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CAPACES DE VIVIR

JOSÉ ALCÁZAR GODOY

EDITORIAL FAMILIA DE JESÚS


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ÍNDICE

PRÓLOGO
1. CUANDO LA VIDA FLORECIÓ
1. El primer amor 11
2. La vida 11
3. La gaviota 12
4. Mi libertad 12
5. Los frutos del alma 13
6. Las religiones y la verdad 14
7. El ciprés 15
8. Las caretas 16
9. La lengua 17
10. Las vasijas del más allá 18

2. EL AMOR Y LA DUDA
1. La manzana de la felicidad 21
2. Amor sobrenatural 21
3. Del dolor a Dios 22
4. El fuego del mundo 23
5. Dar 23
6. La confidencia de Dios 24
7. El águila del gallinero 25
8. La respuesta 27
9. La vocación 27
10. Mis dos egos 28
11. La mujer 28
12. La flecha y el arquero 29
13. La mentira del amor 30
14. La duda 30
15. El amor matrimonial 31
16. La protesta 31
17. El prisionero 32
18. Los tres deseos 32
19. La hormiga 33
20. Abrir la puerta 34
21. El misionero 34

3. LA PLENITUD SE HIZO SILENCIO


1. Autenticidad 37
2. La llama de la fe 37
3. Las llagas 38
4. El testimonio 38
5. El libro aúreo 39
6. Santidad y sencillez 40
7. El mantra secreto 41
8. Igualdad 41
9. El monasterio de contemplativas 42
10. La pobreza 43
11. Coherencia 43
12. El oasis del bien 44
13. Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe? 45
14. El canto de la lechuza 46
15. El verdadero conocimiento 46
16. Los príncipes 47
17. La felicidad del dolor 48

4. LAS HERIDAS DE LA EXISTENCIA


1. La propia condena 51
2. Las dos cabezas 52
3. El discípulo del profeta 53
4. El matrimonio vacío 55
5. Mi herida existencia 56
6. Las ratas 56
7. La injusticia 57
8. El peligro de las impresiones 58
9. El alma y el futuro 58
10. El bastón 59
11. Demostración 59
12. La metamorfosis de la cigarra 60
13. La huida 61
14. Lo grande y lo pequeño 61
15. El ocultamiento 62
16. Las hermanas del loto 62
17. La tibieza 63

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5. LA SIEMBRA DEL PRECURSOR
1. La sabiduría 67
2. Desprendimiento 67
3. Los pecados 68
4. La comprensión del sacerdote 69
5. Libertad y buen espíritu 71
6. Hacerse niños 71
7. Arrepentimiento 72
8. Amar a Dios 73
9. El sabio 73
10. Generosidad 74
11. La paciencia 74
12. El horizonte de la felicidad 75
13. El rostro de Dios 75
14. Un torrente impetuoso 76

6. ESCLAVOS DE SUS AMBICIONES


1. Los anacoretas 79
2. Amor y confianza 80
3. Juicios hirientes 80
4. El descontento de un líder 81
5. El ermitaño y el bandido 82
6. El mendigo 82
7. La humildad de las aves 83
8. No somos 84
9. Las sobras de los cerdos 84
10. El ratón insatisfecho 85
11. El paraíso perdido 86
12. Las ventajas del infierno 86
13. Los hijos holgazanes 87
14. Apariencias 88
15. Lo que pedimos 88
16. El olvido 89

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7. MÁS ALLÁ DE TU VERDAD
1. Los tres árboles 93
2. El sufrimiento y la felicidad 94
3. El espíritu del fundador 95
4. La vocación del gusano 96
5. La canción de la rama 97
6. Lo verdaderamente importante 98
7. El enviado 99
8. El loco 100
9. El profesor y la paloma 100
10. El sacerdote 101
11. Vivir la realidad 102
12. La muerte amada 102
13. El hilo de la salvación 103
14. El bien del justo 104
15. Atravesar la montaña 105
16. El ave fénix 105
17. La esposa en el tejado 106
18. El agua de la eterna vida 107
19. La muerte 107
20. Capaces de vivir 109

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PRÓLOGO

Hace tiempo, visitando la antigua ciudad de Subisán,


comprobé estupefacto que todos sus habitantes profesaban
una extraña confusión. Y con objeto de penetrar en sus ocultos
pensamientos y asumir sus más profundos deseos, pasé junto a
ellos largas horas de atenta observación. Al cabo de todo este
tiempo me convencí de que ningún habitante de Subisán había
sido enseñado en el conocimiento de la verdad. Atemorizado
por la injusticia del engaño, busqué al hombre más anciano de la
ciudad para interrogarle sobre las causas de aquella deplorable
situación. Cegado por el peso de los días, el anciano comenzó el
siguiente relato con sorprendente locuacidad:
“Muy cerca del principio, un matrimonio todavía
unido con la guirnalda del amor edificó la ciudad de Subisán.
Él creía en la mentira y su esposa amaba la verdad. Y aunque
el destino tantas veces caprichoso e injusto había unificado
vidas tan distintas, ambos deseaban engendrar una copiosa
descendencia capaz de regir su futuro. Sin embargo, el joven
matrimonio discutía todas las noches junto al fuego sobre
la educación más adecuada para impartir a sus hijos, sin que
el acuerdo pacificara sus espíritus. Invariablemente cada
mañana, la madre dulcificaba el corazón de sus vástagos con la
enseñanza del bien; pero cuando entrada la noche concluía el
padre su trabajo, sembraba en sus almas la semilla del mal. Esto
se repitió durante múltiples generaciones hasta la nuestra, que
incapacitada para distinguir el acierto de la verdad o los límites
de la mentira creció en la tierra de la duda.
Así estuvimos confundidos los habitantes de Subisán
hasta que alguien, no hace mucho tiempo, compadecido de
nuestra desdicha, nos envió un predicador con la intención de
remediar el engaño. Vino un hombre de poblados cabellos y
dotado de evidente convicción. Y tras pronunciar complicados
razonamientos, ininteligibles para muchos de nosotros, quiso

7
dejar un sencillo testimonio: que la verdad no pecara de
intolerancia con la mentira y que la mentira dialogara con los
argumentos de la verdad.
Cuando los habitantes de Subisán pusieron en práctica el
consejo, aquéllos que poseían parte de la verdad se convirtieron
a la mentira, y los que amaban la mentira abrazaron la verdad.
Por esta razón, distinguido visitante, nuestros hombres y
mujeres profesan una extraña confusión”.
Tras escuchar sus palabras en silencio me marché a
un templo cercano, donde pasé muchas noches meditando
cómo erradicar semejante enfermedad. Y escribí algunos
pensamientos sobre determinados principios: el nacimiento,
la vida, la muerte, el amor..., necesarios para que cada uno de
los habitantes de Subisán mirase más allá de su verdad. Así
enhebré los supremos designios del hombre y de la mujer con
los desolados páramos de la inmediatez terrenal, donde no
habita la luz ni alcanzan las energías del amor. Fue en aquel
templo cercano donde escribí este libro, que podría enriquecer
la experiencia personal de cada lector.

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1. CUANDO LA VIDA FLORECIÓ
1. EL PRIMER AMOR
El amor floreció en el corazón de la primera mujer, y la
duda en la inteligencia del primer hombre, para amar el placer
y evitar el dolor. Pero el engaño les dio a beber el néctar de la
vida en copas plateadas, y ellos lo gustaron: era dulce como la
miel en sus labios, pero terrible y amargo en sus entrañas. Así
quedaron seducidos.
Y transmitieron a sus descendientes un amor esclavizado
por la duda, que desde entonces es la causa del rechazo a la verdad.

2. LA VIDA

La vida del hombre es como la semilla del mango,


plantada en los campos de la tierra para comer sus frutos.
Cuando el gran árbol ha crecido y la cosecha se prodiga en
sus ramas, las gentes extienden sus manos para probarla
delicadamente. Después, escondida la semilla bajo los surcos
de la tierra, engendrará un nuevo árbol; de este modo el gran
mango no tiene fin.
La vida es semejante al ciclo del mango: las obras
bien hechas permanecen firmes como son; mientras tanto,
las personas que las alientan esparcen su semilla en nuevos
amadores, y cuando finaliza su existencia, éstos ocupan su lugar
para volver a sembrar en nuevos corazones. Así se cierra el ciclo
de la vida.
El ciclo del hombre surge con un amor apasionado
hacia la persona amada, la más hermosa... Y en la enardecida
unión desarrollan el árbol de la vida entrelazados en la dicha
de la felicidad; el fruto de su amor, los hijos, será amorosamente
acogido. Después, éstos son los nuevos amadores que darán
vida a sus descendientes y sepultura a sus progenitores. Este
es el ciclo de la vida: amor, nacimiento y muerte; muerte,
nacimiento y amor.

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3. LA GAVIOTA

Cuando nací y mis ojos tiernos se abrieron a la vida, el sol


de la eternidad inundó mis entrañas. Era tan bello mi alrededor
que me ofrecí decidida para mantenerlo entre los hombres. Fue
una entrega sin reservas ni condicionamientos, absoluta, hasta
fundir mis blancas y azuladas plumas con el verde de la marisma
y el dorado de las arenas de sus playas. Y volé por el cristalino
cielo sobre la espuma del mar.
Durante muchos años, suspendida en el aire limpio
marinero, conversaba con quienes convivían bajo mis alas
sobre la importancia de subir y sacrificarse por unos principios
elevados como los que yo disfrutaba, esperanzada de que los
indigentes cangrejos pudieran volar. Y muchos me siguieron
hasta el firmamento.
Pero un luminoso día, mientras pronunciaba fervientes
palabras sobre el más allá, sentí un tiro en el cuerpo, disparado
por un cazador que nunca divisé. Y caí a la tierra ensangrentada
en dolor.
La fortuna me causó una herida no mortal, pero perdida
la capacidad de volar y de abrazar la suave brisa del litoral, tuve
que conformarme con vivir en adelante como un cangrejo más.

4. MI LIBERTAD

Estando próximo el día en que iba a salir de esta vida,


perdí mi libertad. Y cubierto de pesadas cadenas salí llorando
a los caminos errantes con la esperanza de que alguien aliviara
semejante esclavitud.
Y en una encrucijada del camino divisé a lo lejos a una
joven vestida con ricas sedas, adornada con zafiros y diamantes,
que apresuradamente se acercaba. Cuando llegó adonde yo

12
estaba, se detuvo; era muy hermosa, su presencia hechizaba. Le
pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Libertad.
En la oscuridad de mi profunda esclavitud, creyendo
encontrar lo que buscaba, imploré con todas mis fuerzas
su ayuda. Ella accedió. Nos desnudamos e intercambiamos
nuestros vestidos. Yo cubrí mi cuerpo magullado con la seda
y adorné mi cuello y mis brazos con sus joyas; ella tomó mis
cadenas. Y cuando se hubo vestido, se marchó tan alegre y
sonriente como había venido.
También yo había alcanzado la plenitud, y me marché
sonriendo. Pero cuál sería mi asombro cuando al empezar a caminar
comprobé que continuaba esclavizado por mi propia libertad.

5. LOS FRUTOS DEL ALMA

Mi alma es un árbol de raíces penetrantes en lo más


recóndito de la tierra y ramas ascendentes hacia las cumbres
celestiales. Con la presencia de la primavera, el árbol de mi alma
floreció. Tomé uno de sus frutos y comí un manjar dulce como
la miel y más perfumado que el jazmín.
Y queriendo hacer a todos partícipes de mi felicidad,
puse sobre bandejas plateadas los frutos de mi alma, y salí a los
jardines de las casas y a las encrucijadas de las calles ofreciendo
el manjar a los transeúntes hambrientos de paz y de bien; pero
nadie quiso gustarlo.
Y con objeto de convencer a los humanos de su
equivocado ensimismamiento, esparcí por el aire el aroma de mis
frutos e inundé las alcobas de las casas donde dormía el amor.
Sus resecas gargantas probaron un manjar suave como el
elixir y dulce como el vino de Babilonia. Y aquellos empobrecidos
corazones alabaron a la vida y sus labios bendijeron al Señor.

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6. LAS RELIGIONES Y LA VERDAD

Era un tiempo tranquilo y sereno, y todos los hombres


dormían sin religión. Las luces del espíritu germinaban en
la paciente inteligencia de Dios que esperaba despertar a los
hombres de sus sueños.
Cierto día, cuando el sol se desvanecía en las calles de
Visar, despertó un hombre con el corazón colmado de magia y
sabiduría que decidió crear una religión. Y como los habitantes
de aquel lugar no habían sido instruidos en el conocimiento
de la verdad, por vez primera sus espíritus se iluminaron y
numerosas multitudes se le adhirieron con fervor.
También en un tiempo remoto nació un profeta. Hablaba
de olvidar los fantasmas del pasado, de abrir los pliegues del
error que cubren los sentidos, de encontrar el ser espiritual
y oculto que subyace en el interior de cada uno. Y como los
hombres de aquel lejano país jamás habían sido instruidos en
las ciencias del espíritu, multitudes le siguieron.
Y surgió un tercer hombre que predicaba una maravillosa
religión salvadora, con tanto éxito como los anteriores.
Maravillado Dios por la buena acogida de estas religiones,
quiso traer a la tierra la verdad salvadora. Y eligió un pueblo
sabio, el más culto y espiritual de cuantos existían. Y allí se hizo
hijo de una madre muy hermosa, creció, reveló su doctrina e
hizo milagros admirables para que todos le creyeran. Pero la
multitud que le escuchaba se burló, y apenas unos cuantos se
convirtieron.
Y en aquel pueblo sabio, como en nuestra corrompida
civilización, alejados todavía de la verdad, abunda la miseria y el
infortunio de la mentira. Y la religión verdadera afortunadamente
se conserva en unos pocos corazones que como tierra nueva
y virgen custodian celosos la semilla del amor, a pesar de ser
tratados como estúpidos por los demás.

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7. EL CIPRÉS

Yo era una diminuta simiente en las oscuras entrañas de


mi madre. Y, mientras indefensos se desarrollaban los miembros
de mi cuerpo y mis sentidos se alejaban de aquella negrura,
comencé a soñar con el futuro, donde el deseo y la ambición se
abrazaban.
Cuando nací, mi padre me tomó con ternura en sus
endurecidas manos, que sabían mucho del dolor y del esfuerzo,
como hombre que segó generosamente su piel por el bien de
su cosecha. Y celoso me enterró en un surco preparado para
mí, adornado con flores, empapado de frescura. Yo no entendía
muy bien el porqué de tantos preparativos, pero agradecía sus
tiernos y sabios cuidados.
Durante los meses en que la tierra me cubría, no cesaba
de pensar sobre mi cercana proyección, pues sabía que podría
alcanzar lo que desde el principio deseara. Finalmente, entre
todos los árboles y plantas que me ofrecieron ser, elegí el
ciprés, movido tal vez por la altura y el espesor de sus ramas
eternamente verdes que lindan con el cielo. Y crecí fuerte,
vigoroso, con el orgullo de mis posibilidades interminables que
me enaltecían sobre los árboles del bosque y las plantas de la
tierra, cantando a la luna en las noches tachonadas de estrellas.
Y bullía tanta satisfacción que nada de cuanto a mi alrededor
sucedía cautivaba mi interés.
En cierto verano caluroso, algunas hierbecillas me
pidieron hundir sus raíces en las mías para alimentarse de los
veneros más profundos que yo alcanzaba, pero temiendo que
no hubiera suficiente agua para alimentar mis hojas no acepté.
También las hormigas me pidieron absorber la savia de mis
vasos con objeto de saciar su sed, pero preocupado por la
posible debilidad de mis ramas se lo prohibí. Hubo asimismo
algunas aves que solicitaron cobijo para colocar sus nidos; pero
como quizá turbaran la armonía con el jolgorio de sus polluelos,
rechacé la propuesta.

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La llegada del invierno también fue para mí una etapa
de esperanza: con la energía almacenada durante los meses
de quietud alcanzaría los objetivos primaverales que me
encumbrarían más de lo que estaba. Sin embargo, una oscura y
silenciosa noche se acercó a mi tronco un vagabundo en busca
de leña para calentarse, sacó un hacha y me cortó de raíz. Yo caí
estrepitosamente con mis sueños destrozados y la esperanza
marchitada, distanciándome de las estrellas bajo un horizonte
que nunca había querido contemplar.
Cuando mi padre, ya anciano, conoció el percance, se
acercó para sepultar mi ramaje. Pero como yo era muy fuerte
y espeso, apenas pudo moverme. Y se fue de allí con lágrimas
en los ojos abandonándome sobre el polvo sin remediar mi
desgracia. Durante el invierno me pudrí y mis ramas se secaron.
Una nueva primavera comenzó en el bosque, y sus
habitantes iniciaron las tareas de renovación. Las diminutas
plantas que vivían bajo mis pies robustecieron sus cuerpos
con el abono de mis podridas hojas, las hormigas trasladaron
su domicilio a los restos de mi desvencijado tronco y algunas
avecillas recogieron mis ramas secas para elaborar sus nidos.
Fue entonces cuando sonreí en mi desdicha.

8. LAS CARETAS

Caminando por mi gran ciudad noté que la mayor parte


de los viandantes solían mirarme con extrañeza y miedo. Y sin
saber qué curiosa imagen desprendía, me miré en el agua de mi
pozo para que su reflejo me dijera la verdad.
Y en aquellas aguas serenas contemplé asombrado una
careta horrible. Era la envidia, que me impedía amar a cuantos
me rodeaban, y con su revolución deformaba mis facciones. Y
queriendo liberarme de ella, la arranqué, arrojándola al fondo
del pozo.

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Cuando las aguas devoraron semejante maldición y se
aquietaron, volví a mirar la imagen de mi nuevo rostro. Entonces
nuevamente me horroricé, porque sobre él persistía otra careta
deforme. Era la del egoísmo, que me impedía amar la belleza de
la vida reconociéndole su gran ternura. Y, enojado, la arranqué,
y también la precipité a los fondos del pozo de donde jamás
pudiera renacer.
Cuando se hizo la calma en el agua, volví a mirarme;
pero igualmente apareció otra careta; era la del orgullo, este
impertinente tirano que nos distancia de nuestra realidad
más auténtica y refrena nuestra grandeza. Y como las veces
anteriores la arranqué, arrojándola muy lejos de mí, porque no
la quería. Y así fui haciendo con todas las caretas que, cada vez
más tenues, iban apareciendo.
Tras quitarme todas las caretas, miré el reflejo de mi
rostro en la quietud del agua de mi pozo y vi que no había nada.

