Está en la página 1de 6

2.

Este soy yo (casa Gresta, al día siguiente)

Mats Bergstrøm
El sol ya está bajando cuando al fin decido levantarme, con todos los huesos del cuerpo doloridos por culpa de haber pasado
tantas horas en la cama. Cuando salgo de la caravana, me despido de las marismas de Clairmarais en solitario, fumándome un
cigarrillo muy lentamente. Dejo que mi mirada se pierda en la belleza del paisaje, permitiendo que los pensamientos salgan de
mi cabeza tan pronto como entran, sin tratar de retener ninguno. Simplemente floto en mí, vacuo y ligero, mentalizándome
para afrontar las cosas que este lugar me ha traído e intentando decir adiós a las que me ha quitado. Descubro que soy incapaz
de lo último. No puedo o no quiero hacerlo.

Ver a Sophie llegando con los chiquillos pone una sonrisa en mi cara, pero el entumecimiento de mi interior no se va. Durante
la cena estoy extrañamente taciturno, aunque río las bromas y participo de algunos de los temas de conversación que se
plantean. Sin embargo, a lo largo de la velada se advierte en mi rostro una mirada brillante y distraída, y hablo con menos
vehemencia y expresividad de la que es habitual en mí. Cuando la pequeña Jovanka se echa a llorar por nuestra marcha, tengo
que esforzarme mucho por no hacer lo mismo, aunque mis ojos se llenan de lágrimas. Agachándome frente a ella, le doy un
gran abrazo, diciéndole que la quiero y prometiéndole que volveremos a vernos.

La despedida de Geneviève y de Estelle es más afectuosa de lo que hubiese sido en otras circunstancias, como si fuésemos
amigos de toda la vida. En el camino de vuelta a París casi no abro la boca, y me dedico a mirar por la ventanilla prácticamente
todo el rato. Respondo a mis amigos cada vez que se dirigen a mí, amablemente pero también con cierta debilidad, como si
estuviese verdaderamente agotado. Al llegar a nuestro nuevo hogar, y tras esperar los treinta segundos de rigor y abrir la
puerta, me invade una sensación de extrañeza y profunda melancolía. No hago mucho más aparte de darme una larga ducha
con el máximo de presión para que acabe de molerme bien, después de lo cual me despido de Sophie y de Arthür y me voy
derecho a la cama.

A la mañana siguiente soy el primero en levantarme. Dormí tanto la noche anterior que esta me la he pasado prácticamente en
vela. Salgo a la calle muy temprano y compro tartaletas de limón y merengue para todos, recordando que aún no había
cumplido la promesa que le hice a Sophie hace ya una vida, en la clínica Saint Jean de Dieu. También paso por algunas tiendas
y compro un precioso pañuelo estampado de colores blanco, gris y azul intenso para Sophie. Pensando en Arthür, mi primer
instinto es visitar una librería, pero luego lo pienso mejor y cambio mi rumbo hasta llegar a una tienda de música. Allí
pregunto por un buen libro de repertorio clásico para violonchelo. Finalmente, después de todas mis compras, regreso a casa y
preparo un completo desayuno, que por supuesto incluye los pasteles, todo lo silenciosamente que puedo. Tras desayunar solo,
sin más compañía que mis pensamientos, dejo los regalos sobre la mesa, junto al desayuno para Arthür y Sophie. Para
terminar, tomo mi portátil y me marcho a la sala de estar, disponiéndome a empezar a trabajar.

Arthür Guitry
Aquel día fue muy extraño para Arthür. Transcurrió lenta y pesadamente, envolviéndole en la sensación de haber vivido un
sueño o bien sufrir una resaca, con un dolor de cabeza y un sentimiento de culpa que ya no le abandonaron en toda la jornada.

Dejó el campamento tras comentar a sus anfitrionas si les parecía bien así y dio un paseo muy largo para tratar de despejar la
cabeza. Quería pensar en todo un poco a la vez y así lo hizo, aunque no con la claridad que hubiera deseado. Queriendo
desentumecer su mente o, por qué no, entumecerla ya por completo, le tentaba entrar en el agua fría de la marisma hasta que le
doliera el cuerpo entero, pero finalmente lo único que hizo fue pasear por su orilla y tumbarse en la hierba a observar cómo los
pájaros le sobrevolaban. Encontró también un embarcadero solitario y se sentó en el borde de sus tablas, dejando que sus pies
descalzos juguetearan con la superficie del agua rompiendo su reflejo.

