica.

¿De qué quería evadirse en esos años? ¿Qué le faltaba? ¿Por qué quería «matar el
tiempo»?

¿Era el estancamiento en el desarrollo de la logoterapia?

¿Era la expulsión de la sociedad de los adlerianos que incluso años más tarde
todavía le haría sentirse excluido?

¿Era su incapacidad para la autonomía (organizativa) y la estructuración


independiente de la vida, a las cuales se enfrentaba por primera vez y que en aquel
momento le paralizaban?

¿O tenía un dolor en el alma? ¿Sufría de soledad? En esa época Frankl no tenía


ninguna relación estable.

¿Era el desprendimiento de la casa paterna a la que se sentía ligado infantil y


emocionalmente, pero en la que de adulto ya no encontraba su sitio? También pudo
haber sentido en esos años que el aspecto emocional de su vida estaba demasiado
restringido. Posteriormente, un psicólogo le aseguró por medio de un test de

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Logoterapia 58

Rohrschach algo que él ya sabía desde hacía tiempo: que estaba sometido a una
«tensión infrecuentemente grande entre una extrema racionalidad y una profunda
emocionalidad».

Existen claros indicios de que por aquel entonces Frankl padecía sentimientos de
vacío (apatía) y aburrimiento, unidos a una falta de interés y carencia de iniciativa,
que le llevaban a padecer «insondables sentimientos de falta de sentido» —más
tarde definió aquel mismo estado como «vacío existencial»—. Y en ese vacío
existencial «prolifera la libido sexual», escribió en 1946 en su Árztliche Seelsorge.
Este vacío y aburrimiento era lo que quería adormecer. Debió de experimentar en sí
mismo, en cierta medida, este síntoma que tan a menudo conjuró posteriormente. De
manera análoga, debió de sufrir en los años de bachillerato el nihilismo contra el cual
después luchó toda su vida. Todo esto puede concluirse a partir del presente material
y de sus relatos, así como de la vehemencia de su lucha contra el vacío existencial.
Pues también en el contacto personal Frankl hablaba poco sobre estos años.

Si quisiéramos sintetizar lo que llevó a Frankl a esta prolongada crisis que duró unos
diez años, hasta el comienzo de la época nacionalsocialista, entonces lo mejor que
podríamos hacer es describirla en términos logoterapéuticos. Y me parece
interesante —en vista también de una posterior descripción de la logoterapia—
utilizar las propias clasificaciones de Frankl, pues por aquellos años debió de
experimentar en carne propia su futura teoría como déficit.

Definitivamente, Frankl no padecía por aquellos años de una carencia de actividades.


Pero ni su ocupación profesional, ni tampoco sus actividades de recreo
(conferencias, éxitos retóricos, aventuras amorosas) le proporcionaban una real
satisfacción. Le faltaba un valor profundo, una tarea para la que se sentía
predestinado y que no era capaz de desarrollar bajo esas circunstancias externas.
Por cierto, era médico y lo era en cuerpo y alma. No obstante, también había nacido
para otra cosa que, sin embargo, por aquel entonces todavía permanecía a oscuras.

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Logoterapia 59

Esto es, para aquello que más tarde habría de convertirse en la obra de su vida.
Luego de la exclusión de la Asociación de psicología individual, le faltaba aquel
medio que constituía para él un impulso espiritual y que le había proporcionado una
guía gracias a sus maestros para seguir trabajando en el desarrollo de la logoterapia.
Tengo la impresión de que Frankl en esos años estaba afectado por ese «embarazo
psicoterapéutico» en el que quedó detenido durante años. Trabajaba como médico,
pero su obra vital como psicoterapeuta quedaba relegada. Lo pasaba bien durante
sus conferencias, eran buenas para su autoestima, pero no le hacían experimentar
ninguna satisfacción real. Al fin y al cabo, pese a las múltiples actividades, sus
propios «valores creadores» quedaban en el camino.

Lo mismo sucede con la segunda categoría que sirve para la realización y el


descubrimiento del sentido en la vida: los valores vivénciales. Frankl siempre
menciona los valores vivénciales en segundo término, después de los valores
creadores. Su afán de actividad y la búsqueda de su tarea vital, así como su actitud
reservada ante la emocionalidad, relegaron la vivencia a las sombras de la actividad.
Exactamente esto fue lo que durante esos años se volvió una fatalidad para él. A
Frankl le resultaba más difícil disfrutar de lo bello y valioso que crear. De este modo,
el lado emocional quedó cada vez más restringido. Por lo demás, no tenía relaciones
amorosas con ninguna mujer y era demasiado mayor para contentarse con la cálida
inclusión en su familia de origen. Además, también había sido aislado de su
comunidad científica, lo cual iba unido a una considerable pérdida de sus relaciones.
En suma: quedó relegado en el plano de sus sentimientos y en el de sus relaciones;
y aún no había encontrado su nuevo camino.

Con todo, si se lo mira desde fuera, por aquellos años le iba bien: tenía trabajo,
proyectos, prestigio e interesantes actividades. No hubiera tenido de qué quejarse.
Pero justamente ese relativo bienestar le cerraba el tercer camino para una vida
plena de sentido, el camino que él designó como valores de actitud. Su sufrimiento
no tenía nombre, no se relacionaba con ninguna otra persona, no podía

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Logoterapia 60

transformarse en un «servicio» como sucede con los valores de actitud. Sufría, pero
su sufrimiento no tenía un «para qué». Todo esto cambió bruscamente con la
irrupción del nacionalsocialismo, cuando pudo salvar a sus pacientes de la eutanasia
y proteger a sus padres ante la deportación al campo de concentración.

1.7 El nacionalsocialismo y la deportación al campo de concentración

En marzo de 1938, con la entrada de los nacionalsocialistas en Austria, sobrevino en


la vida de Frankl una nueva etapa de dificultades y agobios. Era como si el destino
se hubiera ensañado con él. Pues aún no había puesto punto final a su crisis interna,
cuando los problemas comenzaron a acosarle también desde fuera. No se trataba
tanto de la guerra como de su descendencia, que le ponía en apuros a él y a su
familia. Se vio desacreditado y aislado por ser judío. Al principio, las fuerzas políticas
«sólo» limitaron su vida, pero con el tiempo la amenazaron cada vez más. A
continuación, le fueron conduciendo a través de innumerables humillaciones,
degradaciones y suplicios a la mayor pérdida que puede padecer un ser humano, y le
llevaron reiteradas veces hasta los umbrales de una muerte escalofriante.

Para Frankl, la era del nacionalsocialismo fue una época que cambió radicalmente su
vida en múltiples aspectos. Al comienzo, la transición hacia su etapa ilegal fue
relativamente leve. Puede interpretarse como una ironía del destino el hecho de que
Frankl, en la noche de la entrada de Hitler, «sin sospechar nada», reemplazara a un
colega en una conferencia que trataba sobre el tema «El nerviosismo como
fenómeno de nuestra época». Fue durante esta conferencia que Frankl tuvo su
primer contacto con el nuevo régimen. De pronto, un hombre con el uniforme
completo de las SA abrió bruscamente la puerta de la sala de conferencias, se
apostó en ella y pretendió impedir el acto obligando a Frankl a interrumpir la
conferencia. Frankl aún no sabía nada del derrocamiento político triunfante y, por
tanto, estaba completamente sorprendido de ver una persona que llevaba

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Logoterapia 61

abiertamente un uniforme nazi haciendo arrogantes alardes de autoridad. A pesar de


su asombro, no quería ser importunado durante su conferencia. Con gran confianza
en sí mismo, le miró a la cara, clavó sus ojos en él y habló con todos los registros de
su talento oratorio para hechizar al hombre de las SA y hacerle olvidar su intención.
Sin saber que en aquellos minutos empezaba a desafiar un nuevo poder, obtuvo un
completo éxito gracias a su espíritu enérgico y a una actitud de combate casi
deportiva. El hombre «se quedó como clavado junto a la puerta hasta que hube
terminado la conferencia media hora después. Ésa fue la mayor hazaña retórica de
mi vida».

Frankl entendió rápidamente que bajo el nuevo régimen no iba a poder desarrollarse
libremente. Por eso, quiso emigrar a los Estados Unidos. Todos sus esfuerzos por
obtener un visado resultaron en un primer momento infructuosos. Sentía que su
situación estaba «como embrujada». Si Frankl usa un concepto semejante es porque
quiere poner de manifiesto que experimentaba sentimientos de impotencia y
desesperación. Pero el destino le deparaba algo diferente y pronto volvió a tornarse
propicio. Debía quedarse en Viena. En 1940, le ofrecieron la dirección del
departamento de Neurología del hospital judío Rothschild. Esta posición no sólo le
proporcionó trabajo y sustento, sino también cierto resguardo para sí mismo y para
sus parientes más cercanos frente a la deportación al campo de concentración.
Aunque, como ya se temía, bajo el dominio de los nacionalsocialistas no
desempeñaría ninguna actividad científica, se le dio libertad de acción para el trabajo
médico y científico con pacientes judíos. Solamente las conferencias y publicaciones
le fueron negadas. Sin embargo, mediante la aprobación «de los ponentes judíos del
Colegio de médicos nacionalsocialistas» logró pasar dos publicaciones a Suiza.

En cierta medida, el espíritu inquieto e inquisidor del joven especialista ya se daba


por satisfecho con poder transigir con su emprendedor talante científico.

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Logoterapia 62

Durante los años en el hospital Rothschild, Frankl encontró una tarea a la que
abocarse con todas sus fuerzas: salvar vidas humanas e intentar salvarlas, cosa que
también valía la pena. Servían para ese fin tanto sus ensayos neurológicos como su
gran compromiso personal y social. Hablemos en primer lugar de sus experimentos
neurológicos y de su ayuda médica a pacientes que habían intentado suicidarse.

Animado por un ethos humanitario, pero también movido por la ambición y la fuerza
de capacidades que se hallaban improductivas ante el trasfondo de un vacío interior
cada vez más acuciante y manifiesto, Frankl se interesó también por aquellos
pacientes suicidas que los médicos internistas abandonaban por no tener esperanza.
A diario llegaban al hospital hasta diez pacientes judíos que habían intentado
suicidarse ante la situación catastrófica del nacionalsocialismo y que —
desafortunadamente tal vez?— habían sobrevivido. Muchos de ellos no tenían
salvación. No obstante, Frankl los recibía en su departamento e intentaba traerlos de
vuelta a la vida con distintos medicamentos. Primero les daba estimulantes
intravenosos para intentar excitar la actividad nerviosa en el cerebro (empleaba
sobre todo la anfetamina «Pervitin»). Si esta forma de aplicación no funcionaba, se
los inyectaba en el occipucio, directamente en el tronco encefálico. Desarrolló así
una técnica especial de punción suboccipital del cerebro, mediante la cual podía
eliminar una fuente de peligros muy típica de este método de punción. Frankl escribe
que incluso fue el primero en indicar la existencia de esta fuente de peligros. La
técnica de Frankl se tornaba cada vez más invasiva. Es decir, si esta «inyección
intracisternal» no conducía al éxito deseado, procedía a abrir el cráneo y a instilar el
medicamento en un ventrículo lateral del cerebro succionando al mismo tiempo fluido
cerebral mediante una punción en el occipucio (suboccipital) para llevar el
medicamento lo más rápidamente posible a los principales centros vitales del tronco
encefálico. De esta manera, podía hacer que pacientes que ya estaban casi muertos,
sin pulso ni respiración, «siguieran aún con vida hasta dos días más». En realidad,
se desconoce si algún paciente sobrevivió más tiempo después de esta intervención.

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Logoterapia 63

Como puede inferirse a partir de su autobiografía, Frankl estaba muy orgulloso de


sus experimentos farmacológicos, de sus técnicas neurológicas y de sus rudimentos
de neurocirugía. Había elaborado estas técnicas de manera autodidacta. Nadie le
había permitido ni siquiera observar operaciones de cerebro. Durante esos años, se
había familiarizado tanto con la neurocirugía que «soñaba con operaciones de
cerebro completas». Menciona la incrédula admiración de un asistente quirúrgico que
había trabajado durante años con destacados neurocirujanos de Viena y que no
podía creer que Frankl no tuviera ninguna formación neuroquirúrgica. Hasta tal punto
se había imbuido de la neurocirugía. No es de extrañar: una operación de cerebro se
contaba «entre las tres cosas más emocionantes» que existían para él en el mundo,
junto con escalar por primera vez y jugar en el casino.

Como es lógico, a Frankl también se le planteaba la pregunta de cómo considerar


éticamente su proceder. Para él la legitimidad de los experimentos médicos con
pacientes estaba fuera de dudas. Correspondía al espíritu de la ética médica de
aquella época hacer experimentos relativamente agresivos al servicio del progreso
médico. Hoy en día, en nuestros países tales experimentos humanos se desecharían
por demasiado heroicos o demasiado inquietantes, ya que desde una perspectiva
actual parecen carecer de ética —ya por aquel entonces eran inquietantes, pese al
espíritu de época que se complacía en la experimentación—. Frankl disculpaba su
carencia de la correspondiente formación quirúrgica y experiencia clínica por la
«situación crítica> de los judíos y por la situación de guerra. En realidad, la pregunta
que se plantea es dónde hubiera podido apropiarse por aquel entonces Frankl,
siendo judío, de los conocimientos especiales pertinentes. En la clínica universitaria
donde se llevaban a cabo tales operaciones de cerebro (y adonde eran trasladados
los pacientes de su departamento del hospital Rothschild que tenían tumores
cerebrales), se le impedía actuar como asistente por ser judío. Además, dice Frankl,
el cirujano de la clínica «había rehusado hacer algo así».

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Logoterapia 64

Es posible suponer que un cirujano que hace operaciones de ciego, estómago,


intestino, extremidades, quizá también de pulmón, no se sienta capacitado para
llevar a cabo operaciones neuroquirúrgicas especiales y probablemente tampoco
conozca la técnica especial requerida para tal fin. Sin embargo, y a pesar de ser ésta
la explicación más verosímil y comprensible para cualquier médico, debe uno
preguntarse si tal vez este cirujano no tendría reparos de tipo ético a causa de las
escasas posibilidades de éxito, o bien a causa de la situación especial de los
suicidas judíos. ¿O acaso rehusara, sencillamente, la estrecha colaboración
interdisciplinaria con neurólogos? Teniendo en cuenta estas consideraciones
organizativas y éticas, cabe pensar también que Frankl era un autodidacta por
predilección y, por naturaleza, un intelectual ambicioso al que le complacía
experimentar, que buscaba desafíos y estaba dispuesto a llegar hasta las últimas
consecuencias. Según mi propio conocimiento de la persona de Frankl; todo esto
explica el placer de Frankl por la experimentación —amén de la situación biográfica
de vacío y desorientación que ya antes hemos descrito por extenso.

No obstante, Frankl plantea en su biografía un discurso ético que ya debía sostener


por aquel entonces. Se refiere al deseo de salvar a las personas que cometían un
intento de suicidio por estar expuestas a un peligro político. Contra este deseo
protestó, por ejemplo, su propia médica asistente. En efecto, estos intentos de
suicidio afectaban a judíos que querían escapar de la presión política imperante, de
degradaciones sociales o de una deportación estremecedora y una muerte
inhumana. Por tanto, en la mayoría de los casos, no se trataba del mismo tipo de
actos desesperados que llevaban a cabo los suicidas en circunstancias distintas a la
amenaza política. No nos es posible saber cuántas de estas personas desesperadas,
por motivos políticos o privados, se encontraban en esa situación. Es altamente
probable que los pacientes salvados no tuvieran ningún futuro. La propia asistente de
Frankl —quien, como ya se ha dicho, había protestado contra la salvación de
suicidas judíos— también efectuó un intento de suicidio cuando recibió la orden de

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Logoterapia 65

acudir a la deportación. La llevaron al departamento de Frankl y éste la trajo de


vuelta a la vida (más tarde fue deportada, según él mismo relata).

Frankl justificaba su proceder por el ethos médico. No pretendía negarse a respetar


la decisión de un ser humano de quitarse la vida. Pero reclamaba de sus pacientes el
mismo derecho para su propia actitud, que consistía —dice— en «salvarles en la
medida en que me fuera posible». Una sola vez se apartó de este principio: cuando
un matrimonio de ancianos intentó un doble suicidio, como resultado del cual la mujer
había muerto y el hombre había sido trasladado a su departamento. «Ya que me
pregunté —explica— si realmente podría hacerme responsable de devolver a ese
hombre la vida, sólo para que pudiera asistir al entierro de su mujer.. » Más allá de
esta excepción, Frankl se atenía por lealtad de principios al ethos médico de hacer
todo lo posible para conservar la vida. El principio de la conservación de la vida, dice,
rige también «para las personas que saben que tienen un mal incurable y que ya no
les queda mucho tiempo de vida, pero tampoco mucho tiempo de sufrimiento», ya
que «es evidente que también ese sufrimiento sigue siendo una oportunidad, una
última posibilidad de autorrealización». Tal era la actitud básica de Frankl que le
hacía rechazar el suicidio y le obligaba como médico a tomar medidas para salvar
vidas. Quisiera añadir que nunca podía llegar a saber si un paciente quería hacer un
acto de protesta o resistencia por motivos políticos o si actuaba guiado por un
«síndrome presuicida» (Ringel).

Sin embargo, Frankl añade a continuación que se debe «poner en evidencia esta
posibilidad básica con extrema cautela». Es entonces cuando toma la palabra el
psiquiatra experimentado que ya no defiende posiciones filosóficas ni implicaciones
antropológicas, sino que quiere acceder a los hombres y ofrecerles una ayuda para
la decisión práctica. Y es evidente que Frankl, en tanto logoterapeuta, tiene la
convicción —además de probadas experiencias— de que realmente es posible
hacerles ver a los hombres esta posibilidad de sobrellevar la vida hasta el final y
«completarla» como la oportunidad y el sentido último de su existencia. Ésta es la

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Logoterapia 66

actitud de la que habla el espíritu de la logoterapia, el profundo humanismo


franlediano que al fin y al cabo considera sagrada la vida y manifiesta una gran
estima por la dignidad de la persona al respetar su decisión. Quizá, parezca a veces
que Frankl ejerce una presión y pretende reclamar de los pacientes algo para lo cual
no están preparados. Pero, a decir verdad, lo que hace al traerles de vuelta a la vida
es volver a ponerles frente a su propia decisión.

Creo que, desde una perspectiva que viera más allá de la apremiante situación vital,
podría decirse que la convicción de Frankl acerca del carácter sagrado de la vida
humana le permitía defender vehementemente la posición del hombre doliente y
pretendía protegerle de una imprudente «ligereza metafísica» (Scheler). En tanto
médico, lo importante para Frankl era el principio representado por Hipócrates: hacer
todo lo que estuviera en sus manos para salvar vidas humanas. Para la tradición
médica, este principio tiene vigencia independientemente de cualquier contexto
político o religioso. Sin embargo, el modo en que un hombre decide por sí mismo
situarse a favor o en contra de la vida queda librado en última instancia a su
responsabilidad y ya no es asunto del médico. Éste cumple con su deber prestando
asistencia al paciente e intentando brindarle una ayuda psíquico-espiritual para
afrontar su vida. De ninguna manera, el médico puede exigir al paciente que
permanezca vivo, si no quiere o no puede. Por tanto, una persona que ha sido
salvada del suicidio puede y debe decidir una vez más a favor o en contra de la vida.
De ahí, que se muestre «extrema cautela». Requiere coraje hacer frente a una
situación vital difícil y alcanzar tal vez así la autorrealización, y Frankl no pretende
exigir tal coraje —o bien tal «heroísmo»— ni a ningún paciente ni a nadie (excepto a
sí mismo). Frankl considera que requerir semejante «heroísmo» es tan problemático
«como pedirle a alguien que prefiera ir al campo de concentración antes que
someterse a los nazis». A la postre, dice Frankl, es fácil juzgar a los otros. Es fácil
emitir un juicio de valor sobre las personas que intentan suicidarse, desde la segura
posición de una vida feliz. Pero eso es exactamente lo que no debe hacerse. Pues
abstenerse de juzgar a la persona y a su evaluación de los motivos que determinaron

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Logoterapia 67

su intento de suicidio concreto, no significa renunciar a los propios principios y puntos


de vista.

Tal es la posición de Frankl, que se atiene a la «lealtad de principios», como


correspondía a su carácter y a su educación. Pero la problemática de la salvación de
suicidas judíos durante el régimen nazi fue juzgada de un modo diferente por otros
médicos, no sólo de su propio hospital, sino también de otras ciudades

Frankl dedicó muchos esfuerzos a proteger a los pacientes judíos de la eutanasia.


Incluso se arriesgaba él mismo al asignar falsos diagnósticos a los enfermos
psíquicos destinados a la eutanasia para poder enviarle a un asilo de ancianos. Esta
actitud humanitaria no hubiera sido posible si el jefe de la clínica psiquiátrica
universitaria, el profesor Pótzl —a quien Frankl tanto estimaba—, no hubiera tomado
parte en el juego. En efecto, aunque Pótzl siempre llevaba una insignia del NSDAP*
por ser candidato del partido, era todo lo contrario de un antisemita. Dice Frankl que
Pótzl le guardó «fidelidad y demostró un gran valor cívico ayudándome a mí y a mis
pacientes judíos (por cierto, los únicos que podían acudir a mí por aquella época)
como sólo él podía hacerlo». Incluso, iba a ver a Frankl al hospital judío ex profeso
para lograr la transferencia de pacientes con tumores cerebrales a la clínica
quirúrgica universitaria. Además, constantemente remitía a Frankl pacientes judíos,
enfermos psíquicos, para su asistencia de rehabilitación. Sin previo aviso, les
enviaba directamente al asilo de ancianos, donde Frankl les acogía, diagnosticaba y
asistía. Con esta valiente actitud humanitaria, Frankl demostró una disposición que
se correspondía con la postura que mantuvo toda su vida en favor del valor de la vida
humana y que le distinguió como hombre.

En la vida de Frankl, fue una divisa personal el deseo de consagrarse a otros, el


llegar a ser él mismo viviendo por completo para otros. Esta idea directriz se
convertiría más tarde, bajo el concepto de «autotrascendencia», en un componente
esencial de la logoterapia. Frankl ostentaba siempre esta divisa, no sólo como

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Logoterapia 68

médico. También era el ideal que regía sus conferencias. Para ella encontró un
campo de acción adicional en la fundación de los centros de asesoramiento para la
juventud. Realizaba esta idea siempre que podía: intentando salvar la vida de
pacientes suicidas o saboteando la eutanasia. Pero pronto se le presentaría una
nueva oportunidad de vivir esta actitud en una dimensión completamente
extraordinaria. La exigencia fue tan alta que él mismo vaciló y, en un primer
momento, no tuvo confianza en poder cumplirla. Hablamos de aquel fatal día de
octubre o noviembre de 1941 que Frankl recibió la noticia que debía presentarse en
el consulado de los Estados Unidos de América donde le sería extendido un visado.
Por fin, tenía una oportunidad para escapar de la amenaza y vejación de los
dirigentes nacionalsocialistas. Se anunciaba un nuevo futuro en el que podría
desarrollar la logoterapia.

Pero fue entonces que titubeó: « ¿Debería dejar solos a mis padres? Ya sabía cuál
era el destino que les esperaba: ser deportados a un campo de concentración.
¿Debería, pues, decirles adiós y sencillamente dejarles librados a ese destino? El
visado, claro está, era válido exclusivamente para mí». Frankl no podía decidirse.
¿Debía arriesgar su vida, su futuro y su obra por brindar a sus padres una dudosa
protección y un auxilio que quizá resultara impotente? ¿Tenía alguna responsabilidad
en este caso? «¿O —se pregunta— debería sacrificar a mi familia por el desarrollo
de la obra a la que había dedicado mi vida?» Por aquella época, Frankl tuvo un
extraño sueño que nos da una idea muy clara de la dificultad de su decisión sumada
al trasfondo profesional: «Soñé con personas, pacientes psicóticos, que eran
reunidos para ir a la cámara de gas. Experimenté una compasión tan grande que
decidí unirme a ellos. Pero sentí que yo debía hacer algo distinto; a saber, trabajar
como psicoterapeuta en un campo de concentración para brindar apoyo espiritual a
los prisioneros, lo cual tendría incomparablemente más sentido que ser sólo un
psiquiatra en Manhattan». Frankl tenía la sensación de que en ese momento le era
necesaria una señal del cielo, pues el horizonte que le hubiera permitido tomar una
decisión concienzuda permanecía cubierto para él. Para favorecer tal decisión,

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Logoterapia 69

buscaba la calma. Una vez, dando un paseo con este fin, pasó delante de la catedral
Stephandom y escuchó el sonido de órgano que venía de dentro. Sin vacilar, cubrió
con su portafolio la estrella amarilla judía —que como todo buen judío siempre debía
llevar—y entró en la catedral. Se sentó en un rincón oscuro, atormentado por la
decisión que pronto habría de tomar. Intentó tranquilizarse, escuchar la música, dejar
de pensar, meditar. Sintió cómo, ante una pregunta de tal magnitud, él, o mejor
dicho, «uno» anhelaba la llegada de una señal del cielo.

Así, abierto a todo signo metafísico, Frankl regresó a su casa después de este
paseo. Fue entonces que su mirada se posó sobre una pequeña pieza de mármol
que estaba sobre la mesa. Le preguntó al padre qué era. Éste le respondió que había
recogido esa pieza aquel mismo día de un montón de escombros que había donde
antes se erigía la mayor de las seis sinagogas de Viena, reducida a cenizas la Noche
de los cristales rotos. «“La pieza de mármol es una parte de las Tablas de la Ley. Si
te interesa, puedo decirte también a cuál de los diez mandamientos se refiere la letra
hebrea esculpida, puesto que sólo hay un mandamiento con esta inicial.” “Y bien?”,
insté a mi padre. Entonces me respondió: “Honra a tu padre y a tu madre para que
tus días se prolonguen sobre la tierra...” Y así fue que me quedé “sobre la tierra”
junto a mis padres y dejé que caducara el visado.»

Una tremenda decisión: exponerse al riesgo de la propia muerte por causa de otros.
Un paso gigantesco: renunciar al propio futuro y desarrollo, dejarse de lado y
olvidarse tanto a sí mismo, relegarse de ese modo y dar preferencia al bienestar de
otros. ¿Puede uno hacerse responsable de tal autorrenuncia y altruismo? ¿Puede un
hombre realmente disponer así de su vida? El mismo Frankl tenía dudas. Invocaba al
cielo. No podía tomar por sí solo una decisión semejante sobre la vida y la muerte.
Necesitaba una justificación metafísica, una fundamentación religiosa, un mandato
divino. De lo contrario, para el espíritu crítico que él era, hubiera podido ser una
unión patológica la que le movía a quedarse y le hacía preferir su propia muerte
antes que separarse de sus padres. O quizá lo hubiera debido interpretar como la

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Logoterapia 70

tendencia suicida latente de un mal humor depresivo ignorado, si hubiera soportado


tal decisión sin referencia a su valor último, «Dios. Pero si hubiera tomado una
decisión distinta y hubiera emigrado a Estados Unidos, habría firmado una sentencia
de muerte, esta vez para sus padres. ¿Cómo hubiera podido responsabilizarse de tal
cosa? ¿Y acaso esta decisión correría menos peligro de ser interpretada
patológicamente? ¿Acaso no hubiera podido, en aquellas noches de dudas y
autorreproches, ver en ella un deseo de muerte edípico, una autoafirmación latente y
una reacción sustituta demorada contra los padres, tal vez guiada por un odio no
confesado hacia ellos?

¿Qué hubieran opinado los padres? ¿Cómo hubieran tomado la decisión del hijo?
¿Cómo hubieran podido tomarla, si no provenía de una señal divina? Sus padres
estaban contentísimos con el visado y se habían alegrado tanto como él de su
posibilidad de salida. Instaban al hijo a abandonar el país y querían saberle seguro.

Resulta llamativo que Frankl nunca haya mencionado ni escrito que compartió con
sus padres la carga de la decisión. Es evidente que la soportó solo, a pesar de que la
decisión también afectaba a los padres en altísima medida. Esto tiene que ver con un
rasgo esencial de Frankl. Soportaba sus decisiones preferentemente solo, sin buscar
el diálogo ni el intercambio con otros, aun cuando éstos estuvieran implicados. En
lugar de hablar con otros, prefería hablar consigo mismo, con su conciencia: hablar,
en realidad, con el «Dios inconsciente» pero presente, por medio del «monólogo
íntimo».

La idea de que tal vez pudo haber «rehuido» emigrar a América sólo se le ocurrió a
Frankl mucho después, en relación con la imagen de la ballena y el profeta Jonás.
Presentamos este punto de vista en el capítulo «Frankl y la religión» (p. 174). Pero,
de todos modos, ¿cómo puede entenderse que Frankl pensara posteriormente en la
posibilidad de haber rehuido una obligación (la de desarrollar la logoterapia en un
contexto de seguridad)? ¿Percibió en un momento posterior que tal vez había

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Logoterapia 71

cedido, en efecto, al apego que sentía por sus padres o faltado a su cometido
existencial, sea por su amor a Tilly, sea por su miedo a la soledad en un país
extranjero donde se hablaba una lengua extraña?

Sin embargo, además de todo lo que hace un momento argumentamos, hay que
mencionar otro hecho importante: el haber conocido a Tilly, su primera mujer. Frankl
alegó que había tenido la oportunidad de conocerla luego, a modo de recompensa
por su decisión de quedarse en Viena. Pero le informaron de su visado de salida
«poco antes de la entrada de los Estados Unidos en la guerra», que ocurrió el 11 de
diciembre de 1941. Y se casó con Tilly Grosse el 17 de Diciembre en el registro civil
de Leopoldstadt. La proximidad de ambas fechas es curiosa y permite plantearse la
pregunta de si Frankl no habría conocido ya antes a la enfermera Tilly. Lo que
también era lógico, dado que ella trabajaba en el mismo hospital que él en el
departamento de internos. No está claro que Frankl se haya equivocado en la fecha
de aviso del visado. ¿O habrá querido mantener separada de su amor hacia Tilly la
decisión de quedarse en Viena por sus padres para no tener que poner, por así
decirlo, ningún manto mundano sobre una decisión fundada en motivos divinos? Aun
cuando éste hubiera sido el caso, de ninguna manera Frankl habría dicho una
falsedad, sino sólo confundido la fecha de la entrada en guerra de los Estados
Unidos para que la proximidad temporal con la boda no saltara a la vista.

En su biografía, Frankl habla del comienzo de la relación con Tilly. De ahí sabemos
que él trabajaba desde hacía mucho tiempo en colaboración con el departamento de
internos del hospital, de donde provenían los suicidas, abandonados por los
internistas, que él tomaba a su cargo para sus experimentos de tratamientos
neurológicos. Frankl escribe que la enfermera del departamento de internos le llamó
la atención desde un primer momento, porque tenía aspecto de bailarina española.
Un poco más adelante en su autobiografía, nos enteramos de que Frankl mantuvo
relaciones con la mejor amiga de Tilly, pero luego le abandonó. Ésta fue, en verdad,
la razón de que Tilly empezara una relación con él. Quería enamorarle, con la

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Logoterapia 72

intención de abandonarle luego, para vengar a su mejor amiga. Así pues, la relación
contaba ya con un prolongado preludio antes de que de allí surgiera un amor serio.
Cuando se casaron, Tilly tenía tan sólo veintiún años. Fue la última boda de una
pareja judía que permitieron las autoridades nacionalistas nacionalsocialistas en
Viena: Luego se cerró el registro civil judío.

Poco después de la boda, las circunstancias políticas se agudizaron tanto para los
Frankl que «de un día para otro debía contar con la posibilidad de ser deportado
junto con mis padres». Bajo esta presión, Frankl finalmente se sentó a escribir el
primer libro sobre logoterapia, la primera versión de Arztliche Seelsorge. En caso de
que él no sobreviviera, sí le sobreviviría al menos su obra. Apenas hubo terminado el
libro, llegó el momento de la deportación. El hospital Rothschild fue cerrado y, de
este modo, él y su familia quedaban sin resguardo alguno contra la deportación.
Frankl tuvo que dejarlo todo: sus libros, sus artículos y borradores, la
correspondencia con Freud, la historia clínica de un paciente escrita de puño y letra
de Freud, etcétera. Con la esperanza de poder salvar cuando menos el manuscrito
de su libro, cosió una copia dentro del forro de su abrigo. En octubre de 1944,
cuando Frankl pasó de Theresienstadt a Auschwitz, el manuscrito se perdió: al
ingresar en el campo, los nuevos prisioneros debían despojarse de todas sus ropas y
recibían unas nuevas. Sólo es posible hacerse una idea de su dolor si se piensa en
todos los años que Frankl dejó pasar, afligido, siempre con remordimientos de
conciencia por no decidirse de una vez por todas a poner sus ideas por escrito, si se
piensa en que subspecie aeternitatis finalmente había logrado redactar un borrador
ante la perspectiva de una muerte cercana y que ahora perdía el manuscrito mientras
veía la chimenea humeante del crematorio.

Nueve meses después de la boda, en septiembre de 1942, los Frankl—la joven


pareja y los padres de Frankl— ingresaron en el campo de concentración. Como ya
se ha dicho, el hermano fue capturado en Italia después de un intento de fuga y ya
estaba en el campo de concentración desde antes. La hermana pudo emigrar a

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Logoterapia 73

tiempo a México, de donde pasó a Australia. Pero ellos fueron trasladados al campo
de Theresienstadt, a unos 70 kilómetros al norte de Praga, en la confluencia de los
ríos Eger y Elba, donde Frankl permaneció junto a Tilly 25 meses, hasta octubre de
1944. Todavía estaban allí cuando Tilly cumplió 23 años.

Este campo era un «gueto modelo» y, en consecuencia, el «más permisivo» y más


humanamente equipado de todos los campos de concentración. En septiembre de
1942, había 53,000 prisioneros internados allí. La ciudad checa de Terezín, donde se
encontraba, contaba sólo con 3,700 habitantes, entre los cuales había diez familias
judías. En este «gueto de exhibición» había arte y cultura, y los prisioneros podían
moverse con relativa libertad. Frankl tuvo la oportunidad de acudir a una biblioteca
bastante bien provista en el campo de Theresienstadt. Durante un tiempo que se
prolongó entre un año y un año y medio, pudo ir a leer a menudo a la biblioteca.
Frankl me contó que por aquel entonces se había ocupado especialmente de la
filosofía escolástica de Tomás de Aquino, de San Agustín y de Immanuel Kant. En
aquella época tuvo ocasión de dedicarse a un estudio autodidacta de profundización
en la filosofía.

Tilly trabajaba en una fábrica de mica, que era importante para la provisión de
municiones. Por eso, ella tenía resguardo de deportación.

Y fue en Theresienstadt donde Frankl vivió una «situación límite» de la que nunca
escribió nada, pero que me contó cierta vez a altas horas de la noche. Quiero escribir
y reproducir aquí esta vivencia. Para mí, es una joya de mi relación con Frankl y la he
caracterizado como la experiencia más hondamente sentida del «fundamento de su
ser». Transmite una actitud hacia la vida que hace surgir la calma más absoluta
justamente en las situaciones más desesperadas. A menudo me ha ayudado a mí
mismo y a muchos otros a quienes la he contado. He aquí la historia de una
experiencia plenamente conciente, rayana con la muerte: Un día, durante una
llamada nocturna, Frankl fue destinado para un transporte especial por razones

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Logoterapia 74

incomprensibles. Frankl sabía que, por lo común, estos traslados acababan en la


cámara de gas. Hasta entonces, ninguno de los escogidos para ser transportados
había sido puesto nuevamente en libertad.

¿Qué debía hacer? ¿Correr hacia la alambrada para escapar de su destino por
medio del suicidio? ¿Él, que había luchado siempre contra la idea de arrebatarle a la
vida la última oportunidad de desarrollo? Incluso tales pensamientos llegó a tener en
ese momento. ¿Qué otra cosa podía hacer? Lo primero, fue ir a ver a su madre para
despedirse de ella. Después, a su mujer. El padre ya estaba muerto.

Cuando llegó el momento de separarse (pues existía una estricta ordenanza que
prohibía la convivencia de las familias; hombres y mujeres debían vivir en sectores
separados), fue andando lentamente con el corazón en un puño hacia el fuerte para
poder ver desde allí una vez más la puesta de sol. Y mientras así andaba, tomó
conciencia de que en realidad ya había hecho todo lo posible en esta vida. Por
primera vez ya no había más responsabilidades, ni obligaciones, ni necesidad de
decisiones. El peso de la vida y el deber de su cuidado le abandonaron. Lentamente
comenzó a disolverse su talante sombrío y apareció en su lugar un sentimiento de
ligereza. Era un sentimiento de vida hasta entonces desconocido, como si su
existencia flotara sobre él. Como si le hubiera tocado un soplo del más allá. Como si
la vida en lo que a él respecta hubiera acabado y ahora pudiera observarla desde las
gradas de lo pecadores. Lo que fuera a traer después ya no le afectaba, ya no podía
conformarse a través de él. Es difícil describir las profundas emociones que
despertaron en Frankl estos pensamientos, esta conciencia. Era una sensación de
felicidad, de gratitud, una sensación de alegría y satisfacción por la vida cumplida,
una sensación de apego y de ser-uno-solo consigo mismo y con el mundo, que le
hacía sentir al mismo tiempo cierto éxtasis.

En este punto del relato, la voz de Frankl se volvió indescriptiblemente suave, cálida,
cercana a las lágrimas. Hablaba despacio, emocionado otra vez por la inolvidable

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Logoterapia 75

sensación para la que no tenía palabras. Luchaba por expresarse. Su voz, sus
gestos y la expresión de su rostro decían más que las palabras. Una luz se extendió
por su rostro y lo tomó claro, como si le iluminaran desde lejos. Pese a las frases
balbuceadas, vacilantes, su semblante era bueno. Yo sentí como la misma ligereza
invadía mi emoción. Como médicos, los dos sabíamos claramente —y así lo
dijimos— que se trataba de una sensación eufórica como la que se puede observar
en los pacientes en fase terminal o también en enfermos graves de tuberculosis. Sin
embargo, ambos también sabíamos y sentíamos que se trataba de algo más que de
una reacción psicofísica. Ante esa proximidad con la muerte experimentada
intuitivamente —que no debe ser consciente como lo es en el caso de muchos
pacientes—, ¿será capaz el hombre de presentir algo que ya no tiene que ver con
este mundo?

Frankl señaló que durante este paseo había dado por concluida su vida. No porque
todavía pensara en matarse. Todo lo contrario: surgió en él un interés por aquello
que «esta vida aún se proponía hacer conmigo», tal como dijo una vez durante una
conversación. Igual que al espectador en el cine, le interesaba cómo sería el final de
la película y qué otros imprevistos le depararía el destino al situarlo en aquella
posición que en su obra designó como «autodistanciamiento» La experimentaba de
una forma particularmente intensa, en una suerte de éxtasis que permite a los
hombres retirarse un poco de los acontecimientos, ponerse al margen y sentir la
indestructibilidad del yo. Pues, como persona espiritual, el hombre está siempre un
poco más allá de la vida que en cada momento le toca vivir.

Posteriormente, Frankl reflejó este interés que surge por lo que la vida todavía se
propone hacer con uno, como una especie de «actitud científica básica ante la vida».
Esta actitud proviene de aquella «objetividad» que consideraba —siguiendo el
ejemplo del Antiguo Testamento— la mayor virtud personal (cf el capítulo «Frankl y la
religión», pp. 159s.). Pues mientras no estuviera comprobado que el traslado
efectivamente iba a producirse y que conducía a la cámara de gas, la vida seguía

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Logoterapia 76

básicamente abierta para todo, incluso para lo más improbable. Aunque el hombre ya
no pueda esperar nada, porque sólo ve ante sí la desesperación, esa actitud objetiva
puede ayudarle a tener una «esperanza contra toda esperanza». Es una suerte de
sosiego por saber que lo supuestamente imposible nunca lo es totalmente, aun si
nosotros mismos no podemos ver cómo ha de ocurrir el «milagro».

Frankl: «En cualquier otro caso, estoy absolutamente en contra de esperar contra
toda esperanza... ciertamente, nada hay más atroz que darle un golpecito en el
hombro a un enfermo incurable o a un moribundo y decirle: “...todo irá mejor, todo irá
mejor”. »Pero en un caso como el mencionado, seguramente la única manera que
tiene uno de cargar con su destino es encogiéndose de hombros (en lugar de
pretender reñir con él). Con esto no me refiero a encogerse de hombros cerrándose
a cualquier otra posibilidad, sino incluyendo en principio todas las posibilidades y sin
dejar de creer que todo es posible —aunque sin entrar en explicaciones religiosas,
¿me entiende? Estas son cosas que no se pueden verbalizar, pero que deben
resonar en una buena psicoterapia.

»Sencillamente dejarse llevar, no engañarse más, pero, de algún modo, en virtud de


alguna dignidad última, tener esperanza; no excluir ninguna posibilidad, incluir todas
las posibilidades. Me doy cuenta ahora que, a decir verdad, esto es exactamente lo
que puse en práctica en el campo de concentración en los momentos decisivos. Es
evidente que durante el período en Auschwitz debía contar en todo momento con la
posibilidad de ir a parar a la cámara de gas. Pero de algún modo nunca dejé de
admitir cuando dialogaba seriamente conmigo mismo: aunque sólo sea puramente
teórica, siempre sigue existiendo la posibilidad de sobrevivir. Esto es lo que quiero
decir con “mantener abierta toda posibilidad”. Ser demasiado orgulloso como para
decir: “esto se acabó, jamás seré de la partida”. Ser demasiado orgulloso para eso.
Decir, en cambio: “ya veremos qué se propone esta vida de mierda conmigo, sí, ya
veremos”. Esto no significa en modo alguno ver la situación (Dios sabe cómo) de

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Logoterapia 77

color de rosa, sino simplemente decirse: “ya veremos ahora qué se propone esta
vida de mierda conmigo»».

Liingle: «a pero debería seguir admitiendo siempre ante mí mismo que existe la
posibilidad puramente teórica de sobrevivir. Debo seguir admitiéndolo».

Frankl: Aquí entra en juego la responsabilidad. En el preciso momento en que admito


que existe la posibilidad de salir con vida, en ese momento asumo inevitablemente la
responsabilidad de no dejar escapar ninguna oportunidad (por ejemplo, la de
escabullirme en un traslado, si noto que conduce a un campo sin cámaras de gas).

»Así pues, se trata de pesimismo, pero no de pasivismo. Sí, esto es lo más


importante, hoy en día sobre todo: actualmente el activismo sólo proviene del
pesimismo. Antes, en el siglo pasado, uno podía ser optimista, uno debía ser
optimista para contribuir activamente al “progreso”. Hoy en día uno debe ser
pesimista para evitar algo peor.»

Frankl creía que esta actitud concordaba con el principio epistemológico de Karl
Popper. Según este principio, una teoría científica se legitima cuando es
básicamente «falsable». Igualmente abierta debe ser nuestra actitud hacia la vida,
para que también nosotros podamos dejarnos sorprender siempre por ella. Nuestra
«teoría de la vida», nuestras ideas acerca de cómo ha de transcurrir la vida, deben
ser básicamente «falsables», es decir, deben poder ser refutadas por la vida misma.

En 1943 Frankl ya había practicado «existencialmente» la teoría de Sir Karl Popper,


antes de conocerla. Se preguntaba en vista de su «optimismo heurístico»: «¿Quién
puede asegurarme cien por cien que no saldré con vida? Mientras nadie pueda
hacerlo, yo seguiré actuando como si tuviera tal oportunidad. Por tanto, no dejaré
escapar nada que pueda ampliar esa oportunidad» .

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Logoterapia 78

Y así fue. Sencillamente, el traslado no tuvo lugar a la mañana siguiente. Frankl


nunca se enteró por qué se cancelaba por primera y única vez un traslado. Para él,
fue una gran confirmación de la actitud abierta recién descrita y del sentido de la
realidad: «Mientras algo no haya ocurrido todavía, siempre puede pasar aún otra
cosa».

A lo largo de los años he relatado muchas veces en los seminarios de psicoterapia


esta experiencia límite de Frankl, pero hasta ahora nunca la había apuntado. Tal vez
un par de detalles se hayan vuelto inexactos con el tiempo, pero el contenido
permanece imborrable en mi memoria. Lo considero completamente esencial para la
vida de Frankl. En su autobiografía, él sólo menciona esta experiencia muy
brevemente, trayéndola a colación, condensada, como un pensamiento abierto frente
a la vida que, naturalmente, a menudo se le pasaba por la mente tanto en Auschwitz
como en momentos posteriores.

En 1944, Frankl pasó de Theresienstadt a Auschwitz. Su mujer logró acompañarle.


Tilly, como ya se ha dicho, tenía un resguardo de deportación a causa de su trabajo
en una fábrica de municiones y, por tanto, habría podido quedarse en
Theresienstadt, que era donde mejor y más segura hubiera estado. Pero consiguió
presentarse voluntariamente al traslado, sin ser considerada una saboteadora, lo
cual hubiera significado la muerte segura e inmediata en la cámara de gas. Cuando
Frankl abandonó Theresiensadt, tuvo que dejar sola a su madre. En Auschwitz,
también sería separado para siempre de su mujer. Ella murió en el campo de
concentración de Bergen-Belén después de la liberación de los ingleses en agosto
de 1945. Se desconoce la causa exacta de su muerte. Lo único cierto es el plazo
tardío, en el cual la supervivencia y el regreso al hogar ya hubieran sido teóricamente
posibles. Y eso hace su muerte mucho más trágica. Frankl me contó que alguien le
dijo que su mujer, debilitada en extremo por el hambre, probablemente murió
pisoteada por la multitud que se agolpaba contra la puerta durante la liberación del
campo de concentración.

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Logoterapia 79

Aun antes de enterarse de que su mujer había muerto, Frankl recibió, por así decirlo,
una última señal de vida de su parte. Antes de ser deportados al campo de
concentración, él le había comprado en una tienda de Viena un dije en forma de
pequeño globo terráqueo. Los mares estaban pintados con esmalte azul y en letras
doradas sobre el Ecuador ponía: «Todo el mundo ira en torno al amor». Poco
después de ser liberado en Türkheim, Baviera, andando por una campiña, Frankl se
encontró con otro prisionero liberado y se puso hablar con él. Mientras hablaba, el
otro jugaba con un objeto pequeño que tenía en la mano. Frankl le preguntó qué era.
¿Y qué era? Pues, precisamente el pequeño globo terráqueo dorado. Era muy
probable que incluso se tratara de la misma pieza que él le había regalado a Tilly.
Pues, como más tarde supo, en toda Viena sólo había dos iguales, y en Bad
Wórishofen, Türkheim, acababan de desmantelar un almacén con los cargamentos
de alhajas de Auschwitz...

Auschwitz fue el único campo de concentración con cámaras de gas donde estuvo
Frankl. Tuvo la suerte de ser transportado Kauferinhg III en octubre de 1944, y al
llamado <<(campo de reposo» en Türkheim en noviembre de 1944. Estos dos
campos filiales del de Dachaiial al menos eran seguros porque no poseían cámaras
de gas. En el campo destinado a enfermos de tifus de Türkheim, Frankl se ofreció
como médico voluntario para escapar de una muerte segura como excavador. «Para
mí era una cuestión de matemáticas sencillas y no de sacrificio heroico.» Existía sólo
una mínima probabilidad de que el traslado realmente condujera al campo de
enfermos de tifus y no «al gas» —como suele decirse—, o de que no se tratara una
vez más de un truco para conseguir «voluntarios» para el mortal turno de noche. En
el último momento, un bienintencionado médico jefe le recomendó imperiosamente
borrarse de la lista de ayudantes voluntarios. Le dijo que ya había arreglado la
anulación de su inscripción. Pero Frankl se quedó: quería «seguir el camino recto o
—si se prefiere expresarlo así— dejar que el destino siguiera su curso». Frankl tuvo
suerte. En este último campo de concentración pudo desempeñarse como médico un
par de semanas —y salvó así su vida—. Tuvo suerte porque permaneció fiel a su

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huella de sentido por sobre cualquier azar. En verdad, ofrecerse para este traslado
altamente dudoso y arriesgado no fue sólo cuestión de «sencillas matemáticas» por
una probabilidad cierta de sobrevivir, sino que también, dice, «tenía más sentido
intentar ayudar a mis camaradas como médico que vegetar o perder la vida
trabajando de forma improductiva como hacía entonces»

Frankl debió el hecho de sobrevivir a los campos de concentración a muchas


«casualidades». Entre otras, a un gángster vienés que estaba empleado como capo
para vigilar a los prisioneros en Auschwitz, igual que tantos otros criminales. Estando
en Auschwitz, Frankl una vez fue llamado como el último de un grupo de cien
hombres destinados a un traslado cuyo destino era probablemente la cámara de gas
o al menos alguna tarea peligrosa. De repente, este capo empezó a insultar
obscenamente a algún otro prisionero y a actuar como si quisiera meterle en el
grupo. Después de que los cien hombres se marcharon, Frankl se dio cuenta de lo
que había pasado: en efecto, el gángster había hecho poner al otro en el grupo para
salvarle a él.

En el siguiente campo, Kaufering III, le salvó la vida un actor al que le había dado un
cigarrillo a cambio de una sopa. «Mientras yo tragaba la sopa —relata— él me
hablaba y me suplicaba que superara mi actitud pesimista de aquella época (una
actitud básica que, como pude observar en otros prisioneros, inevitablemente me
habría conducido al suicidio moral y, tarde o temprano, a la muerte).»

En el último campo, en Türkheim, Frankl se salvó la vida a sí mismo gracias a su


fuerte salud. Había enfermado de tifus y se hallaba próximo a la muerte. En lo único
que pensaba era en que su libro no habría de publicarse. Se sobrepuso a sí mismo
adoptando un comportamiento contradictorio. Siguiendo el ejemplo de Abraham, que
estaba dispuesto a sacrificar a su único hijo, cuenta, «debí sobreponerme y estar
dispuesto a sacrificar a mi hijo espiritual—según parece, no fue sino hasta tiempo
después que fui digno de publicar por fin el libro (Arztliche Seelsorge)». Así pues,

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Logoterapia 81

intentó distanciarse de su deseo y renunciar a la publicación de su libro. Tenía un


argumento sensato y racional para su renuncia: «Qué clase de vida es esa cuyo
sentido depende de que se publique o no un libro que uno ha escrito?». Próximo a un
colapso vascular por el tifus, corría peligro de caer en un estado semiconsciente. A
continuación, o bien le mataría la enfermedad, o bien sería alejado del barracón
anticipadamente como un «musulmán» (designación que se daba a los enfermos y a
los débiles en la jerga del campo de concentración). Entonces, intentó mantenerse
despierto con los últimos esfuerzos de su voluntad. ¿Cómo podía estimular a su
espíritu para reunir esa extrema y última fuerza? En evidente contradicción con su
renuncia racional a publicar el libro, comenzó a garabatear en taquigrafía las
palabras clave en trozos de papel diminutos, en un intento por reconstruir Árztliche
Seelsorge para una nueva edición posterior. Así se confirmaba una idea que
después repetiría con harta frecuencia y se convertiría para él en una actitud de vida
claramente necesaria para la protección de su racionalidad: «Lo más racional es no
pretender ser demasiado racional». A la racionalidad de renunciar al libro, opuso la
<(irracionalidad» del corazón de querer volver a escribirlo bajo esas circunstancias
desesperadas. Fue un triunfo de la aparente irracionalidad emocional sobre la razón,
y lo que finalmente le salvó la vida.

Durante su primera selección en Chwitz tuvo lugar un episodio peculiar. Fue llevado
en presencia del Dr. Menge con los otros recién llegados. Todos debían ir
dirigiéndose hacia él en Mengele, mediante una pequeña indicación del dedo, hacia
la izquierda o hacia la derecha, separaba los prisioneros sanos y fuertes de los
débiles y enfermos. Unos iban a las barracas; los otros, directamente a la cámara de
gas. Posiblemente, también en esta ocasión Frankl se salvó la vida a sí mismo. Me
contó que al ir acercándose descubrió, con su ojo clínico de médico, lo que allí
ocurría. Cuando le tocó su turno, respiró profundamente, se puso bien derecho, para
dar la impresión de ser lo más fuerte posible. Mengele titubeó un poco con su dedo,
pero luego señaló el lado salvador. Sin embargo, Frankl no estaba totalmente seguro
de este incidente, pues él mismo tenía también otra versión, según la cual el dedo de

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Logoterapia 82

Mengele había señalado la dirección de los enfermos y débiles. Como Frankl no veía
ningún conocido en el lado de los débiles y, en cambio, sí había reconocido un par
de colegas jóvenes en el otro lado, también es posible que se colocara del lado
salvador a espaldas de Mengele. Se mezclan aquí idea, opinión, pesadilla y realidad.
Frankl ya no sabía a ciencia cierta qué había ocurrido realmente en ese momento, el
más peligroso probablemente de toda la, época del campo de concentración.
Supuestamente, de las 1,500 personas de su convoy, sólo 150 sobrevivieron a la «
primera selección».

Hubo algo que fue para él un objetivo principal en el campo de concentración: quería
que su mujer, Tilly, sobreviviera a cualquier precio. Cuando pensaba que quizás ella,
en tanto mujer, podía salvarse la vida en alguna situación con la ayuda de una
complacencia sexual, no quería que por consideración a él se viera obstaculizada. Le
concedía una «absolución casi a priori». No quería que en un caso así ella se
detuviera por la unión matrimonial y tal vez perdiera la vida por su culpa. No quería,
escribe, ser «cómplice» de su muerte. Este «permanecer con vida a cualquier
precio» recuerda cuando en Theresienstadt «siguió el principio» de darle un beso a
la madre en cada despedida para tener la garantía de no romper el vínculo. Todo
cuanto contribuyera a mantener estas dos relaciones le parecía bien.

1.8 La vida después

El 27 de abril de 1945 Frankl fue liberado por tropas americanas del campo de
trabajo de Turkheim, del campo de concentración de Dachau. (Duchau contaba con
más de 125 campos filiales y lugares de trabajo). Poco después, las tropas
americanas le destinaron como médico del campo, si no recuerdo mal, en Türkheim
mismo o en los alrededores. No fue hasta agosto de 1945 que volvió a su ciudad
natal con uno de los primeros camiones todavía ilegales que iban por Exelderg y
llegaban hasta Viena. El mundo al que ahora regresaba había cambiado. También él

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Logoterapia 83

venía de otro mundo: había escapado de un infierno. Y otra vez le tocó vivir una
época difícil. Durante su primer día en Viena se enteró de la muerte de su mujer.
Supongo que ella se encontraba entre las personas que murieron en el momento en
que los ingleses liberaron el campo de concentración de Bergen-Belsen. Y también le
dijeron que unos gitanos que vagabundeaban por allí habían guisado por la noche
algunas partes de los cuerpos en sus hogueras, en especial los hígados. «Durante
semanas me persiguió la idea obsesiva de los gitanos comiéndose el hígado de Tilly.
»

Un par de días después supo de la muerte de la madre y del hermano. La madre fue
enviada a la cámara de gas en Auschwitz; el hermano murió en una mina de un
campo filial de Auschwitz. Bajo el peso de las noticias de estas muertes —a las que
se sumaban, por supuesto, las de muchos conocidos y amigos—, Frankl se
derrumbó mentalmente. En especial, le afectó mucho la noticia de la muerte de un
buen amigo que el 5 de diciembre de 1944 fue ejecutado en la guillotina (se trataba
de Hubert Gsur, a quien dedicó en 1947 el libro El análisis existencia/ y los
problemas de la época). Los amigos temían por su vida, tenían miedo de que
cometiera un suicidio. Se trataba de una situación en la que es difícil mantenerse con
vida, incluso para un hombre de fuerte voluntad, imbuido de fe y sentido como
Frankl. En la vida de todo hombre pueden darse circunstancias tales que ya no
pueda tenerse en pie sin la ayuda y el apoyo de otros. Los amigos de Frankl le
asistieron activamente. Junto a ellos encontró comprensión, pudo llorar, halló
compasión sin palabras y consuelo humano. Además, tomaron enérgicas medidas y
le aliviaron de decisiones. El abogado, y más tarde vicecanciller de Austria, Bruno
Pittermann le «obligó» a poner una firma al pie de un formulario en blanco que
después presentó como solicitud para un puesto de médico jefe. De este modo, en
1945 Frankl ya era jefe del departamento neurológico del Hospital Policlínico de
Viena, del que luego fue director durante 25 años hasta su jubilación. El mismo
Pitterman le consiguió una máquina de escribir y le instó a poner por escrito sus
experiencias en el campo. Otto Kauders, el nuevo catedrático de psiquiatría y

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Logoterapia 84

sucesor de Pótzl —el amigo paternal de Frankl—, le sugirió redactar Árztliche


Seelsorge en una tercera y última versión para ganar las oposiciones. Así fue. Esta
actividad, dice Frankl, «era lo único que podía significar algo para mí. Me metí de
lleno en el trabajo».

