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3.

Reencuentro (balneario, antes del último adiós a Leah)

Mats Bergstrøm
Después de la comida, busco a Arthür. Necesito un momento a solas con él para hablarle de lo que ha ocurrido, no únicamente
para informarlo, sino porque él es, de todos los presentes, mi amigo más cercano y con el que más siento que puedo
desahogarme. Por supuesto que no voy a engañarme a mí mismo ni a pretender lo que no es: los intensos y a veces hasta
insoportables sentimientos que aún guardo hacia él también forman parte de esta necesidad, aunque me contento con estar
cerca de él y hablar, tener su amistad, su cariño; de algún modo he de dar salida a esto para que no me ahogue.

—¿Qué? ¿Ya se me ha quedado esa cara? ¿La cara de los soldados de las fotos de guerra? —pregunto, recordando,
cuando al fin tenemos algo de privacidad. No podría describir el alivio que siento por que Arthür se haya librado de tener que
ver ciertas cosas. Abro cómicamente los ojos hasta que me tiran los párpados—. ¿O todavía me hace falta un poco más de
blanco en los ojos? —Río quedamente, sacudiendo la cabeza, y me siento en una silla al revés, apoyando la barbilla y los
brazos en el respaldo—. Es bueno volver a casa. ¿Tú cómo estás?

Arthür Guitry
Arthür sonrió al ver las caras de Mats y una risita queda se le escapó mientras su amigo desorbitaba los ojos. ¡Cómo lo había
echado de menos! Mats podía ver la alegría que sentía porque hubiera regresado sano y salvo pero también observó al chico
escudriñar en su rostro, buscando con atención más allá de los gestos.

Había una sombra en la mirada de Mats que no sólo se debía al cansancio o eso le pareció. Y si lo era, era un cansancio mucho
más profundo y existencial que la falta de sueño o la tensión acumulada. En sus mensajes hablaba de “cosas terribles” y de
gente a la que habían perdido y estaba ansioso por saber más. Aún así se sentó en otra silla frente a Mats y contestó primero a
su pregunta:

—Estoy bien, Mats, se ve que las estrellas fugaces han hecho caso al príncipe del norte —sonrió recordando el primero de
los mensajes—. Y creo que tengo buenas noticias sobre Sophie. Ya has visto que parece consciente. Yo estoy seguro de
que lo está, de que escucha y comprende cuanto decimos. También han cesado los cantos y los momentos en que se
incorporaba en la cama como sonámbula. Ahora sólo calla y escucha, pero me parece un gran avance —meditó algo
unos instantes—. Contasteis que al rescatarla habló de que había fallado en lo que le pedían los sectarios y que sabía que
estaban matando por ello a su familia. Eso denota que poseía entonces claridad de pensamiento y creo que podría estar
en camino de volverla a recuperar. Ha venido de París un terapeuta de la confianza de ese tal comisario Réjane y
también está ayudando. Y le hemos dado la noticia de que su hermano Zac y la pequeña Jacqueline están vivos. Eso
tiene que ayudarla, ¿verdad? —buscaba confirmación en los gestos de su amigo—. Piensa en el día en que pueda volver
con ellos, como Édith y su padre… —su mirada se perdió momentáneamente en el vacío como solía ocurrirle cuando
imaginaba—. Pero cuéntame todo, por favor —la atención del chico volvió bruscamente del infinito para escucharle.

Mats Bergstrøm
Escucho a Arthür, asintiendo mientras me explica los avances de Sophie y comparte conmigo sus sueños de que algún día
nuestra amiga, nuestra hermana, vuelva a reencontrarse con lo que queda de su familia rota por la tragedia. Y me esfuerzo por
no mirarlo con demasiada intensidad mientras lo hace, pero joder, es tan bonito que duele. Su esperanza, su pureza, su
espíritu… Carraspeo, conmovido, obligándome a mí mismo a apartar la vista, a fingir que no pasa nada, a taparlo para que no
se vea.

Suelto un suspiro largo, reuniendo todo lo que necesito de dondequiera que esté, mientras mis ojos brillantes miran a ningún
sitio en particular.