Volvió a la hora del almuerzo y al ver que Mats no salía de la caravana se preocupó, pero no se atrevió a importunarlo.
Tratando de distraer la mente y hacer algo útil, se dedicó a escribir en el móvil borradores de las solicitudes que debería hacer
para pedir una excedencia de su puesto en la universidad y, por primera vez en muchos días, pensó un poco en su trabajo de
investigación que por ahora también debería quedar pausado. Qué lejanos le parecían de pronto su tutor, su compañera Jelena -
a quienes debería dar alguna explicación, una excusa en la que ya había pensado- y otras personas a las que echaría de menos...
Qué lejana parecía su vida. No quería darle más vueltas a si podría retomar todo ello algún día. En su situación actual era
imposible anticipar nada. Escribió también el aviso a la inmobiliaria de que dejaba libre la buhardilla.

A la hora de la cena observó a Mats aunque sin atosigarlo en modo alguno y tratando de no importunarlo. Se le veía agotado y
le entraron ganas de poder llevarse cuanto antes a sus amigos de allí, poder volver a la casa Gresta y que pudiera descansar
como correspondía y reponer fuerzas. ¿Se le haría penoso a su amigo vivir allí con él? Pondría de su parte todo lo que pudiera
para evitar que fuera así.

La despedida fue muy emotiva a pesar de la promesa de reunirse pronto para ponerse al día. También le dio un abracito a la
pequeña Jovanka tratando de consolarla. Tal vez siguiera visitando a Sophie en sueños; era posible que aquella noche la
hubiera salvado de algo muy peligroso.

Ya en la casa Gresta tomó una ducha rápida en cuanto pudo y se marchó a la cama sin mucha más dilación. Aunque debía
hablar con sus amigos no le pareció este el momento y sentía la cabeza tan pesada que no habría podido encontrar las palabras.
Dio vueltas hasta que el agotamiento de haber dormido sentado sólo un par de horas la noche anterior le ayudó a caer rendido.

A la mañana siguiente el desayuno y los regalos de Mats le dieron los buenos días. Ojeó el libro con una gran sonrisa,
emocionado por el detalle y esperando poder aprender pronto alguna de aquellas piezas lo suficientemente bien para
interpretársela a sus compañeros. Iba a tener público después de mucho tiempo.

Mats Bergstrøm
Mi corazón se acelera cuando oigo ruidos de movimiento en el comedor. Ladeo la cabeza para escuchar mejor, en completo
silencio. Al cabo de unos segundos, llega a mí el sonido del papel de regalo al abrirse, y una sonrisa nerviosa se dibuja en mi
cara, a pesar del nudo que atenaza mi estómago. Después de esperar un tiempo prudencial, me levanto del sofá y me dirijo
hacia allí, abriendo del todo la puerta que había dejado entreabierta.

—Parece que Papá Noel ha llegado antes de tiempo —saludo a Arthür, con las manos en las caderas. Me froto la nariz con
los dedos—. Espero haber acertado con el repertorio. No sabía si prefieres el barroco, el romántico o la música
contemporánea, así que he elegido un compendio de un poco de todo. Además, la edición era chula, y me ha
gustado… —Me paso una mano por el cogote, nervioso, y sin saber muy bien cómo abordar el asunto—. Oye, Arthür, no sé
si quieres hablar del tema. Lo de ayer… Fui un poco desconsiderado, y lo siento. No pensé que podía añadir un motivo
más de preocupación para ti. Solo pensé que necesitaba sacármelo de dentro, y… —Trago saliva, apartando la mirada
hacia el techo. Su cara, tan bonita, me sigue doliendo. Cojo una de las sillas que rodean la mesa del comedor, le doy la vuelta y
me siento en ella, abrazando el respaldo. Me encojo de hombros—. Ya me conoces, me tiré de cabeza a la piscina sin saber
si habría agua. Tan mayorcito, y no aprendo. En todo caso, todas las cosas que te dije… son ciertas. —Suspiro
profundamente. Necesito decírselo, calmar mi ansiedad, pero intentaré modificar un poco el tono para no incomodar a Arthür,
que después de todo tiene que sufrir lo suyo y lo mío—. Eres estupendo, más de lo que crees, y te quiero un montón. Pero
no quiero agobiarte, así que, si lo prefieres, podemos no volver a hablar del tema. —Quisiera decirle tantas cosas que me
da miedo desbordarme de un momento a otro—. Entiendo que no seas… como yo y que no sientas lo mismo, y te doy las
gracias por haber reaccionado como lo hiciste. Eso me hace valorarte y quererte aún más. No sé en qué rayos estaba
pensando. Supongo que las marismas me hicieron creer que todo… Que todo era posible y… —Mi voz empieza a
oscurecerse y se quiebra. Carraspeo, logrando contener la emoción. Sonrío, enarcando teatralmente una ceja—. Vaya. Y yo
que pensaba que era irresistible.