Durante una conversación con su mejor amigo, el psiquiatría, Frankl expresó entre
lágrimas su sentimiento más profundo sobre los múltiples sufrimientos y desgracias
que había tenido que padecer: «Algún sentido debe de tener el hecho de que uno
sea puesto a prueba de tal manera. Sólo puedo decir que siento como si se esperara
algo de mí, como si se me requiriera algo, como si estuviera predestinado para
algo».

De este modo, Frankl entendió que podía superar la parálisis que le habían
provocado su depresión y su desesperación, su cansancio de la vida y su debilidad: y
empezó a escribir. Todo lo que creó en los siguientes dos años fue el fundamento de
la obra científica. En nueve días dictó el libro sobre el campo de concentración (vers.
cast.: El hombre en busca del sentido, Herder, Barcelona, 1979): literalmente, lo
vomitó. Mientras dictaba, muchas veces se hundía exangüe en un sillón y estallaba
en lágrimas. «Tan emocionado estaba por mis propios pensamientos que a menudo
me invadían con dolorosa claridad. Las esclusas estaban abiertas.. » y Árztliche
Seelsorge lo dictó a tres mecanógrafos que se iban turnando. Empleó como ayuda
mnemotécnica los trocitos de papel que se había arrancado a sí mismo en el límite
de la inconsciencia durante la fiebre del tifus en el campo de concentración (tiempo
después se encontró una copia del manuscrito original).

La escritura le ayudó a superar el estupor mental y trasformó su sufrimiento en


potencia. En cierto sentido, Frankl necesitaba el sufrimiento para poder por fin
escribir. Ya antes, sólo había podido redactar Arztliche Seelsorge por primera vez
bajo la presión de una esperada deportación al campo .de concentración, después
de haber aplazado el trabajo durante unos diez años. Ahora, volvía a ser la presión

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Logoterapia 85

del sufrimiento la que hacía resplandecer el sentido como una luz en la oscuridad:
«Pero entonces tomé conciencia de que no alguien, pero sí algo me esperaba: en
Auschwitz perdí el manuscrito listo para la imprenta de mi primer libro, después de
haber deseado que al menos me sobreviviera ese “hijo espiritual” Y eso era este libro
para mí: un porqué para sobrevivir. Ahora había que reconstruir el manuscrito. Y me
metí de lleno en el trabajo. Sería mi tesis habilitante». Por medio del trabajo, Frankl
pudo liberar la presión del sufrimiento. Ahora la presión fluía en la tarea, en el
objetivo, en el «ser-requerido» (Gebraucht-Werden) y «ser-inquirido» (Gefragt-Sein),
como siempre se dice de su actitud existencial básica ante la vida. Era el sentimiento
de una apelación que le arrancó de su estado interior de crisálida y le abrió de vuelta
el mundo. Al mismo tiempo, la escritura también era saludable y protectora. A través
de la representación del sufrimiento pasado en el campo de concentración y de la
dedicación al contenido de la logoterapia pudo elaborar sus traumas, tratarlos,
«repadecerlos», tal como una vez dijo.

La escritura no le resultó fácil. Para asumir ese esfuerzo no alcanzaba con la


motivación de acabar con el sufrimiento. Para él fue un sacrificio renunciar a su
pasión por el montañismo y el alpinismo. Creo que en definitiva fue un sentido más
alto lo que dio a Frankl la fuerza para escribir: el mismo sentimiento de apelación y la
voz de su conciencia, que le imponía el cumplimiento de una tarea. En años
posteriores, su mujer debió compartir el sacrificio con él, ofrecer tal vez un sacrificio
aún mayor que él mismo, por no hablar de «abnegación», como él decía. Por lo que
se refiere a la actividad de la escritura, Frankl padeció a causa de su exactitud y
perfeccionismo. A menudo se atormentaba durante horas con una única formulación,
a veces llegaba a reescribir diez veces páginas enteras de sus libros, hasta que las
formulaciones eran tan claras que parecían «pulidas como cristales y transparentes a
causa de una verdad que las iluminara por detrás».

En 1946 aparecieron dos libros: Árztliche Seelsorge y el libro sobre el campo de


concentración. Con Árztliche Seelsorge, Frankl dio su fundamento a la logoterapia.

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Logoterapia 86

Conscientemente, eligió un título provocativo para la década del cuarenta (Pastoral


médica), con el cual postulaba que el cuidado de las almas también incumbe al
médico y es una obligación de todos los hombres, independientemente de sus ideas
religiosas. El libro le fue reconocido como tesis habilitante en 1948, tal como en 1945
había propuesto Kauders. La primera edición de Arztliche Seelsorge se agotó tres
días después de su aparición. La siguiente se volvió a agotar tres semanas más
tarde. Pero no era posible reimprimir los libros tan deprisa, dado que por aquel
entonces aún imperaba una considerable escasez de papel. No obstante, en ese
mismo año de 1946 apareció la tercera edición; la cuarta en 1947; la quinta en 1948.
Una comisión americana seleccionó, de entre la literatura de posguerra en lengua
alemana, Áztliche Seelsorge como «digno de ser traducido». Ya en 1946 apareció
publicado por Knopf en Nueva York bajo el título The Doctor and the Soul. Por cierto,
el número de ediciones se redujo posteriormente, pero el libro está disponible tanto
en lengua alemana como inglesa hasta el día de hoy y además fue traducido al
menos a otras siete lenguas.

La historia del libro sobre el campo de concentración fue diferente. Frankl quería que
apareciera en forma anónima, es decir, como documento de lo que es capaz el
hombre en situaciones extremas. No perseguía ninguna ambición de adornarse
personalmente con un eventual éxito del libro. Naturalmente, también podía llegar a
ser un fracaso, lo cual no hubiera resultado tan bueno para el ambicioso psiquiatra.
En todo caso, estaba decidido a «que apareciera anónimamente, para poder
explayarme con mayor franqueza». El libro ya se encontraba en imprenta cuando sus
amigos le persuadieron, dice, «de responder de su contenido con mi nombre». Pero
como la portada para ese entonces ya estaba lista, su nombre no figura ahí. El libro
apareció por primera vez en Viena en la editorial Jugend and Volk con el título Ein
Psycholog erlebtdas KZ (Un psicólogo en el campo de concentración) la venta fue
lenta. Con todo, en 1947 se hizo una segunda edición, cuyo resto finalmente fue
destruido. Por recomendación de Gordon Allport, psicólogo de Harvard, se tradujo al

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Logoterapia 87

inglés y apareció publicada en 1959 por Beacon Press, en Boston, con el título From
Death Camp tú Existencialism. En inglés tuvo más éxito desde un comienzo.

En 1961 apareció ya la cuarta edición y en 1962, en la misma editorial, una nueva


edición con el título Man Search for Meaníng. En 1966 llegó a las seis ediciones.
Pero el éxito realmente grande del libro lo trajo la edición de bolsillo que fue
publicada en 1963 por Washington Square Press en Nueva York. En tan sólo seis
años el libro tuvo catorce ediciones, hasta 1995 aparecieron sólo en Estados Unidos
más de nueve millones de ejemplares. Allí el libro sigue siendo hasta hoy día un
«longseller»; fue elegido cinco veces «Libro del año» y es de lectura obligatoria en
muchos colleges. La Library of Congress de Washington lo declaro «orn’ of the ten
most influential books in Amen. Dicen que por la renovación de los derechos de la
edición de bolsillo, a finales de la década del ochenta, Beacon Press percibió la suma
más alta pagada hasta entonces en Estados Unidos por un libro de divulgación
científica. Aún hoy en día, en el ámbito de los países de lengua alemana, siguen
editándose continuamente nuevas y grandes tiradas bajo el título . . . trotzdem la zum
Leben sagen (...pese a eso, decir sí a la vida)

A pesar del lánguido comienzo, el libro también tuvo gran eco en los países de
lengua alemana. Frankl relata en su biografía muchas historias que reflejan de modo
folletinesco la resonancia que halló el libro entre sus lectores. Karl Jaspers se
conmovió hondamente con él y lo describió como un «documento humano», incluido
entre «los pocos grandes libros de la humano testimonial de lo que es capaz en
situaciones límite. También Martín Heidegger alabó este libro y lo definió como el
mejor de Frankl según éste me contó. Gabriel Marcel escribió incluso un prólogo para
la edición francesa.

En este libro, Frankl no describe tanto el espanto y el horror de la vida en el campo.


Éstos permanecen más bien en un segundo plano. Su interés reside en el hombre
concreto y en cómo éste logra de hecho sobrellevar la opresión de una situación tan

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Logoterapia 88

extrema. El libro no culpa, no juzga ni acusa. Se queda por completo dentro de los
límites de la vivencia y de la superación de lo que es insoportable. Revela y a la vez
advierte de lo que el hombre es capaz (tanto por las atrocidades que podemos
infligimos unos a otros como por el sufrimiento firme e inquebrantable, por cómo
podemos soportarlo y finalmente, incluso, acabar con él). Es un documento sobre la
fuerza de espiritualidad humano para afrontarse a sí mismo y a la vida, para poder
configurarla sobreponiéndose a una situación momentánea.

En cualquier situación, no necesariamente en el campo de concentración, es posible


experimentar esta fuerza del espíritu para vivir por un sentido, asumir su
responsabilidad e instituir su libertad. Para Frankl, esta tres capacidades son las
características principio de la existencia. Ante una enfermedad incurable, un
sufrimiento o pérdida irreparable, una injusticia o lo que fuera que sea, la fuerza del
espíritu puede ayudar al hombre a superar la desesperación ya configurar su destino
o a participar en su configuración. La desesperación, en cambio, es lo peor. Es un
mal mayor que el destino mismo. En la desesperación, el hombre pierde su sostén,
su protección mental, su firmeza interior y su actitud. No es que sin desesperación no
exista el sufrimiento. El dolor permanece. Pero el mayor peligro es resignarse. Y este
libro es una prueba de que el hombre puede sobreponerse al sufrimiento, volver a
ponerse de pie y salir al encuentro de un futuro, por más incierto que éste sea. Todos
los seres humanos poseen esta capacidad. De lo que se trata, a lo sumo, es de
despertarla y fortalecerla cuando se debilita o se pierde. Uno de los mayores
objetivos de la logoterapia frankliana es consolar y fortalecer al hombre en su
sufrimiento para que pueda resistir, pueda mantenerse firme humana y
personalmente, conservar la confianza en sí mismo y cumplir el cometido que la vida
le pone entre mano. Este libro es un gran documento de aquellos que Frankl define
como “valores de actitud”. Los valores de actitud constituyen la vía más difícil para el
descubrimiento del sentido, pero son decisivos para que bajo cualquier circunstancia,
incluso en el sufrimiento, el hombre pueda encontrar un sentido.

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Logoterapia 89

Frankl no solo fomentó su motivación para escribir viendo en el trabajo su cometido


de sentido, sino que consagraba cada una de sus obras a una persona para la cual
escribía y a la cual mencionaba en forma de dedicatoria (véase capítulo II, pp.151s.)
Durante los años posteriores de la guerra, Frankl luchó con notable compromiso
contra la tesis de la culpa colectiva. Abogó por el ideal del hombre responsable de sí
mismo. Escribió y publicó sobre este ideal y también se esforzó personalmente por
alcanzarlo saliendo en defensa de algunas personas. Después de la guerra, no era
en absoluto popular oponerse a la tesis de la culpa colectiva. Frankl lo hizo, incluso
una vez en una conferencia en la cual estaba presente el comandante de las tropas
de ocupación francesas. En reiteradas ocasiones, Frankl —el judío del campo de
concentración— puso ejemplos de gente de las SS y otros nazis que se habían
esforzado por tener una auténtica actitud humanitaria y habían brindado ayuda a
prisioneros y enfermos en la miseria, aunque esto fuera muchas veces ilegal. Contó,
a modo de ejemplo, que había conocido al jefe de un campo, un hombre de las SS
que a escondidas compraba con su dinero medicamentos para los prisioneros.
Después de la liberación del campo de Türkheim, los prisioneros le ocultaron de las
tropas americanas y le explicaron al comandante que «entregarían al hombre de las
SS única y exclusivamente con la condición de que no le tocaran un pelo». A
continuación, el comandante de las tropas americanas volvió a nombrarle e instituirle
como jefe del campo y, a partir de entonces, el otrora hombre de las SS no sólo
consiguió más medicamentos, sino que también organizó recolecciones de
comestibles y ropa en los pueblos vecinos. En ese mismo campo, Frankl conoció a
un prisionero, el más antiguo, que molía a palos a sus compañeros, incluso a los
enfermos. Frankl recalcaba siempre que la frontera ante la cual el hombre ingresa en
el terreno de la injusticia no puede ser trazada ni racial ni políticamente, sino que
únicamente se puede buscar en el corazón y en la actitud de la conciencia de cada
uno. A ambos lados hay hombres correctos e incorrectos. ¿Cómo sostener entonces
la tesis de la culpa colectiva? ¿A qué realidad obedecería? Solamente experiencias
personales, como las que Frankl tuvo en abundancia, hacen humanamente

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Logoterapia 90

comprensible el rechazo de la tesis de la culpa colectiva. En el capítulo sobre


política, hablaremos también de las argumentaciones teóricas que condujeron a
Frankl a sostener esta actitud.

No sólo en sus conferencias y publicaciones Frankl se opuso a la injusticia que


implicaba considerar culpables a todos los hombres únicamente a causa de su
pertenencia a un grupo. Tampoco dudó en brindar protección y ayuda a individuos
concretos. De buen grado, hubiera ayudado a su paternal amigo Pótzl a conservar su
puesto de catedrático de psiquiatría después de la guerra. Según la descripción de
Frankl, Pótzl no debió haber sido un hombre muy político. Dice que la mayor parte
del tiempo Pótzl sólo fue candidato del NSDAP, que nunca avanzó políticamente en
la jerarquía nazi, y que tampoco le interesaba. Había solicitado su afiliación al partido
para conservar la función y posición profesional que desempeñaba desde hacía
muchos años (incluso desde Praga); lo cual fue una suerte para Frankl y para
muchos judíos, pues, como ya hemos dicho, colaboró activamente con él en el
sabotaje de casos de eutanasia. Pero era tarde para cualquier ayuda. Pótzl ya había
sido exonerado del cargo en un proceso de desnazificación el primer día que Frankl
le visitó.

En otros casos, Frankl pudo prestar más ayuda que en el de Pótzl y también evitar
algo peor. Ocultó en su piso a un colega psiquiatra, cuando supo que le buscaba la
policía del Estado para someterle a un proceso ante el tribunal popular porque
«poseía una insignia de las juventudes hitlerianas». Tales procesos eran sumamente
peligrosos, pues sólo dictaban sentencias absolutorias o de muerte, y las ejecutaban
de inmediato. Frankl salvó de la sentencia de muerte a una colega especialista,
logrando «reunir todas las pruebas positivas concebibles» como testimonio sobre
ella, y exponiéndolas en su declaración. Pero lo que a Frankl le desconcertaba y
enfadaba era que con esta actitud se ganaba cada vez más enemigos, en especial
dentro de la comunidad judía. Así es que, a raíz de este caso, cuenta Frankl que al
día siguiente le «citaron de la Asociación campo de concentración y me preguntaron

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Logoterapia 91

qué tenía yo que decir sobre ese escandaloso comportamiento por medio del cual
había salvado la vida a una nacionalsocialista. Les recordé que yo había sido
interrogado como testigo y que mi deber como tal era decir toda la verdad. Y
agregué: “Por tanto, señores, como ustedes comprenderán, no tengo ni una sola
palabra más que añadir”. Di media vuelta y abandoné el local de la Asociación
campo de concentración y a sus perplejos funcionarios. No me gusta pensar que
actuar como yo lo hice sea algo especial. Pero, aunque el hecho de haber actuado
así no diga mucho a mi favor, debo admitir que sí dice mucho en contra de otros: en
contra de una mayoría, para la cual, lamentablemente, lo que supuestamente es un
deber parece quedarse sólo en eso, en mera suposición»

1.9 El éxito internacional

Las actividades de Frankl tuvieron desde siempre una marcada tendencia al


internacionalismo. Su primer trabajo psicológico apareció en una revista internacional
en 1924. A instancias de Sigmund Freud, el artículo del muchacho de diecisiete o
dieciocho años se publicó en la Internacional en Zeitschrifi flir Psychoanalyse. El
segundo trabajo científico volvió a aparecer en una revista internacional, a saber, en
la Internationalen Zeitsclrififiir Individualpsychologie, por iniciativa de Alfred Adler. Y
su primera gran ponencia científica tuvo lugar en Dusseldorf en el marco de III
Congreso Internacional de Psicología Individual de 1926. Como ya estaba «en el
camino internacional», siguió viaje hacia Francfort para pronunciar conferencias allí
también por mediación de la juventud obrera socialista.

Al examinar la biografía de Frankl, se tiene la impresión de que desde el principio a


sus actividades les fue inherente cierto empuje dentro de la comunidad internacional.
Poco después de ser excluido de la Asociación de psicología individual y de haber
fundado los centros de asesoramiento para la juventud, despertó la atención del
extranjero y fue invitado a dar conferencias en Praga, Brtinn, Berlín y Budapest.

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Logoterapia 92

Luego todo quedó detenido durante algunos años. Hasta que en 1938 finalmente
publicó en la revista alemana Zentralblattfi. Psychotherapie und ihre Grenzgebiete su
primer artículo importante sobre la problemática espiritual de la psicoterapia (<Zur
geistigen Problematik der Psychotherapie>). En este artículo, se mencionan por
primera vez tanto el concepto de logoterapia como el de análisis existencial. Al poco
tiempo, publicó dos artículos en dos revistas médicas especializadas suizas, Zur
medikamentosen Unterstützung der Psychotherapie bei Neurosen y Philosophie und
Psychotherapie. Zur Grundlegung einer Existenzanalyse. Por aquel entonces,
ninguno de los dos artículos podía aparecer ya en el Reich, porque a Frankl le estaba
prohibido publicar por ser judío. Sin embargo, logró pasarlos al extranjero.

Desde un primer momento, la actividad de Frankl tampoco quedó limitada a Viena


luego de la segunda guerra mundial. El 28 de diciembre de 1946 ya pronunció una
conferencia en el encuentro franco-austríaco de escuelas superiores en St.
Christoph, Arlberg (zona de ocupación francesa).

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Logoterapia 93

CAPÍTULO 2

INTRODUCCION A LA LOGOTERAPIA

Para Frankl, la Logoterapia y el Análisis Existencial son las dos caras de una misma
teoría. Es decir, la Logoterapia es un método de tratamiento psicoterapéutico,
mientras que el Análisis Existencial representa una orientación antropológica de
investigación.

El “logos” hace referencia al “sentido”, al “significado”: algo que el ser humano busca
siempre frente a las circunstancias del destino, la vida, la muerte, el amor, el dolor.

El “logos”, según Frankl, tiene que ver con la parte noética, espiritual, que se
distingue de lo “psíquico”. De esta forma, Logoterapia quiere indicar terapia por
medio del “sentido” o del “significado”.

La Logoterapia pertenece más a un enfoque o actitud de tipo existencial - humanista


y se considera más como un complemento de la psicoterapia en general y no tanto
como otra escuela.

El Análisis Existencial; la otra cara de la misma teoría es un intento de crear una


antropología como base para una psicoterapia: “No existe psicoterapia sin una
concepción del hombre y sin una interpretación del mundo” Siempre, el terapeuta
tendrá una cosmovisión consciente o inconsciente. Para Frankl, es más conveniente
que dicha cosmovisión y antropología sean explícitas y conscientes. Más adelante,
se profundizará en la antropología frankliana. La Logoterapia se puede dividir en dos
clases: Logoterapia específica y no específica.

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Logoterapia 94

La Logoterapia específica trabaja con las dificultades de tipo “crisis existencial”,


“vacío existencial”, “falta de sentido de la vida”.

La problemática del sufrimiento y la de las personas con enfermedades “terminales”


es abordable con esta clase de Logoterapia. De igual manera, la neurosis “noógena”,
aquella que surge cuando hay un “choque de valores”, “conflictos éticos”, “conflictos
espirituales” puede afectar la dimensión psicológica o biológica de la persona.

Para aplicar la Logoterapia específica, el terapeuta debe, en gran medida, compartir


las bases filosóficas y antropológicas que plantea Frankl, ya que sin ellas es difícil
lograr el objetivo de “acompañar a la persona en la búsqueda de ‘sentido de la vida’,
‘significado del sufrimiento’, ayudándole a descubrir ‘valores’ o significados ligados a
una situación específica, asumiendo también actitudes adecuadas y realizando
elecciones responsables”.

La técnica o vía para trabajar en este tipo de Logoterapia es el “diálogo socrático”,


derivado de la mayéutica, acerca del cual Viktor Frankl y su discípula, la psicóloga
alemana Elisabeth Lukas dan orientaciones o pautas.

La Logoterapia no específica se emplea en las dificultades clásicas de las


obsesiones, obsesiones-compulsiones, fobias y problemas sexuales. En general, la
casuística sobre las diferentes patologías en las que se utiliza esta clase de
Logoterapia es muy amplia.

Las técnicas más empleadas son la intención paradójica y la de reflexión, de las


cuales, al igual que del diálogo socrático se hablará más adelante.

Para terminar esta primera parte que trata de las características generales de la
Logoterapia, es importante recordar la síntesis que Fabry plantea al decir que la
Logoterapia se funda en tres principios:

1. La vida tiene sentido en todas las circunstancias.

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2. El hombre es dueño de una voluntad de sentido y se siente frustrado o vacío


cuando deja de ejercerla.

3. La persona es libre dentro de sus obvias limitaciones, para consumar el


sentido de su existencia.

2.1 El ser humano en la Logoterapia

En Frankl está presente una de las problemáticas que más influencia tiene en el
pensamiento académico occidental: holismo-reduccionismo y globalidad-
particularidad.

El ser humano vive una unidad y una distinción: es uno y múltiple. Tiene tres
dimensiones: lo físico, lo psíquico y lo espiritual. Cada una de éstas tiene una relativa
autonomía al interior de una unidad.

El ser humano tiene una unidad de fondo. En este sentido, Frankl plantea una
posición holista: al ser humano hay que tomarlo como un todo y no por partes. El
psicoterapeuta habla a una persona que tiene cuerpo, psique y espíritu. Una
enfermedad en una de las tres dimensiones afecta a las otras dos. Frankl llama a
esta característica una “unidad antropológica en la multiplicidad ontológica”. La
alegría, por ejemplo, no se reducirá solamente a la parte psicológica sino que influirá
en la parte espiritual y en la física.

Frankl plantea que “el ser humano es un ser completamente diferente a los otros
seres”.

La dimensión espiritual es específicamente humana y esencial. Esta dimensión


engloba y cobija, de alguna forma, las dimensiones física y psíquica.

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Frankl escribe que “necesariamente, la unidad del hombre, una unidad no obstante la
multiplicidad de cuerpo y de psique, no puede encontrarse en la dimensión biológica
o psicológica, sino debe ser buscada en aquella dimensión noética, partiendo de la
cual, el hombre es proyectado al primer puesto”.

Para aclarar las tres dimensiones que distingue la Logoterapia tendremos presente
los planteamientos de Elisabeth Lukas:

El nivel biológico (fisiológico) el cuerpo.

El nivel psicológico (sociológico) = la psique

El nivel espiritual (noético) = el espíritu, el intelecto.

Nivel biológico (fisiológico) = el cuerpo

Es el nivel de la “vida” de las plantas, de los animales y del ser humano. Aquí se
desarrollan los procesos vitales electroquímicos y físicos. No hay mucha plasticidad.
Se pueden verificar tesis siguiendo principios experimentales de causa-efecto.

Nivel psicológico (sociológico) = la psique

Es la “conciencia de la vida”, que comprende sentimientos, sensaciones, instintos o


condicionamientos presentes en los animales y el hombre.

En esta dimensión es más difícil investigar. Los campos psicológico y sociológico


presentan una menor regularidad. Hay un mayor espacio de libertad, más plasticidad
en comparación con el nivel anterior. Las percepciones, sensaciones, sentimientos e
intensidad de los instintos contienen una gran dosis de subjetividad.

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Logoterapia 97

En los últimos años, la investigación empírica sobre todo la relacionada con el


conductismo, ha hecho avances significativos en la relación causa-efecto.

Nivel espiritual (noéfico) = espíritu, intelecto

Es exclusivo del ser humano. En esta dimensión, el espacio de la libertad es muy


amplio. El ser humano puede tomar posición ante las más diferentes situaciones y se
permite desafiar sus condicionamientos y límites.

En la dimensión espiritual está presente la “voluntad de darle un sentido a la vida”. El


ser humano no es capaz de vegetar apáticamente hasta la muerte.

Para Frankl, el término espiritual no se identifica con lo religioso ya que en la persona


no religiosa, también existe la dimensión noética. Esta dimensión es la parte más
interna del ser humano y como se decía antes, la parte específicamente humana,
esencial.

La dimensión espiritual es distinta de la dimensión psíquica, en cuanto a categorías


se refiere: plantea la búsqueda de significados, de sentido de la realidad. “Es aquella
que puede confrontarse siempre y en cualquier momento”.

Lersch, con quien Frankl está de acuerdo, afirma que el pensamiento en su función
espiritual transforma la realidad dolorosa, oscura, en una vivencia con significado que
produce una claridad interior. En consecuencia, para comprender a la persona es
necesario tener en cuenta sus valores de significado existencial.

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2.2 La libertad y la responsabilidad

Frankl retorna muchas posiciones de los filósofos Kierkegaard, Heidegger y Scheler,


para elaborar una antropología que permita orientar mejor la práctica
psicoterapéutica.

El ser humano es libre (no obstante sus normales condicionamientos), y este hecho
le produce angustia y alegría. Angustia porque, por ejemplo, en el caso de una
elección nunca tendrá la certeza absoluta de que ha escogido la mejor y quedará la
angustia de que las otras opciones no elegidas las destinó al “no ser”: “Aquello que
pudo haber sido y no fue”. “La angustia y la nada se correlacionan continuamente”
(Kierkegaard).

La alegría también es un resultado de la libertad en cuanto existe un amplio margen


para la acción y la aventura tan propias del ser humano. La libertad implica una
posibilidad para elegir pero, ¿qué sucede en aquellas circunstancias donde no se
puede elegir?

Siempre se podrá encontrar un significado o sentido ante esta no-elección. Al


respecto, Frankl dice que: “Frente al destino adverso e inevitable es inútil
preguntarnos ¿por qué a mí? Lo importante es dar una respuesta”.

La libertad también se relaciona con el “ser y el deber ser”, en alguna forma tiene
relación con el futuro, con la proyección. “Ahora soy esto pero quisiera ser...”.

Para la Logoterapia, es importante mantener una “sana noodinámica”, es decir, una


tensión entre aquello que se es y aquello que se debería ser. Este desequilibrio es
saludable e impide caer en la frustración existencial.

La libertad va unida al comportamiento responsable. Yo puedo ser pero también


debo ser. El deber-ser tiene que hacer las cuentas con el medio social, con la otra
persona que está a mi lado.

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Logoterapia 99

El deber-ser se traduce en una respuesta que libremente yo puedo dar. Frankl


retorna la definición que hace Jaspers del ser del hombre:

“Ser decisivo”, es decir, que nunca “es” sino que en cada momento decide lo que es.
Al decidir aquello que es, se decide a sí mismo: hay autoconfiguración.

La responsabilidad también se refiere a la capacidad que tengo como ser humano


para responder a cualquier pregunta que me haga el destino, la vida, el karma, las
circunstancias. De esta forma, yo como ser humano soy libre, puedo responder
siempre al asumir un comportamiento, actitud o significado.

Para Frankl, la persona también es responsable ante la conciencia: ésta busca


siempre los valores e intuye un deber-ser individual, que se refiere a una situación
específica.

La conciencia como “órgano de significado” tiene una función intuitiva para reconocer
el deber-ser. El hombre como ser único, irrepetible y original puede, por medio de la
conciencia, conciliar la ley moral general con las circunstancias personales y
específicas de una situación. La conciencia plantea significados por realizar.

2.3 Los valores

Frankl está de acuerdo en varios aspectos de la teoría de los valores con Scheler y
Husserl. La persona vive en tensión, buscando valores y es aquí donde encuentra
significados existenciales. Por el hecho de que el ser humano es contingente,
limitado, sólo puede actuar ciertos valores que se concretan en tareas, objetivos,
deberes personales.

Frankl dice que “quien se juzga ha percibido un valor.., en el momento mismo, pues
en el mismo instante alcanza un nivel que lo salva”. El encuentro con valores

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Logoterapia 100

significativos elimina la desesperación en situaciones en que se vive una oscuridad


existencial. El valor también proporciona una justificación cuando se hace una
elección.

Frankl plantea tres categorías principales de valores:

1. Valores de creación

Son aquellas actividades que el ser humano realiza como el trabajo, pasatiempos,
ayuda a otras personas. Normalmente, las ocupaciones diarias de una persona: su
oficio, profesión. De alguna manera, Frankl dice que son cosas que el hombre le da
al mundo.

2. Valores de experiencia

Tienen que ver con la belleza, el amor, la verdad, la experiencia religiosa, el arte.

3. Valores de actitud

Son los que la persona puede realizar cuando se encuentra ante situaciones
dolorosas y absurdas inevitables: la enfermedad, la muerte, el sufrimiento. Según
Frankl, son los que le permiten al ser humano alcanzar el grado máximo de
significado de la vida. Mediante éstos el hombre puede en cualquier situación
encontrar un significado.

2.4 La intencionalidad

Frankl sostiene que el ser humano se define en cuanto está en una tensión hacia el
“mundo”, hacia afuera. Aquí, como se decía anteriormente, se plantea la distancia

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Logoterapia 101

entre el ser y el deber-ser; el hombre se siente insatisfecho con lo que es. Para
algunos autores es la búsqueda o nostalgia del trascendente lo que inspira esta
insatisfacción.

Y continúa “ser hombre quiere decir dirigirse hacia algo que está más allá de sí
mismo, que es diferente a sí mismo; a alguna cosa o a alguien: un significado por
realizar o una persona por encontrar. Solamente en la medida en que el hombre
trasciende de esta manera, se realiza a sí mismo: en el servir a una cosa o en el
amar una persona” .

El hombre debe ser alguien que tiende más hacia el otro; no hacia el individualismo.
Esta característica de la intencionalidad forma la base de la técnica de la Derreflexión
que, como se verá más adelante, se utiliza para afrontar algunas patologías en las
cuales la persona está muy “centrada en sí misma”. Para utilizar una metáfora “el
observarse mucho el ombligo”, puede ser causa de enfermedad, dado que en la
medida en que observo y dirijo mi atención hacia fuera de mí mismo, por lo menos
tengo la posibilidad de replantear o ver desde otra perspectiva, mi situación personal.
La persona humana busca siempre el diálogo, el encuentro de un tú; es un ser
eminentemente relacional. El yo se crea en la relación con el tú. Según Mounier “el tú
y el él en el nosotros precede al yo, o al menos lo acompaña”. Frankl considera que
el amor sería un encuentro entre un yo y un tú en un nosotros, donde las
singularidades no desaparecen.

2.5 La transitoriedad de la vida

Frankl afirma”, que el pensamiento de la muerte debe hacer al ser humano activista,
optimista y no pesimista. El hecho de saber que algún día morirá debe ayudarle a
encontrar sentido y significado a las actividades y vivencias. También debe animarlo
a construir algo que permanezca después de la muerte.

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Logoterapia 102

Frankl expresa, así mismo, que el hombre debe ser responsable y consciente de sus
propios límites y aceptar que es un ser histórico y que, como tal, tiene que pasar por
la tierra. Esta humildad salva a la persona de la desesperación.

En la ontología del tiempo frankliano “haber sido es la forma más segura de ser”,
tomada esta idea, “más desde un punto de vista ontológico que psicológico”. Las
acciones o vivencias que el ser humano haya experimentado no se pueden eliminar,

2.6 La voluntad de sentido

La persona tiene una fuerza primaria para buscarle sentido a su vida. Cuando no lo
encuentra cae en la “crisis existencial”.

Para la Logoterapia, es más importante la voluntad de sentido que la voluntad de


placer (Freud) y que la voluntad de poder (Adler). El hombre puede tener “casa, carro
y beca” y, sin embargo, ser infeliz, pues necesita una razón, un motivo, más allá de lo
estrictamente material, para ser feliz.

Esta búsqueda de sentido y significado ayuda a la salud mental. Frankl retorna las
palabras de Nietzsche cuando dice: “Quien tiene un por qué para vivir puede soportar
casi cualquier cómo”.

Cuando una persona se enfrenta a situaciones difíciles y en extremo dolorosas, tiene


más posibilidades de sobrevivir si encuentra objetivos, tareas, sentido por realizar.
Frankl cuenta cómo “cuando fui internado en el campo de Auschwitz me confiscaron
un manuscrito listo para su publicación. No cabe duda de que mi profundo interés por
volver a escribir el libro me ayudó a superar los rigores de aquel campo. Por ejemplo,
cuando caí enfermo de tifo, anoté en míseras tiras de papel muchos apuntes con la
idea de que me sirvieran para redactar de nuevo el manuscrito si sobrevivía hasta el
día de la liberación”.

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Logoterapia 103

El logoterapeuta debe acompañar al consultante para despertar esta voluntad de


sentido, de significado, que es una condición a priori, es algo que acompaña al
hombre siempre en una forma consciente o inconsciente.

Anteriormente, cuando se hablaba de los valores, se enumeraban los de creación,


experiencia y actitud. Estos se convierten en las tres áreas donde se puede buscar
sentido o significado, de acuerdo con la situación específica que esté atravesando la
persona.

Los significados o sentidos se descubren, es decir, ya existen objetivamente, son


algo que se impone en alguna forma al hombre.

Otras características de los significados son su relatividad y subjetividad, en cuanto


se refieren a una persona única que vive una experiencia determinada y particular y,
por lo tanto, es válido ese significado para esa sola persona.

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Logoterapia 104

CAPÍTULO 3

EL SUFRIMIENTO EN LA LOGOTERAPIA

Pero no fija el sufrimiento mismo su problema,


si no la ausencia de respuesta
al grito de la pregunta: ¿para qué sufrir?
Nietzsche

La Logoterapia es una de las psicoterapias que mayor aporte ha dado al análisis del
sufrimiento humano. Viktor Frankl, en primera persona, con sus vivencias en los
campos de concentración nazi, es la base sobre la cual se ha hecho la reflexión
teórica y la práctica clínica.

Frankl y Lukas, en dos textos fundamentales, consideran que el ser humano no nace
con la capacidad de sufrimiento. Al contrario, debe adquirirla, debe aprender a sufrir.
Pero aquí surge un impedimento que plantea la sociedad para aprender a asumir el
sufrimiento: la ilusión de poder corregir todo, conseguir todo. Se piensa que todo en
la vida puede ser corregido, no se aceptan las limitaciones. La mujer que no tiene
una bella nariz o unos senos armoniosos quiere mejorar su físico, el hombre que no
tiene una gran musculatura quiere, aun por medio de esteroides, aumentar su masa
muscular. Se aspira a encontrar por medio de las más variadas fórmulas la clave
para no envejecer, no morir.

Es lógico que todos como personas aspiremos al bienestar completo. La Logoterapia


también acepta la “voluntad de placer” como un motor que mueve al ser humano,
pero nos pone en guardia para que aceptemos lo inmodificable, para que hagamos la
cuenta con lo finito, con el límite. Es necesario asumir lo no-perfecto, lo molesto.

Una frase de los alcohólicos anónimos dice al respecto:

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Logoterapia 105

“Señor, concédeme la serenidad para aceptar aquellas cosas que no puedo cambiar.
Valor para cambiar aquellas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.

Frankl sostiene que “sufrir significa obrar y crecer, pero también madurar. En efecto,
el ser humano que se supera, madura hacia su mismidad”.

El verdadero resultado del sufrimiento es un proceso para llegar a la madurez. Esta


pretende que el ser humano alcance la libertad interior, a pesar de la dependencia
exterior. Pensemos en una situación extrema como la del cautiverio de guerra o el
campo de concentración: en esa situación el ser humano se halla en el límite de
dependencia de condiciones que le son impuestas; de circunstancias que le son
dictadas. Pero resulta que esas circunstancias y condiciones sólo lo hacen
dependiente en lo que respecta a su acción y su pasión (la única acción era cavar y
la única pasión, golpes, hambre, frío), pero libre para adoptar una actitud u otra ante
esta situación de extrema dependencia.

Esto significa que el ser humano es dependiente en cuanto a la realización de los


valores creativos y vivénciales, pero es libre en la realización de los valores
actitudinales: libre “de” todas las condiciones y circunstancias y libre “para” el
dominio interno del destino; “para” el sufrimiento auténtico. Esta libertad no tiene
condiciones, es una Libertad “bajo cualquier circunstancia y hasta el último suspiro”.

Desde el punto de vista de la Logoterapia, el sufrimiento no lleva necesariamente a la


enfermedad psicológica, sino que puede representar una de las posibilidades para
aumentar la tolerancia a la frustración, adquiriendo más “defensas” que doten al ser
humano para confrontarse ante futuras adversidades inevitables.

El sufrimiento también posee una dignidad ética, una importancia metafísica.


Igualmente, favorece la comprensión del otro. Aquí vale la pena recordar la frase de
Esquilo: “Al que ha sufrido le queda la alegría de comprender al otro”.

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Logoterapia 106

Frankl cita un poema de Dehmel que dice:

“Hay una fuente que se llama dolor.


De ella emana la dicha pura.
Pero el que mira en sus aguas siente pavor.
Ve en el fondo del pozo su imagen clara enmarcada en la noche.
¡Bebe! la imagen se desvanece. Brota la luz”.

En este poema podemos recordar dos ideas de la Logoterapia respecto a la práctica


clínica:

Cuando se disminuye la oposición a un pensamiento obsesivo molesto hay más


probabilidades de que éste desaparezca. Entre más oposición se le haga al
pensamiento obsesivo molesto, más posibilidades existen de que se haga presente.

La frase paradójica que se le podría aconsejar a una persona que sufre por
pensamientos obsesivos de tristeza, sería repetir mentalmente: “Bienvenida tristeza
cansona, ya estás aquí de nuevo para molestarme. Está bien, ¡adelante!, pero no
tengo mucho tiempo disponible”.

La otra idea tiene que ver con los mensajes que nos llegan a diario en nuestra
sociedad consumista: la búsqueda del placer como objetivo máximo.

Aquí también la Logoterapia plantea que la exagerada búsqueda del placer puede
aumentar las posibilidades de perderlo.

Un ejemplo típico se ve en algunos casos de impotencia sexual masculina. La


persona que se encuentra algunos días a la semana con una amante y su fin
exclusivo es la relación genital, en cierto momento descubre que no puede tener
erección: el placer se ha convertido en su objetivo primario. Siguiendo esta línea de
ideas no es conveniente tener demasiadas expectativas frente a alguien o algo.
Como expectativa se entiende “esperar a que lleguen gratificaciones”. Nos hemos

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Logoterapia 107

acostumbrado a esperar solamente lo gratificante, sin pensar que también puede


llegar lo inesperado y doloroso.

El estudiante que espera recibir inmensas gratificaciones al iniciar el primer semestre


de la universidad puede desanimarse fácilmente. Así como la joven que espera
encontrar la máxima felicidad con el noviazgo que recién empieza.

La Logoterapia critica el hecho de que nuestra sociedad haya privilegiado al Horno


Faber y al Homo Sapiens, pero no quiere saber nada del Horno Patiens. La sociedad
consumista piensa en un ser humano productor, trabajador: la absolutización de los
valores creativos. El pensamiento académico, igualmente, ha sobrevalorado la razón,
el homo sapiens como objetivo máximo.

3.1 Sufrimiento con sentido y sin sentido

La persona no debe olvidar que el sufrimiento es una de las más grandes preguntas
que la vida le plantea. De acuerdo con la clase de respuesta que dé, sufre más o
sufre menos. ¿Por qué?

En la práctica clínica, la Logoterapia permite ver que cuando una persona no le


encuentra sentido a un dolor inevitable, sufre y está desesperada. Al contrario, si la
persona le encuentra un sentido a su dolor, sufre pero no está desesperada. En La
desesperación no hay un significado, un sentido, se sufre más por esta razón.
Cuando se le encuentra un sentido al dolor se sufre menos. No hay desesperación.

El logoterapeuta debe acompañar al consultante para que ubique la situación


dolorosa en un contexto válido de significados.

Tomemos algunos ejemplos de la casuística de Frankl y de Elisabeth Lukas donde


se ilustra más el párrafo anterior.

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Logoterapia 108

Caso No. 21: ¿Por qué no me dejan morir?

Una mujer de mediana edad, ha tenido varias tentativas de suicidio, todas


relacionadas con las fases de depresión endógena que sufre. La señora consume
muchos fármacos los cuales cada vez actúan menos. Con el tiempo se encuentra
con que el dinero no le alcanza para comprar las pastillas necesarias. Se forma
entonces un círculo vicioso en el cual, al querer huir de su depresión y no tener
dinero suficiente para comprar pastillas, opta por el intento de suicidio.

Su esposo vive muy preocupado por ella y hasta el momento la ha socorrido a


tiempo. Al ser hospitalizada, la fase depresiva pasa y poco a poco la señora adquiere
coraje.

La vida transcurre normal por algunas semanas o meses, hasta la fase depresiva
siguiente que la empuja de nuevo a la fármacodependencia. No son solamente las
recaídas lo que la desesperan, sino sobre todo la impresión de que su vida no tiene
sentido ya que no logra interrumpir el círculo vicioso.

De hecho, este destino no es fácil de cambiar; las fases endógenas y dependientes


de variables orgánicas hacen que ninguna solución terapéutica funcione. Como
terapeuta quiero luchar por la reducción del peligro de suicidio:

-- ¿Por qué no me dejan morir, qué sentido tiene todo esto? Esta no es vida, caer
siempre en una tristeza sin fin y no ver una alternativa diferente a aquélla de tomar
pastillas que al final vuelven todo más triste...

-- Señora, supongamos que le viniera de improviso a su mente la idea de que viviría


con más ánimos en Hamburgo en lugar de Mónaco. La vida y el movimiento de una
ciudad portuaria le gustan mucho. ¿Prepararía las maletas y arreglaría lo necesario
para ir a vivir a Hamburgo?

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Logoterapia 109

-- (Sorprendida) Yo... pero no, mi hijo va a la escuela aquí, mi marido también trabaja
aquí... ¡no estoy sola en el mundo!

-- Muy justo señora, esta es la frase clave que no debería olvidar jamás, por más de
que sucedan muchas cosas. Usted no está sola en el mundo, su vida y sus acciones
hacen parte y afectan la existencia de otras personas. Por esta razón usted no se va
improvisadamente, de un momento a otro para Hamburgo y, por lo tanto, no debe
tratar de quitarse la vida, ni siquiera cuando le parezca que no tiene sentido, porque
por lo menos, su vida tiene un sentido fundamental para sus familiares. Usted no
está sola en el mundo, ¿quiere recordar siempre esta frase que usted misma ha
pronunciado?

-- Siendo sincera, no pienso en mi familia cuando estoy deprimida, sino sólo ena..

-- ¡Sus problemas son el centro de sus pensamientos! Quiere poner fin a este tipo de
pensamientos, olvidando que le está creando problemas a las personas cercanas a
usted. Trate en cambio de razonar de manera diferente, es decir, haciéndose cargo
espontáneamente del dolor y de los problemas para ahorrárselos a los demás...

-- ¿Debo hacerme cargo espontáneamente de estos problemas?

-- Señora, si su vida le parece vacía a causa de su sufrimiento, pero, no obstante


esto, decide soportarla pacientemente por amor a su hijo, que tiene necesidad de
usted y por amor a su marido, que no lograría soportar el suicidio de su mujer, si
logra esto, su vida tendrá sentido porque usted sabe exactamente para qué y por
quién vive. ¿Me entiende?

-- (Pensativa) Creo que sí. Usted habla de mi responsabilidad frente a mi familia y


sobre este punto tengo que corregir algunas cosas.

-- También su familia sufre y sufre por usted. Su marido y su hijo no pueden reducir
su dolor pero usted sí puede reducir el de ellos.

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Logoterapia 110

-- Sí, es verdad. Extraño, en el hospital he pensado siempre en que era digna de


compasión, ni siquiera se me permitía morirme, pero ahora entiendo, poco a poco,
que en realidad otros inocentes han sufrido por causa mía. También mi marido
estaba desesperado... no debo actuar más así... quiero por lo menos tratar de hacer
esto en mi vida, ahorrarle dolor a mi familia...”.

No todos los problemas psíquicos ni todos los dolores pueden ser eliminados
terapéuticamente. Algunos deben ser soportados y cuanto más uno sabe por qué,
tanto mejor se pueden soportar. Para hacer esto es necesario que exista alguna
cosa, una persona amada o un empeño o tarea para cumplir, que tienen necesidad
de uno y por amor a él se puede aceptar un gran dolor. Aquí un método terapéutico
se encuentra con un principio ético antiguo, es decir, corno la paciente lo ha dicho
justamente, “la persona no está sola en el mundo” y su bienestar no puede ser el
único motivo en su vida, pues, el bienestar solitario, separado de la relación con
nuestros semejantes no es suficiente.

En Logoterapia se insiste en la actitud valiente que se debe desarrollar ante un


sufrimiento inevitable, la búsqueda de sentido ante el dolor es, sin embargo, uno de
los desafíos más difíciles que la vida le presenta al ser humano.

La psicoterapia tradicionalmente y con justa razón, tiende a ayudar al individuo para


que goce de la vida; la Logoterapia también asume este trabajo pero quiere ir más
allá: hacer que la persona recupere su capacidad de sufrimiento cuando deba
afrontar situaciones dolorosas y les encuentre un sentido. Edith Weisskopf-Joelson,
profesora de la Universidad de Georgia recuerda cómo: “nuestra filosofía de la
higiene mental insiste en la idea de que la gente tiene que ser feliz, que la infelicidad
es síntoma de desajuste”. Un sistema tal de valores ha de ser responsable del hecho
de que el cúmulo de infelicidad inevitable se vea aumentado por la desdicha de ser
desgraciado. A la persona que sufre no se le da la oportunidad de enorgullecerse de
su sufrimiento y de considerarlo enaltecedor y no degradante, con esto se hace que

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Logoterapia 111

la persona no sólo se sienta desdichada, sino también avergonzada por sufrir. En


nuestra sociedad hay una búsqueda compulsiva de la felicidad que no permite
explorar las posibilidades de riqueza, de crecimiento interior y de aumento en la
tolerancia a la frustración que produce el dolor.

3.2 Sufrimiento necesario e innecesario

Es importante hacer la distinción entre un sufrimiento inevitable y otro evitable. El


sufrimiento “normal” o auténtico es aquel que se vive ante el destino inevitable,
absurdo y doloroso. Es aquel que debe despertar la búsqueda de los valores del
tercer orden: los actitudinales.

Si ante una enfermedad dolorosa en la cual hay un buen pronóstico y se puede


realizar una cirugía, la persona no acepta la intervención y prefiere seguir con el
sufrimiento, habría que analizar si hay miedo, escapismo o masoquismo. Frankl
recuerda un anuncio publicitario: Acoge con paciencia lo que envía la Providencia,
mas... si chinches hay, llama presto a Rosenstein (644 w 161 Street).

En el sufrimiento auténtico, inevitable, se disminuye el exhibicionismo, no se hace un


espectáculo del sufrimiento. El masoquista, en cambio, asume el dolor como un fin
en sí mismo. El que sufre auténticamente encuentra en el dolor inevitable, un medio
para encontrar un sentido, para trascender.

La psicología y la medicina como prácticas clínicas deben ayudar a eliminar el dolor:


ese es uno de los objetivos fundamentales de estas profesiones; pero también hay
que “acompañar” al consultante para aumentar la tolerancia a la frustración cuando
es necesario.

Durante años, un amplio sector de la psicología infantil ha favorecido la crianza de


los niños con poca tolerancia a la frustración: se pensaba que dándoles gusto en

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Logoterapia 112

todo se les evitarían frustraciones. Total: se han formado niños y jóvenes “dictadores”
que quieren obtener todo de una manera fácil y si no lo obtienen, sufren
desmesuradamente y es fácil que huyan de la frustración, por medio del consumo de
sustancias psicoactivas: alcohol, cocaína, etc. Una buena dosis de sacrificio y de
esfuerzo para que el niño y el joven conquisten las cosas, es una acertada estrategia
para aumentar la tolerancia a la frustración; es “preparar” a los jóvenes para el futuro,
donde tendrán que atravesar momentos difíciles, seguramente sin la presencia de
sus padres.

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Logoterapia 113

CAPÍTULO 4

ESCUELA VIENESA

4.1 Frankl y Sigmund Freud (1856-1939)


La relación entre Víktor Frankl y Sigmund Freud (cfr, p.8.) se inició con el artículo que
Frankl le envió al entonces célebre médico: Zur Mimischen Bejahung und
Vereneinung, Internationale Zietschrift fur Psychoanalyse, en 1924. La Mímica de
Afirmación y la Negación publicado en la Revista Internacional de Psicoanálisis,
1924).

Los recuerdos guardados por Frankl de esta amistad son claros y muestran su
aprecio por la persona y significación de la obra revolucionaria de Freud. Pero Frankl
no se detiene en esta actitud y ofrece, al mismo tiempo, una postura crítica y
dialéctica ante los principales enunciados del Psicoanálisis.

Freud tuvo el mérito inicial de plantear en su tiempo la pregunta por el sentido. No se


trata aquí de ver inmediatamente si su planteamiento fue bueno o no y si dio una
respuesta o no. Lo que no se puede dejar de señalar es un doble mérito que está en
su planteamiento: mérito material, porque, tomando conciencia de la situación psico-
social-histórica puso la pregunta en medio de una sociedad no-tolerante como fue
Viena y la Europa victoriana. El mérito formal de Freud estuvo en que ofreció un
modelo psicoterapéutico que manifestó los avances científicos de su tiempo, pero
también los límites y aporías del positivismo del siglo XIX.

Este modelo psicoanalítico freudiano es de corte conceptual mecanicista o, llamado


en otros términos, psico-dinámico. Este último término no cambia sustancialmente el
aspecto y la realidad del análisis de la dimensión psíquica.

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Logoterapia 114

El intento freudiano fue hallar el sentido de los síntomas histéricos –neurosis-.


movido por este interés, Freud tuvo el mérito de adentrarse en las profundidades
inconscientes y llegó a develar una de las dimensiones de la realidad humana. Dije
una de las dimensiones de la realidad humana porque hoy hemos llegado a otras
dimensiones como son:

1. Un inconsciente espiritual.
2. Una espiritualidad y religiosidad inconscientes.

Sin embargo, no teniendo el punto de partida de Freud hubieran sido muy difíciles los
desarrollos posteriores.

La historia del pensamiento humano tomada en una perspectiva ampliamente


dialéctica puede ofrecernos una sucesión de revoluciones que han ayudado a que la
humanidad y cada ser humano tenga una visión más consciente de su propio ser, de
su individualidad y de su comunidad, de su lugar en el cosmos, de su significación en
el tiempo y el espacio y de su responsabilidad histórica.
Así pues podemos ver grandes momentos de cambio, o grandes giros históricos:

El giro cosmológico: que nos trasladó con Copérnico de una visión geocentrista a
una visión en donde la Tierra es una parte de un ordenamiento supraterrestre. Este
giro sigue teniendo repercusiones científicas y filosóficas.

El giro etno-antropológico: Darwin desmitifica la supremacía humana en la dimensión


de los “seres animados” y le ubica más en una perspectiva evolucionista cuyo punto
de partida son formas más simples de vida animal. Estas formas simples fueron
evolucionando hasta que aparecen los primeros homínidos cuya antigüedad se
remonta a 3.6 millones de años en Laetoli, Tanzania.

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Logoterapia 115

En contraste con los giros cosmológicos y etno-antropológicos que nos dan una idea
de las colosales dimensiones del tiempo, de la evolución, del lugar y significación de
la vida humana en el cosmos, tenemos otros dos grandes giros que inciden más
directamente en la vivencia humana:

El giro sociológico: Marx, partiendo de una concepción del mundo y de la historia y


apoyado en un análisis social nos ofrece una revisión total de las estructuras
histórico sociales y del influjo que éstas ejercen en las conductas y relaciones
humanas. Así pues la esencia primordial de la historia está constituida por los
procesos económicos, de los que como meros fenómenos consiguientes o
concomitantes, dependen los acontecimientos de la historia del espíritu.

El giro psicoanalítico freudiano: traslada al ser humano de la concepción, hasta


entonces monolítica, de una libertad y conciencia claras ante lo que se es y lo que se
quiere llegar a ser, ante los motivos y las decisiones personales, a otra visión que
dice que el ser humano no está movido siempre por su conciencia y libertad
personales, sino que existe un sub-mundo donde se mueven fuerzas inconscientes
que son la verdadera imagen del ser humano. En ese sub-mundo se dan los deseos
e impulsos –pulsiones, instintos que el mundo de la conciencia del Yo y el de la
realidad social no permiten manifestarse, a no ser que se realicen transacciones de
equilibrio entre las tres instancias psíquicas del Super-Ego, Ego e Id.

Así, pues, sintetizando, vemos que estos giros han aportado elementos nuevos que
explican más claramente algunos aspectos de la vida humana. Sin embargo estos
mismos giros incluyen elementos deterministas y relativistas que de una forma
específica repercuten en la vida humana. Así pues se puede hablar de:

1. Un determinismo genético.

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Logoterapia 116

2. Un pan-determinismo psíquico sexual.


3. Un determinismo social.

En contra del mal llamado pan sexualismo del que injustamente se ataca a Freud, se
ha de decir que lo sexual se entiende como una dimensión mayor que lo genital y
que lo sexual se entiende como una dimensión menor que la libido.

El pensamiento freudiano acentúa la fuerza obligatoria del inconsciente que la


persona ha de cargar bajo la forma de energía impulsiva, impulsos, fuerzas
instintivas. De este modo lo específicamente humano queda en la esfera de la
búsqueda del placer, la recuperación de la homeostasis, la dinámica afectiva y la
energía instintiva. Por tanto, cualquier manifestación humana, incluso aquellas
formas más depuradas como la religiosidad, el arte, etc., quedan como
manifestaciones sublimadas de un mismo origen sexual.

Freud padeció los límites de su propio método científico y así se explica su visión
reductiva y psicologista de su análisis. Los fenómenos se toman únicamente en el
nivel de lo psicológico y por ese motivo ya resultan ambiguos. Todo fenómeno tiene
necesariamente un origen y un contenido. El reduccionismo ignora esa dimensión y
se queda con el simple hecho psíquico.

En el fondo, la limitación psicoanalítica tiene sus raíces en una deficiente


epistemología, pues ignora que todo acto intencional es siempre un referente
intencional –según la fenomenología-, es decir, apunta a un objeto trascendente, que
está más allá. Frankl ha plastificado esta realidad epistemológica al tomar como
ejemplo el ojo humano. El ojo está ontológicamente, en cuanto su ser ojo,
determinado a ver y ver implica ver-hacia-afuera, es decir, referirse a cualquier objeto
o ser que no sea él mismo. En otros términos aquí podemos hablar de una

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Logoterapia 117

característica esencialmente humana que es negada en el análisis freudiano, que


Frankl llama la Autotrascendencia.