—Bueno, pues ayer por la mañana, cuando Clem y yo nos vimos con el comisario Réjane y le dijimos que Elliot estaba
en Maine, rompimos el hechizo del olvido que también lo afectaba. Enseguida supo lo que había que hacer. En serio,
admiro a ese tío. —Hago una pausa para pasarme la mano distraídamente por la barba—. Nos llevó a una casa apartada,
que era el refugio y base de operaciones de una célula «antisectarios». Muy profesional todo. Conocimos a Saqib, a
Fermi, a Juliette… Un grupo bien especial. Parecían tener mucha experiencia en combatir a esos hijos de puta. —
Recuerdo la vieja fachada, la puerta el patio, la glicinia… Todas las cosas que me hicieron sentir que todo acabaría bien aquel
día. Recuerdo las enigmáticas palabras que me dedicó Juliette—. Ella, Juliette, vio mi… mi aura. A ver si lo recuerdo
bien… Me dijo que era blanca, envolvente, con un anillo como si fuese el de una estrella o planeta. También dijo algo de
un huevo de sombra. No sé qué querría decir, la verdad. Y parece que en mi frente había una corona de rosas, y unas
letras de fuego, creo, que decían algo así como «arrodillaos ante Adán». ¿Te imaginas? ¿Yo con una corona de
flores? —Sonriendo, hago un gesto con la mano, como rodeándome la cabeza—. En fin. Curioso, supongo. Ojalá supiera
qué significa…

Parece como si mi mente quisiera saltar en el tiempo al momento en que me senté frente a aquel ordenador, pero me fuerzo a ir
en orden. Mi rostro recupera una seriedad pensativa.

—Réjane llamó a un contacto suyo de Boston para que fuese a buscar a Elliot. Clem y yo decidimos que yo iría a por
Leah… la agente Leah Tautou, y ella a por Daniel, a quien ya conoces. Eran los que parecían estar en más peligro, y a
los que pudimos localizar más inmediatamente. Saqib es un viajero astral. Sentía y veía cosas que yo no podía ver. No
era muy hablador, pero me ayudó a llegar hasta Leah. Estaba en un aparcamiento subterráneo. Estaba… —Mis ojos
pasan de la evocación ensoñada a clavarse fijamente en un punto concreto, que solo existe para mí—. Estaba muerta. La
habían matado y enterrado bajo dos metros de hormigón.

Me tomo un instante para hacer una pausa. Mis manos se aferran ahora al respaldo de mi silla como si fuesen los barrotes de
una celda de la que no puedo escapar. Levanto la vista para volver a mirar a Arthür.

—Te parecerá extraño o hasta terrible que diga esto, pero no sé por qué, me lo esperaba. Casi parecía como si se lo
estuviese buscando… Todas las cosas que hacía la acercaban un paso más al abismo. Y yo no sé si hice todo lo que
habría podido hacer. Tampoco sé si habría… —Sacudo la cabeza, interrumpiéndome a mí mismo—. Perdón. Perdón,
joder. Se supone que no debería decir estas cosas. No es justo. Ni siquiera sé cómo murió. Ni siquiera…

El familiar escozor en la nariz y la humedad salada en los ojos me hacen sentir extrañamente reconfortado, como si todo se
hubiese puesto en su sitio de una puta vez. Es la primera vez que lloro por Leah, y me siento fatal por que así sea. Pero así son
las cosas.
—Clem tuvo más suerte. Encontró a Daniel sano y salvo. Daniel… amaba a Leah. Ya te imaginarás que para él fue
terrible. Aún lo es. Más tarde iremos a despedirla a la laguna de la torre. Creo que es un sitio significativo. Es lo
mínimo que podemos hacer.

Me enderezo en la silla, visiblemente inquieto.

—Los hombres de Réjane habían logrado dar con Elliot. Esta mañana nos hemos reunido todos en la casa que te he
comentado antes, el refugio del grupo de Réjane. Allí Elliot nos contó que, privado de sus recuerdos, había soñado con
un faro frente a la costa de Maine, y había decidido acudir allí para ver si lograba recordar. Fue acogido por un grupo
de mujeres que sabían… Que sabían muchas cosas. —Suspiro. No deseo alargar el relato más de lo necesario—. Aquella
noche fue cuando soñó con Clémentine. Y recordó, y supo que había metido directamente en la boca del lobo: las
mujeres eran sectarias, así que Elliot huyó. Y mientras lo hacía, vio un barco, un crucero que navegaba frente al faro.
El barco fue tomado por la secta, y Elliot vio cómo sus anfitrionas, las mujeres del faro, subían a bordo. En su huida,
Elliot se topó con un campamento, también de los sectarios. Estaban llevando a cabo un ritual. Finalmente fue
descubierto y atacado… Y entonces fue cuando los hombres de Réjane lo encontraron y lo sacaron de allí. Lo trajeron
directamente de vuelta a Francia. Tuvo mucha suerte.