Estoy a punto de abrir el primorosamente preparado paquete que contiene los dulces, que todavía no había tocado, pero en el
último momento decido que será mejor esperar a que Sophie se levante.

—Joder, perdona. He vuelto a soltarte todo el rollo de cómo me siento yo, y ni siquiera me he acordado de preguntarte
cómo estás tú. Así que… ¿cómo estás?
Arthür Guitry
Todavía estaba ojeando el libro con una sonrisa cuando Mats entró en el comedor. Le hizo gracia el comentario de Papá Noel y
no pudo dejar de imaginar lo genial que estaría vestido como tal, pero con su propia barba roja, por supuesto.

—Es perfecto, ¡muchas gracias! —comentó sin dejar de sonreír —. Estaba tratando de decidirme por alguna pieza para
comenzar… —añadió volviendo a pasar las páginas del libro—. Pero nada de expectativas, ¿eh? —Le alegró ver el cambio
en el rostro de Mats, quien le pareció mucho más relajado y descansado ahora. Eso le liberó automáticamente de mucha
tensión.

De nuevo le dejó hablar. Quería que se sintiera libre de decir todo cuanto quisiera, deseando no interrumpir y que con ello
pareciera que quería coartarlo. Estaba lejos de sentirse cómodo y la situación seguía superándole, al igual que todas aquellas
palabras bonitas que le hicieron sonrojar otra vez, pero hablar lo que se deseara estaba bien y Mats por suerte era alguien con
facilidad para hacerlo. Lo que no querría por nada del mundo es que algo no dicho afectara a su relación a partir de ahora y su
amigo pudiera sentirse cohibido de algún modo. Por su parte no se atrevía a añadir nada y sus emociones se debatían de nuevo
entre la incredulidad, que no terminaba de abandonarlo, el embarazo ante tanta galantería y la ternura que le hacía sentir su
amigo, colmada de responsabilidad. Se sentía como si sostuviera el corazón de Mats entre sus manos, vibrante y cálido, como
un pajarillo.

—Estoy bien —dijo sin pausa y sin dudar como ocurriera el día anterior cuando le preguntó junto a la marisma. —No tienes
que preocuparte por nada. De verdad. Has hecho lo que debe hacerse. No cambies «es un asco guardarse estas cosas
dentro…»— miraba a Mats fijamente a los ojos cuando dijo todo esto, con ánimo de sonar totalmente convincente. Rio cuando
vio que su amigo a punto estuvo de abrir el paquete de la pastelería pero finalmente se contuvo. Siempre le resultaban
divertidos sus gestos, tan expresivos muchas veces como los de un niño —Uf… esperemos que la señorita Taylor venga a
desayunar pronto o la dejamos sin nada...

Mats Bergstrøm
Asiento en silencio, tamborileando con los dedos sobre la mesa mientras escucho a Arthür. Río al oír su último comentario. La
sensación es agradable.

—No, hombre, vamos a esperarla. No seas impaciente. —Frunzo los labios en una sonrisa contenida. Entonces se me ocurre
una idea—. Oye, ¿te suena la canción Nothing Else Matters, de Metallica? Hay una banda finlandesa, Apocalyptica, que
tiene una versión a chelo que me encanta. Sería chulísimo oírtela tocar. Yo podría poner la voz. —Mis ojos se iluminan
con ilusión—. ¿Qué te parece? En los ratos libres nos la podríamos preparar.