Con este punto de partida reduccionista es muy difícil saber cuándo estoy ante una
manifestación cultural o ante una manifestación neurótica. Una de las consecuencias
inmediatas de esta concepción se manifiesta en la axiología o el problema de los
valores en la vida humana. Si ya no hay validez en la búsqueda de aquello que tiene
valor para mi, ni para-el-nosotros, pues todo es manifestación de una psicogenética
instintiva, se concluye que los mismos valores dejan de tener vigencia porque no-
son-mas-que derivaciones de necesidades impulsivas, sublimaciones, formas
reactivas o racionalizaciones.

Aquí se ve que el reduccionismo psicologista conlleva una forma de nihilismo. Sin


embargo este nihilismo no es aquel del que tratan J. P. Sastre o M. Heidegger
cuando hablan de la nada, sino de otra forma de nihilismo que dice que el ser
humano no-es-más-que el producto de sus determinaciones psíquicas o, en otros
casos, de sus determinaciones genéticas, sociales, etc.

Así tendremos entonces diversos tipos de reduccionismo que desfiguran la imagen


de la persona como son el biológico, psicológico y sociológico respectivamente.

Por otro lado, las posturas reduccionistas o pandeterministas en la historia se dan


cada vez que el científico sale de la esfera de su propia ciencia y hace
generalizaciones que, al igual que las simplificaciones son el mejor medio de obstruir
el camino científico y dañar la posibilidad de una antropología proporcionada.

De modo sintético, se puede decir que lo que mueve la conducta humana, en la


perspectiva psicoanalítica, es la búsqueda del Placer.

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Logoterapia 118

Esta búsqueda del placer deja de lado lo específicamente humano: la intencionalidad


de todas nuestras acciones, una intencionalidad de todas nuestras acciones, una
intencionalidad que va más allá del placer y que busca hacer real aquello que se
descubre como valioso para mí o para-el-nosotros.

Con esto no quiere Frankl negar el valor y la realidad del placer pero como veremos
más adelante, el placer en el pensamiento frankliano no es un fin sino la
consecuencia de haber dirigido nuestra intencionalidad hacia algo, una actividad o
hacia el encuentro humano–persona, personas que son distintas de nosotros
mismos.

Otra diferencia entre Frankl y Freud va en conexión a la motivación básica de la


personalidad: el principio de la homeostasis o del equilibrio entre las tres instancias
psíquicas. El problema surge al poner la homeostasis como el máximo nivel de
aspiración humana, empobreciendo las posibilidades humanas de crecimiento. No es
la tendencia a la supresión de las tensiones la que da significación a la vida humana
y a sus diarias luchas sino el saber manejar las tensiones que la vida diaria pone
como retos a la persona. Más aún, difícilmente se puede concebir una vida
auténticamente humana con una carencia de tensiones o como hacer de esa
carencia el ideal de realización de las potencialidades humanas. En el nivel
suprapsicológico como es el de la filosofía social se ve que el dinamismo de la
historia viva es dialéctico y la dialéctica implica esencialmente: la conciencia de las
tensiones, las alternativas, y el paso cualitativo superior a una forma más
desarrollada.

Finalmente vemos que las situaciones de “compromiso” es el núcleo de los actos


fallidos y de los sueños.

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Logoterapia 119

Frankl aprecia el gran aporte freudiano en la exploración del mundo onírico. La


discrepancia está en la interpretación del mismo y en la teleología a la que apunta.

Max Scheler ha sido la primera persona que, agudamente, señaló una aporía en la
formulación psicoanalítica de lo onírico. La inhibición, censura y sublimación operada
por la censura no vienen de los instintos pues éstos son el objeto de la inhibición y no
pueden ser al mismo tiempo el sujeto o autor de la inhibición. Según Frankl, “aaún
no se conoce el caso de un río que haya construido su propia represa”.

El error no está sólo en el origen o génesis sino en la teleología psíquica de Freud.


Se intenta que la homeostasis como principio biológico rija la vida psíquica y la de la
cultura. En palabras de Freud escuchamos su explicación:”aliquidar y someter las
magnitudes de estímulos o de excitaciones que, procedentes de dentro y fuera,
llegan hasta él, a cuyo intento sirve el aparato anímico”. Este principio no tiene
vigencia en el caso de la reproducción, del crecimiento y de las creaciones humanas
que están a nivel psico-noológico.

Cuando yo creo una obra de arte, investigo científicamente, ubico y produzco una
realidad que concibo como positiva, mientras que mantener el equilibrio y
acomodarse continuamente es una concepción negativa de la realidad.

Gordon Allport, en la misma línea que Frankl en este punto, dice:

La motivación es considerada como un estado de tensión que nos incita a buscar el


equilibrio, la paz, la adaptación, la satisfacción y la homeostasis. En el marco de esta
concepción del hombre, la personalidad no es otra cosa que el modo y manera de
disminuir nuestras tensiones. Por supuesto, esta concepción se concilia a la
perfección con la visión, subyacente a todo empirismo, según la cual el hombre es
básicamente una esencia pasiva que recibe impresiones únicas y exclusivamente a
ellas. Y esto puede ser muy acertado cuando se trata de adaptaciones oportunistas,

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Logoterapia 120

pero no lo es de ningún modo cuando se trata de la esencia de la tendencia


auténticamente humana, cuya característica propia es que no está de ninguna forma
orientada al equilibrio ni a la disminución o anulación de tensiones, sino más bien a lo
contrario, es decir, al mantenimiento de tensiones.

4.2 Frankl y Adler (1870-1937)

En la primera parte de esta antología hemos podido ver algo de la significación de la


vida de A. Adler en el desarrollo del pensamiento de Frankl. He aquí una síntesis:

“Conocí a Alfred Adler yo veo al hombre que fue el primero en oponerse


creativamente a Freud. Lo que él logró y completó fue no menos que un giro
opernicano. El hombre ya no podría ser considerado como el producto, prenda y
víctima de exigencias e instintos; al contrario, exigencias e instintos componen el
material que sirve al hombre en expresión y en acción.

Después de esto, Alfred Adler bien puede ser considerado como un pensador
existencial y como un mensajero anterior del movimiento existencial-psiquiátrico”

Adler no se circunscribió al campo de la psicología y buscó en la biología una base


de apoyo para formular su concepto de la “inferioridad del órgano”. La inferioridad”
que puede tenerse ante lo orgánico, ante una constitución orgánica no sana, ante la
debilidad y la falta de hermosura.

Esta inferioridad busca su compensación social en el “sentimiento de socialidad que


es un dato extraído de lo sociológico. Cuando esta compensación se da fuera o más
allá del contexto social se llega al núcleo neurótico.
Así se ve que lo social es quien decide la actitud y postura de la persona ante la
misma sociedad. Elementos fundamentales en el pensamiento de Alfed Adler son:

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Logoterapia 121

1. El medio ambiente
2. El mundo en torno
3. El proceso de educación-aprendizaje

Lo valioso del pensamiento adleriano es que ya esta más clara la tendencia a


considerar a la persona como una totalidad en unidad, es decir una concepción de
línea personalista. En adelante, Adler estudiara la personalidad y las manifestaciones
psicológicas humanas basadas en dinamismos humanos y no se fijara en
complicados procesos de remoción, causas en el pasado infantil, etc.

Sin embargo, esto no lo hará de modo absoluto pues en algunos casos de neurosis
se remontará a la historia de la infancia del paciente para encontrar ahí un complejo
de inferioridad derivado de carencias físicas.

Considero que Frankl se dirige de Adler porque concede un mayor margen de


libertad real en la persona y especifícame en el campo social y no solo en el
biológico y psicológico, como afirma Adler. La libertad que señala Frankl esta dada
por aquellas manifestaciones de tipo independiente que están más allá del vinculo
estrictamente social como son las expresiones del arte: música, pintura, escultura
etc., o reflejos del individuo.

Pero el punto más claramente distinto entre Frankl y Adler se sitúa en su concepto de
una teoría de la personalidad. Para Adler la voluntad del poder o Voluntad dirigida al
Poder, es la primera y más fuerte emocional de la conducta humana. En cambio,
para Frankl, la fuerza motivadora es la búsqueda de significado o la Voluntad que
busca el sentido.

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Logoterapia 122

En todo caso lo más que se puede decir del postulado adleriano es algo análogo al
principio del placer del psicoanálisis freudiano: el placer del poder no son fines en si
mismo de la conducta humana ni las consecuencias de la búsqueda del significado
protagonizado por el ser humano.

4.3 Síntesis

Para entender el pensamiento Flankliano conocido como tercera escuela vienesa de


psicoterapia o análisis existencial (Logoterapia) hay que señalar que siempre que se
quiere hablar de psicoterapia no se podrá hacer sin partir de los pilares básicos que
son Sigmund Fred y Alfred Adler. Más aun, los desarrollos que se hagan en el futuro
serán posibles si se les toma como punto de partida y referencias.

El desarrollo del análisis existencial (logoterapia), como veremos en su parte


correspondiente, ha sido posible porque vio los limites de las dos escuelas
precedentes, porque vio la necesidad de superarlos y posibilidad de hacerlo.

Freud y Adler se interesaron vivamente por el problema neurótico señalado, el


primero, que la neurosis es una limitación del yo a nivel de la conciencia. Adler, por
su parte, señala que la neurosis es una limitación del yo a niveles de la
responsabilidad Frankl, por el contrario hará la tercera instancia, síntesis, señalando
que los fundamentos radicales del ser humano son la combinación de ambas
dimensiones: conciencia más responsabilidad que dan una imagen de unidad de
totalidad de las personas. Es en otras palabras “ser persona equivale a ser
conciente y ser responsable”

Freud y Adler se distinguen de Frankl también en la concepción de las personas


mentales enfermas-psicopatológicas. Así pues la tendencia psíquica tiene contenido

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Logoterapia 123

que no solo es sexual y que aparece en la sintomatología neurótica; no solamente


medios para un fin sino que se manifiestan en las expresiones de las mas diversas
tendencias –arte, experiencias religiosas- y que va mas allá del contenido sexual
reprimido (Freud) y de ser medio para conseguir un fin o al servicio de otras
tendencias no constructivas (Adler).

Freud y Adler, finalmente tienen una concepción distinta a la de Frankl en cuanto a la


tecnología de la psicoterapia o meta final. El psicoanálisis intenta un compromiso o
meditación equilidad entre las pretensiones inconcientes y las exigencias de la
realidad en forma de adaptación de la persona a su mundo exterior. La psicología
individual desea la animosa conformación de la realidad y ante el tener-que-ser del Id
se ha de imponer el querer el Ego.

El pensamiento frankliano, situado directivamente en el nivel de síntesis ira más allá


de la adaptación y de la conformación para señalar que la unidad en totalidad de la
persona no se reduce a la dimensión somática y psicológica sino que comprende la
dimensión del espíritu humano -noética, existencial- y en esta dimensión radica lo
específicamente humano del ser humano en cuanto tal. Esta categoría antológica
dimensional manifiesta que así como se habla de una psicología profunda se puede
hablar con toda propiedad de una psicología de altura que incorpora las
dimensiones, somática y psicología.

Adelantándome al contenido que desarrollaré más adelante podemos ver que esta
dimensión ontológica y específicamente humana (noética o existencial), ha de estar
presente en la terapéutica moderna por una sencilla razón; que no todos los
padecimientos son ni explican por medio del “complejo de Edipo” o los “sentimientos
de inferioridad” sino parten también de un nivel noológico (noético o existencial),
donde se pone en juego la vida total de la persona confrontando ante decisiones que
ha de tomar, ante problemas éticos y de orden moral que presentan con frecuencia

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Logoterapia 124

una sintomatología neurótica pero cuya raíz no es somática ni psicológica, sino


noogena. Así pues la Escuela Vienesa de Psicoterapia o análisis Existencial y
Logoterapia, es una terapeutica que parte de la dimensión noogena para abordar
problemas específicos de esa dimisión, sin descuidar ni negar que estos mismos
conflictos tengan sintomatología somática y/o psicología.

Por ultimo veamos que entre la psicoanálisis freudiana, la psicología individual


adleriana y el pensamiento analítico existencial y logoterapia de Frankl hay otra
diferencia que esta al nivel de la antropología. Freud y Adler enfatizan más las
limitaciones, ataduras y la supuesta importancia humana ante ellas, de tal modo que
“ los institutos viven al hombre” y no es el hombre quien los maneja. Enfatizaron el
peso de los condicionamientos biológico, psicológico y social sin ver que la
verdadera libertad humana del espíritu es quien de veras decide ante los
condicionamientos de la vinculación con la naturaleza.

Por tanto el hecho fundamental de la responsabilidad se puso en primer plano junto


con el de la conciencia y esto es aportación directa del análisis existencial y la
logoterapia. Como señale previamente, el pensamiento de Frankl trae las
responsivas de un existencialismo maduro que pone el acento en la existencia como
una forma “sui-generis o en palabras del psiquiatra filosofo Karl Jaspers, la persona
es un ser: “a. Que decide que no es pura y simplemente, sino que además decide
en cada caso lo que es”

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Logoterapia 125

CAPÍTULO 5

LOS MÉTODOS DE LA LOGOTERAPIA

5.1 Los grupos de neurosis según Viktor Frankl

Al explicar la imagen logoterapéutica del hombre hemos conocido la ontología


dimensional de Viktor E. Frankl, según la cual el ser completo de la persona está
formado por las dimensiones somática y psíquica y, además, por la dimensión
noética, gracias a la cual la persona puede elevarse por encima de sí misma.
También hemos hablado de la forma logoterapéutica de conversación, que posibilita
un acompañamiento vital orientado al sentido y a los valores sin que el terapeuta los
imponga. Sobre estos fundamentos se asienta la teoría de las neurosis de Frankl que
expondremos a continuación.

Es nuestro deseo conservar en estas páginas el término tradicional de neurosis,


porque así lo hizo continuamente Frankl en toda su obra. Sin embargo, en el último
capítulo trasladaremos las expresiones logoterapéuticas de las patologías a la
nomenclatura diagnóstica moderna de la CIE-10, aunque no sin lamentar ciertas
imprecisiones existentes en esta clasificación. Una de estas ambigüedades
concierne a la distinción precisa entre causas, factores desencadenantes y efectos
de los trastornos mentales que se dan en las distintas dimensiones del ser del
individuo. En concreto, precisamente en las neurosis, se confunden a menudo,
erróneamente, los efectos con las causas. Frankl comparó este equívoco con el mar
y los arrecifes: en las aguas poco profundas donde hay un arrecife, éste se puede
ver en la bajamar, pero no por ello el arrecife es la causa de la bajamar. Frankl decía
que, de la misma manera, en la «bajamar» del gozo de vivir de la persona se divisa a
veces un trauma mental, pero este trauma no tiene por qué ser la causa de una falta
de alegría de vivir. Al considerar simultáneamente los tres planos del ser del

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Logoterapia 126

individuo, obtenemos una variedad de conexiones transversales que conducen a


sencillas cadenas de causas.

La tabla de la página siguiente reúne en una lista los cinco grupos de neurosis
contemplados por la logoterapia: las neurosis psicógenas, las (pseudo) neurosis
somatógenas, las enfermedades psicosomáticas, las neurosis reactivas y las
neurosis noógenas.

Las neurosis psicógenas son efectos mórbidos de lo psíquico en lo somático y/o en


lo psíquico; por lo tanto, sus causas se hallan en lo psíquico. Con las (pseudo)
neurosis somatógenas ocurre lo contrario: son efectos mórbidos de lo somático en lo
psíquico y, por lo tanto, sus causas se encuentran en lo somático. Como son
principalmente disfunciones de índole vegetativa y endocrina, también se pueden
llamar «enfermedades funcionales».

El caso de las enfermedades psicosomáticas es más complicado. En ellas confluyen


dos situaciones: una debilidad corporal o lesión previa y un estrés psicológico o un
shock. En consecuencia, las enfermedades psicosomáticas son manifestaciones
patológicas en lo somático desencadenadas por algo psíquico, con lo que sus
causas se hallan en lo somático y en lo psíquico. En cambio, las neurosis reactivas
son efectos retroactivos mórbidos en lo psíquico, pero cuyos factores
desencadenantes pueden haber sido en su origen tanto somáticos como psíquicos.
Por consiguiente, sus causas se encuentran en lo somático o en lo psíquico. Una
variante especial de las neurosis reactivas son las «neurosis iatrógenas»,
desencadenadas (involuntariamente) por un médico o terapeuta.

Las causas se
Clasificación de las neurosis según Frankl hallan en el
ámbito:

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Logoterapia 127

Neurosis psicógenas: efectos mórbidos de lo psíquico en lo


psíquico
somático y/o psíquico.

(Pseudo) neurosis somatógenas: efectos mórbidos de lo somático


somático
en lo psíquico (mayormente «enfermedades funcionales»).

Enfermedades psicosomáticas: manifestaciones mórbidas en lo somático y


somático desencadenadas por algo psíquico. psíquico

Neurosis reactivas: efectos retroactivos mórbidos en lo psíquico


somático o
debidos a algo originalmente somático o psíquico (o a la conducta
psíquico
de un terapeuta: «neurosis iatrógenas»).

Neurosis noógenas: efectos mórbidos de lo espiritual en lo


psíquico (relacionados con cambios sociales: «neurosis noético
sociógenas»).

Finalmente, las neurosis noógenas se definen como los efectos mórbidos de


frustraciones espirituales en lo psíquico, y cuando provienen de un «vacío
existencial» —de la crisis de sentido de una sociedad entera— son también
sociógenas. En las neurosis noógenas no existe inversión, es decir, no se da ningún
efecto mórbido de lo psíquico o somático en lo espiritual, porque, como ya sabemos,
lo espiritual no puede enfermar, aunque sí puede bloquearse por enfermedades y
deficiencias en lo psicofísico, como ocurre en el caso de las psicosis. En la siguiente
tabla de resumen, que Frankl ya utilizó en su libro Teoría y terapia de las neurosis,
podemos ver claramente que no hay ninguna flecha de enfermedad que apunte hacia
la dimensión noética, aunque sí hay una que sale de ésta, que es la que simboliza la
neurosis noógena que actúa en lo psíquico.

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Logoterapia 128

noético
noógeno
psíquico

psicógeno psicosomático somatógeno reactivo


somático
Efecto efecto Efecto efecto
retroactivo

Dejemos por un momento la clasificación logoterapéutica de las neurosis y pasemos


a considerar los métodos de la logoterapia para, posteriormente, elaborar las
correspondencias válidas entre los cuadros de trastornos mentales, por un lado, y los
métodos terapéuticos aplicables, por el otro.

Los métodos logoterapéuticos son la «intención paradójica», la «desreflexión» y la


«modulación de la actitud». Los dos primeros conceptos pertenecen a Frankl,
mientras que el tercero lo he acuñado yo misma (1980). Buscaba un término que
pudiera agrupar las distintas técnicas de conversación y procedimientos de la
logoterapia, como el «diálogo socrático», el «método del denominador común» o las
«conversaciones de búsqueda de sentido», entre otros, y éste me pareció el que
mejor se ajustaba. El concepto «modulación de la actitud» expresa bien la diferencia
respecto a la «modificación de la conducta», apuntada por la terapia conductista,
porque hace referencia al deseo central de la logoterapia: su objetivo no es modificar
primero el comportamiento, sino cambiar la actitud. Según la logoterapia, una actitud
interior modificada trae consigo, sin más esfuerzos, una conducta modificada.

En todos estos casos, tanto en las neurosis psicógenas como en las


(pseudo) neurosis somatógenas, la logoterapia no actúa en el sentido de
una terapia específica, sino en el de una terapia no específica. En tanto que
no especifica, no se centra tanto en el síntoma como en la actitud del
paciente frente al síntoma; y es que, con demasiada frecuencia, la actitud

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Logoterapia 129

fallida es lo propiamente patógeno. La logoterapia distingue aquí varios


modelos de actitud e intenta provocar en el paciente un cambio de postura.
Con otras palabras, la logoterapia es una verdadera terapia de cambio de
actitud. (Frankl, p. 24).

En general, la solidez de la logoterapia no se basa tanto en una compilación de


métodos amplia y perfeccionada como en unas «directrices extraordinarias para el
arte de la improvisación» que capacitan al terapeuta para hacer coincidir su oferta
terapéutica con la singularidad exclusiva de cada paciente en su irrepetible situación
vital y de necesidad.

La intención principal de la logoterapia no se centra en investigar las causas de los


trastornos mentales, sino en tratar éstas de la mejor manera posible, y por ello la
calificaremos como una psicoterapia que no «destapa», sino que «descubre». Lo que
quiere descubrir son las fuerzas sanas e íntegras que hay en la persona y que —
como un retrato fiel— conducen al logos. Una de estas fuentes de fuerza es la
capacidad humana de autodistanciamiento, para cuya consolidación se recurre a la
intención paradójica. Otra es la capacidad humana de autotrascendencia, para cuyo
afianzamiento se utiliza la desreflexión.

El método de la intención paradójica establece una distancia con respecto a los


factores desencadenantes psicógenos y, de este modo, los desactiva. Estos factores
desencadenantes son sobre todo expectativas negativas, llamadas «angustias ante
la expectativa», que tienen la fatal propiedad de permitir la entrada de lo esperado en
el sentido de una selffulfihling prophecy o profecía de autocumplimiento.

El método de la desreflexión reduce el egocentrismo y la hiperreflexión. A este


respecto, cabe destacar que el fenómeno de la hiperreflexión, es decir, el
mantenerse pegado mentalmente a un problema (muchas veces superfluo) y el no
poder deshacerse de preocupaciones en parte mínimas, está actualmente muy
extendido y exagera inútilmente muchas inconveniencias psíquicas. Si antes las

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Logoterapia 130

personas psíquicamente hábiles acostumbraban a reprimir sus problemas,


últimamente tienden a hiperreflexionarlos, lo que no es menos perjudicial. Podríamos
incluso imaginar los fenómenos de la represión y la hiperreflexión como dos polos
situados en un mismo y único continuo, en cuya mitad estaría la consideración y el
dominio adecuado de los problemas:

Dominio adecuado
Represión
Hiperreflexión
del problema

Es lógico que, en el caso de la represión, haya intervenciones terapéuticas que


intenten hacer consciente la problemática, mientras que, en el caso de la
hiperreflexión, haya métodos que acaben haciendo inconscientes los fenómenos
sobrestimados de la vida, como hace la desreflexión logoterapéutica.

Actualmente no podemos, bajo ningún concepto, empeñarnos en sostener


que la psicoterapia consiste en hacer las cosas conscientes a cualquier
precio, porque el psicoterapeuta sólo puede hacer que algo se haga
consciente de manera transitoria. El terapeuta tiene que hacer consciente lo
inconsciente para, finalmente, dejar que se vuelva a hacer inconsciente.
Tiene que trasladar una potencia inconsciente a un actus consciente, pero
con el único fin de volver a fabricar al final, un habitus inconsciente: el
psicoterapeuta tiene que volver a fabricar al final la naturalidad de los actos
inconscientes. (Frankl, 25)

No cabe duda de que la hiperreflexión está ligada a un egocentrismo profundo. Quien


da vueltas ininterrumpidamente a sus grandes y pequeños descontentos apenas
llega a percibir otra cosa que no sea a él mismo; se convierte en preso de su propio
bienestar perturbado. Por tanto, si la intención paradójica se ocupaba de la

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Logoterapia 131

expectativa exageradamente angustiosa de lo negativo, la desreflexión tratará las


observaciones enfermizas y la sobrevaloración de lo negativo, aspectos ambos por
los que el hombre moderno está seriamente amenazado.

El método de la modulación de la actitud tiene dos aspectos esenciales dentro de su


enorme abanico de posibilidades. Como su propio nombre indica, su objetivo es
ayudar al paciente a mejorar su actitud frente a algo. Este «algo» no ha de ser
necesariamente negativo, a pesar de que así lo suponga el afectado. Resulta
bastante raro pero, en determinadas circunstancias, también la actitud de una
persona frente a algo positivo es susceptible de mejora. Este algo positivo puede ser
unas condiciones de vida opulentas, la terminación de unos estudios, los recursos
económicos, las amistades, etc.; en cualquier caso, condiciones de vida a partir de
las cuales debería construirse una existencia satisfactoria y llena de sentido si el
afectado simplemente adoptara la actitud correcta frente a ellas. Desgraciadamente,
se conocen muchos casos en psicoterapia en los que, a pesar de la abundancia de
recursos económicos, se lleva una existencia infeliz, sin ímpetu ni energía. Todo un
ejército de gente malacostumbrada en países acomodados no valora la «buena
vida», sino que se aferra a la futilidad en permanente crítica o quiere exprimir sin
límites una vida más o menos confortable. En estos casos, el método de la
modulación de la actitud ayuda activando la «voluntad de sentido» que «palpita» en
cada alma —como hace el corazón en cada cuerpo— y posibilita un
aprovechamiento profundamente satisfactorio de la existencia.

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Logoterapia 132

Aún más complicado resulta conseguir una actitud interior positiva ante una
circunstancia negativa. Determinadas situaciones sólo se pueden modificar
desarrollando una actitud nueva con respecto a ellas. Pero también hay casos en los
que bajo ningún concepto se cuestionará la circunstancia negativa, como sucede con
las enfermedades corporales graves, las parálisis, las amputaciones, las pérdidas
dolorosas (de un familiar, por ejemplo) o los problemas de culpabilidad. Sin embargo,
cuando ya no se puede cambiar nada, siempre se está a tiempo para elegir
libremente la actitud frente a lo inmutable, y de dicha actitud volverá a depender la
manera de soportar esa circunstancia inalterable. Nadie debe romperse por el
sufrimiento. Cada persona dispone de un «poder de obstinación del espíritu» que le
permite transformar un sufrimiento inevitable en un acto humano, es decir, en un
triunfo interior, tal como el propio Frankl experimentó durante sus amargas vivencias

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Logoterapia 133

en la guerra y, posteriormente, demostró con su mensaje de esperanza para todas


las personas que sufren.

Unifiquemos ahora la clasificación logoterapéutica de las neurosis (incluyendo


también las psicosis y las depresiones) con los tres grandes grupos metodológicos
de la logoterapia. Para hacerlo, nos serviremos de una tabla de resumen.

Según muestra la tabla, la intención paradójica se aplica en caso de neurosis


psicógenas, concretamente neurosis de ansiedad y obsesivo-compulsivas. La
desreflexión también se utiliza para neurosis psicógenas, en el caso de disfunciones
sexuales psicógenas, y para neurosis psicosomáticas y trastornos del sueño. Por su
parte, la modulación de la actitud se divide en dos ramas de aplicación, según se
aplique en caso de circunstancias negativas o positivas. Ante lo negativo la
modulación de la actitud se emplea para tratar neurosis reactivas como la histeria,
las adicciones y los daños atrógenos, así como para dominar el sufrimiento, dividido
a su vez en sufrimiento provocado por una enfermedad o por el destino. Ante lo
positivo, la modulación de la actitud se aplica en casos de neurosis y depresiones
noógenas.

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Logoterapia 134

Intención Desreflexión
paradójica

Se aplica
Se aplica
en en
neurosis enfermedades
en psicógenas psicosomáticas
neurosis (disfunciones y trastornos
psicógenas sexuales) del sueño
(ansiedad,
obsesión)

Modulación de la actitud

Ante lo Ante lo positivo


negativo

Se aplica Se aplica

Para dominar el
sufrimiento en
en neurosis
neurosis noógenas y
reactivas depresiones
(histeria, noógenas
adicción, en en
neurosis (pseudo) golpes
iatrógenas) neurosis inevitables del
somatógenas, destino
enfermedades
corporales
graves y
psicosis

Como vemos, en este esquema se integran los cinco grupos de neurosis definidos
por Frankl: las neurosis psicógenas, somatógenas, psicosomáticas y reactivas, y los
trastornos noógenos. En las secciones siguientes describiremos con más detalle
estos trastornos y expondremos las correspondientes directrices que marca la

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Logoterapia 135

práctica logoterapéutica para que el lector que lo desee pueda extraer uno u otro
estímulo de reflexión, tanto para él como para las personas confiadas a su cuidado.

5.2 El origen de las neurosis de ansiedad

En los trastornos neuróticos siempre se perfila un círculo vicioso en forma de espiral


en el que el enfermo se ve envuelto. En primer lugar, el afectado tiene un concepto
poco bueno de sí mismo (o de otras personas, o de la vida...). Después vienen de
alguna manera los errores y los fracasos. Entonces vuelve a desconfiar de todo y su
debilitada conciencia de sí mismo vuelve a llevarlo al fracaso, y de ahí, directamente,
a una disolución progresiva de la confianza en sí mismo y de su confianza original.
Ocurre como en los celos patológicos (también una variedad de neurosis), que
ahuyentan abiertamente al cónyuge amado, lo cual hace aumentar de nuevo los
celos hasta la locura.

Como bien sabe el médico clínico, la ansiedad ante la expectativa es, con
frecuencia, lo principalmente patógeno dentro de la etiología de las neurosis.
Tanto es así, que fija un síntoma (pasajero por sí mismo y, hasta cierto punto,
inocuo) focalizando la atención del paciente en torno a este síntoma.

El llamado mecanismo de la ansiedad ante la expectativa es corriente para el


médico no especialista: el síntoma crea una fobia correspondiente, la fobia
refuerza el síntoma y el síntoma así reforzado confirma al paciente todavía
más en su temor a un retorno del síntoma. El círculo vicioso se cierra aquí y el
paciente se encierra en él, como hace el gusano de seda en su capullo.
(Frankl, 26)

En las neurosis de ansiedad, el círculo vicioso se dibuja del modo siguiente. Un


suceso casual y desagradable, mayormente traumático, crea el temor a que dicho
incidente se repita en una situación parecida. Esta angustia ante la expectativa deja

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Logoterapia 136

tan inseguro al afectado, o le hace actuar de forma tan forzada, que el suceso temido
vuelve inmediatamente. Con ello ya se cierra el círculo, porque tras el retorno del
suceso («síntoma»), la angustia ante la expectativa aumenta a niveles altísimos (va
creciendo hacia la «fobia») y vuelve a producir el síntoma cada vez que aparece la
situación ocupada por la angustia. El afectado., preso en el círculo vicioso, piensa
que sólo puede salvarse evitando la situación ocupada por la angustia, pero ello lo
entrega definitivamente a la neurosis de ansiedad, porque la angustia acostumbra a
extenderse (a generalizarse) a ámbitos de la vida no invadidos. Cuanto más
evitemos las situaciones angustiosas, menos capacidad de resistencia tendremos
frente a nuestras angustias.

Ilustremos esta situación con un ejemplo de fobia al metro. A un hombre le entran


náuseas durante un trayecto en el ferrocarril metropolitano, posiblemente causadas
por una falta de oxígeno en el vagón repleto de pasajeros. El hombre se apea
prematuramente y llega tarde a su destino. Este viajero emprende su siguiente viaje
en metro ya con grandes molestias, porque no deja de pensar en lo penoso y
desagradable que será si le vuelven a entrar náuseas y se ve obligado a pedir un
asiento para no tener que interrumpir el viaje. El hombre se pone nervioso a causa
de sus cavilaciones e, inmediatamente, empieza a encontrarse extraordinariamente
mal. El sudor le corre por la frente, se siente oprimido y, al final, no le queda más
remedio que abandonar el vagón desesperadamente en la siguiente parada. Así se
configura el modelo fóbico: el pasajero ya no soporta viajar en metro. Es posible que,
más adelante, tampoco viaje en autobús, porque en él se darían cita las mismas
angustias ante la expectativa, ni en coche. La angustia ante unas náuseas
inminentes se generaliza y reduce drásticamente su libertad de movimientos, y las
visitas a médicos aumentan sin que se aporte ningún diagnóstico fisiológico. Al final
del camino sólo aparece un pánico permanente, una dependencia de tranquilizantes
o una renuncia irracional a utilizar medios de transporte colectivo.

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Logoterapia 137

Cuando se establece este proceso cíclico neurótico, en el paciente se dan cita cuatro
factores:

1. Predisposición de carácter ansioso.

2. Labilidad vegetativa.

3. Suceso traumático.

4. Autotrascendencia débilmente desarrollada.

Estos cuatro factores aparecen en el dibujo anterior marcados con números en su


correspondiente «lugar» de actuación.

La predisposición de carácter que predestina a cualquier neurosis se caracteriza por


los dos rasgos mencionados anteriormente: la inclinación rápida y fácil a la
inseguridad y el hecho de «quedarse atascado» en pensamientos irrelevantes que no
se pueden dejar de lado. En el ejemplo de la fobia al metro, esta predisposición de
carácter conduce a que, tras el primer y casual acceso de náuseas durante el
trayecto, el afectado no diga, en un estado de alivio: «Gracias a Dios, ya ha pasado»,
y no vaya a más. Si fuera de esta manera, el proceso cíclico se detendría. Es

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Logoterapia 138

precisamente aquí donde la falta de seguridad y de confianza original se muestra


inoportuna e induce a la persona afectada a pensar: «¡Cielo santo, la próxima vez me
volverá a pasar!». A este pesimismo básico se le añade el hecho de «quedarse
atascado» en los pensamientos.

La labilidad vegetativa hace que la angustia ante la expectativa provoque reacciones


corporales reales. No todos los organismos actúan del mismo modo. Si el afectado
teme al siguiente viaje en metro, pero no siente náuseas, el círculo vicioso se habrá
detenido y la angustia irá desapareciendo paulatinamente. Sin embargo, entre la
psique y el soma existen relaciones muy estrechas —pensemos sólo en la muerte
aparentemente «sin causas» que se da entre miembros de pueblos primitivos, los
cuales pueden morir a causa de heridas psíquicas («excomunión») —, y el individuo
con neurosis de ansiedad es especialmente sensible a este respecto. El neurótico
ansioso tiene la mala suerte de que, en él, la angustia reactiva ante la expectativa
conecta con una disposición vegetativa a la angustia, tal como Frankl describió. De
esta manera, su angustia atrae directamente lo temido.

El destino, que interviene de alguna manera en todo, también pone su granito de


arena en el proceso cíclico de la neurosis de ansiedad. No siempre, pero sí la
mayoría de las veces, el destino presenta un suceso original desencadenante. Ante
nosotros desfilan miles de situaciones sin que se desencadene ninguna reacción
neurótica, pero ciertos sucesos llevan el germen latente, especialmente los que
afectan a la «sustancia vital» de la persona. Se trata de:

a) sucesos sentidos como amenazadores de la vida (por ejemplo, caídas


peligrosas, asfixias),

b) sucesos que evocan recuerdos dolorosos (por ejemplo, situaciones de shock o


estrés padecidas en el pasado),

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Logoterapia 139

c) sucesos vinculados a una desventaja social —real o imaginada— (por


ejemplo, el ridículo o la vergüenza ante otras personas).

Por último, una autotrascendencia débilmente desarrollada favorece una patología


fóbica porque «permite» que el miedo domine. Si nuestro pasajero del metro se
concentrara de verdad en contenidos vitales llenos de sentido, su angustia ante la
expectativa ya no tendría ninguna razón de ser, porque ya no se le prestaría aquella
atención tan unánime. Si, de camino al metro, el todavía no-paciente reflexionara con
cierta intensidad sobre, por ejemplo, el regalo de cumpleaños que le gustaría recibir
de su madre, olvidaría sus angustias y llegaría sin complicaciones al lugar de
destino.

¿En qué punto se puede hacer estallar convenientemente este círculo vicioso? Las
predisposiciones de carácter innatas y el «destino», entendido como las experiencias
pasadas desagradables, no se pueden cambiar. Aunque pongamos ambas cosas
bajo la deslumbrante luz de la conciencia de un paciente, ya sea en forma de un
análisis de carácter o en forma de reconstrucciones de la psicología profunda, el
trastorno no desaparece porque el círculo vicioso, entre la expectativa negativa y la
llegada de lo esperado, ya hace tiempo que se ha independizado.

Con la labilidad vegetativa parece que hay más esperanzas, porque se puede
atenuar mediante una práctica regular de deporte, alimentación sana y (en casos de
extrema necesidad) medicación. Pero lo mejor es reforzar la autotrascendencia de la
persona, la cual, en tanto que potencial espiritual, no se ve afectada por la patología.
La autotrascendencia y la capacidad humana de autodistanciamiento son los lugares
donde se aplica la logoterapia.

En el sentido de una terapia psicosomática simultánea, hay que situar uno de


los brazos de la tenaza terapéutica —el destinado a atravesar y hacer estallar el
círculo neurótico— en la labilidad vegetativa, como polo somático, y el otro

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Logoterapia 140

brazo de la tenaza terapéutica junto a la angustia ante la expectativa, como polo


psíquico. (Frankl, 27).

Además de la combinación «logoterapia y medicina», los métodos logoterapéuticos


también se alternan con procedimientos curativos naturales (homeopatía), técnicas
de relajación (entrenamiento autógeno), programas de terapia conductista
(desensibilización sistemática) y terapias artísticas (terapias basadas en la música, la
pintura, la danza), con resultados extraordinariamente fructíferos. Menos
posibilidades de éxito tiene la combinación de la logoterapia con procedimientos
retrospectivos (como el psicoanálisis). Estos métodos transmiten rápidamente un
sentimiento de falta de libertad que se contradice con el conocimiento del espacio
espiritual libre, existente a pesar de todo, con el que opera la logoterapia. Además, la
preocupación por la biografía propia aumenta inevitablemente la focalización en torno
a sí mismo (¿digno de compasión?), lo cual debilita precisamente la capacidad de
autotrascendencia, cuando debería reforzarse.

5.3 La curación de las neurosis de ansiedad

Acabamos de describir la grave situación del proceso cíclico de las neurosis de


ansiedad, donde el síntoma produce la fobia y la fobia fija el síntoma. Hemos llegado
a la conclusión de que hay que combatir y eliminar ante todo la angustia ante la
expectativa subyacente en la fobia, porque dicha angustia mantiene activo el círculo
vicioso y, además, impide el despliegue de la autotrascendencia de la persona, dado
que la obliga a pensar continuamente e n lo temido. ¿Cómo se puede eliminar
la ansiedad en estos casos, al menos para aquellos momentos que puedan resultar
curativos? Un método óptimo para conseguirlo es la intención paradójica,
desarrollada por Viktor E. Frankl. Este método establece un enfrentamiento en toda
regla entre las dimensiones espiritual y psíquica de la persona, un diálogo entre
ambas. Se trata de «sobrevolar» la debilidad psíquica con unas alas espirituales, en

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Logoterapia 141

concreto, deseando con ansia que se produzca lo temido psíquicamente


(emocionalmente) en un acto espiritual acrobático —de ahí la paradoja—. El temor y
el deseo se inhiben y se neutralizan mutuamente. Simplemente, es imposible, por
ejemplo, temer la llegada de la noche y, al mismo tiempo, desear con fervor que se
haga por fin de noche. Esto da como resultado una «inhibición recíproca»: el menos
del temor y el más del deseo se neutralizan mutuamente y dan como resultado cero.

Ciertamente, no es fácil desear algo que atemorice. Esto sólo se consigue mediante
una robusta movilización de fuerzas en la que, a partir de las reservas del «poder de
obstinación del espíritu», se genera la capacidad de autodistanciamiento y de humor.
Pensemos en el paciente de la fobia al metro. Al subir al tren, tiembla a causa de
unas náuseas que le podrían entrar y, al instante, le entran. Demos ahora la vuelta a
la situación: a partir de hoy, el pasajero deseará viajar en metro sin ningún tipo de
problemas. Al contrario que antes, nada más entrar en la estación, se dirá a sí
mismo:

“Lo ideal sería que me desmayara y me cayera al suelo, así alguien me cedería su
asiento y podría recuperar el sueño de la mañana que me ha faltado; es que me he
despertado demasiado pronto. Bueno, espero empezar a notar ya algo...»”. ¿Qué
sucede bajo la «protección» de esta paradoja? Efectivamente, si el paciente reúne la
fuerza necesaria para desear algo tan equivocado como chistoso, no ocurrirá
absolutamente nada. ¡No se llega a producir el más mínimo atisbo de náusea! Es
decir, si quiere que algo le vaya mal, no le será tan fácil conseguir que así sea. Por lo
tanto, no se producen las tensiones y convulsiones que podría generar
eventualmente una anemia transitoria en el cerebro. Y si, encima, se ríe de la
absurda idea de «un pequeño y placentero desmayo acompañado de un agradable
sueño», y lo encuentra cómico por lo absurdo que resulta, entonces el sistema
circulatorio estará más estable que nunca, porque el paciente está relajado y liberado
humorísticamente, y muy lejos de padecer una náusea de origen psíquico.

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Logoterapia 142

Tan pronto como la intención paradójica paraliza la angustia ante la expectativa, el


síntoma deja de presentarse. A partir de entonces, el proceso cíclico cambia de
sentido. Como el síntoma no se presenta, el paciente recupera la valentía, tiene
menos angustia y puede reírse con más facilidad de los sentimientos de temor
restantes... De nuevo, los síntomas dejan de aparecer, el paciente se muestra más
seguro, ya no espera que le ocurra nada malo, deja de evitar la situación ocupada
por la angustia y, con el tiempo, puede volver a moverse libre de trastornos.

El arte de aplicar este método tan desconcertantemente sencillo como efectivo no es


menos importante. Hay que encontrar las fórmulas paradójicas correctas para cada
paciente. Al más malhumorado habrá que incitarlo para que esboce una mínima
sonrisa, mientras que al mayor de los pusilánimes habrá que inducirlo a la proeza de
entregarse al síntoma (tan idolatrado en la paradoja), y para ello se necesita mucho
tacto. Nadie se ríe del paciente, sino que es él quien se ríe de sí mismo; se ríe, por
así decirlo, de una «tontería» exagerada que forma parte de su irritado mundo
sentimental y que quiere asustarlo con predicciones catastróficas. Siguiendo el lema
«ningún poder para la tontería», el paciente interpreta el papel de resignado: «¡Ya
tenemos aquí la catástrofe anunciada! Tengo mucha curiosidad. ¡Por fin un poco de
color en mi monótona vida! Pero ¿dónde está la catástrofe? Hoy en día, no te puedes
fiar de nadie, ni de tu propia angustia. También ella falta a su palabra...».

Para ayudar al paciente a conseguir una posición tan soberana, es recomendable


acompañarlo en su situación crítica. Por ejemplo, en el caso anterior, se trataría de
tomar el metro con el paciente y advertirle a intervalos regulares que se acerca un
pequeño y agradable desmayo y que no desperdicie la «magnífica oportunidad de
echar una cabezadita». Al principio, a pesar de todas las instrucciones facilitadas, el
paciente siempre alberga la sospecha de que lo temido podría volver a suceder. En
su interior, la disposición para experimentar se enfrenta con el escepticismo frente a
la intención paradójica. En esta situación, la presencia del terapeuta sirve de apoyo

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Logoterapia 143

hasta que el paciente ha comprobado varias veces que no pasa nada y que es capaz
él solo de vencer su «tontería».

A veces hasta se dan casos en los que, siguiendo este método, la persona afectada
consigue desembarazarse de una neurosis de ansiedad por sus propios medios, sin
el acompañamiento del terapeuta. Una de mis alumnas, que durante la carrera de
psicología había oído hablar de la intención paradójica, me explicó lo siguiente. De
niña le había mordido un perro, y desde entonces anidaba en ella un miedo atroz a
estos animales. Este temor le hacía cruzar al otro lado de la calle cada vez que veía
acercarse de lejos a un peatón con un perro por la acera. Muchas veces se habían
burlado de ella por este motivo y casi no se atrevía a salir con amigos porque no
sabía cómo explicarles su continuo zigzagueo de una acera a otra. Pero tras conocer
la intención paradójica, decidió aplicarla. Se propuso de firme caminar lentamente y
con arrojo junto al primer perro que se le acercase y hablar interiormente con él.
«Venga! —le diría— ¡gruñe y muestra tus dientes, que unas piernas tan jugosas
como éstas no te las sirven cada día!» Lo probó con un pequeño teckel, y siguió
hablando mentalmente con él cuando éste ya había pasado de largo:
«¡Me has decepcionado profundamente! No te has llevado nada, gallina, ni el más
mínimo bocado...». A continuación, la estudiante se fue atreviendo con perros cada
vez más grandes, hasta que, finalmente, pasó la prueba de fuego al tratar con un
dogo. La chica me explicó que, entretanto, su miedo había desaparecido por
completo y que ya no pensaba en perros cuando iba por la calle.

Reflexionemos ahora acerca del mecanismo que asegura que la intención paradójica
no influya sobre la realidad. El enfrentamiento interior del paciente consigo mismo
(con la «tontería» que lo martiriza) se asemeja a una especie de «efecto de sombra
por debajo de la realidad». Por un lado, tenemos un miedo irracional que no se
adecua a la situación. Aunque sea perfectamente posible desmayarse o sufrir el
ataque de un perro, tales desgracias resultan poco frecuentes en la vida cotidiana y
no tienen por qué afectar continuamente al estado de ánimo de una persona. (A

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Logoterapia 144

diferencia de esto, si el afectado experimenta un temor realista y adecuado a la


situación, no habría lugar para el método de la intención paradójica. A nadie se le
podría aconsejar, por ejemplo, que metiese la cabeza en la jaula del tigre del
zoológico y pensara: «¡Venga, devórame, a qué esperas...!».)

Por consiguiente, en la neurosis de ansiedad existe una angustia irracional que, a


pesar de su irracionalidad, afecta a la realidad produciendo síntomas (como las
náuseas en el metro) y conductas de huida (como el cambio de acera). Por otro lado,
el deseo paradójico es igualmente irracional. Por lo tanto, podríamos decir que es un
absurdo que se expulsa con otro absurdo. Pero el deseo no alcanza la realidad, sino
que más bien impide los efectos de lo irracional en la realidad, precisamente porque,
gracias a la exageración humorística, el deseo no tiene la más mínima oportunidad
de surtir efecto de forma autosugestiva.

Las fórmulas paradójicas nunca dirán «me van a entrar náuseas», o «seguro que me
muerde un perro», lo cual sería psicohigiénicamente peligroso. Al contrario, la
intención paradójica contiene una conformidad irónico intrépida con el peor medio
amenazador, un contundente acto de decisión del espíritu consistente en no ceder
más a las angustias del alma desplazadas y engañarlas por medio del humor.

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Logoterapia 145

Las mediciones experimentales realizadas por el Instituto de Psicología de Viena,


bajo la dirección de Giselher Guttmann, aportan a este respecto otra vía de
explicación. El laboratorio de investigación cerebral de Viena dispone de un equipo
que capta las fluctuaciones de tensión, en millonésimas de voltios, emitidas por el
cuero cabelludo intacto. Esto permite observar el potencial de tensión continua de la
corteza cerebral como si fuera un indicador del nivel de actividad de la persona. De
estos experimentos se deduce que el aumento de la negatividad eléctrica viene
acompañado de fases de mayor capacidad de rendimiento. Dicho de un modo más
sencillo: siempre que el potencial de voltaje continuo empieza a desplazarse hacia
valores negativos, aumenta la aptitud de una persona (hay que tener en cuenta que
un intervalo de 10 a 20 microvoltios supone ya una enorme diferencia en este
sentido).

Con independencia de ello, la ergopsicometría nos dice que la capacidad de


rendimiento en situaciones de estrés grave varía de manera muy desequilibrada. Así,
hay personas que se descompensan y su rendimiento cae, y otras que, en la misma
situación, se ven verdaderamente estimuladas y consiguen el éxito. A las primeras se
las llama, de forma chistosa, «campeones del entrenamiento», porque se asemejan a
los deportistas que, en situaciones de neutralidad, alcanzan un rendimiento altísimo
pero que, cuando compiten, fracasan.

Las encontramos no sólo en el mundo del deporte, sino también en la escuela y


en el trabajo. Estas personas no son fáciles de descubrir mediante las pruebas
psicológicas habituales, porque un test convencional se desarrolla, como
sabemos, bajo condiciones de tranquilidad (a nadie se le ocurriría hacer un test
de inteligencia después de pasar una noche en vela).

Pero si decidiéramos repetir un test bajo estrés, nos llevaríamos más de una
sorpresa. Por lo menos, así nos sucedió hace más de diez años en el Instituto de

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Logoterapia 146

Psicología de Viena, cuando realizamos esta clase de pruebas en condiciones de


estrés parecidas a las reales. El resultado principal fue sorprendente y
trascendental, porque hallamos personas que, a diferencia del rendimiento en
circunstancias neutrales, se derrumbaban cuando se sometían a estrés, mientras
que había otras que sólo llegaban a su plena forma en las situaciones
estresantes y eran mucho mejores que bajo las condiciones neutrales.
(Guttmann, 28).

En el marco de la línea de investigación citada, también se comprobó que la caída


del rendimiento en estos «campeones del entrenamiento» se debe a una activación
incontrolada y excesiva de la corteza cerebral, y que esta sobreactivación vuelve a
estar condicionada por factores perturbadores emocionales, es decir, por la angustia.
Volviendo al principio: si conseguimos suprimir a corto plazo la angustia —Utilizando
un «truco»—, la sobreactivación retrocede y la negatividad eléctrica de la corteza
cerebral aumenta, con lo que crece también la capacidad de rendimiento de la
persona, reduciéndose así la base para la angustia. Ésta es exactamente la
«cadena» curativa que se inicia con la aplicación de la intención paradójica.

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Logoterapia 147

Paralelamente a la «cadena» curativa, el esquema alude también a la interacción


entre las tres dimensiones del ser al mostrar que la logoterapia se aplica con sus
métodos en lo espiritual —lo que nunca puede enfermar— para, atravesando los
otros planos del ser, enfermos o con trastornos funcionales, fortalecer de nuevo el
plano espiritual y crear finalmente un estado de salud general. Sin embargo, el deseo
paradójico nunca deberá llevarse al terreno consciente demasiado tarde. Un paciente
dispone de la fuerza necesaria para hacerlo mientras se está aproximando a su
problema, pero si ya se encuentra en medio del conflicto, le vencerán los elementos
perturbadores procedentes de lo psicofísico. Nuestro poder de distanciamiento
espiritual es extraordinariamente fuerte, pero también tiene sus límites.

Para acabar, analicemos una cuestión general: hemos visto que, al aplicar la
intención paradójica, el paciente supera su miedo irracional durante cierto tiempo, el
suficiente para suprimir el síntoma. ¿Se trata, por tanto, de un método de reducción
de síntomas? Y si es así, ¿no se corre el riesgo de que se desarrollen síntomas
sustitutivos?

De hecho, en ninguno de los numerosos estudios longitudinales norteamericanos


relativos a la efectividad de este método han aparecido síntomas sustitutivos. Ello se
debe a dos motivos. En primer lugar, el enfermo aprende a manejar la intención
paradójica con autonomía y, por ello, puede ayudarse a sí mismo cada vez que la
angustia irracional vuelve al acecho. En segundo lugar, no se sabe si es del todo
cierta la hipótesis de que los procedimientos de reducción de síntomas ordenan
necesariamente el despliegue de síntomas sustitutivos. En cambio, lo que sí está
anticuado es el modelo según el cual una única causa comprensible conduce a un
síntoma patológico determinado y que el síntoma no se puede eliminar si no se
elimina antes esa causa. Actualmente sabemos que las cosas son algo más
complejas, que los trastornos mentales se amontonan en complicadas redes
etiológicas y que cualquier trastorno se convierte nuevamente en la causa de un
trastorno posterior. En el gráfico de la página siguiente aparecen algunos de estos

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Logoterapia 148

trastornos posteriores, como el fracaso profesional, los problemas familiares o la


depresión.

Si consideramos que un paciente puede controlar su síntoma neurótico-ansioso (u


obsesivo-compulsivo) mediante la intención paradójica, las manifestaciones
posteriores del síntoma desaparecerán. Esto confiere al paciente un impulso mental
que, a su vez, presenta manifestaciones posteriores: aumento de confianza en sí
mismo, normalización profesional, estabilidad familiar, etc. Todo esto puede
contribuir a que, finalmente, se superen las eventuales causas que, en su momento,
hayan podido provocar la enfermedad (traumas vividos). En cualquier caso, las
posibilidades de éxito son más halagüeñas que si se intenta «elaborar el pasado»
todavía en la fase aguda de la enfermedad, durante la cual el paciente se encuentra
tan triste y abatido. Por lo tanto, la reducción del síntoma no sólo tiene la importancia
de ser un «primer auxilio» psicoterapéutico para frenar al instante las posteriores
manifestaciones negativas de síntomas, sino que incluso puede revelarse como un
medio que, en determinadas circunstancias, contribuye a eliminar las causas de la
enfermedad.

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Logoterapia 149

Al fin y al cabo, la intención paradójica es más que un tratamiento de síntomas.


Sirviéndose del humor, el paciente se eleva por encima de sí mismo y deja de
someterse a sus impulsos psicofísicos. Se siente fuerte porque demuestra valentía,
«agarra el toro por los cuernos» y se encara consciente e intencionadamente a la
situación ocupada por el miedo. Todo ello introduce un crecimiento interior en el
paciente que nunca se conseguiría con un mero combate racional contra sus
angustias. Su actitud frente a la vida se modifica por completo y se recupera una
parte de la confianza original. Esta confianza original constituye la mejor protección
contra cualquier desliz neurótico, dondequiera que se hallen sus raíces.

La predisposición psicofísica y, junto con la predisposición vital, la


situación social conforman juntas la posición natural de una persona.
Sin embargo, la posición natural nunca es determinante. Lo determinante es

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Logoterapia 150

la persona espiritual, la actitud personal ante la posición natural. Pero allí


donde se da una actitud, siempre es posible un reposicionamiento, y es a
este reposicionamiento al que aspira básicamente la logoterapia. Pero con
ello no se está dirigiendo hacia las primeras causas, sino a la última causa
del sufrimiento. La logoterapia no se ocupa de las causas impropias, es
decir de las condiciones, sino de la causa verdadera, de la causa real de un
sufrimiento. Sin embargo, esta causa real se halla en la persona del
enfermo que adopta una posición —con respecto a todas las condiciones
(interiores y exteriores)—; y es a esta causa, en tanto que instancia última
que está en posesión de la última palabra, la decisiva, a la que recurre y
apela la logoterapia. (Frankl, 29).

Para hacernos una idea del «reposicionamiento existencial» al que se puede llegar
en el transcurso de un tratamiento logoterapéutico, reproducimos a continuación un
dibujo de uno de mis pacientes, quien me ha autorizado su publicación. Este
paciente había padecido durante años una serie de neurosis obsesivas y de
ansiedad de carácter agudo que le impedían llevar una vida con un mínimo de
libertad, hasta que consiguió —mediante la intención paradójica— enfrentarse a sus
angustias, tal como él mismo representó en el dibujo:

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Logoterapia 151

5.4 Jaque al carácter neurótico obsesivo

Así como el paciente con neurosis de ansiedad únicamente tiende, según la


estructura de su carácter, a la inseguridad y a «quedarse atascado» en los
pensamientos, en el caso del neurótico obsesivo-compulsivo estamos ante una
predisposición de carácter «anancástico» que lo induce a la pedantería, al fanatismo
por la limpieza y a las ideas escrupulosas. Es propio del neurótico obsesivo aspirar al
cien por cien en todo. Quiere hacerlo todo a la perfección y no quiere ser culpable de
ninguna desgracia, simplemente por no ser rechazado, boicoteado o «condenado»
por ninguna instancia. No pocas veces, la idea de un castigo divino acecha,
consciente o inconscientemente, en segundo plano. Todo ello conduce a un miedo
exagerado y prepotente a los errores, lo que se revela como el mayor error.

Tanto el neurótico ansioso como el neurótico obsesivo comparten las características


siguientes:

a) una actitud negativa de esperanza frente a la vida,

b) una angustia irracional (en la neurosis de ansiedad, angustia en torno a uno


mismo, y en la neurosis obsesiva, angustia de uno mismo) y

c) una tendencia al enfurecimiento por cosas insignificantes.