9. LA LENGUA

Cuando el Emir de Chehab se hubo sentado en el trono,


llamó a su más delicada doncella y le pidió que le llevara lo mejor
del reino. La doncella volvió rápidamente con una lengua sobre
una bandeja de oro. “Majestad, gracias a la lengua se alaba a
Dios, los enamorados revelan su riqueza contenida, se alcanza
la paz de las naciones y se unen las familias”.
El Emir dijo después: “Tráeme ahora lo peor de mis
dominios”. Tras unos instantes volvió la doncella con una
bandeja de oro en la que había una lengua. “Majestad, la lengua
maldice a Dios, enturbia con su amargura el corazón de los que
aman, inunda con la desesperación y la rebeldía el espíritu de
tus súbditos y se goza con el vino más impuro de los crímenes”.

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10. LAS VASIJAS DEL MÁS ALLÁ

Hay en oriente dos vasijas del más allá; una contiene


agua, la otra permanece vacía.
En la primera sacian la sed los caminantes desprendidos
al finalizar sus vidas. Llegan siempre con la piel rasgada por los
espinos y las aristas del camino.
En la segunda encuentran su recompensa las almas
caducas de los hombres satisfechos que, abrazados a su pasión,
de la que no quisieron separarse, agonizan extenuados por el
peso del dinero y del propio interés.
Tú, ¿de qué vasija beberás?

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2. EL AMOR Y LA DUDA
1. LA MANZANA DE LA FELICIDAD

El alumno: “Si para alcanzar la felicidad usted aconseja


caminar boca abajo, siempre habría alguien que lo haría sin
vacilar, pues la gente acepta cualquier orientación por absurda
que sea, siempre que venga de una persona competente”.
El profesor: “Ese error lo cometió Eva, convencida por
alguien competente; y desde entonces millones de personas
muerden su manzana todos los días”.

2. AMOR SOBRENATURAL

¡Amor, ensueño vivo y externo que no puedo


comprender! ¡Cofre cerrado que cuando abres tu entraña viertes
una prodigiosa fragancia! Ocaso y principio, secreto sincero que
recreas, vivo como el arroyo y como el fuego luminoso...
Amor que me tocas sin tocar y te oigo sin tu voz,
existencia eterna y cercana, a pesar de las distancias, de nuestra
alocada velocidad de pájaros humanos.
¿Y qué eres, amor, sino música, aroma, color y alegría
que siento sin haber hecho otra cosa que dejarme impregnar
con tu éter?... Para que luego algún pretendido sabio enseñe
que el amor no es racional, que lo puramente etéreo no incide
en el sentimiento.
Cuando habitas en mí, cede la tensión al encanto, la
melancolía a la dicha, la desconfianza a la paz. Así eres, amor,
cantando como un tesoro enloquecido en mi corazón. Así eres,
insustituible amor, joya inalterable a los diferentes destellos
que brillan en la vida llamando a una infidelidad consciente...,
aunque seas, de tiempo en tiempo, inconsciente como el viento,
caprichoso como una nube o turbio como la niebla..., y hasta
inmaduro como una joven adolescente.

21
Amor que ni atas ni esclavizas, enamoras. Y esto es una
dicha, una liberación que expande hacia lo eterno, haciendo
entrever el más allá, lo que existe de amplio y de sublime pero
que, como el éter, no se deja tocar.

3. DEL DOLOR A DIOS

Ven conmigo y subamos al collado; ven y caminemos juntos


por las empinadas cuestas de la vida, entre los brezos y espinos
de nuestras tortuosas y paralelas sendas. Vayamos prontamente
donde la primavera yergue su figura, cual doncella exuberante que
derrama la gracia del amor en lo más alto de la cumbre.
No me dejes de tu mano que tu voz me ha devuelto la
esperanza, susurrándome cuando ésta dormitaba: “Despierta
amor dormido, despierta...”. Y cual avecilla iluminada por el alba,
ha cantado su alegría. No me dejes de tu mano cuando el gozo
estéril de los días muere, cuando empiezo a contemplar desde
las alturas los colores vivos de la vida, los mismos que en otro
tiempo marchitaron mi ilusión.
No me dejes y comamos juntos del manzano, dobladas
ya sus ramas por el peso de los frutos; bebamos de las vides que
ya está fermentando el vino de la unión. Porque me ha envuelto
el destello mágico de tu luz y ahora el mar ya no gime; se han
secado mis mejillas, y mi sueño jamás volverá a padecer. Y ahora
que nuestros enamorados corazones gustan lo más genuino de
la vida, cantemos su poema, saltando entre las peñas.
En la quietud es fácil comprender el sentido de la vida, sin
el velo del engaño, sin que el velo profundo de la sangre oculte
nuestros rostros impidiéndonos mirarnos. Culminemos juntos
la ascensión dejando atrás las heridas existencias, los dolores
culpablemente provocados. Estémonos aquí, uno junto al otro,
para hablar largamente de los nuevos horizontes que admiramos;
porque dicen que cuanto tocamos se llama amor, el más noble
fruto de la eterna primavera que corona tu montaña.
22
4. EL FUEGO DEL MUNDO

Una joven construía su atractivo porvenir guiada por un


hermoso sueño, firme y seguro, el más prometedor de cuantos
ninguna mujer hubiera esperado; era una de esas criaturas
heridas por la flecha del amor que descansa su esperanza en
el futuro. Y la joven preparaba en su pensamiento una familia
bendecida con muchos hijos, amistades, un lugar de trabajo y,
cómo no, una vida religiosa fielmente observada.
Entonces llegó alguien a pedirle su propia vida, porque el
mundo estaba ardiendo y la necesitaba para apagar el incendio.
Pero ella respondió con un “no” enfurecido, porque lo que en
aquellos momentos cautivaba su conciencia era su futuro y no
el fuego del mundo.
Pasaron los años y la joven hizo realidad su sueño. Fue
en ese instante cuando descubrió que era la única persona del
planeta, pues a su alrededor todo estaba calcinado.

5. DAR

En la más lejana antigüedad vi a un hombre, a quien todos


llamaban Mesías, seguido de multitudes que presenciaban sus
milagros. Y pensé que podría disipar ciertas inquietudes que
como rayos resonantes confundían mi interior con esperanzas
infinitas. Y convencido de haber encontrado al hombre de la
historia, me acerqué a él y le pregunté: “Maestro, dicen que eres
el autor de la eternidad, que posees las llaves del bien y riges
sobre las lágrimas del mal; sinceramente te agradezco haber
nacido en una familia que supo transmitirme la sabia religión
de nuestros antepasados con la precisa abundancia que me
impidió conocer la indigencia; sin embargo, aún no tengo la
seguridad de alcanzar la vida eterna”.

23
Y aquel a quien todos reconocían como Mesías calló unos
instantes, eternos como lo que acababa de pedirle; permanecía
en la intensa calma del mar del silencio, hasta que por fin
abrió sus labios y respondió: “Si quieres ser perfecto renuncia
a la herencia del pasado, edifica tu futuro sobre la nada y ven y
sígueme”.
En aquellos momentos el vacío de la amargura extinguió
las canciones del mar que como un cortejo de felicidad
acompañaban siempre mi vida, y amablemente decliné la
proposición. Besé su rostro, como me habían enseñado mis
antepasados, y me marché.
Sin embargo, todavía perdura en mí la tristeza de aquel
histórico encuentro, a pesar de que vivo en la eternidad desde
hace muchos siglos.

6. LA CONFIDENCIA DE DIOS

En los comienzos de la historia hubo una gran


preocupación entre los santos porque Dios estaba pensativo
pretendiendo resolver el mayor problema que hasta entonces
había planteado la humanidad. El Todopoderoso, estremecido
por la ingratitud y la arrogancia de los hombres, quiso hacerse
como ellos para enseñarles a amar; pero se había producido
el efecto contrario: la mayor parte, viéndolo tan cercano y
recibiendo asiduamente sus enseñanzas en los templos, se
habían acostumbrado a él, e incluso aborrecían su doctrina
porque era difícil de cumplir e incómoda para practicar.
Solo el santo Adán mantenía limpia la inteligencia del
velo del olvido, asistía a las pláticas de Dios y se empeñaba en
su piadoso cumplimiento. De esta manera consolaba el corazón
atribulado del Señor. Y una tarde de angustia, este se acercó y le
preguntó:

24
“Adán, hijo mío, cuando ofrecía entre los hombres un
sentido a la esperanza, quisieron encontrar un tesoro en sus
alforjas; y cuando proponía los misterios de mi amor, sintiéronse
atraídos por el deleite del placer; mis esfuerzos por liberar a los
oprimidos del yugo y la miseria fue seguido por unos pocos
indigentes, mientras los poderosos sacerdotes atesoraban
bienes; por estos motivos voy a jugar al escondite con los
hombres. Quiero que me busquen para amarme y que los que
así actúen terminen encontrándome.
Un distinguido arcángel ha sugerido que me esconda
tras el velo de las cumbres, otro en la profunda quietud de
los mares, y un tercero, conocido por su perspicacia, en la
más inalcanzable de las estrellas. Y tú Adán, que me conoces
bien y me quieres con ternura, ¿dónde piensas que debería
esconderme?”
Y Adán elevó su voz tímida diciendo: “Señor mío, el lugar
más digno y majestuoso donde debes ocultarte para que te
encuentre quien te busque por amor es en el corazón del hombre.
Los codiciosos de sabiduría escalarán las cumbres para negar tu
infinitud, pero no te encontrarán; bajarán a los silencios del mar
ambicionando desentrañar tus misterios, pero no te encontrarán;
crearán teorías de cálculos difíciles sobre el límite del universo
estrechando tu morada, pero no te encontrarán. Solo quien
movido por amor te busque en su corazón allí te hallará, y juntos
gozaréis la dicha del amor”.

7. EL ÁGUILA DEL GALLINERO

El campesino descubrió entre las hierbas del sendero


un huevo de singular apariencia. Lo recogió cuidadosamente y
lo llevó a su granja para que las gallinas activaran con el calor
necesario los mecanismos de aquella misteriosa vida.

25
Días después eclosionó un pollo de extraño aspecto:
aceradas uñas como su curvo pico, plumón oscuro, aguda
mirada y otros rasgos exclusivos que lo diferenciaban de
los demás neonatos, principalmente porque, a pesar de ser
aceptado en el gallinero como uno más, era un águila real.
Pasaron los años y el águila creció feliz entre la suciedad
del gallinero, donde encontraba lo necesario para calmar su
existencia: alimento y vida fácil, un recinto donde sestear y el
horizonte para mirar; sin embargo, jamás pensó en el sentido de
su existencia ni quiso extender sus magníficas alas capacitadas
para desplegar el poder de su vuelo. En el fondo, estaba bien allí,
donde la supervivencia carecía de riesgos y era más fácil revolver
los escombros y el estiércol que afrontar la incertidumbre de
cualquier confusa aventura.
Pero antes de morir divisó en la lejanía a un ser
majestuoso que volaba silenciosamente con la silueta recortada
por los rayos del sol. “¡Qué espectáculo aquel!, gritaba. “¡Mirad,
amigas, mirad la gloria del firmamento sobre los árboles, las
montañas y las mismas nubes!”. “¡Jamás voló algo semejante!”. Y
sobrecogida de envidia y admiración, el águila, envejecida como
los desconchones del corral, preguntó a una anciana gallina
sobre la enigmática silueta del horizonte. Ésta le respondió: “Es
la reina de las aves, el águila real”. Y con las fuerzas debilitadas
por la envidia murmuró para sus adentros contra la suerte de las
criaturas elegidas para ser águilas reales.
A su muerte, todos los habitantes del lugar elogiaron la
paradigmática vida de su inestimable compañera, desarrollada
tranquilamente entre los escombros de un patio vulgar.

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8. LA RESPUESTA

Mientras descansaba bajo la luz del sol en los comienzos


de mis días, llamó Dios a mi corazón. Pero estaba tan absorto en
los juegos de la infancia que apenas presté atención a una voz que
parecía lejana.
Años después volvió Dios golpeando la puerta de mi
corazón; pero en aquellos momentos me asediaban los difíciles
problemas de la juventud, y ni siquiera consideré la llamada.
También durante la madurez él se hizo presente, y lo recibí
malhumorado evocando fantasmas del recuerdo, y no quise
atender la impertinente llamada de tan porfiado interés.
Poco antes de morir, un vecino vio a un hombre de
cabellos blancos como la nieve y ojos refulgentes pasear
pacientemente detrás de la envejecida puerta de mi endeble
corazón. Y, sumido en un cúmulo de preocupaciones sobre mi
incierto e inminente futuro inmortal, abrí para preguntarle qué
deseaba. Sorprendido me encontré con un Dios amable que me
transmitía su voluntad.
Mis temblorosas manos acogieron un mensaje de dicha
y gozo del que pude disfrutar tan solo durante los breves
instantes de mi vida mortal.

9. LA VOCACIÓN

Hay almas que han perdido en el aire su oportunidad,


diseminando sus intereses aquí y allá, fascinadas por un mundo
agradable. Otras, teniendo en sus manos el elixir de la felicidad,
lo desperdiciaron como algo sin valor. También algunas, que
contemplaron tras los cristales de su ventana el poema del
amor, viven ahora entre nubes de tristezas y lamentos.
Y a todas les sucedió lo mismo: queriendo despojarse de
una carga, se quitaron en realidad el peso de la cruz salvadora.

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10. MIS DOS EGOS

En lo más profundo de mi ser se alzó un ego impetuoso
que desveló la canción de mi sueño y con ardentísima voz
disipó la etérea neblina de mi bienestar. “Deberías avergonzarte
-me increpó- deÍ no haber alcanzado los ideales sublimes que
cautivaron tu voluntad y encendieron tu juventud; en semejante
estado tus diminutas ambiciones tiranizan a un esclavo que
soporta sin pausa el sofocante peso del calor”. Y prosiguió con
palabras que reprochaban mi conducta.
Cuando terminó su discurso, la amargura humedeció mis
sentimientos. En aquel instante mi otro ego levantó su voz como
un amable susurro diciendo: “Hijo mío, no apartes tu corazón de
estos plácidos valles donde reina la calma de la conformidad,
pues la pasividad también alienta el crecimiento de los brotes
y el curso de las estaciones transcurre sin que el tiempo les
interfiera; deberías, por tanto, serenar el agitado despertar de
tus emociones”. Y continuó con palabras que tranquilizaban mi
conciencia.
Ahora que ambos han terminado de hablar, mi alma
inquieta se pregunta cuál de los dos tiene razón.

11. LA MUJER

Al amanecer, como era su costumbre, Hakim Sanay


comenzó a leer una página cualquiera de un libro que había
elegido al azar. “La mujer que amó mi corazón -había escrito el
poeta- perfumó mis prados y sazonó los frutos de mi huerto.
Juntos corrimos por las estrechas sendas del otero y en un recodo
de la tarde descansamos. Y en la frescura de la vega, tumbados
sobre mullidas espigas, la escuché con los oídos del amor y le
hablé con los besos de la pasión. Su sonrisa, de nítida sinceridad,
acalló el canto de los pájaros; y su mirada, penetrante como el
destino, consoló mis apagadas tristezas.

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Así gocé de aquella mujer, hija de las gracias y el encanto,
adornada con un halo de belleza invisible, durante un espacio
intemporal. Al declinar la tarde, retornamos veloces entre
las vigilantes sombras que custodiaron nuestra dicha, y nos
despedimos”. Había oscurecido. Hakim interrumpió la lectura
pensando: “Jamás conocí a una mujer así; eres, amada mía,
inalcanzable; pero siempre estaré contigo y cada noche me
sonreirás”.
Hakim volvió a su casa, rezó las últimas oraciones de la
noche y cayó dormido, soñando con el amor que un día arrebató
su corazón.

12. LA FLECHA Y EL ARQUERO

En cierto país donde el dardo del amor escapaba


incontrolado de los límites de los corazones de sus habitantes,
contrataron a un arquero muy famoso para que liberase a todo
el mundo de semejante yugo. Unos y otros acogieron con
agrado la sabia medida, pues en sus corazones residía un amor
desviado.
Entonces el arquero apresó con su poderosa mano el
dardo del amor torcido, lo tensó vigorosamente hacia el infinito
y lo dejó escapar libremente. Era lo que el dardo aguardaba,
volar perdido en el horizonte sin límites ni frenos; volar de país
en país sobre los ríos, los valles y las montañas con tal brío que
nunca cesara. Y en su trayectoria dio la vuelta a la tierra hasta
llegar al punto de partida, con tan mala fortuna que se clavó
en la espalda del arquero. Como consecuencia de la herida, el
conspicuo arquero murió.
Desde ese día todos los habitantes del misterioso
país interpretaron unánimes el suceso: el dardo del amor
descontrolado daña el propio corazón. Y los sentimientos
volvieron a sus aposentos.

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13. LA MENTIRA DEL AMOR

“Ven amada mía, ven y descansa tu espíritu abatido en


los brazos de mi amor; siéntate a mi lado y permiteme cubrir tu
rostro con besos que supriman tus lastimosos suspiros y alienten
mi esperanza. Ven, amada mía, y bebamos juntos el néctar de
mi copa, sellando así la entrega compartida. Acerca tus oídos a
mis labios, pues voy a musitar un cántico de conquista”.
Cautivada la mujer por la sinceridad de las palabras,
contestó: “Estoy profundamente enamorada de ti, preparemos
nuestra boda y consagremos nuestro amor”.
Pero cierto tiempo después la joven esposa murió, y tras
llorar con lágrimas de congoja y maldecir su orfandad, el hombre
que la amaba fue a enterrarla en un cementerio cercano.
En aquel lugar había una joven, purificada en su juventud
por la soledad, que no cesaba de mirarle con ojos totalmente
sometidos y entregados. A los pocos días, el hombre invitó a la
joven a su casa y comenzó a decirle:
“Ven amada mía y descansa en los brazos de mi amor,
siéntate a mi lado y bebamos juntos en mi copa sellando nuestra
unión. Acércate y escucha este bello cántico escrito para ti”.
Y la mujer, convencida de la sinceridad de sus palabras,
contestó: “Nadie como tú sedujo mis deseos; vamos, preparemos
nuestra boda y consagremos el amor”.