Entonces, de improviso, empiezo a murmurar la canción, en un tono suave y profundo:

So close no matter how far

Couldn’t be much more from the heart

Forever trusting who we are

And nothing else matters…

Sonrío tímidamente mientras canturreo, pasando a tararear la melodía del acompañamiento, mientras miro a Arthür.

—¿Qué dices? Creo que podría quedarnos bien.

Arthür Guitry
Era divertido ver canturrear a Mats, haciendo tanto de vocalista como de instrumentos. Arthür agradeció el tono distendido que
había tomado la conversación:

—Esa versión que comentas no la conozco, pero la canción sí, por supuesto —Se quedó pensativo—. Me parece bien,
podemos intentarlo… O mejor dicho, puedo intentarlo yo, porque no soy muy bueno, ¿sabes? Aunque eso suena a
eufemismo. Más bien sólo soy un principiante, así que no esperes demasiado; lo de sin expectativas iba muy, muy en
serio —sonrió tímido—. En fin, ahora no me queda más que que me oigáis o esperar a que hayáis salido de casa para
ensayar. No te creas que no lo había pensado ya —comentó resignado, burlándose de sí mismo—. Aunque quién sabe si en
esta casa no hay siempre alguien escuchando… Espero que el avestruz no se enoje si toco mal —añadió esto último
susurrando, con cara divertida, como si quisiera evitar que ésta le oyera. Seguía nervioso y le costaba parar de hablar.

Se sentó en otra silla sin soltar todavía el libro:

—Bueno, ¿y esas guitarras? ¿Alguna vez tocas en algún sitio?

Mats Bergstrøm
Sonrío ante las disculpas adelantadas de Arthür. Conociéndolo, su umbral de lo que está bien es mucho más alto que el de la
mayoría. Además, siendo como es una persona meticulosa, no me cabe la menor duda de que tendrá una dedicación implacable
para las cosas que le gustan. Y veo que la música es una vía de escape para él, un soplo de alma para calmar su mente, siempre
inquieta, siempre buscando respuestas. La música no admite cuestiones: simplemente es, sutil y efímera, un ente ajeno a
nuestra voluntad una vez la dejamos libre. Quizá Arthür también sea capaz de darse cuenta de esto, y la música sea para él,
como para mí, una manera de volar lejos.

Cuando mi amigo me pregunta por mi faceta musical, respondo con una sonrisa pícara, mirándolo desde debajo de las cejas, y
me levanto de la silla. Voy hasta mi cuarto y tomo mi guitarra acústica, que descansa en un rincón, antes de regresar a
hurtadillas hasta el comedor y sentarme de nuevo, no sin antes cerrar la puerta para no despertar a Sophie en el caso de que
siga durmiendo.

—De crío quería ser una estrella del rock. Estaba como una cabra, y sacaba de quicio a mi padre… —explico mientras
coloco la guitarra en mi regazo, asegurándome de que las cuerdas estén bien colocadas, con una reluciente sonrisa que llega
hasta mis ojos—. Cuando vine a París por la muerte de mi madre, encontré un grupito que hacía algunas cosas, Spot
Noir. Soy el vocalista y hago como que toco la guitarra, no soy tan bueno. El auténtico guitarrista de Spot Noir es
Marcel. Ese sí que es un crack. Y bueno, no me puedo quejar. Actuamos en algunos locales, hacemos podcasts, a veces
grabamos alguna cosita… Nada del otro mundo, pero lo pasamos de puta madre. —Después de terminar de probar las
cuerdas, adopto la posición correcta para empezar a tocar—. Tocaré algo suave, si te parece. No sea que Sophie se
despierte…

Después de un segundo que parece suspendido en el tiempo, mis dedos empiezan a tañer los primeros acordes de We Let the
Hell Come. Elijo inconscientemente un tempo lento, relajado y espeso, casi pesado, que acompaña a mi estado emocional del
momento. Con los ojos cerrados, siento cada nota, cada punteo. Respiro con calma y empiezo a cantar la letra, palabras de
espera a la Muerte y al Juicio Final, que en mi voz grave y ligeramente rasposa suenan a sentencia, a la letanía de un corazón
cansado. No he vocalizado esta mañana, y tengo algunos quiebros en las partes más agudas, pero eso no hace sino añadir
desgarro a la improvisada interpretación. Sin darle la más mínima importancia, continúo abriéndome paso por la canción como
si nadara contracorriente, como si caminase por un desierto árido y estéril que castiga mi cuerpo y mi alma. La sección
instrumental del final es vehemente, obstinada, repleta de aliteraciones de una poesía descarnada, brutalmente honesta.