Me echo hacia atrás en mi asiento, como tomando distancia, preparándome para lo siguiente que tengo que contar.

Arthür Guitry
Arthür escuchaba la narración de Mats con la atención acostumbrada. Asintió aliviado cuando nombró a Réjane y su equipo,
contento de que pudieran contar como una ayuda como aquella y más aún que hubiese gente que hubiera hecho de su vida
profesional la caza de malnacidos como los soñadores. Si los malos están organizados, ¿por qué no habrían de estarlo los
buenos? Imaginó a Réjane y su gente como una especie de orden de caballería y se preguntó si tendrían algún rito para
ordenarse o alguna ceremonia de iniciación… Y todo esto en el segundo en que Mats hizo una pausa mesándose la barba.
Entonces su amigo le describió su aura. Aquellas imágenes le resultaron de lo más enigmáticas y desconocía por completo si se
trataría de algunos conceptos técnicos para la gente que fuera capaz de percibir y leer en ellas. Sin embargo cuando Mats habló
de la inscripción en la corona la frase le resultó familiar.

-Pues claro que te imagino con una corona de flores- contestó sin hacer gestos de que pudiera tratarse de alguna broma-. Y
no sé las imágenes que describes, pero esas palabras, o al menos unas muy parecidas -no sé cuál será la mejor
traducción del árabe...- se nombran en el Corán. No lo he leído de allí directamente, no creas, pero sí un libro donde
contaba que en el momento que se narra la creación del hombre se explica que Dios ordenó a los ángeles que se
postraran ante Adán. Iblis -es decir, Satán- se negó a hacerlo debido a su orgullo, de forma que desobedeció la voluntad
de Dios. Y bueno, no sé si tendrá que ver o no, pero al decirlo me lo has recordado. Hay que tener en cuenta que se
trataría de Adán en su estado primigenio, es decir, el Adán tal como Dios lo creó, el que no había caído todavía… Pero
bueno, no quiero divagar. Sólo que también recuerdo que cuando viste a… Ya sabes quién y no me refiero a Voldemort,
claro -dejó de hablar un instante haciendo un gesto de desagrado como expresando que no se podía creer que en un momento
como ese dijera tal tontería-, en fin, cuando le viste -se sonrojó-, sentiste que deberías enfrentarte a él a muerte. Bueno, la
gran guerra santa es la de uno mismo contra el mal que puede anidar en él, la del hombre por llegar a ser como puede y
debe ser, como el Adán primigenio. Vamos que creo que tu corona tiene que ver con ese combate que sentiste que tenías
pendiente. Y ¡uf!, menuda imagen la verdad. Digna de aquello que me contaste que te reveló tu padre... Pero por favor
sigue -dijo interrumpiendo su discurso-, ¿qué sucedió después?

Mats habló entonces de la muerte de la detective Tatou. Una amalgama de emociones se vislumbraron a través de su rostro y
las lágrimas terminaron por aflorar. Arthür aproximó su silla a la de su amigo y puso la mano sobre su brazo reposado en el
respaldo. Con lo terrible que era lo que ahora estaba contando su rostro y su inquietud le indicaron que no había hecho más que
empezar.

Mats Bergstrøm
Recibo el gesto de Arthür con entrega. Sintiendo una opresión en el pecho, apoyo mi mano en la suya con mucha suavidad y
cuidado, casi con miedo, como si no quisiera ofenderlo. Inclino la cabeza, dejando que mi frente repose sobre el pequeño
montículo formado por nuestras manos. Así permanezco durante unos instantes, consolándome en el calor que desprende mi
amigo.