14. LA DUDA

Un hombre estaba sentado en el comedor de su casa;


a su izquierda había un vaso de agua y a su derecha un plato
de alimento. Inseguro de si era hambre o sed lo que padecía,
dudaba entre tomar la comida o beber el agua. Y persistiendo la
incertidumbre murió sin probar el alimento ni saciar la sed.

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15. EL AMOR MATRIMONIAL

Ayer me rozaste y el amor se despertó. Se despertó un


niño perfumado con jazmín que embriagó mi corazón. Cuando
el niño se hubo incorporado, se hizo hombre y me propuso el
matrimonio. Yo mojé la pluma de mi esperanza en sus venas,
escribí un luminoso verso de mil palabras encendidas y accedí.
Y pude comprobar la fuerza del amor matrimonial viniendo a
llenar mi solitaria vida.

Pude entender que el amor que no busca más que la


revelación de su propio misterio no es amor, sino un espejismo
que refleja la misma falsedad. Pude, finalmente, sumergirme
espiritualmente en esta corriente fugaz que nos integra cuando
amamos y al mismo tiempo nos diluye como la bruma cuando
no deseamos querer.
Desde entonces fui la mujer de un marido bienamado
que cada noche dormía junto a mí; y al despertar, se había hecho
niño. Y con su inocencia se transformaba en un joven que volvía
a conquistarme cada mañana con la fuerza del primer amor.

16. LA PROTESTA

Estaba desgranando las cuentas del rosario a orillas del


sagrado río Yamuna cuando una mujer esposada con Dios llegó
a mí y elevó al cielo su protesta en los siguientes términos:
“Quienes todo lo ofrecimos a nuestros semejantes: los
preciosos tesoros del porvenir, la esperanza a los corazones
agrietados, el amor a los espíritus rebeldes... no recibimos nada
a cambio”.
Entonces, las espumas blancas de las ondas del agua
le contestaron: “Renunciar a Dios por algo a cambio sería una
traición imperdonable”.

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17. EL PRISIONERO

En una sangrienta batalla fue capturado un prisionero


al que ataron las manos a la espalda y lo abandonaron en un
recinto sin guardianes. Cuando se hubo recuperado de la fatiga,
intentó romper las cuerdas que impedían su libertad confiando
en el vigor de sus brazos.
La primera tentativa fue vana; volvió a intentarlo de
nuevo, e igualmente volvió a fracasar; y cuantas veces lo
procuraba, otras tantas volvía a encontrarse con las manos
atadas a las espaldas. Pero el prisionero no sabía que después de
cada esfuerzo el rozamiento de las cuerdas rompía el trenzado,
de modo que cada vez la atadura era más débil.
Cuando le separaba de la libertad un hilo sutil, desistió
del empeño y permaneció aherrojado para siempre.

18. LOS TRES DESEOS

Uno de los prodigiosos seres creados por la naturaleza


vivía en un paraíso donde no había de nada; pero estaba
capacitado para convertir en realidad los más sofisticados
deseos. Este amador de la belleza de la vida dormitaba
despreocupado de sí mismo en las cavernas de las montañas y
comía cuanto la naturaleza le otorgase.
Un día acudió a oír sus consejos un viejo amigo que había
desembocado en la más cruel de las miserias. Y compadecido
de su dolor, el hombre bueno le concedió tres deseos.
El visitante pidió el poder de convertir en dinero cuanto
tocasen sus manos. En muy poco tiempo obtuvo una cuantiosa
fortuna. Pero al ir a comer, comprobó horrorizado que también
los alimentos se convertían en dinero, de modo que comenzó a
padecer un hambre terrible. Consternado, formuló su segundo
deseo: “Que se retirase el primer favor”.

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Antes de pronunciar la última petición apareció la duda:
¿qué pedir?, la riqueza es superflua si falta la salud, la fama fluye
vaporosa como el aire, una vida larga está condicionada por la
escasez... Finalmente suplicó a su amigo: “Por favor, aconséjame
qué debo pedir”. Y el amigo le contestó: “Pide contentarte con lo
que Dios te dé, sea lo que sea”.

19. LA HORMIGA

Cierto día no lejano, mientras caminaba por un sendero


polvoriento, salió a mi encuentro una hormiga que comenzó la
siguiente conversación: “Estimado visitante, no sé si conocerás
la maravilla de otros mundos que contienen al universo. Ven,
sígueme y podrás alcanzar cuanto significan mis palabras”.
Atónito ante la seguridad de la hormiga accedí a su
ofrecimiento. Y, sin mediar más palabras, me introdujo en la
oscuridad de los túneles de su hormiguero. Para mí todo eran
tinieblas, y no acertaba a caminar sin tropezar o golpearme en
algún lugar de mi cuerpo. Mientras tanto, la hormiga no cesaba
de elogiar las maravillas de su técnica y la sabiduría de sus
compañeras, que laboriosamente habían alcanzado una ciencia
destacable teniendo en cuenta las dificultades de aquellas
profundidades.
Cuando terminó su exposición, me preguntó: “¿Te
convence nuestro mundo para venir a vivir con nosotras?”. Yo
le contesté: “Si mis sentidos no me confunden, la riqueza de los
mundos están en las afueras del hormiguero donde habita la
luz y el viento canta...”. Y continué hablando de algo que ella
estaba incapacitada para entender; pero por más que lo intenté
no conseguí removerla de sus amadas oscuridades.

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20. ABRIR LA PUERTA

Abatido por una existencia diluida en la nada, se


acercó a mí un hombre elegantemente vestido. Era uno de
esos pordioseros a los que el dinero había arrebatado su más
preciado tesoro. Venía deformado por una felicidad ficticia, por
un placer comprado, por una alegría esfumada.
Durante largas horas me refirió los infortunios de su
historia, prolífica en arideces y desengaños, y me preguntó por
qué el destino había consumido sus energías.
Le contesté: “Señor, usted busca la felicidad abriendo las
puertas de su ser hacia fuera yÌ olvida que la felicidad penetra
cuando las puertas se abren hacia dentro”.

21. EL MISIONERO

Un día indeterminado volvía rendido por amor a los


hombres y caí profundamente dormido en el asiento de un
vagón de tren donde viajaban cuatro mujeres. Yo era célibe, y
trabajaba en un intenso apostolado.
Al cabo de unos instantes, una de las mujeres dijo:
“Parece extranjero”. Y otra: “Sí; estará casado”. Y la tercera:
“Probablemente haya abandonado a su esposa, desamparando
a sus hijos en las manos del destino”. Y la cuarta: “Ciertamente
vivirá con una compañera”.
Entonces la primera mujer, indignada, se aproximó a mí
y me gritó: “¡Despreciable!”

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3. LA PLENITUD SE HIZO SILENCIO
1. AUTENTICIDAD

Hermano mío, no seas como el orgulloso que modela


continuamente su comportamiento cual figura de humo
sin contornos definidos, que acariciada por el viento pierde
consistencia, y él, obstinado, vuelve a reconstruirla con el humo
desvaído.
Tampoco imites la inacción aparente de los que viven
como pantanos, sin advertir el cieno de sus fondos ni la aridez de
sus aguas.
Ni rindas tu voluntad a los pusilánimes que dan la
espalda al horizonte del mar para buscar entre las basuras de las
playas una verdad liberadora, firmemente convencidos de que
solo ellos la encontrarán. Hermano mío, dentro de ti hallarás lo
que buscas: el poema de tu verdad.

2. LA LLAMA DE LA FE

Tierna y pura como una virgen adolescente se posó sobre


mi alma la dulce llama de la fe. Cayó silenciosa como el rocío de la
mañana sobre una flor solitaria de un campo vacío. Y una tímida
llamarada amorosa prendió suave en mis afectos, purificando mis
deseos, ahogados hasta entonces en los agitados intereses de la
vida. En aquel instante sentí que me quemaba y que, de alguna
manera, un fuego intemporal me consumía e inmortalizaba mis
cenizas esparciéndolas entre el polvo.
¡Oh tímida llama de mi fe, que debilitas mis pálidos
sentimientos y me conviertes en un amor encantador! ¡Oh
anhelada llama de mi fe, que escuchas mis suspiros lastimosos
transformándolos en anhelos apasionados! ¿Hacia dónde me
diriges consumiendo mi cuerpo e incendiándome el alma?

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Y cada día, cada mes, cada año, lo eterno se acercaba y,
purificados como una rama desnuda, mis anhelos sucumbían;
mientras tanto, la llama devoradora se expandía. Cuando mi
cuerpo ardió y sus cenizas se perdieron disipadas por el viento,
fui yo una gigantesca hoguera fundida con mi Dios.

3. LAS LLAGAS

La primera experiencia que Bizta tuvo entre los de su


casa fue sumamente positiva porque predicaba lo que ellos
esperaban escuchar.
Poco a poco Bizta fue madurando sus pensamientos,
enriqueciéndolos con la experÍiencia de algunos místicos que
no solían pensar como los de su casa. Y Bizta comenzó a predicar
la verdad. Pero los que lo escuchaban rechazaron semejantes
herejías y comenzaron a lacerar el cuerpo del predicador, que
mansamente lo expuso al martirio.
Cuando todos saciaron su odio, Bizta se marchó. Un
transeúnte, al ver su cuerpo lacerado, le preguntó: “¿Señor, qué
llagas son esas que lleva en sus manos?”. Y él le respondió: “Son
las que me hicieron en la casa de los que me aman”.

4. EL TESTIMONIO

Actualmente asistimos a un terrible cataclismo donde


nadie confiesa lo que es. Los sacerdotes rechazan su vestidura
sagrada, y los hábitos religiosos abandonan sus distintivos;
las imágenes se amontonan aburridas en los desvanes de
las iglesias; la liturgia no evoca lo sacro y, por si fuera poco,
el cristiano temeroso esconde sus creencias. Asistimos a un
terrible cataclismo de una fe dominada por el miedo que no da
testimonio ante el mundo.

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Sin embargo, el sexo, incitante y sugestivo, desnuda
todos los días ante nuestros ojos a una virgen llamada castidad,
exhibiendo su cuerpo marchitado por lo obsceno; el dinero
se ha convertido en el valor primordial, y los ateos difunden
valientemente su terca experiencia.
Vivimos en un mundo de contrastes donde el error se
disfraza de verdad y la verdad se oculta en la mentira.

5. EL LIBRO ÁUREO

Durante la temprana época de mi vida me fue dado el


libro blanco de la vida, un libro de áureas cubiertas y páginas
blancas, donde debía escribir algo bello que perdurase en la
eternidad. Pero pareciéndome aquello una tarea insustancial,
especialmente para un joven al que el futuro le brinda la
mano, dejé volar con el paso de los días las hojas blancas de mi
temprana mocedad.
Una noche de insomnio quise entretener la vigilia con
un delicado poema de un hecho meritorio y empapé con tinta
negra una página del libro de áureas cubiertas. Y cuál no sería
mi asombro al ver que, mientras escribía, la tinta se convertía
en un hilo de oro inmarcesible para toda la eternidad. Entonces,
arrepentido, quise reconstruir los hermosos hechos del pasado;
pero Dios ya había tomado el libro para leerlo.
Todavía espero que en cualquier momento Dios ponga
nuevamente en mis manos el libro de páginas blancas, porque
he retenido muchos acontecimientos luminosos de mi vida
diaria que quisiera imprimir.

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6. SANTIDAD Y SENCILLEZ

Los veinticinco años de Yunus Emré habían transcurrido


con una tristeza indecible trabajando en lo que él consideraba
propio de la desgracia y del desencanto, precisamente por la
monotonía de repetir cada mañana la tarea del día anterior. Por
otra parte, latía en su alma el deseo de hacerse discípulo de un
amado y prestigioso sabio que predicaba la riqueza del mundo
interior a través de secretas enseñanzas espirituales.
Y, envuelto en sus místicos afanes, abandonó su familia
para poner su vida entera a disposición del respetado maestro,
que rodeado de un halo de silencio, sin palabras superfluas que
distrajeran el recogimiento del espíritu, le encomendó barrer el
umbral de la casa donde habitaba.
Con sorpresa recibió Yunus el mandato, pero lo observó
meticulosamente durante largo tiempo. Así, cada mañana,
limpiaba el polvo depositado por los visitantes entre los ladrillos
de la solería, y, al finalizar el día, recogía los utensilios de la
limpieza y los preparaba para el día siguiente. Mientras Yunus
trabajaba, sin recibir ninguna de las enseñanzas que había ido a
buscar, compuso una poética oración a la fecundidad de la vida,
elevada por encima de la desesperación y del temor, confiada en
la paternidad del Creador. Y, cantándola, aliviaba el monótono
rumor de su trabajo. Pero una noche en la que no pudo más,
su corazón en conflicto explotó; rompió la escoba y se marchó
envuelto en el hastío de la noche.
En su nuevo destino, tan apresurado como inseguro,
jamás encontró lo que buscaba; por eso se complacía evocando
nostálgicamente los años de su envejecida juventud al servicio
de un maestro al que nunca llegó a comprender.
Cierto día, Yunus conoció a un extranjero que venía de
una distante región. Poseía bienes suficientes y una tranquilidad
de ánimo envidiable, lo cual avivó su curiosidad. Maravillado
le preguntó sobre la suerte de uno y la maldición del otro. El

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extranjero le respondió que debía su fortuna a una poderosa
oración compuesta para el trabajo por un oculto monje llamado
Yunus Emré: quienes la recitaban tenían asegurada la más alta
contemplación, la prosperidad en la labor y una quietud de
espíritu inalcanzable por ningún otro procedimiento.
El suceso produjo tal convulsión espiritual en el interior
de Yunus que volvió a la casa del prestigioso maestro, recogió
la escoba abandonada y abrazó el místico silencio de aquella
sencilla tarea.

7. EL MANTRA SECRETO

Radanath y Srivasti, iniciados desde la infancia en el sendero


de la suprema verdad, habían alcanzado la etapa del conocimiento
que les adentraba en los ocultos misterios de la inteligencia.
No obstante, por su escasa experiencia, les estaba prohibido
ejercitar el mantra secreto que devolvía la vida a los muertos.
En cierta ocasión, mientras caminaban por un lugar
solitario, decidieron probar las sagradas palabras sobre un
montón de huesos blancos apilados en la ladera de una vertiente.
Y tan pronto como pronunciaron el mantra secreto,
los huesos se revistieron de carne y se transformaron en unas
bestias salvajes que los devoraron.

8. IGUALDAD
Si todos los humanos, igualmente indefensos e
inocentes se abren a la vida, si todos respiramos el mismo aire y
muchos creemos en el mismo Dios, si todos poseemos la vida y
perecemos, abandonando las riquezas, los amores y los sueños...

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¿Por qué son entonces tan grandes las diferencias
económicas que distinguen a la humanidad y la marginan?,
¿por qué no compartimos dando, no de lo que nos sobra, sino
de lo que carecemos, de lo que nos falta o nos cuesta?, ¿por
qué vivimos con las máscaras de la mentira encubriendo el
misterio más profundo de nuestro ser?, ¿por qué no estamos
convencidos de que ascender hacia la cima del anhelo es más
costoso cuando llevamos adherida a nuestros cuerpos alguna
carga de egoísmo?
Si todos nacemos iguales e igualmente perecemos,
busquemos la grandeza en la amorosa entrega a nuestros
semejantes, en el desprecio del dinero y de los egoístas intereses...
Y, luchando, soñemos despiertos por un mundo más justo y
auténtico donde Cristo viva sonriendo en muchos corazones.

9. EL MONASTERIO DE CONTEMPLATIVAS

Un grupo de mujeres que sabían condenar sus defectos


y ser tolerantes con los ajenos, compartían una dichosa
existencia de la más alta contemplación en un monasterio
cristiano. Negando las rebeldes inclinaciones de su ser, tocaban
el corazón de la eternidad, sin prestar el menor interés a lo que
se suele considerar necesario.
Cierto día una de estas religiosas recibió la visita de su
familia, encontrándose con un regalo inusual: un racimo de
uvas deliciosas. Ella lo agradeció profundamente y, cuando se
despidió la familia, pensó: “Lo ofreceré a nuestra anciana madre,
mortificada durante tantos años sin consentir para sí misma
satisfacción alguna”.
La anciana agradeció de corazón su manifestación de
amor, pero en lugar de comerse la uvas pensó: “Voy a llevar el
racimo a la novicia que acaba de abandonar el mundo, porque
necesita una poderosa alimentación para sobrellevar la dureza
del convento”.

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La joven lo agradeció verdaderamente, pero en lugar
de probarlas se las ofreció a otra monja, y ésta lo llevó a otra, y
todas hicieron lo mismo, hasta que el racimo de uvas deleitosas
llegó a la religiosa del principio. No cabía duda de que aquella
era una comunidad verdaderamente contemplativa.

10. LA POBREZA

Mientras saboreaba el lujo de mis riquezas con la


arrogancia del triunfo, salió a mi encuentro un mendigo
venerable de graciosa sonrisa. Y movido por la compasión me
detuve.
Tomé del bolsillo un saco de oro pensando que los rayos
de mi vida curarían su miseria, y se lo ofrecí. Pero él ni siquiera
extendió su mano para cogerlo. No lo quería. Se acercaba a mí
porque yo necesitaba sus tesoros. Y me comunicó la pobreza.
Desde ese día el rocío fértil del desprendimiento baña
mi ánimo, preservado como un inmaculado brillante del polvo
desprendido por la suciedad del dinero.

11. COHERENCIA

El profesor de lógica, hombre de evidente serenidad y


conocimiento, pronunció una documentada disertación sobre
los principios que sustentaban el comportamiento humano. Al
terminar me acerqué y le pregunté: “¿Qué sabiduría propia me
puede transmitir?”
Y él dijo: “Joven, lo único que puedo decir es que la vida
ha sido para mí una completa desilusión”.