El carácter anancástico es el caldo de cultivo donde puede, pero no debe, formarse


una neurosis obsesiva. La irrupción de la enfermedad dependerá esencialmente de
la actitud del afectado frente a su predisposición de carácter, y esta actitud es libre.
En cualquier caso, una educación estricta, extremadamente correcta y moralizante
nunca es beneficiosa para alguien con una estructura de carácter anancástica y
supone una dificultad añadida en el esfuerzo para liberarse de los impulsos

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Logoterapia 152

obsesivos. Cuando uno de los padres tiene un carácter parecido, las taras innatas se
juntan con las adquiridas.

La enfermedad declarada se manifiesta también en forma de círculo vicioso que


deberá ser destruido mediante el método de la intención paradójica. Al principio del
proceso cíclico —como ocurre en la neurosis de ansiedad—, se produce un suceso
fatídico: la ocurrencia obsesivo-compulsiva. En la mayoría de los casos, esta
ocurrencia alberga una idea absurda referida a una acción horrible que el afectado
podría llegar a perpetrar. En un momento de obcecación o de pérdida del
autocontrol, el neurótico obsesivo piensa que podría tirar a su bebé por la ventana,
clavarle un cuchillo a su vecina en el estómago, empujar a las personas que están
esperando en la parada del autobús para que las atropellen, etc.

El origen de estas ocurrencias es algo absolutamente desconocido. Ni siquiera


sabemos cómo se producen las ocurrencias en la vida sana. No sabemos de dónde
saca un compositor sus melodías, ni tampoco cómo se le ocurren a un inventor sus
ideas ingeniosas. El neurótico obsesivo está predestinado a alimentar fantasías
extremadamente irreales y pesimistas sobre él y su forma de actuar. En principio, no
se trata de fantasías ajenas a la realidad, como en el caso del psicótico (quien, por
ejemplo, cree ser el diablo en persona), sino de catástrofes «perfectamente posibles»
que él se imagina (por ejemplo, haber podido infectar a alguien con bacterias
mortales por no tener las manos suficientemente limpias). Son, simplemente,
fantasías de terror nacidas de un miedo extraordinario a la culpa y de una
desconfianza excesiva hacia uno mismo.

En cualquier caso, lo que sí sabemos es que las ocurrencias de la neurosis obsesiva


no provienen de un deseo secreto. Seríamos muy injustos con el neurótico obsesivo
si quisiéramos achacarle falsamente que anhela aquello que teme (y rechaza, por
ejemplo, al bebé o a la vecina). Su temor es real, de lo contrario, no podría ni debería
beneficiarse de la ayuda de la intención paradójica. Pensemos en lo peligroso que

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Logoterapia 153

resultaría que alguien que teme obsesivamente herir a otras personas recibiera el
consejo de «perpetrar un gigantesco baño de sangre» si detrás de esta obsesión
anidara una intención asesina real. Pero éste no es el caso.

Pero volvamos al círculo vicioso. Si una persona que lleva la tara de esta
predisposición de carácter anancástica consigue no tomar en serio sus ocurrencias
obsesivas, todo estará bajo control. Sin embargo, si a pesar de la inverosimilitud de
tales ideas, se deja llevar por ellas y las contempla como una amenaza que debe
tomar en serio, el proceso no irá bien. En este caso, la persona luchará contra la
presunta amenaza intentando impedirla a cualquier precio: dejará de tocar a su bebé,
vaciará la casa de cuchillos, ya no utilizará el autobús, se lavará las manos cien
veces al día, etc., sólo por no infligir dolor a nadie. Pero como la «película de terror»
continúa, tales medidas preventivas tampoco le tranquilizarán. La persona empieza a
controlar si hay algún objeto punzante en la vivienda o si la vecina está sana y salva
en su casa, medita durante horas acerca de los caminos que ha tomado
recientemente y si en ellos ha pasado por la parada de autobús, o si el jabón que ha
utilizado el mes pasado ha desinfectado realmente. El neurótico obsesivo busca de
Jacto una seguridad al cien por cien en un mundo donde nada es seguro al cien por
cien.

Está demostrado que la tan típica compulsión repetitiva de la neurosis obsesiva


puede atribuirse a una insuficiencia del sentimiento de evidencia, y la compulsión
controladora, a una insuficiencia de la seguridad instintiva. Con toda razón, E.
Straus ha apuntado a que el neurótico obsesivo-compulsivo se caracteriza por
una aversión a la provisionalidad. Pero no menos significativa resulta, a nuestro
parecer una intolerancia frente a cualquier casualidad. Cuando se trata de
conocimiento, nada puede ser casual, y cuando se trata de decisión, nada puede
ser provisional. Más bien hay que definirlo todo y dejarlo como definitivo. Lo que
más le gustaría al neurótico obsesivo es demostrarlo todo, incluso lo que no es ni
siquiera demostrable racionalmente, como por ejemplo, su propia existencia o la

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Logoterapia 154

realidad del mundo exterior Pero el mundo exterior es tan incuestionable como
indemostrable. (Frankl, 30).

Por lo tanto, el intento de asegurarse al cien por cien está condenado al fracaso,
mientras que, con la conducta de evitación, lo único que consigue el neurótico
obsesivo es no vivir la evidencia de que sus absurdas ocurrencias son,
precisamente, absurdas (al ser altamente improbables). Si no tiene ningún cuchillo
en casa, la incertidumbre de si degollaría a alguien si tuviera un cuchillo a mano sería
aún mayor. Efectivamente, el hecho de quitar de en medio todos los cuchillos no le
garantiza que, en un ataque de locura, no pudiera utilizar cualquier otra «herramienta
homicida». Así, la angustia ante lo temido estará a la orden del día a pesar de que
esa cosa temida (a diferencia de la reacción corporal vegetativa en la neurosis de
ansiedad) nunca llegue.

Aquí se pone en práctica el deseo paradójico que, según el modelo demostrado,


aspira a que «nada puede merecer más la pena que llevar a cabo precisamente lo
temido». Si se suprime el miedo neutralizado a través del deseo paradójico se

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Logoterapia 155

suprimirá también el motivo para las ansias de seguridad y la conducta de evitación,


y el paciente podrá volver a enfrentarse al peligro, «dejar que éste vuelva», con lo
cual experimentará que todo se desarrolla de manera completamente inofensiva y
que, en realidad, él es incapaz de hacer daño a una mosca y menos aún hacer
realidad sus horribles imaginaciones. Esto confiere al paciente la «mini seguridad»
que tanto necesita para, a pesar de su carácter escrupuloso, no dudar continuamente
de sí mismo.

En cierta ocasión tuve un paciente que cada vez que su hija pequeña traía a sus
amigas a jugar a casa, se veía atormentado por la idea de que podría tocar a
aquellas niñas desconocidas de manera deshonesta e, incluso, llegar a abusar de
ellas cuando no hubiera nadie vigilando. Aunque era un hombre profundamente
honesto y creyente, aquella terrible visión le acechaba de tal manera que se
encerraba en su despacho siempre que había visita infantil. Ni la hija ni la esposa
podían comprender aquella extraña conducta, cuya explicación el paciente se
guardaba avergonzado. La hija decía que su padre era malo porque no le gustaban
sus amigas, y la mujer le reprochaba el haber abandonado sus obligaciones
paternas. Las desavenencias entre la pareja no tardaron en llegar y la hija
experimentó una disminución de su rendimiento escolar.

Siguiendo mis instrucciones, el paciente aprendió el método de la intención


paradójica. Cuando las compañeras de colegio de su hija corrieran por casa, él debía
atreverse a salir de su despacho y, nada más abrir la puerta, proponerse «llevarse a
la cama al menos a dos niñas para la hora de la merienda». Entretanto, debía
«intentarlo un poco con su propia hija» para «no quedarse sin practicar hasta la
cena». Pero, a los ojos de su Señor, el paciente podía tener plena confianza en que
«Dios sabía muy bien lo que en realidad había en su corazón, y que este inmoral
deseo paradójico no tenía otro fin que el de restablecer su salud mental (deseada por
el Señor)». De este modo, la visión obsesiva desapareció al cabo de unos meses, y

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volvió para quedarse lo que el hombre ya había sido antes: un padre y un marido
cariñoso.

En las neurosis obsesivas se puede aplicar la intención paradójica sin reservas. Se


puede proponer al paciente que «lance a sus bebés por la ventana describiendo una
parábola lo más amplia posible», que «empale a las vecinas una a una» o que
«extermine a todo el barrio con sus bacterias»... La única repercusión que esto
puede tener en la realidad es que la pobre persona atormentada se libere de su
sufrimiento. Un neurótico obsesivo-compulsivo nunca hará lo que teme hacer,
porque, debido a su carácter anancástico, tiende al perfeccionismo, quiere hacer bien
todo lo que pueda, absolutamente bien, y entonces se atasca en el problema de que,
al final, ante un claro querer-hacerlo-bien, se plantean actos totalmente equivocados.
Pero tan pronto como su angustia enfermiza retrocede bajo la protección de la
intención paradójica, se restablece su inclinación al orden y a la conducta correcta
dentro de un marco normal y no habrá el menor motivo para preocuparse por un
posible desliz psicótico del paciente.

La psicología experimental ha descrito la llamada función en U de la angustia, según


la cual el fracaso de las personas (entendido de modo general) aumenta tanto en el
caso de un nivel de angustia muy alto como en el de un nivel muy bajo. Esto
significa, por ejemplo, en el caso de los escaladores, que sólo existen principalmente
dos grupos de personas susceptibles de sufrir caídas: las imprudentes, que quieren
asaltar la cima en zapatillas y sin datos meteorológicos, y las vacilantes, que por puro
miedo no consiguen escalar.

El neurótico obsesivo pertenece al grupo de los ansiosos, vacilantes e inhibidos


(parte derecha del gráfico). Sin embargo, el contenido de sus ideas compulsivas sólo
podría hacerse realidad, como mucho, si se trata de personas imprudentes y
desinhibidas. (Hay que ser muy imprudente y desinhibido para faltar el respeto a las
compañeras de colegio de una hija, para apuñalar con furia a otras personas o para

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Logoterapia 157

ensuciarse con gérmenes y contagiar a los demás) En consecuencia, lo que le podría


pasar al neurótico obsesivo y que lo tortura como una pesadilla le puede pasar en
todo caso a alguien que sea todo lo contrario: un impetuoso temerario o un psicótico
corrompido (parte izquierda del gráfico). Y éste — ¡he aquí lo tragicómico!— no se
espanta por ello, aunque haría bien preocupándose algo más.

Por tanto, cuando las fórmulas paradójicas alientan al neurótico obsesivo a un


«placer por el riesgo» y a una desinhibición, únicamente lo hacen para desplazarlo al
valle central del gráfico, sin dejarlo caer nunca en su carácter contrario, el cual
apenas coincide con su carácter natural.

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El lector especializado habrá notado que se dan ciertos paralelismos entre el método
de la intención paradójica, de Viktor E. Frankl, y el de la prescripción sintomática, de
Paul Watzlawick. Sin embargo (y sin tener en cuenta que Frankl desarrolló su
método en la década de 1920, mientras que el grupo de Palo Alto, en torno a
Watzlawick, desarrolló su Sistema en el Mental Research Institute de California en la
década de 1960), existe una diferencia de procedimiento que se hace especialmente
clara en el tratamiento de las neurosis obsesivo-compulsivas. Por ejemplo, ante una
compulsión de limpieza, la prescripción sintomática solicita al paciente que se lave
las manos por lo menos el doble de veces que antes. Con ello se espera un efecto
de fatiga y saciedad que «amargue» al paciente su acto higiénico, de tal manera que
sea capaz de dejarlo. En cambio, la intención paradójica instruye al paciente para
que, en un juego conceptual lleno de humor, «invite amablemente a todas las
bacterias de su entorno a tomar asiento en sus manos e instalarse en ellas como en
casa». En opinión de Frankl, de esta manera se echan por tierra los argumentos del
miedo exagerado del paciente a una posible infección, y con la superación del miedo,
el lavado de manos anormalmente frecuente se convierte en algo inútil.

La técnica de la prescripción sintomática no requiere sentido del humor ni


distanciamiento de sí mismo. Cierto es que también opera con una paradoja, pero
desaparece el acto espiritual de la intención, cuando la intencionalidad del ser
humano es uno de los pilares del «área íntegra» de su personalidad.

En la práctica, la intención paradójica consigue resultados curativos mucho más


duraderos que la prescripción sin Intención paradójica Prescripción sintomática. Yo lo
atribuyo a que, al final, en la prescripción sintomática no se llega al conocimiento de
que el temido contenido de la angustia (la idea compulsiva) es inofensivo, con lo
cual, tras el descenso de la fase de cansancio terapéuticamente creada (desde el
punto de vista del síntoma obsesivo), la angustia vuelve a crecer.

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Logoterapia 159

Ahora bien, aunque se haya conseguido «disolver» la neurosis obsesiva de un


paciente con la ayuda de la intención paradójica, la terapia aún no se podrá dar por
concluida. La actitud fundamental del paciente de antes con respecto a su
predisposición de carácter todavía precisa más atención terapéutica. Decíamos que
el paciente obsesivo aspira a la perfección: repasa las facturas varias veces para ver
si el total es correcto; al salir de casa comprueba varias veces que los aparatos estén
correctamente desconectados, etc. Lógicamente, también busca al terapeuta ideal,
quiere una curación perfecta. Pero como nada en la vida es perfecto y en todas las
cosas siempre queda un pozo de imperfección, el paciente debe hacer un esfuerzo
para congeniar con lo incidental y lo provisional. Por así decirlo, debe comprender
que:

[...] lo más razonable de todo es no querer ser demasiado razonable o


tener que realizar alguna vez actos discutibles, porque lo que quizá sí sería
discutible es no actuar (Frankl, 31).

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Logoterapia 160

Lo mismo se puede decir de la actitud del paciente respecto a sí mismo. Si incluimos


sus ocasionales ocurrencias absurdas en el cuadro clínico, deberemos convenir en
que nunca estará completamente curado. Las ideas compulsivas se le ocurrirán por
momentos, pero si es capaz de identificarlas como tales y está «espiritualmente
presente» con la suficiente intensidad como para actuar paradójicamente, no se verá
expuesto a recaídas. Si, pasado algún tiempo, le importuna una nueva visión
terrorífica, podrá volver a parodiarla y hacer que se desvanezca. Este es el mejor
modo de vida que puede conseguir. Tan sólo tiene que impedir que sus ideas
compulsivas vayan en aumento, porque éstas le volverían a enredar con suma
rapidez en aquel proceso cíclico neurótico del que con tanto esfuerzo ha conseguido
salir. En suma, el paciente debería comprender no sólo con la cabeza, sino como
persona completa, que él no es el responsable de sus ocurrencias neurótico-
obsesivas, pero sí es responsable de cómo reacciona ante ellas. La duda forma parte
de su predisposición, pero no la actitud frente a la duda.

En este contexto, suelo explicar a mis pacientes la metáfora del jardinero que tiene
que arrancar los pequeños brotes de mala hierba si quiere conseguir un hermoso
bancal de rosas. Si se descuida y deja crecer la mala hierba, se encontrará pronto

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Logoterapia 161

con un terreno salvaje y le costará un esfuerzo considerable restaurar su bancal. De


manera análoga, la persona amenazada por la neurosis obsesiva debe mantener sus
pequeñas ideas absurdas bajo «control paradójico» para que su vida pueda florecer
y aportar alegría, como cualquier otra vida normal. Todavía no he tenido ningún
paciente que al final no haya estado dispuesto a tomar en serio esta metáfora. Pero
todos —también los «no neuróticos»— deberíamos tomar en serio que hay impulsos
en nuestro interior a los que hemos de enfrentarnos desde la misma libertad y
responsabilidad de la que posiblemente surgen dichos impulsos.

Si imaginamos el área fenomenológica de las neurosis psicógenas como


delimitada por una elipse, la angustia y la obsesión serían los dos focos de
dicha elipse. Sin embargo, ambas constituyen, por así decirlo, dos
fenómenos clínicos primarios. Y no es ninguna casualidad, porque la
angustia y la obsesión se corresponden con las dos posibilidades
fundamentales del ser: el «miedo» y la «culpa» (todos sabemos que el
sentimiento de culpa tiene un papel muy importante en la psicología de la
neurosis obsesiva). Pero las condiciones ontológicas para estas dos
posibilidades, es decir lo que origina el miedo y la culpa, son la libertad y la
responsabilidad de la persona: solamente un ser libre puede tener miedo y
solamente un ser responsable puede ser culpable. Por lo tanto, un ser
agraciado con la capacidad de ser libre y responsable, estará condenado a
la angustia y la culpabilidad. (Frankl, 32).

5.5 Un poco de falta de amor: la histeria

La explicación de la corrección de actitud necesaria en el neurótico obsesivo nos ha


llevado del método de la intención paradójica al siguiente gran grupo metodológico
de la logoterapia: la modulación de la actitud. Este método no consiste tanto en que
el paciente «intente por primera vez» hacer algo que nunca se ha atrevido o se
atreverá a hacer, como en que «reflexione por primera vez» sobre algo que (todavía)

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Logoterapia 162

no se ha reflexionado de esta manera. Por lo tanto, lo que impulsa aquí el


crecimiento interior no es tanto el distanciamiento de sí mismo como la configuración
de sí mismo. Señala Frankl que: “mientras una neurosis resida en una circunstancia
en cierto modo fatídica, se tratará —desde el punto de vista logoterapéutico— de
posibilitar al paciente la actitud correcta ante esta circunstancia”. (p. 33).

En el centro del diálogo modulador de la actitud se halla la actitud espiritual de una


persona ante circunstancias positivas o negativas que, o bien son inalterables, o bien
hacen indispensable otra actitud para su modificación, o bien albergan posibilidades
de sentido que no se perciben. Por supuesto, sería un error creer que el terapeuta
quiere «modular» la postura de una persona frente a ella misma y al mundo exterior.
Quien tiene que modular algo es el paciente. Sin embargo, la tarea del terapeuta sí
puede ser la de hacer entender al paciente que su actitud debe cambiar.

Se podría decir que toda modulación de la actitud conlleva otra actitud hacia el
objetivo más sana, mejor, más llena de valores éticos, más llena de esperanza. Pero
todo esto no son más que descripciones que no tienen validez general y que sólo se
hacen evidentes en cada caso concreto. Por ejemplo, cuando un paciente dice sobre
él mismo: «Nunca consigo nada. ¡Soy un completo fracasado!», cualquiera se da
cuenta de que aquí no hay ninguna actitud óptima. A grandes rasgos se podría
expresar así: una actitud psicohigiénicamente ventajosa está «a favor de la vida», o
sea, al contrario que todo lo destructivo, peyorativo y mortificante. O aún más
preciso: las actitudes sanas proporcionan una elevada protección contra las
afecciones mentales, así como una capacidad de resistencia enorme en situaciones
críticas (la protección no se refiere a las afecciones endógenas, sino a la capacidad
de resistencia en tales casos). Otra forma de verlo es que las actitudes positivas
aportan una consonancia con la conciencia de la persona.

Para ilustrar estas ideas, veamos algunos ejemplos de modulaciones de actitud


logradas:

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Logoterapia 163

Ejemplo 1

Una madre había padecido anorexia y trastornos de la alimentación durante muchos


años. Al final se curó, pero no estaba contenta por haber normalizado su capacidad
alimenticia, sino que se torturaba con el miedo a que su hija también pudiera
enfermar algún día y tener sus mismos problemas con la alimentación. Como era
peligroso endosar a la hija una esperanza negativa de tal calibre, se tuvo que
exhortar a la madre a que modulase su actitud. El consejo que recibió fue el
siguiente: «No observe en su hija ningún indicio de enfermedad, porque eso podría
más bien impedirle un crecimiento sano. Es preferible que se ocupe de usted misma
para llegar a ser de tal manera que llegue el día en que pueda decir: “¡Por mi parte,
ella puede estar tan tranquila como yo!”».

La idea de que todavía tenía la posibilidad de ser un ejemplo digno de ser imitado por
su hija la impresionaba y la movía a abandonar la exagerada ansiedad por ésta, así
como a dirigir su propia conducta hacia una escala más positiva.

Ejemplo 2

Una mujer mayor tenía que ingresar en una clínica especial para someterse a una
sencilla intervención quirúrgica. Causalmente, su marido había estado dos años
antes en el mismo centro, donde falleció tras una difícil lucha contra la muerte, hecho
que dejó a la mujer profundamente abatida. Debido a ello, la anciana se negaba a
realizar una estancia en un lugar que tan malos recuerdos le traía, pero tampoco
podía trasladarse a ningún otro hospital, dado que aquel era el único en la zona que
podía tratar su dolencia. Sumida en aquel dilema, se le propuso una modulación de
la actitud. Utilizando un vocabulario cuidadoso, se le argumentó que precisamente el
retorno al lugar de la despedida de su marido le ofrecía la oportunidad de
reconciliarse en el mismo recinto con aquel adiós y, de una vez por todas, hacer
desaparecer el dolor padecido, dando las gracias por haberle sido permitido
acompañar a su amado esposo hasta el final de sus días y haberle dejado estar a su

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Logoterapia 164

lado hasta en los momentos más tristes. También se le dijo que no era posible
demostrar verdadero amor con mayor tenacidad y que, visto así, el hospital era en
cierto modo un monumento al gran amor de su vida, un monumento al que ella podía
entrar siempre con valentía y con la conciencia tranquila.

Tras la conversación, la anciana se puso sin reparos en manos de los médicos y


abandonó la clínica diez días después, ya restablecida.

Ejemplo 3

Un hombre se quejaba amargamente porque su madre había muerto cuando él


apenas tenía un año de edad. El hombre se sentía perjudicado por el destino. En la
terapia se le ofreció el siguiente modo de ver las cosas: «En aquel entonces su
madre estaba visiblemente muy enferma y con toda probabilidad ya sufría desde
hacía tiempo. Pero ella le trajo al mundo cuando todavía estaba sana. ¡Menuda
suerte para usted! Las posibilidades que tenía de existir eran extraordinariamente
escasas y, en cambio, su existencia en la Tierra ha salido bien. Es un compromiso
muy elevado sacar el mejor partido de ello...».

El hombre pudo aceptarlo con una sonrisa y liberarse de su amargura.

Ejemplo 4

Una mujer creció junto a una hermana gravemente discapacitada. Debido a esta
circunstancia, ella estuvo siempre un poco «en la sombra» durante la educación,
porque la mayor parte de la dedicación de los padres tuvo que concentrarse en la
hermana. A pesar de todo, ella la quiso mucho y sufrió un duro trastorno cuando

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Logoterapia 165

murió, a la edad de 14 años. «¡Pusimos tantos cuidados y nos sacrificamos tanto por
ella, y todo ha sido en vano! —se quejaba—. Pero ¿por qué? ¿Por qué?»

Después de la modulación de actitud, ella misma se dio una respuesta nueva a la


pregunta: «No, la vida de mi hermana no ha sido en vano. Ella supo sacar de los
miembros de la familia una hermosa medida de amor. Todos hemos crecido
increíblemente en contacto con ella. Sin saberlo, ella ha contribuido a nuestro
desarrollo como personas. Se lo agradecemos mucho. Realmente, no ha vivido en
vano...».

Pasemos ahora a las neurosis reactivas, que se cuentan entre las más difíciles de
todas y encuentran su mayor desafío en la histeria. Por desgracia, la palabra
«histeria» se ha convertido casi en un insulto y, debido a ello, ha sido arrinconada
por la psicoterapia. La expresión «neurosis de conversión>’ (en la sintomatología
corporal) también está anticuada. Ambas formas han sido sustituidas por los
términos «trastorno disociativo» y «trastorno somatomorfo», o bien se subordinan al
concepto de trastorno histriónico (que llama la atención) de la personalidad. Sin
embargo, y para coincidir con la obra de Frankl, mantendremos aquí la palabra
«histeria» en su sentido clínico.

El cuadro clínico histérico estaba muy extendido en la época de Freud.


Posteriormente sufrió un retroceso y, a partir de la década de 1970, volvió a ganar
terreno. Este cuadro reúne elementos psicógenos y reactivos y, al igual que en la
neurosis obsesiva, se basa en determinadas cualidades de carácter. La histeria no
se puede combatir mediante la intención paradójica porque los síntomas que
aparecen no dependen de ninguna angustia frente a la expectativa, sino que actúan
como medios de coacción. (Por ejemplo, si el ansioso se desmaya porque se
convulsiona a causa de la simple angustia frente al posible desmayo, el histérico lo
hará porque se crea él mismo un desmayo hiperventilándose [respirando
rápidamente y a golpes secos) con el fin de castigar o asustar a alguien. Por lo tanto,

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Logoterapia 166

y a diferencia del neurótico ansioso, el histérico tiene, en cualquier caso, la intención


de desmayarse, lo cual no se puede neutralizar con otra intención —paradójica—.)
La histeria requiere una «reeducación de toda la persona» (Frankl), y esto sólo se
consigue mediante una serie de modulaciones de actitud con las que llevar al
paciente, en cierto modo, a renunciar voluntariamente a su conducta histérica.

¿Cuáles son, por tanto, las cualidades de carácter del histérico? Si en el caso del
neurótico ansioso nos hemos referido a una insuficiencia del sentimiento de
evidencia, en el caso del histérico podemos hablar de una insuficiencia de la
sensación ética. En la Edad Media, la creencia de que los histéricos estaban
«poseídos por el demonio» no era más que una descripción exagerada de un estado,
pero contenía simbólicamente un ápice de verdad: en el histérico hay una cierta
fascinación por el mal, una alegría por lo negativo, un impedimento para tolerar lo
positivo.

Esto significa que la curación y el dominio autónomo de los problemas de la vida no


constituyen obligatoriamente el objetivo de un paciente de estas características; ése
será el objetivo del terapeuta, quien con sus iniciativas pro forma, toma parte en el
juego para hacer que el paciente finalice lo que él mismo ha empezado. Pero si, un
día, el terapeuta dice que el paciente ya no necesita más sesiones porque ya ha
hecho buenos progresos, puede obtener la siguiente respuesta-amenaza: «Si no me
da pronto otra cita, recaeré. ¡Ya lo verá!». En lugar de alegrarse por la estabilidad
conseguida, el histérico se sacrificaría sin pensarlo sólo para conservar la atención
de su terapeuta. Y, en vez de estarle agradecido por su intervención, intenta
chantajearlo (he aquí la insuficiencia de la sensación ética).

Frankl enumeró los tres rasgos típicos del carácter histérico: falsedad, egoísmo
enfermizo y naturaleza calculadora.

Falsedad significa que las personas histéricas carecen profundamente de vivencias,


hecho que las hace ávidas de experiencias, llegando incluso a preferir una

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Logoterapia 167

experiencia triste a ninguna. Estas personas apenas son capaces de vivir una
verdadera alegría, un verdadero amor, ni siquiera un verdadero dolor. Todo es una
puesta en escena para experimentar o conseguir algo; hasta los síntomas forman
parte de la estenografía.

Egoísmo enfermizo significa que si hay que llevarse a alguien por delante, se hace,
incluso a uno mismo. Las personas histéricas quieren manipular constantemente su
entorno, ser el centro de atención o vengarse de los demás por el desprecio que les
profesan, cuando la venganza sería su propia autodestrucción. Su capacidad de
compenetración con sus semejantes es nula.

Naturaleza calculadora significa que hacen mucho teatro, gustan de las apariciones
dramáticas y siempre denotan algo de artificialidad. Piensan exclusivamente
personalizando y nunca de manera objetiva, y disfrutan con el triste placer de
endosar sentimientos de culpa al prójimo o de obligarle a asumir determinados
papeles (encaminados no pocas veces a la autolesión).

Puede que sea su especial disposición a la sugestión, es decir, la


influenciabilidad sugestiva de estas personas, pero también su disposición a la
conversión, es decir, su capacidad de exteriorizar físicamente contenidos
psíquicos en forma de estados patológicos corporales; puede también que
esto represente la compensación de la pobreza interior propia del histérico.
Pero además hay que añadir, como segunda característica típica, la frialdad
interior al cálculo frío, el hecho de que en el histérico todo constituye un medio
para un fin al servicio del egoísmo; y por ello siempre actúa teatralmente,
siempre pensando en un efecto, y, al final, todo en él da la sensación de ser
artificial. (Frankl, 34).

Es decir, mientras el problema esencial en las neurosis de ansiedad y obsesivas


reside en que el neurótico no quiere asumir ningún riesgo y busca seguridad y
protección a toda costa, llegando a pagar precios demasiado altos, el problema
básico del histérico consiste en que no quiere renunciar a nada (o en creer que no

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Logoterapia 168

puede renunciar) y quiere conseguir la dedicación del prójimo también a toda costa,
pagando «precios» completamente desajustados.

Pero en la vida son necesarias ambas cosas, tanto el poder aceptar lo inseguro,
porque no todo se puede asegurar, como el poder soltarse y quedarse atrás, porque
no todo se puede obtener por la fuerza. Así, en ambas patologías de trastorno mental
entran en juego momentos dictatoriales. La angustia y la idea compulsiva fuerzan al
ansioso y al obsesivo, respectivamente, a demostrar conductas que no desean,
mientras que el histérico, a través de sus síntomas («ataques»), fuerza a otras
personas a demostrar conductas que no desean.

De esta manera, el histérico se hace extremadamente impopular. Todo el que puede


le rehúye y, a la larga, no quiere tener nada que ver con él. Por ello, el histérico cae
inevitablemente en el aislamiento y se convierte, estrictamente, en una de las
personas más infelices que pueda haber. Se perjudica a sí mismo y arrastra a los
demás a la infelicidad. A resultas de este espectáculo patológico, el histérico va
obteniendo cada vez menos dedicación de su entorno; esa dedicación que tan
desesperadamente intenta conseguir. (Aquí surge de nuevo la clásica estructura del
círculo vicioso neurótico.)

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Logoterapia 169

En lo tocante al componente reactivo de todo este drama, es conocido que a la


predisposición de carácter del histérico se le añade otro factor que alimenta la
patología: el medio educativo infantil. En la mayoría de casos, los pacientes
histéricos han sido niños desatendidos o mimados, con unos resultados
sorprendentemente paralelos. Los niños desatendidos tienen que renunciar a
muchas cosas y, al llegar a adultos, ya no quieren renunciar a nada más. Por su
parte, los niños mimados nunca aprenden a renunciar a nada y, debido a ello,
cuando son adultos tampoco pueden hacerlo. De ahí se explica que la histeria
estuviera tan justificada en tiempos de Freud (en aquella época había muchos niños
desatendidos) y que en la era del bienestar haya vuelto a ganar terreno (hoy hay,
precisamente, muchos niños mimados).

Una vez me invitaron a leer una conferencia en un congreso de la Federación


Alemana de Teléfonos de la Esperanza. Cuando pregunté a los congresistas cuál era
el principal tipo de comunicante problemático, obtuve la sorprendente respuesta de
que la «clientela histérica» era la que más les hacía trabajar. Para subrayar su
afirmación, los participantes me contaron lo que le sucedió a una joven empleada del
teléfono de la esperanza.

Una noche llamó una mujer que describió una situación imposible de solucionar.
Estaba enferma de cáncer, sufría unos dolores atroces, su marido la había dejado,
ya no tenía ganas de vivir, etc. La joven telefonista intentó consolar a la mujer lo
mejor que pudo. La noche siguiente llamó otra mujer con una voz distinta y se
presentó como la madre de la comunicante de la noche anterior. La señora empezó a
sollozar y a gritar entre lágrimas: «¿De qué estuvo hablando anoche con mi hija?
¡Nada más acabar de hablar con usted, se pegó un tiro!». La consejera telefónica
cayó presa de una crisis nerviosa y tuvo que ser atendida por un médico de
urgencias porque no conseguía tranquilizarse. Posteriormente, otros empleados del

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Logoterapia 170

teléfono de la esperanza descubrieron que fue una única mujer la que, con diferentes
voces, interpretó distintos papeles dramáticos. Era una mujer que ni estaba enferma,
ni tenía ninguna hija, sino que, simplemente, se aburría en casa y se divertía
haciendo llamadas...

En este ejemplo encontramos los tres indicadores de la histeria: la falsedad (porque


la comunicante no estaba realmente en apuros), el egoísmo (es decir, la frialdad para
divertirse a costa de los demás) y el cálculo (evidentemente, la mujer hizo una muy
buena interpretación y, al parecer, también notó que estaba ante una consejera poco
experimentada a la que podía «endosar» un drama de aquel calibre). Al fin y al cabo,
la conducta histérica no es más que un poco de vacío, porque ésta comunicante, por
ejemplo, habría podido emprender en su tiempo libre cosas con mucho más sentido.
También es un poco de falta de amor, es decir, incapacidad para entregarse a otra
persona o siquiera para tenerla en consideración. Y, por supuesto, las personas que
actúan de este modo no reciben nada de amor a cambio, por mucho que su conducta
enfermiza parezca ser, en definitiva, un grito en demanda de amor.

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Logoterapia 171

5.6 Salvación mediante renuncia

Hemos dicho que el histérico debía desarrollar básicamente una disposición para
asumir pequeñas renuncias. Naturalmente, sólo lo hará si sabe para qué lo hace. Y
este «para qué» también se le puede mostrar, dado que existe una estrecha relación
entre las pequeñas renuncias y los grandes sentidos en la vida. Sólo mediante
pequeñas renuncias se pueden satisfacer los grandes contenidos de sentido, y éstos
posibilitan a su vez, como un efecto secundario no perseguido, lo que conocemos
con el nombre de felicidad. Y viceversa: las muchas y pequeñas satisfacciones
momentáneas que resultan de no querer renunciar dejan insatisfechos los grandes
sentidos, acarreando así el inevitable efecto secundario de la infelicidad.

Si, por ejemplo, una persona está cursando una formación profesional, deberá hacer
una serie de pequeños sacrificios, tales como seguir estudiando por las noches o
prepararse para los exámenes, en lugar de disfrutar de su tiempo libre. Pero con todo
esto podrá hacer realidad un sentido ocupando un día un puesto en un área
profesional de responsabilidad. En cambio, si esta persona no está dispuesta a hacer
esos pequeños sacrificios en su época de formación, sino que se decanta por el
placer momentáneo (hoy salir a bailar, mañana a esquiar, pasado mañana de
viaje...), sus objetivos profesionales se quedarán muy atrás y deberá dedicarse algún
día a un trabajo que no le gusta.

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Logoterapia 172

Poder efectuar renuncias llenas de sentido es, por lo tanto, la clave de la felicidad, y
en algunas enfermedades como la histeria —así como en las problemáticas de la
adicción o el desamparo—, es, además, la clave de la salud. Un alcohólico que
renuncia al siguiente vaso de vino está tan salvado como un criminal que renuncia a
su siguiente acto delictivo.

Veamos a continuación el ejemplo de una neurosis cardíaca (histérica). Siempre que


en la familia va todo bien, se celebra algo y todos se alegran, a la madre le da un
infarto. Entonces se acaba la fiesta, desaparece la alegría y todo el mundo,
angustiado, se preocupa por ella. El infarto ha cumplido así su objetivo: la madre ha
experimentado la anhelada satisfacción momentánea de estar en el centro de
atención de la familia. Si repite con frecuencia la misma escena, las consecuencias a
largo plazo serán muy tristes. Los hijos se irán pronto de casa, quizás el marido se
separe de ella y, al final, su estado de salud estará realmente deteriorado (porque
con el corazón no se juega) y se habrá convertido en una mujer sola y afligida.

El terapeuta debería aclarar la catástrofe que se avecina no como un reproche, sino


desde una verdadera preocupación por la paciente. Pero también como una
advertencia y para desencadenar una conmoción existencial que «ablande» el
terreno para una disposición al cambio. Hay que dar señales: «No llevarás una vida
buena». «Mira, tú me gustas, pero no me gusta tu histeria.» De esta manera se
establece la diferencia entre lo que alguien es como persona y el carácter que tiene.
A esto se añade una segunda diferencia, la que existe entre el sentido y la finalidad.
Todos y cada uno de los síntomas histéricos tienen una finalidad (proporcionan un
aumento de la atención a corto plazo), cuando lo que tendría sentido sería estar libre
de síntomas, porque esta libertad concedería a la paciente un nivel más elevado en
el desarrollo de su ser. Mientras lo que se obtiene, lo que se tiene, se puede perder,
lo que se es se perpetúa y ya no se puede extraviar.

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Logoterapia 173

La libertad no se «tiene» —como algo que también se puede perder—, sino que la
libertad «soy yo». (Frankl, 35).

¿Qué obtiene entonces la madre de nuestro ejemplo con la neurosis cardiaca? Como
mucho, algunas horas de atención familiar arrebatada por la fuerza, y que va a
perder. ¿Y quién es ella? Una mujer enferma en cuya compañía nadie quiere estar
por miedo a la próxima escena histérica. Y esto seguirá así hasta el final de sus días,
cuando ya no haya tiempo para corregir radicalmente la actitud. Incluso cuando esté
muerta seguirá siendo aquella mujer enferma a la que nadie quiere ver cerca, porque
la cualidad del ser no cambia cuando dejamos de ser [existir].

Sin embargo, ¿quién es la persona que esta mujer también podría ser? Sobre esto
hay que hablar con ella en la terapia. Podría ser una mujer y una madre digna de ser
amada, a quien todos los miembros de la familia les gusta ir a visitar, con quien todo
el mundo se siente a gusto. ¿Acaso no será esto lo que desea en el fondo de su

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Logoterapia 174

corazón? Si es así, el logoterapeuta le podrá indicar el camino, pero este camino


pasa por la renuncia a las escenas dramáticas, por la disposición a situarse de vez
en cuando en segundo plano y por permitir la alegría de los demás. El camino
conduce del tener al ser:

Las dotes interpretativas del carácter histérico pueden utilizarse precisamente en


sentido positivo ofreciendo en la conversación terapéutica la descripción de un nuevo
rol e instando al paciente a meterse en él. ¿Por qué no, por ejemplo, en el personaje
de una madre amante y desinteresada? Que el lector no piense: «Bah, de qué sirve
que la madre se limite a interpretar un nuevo papel. Este rol nunca será una
conducta real detrás de la cual esté la paciente...». ¡No es del todo cierto! En la
histeria se producen transiciones que fluctúan entre el ámbito consciente y el
inconsciente, entre lo real y lo irreal. Se corre incluso el serio peligro de que el
paciente histérico se mezcle de tal manera con un papel patológico originalmente
irreal, que ya no pueda salir de él —ni aunque así lo quisiera— porque sus síntomas
se han independizado. (A la madre del ejemplo citado con anterioridad le puede
ocurrir perfectamente que, con el tiempo, su corazón produzca arritmias reales,
incluso cuando ella no lo desee.) Siendo así, ¿por qué no va a poder un paciente
meterse igualmente en un papel positivo, o mejor aún, en un papel que le aporte, a
más largo plazo, mucha más atención que el anterior negativo, de lo cual él mismo
alguna vez deberá darse cuenta? Dicho de un modo más exagerado: quizás al
neurótico, debido a su déficit de sensación ética, le falta el «libreto del papel positivo»
y es tarea del terapeuta entregárselo.

Pero lo que no es tarea del terapeuta es tomar parte en la escena montada por el
paciente. Las personas histéricas aman la terapia de larga duración porque en ella
obtienen todo lo que necesitan: están en el centro de atención y tienen un espectador
«incondicionalmente» comprensivo. Una vez que han roto con todo su entorno, el
terapeuta es la última persona que todavía permanece intensamente entregada a
ellas. Por ello, no sólo le dan dinero, sino también todo aquello por lo que él muestre

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Logoterapia 175

interés, empezando por las más espantosas experiencias infantiles y acabando con
los sueños o fantasías sexuales más salvajes. Pero esto no soluciona el problema. Si
un terapeuta registra que, como persona que ayuda, no le toman en serio, que no
consigue hacerse valer con sus argumentos del papel positivo, del desplazamiento
del tener al ser y de la renuncia con sentido en aras de una realización de valores
reales, debería notar que él mismo está siendo utilizado como medio para un fin y
que su paciente está convirtiendo la terapia en una ocupación ociosa, por no decir en
un «sucedáneo del sentido». En tal caso, el terapeuta debería finalizar la terapia. No
se puede ayudar a todo el mundo, pero tampoco está permitido hacer daño a nadie,
y seguir el juego en una patología histérica supondría una lesión. En concreto, esto
significa que un mantenimiento persistente del comportamiento histérico por parte del
paciente constituye un motivo para cortar la terapia por parte del terapeuta. (Aquí nos
adentramos en el terreno de la «adicción a la terapia», y nunca hay que poner la
droga al alcance del adicto.)

Para acabar, unas palabras sobre las amenazas suicidas en las personas histéricas.
Muchas veces, bajo tales amenazas no se halla ninguna creencia en el sentido que
pueda tener la muerte, sino más bien la creencia en la conveniencia del deseo de
morir. Sin embargo, hay que ir con cuidado, porque el paciente histérico tampoco
puede evitar plantearse la cuestión del sentido, y si la conveniencia de su conducta
patológica resulta ser engañosa, la pobreza de sentido de toda su vida anterior se
desatará seriamente sobre él.

De la misma manera que desde Kant sabemos que, de algún modo, no


tiene sentido cuestionarse categorías como el espacio y el tiempo,
simplemente porque no podemos pensar ni, por tanto, preguntar sin dar
siempre por supuestos el espacio y el tiempo; de la misma manera, pues,
el ser de la persona siempre es un ser entregado a un sentido, por muy
poco que éste aún se conozca: hay algo así como un conocimiento previo
del sentido, y una idea del sentido también es lo que preside la «voluntad
de sentido», llamada así en logoterapia. Lo quiera o no, esté convencido

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Logoterapia 176

de ello o no, el hombre cree en un sentido igual que respira. Hasta el


suicida cree en un sentido, sino en el sentido de la vida o de seguir
viviendo, sí en el de la muerte. Si realmente no creyera en ningún sentido,
en ninguna clase de sentido, no podría mover un solo dedo y, por este
mismo motivo, no podría suicidarse. (p. 36).

Al neurótico obsesivo le atormenta la idea de que se le podrían «cruzar los cables»


de repente y podría tirarse por la ventana, pero nunca llevaría a cabo tal ocurrencia
(y por ello se le puede aconsejar, en el sentido de la intención paradójica, que se
proponga, «como gimnasia diaria, saltar tres veces seguidas por la ventana»). En
cambio, el peligro de un suicidio o intento de suicidio es una realidad en el caso del
histérico. Sin embargo, no es aconsejable dejarse amenazar por esta actitud; como
en el caso de una mujer celosa que se sube al alféizar de la ventana de un octavo
piso y le pregunta por encima del hombro a su amante, que está en la habitación de
ella, si la quiere...

Recomiendo a todo aquel, terapeuta o familiar, que se enfrente a una situación así,
que responda al paciente del siguiente modo:

1. Que él, el terapeuta o familiar, estaría triste o sufriría si el otro muriese


(«Lloraría por ti»). Con ello da a entender al afectado que no le es indiferente,
sino que lo aprecia como persona.

2. Que, sin embargo, él, el terapeuta o familiar, no puede eximirle de la


responsabilidad de su acto. Esta responsabilidad la asume exclusivamente el
afectado y la seguirá asumiendo a pesar de los intentos por su parte de
achacar a otro las culpas.

Esta combinación es, a mi entender, la mejor prevención contra las autolesiones del
histérico, porque atiende a la «demanda desesperada de amor» sin ignorar la libertad
y la madurez espirituales del demandante.

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Logoterapia 177

En repetidas ocasiones me he encontrado con que justo antes de irme de


vacaciones, ciertos pacientes míos sufren «ataques» y se sienten «mortalmente
enfermos». Traducido en otras palabras, estos pacientes quieren decir: «¿Cómo te
permites irte de vacaciones y no estar a mi disposición durante un tiempo?». Así, si
me voy de vacaciones, tengo que hacerlo como mínimo preocupada y con mala
conciencia. Ahora bien, admito que en mis maletas incluyo a veces algo de
preocupación por alguno de mis pacientes, pero aún no me he ido nunca con mala
conciencia. El histérico es una persona discapacitada emocionalmente, de eso no
hay duda, pero puede responder de sus propios actos, y esto es precisamente lo que
tiene que aprender.

5.7 Un esbozo multidimensional contra las adicciones

El tema de las «neurosis reactivas» no se acaba con las perspectivas


logoterapéuticas para la superación de la histeria. En este tipo de neurosis se
incluyen también las «neurosis iatrógenas» y las adicciones, cuya problemática, a
pesar de su tremenda complejidad, trataremos a grandes rasgos.

Toda adicción es, tanto por su génesis como por su capacidad de reacción a
síntomas de abstinencia, una patología interactiva en la que se hallan entretejidas las
tres dimensiones del ser de la persona.

1. La dimensión somática

Las sustancias adictivas intervienen en el gobierno del «bienestar» en el cerebro y lo


trastornan masivamente. Cuanto más se dispara artificialmente el «nivel de
bienestar», más se prolonga la siguiente fase profunda de malestar, la cual ya no
podrá ser equilibrada por el cerebro. Con la continuación de la adicción, las resacas y

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Logoterapia 178

los síntomas de abstinencia adoptan formas cada vez más graves y al poco tiempo
sólo se pueden dominar readministrando la sustancia adictiva. Si tal readministración
no existe, la persona cae en un abismo, su rendimiento disminuye y fracasa en todos
los frentes. Si el afectado se vuelve a enganchar a la sustancia adictiva (cuya dosis
deberá aumentar paulatinamente), cae en una dependencia mortal. Estas son las
alternativas que el organismo ofrece, ninguna más.

Pero cuando la persona sale victoriosa del abismo de la dependencia, aún sigue
durante mucho tiempo presa de las garras de la adicción. El organismo del exadicto
reacciona a la sustancia adictiva de manera distinta que el del no adicto. Cuando su
organismo vuelve a entrar en contacto con la sustancia, «recuerda» el antiguo
modelo y hace empeorar inevitablemente el «nivel de bienestar», con la esperanza
de que la readministración vuelva a levantarlo. Esto hace arrodillarse hasta al más
fuerte.

La consecuencia de ello es que el adicto tiene que evitar la sustancia adictiva


durante toda la vida para poder vivir con normalidad. Naturalmente, no siempre es
posible. En la adicción a la comida, por ejemplo, la evitación de por vida se refiere a
las porciones de más y a las comidas entre horas que se salen de la alimentación
adecuada. También en la adicción a los medicamentos deben adoptarse
compromisos en casos de patologías serias. Sin embargo, el «ex» siempre tiene que
ser consciente de que, después de la patología adictiva, el mecanismo regulador de
su sistema nervioso ya no será tan fuerte como lo era antes. El peligro de recaída le
acompañará durante toda la vida.

2. La dimensión psíquica

Todavía se discute la presencia de una predisposición constitucional en la


propensión a la adicción. Distintas voces están a favor en el caso del alcoholismo,

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Logoterapia 179

como han podido apuntar investigadores de la Universidad de Kansas bajo la


dirección de D. Goodwin. Pero, al fin y al cabo, cada persona lleva consigo todo un
abanico de fuerzas de resistencia saludables. La situación es más crítica cuando en
el plano psíquico hay puntos flacos que hacen inclinar a la persona a reacciones
inadecuadas. Tales reacciones integran entonces el peligroso componente
«reactivamente neurótico» que acostumbra a urdir círculos viciosos, como el que se
genera entre el malestar y la dependencia de la sustancia en el caso de las
adicciones. Por ejemplo: la reacción de anular la frustración con alcohol genera
frustraciones aún más fuertes, etc.

Los puntos flacos psíquicos que contribuyen al establecimiento de las patologías


adictivas son, en su mayoría, hipersensibilidades. Somos demasiado sensibles,
incluso alérgicos: a las críticas, a las exigencias, a cambios repentinos de planes y
de lugares, a los desengaños y a las pérdidas... Alérgicos a la vida con todas sus
sorpresas. Creemos que no lo soportamos y, para huir, nos enganchamos al mundo
ficticio de las drogas, el juego y los sueños. Por lo tanto, existen vínculos entre las
adicciones y las alergias. Ambas forman parte de las plagas de nuestro tiempo,
aunque la mayoría de alergias, no obstante, tiene un trasfondo somático consistente
en un déficit parcial del sistema inmunológico del propio cuerpo. En cualquier caso,
en la adicción, el trastorno psíquico se manifiesta más bien en el área del ocio
(cuando disminuye el control interior), mientras que en la alergia lo hace en el área
del rendimiento (a causa de una capacidad de resistencia demasiado baja).

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Logoterapia 180

La dimensión noética

Se han desarrollado distintas hipótesis acerca de la fenomenología de la


autodestrucción que tiene lugar de manera ostensible en la histeria, las patologías
adictivas y la delincuencia. Freud hablaba de una «pulsión de muerte» en la persona
para explicar tanto las agresiones incomprensibles hacia el exterior (delincuencia)
como las no menos incomprensibles hacia el interior (adicción) y sus formas mixtas
(histeria). Sin embargo, la idea de «estar impulsado a la autodestrucción» como
argumentación general de la conducta fallida psicopática resultaría algo primitiva. La
esfera espiritual de la persona debe dar su beneplácito al respecto, de lo contrario,
ninguna pulsión puede tener un poder tan inmenso. Pero ¿cuándo se ve
espiritualmente conducida la persona al intento de renunciar a su vida? Es decir, ¡el
nóos necesita al logos!: cuando la vida no tiene sentido, cuando el sentido
incondicional de la vida no se reconoce como algo válido, cuando no se es
consciente de ningún motivo profundo para vivir. El beneplácito para la
autodestrucción surge de la actitud espiritual que dice: «Nada tiene sentido».

Por tanto, la complejidad de la patología adictiva está formada por una constitución
corporal de riesgo (probablemente predispuesta y seguramente autogenerada), un
componente reactivamente neurótico que oscila entre la hipersensibilidad y la
desmesura, y, con ello, un opresivo sentimiento de falta de sentido (o incluso una
neurosis noógena o depresión) que lleva al adicto a un punto en el que, simplemente,
deja de esforzarse porque ya no ve ningún sentido. El resto es pura autodestrucción.

En consecuencia, el esbozo terapéutico debe trazarse de manera multidimensional.


En lo tocante a la dimensión somática, no hay mejor camino que la desintoxicación
bajo supervisión médica o el retiro de la sustancia con la consiguiente e inevitable
abstinencia. Los alcohólicos no podrán volver a probar el alcohol, ni siquiera un
trago; los fumadores no podrán volver a encender un cigarrillo, etc. A tenor de las

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Logoterapia 181

incontables recaídas, merecería la pena debatir sobre si esta estricta disciplina es


realmente indispensable.

Para dar apoyo a la capacidad de resistencia, he desarrollado un «entrenamiento


sugestivo de la voluntad» en casetes (Lukas, 37) que, escuchado en un estado de
relajación, refuerza el convencimiento del paciente para poder sacar de sí mismo las
fuerzas necesarias para soportar la abstinencia. Este método se basa en las
fórmulas del entrenamiento autógeno y las amplía con las del autoconvencimiento de
«ser dueño y señor en la propia casa». Combinado con una confianza sana en Dios
(una mirada al «dueño y señor de uno mismo»), tiene un efecto tranquilizante sobre
el alma excitada y compensa el mal estado mental que todavía persiste.
Afortunadamente, el deseo de la sustancia adictiva disminuye proporcionalmente con
la duración del estado de abstinencia. Sin embargo, la renuncia es dramáticamente
difícil, especialmente cuando se extiende también a la hipersensibilidad que, a su
vez, también debe abandonarse, con lo cual se necesitan argumentos terapéuticos
concisos. Estos argumentos pueden ser semejantes a los que se aplican en los
cuadros histéricos.

En el caso del «vacío existencial» («¿Por qué no dejar de beber/pincharse y


morir?»), la tarea específicamente logoterapéutica está claramente definida. En su
núcleo figura el descubrimiento de una visión de sentido por la cual merece la pena
luchar por vivir, así como la regeneración y el incremento del sistema de valores del
enfermo. Consúltense a este respecto las depresiones y neurosis noógenas para ver
el procedimiento práctico.

El esbozo de una asistencia en las patologías adictivas se culmina con el método de


la desreflexión (preferiblemente en grupos), que permite al exadicto sustraerse
definitivamente de su concentración espiritual en la problemática de la adicción y
dedicarse por completo a aquellos contenidos vitales que, en el transcurso de las

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Logoterapia 182

conversaciones para la búsqueda de un sentido, hayan sido reconocidos y afirmados


como «los suyos».

Una alumna mía de la United States International University de San Diego pudo
comprobar en el transcurso de sus investigaciones, cuyos resultados aparecen
descritos en forma de tesis de doctorado, que en el 90 % de los casos crónicos
de alcoholismo grave analizados por ella subyacía un pronunciado sentimiento
de falta de sentido. Sólo así se explica que James Crumbaugh, con una
logoterapia de grupo centrada en la frustración existencial en casos de
alcoholismo, pudiera registrar unos resultados mejores que en los grupos de
control tratados con métodos terapéuticos convencionales.

Lo mismo se puede decir de la toxicomanía. De acuerdo con los criterios de


Stanley Krippner, el 100% de los casos de adicción a las drogas se basa en un
sentimiento de falta de sentido. Es decir, en el 100% de los casos se respondió
afirmativamente a la pregunta de si todo les parecía carente de sentido... De
nuevo podemos comprender por qué Alvin Fraiser, director de un centro de
rehabilitación para toxicómanos donde ha introducido los métodos de la
logoterapia, no registra el índice medio de éxitos del 11%, sino una cuota del
40%. (Frankl, 38).

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Logoterapia 183

5.8 Trastornos de la conducta alimentaría: un complejo problemático con


dos raíces

Quien haya trabajado intensamente con pacientes histéricos y adictos, conocerá la


alegría que supone cada caso de curación y los límites con los que se tropieza en
esta clase de enfermos. Sólo entonces se puede apreciar en su justa medida el júbilo
en caso de éxito y lo limitadas que son las fronteras en el caso de trastornos mixtos,
fruto de la combinación de histeria y adicción, como es el caso de la anorexia. El
pronóstico siempre es malo, porque la renuncia aquí es doble.

La anorexia se inicia prácticamente siempre en sus «raíces histéricas». En la fase de


la adolescencia, las muchachas descubren cómo pueden manipular, castigar,
chantajear, escandalizar y, en cualquier situación, conseguir lo que ellas quieren
(todo un placer caído del cielo para una púber). Sólo con hacer huelga de hambre,
cosa que sin duda les parece oportuna para conseguir una figura esbelta, obtienen
un poder inmediato sobre sus familiares con el que nunca se habrían permitido
soñar. El padre autoritario tiene que reprimir sus comentarios sobre los estudios
echados a perder y reza de rodillas para que su hijita se coma un platito de sopa. La
madre, que siempre había estado ocupada, desatiende las labores de la casa y a los
otros hijos, y habla durante horas con su cada vez más delgada hija... ¿Qué más se
puede pedir? Se van convirtiendo en las personas más importantes, en torno a las
cuales gira toda la familia, cuyos deseos se cumplen al momento, cuyo capricho de
tragarse o no un bocado genera todo un «circo» a su alrededor. Y se pueden vengar
de manera exquisita de todos y cada uno de los «pecados» paternos o de lo que
ellas consideren como tales en su etapa de cambio. ¿Qué persona con inclinaciones
histéricas y carácter inmaduro puede resistirse ante tal seducción?

Pero esta persona se desploma con los demás en la fosa que ella misma ha cavado
para ellos: la raíz de la adicción la atrapa. El ayuno prolongado tiene consecuencias
somáticas y psíquicas. Psíquicas en tanto que, tras el tiempo de hambre atroz,

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Logoterapia 184

irrumpe un período de bienestar eufórico que es ya la expresión de señales falsas del


cerebro. Los centros del hambre, de la saciedad y los hormonales están alterados,
las proporciones del cuerpo ya no se perciben correctamente, la llegada de la comida
se vive como un agobio desagradable y una «agilidad» y una fuerza (momentánea)
nunca imaginadas se extienden por el organismo, el cual se vuelve adicto a ellas.
Los biólogos interpretan estas señales nerviosas, agradables pero falsas, como un
indulto que otorga la naturaleza a los seres vivos que se están muriendo de hambre
para ahorrarles dolores y ofrecerles las últimas fuerzas que puedan quedar para la
búsqueda de alimento.