—Después… Llegaron todos. Govier, Bélanger, Montillet… También un montón de gente a la que no conocíamos,
amigos todos. —Levanto la cabeza para volver a mirar a Arthür—. Réjane contactó por videoconferencia con el teniente
Ángel Ramos, del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Estaban sobrevolando las costas de
Maine, buscando el trasatlántico. ¡Y nosotros íbamos a dirigir la operación desde aquí! Pusieron un ordenador en mis
manos. Y ya sabes lo que hago yo cuando tengo equipo informático a mi disposición. —Me permito una mirada
fanfarrona, pero esta muere en cuanto recuerdo todo lo que llegó después—. Me saltaré todos los tecnicismos que
seguramente no te interesen, pero los trinqué a base de bien. No solo detecté el barco y sus coordenadas, sino que
conseguí el control total del crucero. Bases de datos, diarios, registros… Cámaras… —Me quedo en silencio unos
segundos, y una expresión parecida a la náusea se dibuja en mi cara—. Lo vimos todo, Arthür. Todo. Y tendrás que
perdonarme, pero prefiero ahorrarte los detalles. No quiero quitarte el sueño. De todas formas, tampoco creo que fuera
capaz de expresar el espanto que tuvimos que soportar… —Niego con la cabeza lentamente, con la mirada ida, y después
vuelvo a fijarla en los reconfortantes y azules ojos de Arthür—. Baste con que diga que todo el mundo a bordo parecía
haberse vuelto loco. No eran personas, eran bestias sanguinarias, monstruosas, enfermas. La secta estaba llevando a
cabo un ritual, estaba controlando o… o masacrando a todo el pasaje. No diré lo que vi, pero todo lo peor que puedas
imaginar que pueda hacérsele a un ser humano, lo peor… Eso y mucho más era lo que estaba ocurriendo en ese barco
maldito. Horrible. Horrible, de verdad. —Me paso una mano por la cara, tratando de controlar el temblor casi imperceptible
en mi boca—. Ayudé a Ramos y sus hombres a abordar el barco. La… operación duró más de tres horas. Una
carnicería. Tuvimos diez bajas. Ellos… Joder, ni lo sé. Pero la peor parte se la llevaron los pasajeros, por supuesto.
Incluso los que han sobrevivido… No sé cómo quedarán después de lo que han pasado.

Suspiro con todo mi cuerpo, estremeciéndome como un pájaro desplumado. Me doy cuenta de que estoy apretando la mano de
Arthür, quizá con demasiada fuerza. Rápidamente aparto la mía.

—Pero ya está. Ha terminado. Hemos acabado con uno de los nueve. Porque eran nueve. Nueve mentes maestras que
estaban dispuestas a sacrificar a todos sus seguidores para convertirse en dioses. ¡Vaya dioses! —Sacudo la cabeza,
enfurecido—. Por lo que tengo entendido, tienen que ser nueve para poder hacerlo. Así que… Supongo que eso nos da
algo más de tiempo.

Mi respiración se estabiliza. Ha sido un desahogo poder compartir esto con Arthür. Es lo único que nos queda, confiar los unos
en los otros…

Arthür Guitry
Mats apoyó la cabeza sobre su mano. Arthür dudó un momento con su otra mano en el aire hasta que finalmente la dejó caer
sobre su cabeza, acariciando su pelo con cuidado. Su angustia iba en aumento imaginando qué sería aquello tan terrible que le
estaba dejando sin palabras y sin saber ni por dónde empezar. Pero ni aún en sus más horribles fantasías podía haber pensado
en lo que su amigo describió. Un trasatlántico podía ser un barco enorme; los afectados serían cientos sino miles.

Conforme avanzaba la narración la rabia parecía superponerse al horror, pues Mats apretaba su mano con más y más fuerza
hasta que la soltó para concluir, tratando de encontrar lo fundamental en todo aquello, que habían destruido a quien era una de
entre nueve mentes maestras, aspirantes a dioses por lo que había podido entender. Recordó las raíces órficas del culto que
parecían seguir e imaginó que con ello tal vez hablaban de buscar la inmortalidad, aunque tratándose de semejantes necios tal
vez eso implicara para ellos el vivir en este mundo de forma indefinida y a saber qué otras cosas más.

-Es increíble... -comenzó a comentar aún anonadado-. Pero tienes toda la razón: es una nueva batalla y una victoria,
amarga pero victoria. Habéis salvado la vida a mucha gente, Mats. Le has salvado la vida a mucha gente con tu talento -
le miraba orgulloso-, y tiene mucho sentido lo que dices; es más que probable que si han de ser nueve tengamos algo de
tiempo antes de que encuentren sustituto, si es que lo tienen. Nueve es un número importante en la cosmogonía de
Hesíodo y también en Homero. En fin, ahora son sólo ocho -sonaba absurdo decir “sólo”, pero no se echó atrás-. Y además,
sabemos dónde podría encontrarse alguno de ellos, tal vez Vendela si forma parte de la élite... -se llevó la mano al
mentón mientras decía esto, acariciándolo con su pulgar pensativo-. Recuerda todo lo que averiguaste sobre ella, las
propiedades que poseía mediante algún interpuesto: una isla en el Egeo, una casa en Creta… Ellos no saben que
nosotros sabemos acerca de esos lugares -apretó de nuevo el brazo de su amigo-, podría estar allí.

