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Pocas manifestaciones artísticas han sido tan difundidas entre el gran público como
las relacionadas con la cultura celta.
Sin embargo, este pueblo, lejos de ser tan rudo como griegos y romanos creían, nos
ha legado exquisitas muestras de un arte que, aún hoy, sorprende por su delicadeza.
Del pueblo celta se han encontrado vestigios en gran parte de la Europa continental y
las islas británicas que se remontan a más de veinticinco siglos, a la conocida como Edad de
Hierro. El primer estadio se conoce como cultura de la Hallstatt (por la zona austriaca en la
que fueron encontrados los restos) y de esa época se han encontrado tumbas
impresionantes y fortificaciones que denotan la riqueza de que gozaban por aquel entonces.
Posteriormente, en torno al siglo VII antes de Cristo, los intercambios culturales con
griegos y etruscos darían lugar a un periodo del arte celta conocido como La Tène (Suiza).
Es a partir de aquel momento cuando los rasgos característicos del arte celta comienzan a
perfilarse.
Se pueden distinguir dos tendencias bien diferenciadas en el arte celta; una es aquella
que se basa en la representación de la naturaleza. Para entender este tipo de manifestación
debemos señalar que estamos hablando de un pueblo que basaba su economía en la
agricultura y que mantenía una estrecha relación con la naturaleza y los fenómenos celestes.
Por otro lado tenemos la tendencia geométrica, que consiste en una ornamentación
basada en decoraciones abstractas de líneas intrincadas que dan lugar a complicados y
bellos diseños de una gran armonía. Un ejemplo de este tipo de decoración lo encontramos
en los llamados knotworks, o trabajos a base de dibujos entrelazados realizados con una
línea continua que fluye formando curvas, nudos y zigzags. También son muy frecuentes las
espirales que tenían una profunda carga simbólica y solían representarse solas o formando
grupos, como el conocido triskel, consistente en tres espirales unidas que aludía las tres
naturalezas del alma humana (o los tres elementos sagrados: tierra, mar y cielo).
Todos estos elementos los podemos encontrar también en los que son, quizá, el más
bello ejemplo del arte celta: los manuscritos iluminados, auténticas obras maestras de una
práctica que los artesanos dominaban, la caligrafía. En ellos encontramos bellísimos diseños
realizados con gran habilidad y decorados con fantásticos colores que aun hoy provocan
asombro de quien los contempla.
Sin embargo se han hallado otros ejemplos en los que los artesanos celtas
demostraron su destreza. Tal es el caso de la orfebrería, de la que tenemos restos como
collares, pendientes o las fíbulas usadas tanto a modo de alfiler para sostener la ropa como
de amuleto, y que muestran en algunos casos deliciosas formas zoomórficas; o de los
llamados torques, pesados collares utilizados frecuentemente por los miembros relevantes
de la sociedad, que se realizan de diferentes metales, algunos estaban ricamente decorados
con filigranas y otros motivos. Entre los objetos cotidianos los celtas demostraron su
creatividad en las máscaras ceremoniales, los calderos o las figuritas votivas.
Otro ejemplo del dominio que este pueblo tenía sobre la manufactura del metal lo
tenemos en las armas: espadas con grandes empuñaduras ricamente ornamentadas o
escudos y cascos de hierro y bronce decorados con figuras muy elaboradas que
simbolizaban fuerza y poder.
Sin embargo la herencia que con más nitidez podemos rastrear en al actualidad son
los mitos, cuentos y leyendas que han llegado hasta nosotros a través de la tradición
cristiana, muchas de cuyas propias historias están basadas en fábulas de la historia celta. Tal
es el caso de la mitología que incluye seres fantásticos como hadas, héroes, duendes o
gigantes, o como las fascinantes narraciones del Rey Arturo y los caballeros de la Tabla
Redonda, historias cuyas raíces más profundas se hunden en el brumoso y evocador pasado
de bardos, vates y druidas transmitidos de generación en generación.
Arte celta
El término arte celta alude a las expresiones artísticas de los llamados pueblos celtas.
Es, sin embargo, una categoría subjetiva y discutida, tanto como el propio concepto de
"civilización celta", ya que se aplica a un período de tiempo muy dilatado y a múltiples
culturas relacionadas pero diferentes entre sí.
De hecho, la expresión "arte celta" se emplea sobre todo en relación al arte pagano
tardío y cristiano temprano de las islas británicas, cuya más notable expresión son los
manuscritos ilustrados altomedievales ricamente ornamentados con elementos estéticos
propios del arte nativo insular. Ejemplos son el Libro de Kells, el Libro de Durrow o los
Evangelios de Lindisfarne. También destacan las piedras pictas escocesas, cálices, broches
y cruces celtas.
El arte celta insular, con sus característicos motivos de lazos y espirales, está
estrechamente relacionado con (e influenciado por) el arte ornamental y zoomórfico vikingo,
sobre todo el estilo Borre.
Monedas celtas
• Creatividad: muchas veces la obra solo es un pretexto para dar rienda suelta a la
técnica y la imaginación del artista.
• Horror vacui: el llamado horror al vacío, acuñado por los romanos (véase la Columna
de Trajano) también es muy característico del arte celta. No se encuentra prácticamente
ningún punto vacío en el espacio dispuesto por el artista.
• Zoomorfismo: los animales, sean una especie existente o bien de caracter fantástico,
tienen preferencia a la hora de ser incluidos en la decoración céltica. Probablemente estas
figuras tuvieron en su origen un carácter totémico.
Toros de Guisando.
Su construcción más característica son los castros, poblados con recintos amurallados
levantados en las cimas de los montes, que se localizan en las áreas ocupadas por los celtas
en el valle del Duero o en Galicia: Las Cogotas (Ávila) y Castro de Santa Tecla (Pontevedra),
respectivamente.
Algo más tardía y en relación con la cultura ibérica, son las ciudades de los arévacos,
algunas de ellas con gran desarrollo urbanístico como en Numancia, y otras más primitivas,
excavadas las casas y calles sobre la roca como en Termancia.