valentía y la generosidad de enfrentarse a la lectura de cada uno de los capítulos, en lo que ha
terminado siendo una «entrega por fascículos». Ninguno de ellos es culpable de los errores que cometo en la redacción, pero si encuentran conceptos, ideas, ejemplos o gráficos que les puedan parecer sugerentes, o les ayuden a entender mejor cómo llegar a crear organizaciones más humanas, no duden en pensar que quienes revisaron los originales tienen mucho que ver en el resultado final. Entre estas personas a las que quedo enormemente agradecido, por su tiempo y su esfuer- zo, están empresarios y directivos de reconocido prestigio en Valencia: Rafael Juan, Antonio Debón, Benjamín Maceda y José Luis Macicior. Jóvenes profesionales a los que conocí como estudiantes: Luis Pérez, Alfonso Clavijo y José Vicente Caballero. Estudiantes del doctorado que han estado dispuestos a seguir escuchando más de lo mismo: Alberto Álvarez y Alexis Bañón. Alumnos de primer curso de licenciatura que se han atrevido a leer sobre un tema tan poco usual en esta facultad: Víctor Chisbert y Cristian Vicient. Mis colegas de Departamento, que son además profesionales del mundo de la empresa: Álvaro Tomás y José Francisco Soriano. A estos nombres tendría que sumar los de José Ángel Agejas, de la Universidad Francisco de Vitoria; Alfonso Méndiz, de la Universidad de Málaga e Ignacio Bel, del IESE en Madrid: Pedro López, biólogo, escritor y gran amigo y don Eduardo Peláez, físico y buen filósofo, que tras leer algunos capítulos concretos del texto, no han dejado de animarme con sus comenta- rios, correos y llamadas. En realidad son muchísimas las personas que han hecho posible este libro, dándome ideas acerca de lecturas, películas de cine, posibles casos… Lamento no poder nombrar a todo el mundo aquí, pues no seguirían leyendo. Si a estas alturas alguien me preguntara si ha valido la pena el esfuerzo, le contestaría que sí. Este libro ha permitido que haya ganado en amistad con todas las personas que me han ayudado. Sólo por eso, ha merecido la pena el reto. Mis alumnos del grupo A, de primer curso de Administración y Dirección de Empresas, y los del grupo internacional, tendrán que perdonar un año académico en el que no he podido atenderles tan bien como me hubiera gustado. Por último, y quizá por ser lo más importante, quiero referirme a mi padre y hermanos que saben bien que les he tenido que robar un tiempo que todavía les debo, sin hablar de la pacien- cia y el cariño con el que han sabido llevarlo en mi casa. Doy gracias a Dios por tantas cosas buenas.