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12. EL OASIS DEL BIEN

Después de caminar cientos de kilómetros sobre la


arena de una desértica llanura, el viajero alcanzó el oasis. Bajo
una tupida sombra de palmeras, sus habitantes se complacían
en la felicidad como si gustasen un raro fruto natural: los niños
corrían alegres, los hombres y las mujeres saludaban sonrientes;
era el hermoso sueño que el caminante ansiaba.
Se acercó entonces a Ilyas Sabaki, el anciano, que jugaba
con un niño, y le interrogó: “Hace tiempo que voy buscando
un lugar donde enraizar mi vida frágil; cuénteme, ¿cómo es la
gente de aquí?”.
Ilyas le preguntó: “¿Cómo es la gente de donde tú
vienes?”. El viajero manifestó su desengaño: “Procedo de un país
donde los suspiros son egoístas e infieles sus habitantes; nadie
confía en nadie”. “Pues aquí la gente es muy parecida”, dijo el
anciano. Entonces el viajero se marchó decepcionado del oasis.
Ese mismo día llegó otro viajero al oasis y, sorprendido
al ver en el fértil espacio unos habitantes tan felices, le rogó a
Ilyas: “¿Cómo es la gente de aquí?”. Este respondió: “¿Cómo es la
gente de donde tú vienes?”. El nuevo caminante abrió su pecho
enardecido refiriendo las bondades de las personas de su país. Y
el anciano le dijo: “Pues aquí la gente es muy parecida”. Entonces
el viajero se marchó contento de haber visitado un lugar tan
fecundo como el suyo.
Cuando se quedaron a solas, el niño se dirigió a Ilyas:
“Es extraño que hayas dicho las mismas cosas a personas tan
distintas”. A lo cual le respondió: “No he falseado la verdad,
porque el bien o el mal no están fuera, sino dentro de cada
uno de nosotros cuando nos acercamos o nos separamos de la
verdad. Quien dude en su país de las personas, también lo hará
aquí; y quien descubra entre nosotros gentes admirables, las
encontrará donde vaya”.

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13. BUENA SUERTE, MALA SUERTE, ¿QUIÉN SABE?

Había una vez un granjero que perdió el caballo que


tenía porque su único hijo había dejado abierta la puerta del
establo. Como era una persona estimada, los vecinos fueron a
consolarlo. Al llegar a su casa lo encontraron feliz, y le dijeron:
“¡Qué mala suerte has tenido, el único caballo de tu propiedad
se ha escapado!”. El granjero contestó: “Mala suerte, buena
suerte, ¿quién sabe?”.
Al cabo del tiempo, el caballo del granjero volvió al
establo con cientos de caballos de las montañas; el hijo abrió
la puerta de un recinto cerrado y todos entraron. Cuando
los vecinos se enteraron, volvieron a visitar al granjero para
felicitarlo por tan buena suerte. Este los recibió diciendo: “Buena
suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”.
Muy pronto comenzó el hijo la doma de los caballos
salvajes, pero uno lo tiró al suelo rompiéndole una pierna.
Entonces los vecinos consolaron al granjero porque el único
hijo que tenía había sufrido un accidente importante; pero él,
muy tranquilo, respondió: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién
sabe?”.
Al cabo de unos días estalló una guerra en la región en la
que alistaron a todos los jóvenes menos al de la pierna rota, una
guerra en la que murieron muchos soldados. Los vecinos del
granjero se alegraron por la suerte de que se hubiera salvado
su hijo. Sin embargo, él se limitó a repetir: “Buena suerte, mala
suerte, ¿quién sabe? Mientras vivimos abandonados en Dios
todo es bueno, aunque a veces no lo comprendamos”.
Y todos los visitantes se marcharon a sus casas meditando
la enseñanza contenida en la respuesta.

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14. EL CANTO DE LA LECHUZA

La lechuza, ave nocturna y solitaria de hermosas plumas


y honda mirada, ha sido elegida desde la antigüedad como
símbolo de la sabiduría porque descubre en la noche lo que
otros no ven a la luz del día. Sin embargo, la lechuza posee un
canto desagradable.
En cierta ocasión se cruzaron el ruiseñor y la lechuza. “¿A
dónde vas?”, preguntó el ruiseñor. “Me estoy mudando al sur”,
contestó la lechuza. “¿Por qué?”, volvió a decir el ruiseñor. “Porque
a la gente de aquí no le gusta mi graznido”, replicó la lechuza. “Si
puedes cambiar tu voz estará muy bien, pero si no lo consigues
tampoco a la gente del sur le agradarás”, dijo el ruiseñor.
Y la lechuza se estableció en el sur, haciendo denodados
esfuerzos para modificar su canto; pero en lugar de hermosas
melodías salieron de su garganta notas disonantes, con el
disgusto de todos los habitantes del sur. Por esta razón la
lechuza se retiró a la soledad de la noche donde nadie pudiera
oír su canto ni admirar su bello plumaje. Y en la oscuridad de la
noche alcanzó la sabiduría.

15. EL VERDADERO CONOCIMIENTO

En el jardín de su opulento palacio enseñaba Pandya Day


un método infalible para acceder a Dios y alcanzar de él todo
su favor. Los habitantes de la ciudad acudían diariamente a su
casa, porque necesitaban sus salvíficas enseñanzas, entregándole
a cambio una buena cantidad de dinero o las primicias de sus
cosechas; esto le había proporcionado una considerable fortuna.
Mientras tanto, en la choza de una isla vecina, Agarvala, otro
sabio a quien nadie escuchaba por la torpeza de sus pensamientos,
gritaba intentando memorizar las palabras sagradas que permitían
caminar sobre las aguas. Este era un hombre muy pobre.

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Irritado el sabio rico al percibir que las palabras no
eran correctamente pronunciadas, alquiló un bote y se dirigió
a la choza vecina para remediar la deficiencia. “Me incumbe
corregirte -habló-, pues más mérito hay para el que enseña,
especialmente si el consejo es certero. Deberás pronunciar
correctamente las palabras; de lo contrario, me veré obligado a
denunciarte”. “Gracias”, asintió humildemente Agarvala.
De vuelta su rica mansión, orgulloso de haber defendido
la verdad y la justicia, que muy pocos estaban capacitados
para ejercitar, Pandya Day volvió a oír equivocadamente
las sagradas palabras. Preso por la ira, volvió para maldecir
semejante insensatez, mientras su vecino se acercaba hacia
su bote caminado sobre el agua. “Disculpa, hermano, siento
molestarte, pero debo preguntarte de nuevo la forma correcta
de pronunciar las palabras sagradas, pues me resulta difícil
recordarlas y temo perjudicar su verdadera significación”.

16. LOS PRÍNCIPES

Cierto rey no sabía cuál de sus tres hijos poseía la


necesaria sabiduría para gobernar su reino. Entonces interrogó
a los tres príncipes sobre el valor de un diamante inestimable:
“¿Conocéis algo de este mundo que valga más que este
diamante de riqueza incalculable?”
El primogénito dijo: “Usted, padre, está en posesión del
tesoro más exquisito de la tierra”. El segundo príncipe añadió: “En
ningún lugar del mundo encontraríamos una piedra de semejante
valor”. Y el hijo menor añadió: “Padre, tenéis en vuestras manos un
maravilloso tesoro, pero siendo algo de este mundo es un tesoro
vulgar. Comprender el valor de este diamante es una forma de
sabiduría; no obstante, pensar que el diamante es una piedra
preciosa de más valor que un trozo de cristal es una sabiduría
social. La verdadera sabiduría consiste en comprendernos a
nosotros mismos y descubrir nuestra misión”.

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Entendiendo que el más joven de los príncipes era el
más profundo, el rey le cedió su poder.

17. LA FELICIDAD DEL DOLOR

En un lejano país habitaba un padre con una hija única


a la que amaba tiernamente. Era una muchacha hermosa,
que había sido prometida a un joven que vivía en la otra orilla
del mar. Cuando llegó el momento de las bodas, padre e hija
se embarcaron para cruzar la franja de agua; pero soplaron
violentamente los dioses del viento y el navío naufragó. El padre
de la joven murió, mientras que ella fue arrojada por las olas en
la ribera de una nación extranjera. Allí la recogió una familia de
tejedores que le enseñaron su oficio.
Paseando un día la joven por la playa, fue apresada
por unos traficantes de esclavos y vendida a un fabricante de
mástiles. Con los conocimientos de tejedora sacó adelante un
negocio que atravesaba una difícil situación, y trabajó con tanto
ahinco que le fue devuelta la libertad.
En cierta ocasión, mientras la joven se dirigía a otro lugar
para consumar un importante contrato de mástiles, se desató
un tifón que la llevó a un lugar desconocido. Sus habitantes
hablaban un extraño idioma y creían que un día llegaría una
extranjera capaz de construir la tienda del emperador. La joven
recordaba su tiempo de hilandera; por eso le fue fácil recoger
lino y fabricar cuerdas, utilizó su habilidad adquirida con el
tejedor para elaborar una tela resistente y con sus conocimientos
sobre mástiles labró sólidos parantes. Finalmente edificó una
magnífica tienda imperial.
El éxito le proporcionó un marido, de quien tuvo varios
hijos. Así vivió feliz hasta el final de sus días, comprendiendo que
el dolor había sido necesario para forjar su definitiva felicidad.

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4. LAS HERIDAS DE LA EXISTENCIA
1. LA PROPIA CONDENA

En mi antigua ciudad gobernaba celoso las almas un obispo


apasionado. Su impetuoso carácter le impulsaba a levantarse
antes del amanecer y a desarrollar una impagable actividad: oraba
siempre con intensidad; leía la prensa mientras desayunaba,
porque para ayudar a su grey debía conocer detalladamente las
vicisitudes de los ciudadanos; el trabajo era veloz, apretado, con
pasión, se comía los informes, devoraba los casos, se imbuía en los
problemas; y todo para hacer el bien, el máximo bien en el menor
tiempo posible al mayor número de almas. Era su manera de vivir
la entrega, algo que nadie jamás le reprochó.
Pero un día bajó el ángel de Dios al aposento del señor
obispo mientras dormía, se acercó a su cama, posó suavemente
el dedo índice sobre los cerrados ojos del prelado y regresó al
Cielo con una sombra de tristeza en el rostro.
Al amanecer sonó como todos los días el despertador
del obispo, pues era preciso madrugar mucho para trabajar
más. Se incorporó de un salto, elevó el pensamiento al Señor
e inmediatamente centró su mente en la nueva jornada. Sin
embargo, algo raro sucedía en sus ojos: todo estaba muy
oscuro. No veía nada; densas penumbras nublaban su mirada.
“¡Qué ocurrencia -pensaba-, sucederme esto a mí! ¡Con todo lo
que tengo que hacer!”.
Inútilmente lavó sus ojos con agua tibia, derramó colirios
y consultó a los médicos. Finalmente hubo un diagnóstico
definitivo: ceguera absoluta e irreversible. El señor obispo
rompió a llorar envuelto en su silencio. ¡Qué sería de su propia
grey! No podría atender con tanta solicitud a sus feligreses ni dar
luz a los corazones adormecidos por las tinieblas del pecado! Y
lloraba desconsoladamente...
Dios, compadecido de sus lágrimas, envió nuevamente
al ángel para restituir la verdadera luz al corazón del señor
obispo, ciego durante tantos años por su propia pasión. El ángel

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bajó a su morada y posó el dedo índice sobre el corazón del
prelado, volviendo sonriente al Cielo.
Cuando sonó esta vez el despertador, más tarde de lo
habitual, el obispo se levantó pausadamente, dio gracias a Dios
por el nuevo día y comenzó a ver con una luz nueva tantas cosas
que antes pasaban velozmente delante de su mirada. Pero
“¡qué sorpresa!”, exclamó. “¡Veo! ¡Ahora veo! ¡He recobrado la
visión!”. Y lo que antes fueran lágrimas tornáronse en profundo
agradecimiento.
Cuentan los feligreses que después de recuperar la vista,
el señor obispo era muy distinto: se levantaba sereno cada
mañana y, tras agradecer el nuevo día, abría la ventana de su
habitación para contemplar con la luz del corazón aquella grey
a él confiada. Concluidas sus oraciones desayunaba tranquilo,
y en el trabajo de pastor seguía los consejos de sus auxiliares.
Todo el día era una continuidad serena de la oración, hasta tal
extremo que sus feligreses notaban una mayor eficacia en sus
almas después de la ceguera del prelado.
Cuando al final de su copioso gobierno volvió el ángel
para recogerlo, el obispo agradeció verdaderamente haber
aprendido a vivir la vida con la luz del corazón.

2. LAS DOS CABEZAS

Un hombre tenía dos cabezas glotonas. La singular


destreza de su cabeza derecha le procuraba el necesario
alimento, mientras que la estupidez de la izquierda se lo
impedía. Por eso padecía hambre la mayor parte de los días.
Una una noche de ayuno y cólera, la cabeza derecha
tramó aniquilar a la izquierda con las hierbas venenosas de un
vecino lugar. Al despertar los primeros rayos del alba, le habló de
manjares deliciosos donde calmar su prolongada abstención.

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Engañada la cabeza izquierda, comió de las hierbas del
prado venenoso y enfermó; pero el mal se transmitió a la otra, y
a todo el cuerpo, y el hombre de las dos cabezas murió.

3. EL DISCÍPULO DEL PROFETA

Dos profetas de una moderna religión, instruidos en


el conocimiento del hombre, enseñaban su sabiduría en dos
templos vecinos. Uno de ellos, especialista en el autodominio
corporal, conocía tanto las ocultas propiedades de las hierbas
secretas como los ritos más intrincados de los antiguos
maestros y era muy versado en los misterios de las palabras
sagradas. El otro, hábil en el manejo de las escrituras y en los
clásicos grabados sobre hojas, había peregrinado a numerosos
monasterios, donde aprendió la práctica de ejercicios de
posturas contemplativas y el uso de las vestiduras sacerdotales.
Cierta vez, el primer profeta visitó a su compañero para
resolver un problema sobre la formación de un aventajado discípulo
que deseaba alcanzar la contemplación.“Tengo un joven -comenzó
diciendo- con quien he rezado y cantado, he respirado sobre su
aliento y recitado palabras sagradas, lo he expuesto al silencio de
los ejercicios vocacionales, a la honda meditación del espíritu y a la
adoración de las santas reliquias; pero su intranquilidad le produce
ansiedad en el alma”. El otro profeta respondió: “Ponlo sobre un
lecho de clavos”.
Días después, regresando el primer profeta con el mismo
problema, volvió a preguntar: “La inquietud de mi discípulo
permanece incluso después de yacer sobre el lecho de clavos”.
“Te aconsejo que lo sometas a ejercicios de concentración
sobre los secretos ruidos interiores, a baños calientes y fríos y
a la aplicación de aceites y cuidados ejercicios de respiración”,
respondió su amigo.

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A los pocos días volvió nuevamente el primer profeta
con el problema sin resolver. “Querido compañero, mi discípulo
ha practicado cuanto aconsejaste, pero no posee determinación
en su camino y el curso de los santos esfuerzos no tiene efecto
visible sobre su grave inquietud”.
“Entonces, cubre su mente y su corazón con amuletos,
somételo a un régimen intenso de gimnasia, seguido de un
período de silencio, viste su cuerpo con ropas especiales e
instrúyelo en la práctica de las técnicas secretas de los maestros”.
No obstante, al término de estos ejercicios las luchas interiores
del discípulo aumentaron.
Con desesperanza en el rostro, el profeta vio venir a su
amigo y se adelantó diciéndole: “¿Deseas nuevas ideas para tu
discípulo?”.
“No, respondió, mi aventajado alumno ha muerto en mis
brazos mientras practicaba uno de los secretos ejercicios que
recomendaste”.
“¿Pero no dijo nada antes de morir?”, volvió a preguntar.
“Sí, antes de que la diosa del amor y de la belleza abandonara
su cuerpo joven, abrió por primera vez sus labios delicados para
cerrarlos definitivamente al término de esta frase: “¿Pero cuándo
recibiré algo de comer?”.
Varias décadas después, los dos monasterios, amantes
del espíritu y enemigos del cuerpo, perdieron a todos sus monjes.
El último, antes de cerrar la puerta de un puntapié, escribió con
un punzón sobre la madera esta sencilla inscripción: “Durante
muchos siglos aquí se veneró el espíritu sobre el desprecio del
individuo, hasta que uno devoró al otro”.

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4. EL MATRIMONIO VACÍO

Karam, esposo de una generosa mujer que le había


dado un precioso hijo, dormía en los extravíos de su egoísmo.
Cierta noche comenzó a soñar que su esposa abandonaba la
casa llevándose al niño con ella. Sorprendido por la inesperada
decisión, se despertó encontrando vacía la cama donde su
mujer descansaba y una nota sobre la mesa con el siguiente
mensaje:
“Esposo mío, cuando te conocí, una irresistible fuerza
impulsó dulcemente el latido de mi amor; tu inolvidable
persona se adueñó de mí como la mujer que, viéndose reflejada
en el espejo, presa de su propia belleza, se recrea más todavía.
Desde aquel momento quise compartir la frialdad del camino
y la aspereza de la dificultad, quise unirme al fuego del dolor,
quise soportar la desdicha de nuestra futura existencia y
cambiarlo todo por cuanto pudiera ofrecer. Sin embargo,
esposo mío, tu desidia marchitó la frescura del amor y distanció
nuestras moradas; ahora tu voz ya no canta entre las flores de
mis campos, donde solo llegan los sarcasmos de tu egoísmo.
Muchas veces, mientras dormías, rocié tu pecho con
lágrimas y, acallando mis sollozos, esperaba convertir tu vacío
en un lugar donde cobijarnos tu hijito y yo; pero todo fue inútil.
Volví a intentarlo suplicando a Dios la apertura de tu mundo;
pero él me dijo que también lo había intentado en vano. Y
cuando se vaciaron mis ojos de lágrimas y nuestro hijo dejó de
llamarte padre, tomé esta dolorosa decisión que no podía dilatar
indefinidamente. Te amo”.
Cuando Karam, esposo y padre de la criatura, leyó el
mensaje, lo arrugó arrojándolo al suelo con desdén, volvió a
tumbarse sobre la cama y continuó durmiendo plácidamente
durante toda la mañana.