https://www.youtube.com/watch?v=Udxxd22LNUI

La pieza termina sin terminar, como un continuo que se pierde en el infinito. Al fin y al cabo, la muerte solo es el principio, el
comienzo de un estado de eterna espera, y eso es lo que nos recuerda esta magistral obra de Scott Kelly. «La muerte lleva la
lluvia al río, y yo me alejo de la orilla, esperando».

Dejando la guitarra a mi lado, sonrío, satisfecho.

—Las canciones de Scott Kelly me van muy bien. Tenemos una tesitura parecida* —explico en un tono casual, restándole
importancia a mi interpretación.
Arthür Guitry
La voz de Mats sonaba densa, profunda. Las primeros acordes, la gravedad de su timbre y la melodía arrastrada, le recordaron
un poco a Mark Lanegan. Cantando aquella canción su amigo tenía porte de outlaw hastiado de huir, resignado al fin a
enfrentar la muerte. Aunque la melodía le pareció que tenía aire folk, de estas que te remiten inmediatamente a un paisaje
sobrecogedor a vista de pájaro, ciertas notas indicaban que este Kelly debía ser un músico de metal, o eso le pareció a Arthür.
La interpretación le gustó mucho y también la canción, aunque le letra le hizo pensar de inmediato en todo lo que les ocupaba:
hablaba del río de la muerte, del juicio y del destino que espera a aquellos que quedan en sus «cáscaras». No sabía cuál habría
sido la idea del autor al componerla, pero en este momento no pudo evitar que le recordara a todo aquello.

Más que terminar, Mats pareció liberar la melodía, como si dejara que la parte final, que no parecía acabar, continuara su
camino en el reino de lo inaudible. Vivía la música con intensidad, eso estaba claro. La verdad que por lo que conocía a su
amigo no habría esperado otra cosa.

Cuando terminó, Arthür aplaudió despacito por no despertar a Sophie, pero con gesto vivo:

—¡Bravo! Eres bueno de verdad —sonrió. Tuvo el impulso de decir que estaría genial que Sophie y él pudieran ir a su
próxima actuación, pero no se atrevió a hacerlo. No cabía anticipar prácticamente nada ni sabía que pensaba su amigo al
respecto de continuar actuando con su banda en este momento.

Ada Bytnar volvió entonces a sus pensamientos. También la chica ahogada, la pequeña Montillet… Tratando de posponer el
torrente de preocupaciones aunque fuera sólo unos instantes más, sirvió café en una taza para Mats y en otra para sí y preguntó
desviando un momento la mirada hacia la guitarra:

—¿Te apetece tocar otra?

Mats Bergstrøm
Sacudo la cabeza negativamente mientras hago un gesto con la mano. Siempre me ha costado aceptar los elogios,
especialmente los relativos a las cosas que me importan de verdad.

—Gracias, pero no hay para tanto. Me defiendo con la guitarra, y tengo una voz resultona, pero ya está… Aunque
gracias, en serio. Estas cosas son las que motivan a uno a seguir. —Hago una pausa, aprovechando para reajustar un poco
las cuerdas de la guitarra—. Yo creo que lo importante no es hacerlo bien o mal… Bueno, está claro que si lo haces bien,
pues cojonudo. Pero lo importante es hacer lo que a uno le gusta. Lo que uno siente que lo hace feliz. Tardé mucho
tiempo en entender eso. —Río abruptamente—. Si por mi padre fuera, ahora estaría trabajando en su petrolera y con
una depresión de elefante.

Cuando Arthür me propone continuar tocando, me lo quedo mirando con una ceja levantada y una sonrisa que quiere decir:
«¿Estás seguro?».

