Está en la página 1de 2

GAZZANIGA, Michael S. (2005) El Cerebro Ético (The Ethical Brain), trad. de Marta Pino Moreno: Barcelona, Paidos.

Prólogo.
EL EQUILIBRIO DINÁMICO DE LA ÉTICA Y LA NEUROCIENCIA: “William Safire acuñó el término neuroética
para designar «el ámbito de la filosofía que trata sobre los aspectos buenos y malos del tratamiento o la potenciación del
cerebro humano». En este sentido, la neuroética es una derivación de la bioética. El campo de la bioética surgió y se
definió con el fin de ampliar la ética médica, a medida que los hallazgos científicos eran cada vez más avanzados y
requerían una reflexión filosófica especializada sobre lo que es aceptable e inaceptable en áreas como la ingeniería
genética, la ciencia reproductiva o la definición de la muerte cerebral. Muchos de estos temas bioéticos pueden analizarse
desde la perspectiva de la neuroética. Un modo de concebir la neuroética es el siguiente: cada vez que un tema bioético
guarde relación con el cerebro o el sistema nervioso central, la neuroética debe intervenir para expresar su opinión al
respecto. Pero la neuroética es algo más que una bioética del cerebro. A medida que se desarrolla el campo, se hace
necesario ampliar sus objetivos y su ámbito. Hasta el momento, no son científicos quienes intervienen en gran parte del
debate neuroético. Ya es hora de que los neurocientíficos salten a la palestra en este campo. En mi opinión, la neuroética
debe definirse como el análisis de cómo queremos abordar los aspectos sociales de la enfermedad, la normalidad, la
mortalidad, el modo de vida y la filosofia de la vida, desde nuestra comprensión de los mecanismos cerebrales
subyacentes. Esta disciplina no se dedica a la búsqueda de recursos para la curación médica, sino que sitúa la
responsabilidad personal en un contexto social y biológico más amplio. Es -o debería ser- un intento de proponer una
filosofía de la vida con un fundamento cerebral (…) ¿Dónde termina la neurociencia de los datos concretos e
incontrovertibles y dónde empieza la ética? El punto de intersección entre estos dos campos es el objeto de estudio de este
libro (…)
UN CAMBIO OBLIGADO: Una de las cosas que más me gustan es eliminar de las discusiones neuroéticas el argumento de
la «pendiente resbaladiza», que ha sido un eje central de varios informes del consejo. Al discutir sobre las situaciones
extremas a las que nos puede conducir la pendiente resbaladiza, los éticos se aprovechan del miedo popular y sugieren que
los científicos, si les damos la mano, nos cogerán el brazo. Lo cierto es que la mayoría de estos argumentos son ciencia
ficción. Pensemos en el ejemplo del «humancé», el rrúedo a que los científicos crucen a un humano con un chimpancé a
través de la manipulación genética moderna. En cuanto la ciencia presenta el humancé como posibilidad, de pronto todo el
mundo teme que se autorice a los científicos para cultivar células madre humanas en ratones, investigaciones que pueden
descubrir el remedio para el Parkinson, el Alzheimer y otras enfermedades. ¿Por qué dan tanto miedo las ciencias biológicas
y neurológicas? ¿Es · rrúedo al cambio? Hace sólo trescientos años que existen los cuartos de baño. El cambio puede ser
para bien. ¿Es rrúedo a lo desconocido? Podemos imaginar marcianos, pero eso no da pie a que los éticos se opongan al
envío de misiones espaciales a Marte. ¿Es, tal vez, miedo a que la nueva tecnología se utilice para fines maléficos? Sabemos
lo que pueden causar las bombas nucleares, pero continuamos construyéndolas. Lo cierto es que las cosas positivas que
ocurren hoy en los laboratorios compensan, con mucho, el pequeño número de aplicaciones extrañas. Aunque un laboratorio
se dedicase a un proyecto de clonación del tipo de Los niños del Brasil, no tendría gran repercusión, porque somos una
sociedad moral que no toleraría tales extremos. Aunque siempre ha habido casos extremos a lo largo de la historia, nos
hemos librado de ellos, ya fueran dictadores, modas o drogas. No tiene sentido desde un punto de vista moral, político o
social permitir que el miedo a los extremos entorpezca el bien.
Creo que las ciencias suscitan un miedo especial. No es miedo a la creación de algo anormal, sino miedo al cambio real
estructural que introducen dichas ciencias en nuestra concepción de la existencia. La neuroética tiene el cometido de
recurrir a lo que sabemos sobre el funcionamiento del cerebro para definir mejor lo que significa ser humano y cómo
debemos interactuar socialmente. Para mí, una de las lecciones cruciales de la neurociencia nos enseña que el cerebro quiere
creer. Estamos configurados para formarnos creencias. Y nos formamos creencias basadas en nuestras influencias culturales,
en nuestro entorno: las cosas que nos enseñan nuestros coetáneos, nuestros mayores, la sociedad o la religión (…)
En suma, me gustaría defender la idea de que podría existir un conjunto universal de respuestas biológicas a los dilemas
morales, una suerte de ética integrada en el cerebro. Espero que descubramos pronto esos principios éticos, los
identifiquemos y empecemos a vivir en consonancia con ellos. Creo que ahora ya vivimos así de un modo EL CEREBRO
ÉTICO fundamentalmente inconsciente, pero sería posible eliminar mucho sufrimiento, guerras y conflictos si conviniésemos
en vivir de acuerdo con tales principios de manera consciente. Es aterrador empezar a pensar en nuestra vida de modo
diferente, pero ¿qué es más espelumante, cambiar nuestra concepción de la conducta aceptable e inaceptable o contemplar
un humancé?”.
É aceitável o Aperfeiçoamento do cérebro por via genética/a Potenciação do cérebro inteligente com ajuda dos
fármacos?

También podría gustarte