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5. MI HERIDA EXISTENCIA

Después de mi herida existencia desperté en un lugar


de brillante luminosidad. Y, confortablemente sentado en una
espaciosa habitación, fui visitado por Dios. Le acompañaba una
numerosa multitud de ángeles que gritaba musicalmente su
nombre santo. Era joven, de rostro agradable, refulgente cual
centella de fuego. Amablemente me abrazó, se sentó junto a mí
y comenzó a mostrarme unas imágenes suspendidas en el vacío
de la cómoda estancia, imágenes que no tardé en referirlas a mi
propia vida terrenal.
Sobre una playa virgen, bañada por las olas del mar,
estaban impresas las huellas de dos caminantes. Inquieto
pregunté: “¿De quién son las huellas de esos hombres que
caminan juntos?”. “Éstas son tuyas; aquéllas mías, acompañándote
en las arduas circunstancias de tu existencia”, respondió. Como
más adelante aparecieran las pisadas de un solo caminante, volví
a interrumpir con estas palabras: “Por qué cuando era mayor la
necesidad y aumentaba la intensidad del dolor tuve que vagar
huérfano de la vida y del amor?”. Entonces Dios, mirándome
fijamente, me habló: “Las solitarias huellas son mías; se hunden
en la arena porque te llevaba en mis brazos durante los difíciles
momentos de tu existencia”.

6. LAS RATAS

Millares de ratas infestaban un edificio de grandes


dimensiones, por lo que los dueños decidieron exterminarlas
rociando veneno en lugares estratégicos.
A la mañana siguiente no quedaba rastro del veneno;
las ratas se lo habían comido. No obstante, volvieron a rociar
otro veneno más dañino que poseía todo tipo de garantías.
Pero sucedió lo mismo, las ratas lo devoraron por completo.

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Entonces, los dueños del edificio decidieron emplear trampas
tradicionales con suculentos trozos de queso como cebo.
A la mañana siguiente apareció intacto el queso; las ratas
no lo tocaron. Finalmente, pensando que por algún misterioso
proceso las ratas habrían desarrollado gusto por el veneno y
aversión hacia el queso, rociaron veneno sobre los trozos de queso.
Un día después, las trampas estaban repletas de
saludables y fuertes ratas.
Todavía nadie se explica cómo se ha podido producir
esta transformación en el gusto del hombre moderno hacia los
valores morales que orientan la conducta.

7. LA INJUSTICIA

En la oscuridad de la noche los corazones de los verdugos


habían apagado las lámparas que alumbraban la justicia y
Samitha fue condenado por un crimen que jamás cometió. Las
torturas abrieron la sangre como nace vigoroso el manantial del
mártir cuya memoria fertiliza los espíritus, pero él había elegido
el silencio para defender la verdad. Padeció hambre, aislamiento
y sed, y únicamente la riqueza de su espíritu alimentaba su
cuerpo herido.
Años después se descubrió su inocencia. Con lamentos y
mil perdones lo sacaron de la cárcel devolviéndole sus pequeñas
cosas, a excepción de un puñado de años perdidos y muchas
horas de dolor.
Abrió la puerta de la libertad vivificado con una rica
experiencia, convencido de que su pensamiento y voluntad
nunca quedaron prisioneros. Sus amigos le recomendaron que
denunciara ante la justicia el crimen cometido. Pero él sonrió
diciendo: “Lo siento, no puedo perder más tiempo”.

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8. EL PELIGRO DE LAS IMPRESIONES

Un grupo de colonos proyectó una ciudad alrededor


de dos calles paralelas. Cierto día, una mujer pasó de una calle
a la otra con lágrimas en los ojos, y un niño que la vio pensó
que había muerto un vecino de la calle de enfrente, cuando en
realidad le había salpicado zumo de cebolla. Pronto los demás
niños se hicieron eco del suceso y lo transmitieron a los mayores.
Todos los hombres de las dos calles se preocuparon,
pero ninguno abrió una investigación a fondo sobre las causas
de lo que sucedía. Un extraño que acertó a pasar por aquella
ciudad les animó a que mutuamente se interrogasen; pero
nadie lo hizo, contentándose con glosar el rumor, cada vez más
infundado, de que en la otra calle existía una plaga mortal. De
este modo, los vecinos de una calle pensaban que en la otra
todos estaban condenados a morir. Y para evitar el peligro,
ambas comunidades emigraron a distintos lados de la ciudad.
Hoy la ciudad está abandonada. No muy lejos de allí hay
dos aldeas. Cada una tiene su propia tradición acerca del modo
en que comenzó la huida, en tiempos remotos, de una ciudad
condenada por un mal singular.

9. EL ALMA Y EL FUTURO

En una frondosa isla de feraces pastos habita el alma,


pingüe y hermosa durante el día, pero delgada y débil durante
la noche. El mal del alma radica en la terrible vacilación que le
invade al anochecer: “¿Qué comeré mañana?”, se pregunta; y a
causa de semejante preocupación adelgaza enormemente.
No obstante, cuando amanece, comprueba uno y otro
día que ahí están los fecundos prados donde saciar el hambre y
reponer la flaqueza de sus carnes. Y, alimentándose, recupera el
peso perdido, para volver a perderlo esa misma noche.

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10. EL BASTÓN

Los humanos preferimos ser jueces propios antes que


nombrar a otros guías de nuestro destino. Con esta actitud
comenzó a subir un monte elevado un padre llevando consigo a
toda su familia. Cuando llegó a la falda de la montaña, los guías
le dijeron que tomase un bastón para orientarse, porque la
oscuridad podía sorprenderles repentinamente precipitándolos
al vacío.
Sin prestar credibilidad a los guías, la familia se aventuró
en la montaña con un palo fino y largo. La noche invadió el valle
cuando todavía se encontraban en lo más alto de la montaña.
En aquellas circunstancias, el palo les ayudó a caminar durante
algún trecho; pero repentinamente sintió que el extremo del
palo no tocaba tierra. Volvió hacia atrás y comprobó estupefacto
que tampoco había suelo. Temiendo encontrarse al borde de
alguno de los precipicios de la montaña, indicó que todos se
tumbaran sobre la nieve hasta que amaneciera el nuevo día.
Y el sol, que con su luz descubre la verdadera fisonomía
de la vida, mostró que se encontraban en una leve pendiente
de la montaña, sin peligro alguno, y que el palo se había partido
por su extremo más distante.

11. DEMOSTRACIÓN

Un día determinado caminé por una pared muy alta y


estrecha ante el asombro de una multitud que me admiraba.
Tras recorrer varios metros, caí al suelo, produciéndome una
fuerte conmoción.
La gente se acercó para ver cómo estaba. “He demostrado,
dije, que no se puede caminar a lo largo de un muro alto y estrecho
sin caer y lastimarse. Así terminan los equilibristas de la vida”.

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12. LA METAMORFOSIS DE LA CIGARRA

“¿Sabes cómo me convertí en cigarra? Sucedió así:


durante una sofocante tarde de estío, mientras dormía con el
corazón compungido porque mi sangre no irrigaba el verdadero
conocimiento, hasta entonces para mí invisible, vino a cantar
bajo mi oído una diminuta cigarra.
Era un canto que revelaba el insondable orgullo del
hombre en continuo cambio hacia sí mismo, ese inicuo juez que
denuncia la injusticia dejando morir a sus pies la misericordia;
y mientras las arcas de los ricos rebosan, repite las mismas
promesas; y mientras defiende los derechos humanos, aplasta
con sus pies el corazón de la vida.
El hombre ha secado los vientos de la esperanza de los
necesitados dejándolos a la ingratitud del sufrimiento; y habla
de sabiduría con entrañas incompasivas o denuncia la injusticia,
mientras come en el plato de la locura. Pero el hombre, concluía la
cigarra, siempre ha temido el soplo de la muerte, la otra vida donde
los impostores pagan sus pecados y los débiles se fortalecen”.
Entonces me incorporé de un salto para atrapar al extraño
insecto que había azotado mi alma con la inquietud, sacándome
de un prolongado letargo que me impedía comprender el otro
mundo. Pero no lo encontré. En su lugar crecía una planta de
hojas metálicas. La arranqué y vivamente la comí.
Entonces mi espíritu se turbó hondamente y, sin dejar
mi forma humana, me transformé en cigarra. Desde entonces
canto la canción de la cigarra: una hermosa composición que
saca a los humanos del letargo de su egoísmo, de sus ávidos
tesoros, de su existencia sin sentido.
Y entrando en las calles de poblados rascacielos, duermo
a la intemperie; y cuando los hombres se acuestan, yo despierto
para iniciar la exquisita melodía, convencido de que muchos
sueñan con un mundo donde todos los bienaventurados
comparten una armonía singular.

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13. LA HUIDA

Desde que el poderoso visir tropezó con la muerte


no pudo desembarazarse del terror; su rostro palideció y sus
labios se amorataron. Y queriendo salir de tan insufrible estado
imploró a Dios lo siguiente:
- “¡Dios mío, Dios mío, Dios mío, apiádate de mí!”
- “¿Qué sucede, hijo?”, respondió el Señor.
- “¡La muerte con ira en su mirada ha salido a mi encuentro
en una calle del mercado!”.
- “Hijo mío, continuó el Señor, si puedo tranquilizar tu
corazón, pídeme cuanto desees y te lo concederé”.
- “Ordena al viento que me traslade a la India, quizá allí
salga ileso”, le dijo.
Dios ordenó al viento que lo llevara por encima del
océano a un recóndito lugar de la India. Una mañana después
preguntó Dios a la muerte: “¿Por qué buscabas con mirada torva
a mi hijo el visir?”. Entonces la muerte le contestó: “¿Cuándo lo
he mirado así? Lo vi pasar y le miré con asombro, porque había
recibido el encargo de tomar hoy su alma en la India, y sin
embargo estábamos a miles de kilómetros de distancia”.

14. LO GRANDE Y LO PEQUEÑO

Durante uno de los muchos conflictos, suscitado


entre dos mujeres vecinas, se originó un pequeño incendio
que prendió la lana de una de sus ovejas. El animal corrió
descontrolado hacia un depósito de paja cercano y propagó
el fuego. Inmediatamente el viento avivó un violento incendio
que alcanzó los establos de los elefantes del rey.
Los paquidermos rompieron asustados la techumbre,
escaparon al país vecino, pisotearon sus cosechas y destrozaron

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los cultivos. Por este motivo estalló una guerra entre los dos
países, una sangrienta guerra que duró diez largos años.
Nadie consiguió explicar cómo a partir de una pequeña
discusión se produjo tan penosa contienda, donde perdieron la
vida muchos seres inocentes.

15. EL OCULTAMIENTO

Perseguida por sus pensamientos, la dirigente de una


importante empresa no se atrevió a volver al trabajo, se encerró
en su casa y ordenó que por una ventanilla le pasaran los
documentos que requerían su parecer. Cuando supo que había
numerosas visitas solicitando su presencia, hizo que la encerraran
en su armario. “Guarden bien la llave, recomendó a los empleados;
y si esos bandidos se la piden, en ningún caso se la den”.
Así viven muchos, intentando escapar de sus ineludibles
responsabilidades sobrenaturales.

16. LAS HERMANAS DEL LOTO

Queriendo vivificar su patente esterilidad, una mujer


pidió a Dios que resucitara sus entrañas, muertas hasta entonces
a las raíces del viviente. Dios arrancó una flor de loto, tocó con
ella el vientre de la madre, y dijo: “De un árbol desnudo dos hijas
emergerán a la luz, tan semejantes que será difícil distinguirlas y
tan distintas que será imposible confundirlas”.
Durante la época en la que la primavera retorna a los
campos y las flores descubren sus corolas, orgullosas de sus
penetrantes perfumes, la madre dio a luz a dos preciosas niñas
de pelo negro y rasgos tan idénticos que hasta para los mismos
padres resultaba laborioso reconocerlas.

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Podía decirse que la igualdad también alcanzaba sus
alegrías y tristezas, aunque una diferencia se desarrollaba en
lo más íntimo de cada niña: mientras una descubría siempre lo
bello y hermoso de las desgracias diseminadas por la vida, la
otra captaba exclusivamente la turbación, la tristeza o la agonía.
A los ciento tres años murieron las hijas del loto: una con
el pensamiento agradecido por tantos dones recibidos en vida,
la otra entristecida por la contradicción, anegada en amargura.

17. LA TIBIEZA

Un hombre que lo esperaba todo sin poner nada de su


parte, se acercó a las puertas de un palacio solicitando que le
proporcionaran un aposento donde vivir plácidamente. Lo
recibió un príncipe, que le sugirió lo siguiente: “Permanezca
usted atento, porque las puertas del palacio se abren una vez
cada cien años para cuantos deseen habitarlo”.
El hombre esperó cómodamente sentado hasta ser
vencido por un sueño penetrante. En ese instante las puertas se
abrieron para cerrarse inmediatamente con un fuerte golpe que
lo despertó.

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5. LA SIEMBRA DEL PRECURSOR
1. LA SABIDURÍA

La sabiduría, esa extraña bruma que baña nuestros


pensamientos y dulcifica nuestras acciones, sembró la paz en la
estepa de la turbulencia y del dolor. Pero los habitantes de las
tinieblas, hermanos de las sombras y de las noches, robaron la
simiente sembrada a la luz. Y desenterrada de los campos fue
vertida en un desván. Entre las viejas maderas creció la semilla de
la sabiduría con la claridad propia de lo que nunca se marchita.
Gamil Yabre, el errante, encontró la simiente en el
desván. Con ella sació el hambre y apagó la sed, y se convirtió
en profeta. Como una flor se abrió la semilla de la sabiduría en
la mente y en el corazón del errante, que creció hermanada
del conocimiento y la comprensión, alejada del orgullo y de la
vanidad. Entonces el profeta comenzó a predicar su sabiduría
y a esparcirla en la tierra reseca de los corazones de cuantos le
escuchaban. Y prendió en ellos el amor.
Acudieron muchedumbres para oír su doctrina, para ser
guiados con su ejemplo, porque eran conducidos por la senda
de la bondad, y porque, conociendo sus humillantes defectos,
amaba, sin embargo, sus virtudes escondidas. Había en el alma
del profeta una mágica simiente que producía la paz, y los
hombres y las mujeres lo amaban porque salía de él una fuerza
que sanaba a todos y alentaba sus espíritus.

2. DESPRENDIMIENTO

Khamir fue un famoso monje de una era pasada. Mientras


hacía oración cierto día, un ladrón le amenazó: “¡El dinero!”.
Khamir tomó una cartera con monedas y se la dio. “Llévesela, se
lo ruego; yo no necesito el dinero”. El ladrón, muy impresionado,
se dispuso a partir. “Espere, la noche es fría y ligeros sus vestidos,
protéjase con este capote; se lo regalo”. El ladrón lo tomó con
avidez. “Espere aún, continuó el monje; debe darme las gracias”.

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Cuando el ladrón fue detenido y confesó sus numerosos
delitos, Khamir fue llamado a declarar. “¿Conoce usted a este
hombre?”, preguntó la policía. “Desde luego que sí; un día vino
a mi iglesia, le hice un regalo y me dio las gracias antes de
marcharse”.
La declaración del monje impresionó al ladrón, quien
le dio nuevamente las gracias llorando profundamente
emocionado. Esto supuso para él una revolución interior.

3. LOS PECADOS

No hace mucho tiempo acudió una mujer al sacerdote


con objeto de manifestarle una revelación que había tenido.
La comunicaba como quien posee la verdad en medio de
los prejuicios que la someten a la duda, sin miedo alguno,
porque, para ella, el sacerdote era confidente del autor de las
revelaciones que tenía.
Pero el sacerdote, hombre consecuente con una
fe racional, dudaba en su interior de la autenticidad de las
locuciones, efecto propio de una alma incapacitada para
observar los milagros que todos los días pasaban por sus manos;
así traicionaba, sin pretenderlo, lo más grande de su misión: el
aspecto mistérico de la religión.
Cuando la mujer volvió al sacerdote con nuevas
revelaciones, éste le dijo: “Yo no desconfío de usted, pero
necesitaría una prueba que lo demostrase. Dígale a Dios que le
cuente mis pecados, esos que solo conocemos él y yo. Entonces
creeré cuanto dice”.
La semana siguiente volvió la mujer con una verdad
más profunda de cuantas hasta entonces le había contado.
“¿Ha visto a Dios?”, preguntó el sacerdote. “Sí, y me ha hablado
sobre su deseo”, contestó ella. “¿Y qué le ha dicho?”, añadió él. La

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vidente contestó: “Que no podía contarme sus pecados porque
los había olvidado, y que su mayor defecto consiste en estar
siempre pensando en sus pecados”.

