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En busca del mundo perdido

“La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser” del tango “Cuesta abajo
(Carlos Gardel)
En esta pandemia se juega no sólo la supervivencia de la Humanidad, sino
también el futuro social, político y económico que surgirá cuando el virus
decida abandonarnos.
Este virus nos aísla, nos distancia, nos aterroriza pero no genera ideologías,
más bien funciona como un objeto transicional que descubre las impurezas e
incongruencias de nuestra sociedad.
Harari, el prestigioso pensador israelí, sostiene que cuando esta tormenta
pase, las decisiones que tomemos cambiaran nuestras vidas.
En ese sentido, en plena pandemia, observamos la urgencia, sobre todo en
los países centrales, de reinstalar, restituir los iconos del Neoliberalismo, lo
que Guy Debord denominó “La sociedad del espectáculo”, es decir el
deporte, los shows, la poderosa red social, el turismo espacial últimamente a
fin de no perder el dominio autocrático narcisista sobre el planeta.
El neoliberalismo ha surfeado varias crisis, aún la impactante del año 2008,
de la burbuja hipotecaria, que algunos analistas auguraban como el fin del
capitalismo; pero resurgió con más fuerza y poder sin apelar a soluciones
bélicas o violentas, en una feliz analogía que construyó el prestigioso filósofo
Giles Deleuze con una planta llamada Rizoma, es una formación subterránea
con múltiples ramificaciones, y si se intenta cortarlas reviven con más fuerza
y despliegue.
Lo que sucede en la actualidad es que el poder económico, en su progreso
depredador, padece la peor crisis de la historia. Sepultado en su anterior
versión globalizada en un escenario desconocido e incierto, que le genera el
pánico de una quiebra de su modelo planetario; se encuentra con una
humanidad desesperanzada en una atemporalidad sin objetivos, sin destino,
donde todo pasa rápido y con el terror de que la muerte pueda llegar sin
anunciarse.
Es una población exhausta, deprimida y sobre todo escéptica de las promesas
incumplidas de una tecnología, de una ciencia, que podía dar cuenta de todas
las amenazas que acuciaban al hombre, más allá de que promovían la
destrucción del planeta y la inequidad social.
En efecto, en una versión almibarada de un mundo feliz, se vivía el
imperativo de un goce infinito a través de sus pilares: el individualismo más
acérrimo o el consumismo y por ende el exitismo en una suerte de prótesis
para sortear la castración que apuntaba no sólo al sentimiento de finitud sino
a la Singularidad y al Deseo.
Mientras quedaban abandonados a la vera del camino una multitud de
carenciados, descartados, diferentes.
Aún más últimamente en un avance incontrolable a través de la simbiosis
entre la técnica, la ciencia y el Mercado y el impacto del bio-poder, según el
último Foucalt con el aporte de las Neurociencias, la Genética, la Robótica y
de la Biología Molecular, se penetra no solo sobre el planeta y la mente sino
a la intimidad de los cuerpos, fragmentados, alejados de su condición
humana con unidad Holistica de mente, cuerpo, mundo.
Mediante técnicas de seducción, manipulación y discursos médicos afines, se
interpela al cuerpo desde el poder, no en términos de salud, sino en la
maximización de su potencial en sus versiones de belleza, fitness, esfuerzos a
fin de fortalecer la acumulación, en un modelo que el filósofo coreano Bing
Shul Han denomina “Sociedad de rendimiento”.
Frente a este panorama, el sujeto actual impotente en su precaria
subjetividad y a expensas del macabro virus, del colapso del sueño neoliberal
y a la complacencia de los Estados y donde depende de prácticas casi
medievales, como son los lavados y el aislamiento social se encuentra en un
punto de inflexión crucial acerca de su futuro.
Seguirá siendo campo fértil de las Pulsiones de dominio y de Muerte de éste
mercado post humanista? O se animará a imponerse alumbrando un nuevo
sueño iluminista y en una nueva versión prometeica arrebatando el fuego a
los dioses del olimpo financista?.

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