Las muchachas, que se encuentran deliciosamente ágiles y fuertes, no se dan la


menor cuenta de que deben deshacerse de esta valiosa herramienta de poder y
presión, ni tampoco se pueden imaginar que se hallan al borde de la muerte.
Boicotean los intentos de alimentación artificial en las clínicas y se deleitan con el
desamparo manifiesto de médicos y padres. Cuando, finalmente, se desmoronan, ya
es demasiado tarde para rescatarlas.

Hablemos ahora de la doble renuncia, ese camino escarpado que conduce a la


curación. Se trataría de una renuncia a los medios de poder y al sentimiento de
euforia. La primera renuncia se puede introducir mediante una separación de la
familia, siempre que la dramaturgia histérica no continúe en la residencia o el piso de
estudiantes. De vez en cuando, los intercambios educativos, los viajes o los
contactos sociales nuevos también contribuyen a abrir oportunidades. La segunda
renuncia se puede proponer a través de un compromiso y un interés particulares,
siempre que todavía queden fuerzas. Si una chica quiere destacar en el deporte,
pero se hunde tras una hora de entrenamiento, se animará a comer (en contra de su
voluntad). Si quiere hacer de monitora de un grupo de peregrinos durante las
vacaciones, pero no le dejan por falta de peso suficiente, se acostumbrará a un par
de kilos de más. Se trata, por lo menos, de destellos de esperanza. Una «existencia

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Logoterapia 185

para algo o para alguien», tal como Frankl describió la capacidad humana de
autotrascendencia, podría arrancar a las anoréxicas de los brazos de la muerte.

Pero de este modo no retornan automáticamente a la vida normal, porque los centros
del hambre y de la saciedad alterados en el cerebro no se recuperan o, en cualquier
caso, no lo hacen rápidamente. Antes, las anoréxicas deberán pasar unos años
comiendo como un despertador, es decir, poniéndose algo en el plato por la mañana,
al mediodía y por la noche y comerlo sin tener ganas o sin experimentar ningún tipo
de satisfacción. La regulación hormonal también exigirá un elevado esfuerzo para
estabilizarse.

Algo mejor lo tienen los pacientes que padecen ataques de sobrealimentación y


vómitos (bulimia). En general, las dos raíces patológicas antes citadas no se dan en
este cuadro. Los pacientes sólo son «débiles» en la renuncia y quieren tenerlo todo a
la vez: una esbeltez atractiva y una alimentación ilimitada. Entonces se inventan la
misma solución que los ricos y apoltronados romanos de la Antigüedad: comer lo que
el cuerpo aguante y vomitarlo después. Ello genera una costumbre desagradable de
la que es tan difícil salirse como de morderse las uñas o retorcerse el cabello. Las
encías se inflaman a causa de los jugos gástricos que regurgitan al vomitar y los
eventuales compañeros se mantienen a distancia. De no ser así, el malestar no es
muy elevado, a no ser que se utilicen productos laxantes, los cuales pueden ser
perjudiciales.

Quien de verdad desee acabar con la bulimia, deberá empezar renunciando al


vómito. Si entonces aumenta de peso y no le gusta, deberá reducir su alimentación.
A una de mis pacientes le dije que colgara un cartel en el lavabo que dijera: «Vomito
porque quiero seguir enferma». Antes de cada vómito tenía que mirar el cartel. «Si la
frase es correcta, ¡vomite! —le ordené—. Si no, abandone el lavabo
inmediatamente.» En la siguiente sesión, confesó que la frase le irritaba mientras
ejecutaba su hábito, porque, efectivamente, no quería permanecer enferma. «Usted

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Logoterapia 186

decide cada vez entre la salud y la enfermedad. Piénselo cada vez que se meta el
dedo en la boca», le aconsejé. Todavía pasaron unas semanas de lucha interna,
pero la paciente salió victoriosa y descolgó el cartel...

Los trastornos de la conducta alimentaría son desconocidos en los antiguos países


de la Europa del Este y el Tercer Mundo. Allí son un «lujo» y, por triste que parezca,
también aumentan en el lujo, porque bajo la superficie de estos trastornos subyace
un desprecio hacia los alimentos, cuya importancia no se valora en los lugares donde
no escasean. Y, todavía más profundamente, subyace un desprecio hacia personas
próximas que se ven sumidas en la compasión.

Una chispa de amor y perdón hacia los padres sofocaría la anorexia desde su origen.
Una pizca de lástima por los que se mueren de hambre en este mundo atajaría la
bulimia. Un soplo de agradecimiento al Creador por un cuerpo sano podría hacer
arrancar de cuajo dos raíces patológicas al mismo tiempo.

5.9 Evitar las lesiones iatrógenas

¿Cómo puede llegar a formarse un cuadro tan particular como la neurosis iatrógena,
desencadenada por una conducta terapéutica fallida? El punto de partida es la ya
mencionada propensión de los amenazados por una neurosis a mostrarse inseguros
con facilidad. El resultado es una alta necesidad de apoyo y, a menudo, una cierta
creencia de autoridad que, a pesar de que hoy en día está en retroceso, pone al
descubierto la misma «falta de ego» en relación con su influenciabilidad y la falta de
opinión personal. Es como un cable eléctrico cuyo aislante es tan fino que el propio
alambre queda al descubierto en ciertos puntos. Por aquí se introduce la apreciación
descuidada y desafortunada del médico o terapeuta, quien puede esconder una
concepción del hombre algo dudosa, a lo cual el neurótico reacciona y se produce el
«cortocircuito».

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Logoterapia 187

Ya conocemos la regla fundamental del procedimiento terapéutico:

Hay que prestar ayuda, pero no eximir de responsabilidad.

En el caso de lesión iatrógena sucede lo contrario: el paciente no encuentra ninguna


ayuda pero sí una posibilidad para declinar su responsabilidad, lo cual conduce su
evolución por derroteros nocivos. Constantemente se repite el argumento —incluso
por especialistas de primera línea— de que, en la vida mental del ser humano, «la
enorme masa inconsciente solamente está cubierta por una delgada capa
consciente» (Freud) y que, debido a ello, hay que dudar de la responsabilidad de la
persona y, especialmente, de la del neurótico. Frankl decía al respecto que la idea de
una relación tan sumisa del yo con el ello se podría comparar con la idea de que un
juez decrépito no podría condenar a un acusado de complexión atlética. De la misma
manera que el poder judicial no se basa en la fuerza bruta, el yo capaz de decidir
libremente tampoco se puede dejar dominar por las poderosas fuerzas pulsionales, a
no ser que decida que éstas dominen.

Según la logoterapia, los pacientes que son conducidos por el tratamiento


psicoterapéutico a capitular, directa o indirectamente, ante sus conflictos y complejos
inconscientes y regalar su libertad espiritual y su responsabilidad, sufren serios
daños iatrógenos. Con el fin de evitarlos, he confeccionado una lista de los seis
errores terapéuticos más frecuentes para que el especialista pueda ponerse a salvo
de estos «escollos iatrógenos» y el paciente pueda abrir los ojos y ver que tiene
derecho a que le «ayuden a curarse», pero no a que le den una excusa basada en la
dinámica de las pulsiones para cada travesura cometida. He aquí la lista:

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Logoterapia 188

ERRORES TERAPÉUTICOS MÁS FRECUENTES

1. Demostrar más interés por los trastornos del paciente que por sus áreas
vitales intactas

Un interés prioritario del terapeuta por los distintos trastornos de su paciente hace
que éste se identifique todavía más a sí mismo como una persona enferma. De este
modo, se corre el serio peligro de que el paciente, a partir de esta apreciación de «no
ser normal», desarrolle más trastornos mentales.

Al respecto, Frankl señala que: ¿Podemos ahora dar un sentido al hombre


existencialmente frustrado actual? Lo que deberíamos es estar contentos si la
indoctrinación reduccionista aún no ha arrebatado el sentido al hombre actual. (p,
39).

Imaginemos a una madre que va a ver a un psicólogo porque su hijo hace los
deberes de mala gana y porque tiene otras dudas sobre su educación. El psicólogo
se informa sobre el pasado del hijo desde su nacimiento y busca sucesos llamativos
que puedan ser causantes de alguna patología. La madre le dice que el niño lloraba
mucho cuando era bebé, y el terapeuta hace un gesto significativo con la cabeza;
una caída sufrida a los cuatro años le interesa particularmente y cuando escucha que
el niño se pelea a todas horas con sus hermanas, empieza a tomar notas
celosamente. Esta conducta del terapeuta hace que la madre considere que su hijo
es un «caso problemático». Al final, la mujer se va a casa con más preocupaciones
o, incluso, rechazo hacia el hijo, que antes de entrar a la consulta.

Por supuesto, en la familia pueden darse relaciones entre los datos del pasado y la
situación actual de los deberes, pero éstas deben averiguarse con cautela. Ante todo
es importante —en el sentido de un «cambio de diagnóstico»— preguntar también
por las predisposiciones positivas del hijo, por los momentos de armonía que se
viven en la familia, etc. Escudriñar solamente en lo negativo de un currículo no es

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Logoterapia 189

más que una encuesta deprimente, hostil y absurda, porque su parcialidad sólo saca
a la luz deficiencias y menoscaba la esperanza.

2. Tomarse trágicamente los sucesos fatídicos de la vida del paciente

Tomarse trágicamente los sucesos fatídicos intensifica la compasión del paciente


hacia sí mismo, sumiéndolo en el papel pasivo de «víctima de sus circunstancias» y
paralizando su disposición para colaborar en el proceso de curación.

Más estrés que en Auschwitz no hubo en ninguna otra parte, y precisamente allí
desaparecieron de sopetón las típicas patologías psicosomáticas que tanto
gusta atribuir al estrés. (p. 40).

Alguien busca consejo, por ejemplo, sobre su falta de confianza en sí mismo y


explica, por casualidad, que hace unos años tuvo un accidente de tráfico en el que
los bomberos tuvieron que sacarle con sierras de entre los restos del coche. A
consecuencia de ello, el terapeuta sobrevalora el tema «accidente». Explica que un
shock de tales características permanece latente durante mucho tiempo en el
inconsciente, e insta al paciente a que se vuelva a meter mentalmente entre los
restos del coche y describa con detalle el estado en que se encontró entonces. Al
mismo tiempo, la angustia vivida también se refresca y, posiblemente, el paciente,
tras la sesión, duerma mal por las noches y se despierte en un baño de sudor. Con
ello sólo se consigue una inseguridad adicional y totalmente innecesaria que apenas
elevará la confianza en sí mismo del paciente.

Por supuesto que a todos nos deja una huella vivir un terrible accidente; pero ¿quién
nos dice que no pueda propiciar igualmente una valiosa transformación, que no
alimente el sentimiento de haber nacido de nuevo? Por el contrario, la
autocompasión es un terreno infecundo, en él no crece nada.

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Logoterapia 190

3. Emitir pronósticos negativos que no sirvan para advertir

El peligro de una predicción negativa reside en que pone en marcha una serie de
mecanismos de retroalimentación e intensificación que hacen realidad la predicción,
debido a que ya no se moviliza ningún «poder de obstinación del espíritu». Los
pesimistas tienen, efectivamente, motivo para el pesimismo, porque sus expectativas
negativas llaman a lo negativo. Pero el proceso inverso no funciona, es decir, un
motivo para el pesimismo no genera obligatoriamente personas pesimistas. Al
contrario, un verdadero motivo para el pesimismo acostumbra a ser el punto de
inflexión para una saludable reacción obstinada. “Si el deseo es el padre proverbial
del pensamiento, el temor es la madre del acontecimiento patológico”. (p. 41).

Un alcohólico, cuyo seguimiento tuve a mi cargo, llevaba ya dos años «sin probar
una gota», pero no podía encontrar ningún empleo. Al final le ofrecieron un puesto
mal pagado en una oficina. El médico que lo controlaba regularmente le disuadió de
aceptar la oferta argumentándole: «Si se frustra, empezará de nuevo a beber».

Esta declaración bienintencionada del médico era una lesión iatrógena para el
paciente. Porque, ¿quién es nadie para proteger a este hombre de todas las futuras
frustraciones de su vida? Todavía se enfadará, se disgustará y se preocupará cientos
de veces más en su futuro. ¿Y entonces qué? ¿Deberá (por prescripción facultativa)
volver a empinar el codo...? No. Tal regla no debió plantearse. Cualquier persona
está en disposición de soportar frustraciones sin recurrir a la droga, y un exalcohólico
tiene que dominarse de verdad, porque, de lo contrario, está perdido.

Por este motivo, recomendé encarecidamente a mi paciente que aceptara el puesto


de trabajo y afrontara con valentía las frustraciones sin temerlas y sin, a pesar de
ellas, flirtear un solo minuto con el alcohol. La evolución del caso me dio la razón: el

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Logoterapia 191

hombre no recayó y, finalmente, se alegró de no haberse convertido en un caso de


asistencia social.

4. Comunicar un diagnóstico sin explicar su significado práctico

«Una de las enfermedades más extendidas es el diagnóstico.» Esta sabia frase de


Karl Kraus también se puede aplicar en psicoterapia. Cuando se emiten diagnósticos
como «psicosis esquizo-afectiva» o «síndrome de personalidad borderline» delante
de los pacientes sin explicarles qué significado tienen para su futuro y sus
perspectivas de curación, los afectados se perturban y se confunden, y la mayoría
atribuye a lo no comprendido unos temores aún mayores de lo que correspondería.
No se puede evitar que los enfermos sepan que están enfermos, pero lo que cuenta
es cómo lo saben y qué se dice sobre su enfermedad. “Debo confesar que de ningún
modo estoy convencido de que el conocimiento a toda costa de cualquier
enfermedad sea algo saludable”. (p. 42)

Una vez tuve ante mí a una paciente que había recibido cuatro diagnósticos distintos
de sendos terapeutas, y conmigo quería hacer un último intento para saber qué era
lo que en realidad le pasaba. Los diagnósticos que traía eran: depresión endógena,
depresión reactiva, dolencia psicosomática y neurosis. En el trasfondo de estos
diagnósticos se hallaba el malestar de la mujer por haber sido despedida del trabajo
dos veces en poco tiempo, lo que le hizo desarrollar estados nerviosos y trastornos
del sueño. Ella creía que debía haber algo en su interior que le hacía ser tan
desgraciada; que quizás «no estaba muy bien de la cabeza». Los distintos
diagnósticos tampoco contribuían a que su malestar remitiera.

Para tranquilizarla, le expliqué que tanto su infelicidad como su trastorno del sueño
eran perfectamente comprensibles a tenor de su situación. Le dije que no tenía
ninguna enfermedad mental, pero que debía procurar que su hipersensibilidad no se

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Logoterapia 192

descontrolara, porque ello podría empujarla de verdad a sufrir trastornos neurótico-


depresivos.

Esta paciente necesitaba una profilaxis neurótica en forma de orientación alentadora,


unas vacaciones de desreflexión (hizo un viaje de una semana a Egipto que le sentó
muy bien) y una ligera corrección de su actitud ante el trabajo; no necesitaba nada
más para volver a estabilizarse.

5. Permanecer en silencio en el momento equivocado

Un terapeuta escondido tras una máscara impenetrable que impide al paciente


reconocer lo que pasa por su mente está negando el trato de persona a persona. Sí,
encima, responde con silencios, réplicas o mimetismos a las inquietas preguntas de
su paciente, creará en él un sentimiento de incomprensión o abandono más
perjudicial que beneficioso. “En determinadas circunstancias, puede resultar igual de
dañino hablar demasiado que guardar silencio, porque cuando el médico guarda
tantos secretos...” (p. 43).

Cuando mi hijo era todavía un niño, fui una vez al médico de cabecera para que le
mirase una erupción cutánea que le había salido en el pecho. Tras pasar varias
horas en la sala de espera, nos permitieron entrar. Desvestí a mi hijo y el médico
miró la erupción. A continuación, sin terciar palabra, se sentó ante su escritorio,
extendió una receta y me la dio, murmurando que tenía que aplicar la pomada
prescrita en la zona afectada por la mañana y por la noche. Entonces me enfadé,
porque yo quería saber qué era aquella erupción, cómo había salido y cuáles eran
las posibilidades de curación.

Desde entonces puedo comprender muy bien cómo se siente a veces un paciente
que, cuando va al psicólogo, tiene que responder a una cantidad de preguntas cuyo

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Logoterapia 193

sentido no vislumbra y, al final, abandona la consulta sin la menor indicación acerca


de su estado.

El terapeuta tiene la obligación de dar respuestas al paciente, eso sí, utilizando un


lenguaje adecuado a su nivel de comprensión. A este respecto, las metáforas o las
historias ilustrativas pueden ser útiles para explicar el significado más profundo de
determinadas indicaciones. Por mi experiencia puedo afirmar que a los pacientes se
les puede exigir muchísimo y que se suman audazmente a la terapia con sólo
explicarles humanamente por qué se les exige esto o aquello. Sin embargo, si el
terapeuta se limita a escuchar y guardar silencio, que no se sorprenda cuando los
pacientes le ofrezcan resistencia.

6. Hacer interpretaciones imprudentes y emitir hipótesis sin garantías

Un elevado porcentaje de las interpretaciones psicológicas se convierte en «dramas»


porque la joven ciencia de la psicoterapia nunca ha divagado tanto como en este
terreno. Además, las interpretaciones erróneas están relacionadas casi siempre con
desvalorizaciones reduccionistas. Destrozan algo sin reponerlo. “Hay idiotas que
únicamente se han vuelto idiotas porque una vez un psiquiatra los tomó por tales”. (p.
44).

Para ilustrar la absurdidad de un gran número de hipótesis psicológicas, valga una


cita de lo que publicó en una revista deportiva el estadounidense Ernest Dichter,
psicólogo e investigador de la motivación, acerca de la cada vez más extendida
moda de esquiar sobre nieve virgen fuera de pista. Dichter escribió lo siguiente:
«Esquiar sobre una pendiente de nieve virgen satisface el instinto de desfloración
arraigado en el inconsciente del ser humano». El autor explicaba que, actualmente,
esta pulsión no se satisface porque prácticamente no queda ninguna virgen «en el

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Logoterapia 194

mercado» y, en consecuencia, su abreación se produce allí donde todavía «se puede


ser el primero», o sea, esquiando sobre nieve inmaculada...

Aparte de la evidente ridiculez de esta afirmación, también debemos fijarnos en la


tendencia desvalorizadora que encierra. No se sube a una montaña por la belleza del
lugar, por experimentar la tranquilidad de la naturaleza, por el reflejo de los rayos de
sol en los blancos cristales de hielo, por el silencio imponente de un paisaje aislado o
por la majestuosa visión de las cumbres nevadas. ¡Nada de eso! Se sube a la
montaña para desahogar un instinto que hierve en secreto y, de este modo,
recuperar para el alma la satisfacción homeostática... ¡Qué explicación tan pobre y
poco digna del ser humano!

Por ello, debemos ser escépticos ante cualquier interpretación. A un paciente


conocido mío le convencieron de que tenía un complejo de castración después de
haber soñado con cuchillas de afeitar; a otro, que era locutor de noticias en la radio,
le hicieron creer que había elegido esta profesión para saciar sus necesidades
exhibicionistas. Todo esto no son más que arriesgadas acometidas terapéuticas que
degeneran fácilmente en lesiones iatrógenas.

La propensión del individuo a «lo reactivo sobre lo negativo», es decir, a efectos


retroactivos psicosomáticos, se demuestra en un estudio realizado en la Universidad
de Essen por Horst Merschein, quien ha investigado la «transmisión de
enfermedades por televisión». Cada vez que en un programa de televisión se
describe una forma patológica cualquiera, a los pocos días se acumulan en las
consultas médicas las admisiones de pacientes nuevos que presentan los síntomas
correspondientes a esas enfermedades, y no se trata de síntomas imaginarios, sino
reales. Si pensamos en el poder de tales influencias mentales, nos daremos cuenta
de la enorme responsabilidad que adquieren las intervenciones terapéuticas.

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Logoterapia 195

5.10 El acompañamiento de enfermos somatógenos/endógenos

Estamos tratando el tema de la «modulación de la actitud respecto a lo negativo» y


hemos hablado del tratamiento terapéutico de neurosis reactivas con la ayuda de
cuadros clínicos de histeria, adicción y lesiones iatrógenas. A continuación, después
de un breve comentario acerca de las (pseudo)neurosis somatógenas, nos
centraremos en un apartado todavía más serio: el acompañamiento terapéutico de
apoyo a pacientes que padecen enfermedades corporales graves o psicosis. Su
sufrimiento es su somatogénesis, es decir, la génesis de la enfermedad en la
dimensión somática de la persona.

También es perfectamente posible que se trate de un efecto, pero no del


efecto de lo psíquico en el área somática, sino, al revés, del efecto de lo
somático en el área psíquica. Como ya sabemos, estas patologías son
psicosis ex definitione; pero en la situación concreta donde hablamos
específicamente de (pseudo) neurosis somatógenas, se trata ante todo
de disfunciones de tipo vegetativo y endocrino que, de vez en cuando,
transcurren de manera monosintomática y cuyo monosíntoma es,
precisamente, psíquico. Y en esta situación, naturalmente, no habría
lugar a calificar tales patologías de psicóticas. (Frankl, 45).

Las (pseudo)neurosis somatógenas, que Frankl definió como disfunciones y


diferenció claramente de las psicosis, ocasionan en el área psíquica ciertos estados
de angustia y malestar. También se dividen en cuatro grupos: (pseudo) neurosis
baseowoides, addisonoides, tetanoides y síndromes vegetativos, de los cuales hay
dos grupos, simpaticotónicos y vagotónicos. Dependiendo de la etiología, se hará
necesaria la correspondiente medicación para eliminar las causas somáticas y,
simultáneamente, los efectos psíquicos. Lo importante es que la patología se
reconozca ante todo como somatógena, de lo que se deduce que el tratamiento
logoterapéutico sólo se podrá practicar en una terapia mixta psicosomática.

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Logoterapia 196

Desconocer el origen somático de estos trastornos y proponer solamente


conversación terapéutica supondría un craso error médico.

Si ahora dejamos de lado momentáneamente las neurosis y nos ocupamos de las


enfermedades somáticas es porque pasamos de una dolencia corregible (la mayoría
de las veces) a una dolencia inevitable. En logoterapia se presta mucha atención al
homo patiens, al destino inevitable de la persona doliente. Ayudarla y consolarla es
tarea de la «cura de almas médica» —tal como la llamó Frankl—, cuyo objetivo
consiste en proporcionar a la persona enferma o necesitada (en el plano inmanente)
un apoyo espiritual que la preserve del malestar. Se puede combinar perfectamente
con la cura de almas religiosas, que remite al plano trascendente.

5.11 Incapacidades por trastornos somáticos graves

Las operaciones de cáncer, amputaciones o parálisis, entre otras, son catástrofes


que hacen temblar todo el pasado y el futuro de una persona. El ser efímero advierte
duramente su transitoriedad y se espanta ante la muerte. Sin embargo, el organismo
del enfermo o discapacitado físico aún es capaz de mantener las funciones vitales si
el estrés afectivo que le sobreviene, y que debilita su estado inmunológico, todavía
es leve. Con un buen estado de ánimo, la persona posee el máximo de defensas
contra la creciente caída de fuerzas que se puede producir en su situación. Las
madres presienten instintivamente estas situaciones y, por ejemplo, leen a sus hijos
enfermos cuentos entretenidos para mantenerlos de buen humor. Sin embargo, en la
edad adulta, el estado afectivo sólo será en principio positivo si el enfermo
experimenta su existencia como llena de sentido a pesar de la enfermedad. Para
ayudarle a que lo consiga, la cura de almas médica de Frankl se ocupa de la
«percepción espiritual» del enfermo: ¿qué percibe esencialmente el enfermo?

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Logoterapia 197

Todo enfermo grave o discapacitado físico tiene un espacio libre perdido (por
ejemplo, ya no puede caminar) y un espacio libre todavía disponible (por ejemplo,
puede desplazarse en silla de ruedas). El decide en lo más profundo de su ser cuál
de los dos espacios se encuentra en el centro de su «percepción espiritual». Si es el
espacio perdido, estará triste, se sentirá injustamente castigado, se compara con los
sanos, lo cual le pondrá aún más triste y no tardará en considerar todo esfuerzo un
sinsentido, porque creerá que nada podrá devolverle lo perdido. Si, por el contrario,
en el centro de su «percepción espiritual» se halla lo que tiene a su disposición, se
alegrará y se mostrará abierto para hacer de ello un uso lleno de sentido.

Pero para que un enfermo abra su «percepción espiritual» hacia el espacio


disponible, deberá renunciar a una hipótesis que, por desgracia, comparten muchas
personas y que dice: «Eso no va conmigo». En realidad, no hay ningún derecho a
nada, ni a una vida sana, ni prolongada, ni agradable. Al contrario, la vida es un
enfrentamiento constante con los hechos del ser, y la vida humana, entendida como
la que se distingue por su dimensión espiritual, significa dar respuesta a cada uno de
esos hechos. Un enfermo grave debe dar respuesta a su enfermedad, como un
discapacitado físico a su incapacidad... Y la mejor respuesta la puede descubrir cada
uno en el espacio libre que todavía conserva. Por eso hay personas que viajan o
juegan al fútbol en silla de ruedas: porque ofrecen respuestas heroicas a su destino y
contemplan su espacio libre. En cambio, otras se quedan en casa dándole vueltas a
su exclusión del deporte.

La propia vida es la que plantea preguntas al hombre. Él no tiene que preguntar,


él es más bien el preguntado, el que tiene que responder a la vida, el que tiene
que hacerse responsable de ella. (Frankl, 46).

En el acompañamiento a enfermos graves y discapacitados físicos podemos aplicar


las reglas siguientes:

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Logoterapia 198

1. El paciente debe abandonar la hipótesis del derecho, porque a menudo suele ser
más persistente de lo que se piensa.

2. Desviar la «percepción espiritual» del paciente hacia el espacio libre aún


disponible, porque suele ser mayor de lo que se piensa.

3. Indicar las posibilidades de sentido en el espacio libre, porque allí suele haber más
de lo que se piensa.

Si los tres pasos funcionan, el enfermo volverá a albergar esperanzas. Quizás no la


esperanza de curarse, pero sí, al menos, la de poder llevar, a pesar de la
enfermedad, una vida llena de sentido durante el tiempo que le queda. Esta
esperanza mejora su estado afectivo y, con él, su estado inmunológico.

Uno de los ejemplos más bellos de modulación de la actitud «al estilo socrático» nos
lo ha legado Frankl en la trascripción de un diálogo que mantuvo con un amputado
de una pierna quien, tras la operación, debía hacer sus primeros intentos de andar
con una sola extremidad:

Ayudado por mí, bajó de la cama y empezó a duras penas a dar saltitos por la
habitación con una sola pierna, como si fuera un gorrión. En ese instante, se le
saltaron las lágrimas. Aquel venerable anciano conocido en todo el mundo, y que
yo sostenía con mis manos, lloraba como un niño. «No podré soportarlo. ¡No
tiene sentido vivir como un inválido!», lloriqueaba. Entonces, le miré a los ojos y
le pregunté muy en serio: «Señor presidente, ¿tiene la intención de convertirse
en velocista o corredor de fondo y hacer carrera como tal?». Me miró
sorprendido. «Sólo entonces —proseguí— podría entender su malestar y sus
palabras. Pero si así fuera, ya habría fracasado, y toda la vida que le queda
carecería de sentido. Usted ya no será famoso ni como velocista ni como
corredor de fondo. Y, además, ¿cree que para alguien como usted, que se ha
labrado una vida llena de sentido, es famoso y se ha forjado un nombre en su
especialidad, cree que para un hombre así la vida ha perdido todo sentido sólo

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Logoterapia 199

porque le han quitado una pierna?» El hombre comprendió enseguida lo yo


quería decir y una sonrisa se dibujó sobre su rostro en lágrimas. (Frankl, 47).

5.12 Incapacidades por trastornos psicóticos

Las psicosis son patologías psíquicas graves con base somatógena («endógena»)
que también restringen de manera considerable el espacio libre de los enfermos. Por
un lado, éstos se hallan presos de la espada de Damocles de la tara hereditaria que
cuelga sobre las cabezas de generaciones. Por otro lado, la enfermedad puede
declararse repentinamente, con o sin factores desencadenantes (como el estrés o los
cambios hormonales), y sin posibilidad de impedirlo. A todo ello se añade el peligro
de recurrencias progresivas de fases mórbidas que perjudican seriamente la
personalidad. Por último, existe también el peligro (principalmente en la
esquizofrenia) de que la patología progrese hasta la desintegración de la
personalidad y la enajenación mental total.

Además, existe una enorme diferencia con respecto a una patología puramente
corporal. En el enfermo somático o discapacitado, las dimensiones noética y psíquica
pueden responder al unísono. Así, como hemos mencionado antes, si este enfermo
tiene una esperanza de sentido en su vida, su estado psíquico también será bueno.
Sin embargo, en el enfermo psicótico, las dimensiones noética y psíquica han de
«desacoplarse» por completo. En ese caso, todavía se pueden tener esperanzas en
lo espiritual, aunque el duelo en lo psíquico es inamovible, como ocurre, por ejemplo,
en la depresión endógena; y esto es muy difícil de superar.

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Logoterapia 200

Por consiguiente, la modulación de la actitud en las psicosis se desarrolla a partir de


una regla número 1 distinta. No hay que modificar la hipótesis del derecho (que, de
todos modos, en las patologías psicóticas está deformada a causa del
desconocimiento de la realidad), sino que hay que aflojar la unión psique-espíritu
para que el paciente, como persona espiritual, no se entregue por completo a los
«espejismos» de su psique. Aquí, el antagonismo noo-psíquico adquiere relevancia
terapéutica.

La logoterapia en (1) las psicosis (no existe ninguna logoterapia de las psicosis) es,
esencialmente, una terapia sobre lo que queda sano, que en realidad es el tratamiento de la
actitud de lo que queda sano en el enfermo frente a lo que ha enfermado en la persona;
porque lo que ha quedado sano no es susceptible de enfermar y lo que ha enfermado no es,
en el sentido de una psicoterapia (¡no sólo de la logoterapia!), susceptible de tratamiento
(sino que sólo es abordable por una terapia simultánea). (Frankl, 48)

A continuación, explicaremos las posibilidades de las modulaciones de la actitud —


es decir, del «tratamiento de la actitud en lo que ha quedado sano»— en las dos
formas psicóticas más frecuentes: la depresión endógena y la esquizofrenia.

5.13 La depresión endógena

Los «espejismos» en la depresión endógena consisten en tristeza sin motivos,


rigidez mental, angustias de futuro sin contenido, pasividad, quejas improcedentes
hacia uno mismo y, en general, la impresión de no estar nunca a la altura de las
exigencias cotidianas. Este engaño emocional se genera a través de una carencia
transitoria de neurotransmisores en las sinapsis de las células cerebrales que impide
la transmisión de impulsos nerviosos importantes. Esta carencia se manifiesta en
mayor medida por las mañanas, cuando el flujo de neurotransmisores apenas puede
«ponerse en marcha» tras el «declive nocturno». Por ello, las curas que evitan este

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Logoterapia 201

«declive», como la de abstinencia del sueño, entre otras, registran resultados de


curación bastante buenos.

Los antidepresivos son inevitables dependiendo de la gravedad de la enfermedad.


Además, el paciente puede aprender a identificar sus «espejismos» como tales y
distanciarse espiritualmente de ellos un poco. Esto no reduce la tristeza, pero corrige
la actitud hacia ella y hacia la dolencia (que es cíclicamente recurrente). Frankl se
sirvió en sus libros de una analogía según la cual la tristeza sin motivos de la
depresión endógena altera la visión del horizonte de sentido de la vida igual que una
nube impide ver el sol y, por consiguiente, se puede y se debe esperar, con la misma
tranquilidad, a que la nube psíquica se disipe, con la confianza puesta en que la luz
de una existencia llena de valores vuelva a brillar con la misma intensidad que antes.
Un paciente que se decide a adoptar esta actitud soporta mucho mejor las fases
depresivas, porque se mantiene espiritualmente alejado de su oscuro remolino. Y
aunque, desde su tristeza, no confíe nunca en que llegarán tiempos más sanos, en
su interior centellea una chispa que sueña desde la luz.

5.14 La esquizofrenia

Los «espejismos» en la esquizofrenia consisten en ideas delirantes, estimaciones


erróneas de la realidad, sentimientos de cambio de identidad, ideas de persecución
y, en general, la impresión de ser antes objeto (por ejemplo, de influencias externas)
que sujeto. Este engaño cognitivo está provocado por trastornos en el metabolismo
de las células del cerebro por una contracción de las membranas que dificulta a las
células nerviosas la excreción de residuos. En la esquizofrenia, la propensión a la
contracción de membranas es hereditaria, a diferencia de en la paranoia senil y la
demencia senil, en las que está causada por concreciones, y que también puede ser
virulenta en personas jóvenes.

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Logoterapia 202

Un suministro oportuno de narcolépticos es indispensable para frenar la evolución de


la enfermedad. Desgraciadamente, el enfermo es incapaz de identificar sus
«espejismos» porque carece de la comprensión de la enfermedad. Debido a ello, la
última oportunidad que le queda es corregir la actitud dentro del espejismo. El
terapeuta debe introducirse en el ideario irreal del enfermo para desactivar todo lo
que pueda serle dañino, porque incluso en este mundo deformado de ideas
delirantes existe un margen de maniobra espiritual. De esta manera, el enfermo
podrá atacar a sus supuestos enemigos o bien perdonarlos generosamente; por
supuesto, se abogará por el perdón. El enfermo también podrá divulgar a los cuatro
vientos sus locas ideas o bien considerarlas como un secreto íntimo entre él y su
médico; naturalmente, se favorecerá el mantenerlas en secreto.

Con ello no se cambia nada desde el punto de vista médico, pero, en la práctica,
estas modulaciones de la actitud permiten al enfermo llevar una vida discreta y casi
normal en el entorno habitual.

En las psicosis se presentan «barreras de sentido» psicofísicas, por lo que sería


inoportuno hacer una llamada a la «voluntad de sentido». En el depresivo endógeno,
una llamada de este tipo únicamente aumentaría sus sentimientos irracionales de
culpa, mientras que en el esquizofrénico podría derivar fácilmente en una «voluntad
de sinsentido», porque este enfermo tiene problemas para mantener separado el
sentido del sinsentido. Por su parte, al psicótico —a diferencia del neurótico— habrá
que tratarlo para que sea consciente de que está enfermo (y de que no es
responsable de estar enfermo), ante lo cual no tendrá más remedio que soportarlo
con paciencia y dejar que pase lo antes posible. Pero, simultáneamente, también se
puede hacer una llamada al «poder de obstinación del espíritu» del paciente, ese
espíritu que puede arrebatar al cuadro clínico los últimos espacios libres que quedan
y extraer de ellos posibilidades de sentido aún mayores.

Por lo tanto, las tres reglas para el trato con pacientes psicóticos son las siguientes:

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Logoterapia 203

1. Identificar o evitar el espejismo y desactivar el engaño adoptando actitudes


positivas dentro de éste.

2. Alentar al paciente para que aguante con paciencia las malas fases y desviar su
atención hacia las buenas épocas.

3. En las buenas épocas, indicar las posibilidades de sentido, las cuales podrían
incluso llegar a eclipsar de algún modo las malas fases.

Si se consigue dar los tres pasos, los episodios depresivos o la pérdida (parcial) de
realidad no se eliminarán, pero el paciente se encontrará con más fuerzas para
aceptar su vida. Como ya hemos dicho, la cura de almas médica es una propuesta
complementaria a la administración de fármacos.

Para ilustrarlo con un ejemplo, me gustaría mencionar el caso de una de mis


pacientes, que había sido derivada a mi consulta desde una clínica para someterse a
mis cuidados tras una última fase de depresión endógena. La mujer arrastraba la
enfermedad desde hacía seis años, coincidiendo con el inicio de la menopausia.
Durante este período había cometido cuatro intentos serios de suicidio, el último de
ellos bajo circunstancias extraordinariamente dramáticas: el perro de un
excursionista la descubrió entre la maleza de un bosque, donde yacía inconsciente
atiborrada de somníferos. Posteriormente, en los tres años que la tuve en tratamiento
—antes de fallecer a causa de un paro cardíaco— la paciente no cometió ningún otro
intento de suicidio.

Confeccioné el trabajo terapéutico con ella del siguiente modo. En primer lugar,
empezarnos a aprovechar intensamente las épocas sanas de su vida. Ella me
explicó que, en la posguerra, le había gustado mucho coser, y la alenté a que fuera a
un curso de modista en la universidad popular para refrescar sus habilidades. Al
poco tiempo, ya hacía patrones para amigas y vecinas, hecho que la llenaba de
satisfacción y le aportaba nuevos contactos sociales. Además, se apuntó a clases de

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Logoterapia 204

gimnasia para gente mayor, en las cuales tomó parte con reservas, al principio, pero
con ganas al final.

Lo segundo que hice con ella fue un entrenamiento preventivo para el caso (muy
probable) de recaída en un nuevo episodio depresivo. Aportando los argumentos
objetivos adecuados, le dije que, al primer indicio de llegada de «nubes depresivas»,
debía acercarse voluntariamente al hospital, donde le podrían ayudar a resistir con
entereza los peores momentos. Le comenté que no era ninguna deshonra si, de vez
en cuando, no se sentía en forma durante algunas semanas; que otras personas
tienen reuma o neurodermitis, y que ella tenía aquella dolencia. Por lo tanto, debía ir,
por así decirlo, «al balneario» para poder seguir viviendo normalmente. La adopción
de este modo de ver las cosas supuso una difícil modulación de actitud para ella,
porque en sus depresiones se había acostumbrado a quedarse en casa
consumiendo antidepresivos (sin prescripción médica), lo cual le hacía caer en un
sentimiento aún mayor de imposibilidad de hallar salidas. Pero, al final, a la paciente
le acabaron gustando las alternativas que le propuse.

La tercera medida terapéutica estaba dirigida a la profilaxis del suicidio. La paciente


tenía un hijo casi adulto que todavía vivía en casa. Le propuse que, por amor a él,
conservara la vida bajo cualquier circunstancia, pero no porque su hijo todavía la
necesitase urgentemente como madre —el joven era muy independiente—, sino por
otro motivo. Le expliqué que los hijos de suicidas viven bajo la amenaza constante de
acabar con sus crisis con la misma «receta». Es decir, estos hijos pierden de vista la
evidencia de que se está viviendo, por muy bien o mal que le pueda ir a uno en la
vida. Han tenido un modelo según el cual vivir no es evidente, y el modelo influye en
ellos —aunque no forzosamente.

¿Acaso quería la mujer que, si algún día su hijo tuviera una preocupación, éste
barajase la idea de hacerse daño? No, no lo quería. Por lo tanto, la desafié a
sacrificarse en cierta medida por él y a aguantar, a pesar de todo, «por la seguridad

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Logoterapia 205

de su hijo» en aquellos momentos en los que la vida no mereciera ser vivida. La


advertencia le llegó al corazón y, como hemos dicho antes, no cometió ningún acto
desesperado, a pesar de que, en el transcurso de los tres años de trabajo juntas,
todavía tuvo que visitar la clínica en dos breves ocasiones (inevitables) a causa de
sendas fases depresivas. Sé que no sólo resistió valientemente a estas dos fases,
sino que sus últimos tres años fueron, a pesar de la enfermedad, los más plenos de
su vida.

Llegados a este punto, quisiera comentar al lector especializado que las crisis
suicidas en depresiones endógenas alcanzan el mayor grado de peligro cuando la
fase depresiva llega a su fin. Por un lado, los pacientes todavía se encuentran
profundamente deprimidos y, por el otro, la fuerza de decisión, que en el punto más
bajo de la fase depresiva está como paralizada, se regenera, poniendo a los
afectados en disposición de matarse.

Por ello, la aparente mejoría del paciente al final de una fase depresiva no debe
inducir a una reducción de los cuidados médico-psicológicos. Esta fase final es el
momento más peligroso de todo el desarrollo patológico, pero también es el
momento en que se puede volver a apreciar aquella abundancia de valores vitales
que permanece íntegra en las épocas sanas del paciente.

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Logoterapia 206

5.15 Dominar los golpes del destino

La imagen del homo patiens no se completa sólo con las patologías corporales y
psicóticas. Hay golpes del destino que no consisten en una enfermedad, sino en una
pérdida; en una pérdida de valores, para ser más exactos. Ejemplos de ello son la
ruptura de una amistad, la separación matrimonial, el fallecimiento de un ser querido,
el final de una carrera profesional, los desengaños, los errores irreparables, las
pérdidas materiales, etc. Todos estos factores acarrean frustraciones espirituales
porque, como ya sabemos, los sistemas de valores están anclados en la dimensión
noética. Sin embargo, las frustraciones espirituales tienen sus efectos en lo psíquico
y lo somático; efectos tales como una aflicción tan grande (depresión psicorreactiva)
que quita las ganas de comer (reacción psicosomática). La frustración espiritual
aporta el motivo para la aflicción, y la aflicción es un estado emocional que influye a
su vez en el proceso alimentario, es decir, en lo corporal.

Hagamos aquí una pequeña digresión para explicar la diferencia existente entre
motivos y causas. Supongamos que sobre mi mesa hay virus de la gripe, los toco y
me contagio con ellos. En este caso, los virus son la causa de que yo contraiga una
gripe. Sin embargo, mi sistema inmunológico, si fuera lo suficientemente fuerte,
podría rechazar la infección. Pero imaginemos que se ha debilitado a causa de mi
mal estado anímico, porque el estado inmunológico «baila al mismo compás» que el
estado afectivo. Supongamos, además, que últimamente me pongo de mal humor y
tengo dificultades laborales o personales. Entonces, el enfado tiene como efecto mi
propensión a contraer la gripe. ¿Y por qué me enfado por cualquier insignificancia?
¿De dónde proviene mi constante insatisfacción e irritabilidad? Quizás no estoy
satisfecha con mi vida en general, considero mi actividad como un trabajo de Sísifo,
noto que estoy en el lugar equivocado, no sintonizo con mi conciencia, etc. En
resumen, no experimento una existencia llena de sentido y, debido a ello, soy infeliz.
Por lo tanto, todo esto sería un motivo para que el estrés psicológico o los pretextos
para el enfado o la aflicción pudieran influir negativamente en mi salud. En

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Logoterapia 207

consecuencia, la causa de que contraiga una gripe seguirán siendo los virus que hay
encima de la mesa, pero el motivo de mi propensión a la gripe sería mi urgencia
existencial.

Lo mismo ocurre a la inversa. Quien tiene un motivo para seguir sano no se ve


afectado por el enfado causado por cualquier pequeñez, porque se halla a salvo en
su disposición de ánimo positiva. En consecuencia, su enfado apenas tiene efecto
alguno sobre su sistema inmunológico y en raras ocasiones se desarrollará una
enfermedad si, por ejemplo, hay un virus de la gripe a su alrededor. Un ejemplo
clásico de ello son las madres de niños pequeños, las cuales, según las estadísticas,
son sumamente estables porque precisamente tienen un motivo preponderante por el
que seguir estando sanas.

Las causas no son lo mismo que los motivos. Cuando cortamos una cebolla, lloramos. Las
lágrimas tienen una causa, pero nosotros no tenemos ningún motivo para llorar Y cuando
estamos tristes y nos tomamos un whisky, estaremos menos tristes y el whisky será la causa
de ello. Pero el motivo por el que estamos tristes no se elimina con el alcohol. (Frankl, 49).

Otro ejemplo es el del tabaquismo. Fumar es la causa más frecuente de cáncer de


pulmón, pero ¿por qué motivo alguien fuma demasiado? Puede ser que lleve latente
una predisposición adictiva o que se sienta atraído a fumar por determinados
modelos. Sin embargo, debemos volver a preguntar: ¿por qué esta persona no
conoce ningún motivo de peso para renunciar a su hábito, ningún motivo para seguir
sana? En el ejemplo del fumador, el cuerpo refleja la decisión de la persona. El
fumador hace algo que le perjudica: está enganchado al tabaco, mientras que el
cuerpo hace algo que le perjudica: produce células cancerosas. Como vemos, buscar
motivos y fundamentos en la vida humana es, como mínimo, tan importante como
descubrir causas patológicas, cuando no, incluso, lo más importante.

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Logoterapia 208

Comparemos ahora la problemática de los golpes del destino, que no aportan


ninguna causa pero sí un motivo suficiente para un estado alterado, con las
enfermedades corporales y psicóticas.

En las enfermedades corporales graves se dan ambas cosas: una causa del estado
alterado del paciente por la lesión de su organismo y un motivo para no encontrarse
bien basado en la inminencia de la enfermedad y en la incapacidad de realizar las
actividades deseadas. En cambio, durante el brote psicótico o el estadio avanzado
de la enfermedad, sólo existe la causa, condicionada por factores neuroquímicos. El
enfermo psicótico no concibe ningún motivo para encontrarse mal por su
enfermedad, dado que su pensamiento está demasiado empañado por los
«espejismos».

Volvamos a los golpes del destino en los afectados. Si deseamos prestarles ayuda
psicoterapéutica, tendremos que ocuparnos de los motivos de su sufrimiento, los
cuales se basan, sin excepciones, en alguna pérdida de valores. Al principio se les
debe hacer entender que mediante la actitud adoptada ante esta pérdida de valores y
la manera de soportarla y aceptarla, podrían volver a crear valores nuevos en sus
vidas; valores que compensen en un «plano superior» la pérdida de valores sufrida.
Esto es más plausible filosóficamente de lo que en un principio parece. Recordemos
las tres «columnas» sobre las que se apoya el sistema conceptual de la logoterapia.
Sus nombres eran Libertad de voluntad, Voluntad de sentido y Sentido de la vida.
Según Frankl, a la tercera de ellas, al sentido de la vida, se accede por tres

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Logoterapia 209

«avenidas», es decir, haciendo realidad valores de creación, valores de vivencia y


valores de actitud. Por consiguiente, la actitud valerosa y digna frente a un hecho
doloroso es una «avenida» hacia la satisfacción de un sentido, y la satisfacción de un
sentido supone un enriquecimiento de la vida, incluida aquélla que se ha quedado
pobre de sentido a causa de una pérdida de valores.

Por lo tanto, la realización de valores de actitud está especialmente reservada (o


impuesta) para aquellas personas que se enfrentan a un destino inalterable y ante el
cual todavía pueden adoptar una actitud heroica. Si lo hacen y aceptan su
sufrimiento sin dar palos de ciego ni ensañarse encarnizadamente con Dios y el
mundo, hará realidad algo muy valioso. Impedirán que se creen cadenas de
sufrimiento, que se descargue su frustración sobre inocentes y que se destruyan las
oportunidades positivas que todavía poseen. Su vida, oscurecida por la pérdida de
valores, vuelve a ser valiosa.

El destino inalterable, frente al cual la persona no puede hacer otra cosa que adoptar
una actitud, también se divide, según Frankl, en la «tríada trágica» del sufrimiento, la
culpa y la muerte.

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Logoterapia 210

Todo ser humano sufre alguna vez, se siente culpable de alguna manera y muere
una vez. Con ello, las tres «columnas» de la logoterapia culminan en el máximo
inquisidor de la vida: la muerte.

Respecto al procedimiento práctico en la aplicación del método de la modulación de


la actitud, recurriré a los cuatro puntos de partida citados en la cura de almas médica
de Frankl y los explicaré brevemente bajo los epígrafes «Mostrar el valor», «Mostrar
el sentido», «Mostrar el resto» y «Mostrar perspectivas».

1. Mostrar el valor

Lo que yo denomino «mostrar el valor» consiste simplemente en indicar que una


actitud positiva y recta frente a un destino negativo es una actividad humana sublime.
Con sólo indicar que ya es mucho mantenerse firme en una mala situación y que
esto es realmente digno de reconocimiento, ya se aporta consuelo y alivio. Este
reconocimiento va más allá del simple aliento o de la pura compasión. Expresa una
consideración honesta y verdadera hacia las capacidades de un espíritu humano que
es capaz de transformar el suplicio en triunfo.

2. Mostrar el sentido

«Mostrar el sentido» significa indicar algo bueno o lleno de sentido que, a pesar de
todo, todavía se halla en el sufrimiento del enfermo. Este punto deberá manejarse
con cautela, porque este «algo bueno a pesar de todo» podría ser descubierto antes
por el no interesado que por la propia persona afectada.

Hace años hablé con una mujer joven que se había estrellado de cara contra el
parabrisas delantero de un coche en un accidente y a la que, de las heridas sufridas,

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Logoterapia 211

le habían quedado unas cicatrices espantosas. En aquel entonces, la cirugía plástica


no estaba tan avanzada como hoy para una intervención correctiva. Aquella mujer de
rostro desfigurado estaba desesperada porque tenía miedo de no encontrar nunca
más un novio y también le daba vergüenza caminar entre la gente, ante lo cual le di
un consejo urgente. Le dije: «Sí, tiene usted cicatrices y, encima, está
comprensiblemente triste. Pero hay una cosa que debe saber. Estas cicatrices son
un instrumento formidable para medir la bondad de una persona desconocida o el
valor de una amistad. Quien no la quiera por un par de cicatrices nunca será
merecedor de su amor, y menos si usted tuviera la belleza de una estrella de cine.
En cambio, quien la quiera a pesar de las cicatrices, la amará de verdad. Disponer de
este instrumento de medida puede resultar muy útil en determinadas ocasiones...».
Este aspecto convenció a la paciente y le ayudó a salir de su desesperación.

3. Mostrar el resto

«Mostrar el resto» consiste en indicar las oportunidades positivas de la vida


existentes en cada momento y que no estén afectadas por el sufrimiento. Son
oportunidades que el dolor actual no debe arrastrar. Se trata de «salvar el resto» sin
querer sustituir lo perdido. También aquí será necesario proceder con mucho tacto.
Por ejemplo, a una madre que llora la muerte de un hijo no se la puede consolar
diciéndole que aún le quedan dos hijos, pero es del todo aconsejable desviar
cuidadosamente su atención al hecho de que sus otros dos hijos la necesitan —
ahora, tras el trauma sufrido en la familia, más que nunca— y que por ello no debe
atrincherarse en su aflicción.

Otro campo de intervención es la gerontopsicología. Con la vejez, crecen las


pérdidas, las áreas de valores se reducen, lo inmutable aumenta, no se puede volver
a vivir la vida y hacerla mejor. Pero no todas las dimensiones humanas del ser son
propensas a envejecer del mismo modo. Así, mientras la dimensión corporal se va

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Logoterapia 212

limitando cada vez más y la dimensión psíquica se va haciendo cada vez más
inflexible, la dimensión espiritual todavía es capaz de seguir expandiéndose. Hay
incontables casos de personas que todavía conservan un espíritu
sorprendentemente despierto y que, incluso, llevan a cabo obras considerables. Por
ello, a las personas que envejecen hay que explicarles que de ningún modo tienen
que tropezar con límites en todos los ámbitos y que en el área espiritual todavía
puede quedar abierto un resto de oportunidades maravillosas.

4. Mostrar perspectivas

El homo patiens avanza directamente siguiendo perspectivas filosóficas o teológicas


desde las cuales se haría comprensible su dolor. Sin embargo, deben seguirse con
moderación, porque un golpe del destino no es, en principio, «comprensible». En
todo caso, junto con el enfermo se pueden ponderar perspectivas que hagan ver la
situación con otra luz —más suave—. Estas son algunas reflexiones que la
«logofilosofía» propone al respecto.

Todo sufrimiento es un estímulo para el proceso de maduración: metafóricamente


hablando, el hombre aprende a avanzar de lo superficial a lo profundo. Allí se revelan
conocimientos que habían estado inconscientes hasta entonces. Como escribió San
Agustín: «Si sientes dolor por la pérdida de una cosa, significa que la querías
mientras la tenías». Podríamos completar la frase y decir: «Y si sientes dolor por la
pérdida de una persona, significa que ella te quería cuando estaba cerca de ti». La
persona que ha madurado en el dolor suele ser más consciente del amor que antes y
más agradecida por los lujos de una vida de cuya temporalidad ya es plenamente
consciente.

La culpa también se puede entender como una incitación al cambio interior y a la


reparación. Aunque no siempre es posible reparar una falta, como mínimo en la

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Logoterapia 213

persona ante la que uno es culpable, la reparación se puede «compensar» con otras
buenas acciones y, también, gracias al arrepentimiento sincero y a la disposición del
culpable a mejorar, se puede inundar retroactivamente y con sentido todo lo pasado.
Además la reparación actualiza el perdón, que es el acto humano más elevado de
todos. Los seres humanos se superan enormemente a sí mismos en la unidad
benéfica de la disculpa y el perdón mutuos.

Finalmente, la muerte también se puede contemplar desde distintas perspectivas. En


realidad, la muerte es nuestro acicate para la vida, porque si tuviéramos un tiempo
infinito para realizar nuestros proyectos, nos faltaría el motivo para obrar en el
presente. Precisamente porque no vivimos eternamente es necesario aprovechar y
hacer realidad las ofertas de sentido de cada día, dado que al día siguiente no
podrían presentarse. Y quien así lo hace, no necesita temer al mañana, porque lo
que se ha realizado una vez, se ha conquistado para la historia de la vida personal y
ya no se podrá extirpar de allí, ni siquiera al morir.

La finitud del hombre se da, sobre todo, en la temporalidad de su existencia. Esta


se nos aparece en primer lugar como mortalidad. Pero de ella sabemos que es
justamente la que integra por completo la responsabilidad humana. Una persona
que fuera inmortal podría, con todo derecho, desaprovechar todas las
oportunidades de hacer realidad los valores, porque nunca dependería de hacerlo
ahora o no; podría igualmente hacerlo en cualquier otro momento. Sólo teniendo en
cuenta la finitud temporal de nuestra existencia es posible, con una especie de
imperativo categórico, invitar a la responsabilidad humana a su completa plenitud,
como con el siguiente imperativo: actúa como si vivieras por segunda vez y en la
primera lo hubieras hecho todo tan mal como estás a punto de hacerlo ahora.
(Frankl, 51).

5.16 Neurosis y depresiones noógenas

Las consideraciones de los capítulos anteriores giraban en torno al dominio de


destinos dolorosos. Sin embargo, debemos familiarizarnos con la idea de que los

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Logoterapia 214

estados melancólicos también pueden aparecer en circunstancias de la vida


marcadamente «alegres». La mejor muestra de ello son las depresiones y las
neurosis noógenas que florecieron claramente en la última época de bienestar en los
países industrializados de Occidente (excepción hecha de los conflictos morales,
propios también de estas sociedades). De esta manera, en nuestro paseo por las
patologías somatógenas y endógenas, volvemos a encontrarnos en el centro de la
teoría frankliana de las neurosis. Ésta es la definición original de la problemática
noógena: En aquellos casos en los que un problema espiritual, un conflicto moral o
bien una crisis existencial dan lugar a la correspondiente neurosis, hablaremos de
neurosis noógena. (Frankl, 52).

Mientras la logoterapia representa una forma terapéutica no específica en las


neurosis psicógenas y una terapia únicamente de apoyo en las enfermedades
somatógenas y endógenas, en el caso de las neurosis noógenas constituye «la
forma terapéutica específica», porque las neurosis procedentes de lo espiritual
requieren, precisamente, una terapia desde lo espiritual. Frankl también describió
estas neurosis como «frustraciones existenciales devenidas patógenas», pero
añadiendo siempre que un malestar espiritual no es patógeno en sí mismo y que no
se debe interpretar como algo patológico (el espíritu no puede enfermar), sino más
bien como una fuente de energía creativa. Todo malestar espiritual alberga la
voluntad de modificar una anomalía, asemejándose así a una señal de alarma que
prepara el impulso para las correcciones. Sin embargo, en la neurosis noógena, la —
frustración existencial se asocia a una «afección psicosomática» que exagera el
malestar e impide el impulso corrector: el descontento que debería inducir a algo
satisfactorio se ve influido por sí mismo y se concreta en la enfermedad.