4. LA COMPRENSIÓN DEL SACERDOTE


Dicen que cuando en el más allá entran las almas en el
tribunal de la verdad, los justos se visten de blanco; incluso los
siete ángeles de la justicia, suspendidos sobre las siete colinas de la
evidencia y dispuestos a escribir en la claridad del cielo los pecados
no arrepentidos y las bondades olvidadas, cubren sus alas con un
manto de nieve.
Una vez le correspondió a un sacerdote exponer sus
obras, pues -según dicen- allí todo será valorado. El suceso
congregó a más santos que nunca, porque en el año diez mil,
año en que murió este sacerdote de mediana edad, los ministros
sagrados se contaban por los botones de las inexistentes
sotanas. Todos querían saber cómo se desenvolvió el hombre
sagrado entre una humanidad, más neutral que nunca para lo
divino. Ya se sabía en el cielo que las mujeres y los hombres de la
tierra practicaban la cultura de la neutralidad, que sin consentir
las excentricidades del espíritu adoraban a los sinónimos del
placer, tanto en el apetito fisiológico como en el intelectual. Y
vivir en medio de la neutralidad no era cosa fácil, sobre todo
si se mantenían determinados principios por mitigados que
fueran, pues para los hombres del año diez mil semejante
comportamiento radical era propio de inteligencias retrasadas.
Por esa razón, muchos santos, también vestidos con sus capas
blancas, esperaban el desarrollo de tan interesante proceso.
El sacerdote comenzó dirigiéndose al tribunal con todos
los pecados que recordaba, pensando en el fulminante castigo
del purgatorio. No obstante, el divino tribunal, aburrido de oír
pecados, apenas le prestó atención, particularmente porque no
castigaba a los purificados con las lágrimas del dolor. Cuando

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terminó de hablar, el primer ángel escribió sobre el azul del
cielo: “Recuerda: estás siendo juzgado por tus buenas obras, las
que hiciste o las que dejaste de hacer”.
No obstante, el sacerdote no podía recordar el bien que
hizo ni el que dejó de hacer. Entonces el segundo ángel escribió:
“El bien de los sacrificios”. Y el tercer ángel: “El bien de la oración”.
Y el cuarto: “El bien de la fidelidad”. Los siete ángeles dijeron
algo bueno que omitió y algo malo que realizó.
Cuando el tribunal terminó de escucharlos a todos, le
pareció que no había nada suficientemente importante como
para vestirlo con la túnica blanca de las almas gloriosas, y mientras
dudaba sobre su destino, se apareció un ángel más blanco que
todos los anteriores, con ojos de topacio y un cinturón de oro,
que cambió el color de aquellos cielos. Tenía la misión de asistir
al sacerdote durante su peregrinación en el cosmos. Y con una
espada de doble filo en la lengua cinceló sobre una nube dorada
el mayor bien que efectuó: “La comprensión”. A continuación
dejó un pergamino enrollado en la mesa del tribunal.
Los jueces leyeron detenidamente el pergamino del
ángel, dictaminando para el sacerdote un lugar muy importante
en el cielo. Entonces todos los asistentes al polémico encuentro
se sorprendieron por la sentencia.
El sacerdote del año diez mil, aturdido, preguntó al juez
el porqué de tanta generosidad. Éste le contestó que había
sido premiado por su capacidad de comprender a las almas
neutrales, desamparadas sin pastor, y de proporcionarles la
riqueza de la verdadera caridad: perdonar la terquedad de los
humanos. Por eso recibía el distinguido galardón con el que se
vestía de blanco como uno de aquellos santos que penetrados
por los refulgentes rayos de la divinidad se movían como el
soplo de la brisa. Y el sacerdote hizo el propósito de hablar más
en lo sucesivo con el ángel que todavía le cuidaba.

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5. LIBERTAD Y BUEN ESPÍRITU

Gaudrama, el hechicero, reunió a sus discípulos para


hablarles del don más grande de los hombres: la libertad.
Los jóvenes admiraban a su maestro, porque su sabiduría
enardecía sus espíritus y se sentían encaminados hacia el bien.
Y todos crecieron convencidos de haber sido educados en las
enseñanzas de la libertad.
Pero al cabo de los años, uno de aquellos jóvenes,
convertido ya en adulto, hubo de ejercitarse en el noble principio
de la libertad. Era algo que necesariamente afectaba al ámbito
de su conciencia, pero como sentía amor y veneración hacia su
maestro, decidió conocer su parecer.
Al oír la decisión del discípulo, Gaudrama se encolerizó,
pues mantenía una opinión diferente. Se dirigió hacia él y, con
aparente amabilidad y delicadeza, le dijo: “En el ejercicio de tu
inviolable libertad actúa como piensas; pero si haces lo que me
has dicho, debes saber que te apartas del buen espíritu y de la
senda de los maestros”.
La respuesta del hechicero produjo tanto daño en la
conciencia de su discípulo que nunca más volvió a visitarlo.
Conoció al falso maestro que enseña a sus discípulos a
permanecer siempre en la etapa juvenil, donde todos se
consideran libres sin ejercitar la libertad.

6. HACERSE NIÑOS

Uno de los fundadores de una de las más grandes


religiones de la humanidad predicaba diariamente a millares de
personas su doctrina admirable y salvadora. Todos escuchaban
con agrado las sabias palabras portadoras de la verdad y dotadas
de un poder que arrancaba a los incrédulos las perversiones de
sus errores; y muchos, con solo escucharlas, eran convertidos.

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Retirado en las montañas habitaba un conocido ladrón
que jamás había escuchado sus enseñanzas. Extrañado por el
caso, se marchó, decidido a reconducirlo al buen camino.
Tras oír atentamente la predicación, el ladrón dijo: “Su
moral es muy sencilla; yo no creía que los grandes sabios fueran
tan simples”.
Fue así como el fundador de una de las más grandes
religiones de la humanidad se retiró sin éxito; la lección había
sido para él.

7. ARREPENTIMIENTO

Cerca de un monasterio, habitado por una fervorosa


comunidad, Salah Jair entretenía su vida apacentando unas
pocas cabezas de ganado en un frondoso valle.
Una mañana de tantas, mientras conducía el ganado
entre el frescor de la niebla, Salah oyó el tañido de las campanas
del monasterio como un canto que embellecía el espacio; pero
el penetrante sonido llamaba en su alma al amor; por eso,
dejando el ganado, se entregó a Dios.
Los primeros pasos del joven novicio acrecentaron
su felicidad a pesar de las exigencias de lo áspero y de la
reciedumbre del dolor. Luego, el tiempo atemperó el ardor, la
negación de la entrega se hizo difícil y Salah salió por donde
había entrado. No mucho tiempo después recomenzó una
fructífera vida lejos de aquella deliciosa tierra.
Al cabo de medio siglo me saludó un anciano llamado
Salah Jair. Tras unas palabras de cortesía, me habló de un frondoso
valle, santificado por la presencia de un monasterio, donde
quedaba un lugar para mí. Y me obligó pertinazmente a entrar.

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8. AMAR A DIOS

Mientras los discípulos desentrañábamos las prolíficas


gracias concedidas a los hombres por la predicación del reino,
se acercó a nosotros el Maestro, abrió sus labios y dijo:
“El reino de la verdad y la vida no está en el vago
anhelo del sentimiento, alejado de la realidad y distante de la
renuncia. El reino de la verdad y la vida no es un oasis donde
los mercaderes detienen sus caravanas para entretener sus
sentidos al arrullo de melodiosos cánticos. El reino de la verdad
y la vida comprende el secreto de todas las cosas; es diálogo
eterno y trabajo sublimado por la ofrenda, regocijo de quien
entreabre las puertas del legítimo amor”.
Al terminar su discurso, sentimos que nuestras almas
habían tocado más que nunca la verdad. Y pensando en lo
que habíamos oído, nuestros espíritus se expandieron con el
consuelo de la plenitud.

9. EL SABIO

Un hombre, a quien todos llamaban “el sabio”, se


contentaba con lo más imprescindible para vivir dignamente;
su alimentación era exigua, el vestido sobrio. La serenidad
gobernaba su interior, comunicando paz a cuantos le trataban;
y respecto a sus obras, jamás era menos generoso de cuanto
exigía la caridad.
Sin embargo, acudía complacido a la plaza del mercado
para ver lo que compraban y vendían. Confundido por este
comportamiento, un amigo le preguntó: “¿Cómo tú, que
estás desprendido de tantos bienes, frecuentas el mercado
asiduamente?”.
Y él respondió: “Me encanta ir allí y descubrir sin cuantas
cosas soy perfectamente feliz”.

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10. GENEROSIDAD

Ayer, mientras dormía, vino hacia mí el soberano rey. Y la


canción de mi sueño adquirió una fuerza infinita. Vino en una
noche tranquila, cargado de extrañas riquezas. Quería satisfacer
los ardientes deseos de mi inquieto corazón, extraviados cual
exuberantes semillas sobre un pedregal.
Mi soberano señor vino a mi lado como la criatura más
considerable de todos los vivientes. Y sin mediar palabra me
nombró el primero de su reino.
Él estaba junto a mí esperando mi respuesta. ¡Yo quería
aceptar! Pero estaba dormido y no desperté. Desde entonces
maldije todos los sueños de los que no pudiéramos despertar.

11. LA PACIENCIA

La paciencia nos ayuda a vencer las contradicciones


internas y externas que pretenden esclavizarnos, pero es una
virtud difícilmente alcanzable.
Visitando tres días después de su nombramiento para
un alto cargo a un amigo que conocía desde la infancia, le
recomendé: “Sobre todo sé paciente; de esta manera no tendrás
dificultades en el desempeño de tus funciones”.
Mi amigo, agradecido, comentó que no lo olvidaría. Pero
yo insistí repitiendo tres veces consecutivas el mismo consejo,
hasta que finalmente mi amigo prorrumpió:
¿Crees que soy tonto? ¡Tres veces me has repetido lo
mismo!”. Yo le respondí: “Ya ves que no es fácil ser paciente; lo
único que he hecho ha sido reiterar mi consejo dos veces más
de lo conveniente, y te ha invadido la cólera”.

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12. EL HORIZONTE DE LA FELICIDAD

Después de muchos años de atento servicio se aproximó


al maestro y le abrió su corazón: “La frialdad del trabajo ha
mancillado la ilusión de mi entrega; ahora, cuando canto, no
hay melodía en mis versos; y cuando hablo, mis palabras se
extravían en las páginas de los comienzos.

El doloroso camino, quebrando los lazos de mi amor, ha


encantado mis sentidos con el dulce atractivo del placer y el
encendido abrazo del amor carnal. Por estos motivos, amado
maestro, he decidido no continuar sirviéndote durante más
tiempo”.
El maestro respondió: “Hijo mío, tus ojos han sufrido una
evidente equivocación: solo contemplan la mentira del amor; su
verdad permanece en la promesa del principio. Vuelve; estás a
tiempo todavía para gozar las glorias que este mundo no puede
conceder”.

13. EL ROSTRO DE DIOS

En una ciudad de piadosos habitantes se despertó el


deseo de adorar el verdadero rostro de Dios. Las figuras de las
iglesias y los dibujos de las pinturas no encerraban la belleza
de un Dios vestido con la hermosura de las colinas y los arroyos
que todos los habitantes de la ciudad contemplaban a diario.
Entonces pidieron a los artistas que dibujaran en sus
lienzos la hermosura que contenían sus corazones. Tras años sin
que nadie reflejara con rostro humano la belleza de los campos,
la fragancia de las flores, el canto de las aves o la musicalidad de
los ríos donde permanecía disfrazado el rostro del Señor.
Cierto día, un pintor calmó su aburrimiento dibujando la
cara de un mendigo que trasmitía una intensa espiritualidad. Al
cabo del tiempo el mendigo alcanzó la santidad, y, tras su muerte,

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buscaron ansiosamente su imagen. ¿Pero dónde encontrarla si
había vivido pobre? Por fortuna el artista recordó el cuadro y lo
llevó a la iglesia; allí todos comprobaron asombrados que sobre
el lienzo estaba plasmado el rostro de Dios.

14. UN TORRENTE IMPETUOSO

Un torrente impetuoso anegaba cuanto impedía su


paso; era un torrente bueno, un amoroso torrente de fuego.
Y tras vitalizar a cuantos se aprovechaban de sus aguas,
desembocaba en las arenas del desierto con la pretensión de
atravesarlo. Sin embargo, la sequedad de las arenas siempre
absorbían sus aguas; su ardor y pasión tan fuertes querían
empapar el desierto y desembocar en el mar.
Como su propósito resultara inútil, las arenas le dijeron:
“Puesto que el viento atraviesa el desierto, el río puede también
hacerlo; déjate absorber y transportar por el viento”.
Con miedo, el torrente replicó: “¿Qué va a ser de mí en el
futuro; perderé mi individualidad y toda la fuerza de mi ser?”
Y las dunas contestaron: “El viento impregnará sus nubes
con el agua de tu cauce, la transportará más allá del desierto y
la dejará caer como gotas de rocío para que vuelvas a ser un
torrente que desemboque en el anchuroso mar”.
Abandonado en los brazos del viento, el torrente fue
convertido en una densa nube, y más allá de los extremos de las
montañas descansó sobre los campos empapados de lágrimas.
De ellas nacieron regatos; y de éstos, un caudaloso torrente
inagotable.

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6. ESCLAVOS DE SUS AMBICIONES
1. LOS ANACORETAS

El desierto de Tesifar era conocido como el lugar santo,


porque en sus colinas abundaban los monasterios de anacoretas,
esa especie de hombres que eligen el silencio para expresar el
amor. Pero en Tesifar no todos los monjes alcanzaron la misma
perfección. Mientras unos se protegían en ricos monasterios de
las arideces del desierto, otros preferían la pobreza para cantar
más libremente con el lenguaje del espíritu.
Un día decidió un anacoreta pobre emprender una
peregrinación a un lugar santo situado a muchos kilómetros
de distancia y rodeado de montañas, ríos e intransitables
quebradas. Y queriendo viajar acompañado, decidió comunicar
el proyecto a un amigo suyo, también anacoreta, que vivía en
uno de los monasterios ricos.
Cuando este escuchó la proposición y estudió
minuciosamente los pormenores del viaje, le dijo: “¿Pero qué
llevas para el viaje?”. El pobre contestó: “Un jarro y una escudilla
proveerán a todas mis necesidades; recogeré agua con mi jarro
y cuando sienta hambre pediré alimentos con mi escudilla”.
El anacoreta rico le hizo saber que desde hacía tiempo
preparaba su peregrinación al lugar santo, pero siempre le
faltaba algo; y deseando concluir los preparativos antes de
aventurarse a la ligera, prefería no acompañarle.
El anacoreta pobre se marchó solo al lugar sagrado. Un
año después volvió del largo viaje y fue a saludar a su amigo de
Tesifar. Al entrar en su habitación lo encontró embebido en los
preparativos del viaje; pero siempre le faltaba algo.

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2. AMOR Y CONFIANZA

El amor, encendido como la lámpara que alumbra el


camino del corazón, ardía en un joven matrimonio que solo se
encontraba durante las horas de la noche. Y en la oscuridad,
cuando el silencio cede su elocuencia a las palabras del amor,
caían prisioneros de una dulce quietud pasando largas horas
de sueños encantados. Sin embargo, con los primeros rayos del
amanecer despertando sobre las siluetas de las montañas, el
esposo abandonaba el tálamo nupcial para no volver hasta el
nacimiento de la noche.
En una desventurada tarde, las amigas de la esposa
urdieron una mentira: “Tu joven esposo, encubierto en la
oscuridad, protege su rostro deforme de nuestras miradas”.
Aquellas falaces palabras cuestionaron en el corazón de la
esposa la fidelidad matrimonial.
Una noche, como era habitual, el marido volvió a su casa y
cayó dormido en el lecho. Movida por una incesante curiosidad,
la mujer encendió una lámpara, la elevó sobre él y vio, entre
penumbras, una de las criaturas más bellas y atractivas.
Durante un largo tiempo contempló extasiada su
hermosura, hasta que una gota de cera cayó sobre su cuerpo y
lo despertó. El marido comprendió la desconfianza de su mujer,
se levantó del lecho y se marchó. Ella corría tras él sin poder
alcanzarlo. Solamente una voz tenue se escuchaba en la neblina
de la oscuridad: “La desconfianza es enemiga del amor”.

3. JUICIOS HIRIENTES

Dos esposos llegaron a pegarse durante una discusión, por


lo que fueron al juez para que culpase a uno y absolviera al otro.
Al preguntar el juez quién había comenzado la riña, no se
pusieron de acuerdo. Entonces interrogó al hijo: “¿Cuál de los dos

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empezó? ¿Tu padre o tu madre?”, el muchacho respondió: “No
puedo afirmar si fue solamente mi madre o solamente mi padre”.

4. EL DESCONTENTO DE UN LÍDER

Cuando yo era muy joven, el descontento turbó mi


delicada sensibilidad insinuando en mis oídos que abandonara
la casa de mis padres y el intolerable lugar donde cursaba los
estudios. Y como tenía mi propia personalidad, tomé tan radical
decisión en la primera oportunidad que se presentó.
Viví una nueva experiencia en solitario, unido al capricho
de mis afanes en el anchuroso espacio de la libertad, convencido
de estar en la verdad, porque mis sentidos y mi inteligencia
satisfacían mis deseos. Sin embargo, permanecía la violenta
opresión de quienes me obligaban a seguir una determinada
conducta. Y pensé que el deplorable estado de ánimo que esto
me causaba cedería al concluir los estudios.
Cuando las circunstancias permitieron librarme de las
cosas y de las personas tan reprobables como insufribles, nuevas
contrariedades me sumieron en un estéril desengaño. Con el fin
de superarlo, comencé a soñar en la posibilidad de ceñirme la
corona de líder. Aunque el tiempo y la fortuna premiaron mis
ambiciones, no conseguí que la débil felicidad de aquellos
instantes aquietara mi espíritu descontento.
Ayer tuve un presentimiento: “Hay espíritus rebeldes que
continuamente buscan razones para no ser felices”. Y permanecí
pensativo durante largo tiempo, convencido de que, si no
cambio el enfoque de mi vida, permanecerá la insatisfacción
hasta que me sobrevenga la muerte.

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5. EL ERMITAÑO Y EL BANDIDO

Érase una vez un ermitaño que repartía la mayor parte


de su tiempo entre austeras penitencias y un bandido cuyo
primordial interés era el placer y el dinero. Ambos habitaban en
una apartada montaña, donde el primero encontraba la paz del
alma y el segundo la seguridad del cuerpo.
Una de las veces que el bandido cruzaba por la gruta
del ermitaño lo encontró ejercitándose en la dura penitencia.
Asombrado le gritó: “¿Acaso piensas que te bastará una vida
sacrificada y penitente para alcanzar la salvación?”. El ermitaño,
molesto, respondió: “Y tú, con esa vida más propia de animal
que de hombre, ¿no crees que serás castigado?”. Y se separaron.
Al anochecer, el bandido se acostó con remordimientos,
y, elevando a Dios su corazón, imploró misericordia. Al mismo
tiempo, el ermitaño dejó que la duda apresara su alma,
arrepintiéndose de la vida santa que observaba.
Cuando a los dos les abrazó la muerte, el ermitaño murió
impenitente, mientras veía subir al Cielo el alma del bandido.

6. EL MENDIGO

Cierto rey quiso conocer cómo era el verdadero corazón


de sus servidores. Entonces se disfrazó de mendigo y se puso a
pedir limosna en la puerta de su palacio.
Pasaron delante de él varios cortesanos que lo trataron
despectivamente, los mismos que ante el rey desplegaban
afabilidad y cordialidad. También algunos de su séquito lo
empujaron fuera del palacio. Sin lugar a duda, delante de un
mendigo todos se manifestaban como eran. Fue a través del
desprecio como conoció el verdadero rostro de sus hombres.