Dándose cuenta que Mats no había dicho ni una palabra acerca de sus comentarios sobre el aura, Arthür pensó que era algo en
lo que no le gustaba pensar o tal vez de lo que no le gustara hablar, pero arriesgándose a molestarle insistiendo dijo algo más:

-Nada ocurre por casualidad. Sé que piensas esto como también lo pienso yo. Esa corona tuya, tu sangre, tu legado... No
le des la espalda sin más -calló un instante mirando la reacción de su amigo-. Si estás aquí es porque tenías que estar aquí.
Es tan simple y tan misterioso como eso. Por eso, no veas tu don o como quieras llamarlo como algo de tu padre. Hazlo
tuyo, averigua quién eres, pues eso no cambia quién eres, Mats, sólo te hará más fuerte. Si no te conoces a ti mismo el
diablo te conocerá mejor que tú. No le des esa ventaja.

Mats Bergstrøm
Sonrío al escuchar las palabras de Arthür. No sé cómo, pero siempre consigue hacer que me sienta mejor. Tiene razón. Ha sido
una victoria, y como tal debemos celebrarla en honor tanto de los que han muerto como de los supervivientes. En todas las
batallas hay víctimas, pero dejarse hundir por esa realidad haría que el sacrificio de tantos inocentes hubiese sido en vano.

—Gracias, Arthür. Siempre sabes qué decir. Ojalá tuviese la mitad de tu sabiduría. —Asiento con la cabeza—. En lo de
Vendela y sus propiedades empezaremos a trabajar mañana. Hoy… Hoy simplemente no tengo la cabeza en
condiciones, la verdad.

Arthür vuelve a mencionar el asunto de mi «corona», de mi herencia. Yo atiendo a su razonamiento con calma, con una
expresión serena en el rostro.

—No pienso darle ventaja al Diablo, Arthür. Una vez más estás totalmente atinado. Te diré una cosa… —Suspiro,
meditando un rato las palabras que estoy a punto de decir. Sacudo la cabeza—. No odio a mi padre. Lo he perdonado. A
pesar de sus muchos fallos, creo que lo… que lo he comprendido. Entiendo por qué hizo lo que hizo, por qué
obstaculizó mi «potencial», por llamarlo de alguna manera. Las tentaciones que podía encontrar en el camino eran
muchas, y él no confiaba en mi fortaleza para darles la espalda. A su manera, supongo que tenía miedo. Tenía miedo
por mí. Y el miedo hace que muchas veces nos equivoquemos. —Clavo mis dedos en mi cabello, agarrándolo y
revolviéndolo como un gesto para liberar tensión—. Papá se equivocó. Ha estado ausente de mi vida mucho tiempo. No me
conoce, no sabe quién soy, ni cómo mis vivencias han influido en mi carácter y me han moldeado, muchas veces a
hostias. Y dudo de muchas cosas, pero hay algo de lo que estoy seguro, en lo que confío a ciegas: en este. —Me doy dos
suaves palmadas en el pecho, mirando a Arthür con vehemencia—. Si yo no tengo fe en mí, nadie la tendrá. Y no os pienso
fallar nunca, me cueste lo que me cueste, aunque me desgarre por dentro. Aunque me tenga que ver en la peor de las
degradaciones. Pero ante todo, nunca me voy a fallar a mí mismo. Porque lo sé, porque me conozco. Así que venid,
ángeles del cielo, que aquí está Adán.

Río, sintiéndome momentáneamente ridículo por mi intento de frase lapidaria. Siento cómo me arden el cuello y la cara, y sé
que debo de haberme puesto casi tan rojo como mi pelo.

—En serio, Arthür, muchas gracias por ser como eres. Me… Me alegro mucho de tenerte como amigo. Vales tu peso en
oro.

Sonrío tímidamente, sintiéndome un poco tonto, como siempre que el respeto me obliga a utilizar unas palabras diferentes a las
que en otra vida quisiera haber podido utilizar. Alargo el brazo para coger mi guitarra acústica, que está apoyada en una pared
cercana.

—Tengo un funeral dentro de un rato y aún no sé qué voy a cantar. ¿Te parece normal?

* NOTA: Y aquí corte a la escena de la despedida a Leah .

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