Normalmente, entre la enfermedad mental y el estado de urgencia espiritual existe,


según Frankl, una relación de exclusividad. Es decir, desde el punto de vista de un
diagnóstico diferencial, debe distinguirse claramente cuándo una depresión es un
síntoma mórbido de tipo endógeno (debido a una falta de neurotransmisores) o de

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Logoterapia 215

tipo reactivo (debido una experiencia dolorosa), y cuándo es la expresión de una


vivacidad espiritual que indica que el hombre adulto busca algo más que el «pan y
circo» del antiguo Imperio Romano, es decir, algo más que dinero y disfrute.

¡Pero, en realidad, bajo las condiciones sociales actuales, el «hombre en


busca de sentido» sólo se frustra! Ello obedece a que la sociedad o estado del
bienestar está en disposición de satisfacer prácticamente todas las
necesidades, o lo que es lo mismo, todas las necesidades están creadas por la
sociedad de consumo. Sólo una necesidad se sustrae a ella, y es la necesidad
de sentido del ser humano o, como yo la llamo, la «voluntad de sentido» del
hombre. Es decir la necesidad latente en lo más profundo de la persona de
encontrar un sentido en la vida (o, mejor dicho, en cada situación de la vida),
de ir hacia él y de satisfacerlo. (Frankl, 53)

El estado de urgencia espiritual puede desembocar en una enfermedad mental si la


persona malinterpreta las señales procedentes de su fuero interno, si no halla
ninguna respuesta o sólo encuentra respuestas erróneas a sus preguntas
existenciales más importantes, si no siente para qué está en el mundo, si no
relaciona ningún sentido con su existencia y si le oprime el sentimiento de
indiferencia ante la pertenencia o no a este mundo. Los síntomas son distintos en
función de la edad. En los jóvenes se traducen en conductas extremas como las
revueltas destructoras, el radicalismo y el terrorismo; en actos arriesgados y
excitantes (montar en la parte exterior de vagones y tranvías, lanzarse al vacío desde
edificios, cultos satánicos); en la huida a músicas y ritmos ensordecedores o en la
desobediencia de la generación no future. En las personas de mediana edad, el
síntoma típico de las crisis noógenas es más bien un lamento por haberse quedado
rezagado en la vida: la crisis de los cuarenta. Las ansias de recuperar el tiempo
perdido, la frustración de la vida cotidiana y la huida de los lazos familiares o
profesionales se recrudece aún más con el desengaño de pensar que no hay nada
más que hacer. La angustia ante la enorme pérdida de tiempo y la pregunta de si
todavía cabe esperar algo bueno intranquiliza a los adultos en el cenit de su

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Logoterapia 216

capacidad de rendimiento y los induce a los actos irreflexivos más disparatados.


Finalmente, en la vejez, la problemática noógena retrocede hacia una capacidad
depresiva amarga, una apatía desanimada y una resignación embrutecida. Las
personas de edad avanzada se convierten en eternos criticones o se recluyen
abiertamente en su caparazón, sumiéndose en un pesimismo crónico marcado por el
lema «de desagradecidos está el mundo lleno». No gustan a nadie porque nada les
gusta, ni siquiera su vida supuestamente superficial.

El neurótico ansioso quiere huir de su angustia, el histérico desea obtener poder,


consideración y amor, y el homo patiens llora la pérdida de sus valores y espacios
libres. En cambio, al neurótico noógeno no le importa realmente nada. Exceptuando
a aquellos pacientes interesados en un problema espiritual distinto, por ejemplo, la
duda de conciencia, al neurótico noógeno se le reconoce por su desinterés por sí
mismo y el mundo; para él, «todo lo que existe merece la ruina».

Pero preguntémonos sólo cuál sería el resultado si un ser humano fuera capaz de satisfacer
por completo todas las necesidades que pudiera haber en su época. ¿Cuál sería el
resultado? ¿La experiencia de la satisfacción? ¿O no sería más bien lo contrario, es decir, la
experiencia del profundo aburrimiento, de la inmensa vacuidad del vacío existencial?

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Logoterapia 217

Los neurólogos nos enfrentamos a diario en nuestras consultas con este vacío
[...]

Tras ser expulsado del paraíso del recogimiento y la seguridad proporcionados por
los instintos, que son propios del animal, el ser humano debería soportar con
resignación una segunda pérdida. Tras el instinto, el hombre debería perder
además la tradición: por lo tanto, no sólo una pérdida en la dimensión vital, sino
también en la dimensión social de su existencia. En el marco de la terminología
logoterapéutica, llamamos «neurosis noógena» a la reacción a este vacío interior.
(Frankl, 54).

Como sucede en cualquier neurosis, las señales de «inseguridad» e «hiperreflexión»


también toman parte en las neurosis noógenas. Frankl explicó la inseguridad del
hombre avanzado moderno a través de la pérdida progresiva de las «instrucciones
instintivas» naturales y las «instrucciones normativas» tradicionales: ya no aparecen
apoyos orientadores ni «dentro» ni «fuera». De nuevo, la tendencia del hombre
moderno a la hiperreflexión es el resultado de un alivio repentino de las urgencias
vitales y sociales (disponibilidad de bienes materiales, reducción del horario laboral,
seguridad social, etc.), así como de la tecnificación y automatización de un gran
número de actividades, fomentando así el atascamiento mental en el «para qué vivir
o seguir viviendo». No en vano Ernst Bloch afirmó que, actualmente, el hombre es
obsequiado con preocupaciones que antes sólo habría tenido al llegar su hora final.

Los efectos peligrosos de las neurosis y depresiones noógenas son dos:

1. Negligencia ante las oportunidades positivas de la vida. Por ejemplo, un exceso


de libertad ofrece la oportunidad de realizar acciones llenas de sentido, pero tal
oportunidad no se obtiene en el «vacío existencial». Esta situación se acentúa en
problemas como la «neurosis dominical», la «crisis del pensionista» o el
«síndrome del nido vacío».

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Logoterapia 218

2. Habituación a los actos fallidos. No se pone ningún reparo espiritual a los excesos
de ira irrefrenables, a las perversiones sexuales, al impulso por el consumo de
drogas, las sectas, el pasotismo, etc. ¿Para qué? Si todo se consagra a la
decadencia o merece desaparecer, ¿por qué seguir luchando?

3. De esta manera, en la problemática noógena —como acostumbra a suceder en


las neurosis— aparecen los trazos del círculo vicioso: las negligencias y los actos
fallidos originan falta de esperanza y angustia ante el futuro, las cuales elevan el
malestar espiritual a lo insoportable.

Una vez pedí a mis estudiantes de la Universidad de Múnich que recopilaran para la
siguiente clase informaciones de periódicos relativas a actos desesperados de los
que pudiera extraerse algún indicio de depresión noógena. A la semana siguiente,
me trajeron tres noticias sobre cuatro jóvenes que se habían suicidado «por miedo al
futuro». Una pareja había saltado desde un edificio después de haber dejado escrita
una carta de despedida en la que se leía: «Queríamos vivir sin proyectiles nucleares
ni destrucción del medio ambiente, pero no veíamos ninguna otra opción...». Una
chica de 20 años había inhalado los gases de escape de un coche «porque no sabía
qué hacer con su vida». Finalmente, un estudiante de instituto se había precipitado
ante un tren en marcha, pero no por tener dificultades académicas, sino porque, a

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Logoterapia 219

pesar de sus buenas notas, veía que se le avecinaba una «situación desesperante al
acabar los estudios». Este balance estremecedor deja patente lo estrechamente
entretejidos que están los sentimientos de falta de sentido y falta de esperanza, pero
también los sentimientos de falta de sentido y falta de valores en la vida, con lo cual
se derriban los obstáculos que imposibilitan su destrucción.

La problemática noógena es muy frecuente entre los clientes de las consultas


médicas y psicológicas. Los pacientes no saben exactamente lo que tienen, sólo
saben que tienen algo. Están de mal humor y se muestran poco colaboradores. En la
variante neurótica, el hecho de «adolecer de una vida sin sentido» (Frankl) les incita
a una búsqueda incansable de experiencias y sensaciones placenteras, lo que les
depara frustraciones aún más fuertes. En la variante depresiva no existe ningún tipo
de aliciente (en el sentido behaviorista) para ellos, ningún objetivo que merezca la
pena. Los pacientes se muestran incapaces de valorar o apreciar cosas como la
propia salud y se indignan cuando tienen que adoptar compromisos con algo o con
alguien. Pero esta indignación no proviene de ningún egoísmo enfermizo, sino de
una resignación por los ideales abandonados.

Como vemos, la neurosis o la depresión noógena no se basa, a diferencia de la


tragedia de los golpes del destino, en una pérdida de valores —que el enfermo
lamentaría—, sino en la pérdida de una percepción de valores oportuna. Sólo el
grupo de pacientes cuya problemática se remonta a colisiones de valores y
ambivalencias (a conflictos morales, como dice Frankl) dispone de representaciones
de valores que, simplemente, no se pueden hacer realidad en grupo o
simultáneamente y respecto a las cuales existe una falta de percepción de
prioridades de valores. Además, la persona que ya no percibe absolutamente ningún
valor o tarea con sentido en su vida, ve cómo se marchita en ella la más elevada de
las aptitudes humanas: la capacidad de autotrascendencia. Es decir, le faltará
aquello a lo que ella podría y debería trascender por encima de sí misma, y ello
genera una permanente puesta en duda de toda su existencia.

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Logoterapia 220

Finalizaremos este apartado apuntando que la logoterapia no comete el error de


interpretar todos los trastornos de la vida humana como «finalmente noógenos»,
cosa que generaría una nueva parcialidad. Sin embargo, no se pueden buscar
causas puramente psíquicas —por ejemplo, procedentes del inconsciente de los
instintos— allí donde una frustración espiritual socava la salud psíquica del individuo.
De lo contrario, pasaríamos de largo ante la demanda más esencial del ser humano
e iríamos a parar, literalmente, al vacío terapéutico.

5.17 Salir del vacío existencial

¿Cómo se puede liberar a las personas del «vacío existencial»? La logoterapia ve en


las neurosis y depresiones noógenas una de las pocas indicaciones para dilucidar
extensamente el pasado de una persona. Naturalmente, no para barrer los fallos y
los fracasos de su vida, sino para plantearse una cuestión: ¿cuál ha sido la mejor
época del paciente? ¿Cuándo le pareció la vida llena de sentido en todos sus
aspectos? ¿Qué sucedió entonces, qué proyectos se había marcado, cuáles eran
sus principales preocupaciones? El paciente se somete a un «análisis existencial»
(Frankl) que lo examina «hacia su capacidad personal de ser responsable» e indaga
contenidos colmados de sentido en su existencia ante los cuales todavía tenga
contraído un compromiso. Por ejemplo, una persona que nace con dotes musicales
es responsable de hacerlas florecer de manera constructiva; una persona que ha
disfrutado de una educación multidisciplinar es responsable de sacar partido de sus
conocimientos; o una persona que ha experimentado el amor y la bondad del prójimo
es responsable de transmitir lo que le han dado.

Al indagar «legados» positivos en el pasado y estructuras de sentido antiguas,


emergen puntos de conexión con el presente que permiten al paciente reanimar unos
contenidos que, como le son familiares y él está mentalmente unido a ellos, tienen
una buena oportunidad para ascender al grado de «contenidos vitales». Por ejemplo,

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Logoterapia 221

puede suceder que una persona haya aprendido hace mucho tiempo a tocar un
instrumento musical, actividad que desempeñaba con alegría, y que en la
conversación terapéutica tome la decisión de volver a refrescar esta habilidad y
reservarle una parte de su tiempo libre en un futuro. Sólo con esto, la persona puede
lograr desprenderse del consumo pasivo de televisión y ganar una actividad —por
ejemplo, en un círculo musical— que le proporcione una experiencia de sentido
actualizada.

Otra posibilidad terapéutica es la búsqueda de modelos. El terapeuta pide al paciente


que piense en qué personas, a su parecer, llevan o han llevado una vida llena de
sentido. En general, será capaz de citar algunos nombres, aunque se trate de ídolos
legendarios como Albert Schweitzer o la Madre Teresa. A continuación, se discutirá
sobre el motivo por el que el paciente atribuye tal abundancia de sentido a la vida de
las personas citadas. ¿Qué es o era lo singular de sus estilos de vida? ¿Podría el
paciente hacer lo mismo? ¿Qué se lo impide? En la búsqueda de modelos
adecuados aflora, prácticamente siempre, la conexión entre suerte y entrega, es
decir, el hecho banal de que la suerte no significa que las cosas le vayan bien a uno,
sino que uno es bueno para algo. Resulta interesante comprobar que los enfermos
adivinan esta conexión con suma precisión, lo que demuestra que el primitivo
conocimiento humano del logos no muere, ni siquiera en el «vacío existencial».

De aquí se pasa a la búsqueda de personas para las cuales el paciente podría ser
importante, personas que podrían necesitarlo, porque el «vacío existencial» también
es un vacío social: nadie llama a su puerta. ¿Es que no hay suficientes personas ahí
fuera, al otro lado de la puerta, que podrían necesitar a alguien? ¿Cómo sería este
alguien que podría serles útil? ¿Qué cosas emanaría de su personalidad, cómo se
comportaría, qué debería hacer? Un «retrato robot» de este alguien puede hacer que
el paciente empiece a identificarse con él.

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Logoterapia 222

Aquí se pueden poner en práctica técnicas de imaginación destinadas a despertar


visiones en el paciente. Este, por así decirlo, abre en el sueño la puerta de su celda
neurótico-depresiva, sale de ella y mira alrededor. ¿Qué ve en el mundo exterior? Si
es algo agradable, ¿no será simplemente un sentido en la vida? Si es algo
desagradable, ¿no será simplemente una llamada para emprender una revisión?
Tratar al enfermo noógeno significa sacarlo de la indiferencia. No hay que ofrecerle
un trozo de mundo íntegro, sino un pedazo que hay que curar. Si acepta el encargo,
se curará a sí mismo.

Otra posibilidad terapéutica es el «entrenamiento de sensibilización de sentido». Ante


las pequeñas decisiones cotidianas (y también ante las grandes, sólo que éstas
vendrán después), el paciente deberá acostumbrarse a sacar el siguiente
cuestionario de cinco puntos y responderlo:

1. ¿Cuál es mi problema?

El problema no debe ser impreciso ni incomprensible, sino que ha de estar


relacionado con una situación concreta para poder adoptar una actitud espiritual
frente a él. Si el problema aparece con claridad, el área no problemática también
dejará ver sus contornos claramente, lo cual siempre resultará consolador.

2. ¿Dónde está mi espacio libre?

El problema ligado a la situación concreta se debe localizar en el ámbito de lo


fatídico, porque está absorbido por la historia. Es posible modificarlo y, sin embargo,
hay partes inevitables surgidas de su génesis. El objetivo es desviar la atención de
éstas y orientarse hacia el campo de acción libre no mencionado por el problema.

3. ¿Qué opciones tengo?

En el campo de acción libre hay opciones. La siguiente tarea consiste en agruparlas


mentalmente —sin entrar todavía en valoraciones—. Esta actividad se convierte en

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Logoterapia 223

un ejercicio de fantasía lleno de sorpresas. A veces, las posibilidades que existen


más allá de lo usual y de las que no somos conscientes resultan ser fenomenales.

4. ¿Hay alguna que tenga más sentido que las otras?

Aquí se invita al «órgano de sentido» conciencia a «jugar a detectives». La


conciencia debe descubrir qué es lo que hay, aunque esté escondido: la opción de
mayor sentido. No se tendrá en cuenta si aporta placer o no, pero sí las
consecuencias imaginables para todos los afectados.

Inciso recordatorio

La imagen logoterapéutica del mundo no sólo es optimista, sino también objetivista,


dado que parte del hecho de que el sentido no se puede inventar, sino que siempre
se puede encontrar porque, objetivamente, «existe». No sólo existe sentido en
nuestra conciencia, también existe sentido en el mundo. Según la logoterapia, el
«sentido del instante» que hay que descubrir en el punto 4 es como una mancha de
luz dorada en el suelo creada por un rayo de sol que penetra por una persiana casi
cerrada. Esta mancha es el reflejo de un «suprasentido» (Frankl) nuestro que supera
toda comprensión, de la misma manera que el rayo de sol es el destello de una bola
de fuego más luminosa que todas las luces de la Tierra. La logoterapia no venera la
concepción subjetiva del sentido, según la cual el hombre podría definir
arbitrariamente qué es lo que considera que tiene sentido. Tal concepción sería
como decir que se puede pintar una mancha de color amarillo en el suelo y hacerla
pasar por luz solar.

5. ¡Quiero hacer realidad esa opción!

El paciente lleva a cabo a solas el último paso del entrenamiento. Nadie puede
ayudarle; lo único que se puede hacer es pedirle encarecidamente que lo haga. Es
su fiat, su «hágase» lo que él mismo ha descubierto, su decisión para el sentido.

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Logoterapia 224

De la suma de estas decisiones cotidianas tomadas con acierto va formándose poco


a poco una nueva línea de orientación en el paciente. Una línea que lo extrae del
vacío «a lo largo de un rayo de sol». Veamos un ejemplo:

1. ¿Cuál es mi problema?

El problema del paciente es el inicio del fin de semana, durante el cual no sabe qué
hacer. Está desanimado y no muestra interés por nada (padece una «neurosis
dominical»). Su problema no son tanto los días laborables en los que está
firmemente enganchado a la dinámica laboral y con frecuencia tiene que hacer horas
extra.

2. ¿Dónde está mi espacio libre?

Lo fatídico para el paciente es que es fin de semana y, también, que no experimenta


placer por nada. No puede elegir a voluntad sus sentimientos. Sin embargo, sí que
puede determinar libremente lo que hará el fin de semana —con y a pesar de su
desinterés.

4. ¿Qué opciones tengo?

Hay que dar rienda suelta a la imaginación. El paciente tiene permiso para recopilar
todo lo que se le ocurra: puede quedarse medio dormido en la cama, puede
levantarse y leer, fumar un porro, escuchar música, saltar por la ventana, ir a algún
bar, hacer una excursión en bicicleta, llamar a su madre, escribir una carta...

5. ¿Hay alguna que tenga más sentido que las otras?

Sin tener ganas, el paciente admite que, en su situación, lo más sensato el fin de
semana sería escribir una carta que desde hacía tiempo había prometido a un
antiguo compañero, dado que éste ya le ha llamado varias veces y nunca ha recibido
señales de vida.

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Logoterapia 225

6. ¡Quiero hacer realidad esa opción!

Aunque no le apetece, el paciente se esfuerza en escribir un borrador de la carta.


Mientras escribe, se le van ocurriendo más ideas de lo que había imaginado y, contra
todo pronóstico, le sale una carta que no está mal. El paciente experimenta una leve
sensación de satisfacción que le permite acabar el fin de semana de manera
aceptable.

Con independencia de todo esto, se está abriendo camino a otras oportunidades de


sentido. Quizás el destinatario de la carta se vuelva a animar y revitalice una relación
que había quedado estancada. Y quizás esta relación dé un impulso para superar la
frustración existencial. Nunca se sabe...

A veces, a pesar de la falta de ganas, hay que iniciar algo sin otro motivo que porque
tiene sentido, y las ganas o el placer llegan al llevar a cabo lo que tiene sentido,
porque en la corriente de todo acto lleno de sentido navega también la satisfacción.
Sin embargo, rara vez se consigue la satisfacción si, a la inversa, se espera a que a
uno le lleguen las ganas de hacer algo con sentido. La espera puede hacerse eterna.

Para finalizar, compararemos los dos grupos de trastornos discutidos. En


psicoterapia apenas se tienen en cuenta, a pesar de que están representados en
elevados porcentajes de población: se trata del trastorno del neurótico noógeno y el
del homo patiens. Si bien los puntos de partida de ambos son contrarios, existe una
coincidencia entre ellos: no perciben ni capturan las posibilidades de sentido que
ofrece la vida.

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Logoterapia 226

En el homo patiens, el horizonte de sentido está parcialmente tapado. Allí donde ha


padecido graves pérdidas de valores, sus posibilidades de realización al respecto
están limitadas o no existen. El problema reside en que el homo patiens sólo ve esta
porción, esta «fatalidad», y nada más.

En el caso del neurótico noógeno, el horizonte de sentido está completamente


abierto y, si el afectado vive en circunstancias positivas, también es muy amplio. Sin
embargo, ante su «ojo interior» tiene un «velo» que le impide acceder a las
posibilidades de realización de valores. La actitud trágica que lo encadena al «vacío
existencial» es: ¡todo es nada!

Por lo tanto, en el caso del homo patiens habrá que proceder terapéuticamente
desplazando el ángulo de visión para que dedique toda su atención al horizonte de

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Logoterapia 227

sentido del que todavía dispone, mientras que en el caso del neurótico noógeno,
habrá que volver a habilitar su «capacidad de visión» espiritual.

No se trata de dar al paciente un sentido de la existencia sino, única y


exclusivamente, de ponerlo en disposición de encontrar un sentido de la
existencia; de, por así decirlo, ampliar su campo de visión para que perciba todo el
espectro de posibilidades de sentido y valores, personales y concretos. (Frankl,
55).

Todavía nos falta tratar brevemente la problemática de las neurosis y depresiones


noógenas que descansan sobre un conflicto moral, es decir, de conciencia. En tales
casos, lo mejor que puede hacer el terapeuta es tomar en serio la lucha espiritual del
paciente. En las capas profundas del inconsciente, el enfermo vislumbra la decisión
más adecuada y tiene que madurar en esta dirección. A veces, el acompañante
puede facilitar este proceso mediante pequeñas modulaciones de actitud o,
simplemente, animando al paciente para que preste atención a las «señales». Hay
lugares y estados particulares que «quitan el polvo» a las antenas de nuestra
conciencia y filtran las interferencias que provoca el mundo. Tales estados
saludables pueden ser la relajación, el silencio o la soledad. Sentarse a contemplar
un cielo estrellado en una noche clara u observar la salida del sol desde un punto
elevado son experiencias conmovedoras que ayudan a dilucidar las señales. Si
preguntamos a un habitante de una gran ciudad cuándo contempló las estrellas o el
amanecer tranquilamente por última vez y se empapó de su propia persona, es
posible que ya no se acuerde. Sólo los artistas y poetas saben todavía lo
inspiradoras que pueden ser para el alma estas vivencias fenomenales. Los
logoterapeutas lo saben y, de vez en cuando —en casos de conflictos de valores,
falta de decisión, ambivalencias, búsqueda de Dios, en resumen, cuando el «corazón
está agitado»—, en lugar de pastillas recetan al paciente experiencias tales como
pasear por el desierto, sentarse en un bosque, navegar o contemplar el cielo. Lo
esencial se manifiesta cuando se aísla de lo no esencial.

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Logoterapia 228

Antes decíamos que, en los casos que correspondía, ante una pregunta no
condicionada por la enfermedad, sino absolutamente humana, el médico estaba
obligado a responder no como neurólogo, sino simplemente como ser humano. De
ser así, se plantea entonces la cuestión de si está autorizado a hacerlo —¡como
médico!—y hasta qué punto puede hacerlo, pues la amenaza que aquí se cierne
es manifiesta: la imposición de la visión del mundo personal del médico (es decir
su opinión privada) sobre el paciente... Sin embargo, en esta situación, ¿no es
deber del médico llevar al paciente sólo hasta el punto en que él, el paciente,
acceda a su propia visión del mundo e interpretación de la vida y, por tanto,
encuentre un nuevo camino espiritual de salida a partir de la propia
responsabilidad? (Frankl, 56).

5.18 Cómo se generan los trastornos del sueño y las disfunciones sexuales

Hasta ahora hemos tratado dos de los tres grupos metodológicos de la logoterapia: el
trato de la persona consigo misma (en la intención paradójica) y la actitud de la
persona con respecto a algo que le concierne (en la modulación de la actitud). Pero
el individuo no sólo está capacitado para enfrentarse a sí mismo desde una cierta
distancia y adoptar una actitud frente a él y a los demás, sino que también puede ver
mucho más allá de sí mismo, incluso pasarse a sí mismo por alto, porque está
enfrentado espiritualmente con algo que va más allá de la propia persona. Desde el
punto de vista terapéutico, esto supone la posibilidad de dejar para más tarde el
propio yo junto con todas sus debilidades e insuficiencias, por amor a un valor ideal
cuya satisfacción hace madurar al individuo más allá de sus propias debilidades.
Sobre esta base se edifica el método logoterapéutico de la desreflexión.

La desreflexión fue desarrollada por Viktor E. Frankl ya en los primeros años


posteriores a la Segunda Guerra Mundial sólo como método terapéutico individual
para trastornos del sueño y disfunciones sexuales de origen psicógeno. Con el
tiempo, hemos sabido que el mecanismo nocivo de la hiperreflexión, que se anula
mediante la desreflexión, puede referirse tanto a un síntoma individual como, en

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Logoterapia 229

general, a todo lo que tenga que ver con el sí mismo. Los factores desencadenantes
pueden existir o no. A continuación, presentamos cuatro descripciones de sendos
cuadros sintomáticos provocados por la hiperreflexión.

1. Trastornos psicógenos del sueño

La posibilidad de eliminar un trastorno del sueño se reduce al aumentar la atención


que presta el paciente al trastorno. Si una persona está despierta por la noche en la
cama y piensa continuamente en cómo le gustaría quedarse dormida y, sin embargo,
no puede, su «automatismo de conciliación del sueño» se bloquea. A ello se añade
rápidamente una hiperintención, es decir, una voluntad desesperada de quedarse
dormido de una vez, que acaba manteniendo la vigilia. El insomne se pone nervioso,
mira continuamente el reloj, se imagina las consecuencias de su falta de sueño al día
siguiente y da vueltas sin parar a su problema, lo cual le impide inexorablemente
quedarse dormido.

[...] El insomne se pasa el día cansado; pero apenas llega la hora de ir a la cama, le
sobreviene la angustia de una noche más en vela. Se pone nervioso y se excita, y
esta excitación ya no le dejará conciliar el sueño. Comete el mayor error
imaginable: ¡espera impaciente la conciliación del sueño! Con toda su atención, el
insomne se empeña en perseguir lo que le está sucediendo; pero cuanta más
atención ponga, menos capaz será de relajarse hasta el punto de poder quedarse
dormido. Sueño significa relajación completa. El insomne anhela conscientemente
quedarse dormido, pero el sueño no es más que sumirse en un estado de
inconsciencia. Y todo pensamiento en él y en querer dormir es lo más adecuado
para impedir la conciliación del sueño. (Frankl, 57).

De nuevo estamos ante la formación de un proceso cíclico neurótico: cuanto peor se


duerme, más fuerte es la hiperreflexión y la hiperintención con respecto al problema
del sueño, y más se agrava también el problema.

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Logoterapia 230

2. Disfunciones sexuales psicógenas

El acto sexual no tolera ningún tipo de hiperreflexión o hiperintención; ambas


imposibilitan la consumación del acto o el orgasmo. La sexualidad humana requiere
una entrega a la pareja y, con ello, también una concentración en la pareja. Un
hombre que durante el juego amoroso está controlando si tendrá o no una erección
suficiente, o una mujer que en el transcurso del acto íntimo está pendiente de si
experimentará o no una resonancia corporal, no consiguen disfrutar del sexo. De la
misma manera que el amor no se puede obligar, el coito logrado, como expresión
corporal del amor entre un hombre y una mujer, tampoco se puede forzar.

[...] El neurótico sexual lucha por algo, y lo hace desde el momento en que lucha
por el placer sexual en forma de potencia y orgasmo. Pero, desgraciadamente,
cuanto más se concentra en el placer, más rápido va desapareciendo éste. El
camino hacia la obtención de placer y la realización de sí mismo pasa únicamente
por la entrega y el olvido de sí mismo. Quien considere este camino un rodeo, se
verá inclinado a elegir un atajo e ir derecho al placer como objetivo, sólo que el
atajo se mostrará entonces como un callejón sin salida. (Frankl, 58).

Las consecuencias de una búsqueda forzada de placer son impotencia psicógena,


frigidez, inseguridad en los roles sexuales, etc., lo que se traduce, en cada encuentro
sexual, en una conducta convulsiva a través de la cual se va perfilando el trastorno.

Aquí también debemos incluir las distintas perversiones sexuales. La falta de entrega
cariñosa a la pareja y del olvido de sí mismo envuelve la relación sexual «normal»
con la aureola de lo problemático. De repente, se produce un estímulo sexual
cualquiera, lo suficientemente potente como para evocar un orgasmo, y el afectado
quedará «enganchado» a él: simplemente, se sentirá potente si lo encadenan, si
mete la nariz en unas bragas, si tiene a un niño delante, si una mujer se defiende con
fuerza, etc. La peligrosidad práctica de una dependencia de estímulos inadecuados
como éstos es evidente.

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Logoterapia 231

Además de en la sexualidad, también se conocen mecanismos patógenos de


hiperreflexión en los trastornos del lenguaje, la motilidad, la deglución, etc., es decir,
en procesos psicomotrices que dependen de automatismos irreflexivos cuya
constancia y armonía sólo se garantiza si no se piensa en ellos. En el caso del habla,
por ejemplo, hay que prestar atención a qué se dice, y no a cómo se dice. En el
momento en que alguien se fija en sus movimientos de lengua y labios al hablar,
tartamudea, dado que interfiere en el mecanismo automático del habla. (Ya hemos
hablado de lo que ocurre cuando, acto seguido, la angustia ante la expectativa
transforma el tartamudeo casual en un síntoma de neurosis de ansiedad.) Lo mismo
sucede en el proceso de ingestión de alimentos, donde también hay que prestar
atención a qué se come y no a cómo se come. La persona que quiere controlar
exactamente sus movimientos de masticación y deglución tendrá dificultades para
digerir un simple bocado. Otro ejemplo es el del baile. Cualquier principiante sabe lo
difícil que resulta concentrarse en un paso recién aprendido y seguir
simultáneamente el compás. Sin embargo, un bailarín experimentado que se olvida
de las piernas y se deja llevar mentalmente por el sonido de la música, mantendrá el
ritmo. Algo parecido nos explica la fábula del ciempiés que olvida cómo se camina
cuando le preguntan cómo puede mover sus incontables patitas al mismo tiempo.

3. Actitudes vitales fundamentales alteradas (con factores desencadenantes)

Imaginemos a una persona que ha finalizado sus estudios y no encuentra ningún


puesto de trabajo relacionado con su profesión. En adelante, ya no muestra interés
por nada, habla únicamente de lo que habría ocurrido si hubiera podido trabajar en
su oficio y hace responsables al estado y a la sociedad de su situación, pero no hace
nada para cambiarla. Esta persona se encalla continuamente en sus
preocupaciones, con lo cual bloquea la búsqueda de salidas y posibilidades de

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Logoterapia 232

solución, así como su propia flexibilidad. El desempleado mantiene el statu quo de la


misma manera que el insomne mantiene su vigilia.

Lo sorprendente es que el «desencadenante de la hiperreflexión» no tiene por qué


ser en ningún caso un golpe del destino, como es el inmerecido desempleo. Las
pequeñas cosas cotidianas también pueden convertirse en el principio de una espiral
de ocurrencias que obligue al individuo a ensimismarse de manera enfermiza.

4. Actitudes vitales fundamentales alteradas (sin factores desencadenantes)

En los mecanismos de hiperreflexión no siempre encontramos factores


desencadenantes. Existe una hiperreflexión «espontánea» del bienestar que impide
un verdadero bienestar. Hay personas que, nada más despertar, ya piensan que
quizás han dormido mal o han tenido pesadillas. Cuando se dirigen al trabajo,
intentan comprender por qué tienen ganas de trabajar y, cuanto más cavilan, menos
ganas tienen. Mientras trabajan, registran todas y cada una de las palabras
descuidadas que salen de los compañeros y clientes y meditan sobre si éstos
quieren insultarles, y así sucesivamente. Se trata de personas que están
continuamente preocupadas por saber si les va bien, lo cual hace que les vaya mal
las veinticuatro horas del día. Esta actitud deteriora la sencilla despreocupación de
vivir y reduce el mundo exterior a un reflejo del estado de ánimo de estas personas.

El problema de estas egocéntricas actitudes vitales fundamentales, acentuadas por


hiperreflexiones, es su relevancia psicosomática, ya que producen una tensión
constante que despierta enfermedades latentes.

En las enfermedades psicosomáticas —a diferencia de las psicógenas— intervienen


dos factores: una lesión corporal previa y un desencadenante psíquico o factor
estresante. En un congreso de médicos escuché una comparación muy fácil de

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Logoterapia 233

recordar: la lesión corporal previa sería una fisura en una teja, mientras que el
desencadenante psíquico sería un temporal. Cuando ambos coinciden, se rompe la
teja. No se puede suponer que la fisura sería la culpable de la rotura de la teja
porque, de lo contrario, ya llevaría tiempo rota, ni que el temporal sería el culpable
porque, de lo contrario, se habrían roto todas las tejas del tejado. No, la lesión previa
e inofensiva de la teja no ha resistido al temporal.

En un episodio psicosomático, el desencadenante psíquico o factor estresante


empeora el estado afectivo de una persona. Este empeoramiento debilita el estado
inmunológico, mientras que la reducida defensa o capacidad de compensación del
organismo introduce, en combinación con la inevitable lesión corporal previa, la
declaración de la enfermedad. En el caso de una situación de tensión persistente
debida a una actitud vital fundamental alterada, ni siquiera hace falta ningún
desencadenante psíquico: la situación afectiva, como estado persistente, es mala, y
la propensión de la persona a enfermar aumenta de manera correspondiente.

¿Cómo podemos protegernos contra las enfermedades psicosomáticas? El ser


humano es bastante débil frente a las lesiones previas orgánicas o celulares; cada
uno de nosotros tiene su punto débil orgánico en algún sitio. El deporte y la
alimentación sana pueden mantener el cuerpo en forma, pero nadie es inmune al
envejecimiento natural. Los desencadenantes psíquicos y factores estresantes
tampoco se pueden evitar de manera habitual, pues están sometidos a los designios

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Logoterapia 234

del azar. Sin duda, la mejor prevención es vivir con tranquilidad, haciendo las cosas
regularmente y utilizando la razón, aunque ello no evite los imponderables de la vida.
Sin embargo, la situación afectiva y, con ella, también la situación inmunológica, se
puede alterar utilizando medios espirituales. Del mismo modo que la hiperreflexiva
tensión persistente fijada en el yo abre las puertas a cualquier enfermedad, el hecho
de centrarse espiritualmente en elementos positivos y enriquecedores del mundo
exterior protege la salud corporal y mental. Este es precisamente el secreto de la
hiperreflexión: construye un techo protector de cristal (y volvemos a la comparación
que escuché en el congreso de médicos) a través del cual penetra la luz del sol, pero
sobre el cual rebota la tormenta.

La medicina psicosomática nos permite comprender no tanto la razón por la que


alguien enferma, como la razón por la que alguien permanece sano [...]. Con
respecto a ello, la medicina psicosomática puede ofrecernos indicaciones
realmente importantes. Pero, con ello, va de la esfera de un tratamiento
necesario de enfermedades a la esfera de una posible prevención. Pues es
evidente que allí donde hay un desencadenamiento desde lo psíquico, ha de
haber también una prevención desde lo psíquico. (Frankl, 59).

El acto de centrarse espiritualmente en la abundancia de sentido del mundo exterior


estabiliza la situación afectiva de la persona, estabiliza también, por tanto, su
situación inmunológica, e impide sensiblemente la declaración de enfermedades
psicosomáticas.

5.19 Una receta contra el egocentrismo

El método de la desreflexión consiste en levantar una «señal de stop», destinada a


frenar de manera inmediata la hiperreflexión patógena del paciente, y una «señal de
desvío» que indique una nueva dirección a sus pensamientos, una dirección
encaminada al mundo exterior y no egocéntrica, sino centrada en el sentido.

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Logoterapia 235

La «señal de stop» es una especie de prohibición: hay que ignorar. Naturalmente, se


trata de ignorar algo despreciable y, por tanto, no se reprimen contenidos ante los
que uno se encare con valentía. Por su parte, la «señal de desvío» es una especie
de mandamiento: no hay que ignorar. La conjunción de ambas señales genera una
corrección de la atención.

Recordemos: con la intención paradójica, el paciente corrige su expectativa


angustiosa; con la modulación de actitud, la actitud negativa y, con la desreflexión, la
atención mal dirigida. Estas tres «fes de erratas» —la espera, la actitud y la
atención— son actos espirituales que representan el enfrentamiento de la persona
con el mundo en el que vive. La espera se refiere a lo que afluye del mundo hacia la
persona; la actitud, a lo que irradia la persona al mundo; y la atención, a la parte del
mundo que «pertenece» a la persona porque ésta está espiritualmente «con
aquélla».

Veamos cómo se lleva a la práctica el procedimiento de la desreflexión en los cuatro


cuadros sintomáticos antes descritos, no sin dejar de mencionar que este
procedimiento admite, e incluso necesita, un gran número de variantes.

1. Trastornos psicógenos del sueño

Para levantar la «señal de stop», se comunica al paciente que, en contra de lo que


se acostumbra a creer, la cantidad de horas de sueño nocturno es completamente
irrelevante, porque el cuerpo busca la medida de sueño estrictamente necesaria en
cada caso. Debido a ello, el paciente no tiene que preocuparse por manifestaciones
carenciales, pérdidas de actividad, etc. Los períodos prolongados de alteración del
sueño siempre se alternan con épocas de descanso profundo en las que se recupera
la medida de sueño perdida. Por lo tanto, el paciente ya no debe inquietarse por el
sueño, sino que, al contrario, cuando se despierte por la noche, ha de decir: «¡Qué

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Logoterapia 236

bien que estoy despierto! Esto me proporciona un tiempo precioso en el que puedo
soñar cosas formidables. De todos modos, como nos pasamos media vida
durmiendo...». (Esto nos recuerda ligeramente a la intención paradójica.)

La confianza, en cierta medida sólo teórica, en suponer que el organismo puede


asegurar en cada momento la cantidad de sueño estrictamente necesaria no es
en absoluto suficiente para tranquilizar a nuestros pacientes insomnes hasta el
punto de que no surjan complicaciones en el trastorno del sueño, promovidas por
esa angustia ante la expectativa, que, como sabemos, es la que constituye el
trastorno neurótico del sueño. En consecuencia, tenemos que indicar a estos
enfermos que también durante el insomnio se comporten de una forma correcta;
simplemente, se tienen que limitar a relajarse todo lo que puedan, porque la
simple relajación tiene el mismo efecto que el sueño (si bien más breve o
superficial). (Frankl, 60).

En cuanto a la «señal de desvío», está claro que no se puede ordenar al paciente


que no piense en algo —a saber, en el problema del sueño—; lo único que se le
puede indicar es que piense en otra cosa. Por ello, para las horas de insomnio, es
importante proponerle pequeñas tareas que deberá realizar mentalmente. Por
ejemplo, podría volver a meditar acerca de lo ocurrido el día anterior y «saborear»
interiormente los buenos momentos; o también podría catapultarse a su «país de las
maravillas» personal: a un prado donde tenderse sobre el frescor aromático de la
hierba, o a una playa donde enterrarse completamente en la cálida arena y dejarse
abanicar con hojas de palmera, imaginándolo todo hasta el más mínimo detalle. A
una de mis pacientes, a la que podríamos definir como lectora empedernida, le
propuse que leyera cada noche al acostarse un capítulo de un libro, pero sólo hasta
las dos o tres últimas páginas, y, a continuación, apagara la luz. Entonces, en las
horas de vigilia que, según las circunstancias, pudieran darse, tendría la oportunidad
de imaginar cómo podría acabar el capítulo o cómo lo continuaría ella si fuera la
autora. La paciente se enfadó mucho porque no lo conseguía: cada vez que, por la
noche, se quería concentrar en el texto, se quedaba dormida en un santiamén...

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Logoterapia 237

Hemos pedido expresamente al enfermo que «piense en todo lo que no sea»


dormir Con ello queríamos decir que no le exigimos que desvíe negativamente su
atención del asunto «sueño», sino que se dedique positivamente a otros temas
en su meditación. (Frankl, 61).

En cuanto se estimula en el paciente una concentración espiritual relacionada con


algo distinto al problema del sueño, se pone en marcha un proceso desrreflexivo y el
paciente se queda automáticamente dormido.

Con respecto a la cuestión de los somníferos, lo único que se puede hacer es


disuadir a todo el mundo de su empleo. Estos medicamentos generan dependencia y
es muy difícil dejarlos, porque el cuerpo se acostumbra a su «ayuda». Mucho más
efectiva a largo plazo es la «medicación paradójica» descrita por Frankl, consistente
en aumentar durante el día el grado de vigilia a un nivel muy alto (se puede
conseguir mediante la ingestión de café o la alta oxigenación a través del jogging)
con el objetivo de conseguir por la noche un cansancio que favorezca de manera
natural el proceso de conciliación del sueño.

2. Disfunciones sexuales psicógenas

En las disfunciones sexuales, especialmente en los casos de impotencia, se levanta


una «señal de stop» flagrante: prohibición temporal del coito. De este modo, la
situación íntima pierde su carácter obligatorio porque ya no existe la voluntad de
forzar la unión sexual, y la observación convulsiva de uno mismo se vuelve absurda.
El paciente recibe la indicación de comunicar a su compañera que, por motivos de
salud, le han recomendado un tiempo de abstinencia obligatoria. Con ello, el fracaso
sexual hiperreflexivo se corta.

A continuación, se presenta —con el mayor tacto posible— la «señal de desvío». El


paciente deberá dedicarse a su compañera con el amor que verdaderamente siente

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Logoterapia 238

por ella. Deberá acariciarla con ternura, si ella así lo quiere; deberá escuchar lo que
ella le quiera confiar; deberá intentar comprenderla como una persona única e
irrepetible y expresar su compenetración con ella de la forma más creativa que se le
ocurra.

La sexualidad humana siempre es algo más que simple sexualidad desde el


momento en que es la expresión de una búsqueda de amor Pero si no lo es,
tampoco se consigue un disfrute sexual completo. Incluso si no hubiera más
motivos para corroborarlo, y en interés del mayor disfrute posible, deberíamos
luchar para que se use todo el potencial humano inherente a la sexualidad, a
saber la posibilidad de encarnar la relación más íntima y personal entre las
personas que es el amor (Frankl,62).

Como, por un lado, se prohíbe el coito, y, por el otro, se reclama una dedicación
amorosa y tierna hacia la compañera, es decir, una concentración espiritual hacia
otra persona y no hacia uno mismo, la capacidad sexual se regenera
automáticamente y el paciente deja de cumplir en algún momento con la prohibición
del coito. De este modo, su trastorno sexual psicógeno queda eliminado. Lo mismo
ocurre en los casos de frigidez en las mujeres. Cuanto menos se persiga el orgasmo
durante el coito, antes se producirá éste.

En cuanto a las perversiones sexuales, también se puede salir de ellas empezando


con una prohibición del coito. La combinación de un estímulo sexual inadecuado con
la experiencia de un orgasmo debe cortarse con las tijeras de la abstinencia. A
continuación, la «señal de desvío» adecuada indica la dirección de un aumento de
las relaciones sociales en general, es decir, relaciones de amistad con hombres,
mujeres, niños y ancianos. De la amistad verdadera —y del trato correcto— puede
salir el verdadero amor. Y del amor verdadero puede volver a brotar una sexualidad
normalizada.

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Logoterapia 239

3. Actitudes vitales fundamentales alteradas (con factores desencadenantes)

Cuando exista un desencadenante especial para una hiperreflexión del bienestar


propio, habrá que desdramatizarlo con la ayuda de la modulación de la actitud. Por
ejemplo, con aquel paciente que no podía ejercer su profesión por motivos
específicos del mercado laboral, se realizarían sesiones logoterapéuticas basadas en
el modelo de dominio de los golpes del destino desviando su atención hacia el
espacio libre que le queda y, una vez allí, se buscarían con él las posibilidades llenas
de sentido. Pero, a continuación, habrá que añadir obligatoriamente un tratamiento
desrreflexivo, de lo contrario, el paciente correría el riesgo de reaccionar con una
hiperreflexión extremada ante el siguiente infortunio, pequeño o grande, de su vida.

4. Actitudes vitales fundamentales alteradas (sin factores desencadenantes)

Un método que ha dado buenos resultados en casos de actitudes vitales


fundamentales negativas (solo o asociado a una modulación de actitud) consiste en
una ampliación del método de la desreflexión que he desarrollado para «grupos de
desreflexión». Esta ampliación no sustituye a la terapia individual, sino que la
complementa. Nos ha salido el concepto «colectivización de la psicoterapia». ¿Qué
significa? Al escucharlo, pensamos en la psicoterapia de grupo. Pues bien, a este
respecto sólo cabría decir que la psicoterapia de grupo tiene sus indicaciones. Sin
embargo, no debemos olvidar que carece del objeto adecuado, porque,
efectivamente, el objeto de la psicoterapia de grupo debería ser la «psique
colectiva», la cual, en sentido estricto y ontológico, no existe. Por lo tanto, toda
psicoterapia que se precie es la que se dedica al individuo como tal. (Frankl, 63).

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Logoterapia 240

La «señal de stop» en el grupo de desreflexión consiste en ponerse de acuerdo


sobre una cláusula, y a este acuerdo se llega en la primera sesión de grupo.
Los participantes —cuyo diagnóstico y antecedentes deberán ser adecuados
para una terapia de grupo— convienen en que nadie puede hablar sobre algo
negativo que le afecte. Esto deshace al instante la típica combinación neurótica
de hiperreflexión, negativismo y egocentrismo. Como está permitido hablar de
cualquier tema, excepto de algo negativo que afecte a uno mismo, los
participantes se ven obligados a olvidarse de sus pensamientos hiperreflexivos,
al menos mientras dure la sesión de grupo, y dedicarse a contenidos positivos y
autotrascendentes.

La experiencia demuestra que los participantes aceptan la cláusula voluntariamente y


sin reservas, porque tampoco desean escuchar ningún lamento autocompasivo por
parte de los otros miembros del grupo. Por lo tanto, aceptan y... se hace el silencio.
Nadie sabe qué decir cuando se trata de respetar la «señal de stop»; nadie es capaz
de entablar una conversación sobre algo positivo o que no le afecte. Este silencio es

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Logoterapia 241

un síntoma, un indicador de la enorme tendencia a la hiperreflexión de los miembros


del grupo, que se hallan profundamente absortos en sus cavilaciones.

Ahora, el terapeuta debe fijar la «señal de desvío» presentando pequeños impulsos


estimuladores. Puede poner sobre la mesa una imagen cargada de símbolos o un
dicho popular y pedir asociaciones de ideas. Por ejemplo, el refrán africano «No
sabes cuánto pesa la carga que no soportas» proporciona un punto de partida ideal
para la discusión. El terapeuta también puede traer a colación el tema «vecinos», o
«el verano pasado», y recopilar todos los recuerdos que surjan al respecto. Cuando
un participante rompe la cláusula y, por ejemplo, emite una extensa queja sobre un
vecino suyo, recibe una «tarea suplementaria» consistente en elaborar, para la
siguiente sesión, una lista de todos los rasgos de su vecino que sean dignos de
aprecio. Resulta fascinante ver los impulsos positivos que ello genera y cómo las
buenas razones consiguen atravesar las capas espirituales de la pedantería y la
terquedad.

Tras cuatro o cinco sesiones de grupo, la fuerte tendencia a la hiperreflexión va


debilitándose paulatinamente y los participantes empiezan a cooperar activamente y
con entrega. Todos juntos descubren el terreno de la realidad cargado de sentido
que les rodea y empiezan a escribir «diarios de los buenos momentos» o se animan
mutuamente a aprovechar su talento y ponerlo a disposición de sus congéneres. Los
miembros del grupo también controlan entre ellos el cumplimiento de la cláusula,
pero pronto deja de hacer falta, porque va avanzando un saludable proceso de
aprendizaje que hace disminuir la sobrevaloración de lo negativo.

Pero hay otro aspecto que también es interesante destacar. Paralelamente a todo
grupo de desreflexión, siempre propongo a los participantes que me expliquen, en
sesiones individuales, los problemas que les vayan surgiendo en sus vidas. Sin
embargo, raras veces toman en consideración mi propuesta, lo que demuestra que la
necesidad de hablar de problemas disminuye a medida que transcurre la terapia de

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Logoterapia 242

grupo. Por otro lado, nunca he registrado «síntomas de abstinencia» de ningún tipo.
El requisito para que éstos no aparezcan consiste en procurar que no se admita en
un grupo de desreflexión a ningún paciente que se encuentre en un estado de
aflicción justificada o en el que se registren obstáculos superables o problemas con
solución, o bien factores mórbidos psíquicos que requieran antes una ayuda
terapéutica de otro tipo.

La desreflexión consiste en ignorar, pero ignorar algo que se pueda ignorar y que no
mejoraría mediante la reflexión, sino que empeoraría. Pero, al mismo tiempo,
también es más que ignorar y algo más que una «maniobra de distracción». La
desreflexión no sólo fija un rumbo para dejar de mirarse a uno mismo, sino también
para mirar más allá de uno mismo, lo que significa, al fin y al cabo, una ampliación
del horizonte espiritual, una reconstrucción de la autotrascendencia y el
descubrimiento de nuevas dimensiones de valor y de sentido para el paciente. La
logoterapia es, pues, una «psicoterapia del descubrimiento». No venera la ilusión de
un «mundo intacto», sino que busca lo que todavía se mantiene intacto, lo que está
en condiciones de ser curado en nuestro mundo imperfecto y ofrecerlo al ser humano
inquieto, desorientado, desesperado y que anhela profundamente la felicidad.

5.20 Prevención y seguimiento

Hemos hablado de la imagen logoterapéutica del hombre, basada en el axioma de la


«libertad de la voluntad», y también hemos visto las distintas ramas de esta ciencia
médica orientada al conocimiento de la motivación más primitiva del ser humano: la
«voluntad de sentido». Pero todavía nos falta tratar el axioma del incondicional
«sentido de la vida», sobre el cual se fundamenta la visión logoterapéutica del mundo
y que es un elemento imprescindible en la prevención de crisis y el seguimiento de
pacientes.

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Logoterapia 243

Los índices de recaídas en personas que han padecido un trastorno mental alcanzan
niveles alarmantemente elevados. Debido a ello, hay que encontrar los medios
necesarios para estabilizar a los pacientes de tal manera que puedan y quieran hacer
su vida desde la responsabilidad hacia ellos mismos, sin recaer de nuevo en su
sintomatología patológica al más mínimo suceso desagradable que se presente. Un
cuidado preventivo de este género no deberá basarse en la enfermedad superada,
sus causas y su desarrollo, sino en aquello que «protege», es decir, en una filosofía
vital positiva que proporcione al antiguo enfermo un «apoyo en lo espiritual».

Los elevados índices de recaídas en psicoterapia están relacionados con la


estructura de carácter neurótico de muchos pacientes. Dicha estructura propende a
poner en marcha mecanismos de exageración e intensificación, a quedarse pegada
en lo irrelevante, a tomar lo accesorio por la vía trágica y a reaccionar
convulsivamente ante acontecimientos que no merecen tal agitación. La
excitabilidad, tanto en lo psíquico como en lo vegetativo, genera problemas en vez de
resolverlos. ¿Qué podemos deducir de todo para prevenir la recaída? Una
advertencia: si con las personas con antecedentes neuróticos se habla sin parar
sobre sus problemas, se quedarán mentalmente atascadas en ellos y no registrarán
que los problemas forman parte de la vida cotidiana y representan desafíos al
espíritu humano antes que obstáculos insalvables con los que hay que tropezar
forzosamente. La única alternativa son conversaciones que permitan a estas
personas comprender lo libres que son en realidad y lo mucho que pueden conseguir
si, en contra de sus ideas de impotencia, renuncian a un poco de comodidad,
incluidas las «ventajas» de estar enfermo.

Un programa terapéutico de cuatro niveles, que presenté por primera vez en 1982 en
un Congreso Mundial de Logoterapia celebrado en Hartford (Connecticut), ha dado
resultados óptimos a este respecto. Contiene tres niveles de seguimiento y pone a
los pacientes bastante a salvo de sus descontroles neuróticos en una contemplación
corregida de la vida. Por este motivo, lo describiremos brevemente a continuación.

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Logoterapia 244

Nivel 1

El primer nivel consiste en la terapia logoterapéutica individual indicada para el


trastorno existente en cada caso.

Nivel 2

En el segundo nivel se propone la participación en un grupo de desreflexión para


sofocar la tendencia crítica a la hiperreflexión todavía latente en casi todos los
pacientes en convalecencia tras su tratamiento.

Supongamos, por ejemplo, que una persona ha padecido un trastorno psicógeno del
habla y se ha sometido a tratamiento en el nivel 1. Ahora ya puede volver a hablar
con normalidad y recibe el alta de la terapia. ¿Acaso no intentará esta persona
observarse en secreto en su vida cotidiana para ver si su voz vuelve a desaparecer?
¿Acaso no caerá presa del pánico ante cualquier indicio de afonía? ¿Y no será
precisamente esta intensa concentración que acecha en el fondo de su mente la que
hará resucitar algún día el problema? El grupo de desreflexión puede ahuyentar
hasta cierto punto este peligro, porque, en él, el paciente aprende a separarse de su
concentración en sí mismo y a arrinconar en gran medida las posibilidades negativas
de su vida para dedicarse preferentemente, y con todas sus fuerzas, a las positivas.

En el Diario de un cura rural, de Bernanos, hay una bella frase que dice: «Odiarse
es más fácil de lo que creemos; la merced consiste en olvidarse». Ahora bien, si se
nos permite modificar esta afirmación, entonces podremos decir algo que tantas
personas neuróticas no son lo suficientemente capaces de recordar: mucho más
importante que despreciarse en demasía o considerarse en demasía, mucho más
importante que esto sería olvidarse completamente de uno mismo, es decir, no
pensar nunca más en uno mismo y en todas las circunstancias interiores, sino estar
interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización está personalmente
reservada y exigida a cada uno. No nos liberamos de nuestras dificultades
personales examinándonos a nosotros mismos ni mirándonos al espejo, sino

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Logoterapia 245

renunciando a nosotros mismos a través de la entrega a una cosa merecedora de


tal obra. (Frankl, 64).

Nivel 3

Como tercer nivel del programa he ideado un «círculo de meditación


logoterapéutica» que también se presenta en forma de grupo y comprende,
aproximadamente, unas diez sesiones. El círculo de meditación se propone ofrecer lo
que Frankl denominaba «apoyo en lo espiritual», es decir, el anclaje del antiguo
paciente en una filosofía positiva de la vida. En este punto ya no se discute sobre el
variopinto ir y venir de la vida de los componentes del grupo ni sobre ningún suceso
actual, sino sobre lo que verdaderamente importa, y siempre sorprende el nivel que
alcanzan y lo interesantes que son las conversaciones que se pueden llegar a
entablar con ellos.

Estos diálogos versan sobre el sentido del sufrimiento, la relación entre carácter y
salud, los sistemas de valores y cuestiones de conciencia personales o el hecho
inevitable de la muerte. Son meditaciones con las que los participantes maduran,
crecen, ganan distancia con respecto a lo banal y avanzan hacia lo verdadero. La
anticipación mental a posibles situaciones críticas que, a pesar de todo, podrían
tener su sentido, les ayuda a protegerse de las mismas y a soportar posibles
frustraciones, en vez de responder a ellas con la enfermedad. Los modelos antiguos
y los presentimientos de buenas noticias procedentes de lo espiritualmente
inconsciente se hacen un poco más conscientes.

A diferencia del grupo de desreflexión, en el círculo de meditación logoterapéutica no


existe ninguna cláusula, pero tampoco se eligen libremente los temas de discusión.
En cada sesión, el director del grupo trae a colación un asunto determinado y señala
aspectos del pensamiento frankliano, eventualmente aderezados con citas
convenientes de grandes filósofos o poetas, para que sean los propios pacientes, por
supuesto, quienes elaboren toda la información en un brainstorming. Hay que

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Logoterapia 246

recordar que los temas introducidos son completamente asequibles para personas
con poca formación, las cuales, a menudo, tropiezan incluso con una sabiduría
intrínseca que reconoce los enunciados logoterapéuticos como algo que siempre han
llevado latente sin estar formulado. Frankl hablaba a este respecto de una
«metafísica de la vida cotidiana» que él acostumbraba a inducir en sus pacientes.