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Cuando su esposa vio al pordiosero sumido en la
miseria, lo introdujo en el palacio, ordenando que preparasen
lo necesario para el aseo y que le vistieran con las ropas de
su marido, el rey. Al desprenderse de aquella ficticia imagen,
apareció el señor con toda su realeza. De esta manera
comprendió que solo poseen un espíritu grande quien es capaz
de hacerse uno con los pequeños.

7. LA HUMILDAD DE LAS AVES


En las arenas del río Yabún discutían acaloradamente
un pavo real y una garza dorada sobre quién poseía mayor
esplendor natural.
Entonces el pavo abrió envanecido el abanico multicolor
de su cola y exclamó: “Desde que mis plumas arrebataron su
colorido al desierto, los habitantes de la naturaleza vienen
a mí para purificar sus matices”. “Tus palabras son verdaderas
-respondió la garza- sin embargo, mi plumaje te aventaja en el
vuelo: contemplo desde los lugares más altos las maravillas más
exóticas”.
Al cabo de mil años, la garza y el pavo envejecieron. Las
plumas de este perdieron su color y las fuerzas abandonaron las
alas de aquélla. En la nueva situación volvieron a encontrarse, y
resonó en el desierto del río Yabún una voz elevada: “Al declinar
el atractivo del color y desfallecer la fortaleza del vuelo, ¿qué
permanece?”.
Apesadumbrados por su necia vanidad se despidieron,
siguiendo cada uno su propio camino.

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8. NO SOMOS

No somos, hermana mía, seres solitarios ni personas que


siembran las cenizas del dolor. No.
Somos, si acaso, vida que se oculta, germen que renace,
llama que se enciende, espiga que florece y con su grano
alimenta al labrador, renuevo de futuras alegrías.
Eso es lo que somos, hermana mía, y para eso existimos.

9. LAS SOBRAS DE LOS CERDOS

En la montaña blanca, cerca de un pequeño lago, existe


un templo que todos llaman el templo de la madre Sabai. Con
seguridad nadie sabe en qué época vivió esta mujer; pero los más
antiguos del lugar cuentan que fabricaba y vendía vino, y con las
cáscaras sobrantes alimentaba una pequeña piara de cerdos.
Un monje con fama de santo frecuentaba de cuando en
cuando la casa de la madre Sabai, y ella le obsequiaba con un
poco de vino. Cierto día, el monje le dijo a la mujer: “He bebido
su vino y no tengo con qué pagar, pero voy a cavar un pozo
que le proporcionará cuanto necesite”. Una vez terminado,
comprobó que contenía muy buen vino. “Esto es para pagar mi
deuda, dijo el monje; y se marchó”.
Lógicamente, desde ese día, ella no volvió a fabricar más
vino; servía a sus clientes el que sacaba del pozo por ser de una
calidad muy superior al que obtenía con grano fermentado.
Enterados del buen vino, los caminantes se acercaban a la casa
de la madre Sabai.
Cierto día, confundido entre los clientes, volvió el monje
a la casa de la mujer y le dijo: “¿Está usted contenta con el vino?”.
Ella respondió agriamente: “Sí, el vino es bueno, pero ya no
tengo cáscaras de grano para alimentar a mis cerdos”.

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Dolido por las palabras, el monje escribió con un pincel
en el muro de la casa: “En la limitada profundidad del corazón
humano abunda el egoísmo; pero existe algo superior más
extenso. El agua del pozo se vende por vino, y la mujer se queja
de no tener cáscaras para sus cerdos”. Concluido el mensaje, el
monje se marchó, y del pozo solo volvió a salir agua.

10. EL RATÓN INSATISFECHO

Había una vez un ratón cansado de ser uno de los últimos


animales de la escala zoológica. Y con objeto de remediar
semejante situación suplicó a un mago que lo convirtiera en
el mejor ejemplar de gato. El mago accedió a la petición, y en
breves instantes el ratón asumió la naturaleza de felino.
No transcurrió mucho tiempo cuando, incómodo con su
nueva piel, sintió deseos de ser perro, principalmente porque
éstos agitaban la serenidad de su espíritu. Y con semejante
pretensión recurrió al mago, quien nuevamente le aplicó el
hechizo e hizo de él un formidable cánido.
No obstante, la paz de la nueva especie fue muy fugaz,
porque también la raza canina tiene sus propias dificultades. Y
así añoró algo superior y pidió ser león.
Tras vivir algún tiempo como león, encontró ciertos
problemas de convivencia con los restantes animales, por lo que
solicitó otro cambio de especie. Este proceso fue repitiéndose
una vez tras otra en las diversas especies animales hasta que el
mago, harto de tanto capricho, lo convirtió para siempre en el
ratón del principio, de donde jamás debió salir.

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11. EL PARAÍSO PERDIDO

Suleim, el beduino, había perdido sus camellos en las


ardientes arenas del desierto. En su búsqueda había recorrido
cientos de kilómetros sin ningún éxito. Sofocado por el calor,
entró cierta tarde en una gruta para descansar, caminó hacia su
interior y en lo más hondo divisó un verdadero paraíso.
Entre gigantescos árboles cargados de magníficos
frutos volaban las aves más exóticas de la tierra; arroyos de
agua límpida y de miel corrían sobre praderas tapizadas de
oro, y leones, gacelas y antílopes convivían sin agresividad; un
desconcertante mundo de fantasía contemplaban sus ojos.
Suleim señaló cuidadosamente en su plano la situación
de la gruta, volvió al campamento y organizó una caravana que
debía recoger parte de aquellos tesoros. En el campamento
todos coincidieron en el éxito de la empresa; sin embargo, por
más que buscaron la gruta en el desierto nunca la encontraron.

12. LAS VENTAJAS DEL INFIERNO

Todos los días Nakusband elevaba a Dios su vehemente


plegaria con la esperanza de conocer, antes de morir, las
ventajas y desventajas que ofrecían el paraíso y el infierno, pues
no quería errar en la elección.
Accediendo a su petición, Dios lo llevó a un lugar donde
las almas purísimas, inflamadas de luz y adornadas con la
dicha de la plenitud, glorificaban incesantemente al Señor. A
continuación, Nakusband fue transportado a otro lugar donde
existían oportunidades de beneficio personal muy superiores a
las de la tierra. Como el segundo paraje era óptimo para fomentar
los placeres y alimentar la codicia, Nakusband manifestó su
irrevocable decisión de permanecer en él definitivamente.

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Inmediatamente golpeó Dios una puerta y dos demonios
horrendos se abalanzaron sobre Nakusband, lo aplastaron con
sus garras y lo llevaron a un recóndito lugar de fuego abrasador.
Condenado al tormento por él mismo, se dirigió a Dios por
última vez: “Si este lugar es el infierno, ¿cuál me mostraste
anteriormente?”. Entonces Dios le contestó: “Aquel no es el
infierno para los residentes permanentes, sino el que se muestra
a los visitantes”.

13. LOS HIJOS HOLGAZANES

Como estaba cerca de la muerte, el cabeza de familia


reunió a sus hijos con el fin de repartir la herencia. “Hijos míos
-les dijo-, mientras soportaba el sufrimiento del trabajo nadie
compartió mi fatiga ni alivió mi cansancio. Por este motivo he
sepultado el tesoro de la herencia en nuestro campo; buscadlo
si queréis disfrutar de las riquezas”.
A su muerte, los hijos fueron de madrugada a la hacienda
y comenzaron a roturar el terreno para desenterrar el tesoro.
Trabajaron con verdadero empeño todos los días, durante
muchos meses, sin éxito alguno. Volvieron a roturar el terreno
con más profundidad, pero también el intento fue en vano.
Desalentados, abandonaron el trabajo pensando que
la promesa de su padre era una ficción. Pero como la tierra fue
muy cavada, ese año dio abundante cosecha. Al repartir los
beneficios uno de los hermanos comentó: “Indudablemente el
tesoro que nos dejó nuestro padre era el fruto de la tierra; y su
enseñanza, el trabajo para conseguirlo”.
14. APARIENCIAS

No es difícil evitar el engaño de las apariencias, causa


principal de la mayor de las desgracias: la pérdida de la propia
autenticidad.
En un Estado remoto hubo un célebre cazador que con
su flauta de bambú despertaba a los animales de sus sueños,
estimulaba sus instintos y los sacaba de su hastío. Y, convencido
de su poder, aventaba la vida de cuantos animales inocentes
engañaba.
Un día imitó el bramido de un ciervo, pero acudió un
lobo hambriento con intención de devorarlo. Presa del pánico,
el embustero cazador imitó el rugido del tigre; pero apareció
un tigre pensando que se trataba de uno de sus congéneres.
Aterrorizado, imitó el potente bramido del oso, y la fiera huyó
despavorida. No obstante, los sonidos de la flauta fueron
percibidos por un enorme oso que se encontraba en los
contornos, se acercó y viendo al cazador lo destrozó.

15. LO QUE PEDIMOS

No pida yo verme preservado de pecados, sino siempre


levantarme. No pida yo no tener penas, sino que mi corazón
cante y las supere.
No sueñe yo con amores ajenos a mi lazo, sino con
purificar mis sentimientos.
No dude yo del camino, sino caminar cada día. No sueñe
yo con otra libertad, sino con las amadas cadenas que abracé.
Concededme, Dios mío, el don de poder morir antes de
perder misericordia y comprensión con los tuyos, y que tu mano
me socorra en la debilidad.

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16. EL OLVIDO

Un conocido príncipe encomendó a dos de sus mejores


pastores el cuidado de su rebaño más querido. Recibido el
encargo, los pastores condujeron las ovejas hasta las montañas
con el corazón satisfecho por la significada elección.
Sin embargo, durante el trayecto, el interés de los
pastores decreció y muchas ovejas se perdieron.
Informado el príncipe pidió cuentas a los pastores por
las ovejas extraviadas. Uno dijo que había estado pensando;
otro, sembrando grano en los campos. Habían realizado tareas
útiles, mas no hicieron lo que se esperaba de ellos.

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7. MÁS ALLÁ DE TU VERDAD
1. LOS TRES ÁRBOLES
Había una vez un árbol que soñaba. Cierta noche
cálida miró la hondonada del valle y, creyéndose elegido para
un destino eximio, gritó mientras todos dormían: “Cuando
despierte, seré un cofre de tesoros, de oro y preciosas piedras
de valor incalculable custodiado por guardianes”.
Al oírlo, otro árbol contestó: “A mí me labrarán cual
valiosa embarcación de ébano para llevar a reyes y señores a los
recónditos lugares del mundo”.
Entonces, un tercer árbol, herido por la arrogancia de
sus compañeros, clamó: “Pues yo seré el mayor de todos los
árboles del bosque. Sobre la montaña tocaré al Dios del cielo y
me recordarán con devoción”.
Cayó la noche, vinieron las primeras luces de la aurora y
los tres árboles oraron durante mil días para que el Creador les
concediera sus sueños. Y así sucedió.
Cierto día, vino un leñador y cortó los tres árboles. El
primero, para el carpintero de la aldea vecina; el segundo, para
el embarcadero del puerto, y el tercero sería clavado en la cima
de la montaña.
El carpintero acogió con cariño la madera virgen, la
cortó con brío, cual maestro de la gubia y el formón, e hizo un
pesebre; lo llenó de paja y lo depositó en una gruta del valle.
“¡Ay, dolor de mi propia realidad, tan lejana de cuanto soñé en
mi juventud!”, se lamentaba el primer árbol.
Los constructores del embarcadero hicieron una barca
débil con prisa y sin cuidado, y la echaron al lago, lista para que
los pescadores echaran las redes.
“¡Señor, acaso mis oraciones fueron baldías y tu existencia
una quimera!”, lloraba el segundo árbol.
Y al tercer árbol lo trocearon sin forma ni sentido,
tirándolo en un sucio pajar. No había más lágrimas en el mundo
que consolaran tamaña desdicha.

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Años después, llegaron José y María, y depositaron a su
hijo Jesús en el pesebre de la cueva del valle, porque no había
sitio para ellos en la posada. El pesebre lloró de emoción y
agradecimiento por haber contenido al tesoro más infinito del
universo.
Cuando el niño creció, se convirtió en Profeta. Un día,
estando dormido en la barca de sus discípulos, estalló una
tormenta. Ellos, asustados, lo despertaron. Entonces, mientras el
Maestro desplegaba un poder insólito y maravilloso calmando
la tempestad, la barca notó sobre sus tablas los pies desnudos
del Señor. Así, el segundo árbol se supo portador del Rey de los
reyes y del Señor de los señores.
Tiempo después, el profeta fue condenado a morir en
la cruz. Entonces, un soldado romano fue al pajar, clavó dos
tablones e hizo una cruz. El árbol de la cruz se levantó sobre
una colina como lecho y dulce abrazo de Jesús. Nadie como
él tocó jamás el corazón de la divinidad, incluso la sangre del
Cordero empapaba su madera, convirtiéndola en la reliquia más
preciada de la humanidad. Incluso sintió la frente de la Madre
de Dios reclinada sobre ella, musitando palabras de esperanza.
Los tres árboles comprendieron los planes de Dios. Cada
uno obtuvo lo que pidió, aunque no como esperaban. Si los
caminos de Dios no coincidieron con los suyos, sí fueron los
mejores.

2. EL SUFRIMIENTO Y LA FELICIDAD
Cierto día, Buda, sentado sobre la flor de loto, enseñaba
sobre la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la
felicidad. El dolor, al oírlo, se entristeció, porque ya nadie le
querría.
Poco después, pasó por allí un joven lleno de caridad,
y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de
la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se
llamaba Jesús.
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Por primera vez en la historia, el dolor supo que podía
dar fruto, pues Jesús decía que no había felicidad sin cruz. Y
lo demostró muriendo abrazado al madero de la cruz con el
corazón lleno de paz.
Buda se asombró al constatar que Jesús y él transmitían
lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba
el sufrimiento con la renuncia y la meditación, Jesús lo asumía
para sanar el pecado y traer la salvación.
Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo.
Buda no pudo; Jesús no quiso, pero mostró en su carne el
camino para comprenderlo y transformarlo.
Hoy, la felicidad da la mano al sufrimiento para evitar su
soledad; por eso, los místicos sonríen, sin importar lo que pase.

3. EL ESPÍRITU DEL FUNDADOR


Una vez se reunió en asamblea un grupo de hermanos
con su fundador, porque se estaba muriendo y deseaban saber
qué debían observar.
Uno dijo: Guardaremos fielmente todas y cada una de
tus palabras para no omitir nada de cuanto hablaste. Todos
asintieron, convencidos de que era el mejor modo de asegurar
que el espíritu del fundador perdurase por los siglos; pero el
fundador permaneció en silencio.
Otro añadió: Creceremos y mostraremos al mundo la
grandeza de nuestra misión, así enriqueceremos a la Iglesia
y será ingente el bien. También los hermanos estuvieron
satisfechos y deseosos de llevar su mensaje todos los rincones
de la tierra. El fundador asintió callado. Unos y otros aportaron
sus ideas para mantener un espíritu forjado por Dios.
Antes de terminar la asamblea, el enfermero, el último
de todos, dijo: Falto yo por hablar. Como no son brillantes mis
palabras y apenas hago nada importante, te digo, padre, antes

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de tu partida: “Te quise, y me otorgaste tu sabiduría; te obedecí,
y recibí comprensión; te cuidé, y comprobé tu grandeza; y así yo
soy como tú, y tú eres como yo”.
El fundador abrió sus labios y exclamó: Muero consolado
gracias al menor de mis hijos, porque él perpetuará mi espíritu.

4. LA VOCACIÓN DEL GUSANO


Lino se acercó al río para pescar. Revolvió entre el barro
de la orilla y sacó un suculento gusano que le serviría de cebo
para los peces. El gusano, aterrorizado, habló así: “¡No, por favor,
ten piedad de mí! ¡Quiero vivir, compadécete de mi familia!”.
Lino le contestó: “Soy pescador; necesito clavarte en
mi anzuelo para pescar. También tengo una familia y debo
perpetuarla. Ven gusanito, darás tu vida por ella. Morirás feliz
haciendo que los míos puedan vivir”.
Al gusano le resultaba imposible escurrirse entre los
dedos del pescador. A Lino le preocupaba el alimento de sus
hijos; al gusano, su propia vida. Lino proponía algo ajeno a la
voluntad del gusano, engañándole con verdades que eran
auténticas mentiras. Intentaba convencerlo para que diera
gustosamente su vida por un ideal al que nunca fue llamado.
Mientras tanto, el gusano argumentaba: “Dices palabras
hermosas, pero vacías de contenido; deseo ser yo mismo y
elegir mi camino. Si al menos pudiera elegir con libertad...
Toda llamada forzada es siempre una falsa vocación; no hay
llamada más denigrante que la que poco a poco se revela por
temor a ser rechazada. ¡No arrebates mi felicidad en favor de tu
colectividad!”.
El gusano miró a Lino y no vio en él al pescador, sino
a un pecador. Este lo apretó contra el anzuelo y lo mató... Un
despistado pez se lo comió. Lino llevo a casa el pescado. Mientras
lo saboreaban, nadie imaginó el drama urdido en la orilla del río.

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5. LA CANCIÓN DE LA RAMA
Todos los atardeceres, cuando el viento se despertaba
sobre la colina, Gumsur, el roble centenario, movía
armónicamente sus ramas al compás de la brisa, provocando la
conocida melodía de la montaña. Gumsur estaba muy orgulloso,
pues durante los cuarenta últimos años de su vida había
sometido a todas sus ramas a una inconsecuente obediencia.
Cierto atardecer, Layla Idris, uno de los renuevos de la
última primavera, descubrió que tenía su propia voz. Y, sin el
consentimiento de Gumsur -que le hubiera sido radicalmente
denegado-, Layla comenzó a cantar en solitario.
Ya se había dormido el sol bajo las colinas, las aves
guardaron sus celosos trinos y toda la campiña permanecía en
silencio. Y en aquel sobrecogedor ensueño, Layla Idris expresó
la armonía de su corazón, los lamentos de sus entrañas, los
proféticos pensamientos de su sabiduría, las delicadezas de
un corazón virginal. Y cantó y cantó sin cesar... Era un canto
hermoso, un suave canto de amor...
Todo el bosque despertó. Las aves abrieron sus ojos
sorprendidas por una música increíblemente bella; y Gumsur
gritó: “¡¿Quién está cantando en mis ramas?! ¡¿Quién entona esa
melodía no prevista en mi programa?!”. Convulsionado por la ira,
comprobó que una rama desarrollaba su propia personalidad
alejada del compás de sus deseos. Y, sin importarle la grandeza
de aquella virginal voz ni su eco en el corazón de los oyentes del
campo, arrancó de su tronco a Layla Idris y la arrojó al suelo.
Cuando vinieron las lluvias y los vientos cubrieron con
tierra la rama herida, Layla resucitó. Desde entonces había
en la colina dos árboles: un roble centenario que al atardecer
evocaba las monótonas melodías de antaño, y una joven rama
que diariamente entonaba una sublime melodía cuando el sol
caía tras las montañas y la brisa acariciaba la vertiente.