—Mira que cuando me arranco no hay quien me pare… —advierto en broma, volviendo a subir la guitarra a mi muslo.
¿Cómo le voy a decir que no?—. Hagamos un trato: toco una segunda, y mientras tanto, vete pensando la que vas a tocar
tú después. ¿Hecho? —Carraspeo, y anuncio con una voz teatralmente grave, frunciendo el entrecejo—: Señoras y
caballeros, en primicia para todos ustedes les traemos una pieza inédita del famosísimo cantautor franco-noruego
Mats Bergstrøm. Con todos ustedes, Rolig natt, «Noche tranquila».

Mi rostro vuelve a adquirir una expresión serena. Arthür está a punto de escuchar la primera canción que compuse hace más de
veinte años, y perfeccionada a lo largo del tiempo hasta llegar a su versión actual. Podría decirse que esa primera creación, la
más ingenua y la menos modificada por toda mi experiencia posterior, es quizá la que mejor refleja quién soy yo en realidad.
Por eso, no deja de resultar sorprendente que casi parezca una nana. Una canción de cuna, que sin embargo refleja todo el
anhelo y el desconcierto de un alma adolescente que no encuentra su lugar en el mundo.

En cuanto empiezo a tocar, la tonalidad menor deja claro el ambiente melancólico de la melodía. Con sus frases musicales
reiterativas, sus idas y sus vueltas, es una canción que siempre me ha recordado a las olas de un mar en calma. Es una paradoja.
El océano siempre me ha provocado un temor incomprensible, un miedo sin nombre ni forma que nunca he llegado a poder
explicarme, pero en las cuerdas de mi guitarra, el mar se convierte en un bálsamo reconfortante, en una madre protectora. Mi
voz es un murmullo monótono en la parte grave de mi registro, calmo, sin tensiones. Hay momentos en los que las sílabas
salen susurradas, quedando opacadas por las consonantes, claras y sonoras como el crujido de un glaciar. La pieza es
sumamente sencilla, con estrofas que no son más que una misma línea musical repetida cuatro veces, y un estribillo algo más
emotivo, más vibrante, compuesto de otras dos líneas más dinámicas que contrastan con el resto de la canción. La letra está en
noruego, pero es una música que apela más a la comprensión espiritual que a la intelectual.

Se crea un silencio cuando las últimas notas pianísimo se desvanecen en el aire. Todavía sigo con los ojos cerrados durante
unos segundos, hasta que las cuerdas han dejado de vibrar y el silencio es absoluto. Solo entonces abro los ojos, enfrentándome
a la mirada de Arthür.

«Este soy yo —le digo en mi fuero interno—, y te amo».

Arthür Guitry
Cuando Mats aceptó seguir tocando con un trato, Arthür negó que lo aceptara con un gesto de la cabeza, sonriendo, pero su
amigo lo dio por hecho sin hacerle mucho caso y tomó la guitarra de nuevo. Esta vez se trataba de algo compuesto por él
mismo y el chico escuchó con mayor atención todavía, valorando que tuviera la confianza de mostrarle algo así.

Fue realmente emotivo. Sonaba como una nana y, aunque no entendió la letra, la interpretación de Mats y la melodía eran tan
elocuentes y estaban tan cargadas de emoción que le transmitió una sensación de búsqueda, de anhelo fundamental, de
esperanza. Había dicho su amigo que no era tan importante el hacerlo bien o mal, pero aquella interpretación, además de sacar
todo aquello a flor de piel, le pareció preciosa. Pues sí, dijera lo que él dijera en su modestia, le pareció que era bueno de
verdad.

Al terminar, después de dejar que los últimos sonidos se desvanecieran por completo, Mats le miró fijamente, sin decir una
palabra. Pero si Arthür hubiera tenido telepatía no habría oído con más claridad lo que su rostro le decía, o eso le pareció. Supo
que se había sonrojado mucho. Muchísimo. Se sintió tan superado que ya no le pareció mala idea salir en busca de su chelo,
aunque fuera sólo por abandonar el comedor unos momentos y tener tiempo de recuperarse del impacto que le causaba aquella
mirada. Tanto se impresionó que se olvidó de decirle a Mats nada acerca de su canción y, levantándose, dijo con un hilo de voz
y unos gestos tan aparatosos que resultaban cómicos:

—Voy... por el chelo.

Y salió de la habitación.

* NOTA: Y aquí ya se levantó Sophie, vino a desayunar y nos cortó el rollo XD.

También podría gustarte