Espero que el lector entienda correctamente este concepto. No sólo se trataba


de hacer, por así decirlo, transparente la vida cotidiana —aparentemente tan gris,
banal y anodina—, es decir, hacernos visibles a través de ella hacia lo eterno,
sino que, finalmente, se trataba de hacer ver cómo este eterno remite a lo
temporal, a lo cotidiano, como el lugar de un encuentro constante de lo finito con
lo infinito. Todo lo que creamos, experimentamos y sufrimos en el tiempo, lo
creamos, experimentamos y sufrimos simultáneamente para toda la eternidad.
Mientras asumamos la responsabilidad del acontecimiento, mientras éste sea,
por tanto, «historia», nuestra responsabilidad se verá extraordinariamente
gravada por el hecho de que no podemos eliminar de este mundo lo que no
acontece. Pero, simultáneamente, se apela a nuestra responsabilidad:
precisamente para traer al mundo lo no acontecido y hacerlo en el marco de
nuestra obra diaria, en el marco de nuestro día a día. Es así como lo cotidiano se
convierte en la pura realidad, y esta realidad, en la posibilidad de obrar Y, por
ello, la metafísica de la vida cotidiana nos saca de la vida cotidiana, pero para
volver a llevarnos, de manera consciente de nuestra responsabilidad, a la vida
cotidiana. (Frankl, 65).

Nivel 4

El cuarto nivel consiste en una última conversación individual sobre cualquier tema,
cuyo objetivo es el de disolver definitivamente la relación terapeuta-paciente. Los
antiguos pacientes no deberán sentirse más como tales y la imagen que tienen de sí
mismos deberá ser la de una persona sana y adulta. Por ello, en este nivel hay que
adoptar una conducta totalmente «aterapéutica». Se puede charlar con los pacientes
curados de lo que ellos deseen, pero no hay que mostrar nunca el más mínimo

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Logoterapia 247

interés en cualquier dificultad que pudieran tener, porque ahora les toca a ellos
curarse a sí mismos. Prácticamente, es como un «examen final»: deberán demostrar
que son lo suficientemente maduros y que pueden andar por su propio pie; en
general, se suelen ver así y se muestran orgullosos de la autonomía conquistada.
Naturalmente, no se le negará la ayuda a quien esté seriamente afectado, pero,
antes, los pacientes curados deberán comprobar si la herramienta logoterapéutica
que han obtenido y su propio «poder de obstinación del espíritu» les bastan para
curarse a sí mismos. Sólo así se podrá minimizar el enorme peligro de recaída y
ayudar de una vez por todas a aquellos cuya alma ha cedido (quién sabe desde
cuándo) a la tristeza.

Sobre los valores de la vida

Seguidamente presentamos una selección comentada de algunos de los temas que


se utilizan no sólo en el «círculo de meditación Iogoterapéutica», sino también para el
«trabajo de formación existencial» (Theodor Rütter), los «seminarios de aprendizaje
de la vida» y las conversaciones de supervisión.

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Logoterapia 248

5.21 La pregunta sobre el sentido del sufrimiento

Hay que admitir que el sentido de un sufrimiento nunca es manifiesto; en todo caso,
lo es con posterioridad al momento en que se produce. Sin embargo, un sufrimiento
podría tener un sentido que se escapará de cualquier entendimiento humano. Viktor
E. Frankl recurrió a una deducción analógica entre el mundo animal y el mundo
humano para explicar la relación entre éste y un hipotético «más allá».

Siguiendo esta idea, de vez en cuando explico a los participantes en mis terapias de
grupo la anécdota de un gato que vivía en nuestra casa y al que habíamos cogido
mucho cariño. Un día, un matrimonio conocido nuestro nos hizo una visita y trajo a
un enorme bulldog cuya diversión preferida era cazar felinos. Debido a ello, mientras
duró la visita encerramos a nuestro gato en una habitación contigua, donde se pasó
toda la tarde maullando desesperadamente. El animal no podía comprender por qué
había sido excluido y nosotros no podíamos hacerle entender el «sentido de su
sufrimiento», que no era otro que el de no ser destrozado de un bocado en el
pescuezo. ¿Por qué no podíamos explicarle el sentido de su exclusión? No era
porque no existiera tal sentido, sino porque el gatito no habría comprendido la más
clara de nuestras explicaciones. Al finalizar este relato, pregunto a los participantes si
son capaces de imaginarse que también nosotros, los seres humanos, nos
encontramos de vez en cuando en la situación del gato, arañando una puerta cerrada
y sin comprender el motivo de nuestra exclusión de los placeres de la vida. ¿No es
posible que en nosotros también haya escondido un sentido superior que no se
manifiesta ante nuestro entendimiento?

Los participantes acogen positivamente esta metáfora y, a menudo, aportan ejemplos


de vivencias propias de los que se deduce que un suceso de sus vidas, en un
principio doloroso, ha tenido posteriormente un sentido que en un primer momento
no veían. Estas reflexiones ayudan a cargar con valentía la cruz que cada uno lleva a
sus espaldas.

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Logoterapia 249

5.22 El sistema de valores personal

En el círculo de meditación se averigua aquello que los participantes consideran sus


valores más elevados y, al mismo tiempo, se hace constar que algunos sistemas de
valores son muy ricos, mientras que otros no van más allá de un único y gran valor,
como el trabajo o la educación de los hijos. También se trata la cuestión de que lo
segundo es peligroso, porque cuando un único «valor máximo» se pierde, el afectado
cae inmediatamente en el vacío de valores. Frankl descubrió muy sabiamente que
detrás de todo malestar hay una idolatría. Siempre que se da una validez absoluta a
algo, es decir, siempre que se sobrevalora de forma exclusiva, su pérdida arrastra a
las personas al malestar.

Por consiguiente, en toda valoración, los valores se someten finalmente al


tribunal de arbitraje divino. Este tribunal llama los valores al orden por su grado
de importancia: se colocan en una jerarquía de valores. Dentro de esta jerarquía,
se sitúa cada valor en su lugar y se aplica un correctivo cuando se exagera el
valor de las cosas, cuando éstas se sobrevaloran e idolatran, es decir cuando
éstas quieren usurpar el lugar reservado exclusivamente para la persona de valor
absoluto. Esta es la esencia de toda idolatría: que se haya vuelto a olvidar, por
encima del valor de una cosa, este valor absoluto anterior a toda valoración; que
se haya vuelto a olvidar que «todas las cosas no eran más que sustitutos del
Señor». (Frankl, 66).

Por consiguiente, quien haga constar que su sistema de valores es demasiado


exclusivo, es invitado a considerar un aumento de la variedad de sus valores. En
estos casos, los componentes del grupo se pueden presentar mutuamente
propuestas para ampliar el sistema de valores, con lo cual cada participante se
aprovecha de la creatividad de los demás.

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Logoterapia 250

5.23 El criterio de prioridad

A lo largo de mi labor de décadas con familias, he llegado a la conclusión de que una


familia sólo puede vivir en sintonía si cada miembro tiene una función asignada. La
armonía familiar se asemeja a la de una orquesta donde cada instrumento es
importante, cada voz es útil, pero también donde cada músico depende de los otros
miembros del grupo que lo acompañan y que, en el momento oportuno, llevan la voz
cantante. En una familia intacta hay una situación determinada para todos y cada
uno de los miembros y una función llena de sentido, adecuada a las capacidades de
cada uno, que no se puede tapar —como si un instrumento de la orquesta sonara
continuamente por encima de los demás— ni despreciar —como si un músico
abandonara de repente la orquesta en pleno recital.

De este modelo se derivan indicaciones útiles para la orientación familiar, pero aquí
sólo quisiera considerar un aspecto como continuación de lo dicho anteriormente. En
la formación del sistema de valores personal debería considerarse preferentemente
la función llena de sentido que una persona desempeña en su familia o que le es
requerida responsablemente en interés de la prosperidad de la misma. Nadie en
nuestra sociedad está obligado a fundar una familia; todo el mundo es libre de seguir
estando solo. Sin embargo, quien se ha decidido por formar una familia, quien ha
dado el sí a su cónyuge y quizás ha traído hijos al mundo, ha adquirido la obligación
de satisfacer aquella función llena de sentido que le corresponde en la unión familiar.

Si, en un determinado momento, la función llena de sentido de un miembro de la


familia es muy extensa —como puede ser el caso de una madre con varios hijos
pequeños o un hombre cuyo sueldo es la única fuente de ingresos de la familia—,
dicho miembro no deberá ampliar sus áreas de valores con aspectos extrafamiliares
y descuidar así su función familiar. Este sería el caso si, por ejemplo, la madre de
varios hijos pequeños decidiera ponerse a estudiar una carrera. No estamos diciendo
nada en contra de estudiar. La ampliación de conocimientos es un gran valor, pero

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Logoterapia 251

cuando se desarrolla en detrimento de la educación de los hijos, contraviene el


«sentido del momento» y supone un desprecio del criterio de prioridad que
desvaloriza esta actividad académica. Lo mismo sucedería si el hombre cuyo sueldo
es el único dinero de la familia quisiera intensificar su vida dedicándose en adelante
a la pintura aunque ésta no le proporcione ningún ingreso. Tampoco estamos
diciendo nada en contra del arte, que es uno de los valores más estimulantes de la
vida. Sin embargo, cuando el arte se conquista a través de la falta de
responsabilidad, también adquiere tintes dudosos.

La situación cambia cuando la función actual y llena de sentido de un miembro de la


familia es pequeña. Las madres con hijos mayores, los matrimonios sin hijos, las
parejas en las que ambos cónyuges tienen ingresos, etc., disponen indudablemente
de un campo de acción mayor para desarrollar áreas de valores personales, pero, en
cambio, satisfacen claramente menos el sentido de un compromiso familiar. Por lo
tanto, y en definitiva, se trata de una cuestión de equilibrio. Ya sea dentro o fuera de
la familia, toda vida humana está llena de sentido, pero cuando esta vida está
vinculada a una unión familiar, dicha vinculación es prioritaria y habrá que tenerla en
cuenta al decidir libremente las áreas de valores personales.

Desde el punto de vista de la psicohigiene, pasar por alto el criterio de prioridad


significa «nivel de alarma II» o, incluso, «nivel de alarma I». «Nivel de alarma II»
quiere decir que hay un peligro para el propio bienestar mental (a causa de la
exclusividad del sistema propio de valores, de la idolatría), o que hay un peligro para
el bienestar de la familia (por no respetar el criterio de prioridad). «Nivel de alarma I»
significa que ambos momentos de peligro son simultáneos (tanto la exclusividad de
la satisfacción del sentido propio como el desprecio del criterio de prioridad), o que
ya no existe ninguna orientación hacia un sentido. El «nivel de alarma II» se
considera «crítico», mientras que el «nivel de alarma I» marca una situación de alto
peligro para el estado mental.

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Logoterapia 252

5.24 La transitoriedad de la vida

Cuando los miembros del grupo han perfeccionado su sistema personal de valores,
lo han ampliado, lo han hecho compatible con la familia, se han sometido al «sentido
del momento» y han hecho examen de conciencia, entonces aflora inevitablemente
la pregunta de si la transitoriedad de la vida no apagará su capacidad de tener
valores. Por ello, al finalizar el círculo de meditación hay que plantear la asociación
de ideas logoterapéutica según la cual la capacidad de la vida para tener valores no
depende de la duración de la propia vida, sino de su calidad. Frankl comparaba la
vida con una película que se está rodando y cuya calidad tampoco depende de su
metraje. Por ejemplo, una película de viajes que se limita a mostrar durante dos
horas una camioneta avanzando por carreteras polvorientas estará menos
conseguida que otro filme que haya captado las vistas más bonitas del territorio por
el que se ha viajado.

Esta comparación del paso de la vida con una película también sirve para
comprender que la vida —como una película— sólo se acaba y se completa con su
final. Entonces, cada una de sus escenas quedará irrevocablemente expuesta a la
luz, plasmada en el celuloide del pasado, donde ya nada podrá ser modificado ni
falseado. Lo que estuvo mal seguirá estando mal, y lo que estuvo bien seguirá
estando bien. “El tiempo pasa, pero el acontecimiento se queda estacionado en la
historia. No podemos evitar lo acontecido; no podemos quitar de en medio lo creado.
En el pasado no hay nada perdido para siempre; en el pasado todo está a salvo de la
pérdida”. (Frankl, 67).

Con la metáfora de la filmoteca del pasado donde se almacenan las películas de las
vidas humanas concluidas, la persona creyente también puede imaginarse al
archivero, esa instancia que conoce todas las películas y se sabe hasta la más
mínima escena. Entonces, el hecho de «ser consciente» en vida sería reemplazado
por el de «ser conocido» en la muerte.

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Logoterapia 253

Pero la metáfora del rodaje de la película comentada anteriormente también resulta


muy sugestiva para los no creyentes, porque expresa visualmente el punto en el que
se encuentra la persona. Siempre nos hallamos en la frontera entre la parte expuesta
de la película de nuestra vida y la parte no expuesta; dejamos atrás la abundancia de
actos, experiencias y sufrimientos, y tenemos delante el vacío de posibilidades que
están por nacer. Y de nosotros depende, esencialmente, lo que se plasmará para
siempre en la siguiente imagen; qué escena nacerá en el pasado y formará
eternamente parte de nuestra vida, incluso cuando ésta ya haya acabado hace
tiempo. Por supuesto, ya nada se podrá extraer del pasado y el azar será muchas
veces el director. Sin embargo, en los momentos en que nosotros podamos, por así
decirlo, llevar la cámara, la escena que rodemos será nuestra obra, la obra de
nuestra vida. Frankl apuntaba a este respecto que, en la muerte, la persona ya no
tiene vida, sino que es su propia vida. El hombre se convierte entonces en su vida
completa y acabada y, por lo tanto, él también es su propio cielo o su propio infierno,
dependiendo de lo que haya hecho con su vida.

No cabe duda de que estas consideraciones son importantes, pero no menos


importante es la situación de los pacientes mentalmente trastornados y de las
personas que se confían a nosotros, los terapeutas, para que les ayudemos a extraer
lo mejor de sus vidas. No podemos prometer a estos pacientes que sus vidas serán
siempre alegres y agradables, pero sí podemos asegurarles que la vida se puede
dominar, y no sólo eso, sino que también merece la pena dominarla
—a pesar de las preocupaciones y los fracasos, y a pesar de su transitoriedad—. Por
encima de todo, estar vivo es un regalo formidable, una gracia que nos ha sido
concedida... Y si nuestros pacientes perciben esto en nuestras palabras, pienso que
ya están de algún modo salvados.

Cedamos la última palabra al pedagogo y filósofo romano Lucio Séneca a través de


unas líneas escritas hace dos milenios:

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Logoterapia 254

Así es: no es la vida que recibimos la que es corta, sino que somos nosotros quienes
la hacemos breve; no es que recibamos poco, sino que somos derrochadores. Igual
que una regia riqueza librada a manos de un propietario inútil se desvanece a los
cuatro vientos en un abrir y cerrar de ojos, mientras que un patrimonio, siquiera
moderado, se multiplica en manos de un buen custodio por las artes que éste
emplea con aquél, del mismo modo el conjunto de nuestra vida ofrece al que sabe
manejarla un amplio campo de acción [...]. ¿Qué quejas tenemos contra la
naturaleza? Ella se ha mostrado benévola: la vida es larga si se sabe utilizar bien.
(Séneca, 68).

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Logoterapia 255

CAPÍTULO 6

CONCEPTOS BÁSICOS DE LOGOTERAPIA

Los lectores de mi breve relato autobiográfico me pidieron que hiciera una exposición
más directa y completa de mi doctrina terapéutica. En consecuencia, añadí a la
edición original un sucinto resumen de lo que es la logoterapia. Pero no ha sido
suficiente; me acosan pidiéndome que trate más detenidamente el tema, de modo
que en la presente edición he dado una nueva redacción a mi relato, ampliándolo con
más detalles.

No ha sido un cometido fácil. Transmitir al lector en un espacio reducido todo el


material que en alemán requirió veinte volúmenes es una tarea capaz de desanimar
a cualquiera. Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó en mi
clínica de Viena: «Veamos, doctor, ¿usted es psicoanalista?» A lo que yo le contesté:
«No exactamente psicoanalista. Digamos que soy psicoterapeuta.» Entonces siguió
preguntándome:

«¿A qué escuela pertenece usted?» «Es mi propia teoría; se llama logoterapia», le
repliqué. «Puede definirme en una frase lo que quiere decir logoterapia?» «Sí», le
dije, «pero antes que nada, ¿puede usted definir en una sola frase la esencia del
psicoanálisis?» He aquí su respuesta: «En el psicoanálisis, el paciente se tiende en
un diván y le dice a usted cosas que, a veces, son muy desagradables de decir.»
Tras lo cual y de inmediato yo le devolví la siguiente improvisación: «Pues bien, en la
logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas
que, a veces, son muy desagradables de escuchar.»

Por supuesto dije esto en tono más bien festivo y sin pretender que fuera una versión
resumida de la logoterapia. Sin embargo, tiene mucho de verdad, pues, comparada
con el psicoanálisis, la logoterapia es un método menos retrospectivo y menos
introspectivo. La logoterapia mira más bien al futuro, es decir, a los cometidos y

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Logoterapia 256

sentidos que el paciente tiene que realizar en el futuro. A la vez, la logoterapia se


desentiende de todas las formulaciones del tipo círculo vicioso y de todos los
mecanismos de retroacción que tan importante papel desempeñan en el desarrollo
de las neurosis. De esta forma se quiebra el típico ensimismamiento del neurótico, en
vez de volver una y otra vez sobre lo mismo, con el consiguiente refuerzo.

Qué duda cabe de que mi definición simplificaba las cosas hasta el máximo y, sin
embargo, al aplicar la logoterapia el paciente ha de enfrentarse con el sentido de su
propia vida para, a continuación, rectificar la orientación de su conducta en tal
sentido. Por consiguiente, mi definición improvisada de la logoterapia es válida en
cuanto que el neurótico trata de eludir el cabal conocimiento de su cometido en la
vida, y el hacerle sabedor de esta tarea y despertarle a una concienciación plena
puede ayudar mucho a su capacidad para sobreponerse a su neurosis.

Explicaré a continuación por qué empleé el término «logoterapia» para definir mi


teoría. Logos es una palabra griega que equivale a «sentido», «significado» o
«propósito». La logoterapia o, como muchos autores la han llamado, «la tercera
escuela vienesa de psicoterapia», se centra en el significado de la existencia
humana, así como en la búsqueda de dicho sentido por parte del hombre. De
acuerdo con la logoterapia, la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por
encontrar un sentido a la propia vida. Por eso hablo yo de voluntad de sentido, en
contraste con el principio de placer (o, como también podríamos denominarlo, la
voluntad de placer) en que se centra el psicoanálisis freudiano, y en contraste con la
voluntad de poder que enfatiza la psicología de Adler.

6.1 Voluntad de sentido

La búsqueda por parte del hombre del sentido de la vida constituye una fuerza
primaria y no una «racionalización secundaria» de sus impulsos instintivos. Este

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Logoterapia 257

sentido es único y específico en cuanto es uno mismo y uno solo quien tiene que
encontrarlo; únicamente así logra alcanzar el hombre un significado que satisfaga su
propia voluntad de sentido. Algunos autores sostienen que las sensaciones y los
principios no son otra cosa que «mecanismos de defensa», «formaciones y
sublimaciones de las reacciones». Por lo que a mí toca, yo no quisiera vivir
simplemente por amor de mis «mecanismos de defensa», ni estaría dispuesto a
morir por mis «formaciones de las reacciones». El hombre, no obstante, ¡es capaz de
vivir e incluso de morir por sus ideales y principios!

Hace unos cuantos años se realizó en Francia una encuesta de opinión. Los
resultados demostraron que el 80 por ciento de la población encuestada reconocía
que el hombre necesita «algo» por qué vivir. Además, el 61 por ciento admitía que
había algo, o alguien, en su vida por cuya causa estaban dispuestos incluso a morir.
Repetí esta encuesta en mi clínica de Viena tanto entre los pacientes como entre el
personal y el resultado fue prácticamente similar al obtenido entre las miles de
personas encuestadas en Francia; la diferencia fue sólo de un 2 por ciento. En otras
palabras, la voluntad de sentido para muchas personas es cuestión de hecho, no de
fe.

Ni que decir tiene que son muchos los casos en que la insistencia de algunas
personas en los principios morales no es más que una pantalla para ocultar sus
conflictos internos; pero aun siendo esto cierto, representa la excepción a la regla y
no la mayoría. En dichos casos se justifica la interpretación psicodinámica como un
intento de analizar la dinámica inconsciente que le sirve de base. Nos encontramos
en realidad ante pseudoprincipios (buen ejemplo de ello es el caso del fanático) que,
por lo mismo, es preciso desenmascarar. El desenmascaramiento o la
desmitificación cesará, sin embargo, en cuanto uno se tope con lo que el hombre
tiene de auténtico y de genuino; por ejemplo, el deseo de una vida lo más
significativa posible. Si al llegar aquí no se detiene, el hombre que realiza el

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Logoterapia 258

desenmascaramiento se limitaba a traicionar su propia voluntad al menospreciar las


aspiraciones espirituales de los demás.

Tenemos que precavernos de la tendencia a considerar los principios morales como


simple expresión del hombre. Pues logos o «sentido» no es sólo algo que nace de la
propia existencia, sino algo que hace frente a la existencia. Si ese sentido que
espera ser realizado por el hombre no fuera nada más que la expresión de sí mismo
o nada más que la proyección de un espejismo, perdería inmediatamente su carácter
de exigencia y desafió; no podría motivar al hombre ni requerirle por más tiempo.
Esto se considera verdadero no sólo por lo que se refiere a la sublimación de los
impulsos instintivos, sino también por lo que toca a lo que C.G. Jung denomina
arquetipos del «inconsciente colectivo», en cuanto estos últimos serían también
expresiones propias de la humanidad, como un todo. Y también se considera cierto
por lo que se refiere al argumento de algunos pensadores existencialistas que no ven
en los ideales humanos otra cosa que invenciones. Según J. P. Sartre, el hombre se
inventa a sí mismo, concibe su propia «esencia», es decir, lo que él es
esencialmente, incluso lo que debería o tendría que ser. Pero yo no considero que
nosotros inventemos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos.

La investigación psicodinámica en el campo de los principios es legítima; la cuestión


estriba en saber si siempre es apropiada. Por encima de todas las cosas debemos
recordar que una investigación exclusivamente psicodinámica puede, en principio,
revelar únicamente lo que es una fuerza impulsora en el hombre. Ahora bien, los
principios morales no mueven al hombre, no le empujan, más bien tiran de él. Diré,
de paso, que es una diferencia que recordaba continuamente al pasar por las puertas
de los hoteles de Norteamérica: hay que tirar de una y empujar otra. Pues bien, si yo
digo que el hombre se ve arrastrado por los principios morales, lo que implícitamente
se infiere es el hecho de que la voluntad interviene siempre: la libertad del hombre
para elegir entre aceptar o rechazar una oferta; es decir, para cumplir un sentido
potencial o bien para perderlo.

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Logoterapia 259

Sin embargo, debe quedar bien claro que en el hombre no cabe hablar de eso que
suele llamarse impulso moral o impulso religioso, interpretándolo de manera idéntica
a cuando decimos que los seres humanos están determinados por los instintos
básicos. Nunca el hombre se ve impulsado a una conducta moral; en cada caso
concreto decide actuar moralmente. Y el hombre no actúa así para satisfacer un
impulso moral y tener una buena conciencia; lo hace por amor de una causa con la
que se identifica, o por la persona que ama, o por la gloria de Dios. Si obra para
tranquilizar su conciencia será un fariseo y dejará de ser una persona
verdaderamente moral. Creo que hasta los mismos santos no se preocupan de otra
cosa que no sea servir a su Dios y dudo siquiera de que piensen en ser santos. Si
así fuera serían perfeccionistas, pero no santos. Cierto que, como reza el dicho
alemán, una buena conciencia es la mejor almohada»; pero la verdadera moralidad
es algo más que un somnífero o un tranquilizante.

6.2 Frustración existencial

La voluntad de sentido del hombre puede también frustrarse, y en tal caso la


logoterapia habla de la frustración existencial. El término «existencial» se puede
utilizar de tres maneras: para referirse a la propia (1) existencia, es decir, el modo de
ser específicamente humano; (2) el sentido de la existencia; y (3) el afán de
encontrar un sentido concreto a la existencia personal, o lo que es lo mismo, la
voluntad de sentido.

La frustración existencial se puede también resolver en neurosis. Para este tipo de


neurosis, la logoterapia ha acuñado el término «neurosis noógena», en contraste con
la neurosis en sentido estricto; es decir, la neurosis psicógena. Las neurosis
noógenas tienen su origen no en lo psicológico, sino más bien en la dimensión
noológica (del griego noos, que significa mente), de la existencia humana. Este
término logoterapéutico denota algo que pertenece al núcleo «espiritual» de la

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Logoterapia 260

personalidad humana. No obstante, debe recordarse que dentro del marco de


referencia de la logoterapia, el término «espiritual» no tiene connotación
primordialmente religiosa, sino que hace referencia a la dimensión específicamente
humana.

6.3 Neurosis noógena

Las neurosis noógenas no nacen de los conflictos entre impulsos e instintos, sino
más bien de los conflictos entre principios morales distintos; en otras palabras, de los
conflictos morales o, expresándonos en términos más generales, de los problemas
espirituales, entre los que la frustración existencial suele desempeñar una función
importante.

Resulta obvio que en los casos noógenos, la terapia apropiada e idónea no es la


psicoterapia en general, sino la logoterapia, es decir, una terapia que se atreva a
penetrar en la dimensión espiritual de la existencia humana. De hecho, logos en
griego no sólo quiere decir «significación» o «sentido», sino también «espíritu». La
logoterapia considera en términos espirituales temas asimismo espirituales, como
pueden ser la aspiración humana por una existencia significativa y la frustración de
este anhelo. Dichos temas se tratan con sinceridad y desde el momento en que se
inician, en vez de rastrearlos hasta sus raíces y orígenes inconscientes, es decir, en
vez de tratarlos como instintivos.

Si un médico no acierta a distinguir entre la dimensión espiritual como opuesta a la


dimensión instintiva, el resultado es una tremenda confusión. Citaré el siguiente
ejemplo: un diplomático norteamericano de alta graduación acudió a mi consulta en
Viena a fin de continuar un tratamiento psicoanalítico que había iniciado cinco años
antes con un analista de Nueva York. Para empezar, le pregunté qué le había llevado
a pensar que debía ser analizado; es decir, antes que nada, cuál había sido la causa

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Logoterapia 261

de iniciar el análisis. El paciente me contestó que se sentía insatisfecho con su


profesión y tenía serias dificultades para cumplir la política exterior de Norteamérica.
Su analista le había repetido una y otra vez que debía tratar de reconciliarse con su
padre, pues el gobierno estadounidense, al igual que sus superiores, «no eran otra
cosa» que imágenes del padre y, en consecuencia, la insatisfacción que sentía por
su trabajo se debía al aborrecimiento que, inconscientemente, abrigaba hacia su
padre.

A lo largo de un análisis que había durado cinco años, el paciente, cada vez se había
ido sintiendo más dispuesto a aceptar estas interpretaciones, hasta que al final era
incapaz de ver el bosque de la realidad a causa de los árboles de símbolos e
imágenes. Tras unas cuantas entrevistas, quedó bien patente que su voluntad de
sentido se había visto frustrada por su vocación y añoraba no estar realizando otro
trabajo distinto. Como no había ninguna razón para no abandonar su empleo y
dedicarse a otra cosa, así lo hizo y con resultados muy gratificantes. Según me ha
informado recientemente, lleva ya cinco años en su nueva profesión y está contento.
Dudo mucho de que, en este caso, yo tratara con una personalidad neurótica, ni
mucho menos, y por ello dudo de que necesitara ningún tipo de psicoterapia, ni
tampoco de logoterapia, por la sencilla razón de que ni siquiera era un paciente.
Pues no todos los conflictos son necesariamente neuróticos y, a veces, es normal y
saludable cierta dosis de conflictividad. Análogamente, el sufrimiento no es siempre
un fenómeno patológico; más que un síntoma neurótico, el sufrimiento puede muy
bien ser un logro humano, sobre todo cuando nace de la frustración existencial. Yo
niego categóricamente que la búsqueda de un sentido para la propia existencia, o
incluso la duda de que exista, proceda siempre de una enfermedad o sea resultado
de ella. La frustración existencial no es en sí misma ni patológica ni patógena. El
interés del hombre, incluso su desesperación por lo que la vida tenga de valiosa, es
una angustia espiritual pero no es en modo alguno una enfermedad mental. Muy bien
pudiera acaecer que al interpretar la primera como si fuera la segunda, el
especialista se vea inducido a enterrar la desesperación existencial de su paciente

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Logoterapia 262

bajo un cúmulo de drogas tranquilizantes. Su deber consiste, en cambio, en conducir


a ese paciente a través de su crisis existencial de crecimiento y desarrollo.

La logoterapia considera que es su cometido ayudar al paciente a encontrar el


sentido de su vida. En cuanto la logoterapia le hace consciente del logos oculto de su
existencia, es un proceso analítico. Hasta aquí, la logoterapia se parece al
psicoanálisis. Ahora bien, la pretensión de la logoterapia de conseguir que algo
vuelva otra vez a la conciencia no limita su actividad a los hechos instintivos que
están en el inconsciente del individuo, sino que también le hace ocuparse de
realidades espirituales, tales como el sentido potencial de la existencia que ha de
cumplirse, así como de su voluntad de sentido. Sin embargo, todo análisis, aun en el
caso de que no comprenda la dimensión noológica o espiritual en su proceso
terapéutico, trata de hacer al paciente consciente de lo que anhela en lo más
profundo de su ser. La logoterapia difiere del psicoanálisis en cuanto considera al
hombre como un ser cuyo principal interés consiste en cumplir un sentido y realizar
sus principios morales, y no en la mera gratificación y satisfacción de sus impulsos e
instintos ni en poco más que la conciliación de las conflictivas exigencias del ello, del
yo y del super yó, o en la simple adaptación y ajuste a la sociedad y al entorno.

6.4 Noodinámica

Cierto que la búsqueda humana de ese sentido y de esos principios puede nacer de
una tensión interna y no de un equilibrio interno.

Ahora bien, precisamente esta tensión es un requisito indispensable de la salud


mental. Y yo me atrevería a decir que no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos
a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene
un sentido. Hay mucha sabiduría en Nietzsche cuando dice: «Quien tiene un por qué
para vivir puede soportar casi cualquier cómo. » Yo veo en estas palabras un motor

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Logoterapia 263

que es válido para cualquier psicoterapia. Los campos de concentración nazis fueron
testigos (y ello fue confirmado más tarde por los psiquiatras norteamericanos tanto
en Japón como en Corea) de que los más aptos para la supervivencia eran aquellos
que sabían que les esperaba una tarea por realizar.

En cuanto a mí, cuando fui internado en el campo de Auschwitz me confiscaron un


manuscrito listo para su publicación. No cabe duda de que mi profundo interés por
volver a escribir el libro me ayudó a superar los rigores de aquel campo. Por ejemplo,
cuando caí enfermo de tifus anoté en míseras tiras de papel muchos apuntes con la
idea de que me sirvieran para redactar de nuevo el manuscrito si sobrevivía hasta el
día de la liberación. Estoy convencido de que la reconstrucción de aquel trabajo que
perdí en los siniestros barracones de un campo de concentración bávaro me ayudó a
vencer el peligro del colapso.

Puede verse, pues, que la salud se basa en un cierto grado de tensión, la tensión
existente entre lo que ya se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido; o el
vacío entre lo que se es y lo que se debería ser. Esta tensión es inherente al ser
humano y por consiguiente es indispensable al bienestar mental. No debemos, pues,
dudar en desafiar al hombre a que cumpla su sentido potencial. Sólo de este modo
despertamos del estado de latencia su voluntad de significación. Considero un
concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el
hombre necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina en biología
«homeostasis»; es decir, un estado sin tensiones. Lo que el hombre realmente
necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le
merezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino sentir la
llamada de un sentido potencial que está esperando que él lo cumpla. Lo que el
hombre necesita no es la «homeostasis», sino lo que yo llamo la «noodinámica», es
decir, la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar en el cual un polo
viene representado por el significado que debe cumplirse y el otro polo por el hombre
que debe cumplirlo. Y no debe pensarse que esto es cierto sólo para las condiciones

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Logoterapia 264

normales; su validez es aún más patente en el caso de individuos neuróticos.


Cuando los arquitectos quieren apuntalar un arco que se hunde, aumentan la carga
encima de él, para que sus partes se unan así con mayor firmeza. Así también, si los
terapeutas quieren fortalecer la salud mental de sus pacientes, no deben tener miedo
a aumentar dicha carga y orientarles hacia el sentido de su vida.

Una vez puesta de manifiesto la incidencia beneficiosa que ejerce la orientación


significativa, me ocuparé de la influencia nociva que encierra ese sentimiento del que
se quejan hoy muchos pacientes; a saber, el sentimiento de que su vida carece total
y definitivamente de un sentido. Se ven acosados por la experiencia de su vaciedad
íntima, del desierto que albergan dentro de sí; están atrapados en esa situación que
ellos denominan «vacío existencial».

6.5 El vacío existencial

El vacío existencial es un fenómeno muy extendido en el siglo XX. Ello es


comprensible y puede deberse a la doble pérdida que el hombre tiene que soportar
desde que se convirtió en un verdadero ser humano. Al principio de la historia de la
humanidad, el hombre perdió algunos de los instintos animales básicos que
conforman la conducta del animal y le confieren seguridad; seguridad que, como el
paraíso, le está hoy vedada al hombre para siempre: el hombre tiene que elegir;
pero, además, en los últimos tiempos de su transcurrir, el hombre ha sufrido otra
pérdida: las tradiciones que habían servido de contrafuerte a su conducta se están
diluyendo a pasos agigantados. Carece, pues, de un instinto que le diga lo que ha de
hacer, y no tiene ya tradiciones que le indiquen lo que debe hacer; en ocasiones no
sabe ni siquiera lo que le gustaría hacer. En su lugar, desea hacer lo que otras
personas hacen (conformismo) o hace lo que otras personas quieren que haga
(totalitarismo).

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Logoterapia 265

Mi equipo del departamento neurológico realizó una encuesta entre los pacientes y
los enfermos del Hospital Policlínico de Viena y en ella se reveló que el 55 por ciento
de las personas encuestadas acusaban un mayor o menor grado de vacío
existencial. En otras palabras, más de la mitad de ellos habían experimentado la
pérdida del sentimiento de que la vida es significativa.

Este vacío existencial se manifiesta sobre todo en un estado de tedio. Podemos


comprender hoy a Schopenhauer cuando decía que, aparentemente, la humanidad
estaba condenada a bascular eternamente entre los dos extremos de la tensión y el
aburrimiento. De hecho, el hastío es hoy causa de más problemas que la tensión y,
desde luego, lleva más casos a la consulta del psiquiatra. Estos problemas se hacen
cada vez más críticos, pues la progresiva automatización tendrá como consecuencia
un gran aumento del promedio de tiempo de ocio para los obreros. Lo único malo de
ello es que muchos quizás no sepan qué hacer con todo ese tiempo libre recién
adquirido.

Pensemos, por ejemplo, en la «neurosis del domingo», esa especie de depresión


que aflige a las personas conscientes de la falta de contenido de su vida cuando el
trajín de la semana se acaba y ante ellos se pone de manifiesto su vacío interno. No
pocos casos de suicidio pueden rastrearse hasta ese vacío existencial. No es
comprensible que se extiendan tanto los fenómenos del alcoholismo y la delincuencia
juvenil a menos que reconozcamos la existencia del vacío existencial que les sirve de
sustento. Y esto es igualmente válido en el caso de los jubilados y de las personas
de edad.

Sin contar con que el vacío existencial se manifiesta enmascarado con diversas
caretas y disfraces. A veces la frustración de la voluntad de sentido se compensa
mediante una voluntad de poder, en la que cabe su expresión más primitiva: la
voluntad de tener dinero. En otros casos en que la voluntad de sentido se frustra,
viene a ocupar su lugar la voluntad de placer. Por esta razón la frustración existencial

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Logoterapia 266

suele manifestarse en forma de compensación sexual y así, en los casos de vacío


existencial, podemos observar que la libido sexual se vuelve agresiva.

Algo parecido sucede en las neurosis. Hay determinados tipos de mecanismos de


retroacción y de formación de círculos viciosos que trataré más adelante. Sin
embargo una y otra vez se observa que esta sintomatología invade las existencias
vacías, en cuyo seno se desarrolla y florece. En estos pacientes el síntoma que
tenemos que tratar no es una neurosis noógena. Ahora bien, nunca conseguiremos
que el paciente se sobreponga a su condición si no complementamos el tratamiento
psicoterapéutico con la logoterapia, ya que al llenar su vacío existencial se previene
al paciente de ulteriores recaídas. Así pues, la logoterapia está indicada no sólo en
los casos noógenos como señalábamos antes, sino también en los casos psicógenos
y, sobre todo, en lo que yo he denominado (pseudo) neurosis somatógenas». Desde
esta perspectiva se justifica la afirmación que un día hiciera Magda B. Arnold:

«Toda terapia debe ser, además, logoterapia, aunque sea en un grado mínimo.»

Consideremos a continuación lo que podemos hacer cuando el paciente pregunta


cuál es el sentido de su vida.

6.6 El sentido de la vida

Dudo de que haya ningún médico que pueda contestar a esta pregunta en términos
generales, ya que el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para
otro, de una hora a otra hora. Así pues, lo que importa no es el sentido de la vida en
términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un
momento dado. Plantear la cuestión en términos generales puede equipararse a la
pregunta que se hizo a un campeón de ajedrez: «Dígame, maestro, ¿cuál es la mejor
jugada que puede hacerse?» Lo que ocurre es, sencillamente, que no hay nada que

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Logoterapia 267

sea la mejor jugada, o una buena jugada, si se considera fuera de la situación


especial del juego y de la peculiar personalidad del oponente. No deberíamos buscar
un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que
cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto. Por tanto ni puede ser
reemplazado en la función, ni su vida puede repetirse; su tarea es única como única
es su oportunidad para instrumentarla.

Como quiera toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea un
problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede en
realidad invertirse. En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el
sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. En una palabra,
a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida
respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida.
De modo que la logoterapia considera que la esencia íntima de la existencia humana
está en su capacidad de ser responsable.

6.7 La esencia de la existencia

Este énfasis en la capacidad de ser responsable se refleja en el imperativo


categórico de la logoterapia; a saber: «Vive como si ya estuvieras viviendo por
segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente
como ahora estás a punto de obrar.» Me parece a mí que no hay nada que más
pueda estimular el sentido humano de la responsabilidad que esta máxima que invita
a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que
se puede modificar y corregir ese pasado: este precepto enfrenta al hombre con la
finitud de la vida, así como con la finalidad de lo que cree de sí mismo y de su vida.

La logoterapia intenta hacer al paciente plenamente consciente de sus propias


responsabilidades; razón por la cual ha de dejarle la opción de decidir por qué, ante

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Logoterapia 268

qué o ante quién se considera responsable. Y por ello el logoterapeuta es el menos


tentado de todos los psicoterapeutas a imponer al paciente juicios de valor, pues
nunca permitirá que éste traspase al médico la responsabilidad de juzgar.
Corresponde, pues, al paciente decidir si debe interpretar su tarea vital siendo
responsable ante la sociedad o ante su propia conciencia. Una gran mayoría, no
obstante, considera que es a Dios a quien tiene que rendir cuentas; éstos son los
que no interpretan su vida simplemente bajo la idea de que se les ha asignado una
tarea que cumplir, sino que se vuelven hacia el rector que les ha asignado dicha
tarea.

La logoterapia no es ni labor docente ni predicación. Está tan lejos del razonamiento


lógico como de la exhortación moral. Dicho figurativamente, el papel que el
logoterapeuta representa es más el de un especialista en oftalmología que el de un
pintor. Este intenta poner ante nosotros una representación del mundo tal como él lo
ve; el oftalmólogo intenta conseguir que veamos el mundo como realmente es. La
función del logoterapeuta consiste en ampliar y ensanchar el campo visual del
paciente de forma que sea consciente y visible para él todo el espectro de las
significaciones y los principios. La logoterapia no precisa imponer al paciente ningún
juicio, pues en realidad la verdad se impone por sí misma sin intervención de ningún
tipo.

Al declarar que el hombre es una criatura responsable y que debe aprehender el


sentido potencial de su vida, quiero subrayar que el verdadero sentido de la vida
debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique,
como si se tratara de un sistema cerrado. Por idéntica razón, la verdadera meta de la
existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización.

Esta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se
esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la misma medida
en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en esa

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Logoterapia 269

misma medida se autorrealiza. En otras palabras, la autorrealización no puede


alcanzarse cuando se considera un fin en sí misma, sino cuando se toma como
efecto secundario de la propia trascendencia.

No debe considerarse el mundo como simple expresión de uno mismo, ni tampoco


como mero instrumento, o como medio para conseguir la autorrealización. En ambos
casos la visión del mundo, o, Weltanschauung, se convierte en Weltentwertung, es
decir, menosprecio del mundo.

Ya hemos dicho que el sentido de la vida siempre está cambiando, pero nunca cesa.
De acuerdo con la logoterapia, podemos descubrir este sentido de la vida de tres
modos distintos: (1) realizando una acción; (2) teniendo algún principio; y (3) por el
sufrimiento. En el primer caso el medio para el logro o cumplimiento es obvio. El
segundo y tercer medio precisan ser explicados.

El segundo medio para encontrar un sentido en la vida es sentir por algo como, por
ejemplo, la obra de la naturaleza o la cultura; y también sentir por alguien, por
ejemplo el amor.

6.8 El sentido del amor

El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más


profundo de su personalidad. Nadie puede ser totalmente conocedor de la esencia
de otro ser humano si no le ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver
los trazos y rasgos esenciales en la persona amada; y lo que es más, ver también
sus potencias: lo que todavía no se ha revelado, lo que ha de mostrarse. Todavía
más, mediante su amor, la persona que ama hace posible que el amado manifieste
sus potencias. Al hacerle consciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar a
ser, logra que esas potencias se conviertan en realidad. En logoterapia, el amor no

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Logoterapia 270

se interpreta como un epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales en el sentido


de lo que se denomina sublimación. El amor es un fenómeno tan primario como
pueda ser el sexo. Normalmente el sexo es una forma de expresar el amor. El sexo
se justifica, incluso se santifica, en cuanto que es un vehículo del amor, pero sólo
mientras éste existe. De este modo, el amor no se entiende como un mero efecto
secundario del sexo, sino que el sexo se ve como medio para expresar la experiencia
de ese espíritu de fusión total y definitiva que se llama amor.

Un tercer cauce para encontrar el sentido de la vida es por vía del sufrimiento.

6.9 El sentido del sufrimiento

Cuando uno se enfrenta con una situación inevitable, insoslayable, siempre que uno
tiene que enfrentarse a un destino que es imposible cambiar, por ejemplo, una
enfermedad incurable, un cáncer que no puede operarse, precisamente entonces se
le presenta la oportunidad de realizar el valor supremo, de cumplir el sentido más
profundo, cual es el del sufrimiento. Porque lo que más importa de todo es la actitud
que tomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento.

Citaré un ejemplo muy claro: en una ocasión, un viejo doctor en medicina general me
consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida
de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quien él había amado por
encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues
bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: «
¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le
hubiera sobrevivido?» «¡Oh!», dijo, «para ella hubiera sido terrible, habría sufrido
muchísimo!» A lo que le repliqué: «Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese
sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte.»

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Logoterapia 271

No dijo nada, pero me tomó la mano y quedamente abandonó mi despacho. El


sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra
un sentido, como puede serlo el sacrificio.

Claro está que en este caso no hubo terapia en el verdadero sentido de la palabra,
puesto que, para empezar, su sufrimiento no era una enfermedad y, además, yo no
podía dar vida a su esposa. Pero en aquel preciso momento sí acerté a modificar su
actitud hacia ese destino inalterable en cuanto a partir de ese momento al menos
podía encontrar un sentido a su sufrimiento.

Uno de los postulados básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal del
hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrar un sentido a la
vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que
ese sufrimiento tenga un sentido.

Ni que decir tiene que el sufrimiento no significará nada a menos que sea
absolutamente necesario; por ejemplo, el paciente no tiene por qué soportar, como si
llevara una cruz, el cáncer que puede combatirse con una operación; en tal caso
sería masoquismo, no heroísmo.

La psicoterapia tradicional ha tendido a restaurar la capacidad del individuo para el


trabajo y para gozar de la vida; la logoterapia también persigue dichos objetivos y
aún va más allá al hacer que el paciente recupere su capacidad de sufrir, si fuera
necesario, y por tanto de encontrar un sentido incluso al sufrimiento. En este
contexto, Edith Weisskopf-Joelson, catedrática de psicología de la Universidad de
Georgia, en su artículo sobre logoterapia defiende que «nuestra filosofía de la
higiene mental al uso insiste en la idea de que la gente tiene que ser feliz, que la
infelicidad es síntoma de desajuste. Un sistema tal de valores ha de ser responsable
del hecho de que el cúmulo de infelicidad inevitable se vea aumentado por la
desdicha de ser desgraciado». En otro ensayo expresa la esperanza de que la
logoterapia «pueda contribuir a actuar en contra de ciertas tendencias indeseables

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Logoterapia 272

en la cultura actual estadounidense, en la que se da al que sufre incurablemente una


oportunidad muy pequeña de enorgullecerse de su sufrimiento y de considerarlo
enaltecedor y no degradante», de forma que «no sólo se siente desdichado, sino
avergonzado además por serlo».

Hay situaciones en las que a tino se le priva de la oportunidad de ejecutar su propio


trabajo y de disfrutar de la vida, pero lo que nunca podrá desecharse es la
inevitabilidad del sufrimiento. Al aceptar el reto de sufrir valientemente, la vida tiene
hasta el último momento un sentido y lo conserva hasta el fin, literalmente hablando.
En otras palabras, el sentido de la vida es de tipo incondicional, ya que comprende
incluso el sentido del posible sufrimiento.

Traigo ahora a la memoria lo que tal vez constituya la experiencia más honda que
pasé en un campo de concentración. Las probabilidades de sobrevivir en uno de
estos campos no superaban la proporción de 1 a 28 como puede verificarse por las
estadísticas. No parecía posible, cuanto menos probable, que yo pudiera rescatar el
manuscrito de mi primer libro, que había escondido en mi chaqueta cuando llegué a
Auschwitz. Así pues, tuve que pasar el mal trago y sobreponerme a la pérdida de mi
hijo espiritual. Es más, parecía como si nada o nadie fuera a sobrevivirme, ni un hijo
físico, ni un hijo espiritual, nada que fuera mío. De modo que tuve que enfrentarme a
la pregunta de si en tales circunstancias mi vida no estaba huérfana de cualquier
sentido.

Aún no me había dado cuenta de que ya me estaba reservada la respuesta a la


pregunta con la que yo mantenía una lucha apasionada, respuesta que muy pronto
me sería revelada. Sucedió cuando tuve que abandonar mis ropas y heredé a
cambio los harapos de un prisionero que habían enviado a la cámara de gas nada
más poner los pies en la estación de Auschwitz. En vez de las muchas páginas de mi
manuscrito encontré en un bolsillo de la chaqueta que acababan de entregarme una
sola página arrancada de un libro de oraciones en hebreo, que contenía la más

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Logoterapia 273

importante oración judía, el Shema Yisrael. ¿Cómo interpretar esa «coincidencia»


sino como el desafió para vivir mis pensamientos en vez de limitarme a ponerlos en
el papel?

Un poco más tarde, según recuerdo, me pareció que no tardaría en morir. En esta
situación crítica, sin embargo, mi interés era distinto del de mis camaradas. Su
pregunta era: «¿Sobreviviremos a este campo? Pues si no, este sufrimiento no tiene
sentido.» La pregunta que yo me planteaba era algo distinta: «¿Tienen todo este
sufrimiento, estas muertes en torno mío, algún sentido? Porque si no,
definitivamente, la supervivencia no tiene sentido, pues la vida cuyo significado
depende de una casualidad —ya se sobreviva o se escape a ella— en último término
no merece ser vivida.»

6.10 Problemas metaclínicos

Cada día que pasa, el médico se ve confrontado más y más con las preguntas: ¿Qué
es la vida? ¿Qué es el sufrimiento, después de todo? Cierto que incesante y
continuamente al psiquiatra le abordan hoy pacientes que le plantean problemas
humanos más que síntomas neuróticos. Algunas de las personas que en la
actualidad visitan al psiquiatra hubieran acudido en tiempos pasados a un pastor, un
sacerdote o un rabino, pero hoy, por lo general, se resisten a ponerse en manos de
un eclesiástico, de forma que el médico tiene que hacer frente a cuestiones
filosóficas más que a conflictos emocionales.

Me gustaría citar el siguiente caso: en una ocasión, la madre de un muchacho que


había muerto a la edad de once años fue internada en mi clínica tras un intento de
suicidio. Mi ayudante, el doctor Kocourek, la invitó a unirse a una sesión de terapia
de grupo y ocurrió que yo entré en la habitación donde se desarrollaba la sesión de
psicodrama. En ese momento, ella contaba su historia. A la muerte de su hijo se

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Logoterapia 274

quedó sola con otro hijo mayor, que estaba impedido como consecuencia de la
parálisis infantil. El muchacho no podía moverse más que en una silla de ruedas. Y
su madre se rebelaba contra el destino. Ahora bien, cuando ella intentó suicidarse
junto con su hijo, fue precisamente el tullido quien le impidió hacerlo. ¡El quería vivir!
Para él, la vida seguía siendo significativa, ¿por qué no había de serlo para su
madre? ¿Cómo podría seguir teniendo sentido su vida? ¿Y cómo podíamos ayudarla
a que fuera consciente de ello?

Improvisando, participé en la discusión. Y me dirigí a otra mujer del grupo. Le


pregunté cuántos años tenía y me contestó que treinta. Yo le repliqué: «No, usted no
tiene 30, sino 80, está tendida en una cama moribunda y repasa lo que fue su vida,
una vida sin hijos pero llena de éxitos económicos y de prestigio social.» A
continuación la invité a considerar cómo se sentiría ante tal situación. «¿Qué
pensaría usted? ¿Qué se diría a sí misma?» Voy a reproducir lo que dijo
exactamente, tomándolo de la cinta en que se grabó la sesión:

«Oh, me casé con un millonario; tuve una vida llena de riquezas, ¡y la viví
plenamente! ¡Coqueteé con los hombres, me burlé de ellos! Pero, ahora tengo
ochenta años y ningún hijo. Al volver la vista atrás, ya vieja como soy, no puedo
comprender el sentido de todo aquello; y ahora no tengo más remedio que decir: ¡mi
vida fue un fracaso!»

Invité entonces a la madre del muchacho paralítico a que se imaginara a ella misma
en una situación semejante, considerando lo que había sido su vida. Oigamos lo que
dijo, grabado igualmente: «Yo quise tener hijos y mi deseo se cumplió; un hijo se
murió y el otro hubiera tenido que ir a alguna institución benéfica si yo no me hubiera
ocupado de él. Aunque está tullido e inválido, es mi hijo después de todo, de manera
que he hecho lo posible para que tenga una vida plena. He hecho de mi hijo un ser
humano mejor.» Al llegar a este punto rompió a llorar y, sollozando, continuó: «En
cuanto a mí, puedo contemplar en paz mi vida pasada, y puedo decir que mi vida

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Logoterapia 275

estuvo cargada de sentido y yo intenté cumplirlo con todas mis fuerzas. He obrado lo
mejor que he sabido; he hecho lo mejor que he podido por mi hijo. ¡Mi vida no ha
sido un fracaso!»

Al considerar su vida como si estuviera en el lecho de muerte pudo, de pronto,


percibir en ella un sentido, sentido en el que también quedaban comprendidos sus
sufrimientos. Por idéntico motivo, se hizo patente que una vida tan corta como, por
ejemplo, la del hijo muerto, podía ser tan rica en alegría y amor que tuviera mayor
significado que una vida que hubiera durado ochenta años.

Pasado un rato, procedí a hacer otra pregunta; esta vez me dirigía a todo el grupo.
Les pregunté si un chimpancé al que se había utilizado para producir el suero de la
poliomielitis y, por tanto, había sido inyectado una y otra vez, sería capaz de
aprender el significado de su sufrimiento. Al unísono, todo el grupo contestó que no,
rotundamente; debido a su limitada inteligencia, el chimpancé no podía introducirse
en el mundo del hombre, que es el único mundo donde se comprendería su
sufrimiento. Entonces continué formulando la siguiente pregunta: «Y qué hay del
hombre? ¿Están ustedes seguros de que el mundo humano es un punto terminal en
la evolución del cosmos? ¿No es concebible que exista la posibilidad de otra
dimensión, de un mundo más allá del mundo del hombre, un mundo en el que la
pregunta sobre el significado último del sufrimiento humano obtenga respuesta?»

6.11 El suprasentido

Este sentido último excede y sobrepasa, necesariamente, la capacidad intelectual del


hombre; en logoterapia empleamos para este contexto el término suprasentido. Lo
que se le pide al hombre no es, como predican muchos filósofos existenciales, que
soporte la insensatez de la vida, sino más bien que asuma racionalmente su propia

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Logoterapia 276

capacidad para aprehender toda la sensatez incondicional de esa vida. Logos es


más profundo que lógica.

El psiquiatra que vaya más allá del concepto del suprasentido, más tarde o más
temprano se sentirá desconcertado por sus pacientes, como me sentí yo cuando mi
hija de 6 años me hizo esta pregunta:

«¿Por qué hablamos del buen Dios?» A lo que le contesté: «Hace unas semanas
tenías sarampión y ahora el buen Dios te ha curado.» Pero la niña no quedó muy
contenta y replicó: «Muy bien, papá, pero no te olvides de que primero él me envió el
sarampión>>.

No obstante, cuando un paciente tiene una creencia religiosa firmemente arraigada,


no hay ninguna objeción en utilizar el efecto terapéutico de sus convicciones. Y, por
consiguiente, reforzar sus recursos espirituales. Para ello, el psiquiatra ha de
ponerse en el lugar del paciente. Y esto fue exactamente lo que hice, por ejemplo,
una vez que me visitó un rabino de Europa oriental y me contó su historia. Había
perdido a su mujer y a sus seis hijos en el campo de concentración de Auschwitz,
muertos en la cámara de gas, y ahora le ocurría que su segunda mujer era estéril. Le
hice observar que la vida no tiene como única finalidad la procreación, porque
entonces la vida en sí misma carecería de finalidad, y algo que en sí mismo es
insensato no puede hacerse sensato por el solo hecho de su perpetuación. Ahora
bien, el rabino enjuició su difícil situación, como judío ortodoxo que era, aludiendo a
la desesperación que le producía el hecho de que a su muerte no habría ningún hijo
suyo para rezarle el Kaddish.

Pero yo no me di por vencido e hice un nuevo intento por ayudarle, preguntándole si


no tenía ninguna esperanza de ver a sus hijos de nuevo en el cielo. Mas la
contestación a mi pregunta fueron sollozos y lágrimas, y entonces salió a la luz la
verdadera razón de su desesperación: me explicó que sus hijos, al morir como
mártires inocentes, ocuparían en el cielo los más altos lugares y él no podía ni soñar,

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Logoterapia 277

como viejo pecador que era, con ser destinado a un puesto tan bueno. Yo no le
contradije, pero repliqué: «¿No es concebible, rabino, que precisamente sea ésta la
finalidad de que usted sobreviviera a su familia, que usted pueda haberse purificado
a través de aquellos años de sufrimiento, de suerte que también usted, aun no
siendo inocente como lo eran sus hijos, pueda llegar a ser igualmente digno de
reunirse con ellos en el cielo? ¿No está escrito en los Salmos que Dios conserva
todas nuestras lágrimas?. Y así tal vez ninguno de sus sufrimientos haya sido en
vano.» Por primera vez en muchos años y, al amparo de aquel nuevo punto de vista
que tuve la oportunidad de presentarle, el rabino encontró alivio a sus sufrimientos.

6.12 La transitoriedad de la vida

A este tipo de cosas que parecen adquirir significado al margen de la vida humana
pertenecen no ya sólo el sufrimiento, sino la muerte, no sólo la angustia sino el fin de
ésta. Nunca me cansaré de decir que el único aspecto verdaderamente transitorio de
la vida es lo que en ella hay de potencial y que en el momento en que se realiza, se
hace realidad, se guarda y se entrega al pasado, de donde se rescata y se preserva
de la transitoriedad. Porque nada del pasado está irrecuperablemente perdido, sino
que todo se conserva irrevocablemente.

De suerte que la transitoriedad de nuestra existencia en modo alguno hace a ésta


carente de significado, pero sí configura nuestra responsabilidad, ya que todo
depende de que nosotros comprendamos que las posibilidades son esencialmente
transitorias. El hombre elige constantemente de entre la gran masa de las
posibilidades presentes, ¿a cuál de ellas hay que condenar a no ser y cuál de ellas
debe realizarse? ¿Qué elección será una realización imperecedera, una «huella
inmortal en la arena del tiempo»? En todo momento el hombre debe decidir, para
bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia.

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Logoterapia 278

Normalmente, desde luego, el hombre se fija únicamente en la rastrojera de lo


transitorio y pasa por alto el fruto ya granado del pasado «de donde, de una vez por
todas, él recupera todas sus acciones, todos sus goces y sufrimientos. Nada puede
deshacerse y nada puede volverse a hacer. Yo diría que haber sido es la forma más
segura de ser.

La logoterapia, al tener en cuenta la transitoriedad esencial de la existencia humana,


no es pesimista, sino activista. Dicho figurativamente podría expresarse así: el
pesimista se parece a un hombre que observa con temor y tristeza como su
almanaque, colgado en la pared y del que a diario arranca una hoja, a medida que
transcurren los días se va reduciendo cada vez más. Mientras que la persona que
ataca los problemas de la vida activamente es como un hombre que arranca
sucesivamente las hojas del calendario de su vida y las va archivando
cuidadosamente junto a los que le precedieron, después de haber escrito unas
cuantas notas al dorso. Y así refleja con orgullo y goce toda la riqueza que contienen
estas notas, a lo largo de la vida que ya ha vivido plenamente. ¿Qué puede
importarle cuando advierte que se va volviendo viejo? ¿Tiene alguna razón para
envidiar a la gente joven, o sentir nostalgia por su juventud perdida? ¿Por qué ha de
envidiar a los jóvenes? ¿Por las posibilidades que tienen, por el futuro que les
espera? «No, gracias», pensará. «En vez de posibilidades yo cuento con las
realidades de mi pasado, no sólo la realidad del trabajo hecho y del amor amado,
sino de los sufrimientos sufridos valientemente. Estos sufrimientos son precisamente
las cosas de las que me siento más orgulloso aunque no inspiren envidia».

6.13 La Logoterapia como técnica

No es posible tranquilizar un temor realista, como es el temor a la muerte, por vía de


su interpretación psicodinámica; por otra parte, no se puede curar un temor
neurótico, cual es la agorafobia, por ejemplo, mediante el conocimiento filosófico.

D.R. © DPO, Instituto Universitario Carl Rogers, 2012.


Logoterapia 279

Ahora bien, la logoterapia también ha ideado una técnica que trata estos casos. Para
entender lo que sucede cuando se utiliza esta técnica, tomemos como punto de
partida una condición que suele darse en los individuos neuróticos, a saber: la
ansiedad anticipatoria. Es característico de ese temor el producir precisamente
aquello que el paciente teme. Por ejemplo, una persona que teme ponerse colorada
cuando entra en una gran sala y se encuentra con mucha gente, se ruborizará sin la
menor duda. En este sentido podría extrapolarse el dicho: «El deseo es el padre del
pensamiento» y afirmar que «el miedo es la madre del suceso». Por irónico que
parezca, de la misma forma que el miedo hace que suceda lo que uno teme, una
intención obligada hace imposible lo que uno desea a la fuerza.

Puede observarse esta intención excesiva, o «hiperintención» como yo la denomino,


especialmente en los casos de neurosis sexuales. Cuanto más intenta un hombre
demostrar su potencia sexual o una mujer su capacidad para sentir el orgasmo,
menos posibilidades tienen de conseguirlo. El placer es, y debe continuar siéndolo,
un efecto o producto secundario, y se destruye y malogra en la medida en que se
hace un fin en sí mismo.

Además de la intención excesiva, tal como acabamos de describirla, la atención


excesiva o «hiperreflexión», como se la denomina en logoterapia, puede ser
asimismo patógeno (es decir, producir enfermedad). El siguiente informe clínico
ilustrará lo que quiero decir. Una joven acudió a mi consulta quejándose de ser
frígida. La historia de su vida descubrió que en su niñez su padre había abusado de
ella; sin embargo y, como fácilmente se evidenció, no fue esta experiencia,
traumática en sí, la que eventualmente le había originado la neurosis sexual. Sucedía
que tras haber leído trabajos de divulgación sobre psicoanálisis, la paciente había
vivido con la temerosa expectativa de la desgracia que su traumática experiencia le
acarrearía en su día. Esta ansiedad anticipatoria se resolvía tanto en una excesiva
intencionalidad para confirmar su feminidad como en una excesiva atención que se
centraba en sí misma y no en su compañero. Todo lo cual era más que suficiente

D.R. © DPO, Instituto Universitario Carl Rogers, 2012.


Logoterapia 280

para incapacitarla y privarle de la experiencia del placer sexual, ya que en ella el


orgasmo era tanto un objeto de la atención como de la intención, en vez de ser un
efecto no intencionado de la devoción no reflexiva hacia el compañero. Tras seguir
un breve período de logoterapia, la atención e intención excesivas de la paciente
sobre su capacidad para experimentar el orgasmo se hicieron «de-reflexivas» (y con
ello introducimos otro término de la logoterapia). Cuando recodificó su atención
enfocándola hacia el objeto apropiado, es decir, el compañero, el orgasmo se
produjo espontáneamente

Pues bien, la logoterapia basa su técnica denominada de la «intención paradójica»


en la dualidad de que, por una parte el miedo hace que se produzca lo que se teme y
por otra, la hiperintención estorba lo que se desea. Por la intención paradójica, se
invita al paciente fóbico a que intente hacer precisamente aquello que teme, aunque
sea sólo por un momento.

Recordaré un caso. Un joven médico vino a consultarme sobre su temor a transpirar.


Siempre que esperaba que se produjera la transpiración, la ansiedad anticipatoria
era suficiente para precipitar una sudación. A fin de cortar este proceso tautológico,
aconsejé al paciente que en el caso de que ocurriera la sudación, decidiera
deliberadamente mostrar a la gente cuánto era capaz de sudar. Una semana más
tarde me informó de que cada vez que se encontraba a alguien que antes hubiera
desencadenado su ansiedad anticipatoria, se decía para sus adentros: «Antes sólo
sudaba un litro, pero ahora voy a sudar por lo menos diez.» El resultado fue que, tras
haber sufrido por su fobia durante años, ahora era capaz, con una sola sesión, de
verse permanentemente libre de ella en una semana.

El lector advertirá que este procedimiento consiste en darle la vuelta a la actitud del
paciente en la medida en que su temor se ve reemplazado por un deseo paradójico.
Mediante este tratamiento, el viento se aleja de las velas de la ansiedad.

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Logoterapia 281

Ahora bien, este procedimiento debe hacer uso de la capacidad específicamente


humana para el desprendimiento de uno mismo, inherente al sentido del humor. Esta
capacidad básica para desprenderse de uno mismo se pone de manifiesto siempre
que se aplica la técnica logoterapéutica denominada «intención paradójica». Al
mismo tiempo se capacita al paciente para apartarse de su propia neurosis. Gordon
W. Allport escribe: «El neurótico que aprende a reírse de sí mismo puede estar en el
camino de gobernarse a sí mismo, tal vez de curarse.» La intención paradójica es la
constatación empírica y la aplicación clínica de la afirmación de Allport.

Los informes de unos pocos casos más pueden servir para explicar mejor este
método. El paciente que cito a continuación era un contable que había sido tratado
por varios doctores en distintas clínicas sin obtener ningún avance terapéutico.
Cuando llegó a verme estaba en el límite de la desesperación y reconocía que
estaba a punto de suicidarse. Durante varios años venía padeciendo el calambre de
los escribientes, que últimamente era tan agudo que corría grave peligro de perder
su empleo. De modo que una situación tal sólo podía aliviarse por una terapia breve
e inmediata. Para iniciar el tratamiento, mi ayudante recomendó al paciente que
hiciera justamente lo contrario de lo que venía haciendo; es decir, en vez de tratar de
escribir con la mayor claridad y pulcritud posibles, que escribiera con los peores
garabatos. Se le aconsejó que se dijera para sus adentros: «Bueno, ahora voy a
mostrar a toda esa gente lo buen chupatintas que soy.» Y en el momento en que
deliberadamente trató de garrapatear, le fue imposible hacerlo. «Intenté hacer
garabatos, pero no pude, así de sencillo», nos contó al día siguiente. En 48 horas el
paciente pudo, de este modo, liberarse de su calambre de escribiente y así continuó
durante el período de observación después del tratamiento. Hoy es un hombre feliz y
puede trabajar a pleno rendimiento.

Un caso similar referente al habla y no a la escritura me contó mi colega en el


Departamento de Laringología del Hospital Policlínico. Era el caso más serio de
tartamudeo que él había encontrado en muchos años de práctica de la medicina.

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Logoterapia 282

Nunca en su vida, hasta donde el tartamudo podía recordar, se había visto libre de
esta dificultad para hablar, ni por un momento, excepto una vez. Ello sucedió cuando
tenía 12 años y se había subido detrás de un coche de la calle para hacerse llevar.
Cuando el conductor le agarró, pensó que la única forma de escapar era atraerse su
simpatía, por lo cual trató de demostrarle que era un pobre muchacho tartamudo.
Desde el momento en que intentó tartamudear fue incapaz de conseguirlo. Sin darse
cuenta, había practicado la intención paradójica, si bien no con propósitos
terapéuticos.

Sin embargo, esta presentación no debería dar la impresión de que la intención


paradójica sólo es eficaz en los casos monosintomáticos. Mediante esta técnica
logoterapéutica mis compañeros del Hospital Policlínico de Viena han conseguido
curar incluso neurosis de carácter obsesivo-compulsivo en los grados más altos y
más pertinaces. Me refiero, por ejemplo, a una mujer de 65 años que durante 60
padeció una obsesión de limpieza tan seria que yo creía que el único procedimiento
para curarla era practicarle una lobotomía. No obstante, mi ayudante empezó el
tratamiento logoterapéutico con la técnica de la intención paradójica y dos meses
más tarde la paciente podía llevar una vida normal. Antes de admitirla en la clínica
nos había confesado: «La vida es un infierno para mí». Disminuida por su
compulsión y por su obsesión bacteriofóbica, al final había tenido que quedarse en la
cama todo el día, incapaz de realizar ninguna tarea doméstica. No sería exacto
afirmar que hoy está totalmente libre de sus síntomas, ya que siempre puede venirle
a la mente alguna obsesión, pero sí es capaz de «reírse de ella», como dice; en una
palabra, de aplicar la intención paradójica.

La intención paradójica también puede aplicarse en casos de trastornos del sueño. El


temor al insomnio da por resultado una hiperintención de quedarse dormido que, a su
vez, incapacita al paciente para conseguirlo. Para vencer este temor especial, yo
suelo aconsejar al paciente que no intente dormir, sino que por el contrario, que haga
lo opuesto, es decir, permanezca despierto cuanto sea posible. En otras palabras, la

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Logoterapia 283

hiperintención de quedarse dormido, nacida de la ansiedad anticipatoria de no poder


conseguirlo, debe reemplazarse por la intención paradójica de no quedarse dormido,
que pronto se verá seguida por el sueño.

La intención paradójica no es una panacea, pero sí un instrumento útil en el


tratamiento de las situaciones obsesivas, compulsivas y fóbicas, especialmente en
los casos en que subyace la ansiedad anticipatoria. Además, es un artilugio
terapéutico de efectos a corto plazo, de lo cual no debiera, sin embargo, concluirse
que la terapia a corto plazo tenga sólo efectos terapéuticos temporales. Una de las
«ilusiones más comunes de la ortodoxia freudiana» escribía el desaparecido Emil A.
Gutheifl «es que la durabilidad de los resultados se corresponde con la duración de
la terapia». Entre mis casos tengo, por ejemplo, el informe de un paciente a quien se
administró la intención paradójica hace más de veinte años y su efecto terapéutico ha
probado ser permanente.

Otro hecho, digno de tener en cuenta, es que la intención paradójica es efectiva


cualquiera que sea la etiología del caso en cuestión. Lo que confirma un
planteamiento de Edith Weisskop Joelson: «Si bien la terapia tradicional ha insistido
en que las prácticas terapéuticas deben fundamentarse en bases etiológicas, es muy
posible que determinados factores puedan ser causa de neurosis durante la niñez
más temprana, y que factores totalmente diferentes puedan curar las neurosis en la
edad adulta.»

Muy a menudo hemos visto cómo las causas de las neurosis, es decir, los complejos,
conflictos y traumas son a veces los síntomas de las neurosis y no sus causas. El
arrecife que se hace visible con la marea baja no es la causa de la marea baja, claro
está, es la marca baja lo que hace que el arrecife se muestre. Ahora bien, ¿que es la
melancolía sino una especie de marca baja anormal? Y otra vez en este caso, los
sentimientos de culpa que aparecen de manera típica en las «depresiones
endógenas» (no confundirlas con las depresiones neuróticas) no son la causa de

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Logoterapia 284

esta modalidad especial de la depresión. La verdad es todo lo contrario, puesto que


la marca baja emocional hace aparecer en la superficie consciente los sentimientos
de culpa; se limita únicamente a sacarlos a la luz.

En cuanto a la verdadera causa de las neurosis, aparte de sus elementos


constitutivos, ya sean de naturaleza psíquica o somática, parece que los
mecanismos retroactivos del tipo de la ansiedad anticipatoria son un importante
factor patógeno. A un síntoma dado le responde una fobia; la fobia desencadena el
síntoma y éste, a su vez, refuerza la fobia. Ahora bien, en los casos obsesivo-
compulsivos se puede observar una cadena similar de acontecimientos, en los que el
paciente lucha contra las ideas que le acosan. Con ello, sin embargo, aumenta el
poder de aquéllas para molestarle, puesto que la presión precipita la contrapresión.
¡Y otra vez más el síntoma se refuerza! Por otra parte, tan pronto como el paciente
deja de luchar contra sus obsesiones y en vez de ello intenta ridiculizarlas,
tratándolas con ironía, al aplicarles la intención paradójica, se rompe el círculo
vicioso, el síntoma se debilita y finalmente se atrofia. En el caso afortunado en que
no se haya producido un vacío existencial que invite y atraiga al síntoma, el paciente
no sólo conseguirá ridiculizar su temor neurótico, sino que al final logrará ignorarlo
por completo.

Como vemos, la ansiedad anticipatoria debe contraatacarse con la intención


paradójica; la hiperintención, al igual que la hiperreflexión deben combatirse con la
«de-reflexión»; ahora bien, ésta no es posible, finalmente, si no es mediante un
cambio en la orientación del paciente hacia su vocación específica y su misión en la
vida.

No es el ensimismamiento del neurótico, ya sea de conmiseración o de desprecio, lo


que puede romper la formación del círculo; la clave para curarse está en la
trascendencia de uno mismo.

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Logoterapia 285

6.14 La neurosis colectiva

Cada edad tiene su propia neurosis colectiva. Y cada edad precisa su propia
psicoterapia para vencerla. El vacío existencial que es la neurosis masiva de nuestro
tiempo puede descubrirse como una forma privada y personal de nihilismo, ya que el
nihilismo puede definirse como la aseveración de que el ser carece de significación.
Por lo que a la psicoterapia se refiere, no obstante, nunca podrá vencer este estado
de cosas a escala masiva si no se mantiene libre del impacto y de la influencia de las
tendencias contemporáneas de una filosofía nihilista; de otra manera representa un
síntoma de la neurosis masiva, en vez de servir para su posible curación. La
psicoterapia no sólo será reflejo de una filosofía nihilista, sino que asimismo, aun
cuando sea involuntariamente y sin quererlo, transmitirá al paciente una caricatura
del hombre y no su’ verdadera representación.

En primer lugar, existe un riesgo inherente al enseñar la teoría de la «nada» del


hombre, es decir, la teoría de que el hombre no es sino el resultado de sus
condiciones biológicas, sociológicas y psicológicas o el producto de la herencia y el
medio ambiente. Esta concepción del hombre hace de él un robot, no un ser
humano. El fatalismo neurótico se ve alentado y reforzado por una psicoterapia que
niega al hombre su libertad.

Cierto, un ser humano es un ser finito, y su libertad está restringida. No se trata de


liberarse de las condiciones, hablamos de la libertad de tomar una postura ante esas
condiciones. Como ya indiqué en una ocasión (Value Dimensíons in Teaching, una
película en color para la televisión, producida por Hollywood Animators, Inc., para la
California Junior College Association): tengo el pelo gris; soy responsable de no ir al
peluquero a que me lo tiña, como hacen bastantes señoras. De manera que,
tratándose del color del pelo, todo el mundo tiene un cierto grado de libertad.

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Logoterapia 286

6.15 Crítica al Pandeterminismo

Se culpa con frecuencia al psicoanálisis de lo que se llama pansexualismo. Yo, por


mi parte, dudo de que tal reproche haya sido alguna vez legítimo. Ahora bien, sí hay
algo que a mí me parece todavía una presunción más errónea y peligrosa, a saber, lo
que yo llamaría «pandeterminismo». Con lo cual quiero significar el punto de vista de
un hombre que desdeña su capacidad para asumir una postura ante las situaciones,
cualesquiera que éstas sean. El hombre no está totalmente condicionado y
determinado; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer
frente a ellas. En otras palabras, el hombre en última instancia se determina a sí
mismo. El hombre no se limita a existir, sino que siempre decide cuál será su
existencia y lo que será al minuto siguiente.

Análogamente, todo ser humano tiene la libertad de cambiar en cada instante. Por
consiguiente, podemos predecir su futuro sólo dentro del amplio marco de la
encuesta estadística que se refiere a todo un grupo; la personalidad individual, no
obstante, sigue siendo impredecible. Las bases de toda predicción vendrán
representadas por las condiciones biológicas, psicológicas o sociológicas. No
obstante, uno de los rasgos principales de la existencia humana es la capacidad para
elevarse por encima de estas condiciones y trascenderlas. Análogamente, y en
último término, el hombre se trasciende a sí mismo; el ser humano es un ser
autotrascendente.

Permítaseme citar el caso del doctor J. Es el único hombre que he encontrado en


toda mi vida a quien me atrevería a calificar de mefistofélico, un ser diabólico. En
aquel tiempo solía denominársele «el asesino de masas de Steinhof», nombre del
gran manicomio de Viena. Cuando los nazis iniciaron su programa de eutanasia, tuvo
en su mano todos los resortes y fue tan fanático en la tarea que se le asignó, que
hizo todo lo posible para que no se escapara ningún psicótico de ir a la cámara de
gas. Acabada la guerra, cuando regresé a Viena, pregunté lo que había sido del

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Logoterapia 287

doctor J. «Los rusos lo mantenían preso en una de las celdas de reclusión de


Steinhof», me dijeron. «Pero un día la puerta de su celda apareció abierta y no se
volvió a ver más al doctor J.». Posteriormente, me convencí de que, como a muchos
otros, sus camaradas le habían ayudado a escapar y estaría camino de Sudamérica.
Más recientemente, sin embargo, vino a mi consulta un austríaco que anteriormente
fuera diplomático y que había estado preso tras el telón de acero muchos años,
primero en Siberia y después en la famosa prisión Lubianica en Moscú. Mientras yo
hacía su examen neurológico, me preguntó, de pronto, si yo conocía al doctor J. Al
contestarle que sí, me replicó: «Le conocí en Lubianka. Allí murió, cerca de los 40
años, de cáncer de vejiga. Pero antes de morir era el mejor compañero que pueda
imaginarse. A todos consolaba. Mantenía la más alta moral concebible. Era el mejor
amigo que yo encontré en mis largos años de prisión.»

Esta es la historia del doctor J., el «asesino de masas de Steinhof» ¡Cómo predecir la
conducta del hombre! Se pueden predecir los movimientos de una máquina, de un
autómata; más aún, se puede incluso intentar predecir los mecanismos o
«dinámicas» de la psique humana; pero el hombre es algo más que psique.

Aparentemente, el pandeterminismo es una enfermedad infecciosa que los


educadores nos han inoculado; y esto es verdadero también para muchos adeptos a
las religiones que aparentemente no se dan cuenta de que con ello sacan las bases
más profundas de sus propias convicciones. Porque, o bien se reconoce la libertad
decisoria del hombre a favor o contra Dios, o a favor o contra los hombres, o toda
religión es un espejismo y toda educación una ilusión. Ambas presuponen la libertad,
pues si no es así es que parten de un concepto erróneo.

La libertad, no obstante, no es la última palabra. La libertad sólo es una parte de la


historia y la mitad de la verdad. La libertad no es más que el aspecto negativo de
cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad. De hecho, la
libertad corre el peligro de degenerar en nueva arbitrariedad a no ser que se viva con

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Logoterapia 288

responsabilidad. Por eso yo recomiendo que la estatua de la Libertad en la costa


Este de EE.UU se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa
Oeste.

6.16 El credo psiquiátrico

Nada hay concebible que pueda condicionar al hombre de tal forma que le prive de la
más mínima libertad. Por consiguiente, al neurótico y aun al psicótico les queda
también un resto de libertad, por pequeño que sea. De hecho, la psicosis no roza
siquiera el núcleo central de la personalidad del paciente. Recuerdo a un hombre de
unos 60 años que me enviaron a causa de las alucinaciones auditivas que padecía
desde hacía décadas. Tenía frente a mí una personalidad totalmente derrumbada.
Cuando pasaba por algún lugar, cuantos había en su derredor le tomaban por un
idiota. Y sin embargo, ¡qué extraño encanto irradiaba aquel hombre! De niño había
querido ser sacerdote, pero tuvo que contentarse con la única alegría que podía
experimentar y que era cantar los domingos por la mañana en el coro de la iglesia.

Pues bien, la hermana que le acompañaba nos informó de que, a veces, se ponía
muy excitado; pero en el último momento era capaz de dominarse. Me interesó
sumamente la .psicodinámica que acompañaba al caso, ya que pensé que el
paciente tenía una fuerte fijación en su hermana; así que le pregunté qué hacía para
controlarse: « ¿Por quién lo hace?» A continuación siguió una pausa de unos
segundos y entonces el paciente contestó: «Lo hago por Dios.» En ese momento, lo
más profundo de su personalidad se hizo patente y en el fondo de aquella hondura
se reveló una auténtica vida religiosa a pesar de la pobreza de su formación
intelectual.

Un individuo psicótico incurable puede perder la utilidad del ser humano y conservar,
sin embargo, su dignidad. Tal es mi credo psiquiátrico. Yo pienso que sin él no vale
la pena ser un psiquiatra. ¿A santo de qué? ¿Sólo por consideración a una máquina

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Logoterapia 289

cerebral dañada que no puede repararse? Si el paciente no fuera algo más, la


eutanasia estaría plenamente justificada.

6.17 La psiquiatría nuevamente humanizada

Durante mucho tiempo, de hecho durante medio siglo, la psiquiatría ha tratado de


interpretar la mente humana como un simple mecanismo y, en consecuencia, la
terapia de la enfermedad mental como una simple técnica. Me parece a mí que ese
sueño ha tocado a su fin. Lo que ahora empezamos a vislumbrar en el horizonte no
son los cuadros de una medicina psicologizada, sino una psiquiatría humanizada. Sin
embargo, el médico que todavía quiera desempeñar su papel principal como técnico
se verá obligado a confesar que él no ve en su paciente otra cosa que una máquina y
no al ser humano que hay detrás de la enfermedad.

El ser humano no es una cosa más entre otras cosas; las cosas se determinan unas
a las otras; pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que
llegue a ser —dentro de los límites de sus facultades y de su entorno— lo tiene que
hacer por sí mismo. En los campos de concentración, por ejemplo, en aquel
laboratorio vivo, en aquel banco de pruebas, observábamos y éramos testigos de
que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se
comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de sus
decisiones y no de sus condiciones depende cuál de ellas se manifieste.

Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el


hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de
gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la
cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios.

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Logoterapia 290

CAPÍTULO 7

GRUPOS COMPARTIDOS

Puesto que la búsqueda del sentido es un asunto personal, se argumenta a veces


que el enfoque en grupo no es apropiado. Sin embargo, los logoterapeutas han
desarrollado con éxito numerosas técnicas grupales.

Cuando se trabaja con un grupo, hay que tomar diversas precauciones. La


logoterapia se basa en la confianza entre el paciente y el facilitador. Esta confianza
debe extenderse a todos. El “encuentro” en tales grupos no es agresivo, sino
cuidadoso y positivo. Por eso se utiliza el término “grupos compartidos”. Cada
participante comparte sin presiones la búsqueda individual del significado. Deben
saber que tiene siempre el derecho de negarse a responder cualquier pregunta o
participar en algún ejercicio. Pero también deben saber que su participación es
bienvenida y que contribuirá al éxito del grupo. Todos deben estar conscientes de
que cualquier cosa que se diga y haga dentro del grupo, no deberá ser comentado
fuera con personas ajenas.

La búsqueda de sentido debe seguir siendo personal, y debe tenerse cuidado a fin
de evitar presiones de los miembros en el seno del grupo. El diálogo socrático se
convierte en “multilogo”. El facilitador tiene que asegurarse de que los participantes
no intenten resolver problemas de los demás. El descubrimiento del significado sigue
siendo la responsabilidad del individuo. Se aceptan sugestiones, pero no en la forma
de consejo que provoque una reacción de “sí, pero...” Las experiencias de los
miembros del grupo son más efectivas cuando se presentan en forma de ejemplos,
especialmente después de que se ha percibido una logopista. Los participantes
pueden decir: “Sí, yo una vez estuve en la misma situación, e hice esto o lo otro”, la
decisión queda en manos del facilitador; los demás miembros simplemente lo han
ayudado a descubrir las alternativas.

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Logoterapia 291

7.1 Lineamientos generales

Robert Leslie y otros logoterapeutas, han establecido algunos lineamientos para la


operación de los grupos compartidos.

o Crear una atmósfera de apoyo mutuo en la que pueda tener lugar una
comunicación en su más libre, desinhibido y personal significado.

o Lograr que los participantes tengan conciencia de los recursos del espíritu
humano: Autodescubrimiento, capacidad de selección, individualidad,
responsabilidad y autotrascendencia.

o Convencerlos de que está dentro de sus potencialidades el uso de tales recursos


para encontrar rutas hacia el sentido.

o Ayudarlos a descubrir en dónde están, adónde quieren ir y cómo llegar allá, paso
a paso.

o Enfocar la atención en lo que está bien en ellos, y cómo pueden aprender de algo
que piensan que está mal.

7.2 Responsabilidades de los miembros del grupo

Cada miembro acepta responsabilidad en la vida del grupo y participa e interactúa,


sin esperar que sea el facilitador quien resuelva las dificultades.

La comunicación debe ser vista a un nivel más profundo que el usual en las
relaciones sociales. Debe permanecer en un nivel personal. Cuando se hable de
libros, películas o de las experiencias de otras personas, decir cómo se siente uno
acerca de ello.

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Logoterapia 292

Hacer de la situación actual el foco de su atención, pero sin ignorar el pasado. No


utilizarlo como una explicación o excusa por los errores del presente. Más bien
aprender tanto de los errores como de los logros del pasado.

El énfasis en el grupo debe ponerse en la participación personal más que en el


sondeo de diagnósticos. Hay que mantenerse en el área en que uno es el mejor
experto del mundo: los propios sentimientos y experiencias.

Las observaciones son bienvenidas, pero deben desalentarse las agresiones. En


lugar de decir: “Usted tiene una forma muy molesta de interrumpirme”, diga: “Me
siento molesto cuando alguien me interrumpe”.

7.3 Responsabilidades de los facilitadores

Las características más importantes de los facilitadores son empatía, calidez, tacto,
autenticidad y la voluntad de no hablar demasiado. Los facilitadores tienen ocho
funciones principales.

1. Estructurar: Empezar y terminar a las horas acordadas, dar apoyo a las


contribuciones de cada persona, proteger a los participantes de ataques
destructivos.

2. Espejear: Hacer observaciones acerca de lo que está sucediendo, detectar


incongruencias entre las palabras y las acciones, identificar patrones de
comportamiento.

3. Encauzar: Ayudar al grupo a que pase de la charla social a un diálogo más


profundo; de temas impersonales y periféricos al involucramiento personal en
asuntos de mayor significación.

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Logoterapia 293

4. Ejemplificar: Participando activamente como un miembro más del grupo y


asegurándose de que se acatan las reglas que se hayan convenido al respecto.

5. Incentivar: Alentando a los participantes al cambio. “¿A dónde van a ir cuando


terminen aquí?” ¿Qué van a hacer para poner en práctica su decisión?”

6. Integrar: Dando unidad a asuntos inconexos, retomando otros que quedaron


pendientes.

7. Participar: Interviniendo con oportunidad en las discusiones del grupo, alentando


—y permitiendo— a los miembros a participar, ayudando a otros integrantes del
grupo.

8. Supervisar. Asegurarse de que el grupo no se deteriora por la conducta de alguno


de sus miembros.

Nota: En un grupo que está trabajando satisfactoriamente, las funciones del


facilitador pueden ser compartidas con los participantes y éstos ser tan importantes
como el facilitador.

EJEMPLOS: Fred, un hombre joven, difícilmente participaba en el grupo. Durante las


sesiones salía varías veces del salón y regresaba después de algunos minutos. En
cierta ocasión, uno de los miembros se irritó y le increpó: “Después de todo, ¿para
qué viniste aquí? Nunca hablas, pero nos interrumpes constantemente con tus
salidas”. Otros integrantes también lo criticaron por su conducta, y antes de que el
facilitador pudiera intervenir, tuvo lugar el siguiente diálogo:

Fred Dejé a mi pastor alemán en el coche y debo salir de tiempo en tiempo para ver
si está bien.

Un miembro del grupo: ¿Y nos molestas solamente por un perro?

Fred Es que está solo.

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Logoterapia 294

Un miembro del grupo: ¿Es él más importante para ti de lo que somos nosotros?

Fred Es que quiero a mi perro.

La forma como Fred dijo lo anterior captó la atención del grupo. Era la primera vez
que había mostrado alguna emoción. En la discusión que tuvo lugar, una mujer le
dijo a Fred que ella y su esposo también tenían un perro al que querían, que
lamentaban tener que dejarlo en una perrera una vez que salían de viaje, porque
evidentemente era infeliz allí. Ellos estaban planeando salir el próximo fin de semana
—, ¿podría Fred cuidar de su perro?—. La mujer explicó que como él amaba a los
animales, seguramente le daría más atención que la que podría recibir en la perrera.
Ella y su esposo le pagarían con todo gusto la misma cantidad que a la perrera. Fred
se mostró asombrado por la proposición, pero después de un poco de insistencia
aceptó. Durante las conversaciones que tuvieron lugar en subsecuentes reuniones
del grupo, se puso en evidencia que era la primera vez en su vida que Fred había
recibido el ofrecimiento de una paga por algo que disfrutaba hacer. Desde ese día
aumentó la participación de Fred en el grupo y los demás miembros lo aceptaron ya
como uno de ellos. En la última sesión se pidió a todos que manifestaran sus
impresiones con relación a los demás. Uno de los participantes le dijo a Fred:
“Cuando te vi. por primera vez, pensé que eras un don nadie. Ahora veo que eres
una buena persona. Amas a los animales. Deseo que algún día encuentres a
alguien, quizá una mujer joven, a la que aprendas a amar”.

Fred dio al grupo un buen número de logopistas. Se le pidió que hiciera una lista de
actividades con significado para él. No resultó ninguna sorpresa que los animales
tuvieran importancia entre las que enumeró. Escogió una actividad de entre esa lista
de alternativas: ofrecerse de voluntario en un hospital de animales. Como primer
paso hacia esa meta, puso un anuncio en el periódico y consiguió un empleo sin
paga para hacer la limpieza en una tienda de mascotas. Regresó a la escuela, se
graduó y fue contratado por la misma tienda para cuidar a los animales. Más tarde

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Logoterapia 295

encontró un empleo en un hospital veterinario y empezó a estudiar la preparatoria,


con la esperanza de convertirse algún día en veterinario. Por ese tiempo empezó a
vivir con su novia. Este cambio hacia un final feliz había empezado con un molesto
incidente en un grupo compartido.

Un incidente embarazoso que podría ser ignorado en un evento social, en un grupo


compartido puede convertirse en un paso hacia una verdadera comprensión. Robert
Leslie narra que, en una ocasión, en un grupo una joven mujer llegó tarde y se
disculpó diciendo que se había sentido mal porque estaba embarazada. “Lo que es
peor, yo no quería quedar embarazada mientras mi esposo estuviera todavía en la
escuela”.

Otra mujer del grupo explotó: “Qué pasa contigo? ¿Cómo puedes ser tan estúpida?
¿Qué no has oído nada acerca del control natal?”

Siguió un silencio embarazoso. En una reunión social, alguien hubiera cambiado de


inmediato de tema. Pero este no era un grupo social, sino compartido. El facilitador
preguntó al grupo: ¿Cómo se sintieron cuando Sue (la atacante) le habló a Polly (la
esposa embarazada) en la forma en que lo hizo?”. Varios del grupo expresaron a
Sue su molestia por la forma hiriente de su ataque. El facilitador dejó correr la
discusión por un tiempo y luego preguntó: Ahora, ¿cómo creen que se siente Sue?”.

Sue habló diciendo al grupo cómo se sentía. “Yo por varios años he deseado
embarazarme, pero por alguna razón no lo había logrado”.

Súbitamente el ambiente en el grupo cambió. En lugar de estar hablando de un


ataque colérico, se percataron de que habían estado escuchando la angustia por el
sufrimiento de una joven mujer —expresada en forma inadecuada y pobremente
comunicada, pero real a pesar de todo—. Los participantes aprendieron bastante de
un incidente muy simple.

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Logoterapia 296

7.4 La sesión de apertura

En un grupo, la confianza compartida y actitudes positivas deben cultivarse desde el


principio. Los participantes se sientan en círculo, en sillas o cojines confortables.
Probablemente estén un poco nerviosos, y un facilitador relajado pone el ejemplo. Un
poco de buen humor también ayuda. Se pide a los participantes que digan algo
acerca de ellos mismos, de lo que esperan lograr de su experiencia en el grupo, y de
algo positivo en su vida actual. El facilitador participa en este ejercicio introductorio y
en las actividades del grupo.

Estos momentos introductorios pueden ser dramatizados y avivados si parece


apropiado. El facilitador y los participantes pueden formar un círculo, mientras todos
están de pie en silencio. El primero, sosteniendo una bola de estambre, se presenta
diciendo alguna cosa positiva, y luego —tomando un extremo del hilo— lanza la bola
a otro través del círculo.

La persona que recibe la bola repite lo que el facilitador acaba de decir: “Usted es
Fred Jones, profesor de secundaria, y está feliz porque acaba de convertirse en
padre”. Enseguida se presenta a sí mismo, menciona algo positivo propio, y
manteniendo el hilo en sus manos lanza la bola a otro integrante del círculo. Este
patrón se repite una y otra vez hasta que han participado todos. La bola se achica a
medida que se forma una red de estambre que une a los participantes. Cada
persona repite lo que ha dicho la anterior. Este “juego” demuestra su
interdependencia y los motiva a escuchar con atención lo que los otros están
diciendo.

Luego, la secuencia se revierte. El último que recibió la bola la lanza regresándola a


quien se la envió, procurando recordar lo que esa persona dijo. Nuevamente cada
participante del círculo repite dicha secuencia. La red desaparece y la bola vuelve a
crecer.

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Logoterapia 297

Si los participantes parecen estar nerviosos, tímidos y dicen poco o nada (tienen
derecho a hacerlo) durante la sesión introductoria, la primera sesión formal puede
principiar de manera diferente. A cada quien se le puede pedir que seleccione a un
compañero (de entre los extraños no de sus amistades) y se pide a las parejas
resultantes que conversen entre sí por unos minutos.

Los primeros diez minutos A escucha a B, y los siguientes, B escucha a A. Después


todos se reúnen en un círculo y dicen lo que han escuchado en el dúo. A dice lo que
B platicó y a B se le pide que indique si hay que corregir o añadir algo. Entonces se
le dice a B que haga lo mismo. Esto proporciona al grupo información que
probablemente no habría obtenido si todos los participantes se hubieran hablado
directamente. Lo anterior también sirve como ejercicio para escuchar, lo cual es
importante en los grupos.

Durante la primera sesión los integrantes no pasan más allá de la superficie, pero se
ha iniciado el proceso de comunicación.

7.5 El proceso del grupo

Las ideas que constituyen la base del enfoque logoterapéutico no deben presentarse
al grupo en forma de conferencias. Más bien deben suministrarse gradualmente,
mediante pequeñas ayudas, cuando ello parezca apropiado. La información básica
puede provenir de libros que leerán los participantes. Todas las ideas, ejercicios,
juegos y técnicas que se han discutido en este libro, podrían adaptarse al proceso
del grupo.

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Logoterapia 298

Preparación de listas

La gente en los grupos puede lograr el autodistanciamiento. Conforme los comparten


una experiencia con lo demás, se ven a sí mismos a través de los ojos de los otros.
Un ejercicio introductorio que puede facilitar este proceso, es la elaboración de una
lista.

Se pide a los participantes que hagan una lista con las cosas que les gustan y
disgustan de ellos mismos. El autodescubrimiento que resulta de esto se acentúa
con los comentarios de los demás miembros del grupo. Aún las personas que
permanecen en silencio durante las discusiones, probablemente tengan una visión
“Ajá” dentro de ellos mismos.

“Ajá, así es como me siento también yo”, dirán expresando un sorprendente


autodescubrimiento en respuesta a los señalamientos de algún otro miembro del
grupo. La discusión abierta de las listas de cada uno, amplía las alternativas. Una
persona puede decir: “Esa es una posibilidad en la que no había yo pensado”, en
reacción a la lista de alguien. Otra más puede decir: “¡Hey! No soy el único que
acostumbra posponer las cosas”, divertido de la frecuencia con que “aplazar las
cosas” aparece en las listas de “lo que no me gusta”. Compartir lo que gusta y
disgusta, puede resultar reconfortante.

El facilitador debe estar al pendiente de que el “multilogo” no devenga en un sólo


compartir la desesperación. Ello no significa que se ignoren los problemas, más bien
hay que dirigir la atención a las posibles soluciones. El buen humor siempre ayuda.
Una mujer, después de oír una larga lista de cosas que disgustaban a otro miembro
del grupo acerca de él mismo, citó a un escritor austríaco de comedias: “Ninguno es
un ser completamente sin valor. Uno puede siempre servir, al menos de un ejemplo
patético”.

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Logoterapia 299

El facilitador procura que todos los participantes se involucren. Esto requiere


sensibilidad. ¿Una persona está callada porque es tímida y necesita ser estimulada,
o es mejor dejarla sola? También debe ejercitar un juicio muy cuidadoso. Un
miembro del grupo habla demasiado. ¿Requiere ser desalentado para que no
domine la discusión, o tiene un problema muy intenso y necesita ser escuchado?

En cualquier caso, es poco recomendable dedicar demasiada atención a una sola


persona. Puede empezar a sentirse incómodo y los otros desatendidos. Cuando
algún miembro tiene un problema serio, puede concertarse un encuentro privado
entre paciente y facilitador. O involucrarse directamente a todo el grupo para trabajar
sobre el problema.

7.6 Logodrama

Una manera de involucrar a los miembros del grupo en un problema expuesto por
otro, es hacerlos participar en un logodrama. El logodrama da la oportunidad de
trabajar una situación problemática representando el papel de alguna persona con la
que se tiene conflicto, (pareja, padre, hermano, jefe).

Cuando se utiliza el logodrama en grupo, no es necesario contar con una silla vacía.

El individuo con el problema representa su propio papel y se convierte en el


“director”, los demás miembros del grupo hacen el papel de las otras partes —la
esposa, el novio, la hija adolescente, la suegra—. El director describe la situación y el
problema y da instrucciones a los participantes acerca del papel que les corresponde
representar.

Si el comportamiento de uno de los actores no coincide con el del papel que está
representando, el director detiene el juego y da instrucciones adicionales. Los que no
desempeñan ningún papel, están como observadores y pueden actuar como

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Logoterapia 300

“dobles”. Si alguno cree que hay algo que uno de los personajes debería decir, como
doble se coloca detrás del que está desempeñando el papel, le pone una mano en el
hombro y dice lo que esa persona debería expresar. Quien está representando al
personaje, puede entonces repetir lo que sugirió el doble.

Por ejemplo, Jack tiene un problema con su hermano, quien causa líos y luego
manipula las cosas de manera que culpen a Jack.

Jack: (A la persona que está representando a su hermano): Tú, mm..., no deberías


realmente haber hecho eso. Mamá se enojó conmigo y yo, mm..., bueno, no pude
demostrar nada. No era mi culpa pero se encolerizó conmigo.

Miembro del grupo: (Parándose detrás de Jack, le coloca la mano en el hombro y


grita al “hermano” de Jack):

Tú, maldito mentiroso. ¡Toda mi vida me has puesto sobre ascuas!

Jack: (Gritando): Tú, maldito mentiroso. Hipócrita. ¡Toda mi vida me has estado
poniendo en ascuas!

Durante la discusión que siguió, el miembro del grupo que hacía el papel de doble,
explicó que tenía la impresión de que el problema de Jack era que no sabía cómo
expresar su coraje. Jack convino con ello. Si no, habría dicho al doble que no podía
aceptar las palabras que había sugerido. El doble puede ayudar a la gente a que se
dé cuenta de que no es capaz de expresar amor, que lleva máscaras sobre su
verdadera personalidad, (jugando al payaso, al buen partido, al incansable sexual, al
macho). Mediante el uso de dobles puede abrirse la puerta a nuevas perspectivas.

EJEMPLO: Verna estaba en un grupo compartido de desertores de la escuela


secundaria. Vivía con sus padres en su granja, desarrollaba actividades en el club 4-
H de su localidad, y estudiaba. Entonces su madre murió en un accidente y ella se

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echó a cuestas las obligaciones en la granja, además de las suyas en la escuela y en


el club.

Al poco tiempo estaba exhausta. Abandonó la escuela y dejó el club 4-H. Su tía —
hermana de su madre— quería que se fuera a vivir con ella a la ciudad. Verna y los
miembros del grupo organizaron un logodrama acerca de esa situación.

Tía: Ven a vivir conmigo. Tú estás joven y necesitas llevar una vida apropiada para
una chica de 17 años. Aunque no me quieras, ¿no te amas a ti misma?

Verna: Sí te quiero. Pero mi padre me necesita. (Dirigiéndose al miembro del grupo


que hacía el papel de su padre) Quiero quedarme en la granja. Realmente lo quiero.

Tía: Dices que estás demasiado cansada para aceptar una cita, o para ir al cine. El
4-H representa para ti utilizar la cabeza, el corazón, las manos y tu salud. Ahora,
todo lo que utilizas son tus manos. Estás arruinando tu salud.

El padre Sólo por un tiempo, mientras acabo de pagar mis deudas.

Verna: Papá, yo llevo tus libros de cuentas, sé que estaremos en problemas por un
buen tiempo.

Miembro del grupo, doblando a Verna: Papá, tú eres un hombre egoísta e


irresponsable.

Verna: (Al doble). No, yo no podría decir eso.

Doble: Bueno, ¿entonces qué le dirías?

Verna: Tal vez él debería asumir una mayor responsabilidad. Pero no es egoísta. Yo
lo amo y él a mí.

Facilitador : Dile eso a tu padre.

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Verna: (Después de mucho titubeo) Papá, deseo quedarme contigo. Te quiero y no


me importa el trabajo. Pero... echo de menos la escuela, a mis amigos y algo de
distracción de vez en cuando. No quiero vivir en la ciudad, pero tía Hilde tiene razón,
bueno, algo de razón. Estoy utilizando mi cabeza y mis manos. Pero siento molestias
en el corazón y mi salud no está bien. A veces tengo que tomar pastillas para poder
estar despierta y preparar la cena.

El doble: Papá, necesitas relevarme de algunas responsabilidades. Yo quiero


trabajar, pero también quiero acudir a citas, ir al cine.

Verna: Papá, tienes que relevarme de algunas responsabilidades. Tenemos que


arreglar esto.

El problema no ha sido resuelto —los grupos compartidos no son para eso—, pero
se han abierto las puertas para ello.

7.7 Efecto de retroalimentación

En los grupos compartidos, el efecto de retroalimentación proporciona beneficios


adicionales cuando se utiliza con cualquiera de los ejercicios descritos en este libro,
incluyendo los logodramas.

Cuando los pacientes elaboran el mapa de sus vidas, que muestra, altas y bajas,
puntos de cambio, relaciones, áreas claras y obscuras; pueden, por turnos, prender
los mapas en la pared y discutirlos. La retroalimentación de los miembros del grupo,
a partir de los mapas de la vida puede abrir nuevas perspectivas.

Una mujer con estudios profesionales que había trazado el mapa de su vida, fue
asaltada por la pregunta: “¿Dónde está tu familia en este dibujo?” Otro miembro del
grupo fue festejado por el comentario: “Me da gusto ver que en cada manchón negro

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o café hay una parte verde, es como si vieras un brote de vida en cada situación
desesperada”. A un hombre del grupo que se quejaba por el caos de su vida, le
dijeron: “Mira las líneas azules en aquellos garabatos, forman una estrella”. Otro
individuo estaba sorprendido cuando le hicieron ver: “Es gracioso que use usted el
mismo color naranja para representar su divorcio, que dijo era la peor cosa que le
había sucedido y para mostrar el encuentro con su congregación religiosa, que
aseguró era lo mejor que le había pasado. ¿Qué tienen en común?”. Después de un
momento de reflexión, el hombre replicó: “Creo que ambos me hicieron crecer”.

La técnica “actuar como si”, también puede ofrecer dimensiones adicionales


mediante la retroalimentación. En la seguridad de un grupo integrado por personas
confiables, una joven sin atractivo puede sentirse una mujer sensual, comportarse
como tal y escuchar las reacciones y crítica constructiva de los demás miembros.

La retroalimentación puede utilizarse de diversas maneras. En un grupo, un hombre


creía que nunca tenía algo que decir que fuera digno de ser escuchado. Se le pidió
que tomara asiento en el centro del círculo y que demandara atención para cada
palabra que dijera, y a una mujer se le había hecho creer que una auto—alabanza
era arrogante y poco cortés. Le pidieron que se sentara en el centro del círculo y que
enumerara en voz alta todos sus atributos, mientras que otros miembros agregaban
algunos hechos positivos que creían estaban ocultos en ella: Un “relator” escribió
notas de todas las cualidades que se habían mencionado. La mujer se llevó la lista a
su casa para pensar en ellas.

7. 8 El sentido a través de los libros

Robert Leslie y otros logoterapeutas, utilizan libros en los grupos como indicadores
hacia el sentido. Se usa la lectura no para discusiones intelectuales, sino como
trampolín para profundizaciones personales. La historia de Job puede conducir a

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exploraciones personales. “¿Cómo puedo afrontar un sufrimiento inmediato?” La


historia de José y sus hermanos, evoca la consideración de problemas con ellos. La
de Adán y Eva, puede llevarnos a reflexionar acerca del significado de decir “no” a
una autoridad, incluyendo a Dios, y lo que ocasiona enfrentar las consecuencias.

Leslie, en su libro Jesús como consejero, explora siete historias tomadas de Las
Escrituras, que pueden servir de base para discusiones en grupo. Entre ellas incluye
la historia de Zacarías, Lucas 19:1-10 (movilizando el poder desafiante), la parábola
del rico y el joven soberano, Marcos, 10.17.22 (encontrando una tarea personal en la
vida) y la leyenda del joven paralítico, Marcos 2.2.12 (solución de un conflicto de
valores).

El mismo Leslie utiliza también la literatura moderna para discutir cuestiones


personales: Our Town, de Thornton Wilder, para explorar relaciones personales; The
Color Pnrple, de Alice Walker, para validar el hallazgo del sentido en circunstancias
imposibles, elevándose por encima de ellas; Ah’ Mi Sons y Death of a Salesman de
Arthur Miller, para meditar sobre las relaciones padre-hijo de uno mismo; East of
Eden de John Steinbeck, para hacer que los participantes de un grupo piensen en
cómo fue que tomó una decisión alternativa desafortunada, después de que ya era
irreversible.

7. 9 Grupos de derreflexion

La doctora Lukas “gradúa” a pacientes de asesoría individual, mediante su


participación en grupos de derreflexión. Cuando éstos regresan a las tensiones de la
vida diaria, requieren fortalecer la visualización positiva que cada uno logró en las
sesiones de asesoría.

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Los grupos de derreflexión tienen una regla que los diferencia de otros que son
compartidos, en donde el énfasis está puesto en los problemas. En los grupos de
derreflexión solamente pueden discutirse los aspectos positivos de la vida de cada
persona. Si un participante insiste en lo negativo, todos reiteran que eso constituye
una violación a la regla básica del grupo. Si la persona negativa tiene un problema
que requiere mayor análisis, el facilitador hará arreglos para sostener una reunión
privada.

La mayor parte de las personas pone más atención a problemas mínimos que a las
experiencias placenteras. Esperan dificultades y las hacen notar. En los grupos de
derreflexión la atención se dirige hacia acontecimientos positivos, aun a los triviales
—alguien le sonrió, escuchó el canto de un ave, contempló una bella figura en una
nube—. Se pide a cada participante que lleve un diario de sus experiencias y
encuentros placenteros, y lea sus anotaciones todas las noches antes de irse a la
cama. En el grupo, se pide a cada uno que relate tres incidentes positivos que haya
experimentado u observado desde la última sesión. Lo positivo se convierte en el
centro de atención.

Un grupo de derreflexión también utiliza asociaciones positivas (de significación).


Después de un breve ejercicio de relajamiento, se pide a los participantes que se
sienten con los ojos cerrados. El facilitador menciona, a intervalos, palabras o frases
como “noche”, “verano”, o “jugando con niños”. Se les indica que asocien en silencio
tales palabras con cualquier cosa que venga a su mente. Luego, esas asociaciones
son discutidas en el seno del grupo.

Lukas ha encontrado que lo que un participante puede considerar positivo y con


sentido, puede no serlo, a primera vista, para un observador objetivo. Cita como
ejemplo, la respuesta de una mujer a la frase “el verano pasado”. Ella había realizado
un viaje placentero a Grecia durante esa temporada, pero cuando se le mencionó “el

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verano pasado”, pensó más bien en un gato muerto. Como explicación contó al
grupo la siguiente historia.

Durante el verano pasado, había sostenido una discusión por teléfono con su pareja.
Después de eso, decidió ir a casa de él para “decirle todo sin rodeos”. Cuando iba en
camino vio un gato muerto en la calle. Eso la hizo pensar acerca de lo corta que es la
vida, y se dio cuenta de que no quería desperdiciar esos momentos preciosos
discutiendo sobre trivialidades. Cuando llegó a la casa de su pareja, iba de un talante
diferente del que tenía cuando había salido. En lugar de pelear nuevamente y
separarse, se reconciliaron y volvieron a la normalidad. Este era el episodio que vino
primero a su mente cuando pensó en “el verano pasado”.

7.10 Grupos de meditación

Estos grupos son utilizados también por Lukas a modo de “graduación” de una
terapia individual, y tiene aplicaciones generales. Un grupo de meditación usa
historias y parábolas que estimulan las discusiones meditativas. Pueden provenir de
literatura logoterapéutica, de las Escrituras, de leyendas o de la mitología. Frankl usa
muchas metáforas y símiles que conducen por sí mismas a esos ejercicios
meditativos. (Algunos se mencionan en este libro).

El calendario de pared del cual desprende una hoja cada día, se describió en el
capítulo siete. Usted puede observar con tristeza que van quedando menos y menos
hojas, y días. O puede notar con alegría que la cada vez mayor pila de hojas
desprendidas, representa acontecimientos que ha experimentado y que ya nadie le
puede quitar.

• El infante que siente dolor cuando le aplican una inyección, no tiene manera de
saber que ello le protegerá de alguna enfermedad.

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• Las singulares cualidades de un aeroplano se revelan solamente cuando el aparato


ha despegado —exactamente en la forma en que las cualidades específicamente
humanas de un individuo, se hacen más evidentes después de que “ha despegado”
hacia su espíritu.

• La Biblia está llena de historias que conducen por si mismas a discusiones


meditativas —desde la lucha de Jacob con el ángel hasta la parábola del Hijo
Pródigo.

• La literatura secular abunda en historias adecuadas para este fin, desde la


búsqueda del sentido por parte de Fausto, hasta la búsqueda de justicia por parte de
Hamlet y la búsqueda del amor, de Don Quijote.

• Aún las leyendas y los relatos de la mitología, de “El Patito Feo” hasta “Sísifo”,
pueden servir de base para discusión en el seno de los grupos de meditación.

7. 11 Ejercicios finales

Todos los grupos compartidos terminan con una nota positiva y de esperanza, de
modo que los participantes regresen fortalecidos a sus vidas normales, y continúen
pensando acerca de la búsqueda del sentido. La autoconfianza se habrá vigorizado.
En la última sesión del grupo, los miembros pueden participar en un ejercicio que
enfatice los aspectos positivos de la experiencia compartida en la búsqueda de
sentido.

En un ejercicio, el grupo se sienta en círculo y cada uno de los miembros dice algo
acerca de alguien más. Después de tantas sesiones juntos, es ocioso reiterar que los
comentarios deben ser conciliadores. Puede ser útil alguna critica si es dicha en tal
forma que quede claramente establecido que tiene como intención ser constructiva.

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En otro ejercicio, se da a cada participante tantas hojitas de papel como miembros


tiene el grupo. Se pide a cada persona que escriba algo positivo de cada uno de los
demás. Se doblan las hojas con el nombre de la persona a la que se refiere el
comentario por la parte de afuera. El facilitador recolecta las hojas y las distribuye a
las personas a las que van dirigidas. Cada miembro del grupo recibe una colección
de cosas positivas escritas, para ser guardadas.

Cuando finaliza la última sesión, todos se ponen de pie en círculo, los brazos
alrededor de los hombros de los otros, y tienen la última oportunidad como grupo, de
expresar sus sentimientos —acerca de lo que aprendieron, y de lo que se llevan a
casa con ellos. Cuando un grupo compartido ha sido bien manejado, se fincan
amistades que casi siempre continúan después de que el trabajo en grupo ha llegado
a su fin.

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Logoterapia 309

BIBLIOGRAFIA

o Fabry, J. B. (2001). Señales hacia el camino del sentido. E.U.: LAG.

o Frankl, V. (1946). El hombre en busca de sentido. España: Herder.

o Längle. A. (2001). Victor Frankl: Una biografía. España: Herder.

o Lukas, E. (2003). Logoterapia: La búsqueda de sentido. México: Paidós.

o Luna, J. A. (1996). Logoterapia: Un enfoque humanista existencial: México: San

Pablo.

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