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6. LO VERDADERAMENTE IMPORTANTE
Cierto día, el maestro reunió a todos sus discípulos,
porque tenía para ellos una disertación importante. En el
templo, los jóvenes albergaban inquietudes sobre su futuro;
algunos procuraban ser aceptados por los mayores mientras
otros recitaban oraciones que les garantizasen la perseverancia.
Y no pocos temían, creyéndose rechazados por los sacerdotes
del monasterio.
De pie, delante de todos, el maestro mostró un recipiente
de cristal completamente vacío, y dijo: - Así es el espíritu en los
primeros momentos de la vida. Así es ahora el recipiente de
vuestro corazón, les dijo. Después, llenó el frasco con algunas
piedras elegidas en la ribera del río.
- ¿Está lleno el frasco?, preguntó a los aspirantes.
Unánimemente respondieron que sí. Después, el
maestro vació un saquito de trigo sobre el mismo recipiente,
agitándolo para que el trigo rellenara los huecos que habían
dejado las piedras.
- ¿Está lleno ahora?, volvió a interpelar a los discípulos.
- Sí, dijeron todos, asombrados por la sagacidad de su
interlocutor. Entonces, el maestro tomó del suelo un puñado de
tierra y fue vertiéndola en el recipiente.
La fina arena se introdujo por los entresijos hasta
colmatarlo. Los alumnos quedaron estupefactos, luego, el
maestro añadió: “Así son vuestras vidas, así es vuestro espíritu,
y semejantes deben ser vuestros intereses. Las piedras elegidas
en la ribera es lo importante donde se asienta la voluntad: Dios,
la familia, los amigos..., porque cuando lo demás se pierde, ellas
permanecen con vosotros. Los granos de trigo representan
las cosas menos importantes: el trabajo, las diversiones, los
caprichos... Y la arena es todo lo demás, que, por insignificante y
efímera, carece de valor”.

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“Cuando os angustiáis llenando vuestro espíritu de
arena, no habrá espacio para las piedras preciosas, por lo que
vuestra vida quedará inacabada y el alma insatisfecha. Formad
criterios, estableced prioridades y la felicidad encontrará el
recipiente donde florecer”.

7. EL ENVIADO
En un tiempo muy remoto, Dios envió a su Hijo al mundo
para que su Palabra alimentara a los hombres; y lo depositó en
las manos del hombre.
El hombre sembró la Palabra en la tierra. Entonces, los
pájaros comieron un grano tierno y gustoso al paladar. Perros,
gatos, ardillas, ratones, búhos y otros muchos animales se
presentaron donde había caído la Palabra, hecha trigo de
Dios. También las hormigas llenaron sus despensas, y aquella
primavera no floreció absolutamente nada en la campiña de los
hombres.
Al cabo de algún tiempo, Dios, enfadado, interrogó al
hombre: “¿Dónde está mi Hijo, el enviado hecho Carne y Palabra,
dónde está?”.
El hombre replicó: “Señor, yo he sembrado tu Palabra
como me dijiste; pero el Hijo ha muerto en el campo y alguien
lo ha sustraído”.
Durante la primavera siguiente, los pájaros alumbraron
numerosos polluelos, los animales proliferaron, las semillas de
las hormigas cuajaron en gruesas espigas y hubo alimento para
los hombres. El Hijo había muerto vivificando la creación, y
muchos comieron gracias a su oblación; el hombre jamás sintió
hambre y Dios vio cumplido su deseo.

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8. EL LOCO

Un muchacho angustiado acudió a un sabio


para que le enseñara a recorrer el camino de la vida sin
equivocaciones. Para ello, le entregó su libertad. El sabio
pensaba por él, decidía por él y acertaba por él. Así viviré
feliz -pensaba el muchacho.
Cerca del lugar habitaba una mujer capaz de
discernir entre la equivocación y el acierto, decidía por sí
misma y era verdaderamente libre.
Entretanto, apareció un loco. Al muchacho, le dijo:
“¡Oh, sí, a ti te conozco!, un día actué como tú y enloquecí”.
Acercándose a la mujer añadió: “Pues tú también
me resultas familiar, gracias a lo que me queda de libertad,
elijo cuanto conviene a mi demencia”.
Luego, el loco se despidió de sus amigos recitando
un poema de Baudelaire sobre la libertad: “Alma curiosa
que padeces, y en pos vas de tu paraíso”.

9. EL PROFESOR Y LA PALOMA

Antes de graduarme, me invitaron a recibir unas


clases que pronunciaba un afamado profesor de retórica
sobre la libertad. Acepté gustosamente y me dirigí al lugar
donde comenzaría la disertación.
Al final de un pasillo largo y estrecho había dos
aulas; en una enseñaba el profesor; en la otra, un cuidador
de palomas.
El profesor expresaba una dialéctica sorprendente,
alertando ante los peligros, para nosotros recién graduados,

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del libertinaje. Sin embargo, sus lecciones oprimieron mi
alma con miedos y temores.
Al concluir, entré en la otra clase. Había allí un
hombre que me asignó una paloma, enseñándome a
criarla con esmero. Cuando la paloma creció, la tomé en
mis manos con amor y la lancé al firmamento... La paloma
voló con poderoso batir de alas.
Nunca volví a visitar al profesor; sin embargo, todas
las noches retornaba la paloma para acurrucarse al calor de
mi corazón.

10. EL SACERDOTE

Tras años de trabajo, un sacerdote meditaba sobre el
devenir de su vida sin llegar a ninguna conclusión. De pronto,
se le acercó un niño, y, sintiendo compasión por tan tierna edad
y desconocimiento, le orientó.
Más tarde, tropezó con un joven que deseaba encontrar
a Dios en su amada. El sacerdote le contó un pasaje del Evangelio
donde Jesús hablaba del amor esponsal.
Luego acudió un prestamista frustrado, una mujer
enferma y dos ancianos temerosos por la incertidumbre de su
destino; y también confortó sus espíritus.
Al terminar, el sacerdote volvió a reflexionar sobre
su llamada y el sentido de sus obras. Meditó durante largo
tiempo sin que nadie le ayudara a comprenderse ni acudiera a
consolarlo. Tan solo La Mujer, desde lo alto, lo miraba sonriendo.

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11. VIVIR LA REALIDAD
En cierta ocasión topé con un grupo de tristes hombres
sentados en una pared. Inmóviles, se lamentaban porque no
sabían qué sería de sus vidas.
Caminando, encontré más adelante otro grupo de
personas que cíclicamente se contaban unas a otras los errores
del pasado, circunstancias irrepetibles que atribulaban sus
espíritus y les impedían avanzar.
Continuando la ruta me crucé con hombres y mujeres
alegres y sonrientes, sin nada en los bolsillos; iban a combatir
en una gran batalla, después de haber perdido otras muchas.
Ellos me dijeron: “Estamos alegres porque esperando en Dios,
vivimos cada día en el presente y conquistamos el futuro”.

12. LA MUERTE AMADA


Mientras todos dormían en el silencio de la noche,
llegó la muerte a la tierra enviada por Dios. Silenciosa, rozó los
dinteles de las estancias de un pequeño pueblo y fue a posarse
en la casa más suntuosa de cuantas había. Atravesó la cancela,
traspasó los muros y se detuvo junto al lecho del dueño de la
mansión, un hombre muy rico.
La muerte besó amorosamente su frente y se abrieron los
ojos del durmiente revelando su gran temor. Entonces habló su
sombrío corazón: “¿Qué quieres de mí, muerte horrible? Vete de
mis aposentos y no atormentes los años de mi tiempo ya ido”.
La muerte le contestó: “Alegra tu corazón, porque el
Salvador te ha elegido para gozar de su presencia”. Él replicó: “No,
apiádate de mí; aún prospera en mi sangre el hervor de la vida
y mis deseos están abiertos a los dones del amor. En mi lugar
te ofrezco tesoros más valiosos: esclavos, posesiones y mujeres;
toma cuanto quieras, incluso la princesa que duerme conmigo”.

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“No, le contestó la muerte; ellos tienen su momento
oportuno. Has sido tú el preferido para cambiar estos yermos
por los vergeles del paraíso; es necesario que aceptes la llamada
predilecta”.
“No, -replicó- aparta de mí esta agonía prematura,
crepúsculo anticipado de mi dicha; no puedo aceptar; en mi
lugar toma lo más preciado para mí: un hijito de corta edad;
tómalo y llévatelo también, pero no me atormentes más”.
La muerte, acostumbrada al llanto y al dolor, se
estremeció ante el egoísmo del elegido y, abandonando la
mansión, musitó: “No eres rico, sino inmensamente miserable”.
Y encomendó a los ángeles la ardua tarea de corregirlo.
Saliendo de las tinieblas de la noche se detuvo ante la
más humilde de las casas de un barrio pobre. Y de la mano del
crepúsculo entró en la única estancia de una casa donde dormía
un joven. Se contuvo ante él, besó su frente y se abrieron los
ojos del durmiente.
Entonces, el joven habló: “¡Oh, muerte amada; tantas
veces te invoqué disponiendo mi vida para ofrecerla en
holocausto; abrázame, volaré contigo al reino del Viviente.
Llévame y no me desdeñes!”
La muerte envolvió con sus alas el alma pura del joven y
la condujo a la divinidad.

13. EL HILO DE LA SALVACIÓN


Shamir, muerto y condenado al sufrimiento por sus
depravadas costumbres, había realizado solamente una acción
buena durante su vida anterior: paseando por el jardín de su
mansión reprimió el deseo de odiar a uno de sus deudores.
Como recompensa, el Dios misericordioso arrojó al lugar
donde Shamir lloraba un hilo largo de araña. Shamir lo tomó

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y constató que era una cuerda de plata muy fuerte por donde
podía ascender y liberarse del sufrimiento.
Y comenzó a subir lentamente, despacio, haciendo
grandes esfuerzos para no resbalar. Ilusionado por su fortuna
y viendo cerca la salvación, miró detrás para ver los distantes
infiernos; sorprendido, observó que tras él subía también una
multitud de personas.
En ese instante, el miedo se apoderó de su corazón y
la esperanza del éxito comenzó a dispersarse: el hilo no sería
lo suficientemente fuerte para aguantar el peso de tantas
personas.
Enojado, Shamir deseó la muerte para cuantos le seguían.
En ese preciso instante, el hilo de plata cedió exactamente por
encima de sus manos, y se precipitó al tenebroso abismo.

14. EL BIEN DEL JUSTO


Los sentimientos del justo se durmieron como semillas
sepultadas bajo la nieve cuando la plenitud de sus días
alcanzaron su término. Y el justo fue llevado por un ángel del
cielo para mostrarle su recompensa.
Le presentó decenas de almas salvadas gracias a sus
abundantes oraciones, centenares por sus sacrificios y millares
que disfrutaban del paraíso merced a su fervorosa caridad.
Su vida había pasado por los campos del mundo como
una brisa suave llevando el aliento del bien a los demás, y,
complacido, el justo miraba el fruto de sus obras. Sin embargo,
el ángel, mirándolo apenado le condujo a un rincón del infierno
donde se consumían varios miles de condenados.
“¿Quiénes son éstos?”, preguntó. “Son los que se habrían
salvado si tú hubieras hecho siempre lo que Dios te pedía”,
respondió el ángel.

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15. ATRAVESAR LA MONTAÑA
Al norte de las montañas de Hebail vivía un anciano
de amplias sienes y barba plateada por los avatares de la vida.
Su casa estaba rodeada por montañas de heladas cumbres, lo
que dificultaba enormemente entrar o salir de ella. Cierto día,
cansado de tantos obstáculos, reunió a toda su familia y le
propuso abrir en la montaña un camino hacia el sur, donde el
río bañaba los valles despoblados de una inmensa región.
Todos estuvieron de acuerdo; tan solo su mujer esbozó
una leve duda: “Sin la fuerza necesaria para desmontar un cerro,
¿cómo podremos mover esa montaña y dónde vaciaremos la
tierra?”. El anciano mostró sus manos y su voluntad, y con toda
la familia emprendió un trabajo insólito.
En el margen del río un campesino se burlaba de sus
esfuerzos, intentando disuadirlos con estas palabras: “¡Qué
absurdo, un anciano débil para arrancar un puñado de pasto
intentando remover tanto terreno!”.
El anciano contestó: “Aunque yo muera, quedarán mis
hijos, y los hijos de mis hijos; y, trabajando generación tras
generación, conseguiremos desmontar la montaña”.
Veinte años después, un espacioso sendero comunicaba
las frías tierras del norte con las fértiles vegas del sur. Esto
permitió el enriquecimiento de las regiones y muchas familias
prosperaron. El trabajo perseverante en lo pequeño produjo un
bien importante.

16. EL AVE FÉNIX


Mientras un artesano cincelaba el penacho y las patas
de un fénix, algunos vecinos se acercaron para criticar la obra,
considerando que era una escultura sin valor y que el autor
carecía de talento.

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Una vez terminado, el fénix lucía un maravilloso
penacho de color esmeralda que se erguía vaporosamente
sobre la cabeza; sus patas bermellones producían reflejos
deslumbrantes, y las plumas tornasoladas parecían hechas del
brocado que tejen las nubes en el crepúsculo.
Y al oprimir un resorte oculto, el pájaro sagrado alzó el
vuelo con poderoso batir de alas y voló sin descanso durante
cincuenta años. Cuando este período terminaba, el fénix se
quemaba por completo. Sin embargo, de sus cenizas resurgía
vigoroso para volver a volar durante otros cincuenta años. Y
cuantos habían criticado anteriormente al artesano no cesaban
ahora de elogiarlo.

17. LA ESPOSA EN EL TEJADO


El sultán de Balkh soñaba todas las noches con la
inmensidad de sus riquezas. Una vez escuchó ruidos en el tejado
de su alcoba y descubrió a un individuo caminando lentamente.
“¿Qué buscas sobre el tejado de mis aposentos?”,
preguntó el sultán. “He perdido a mi mujer, y la estoy buscando
aquí, sobre el tejado”, contestó el extraño. “Pero, ¿has perdido
el juicio para buscar a tu esposa en lo alto de mi tejado?”,
le recriminó el sultán. “Y tú, hombre negligente -respondió
el extraño-, ¿sentado en un trono de oro es como buscas al
Altísimo? ¿Acaso piensas que también en el Cielo dormirás
sobre un lecho de oro enjoyado?”.
Estas palabras invadieron el corazón del sultán de Balkh,
moviéndole a llevar una vida austera.

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18. EL AGUA DE LA ETERNA VIDA
Un rey muy poderoso conquistó la ciudad que custodiaba
el sagrado manantial de la eterna vida, para beber el precioso
don de la inmortalidad.
Una vez coronado rey, se acercó a la caverna del
manantial. Cuando se disponía a beber, una voz ronca
estremeció sus entrañas:
“¡Detente, no cometas el mismo error que yo!”. Era el
quejido de un cuervo horrendamente envejecido. “Mírame,
hace dos mil años bebí el agua de la eterna vida, y ahora, casi
ciego, sin uñas, con el pico roto y escasas plumas que me aíslan
del frío, mi único deseo es morir y no puedo”. El conquistador se
incorporó abandonando inmediatamente la caverna.

19. LA MUERTE
Un día cualquiera visitó al Maestro un anciano temeroso
que deseaba prolongar la brevedad de su vida, próxima ya al fin.
El Maestro había pronunciado muchos discursos sobre la muerte
y la vida, y en numerosas ocasiones enseñó la necesidad de la
inmortalidad; por otra parte, en las aldeas vecinas todo el mundo
conocía sus ocultos poderes para dilatar la existencia.
El anciano, rebosante de una egoísta esperanza le dijo:
“Maestro, tengo ochenta años y mi vida se apaga como la luz de
los campos cuando se cierne el crepúsculo; si tú pudieras limitar
esta angustia, te estaría profundamente agradecido”.
El Maestro respondió: “Eres joven todavía. Un proverbio
antiguo dice que la niñez perdura hasta los cincuenta años, y que
entre los sesenta y los ochenta es cuando hay que amar”. “Pues
entonces deseo vivir hasta los cien años”, replicó.

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“Tu deseo no es difícil de alcanzar; hasta los cien años
solo faltan veinte. Conseguiré que mueras exactamente el
primer día del año cien”, contestó el Maestro. “No, por favor, haz
que muera a los ciento cincuenta años”.
El Maestro le dijo: “Como tienes ahora ochenta años, has
vivido la mitad de tu deseo. Escalar una montaña exige muchos
esfuerzos y largo tiempo, descenderla es rápido; desde ahora,
tus setenta últimos años pasarán como un sueño”. Y el anciano
contestó: “No, por favor, no. Concédeme trescientos años de vida”.
“¡Qué pequeño es tu deseo! -comentó el Maestro-
¡Solamente trescientos años! Un proverbio de la época antigua
dice que las grullas viven mil años y diez mil las tortugas; si unos
animales pueden vivir tanto, ¿cómo es que siendo humano
no deseas vivir más que trescientos años?”. “Pues siendo así
las cosas, dijo el anciano, ¿hasta dónde alcanza tu poder para
mantenerme con vida?”.
Y el Maestro, con una voz que flotaba sobre el viento y se
depositaba como la verdad sobre cuantos escuchaban, sonrió:
“Lo que tú deseas es no morir; es una actitud impotente, que no
conduce al camino de la verdad. No obstante haré que todavía
permanezcas entre nosotros algún tiempo; pero tendrás que
visitarme cuantas veces sean necesarias”.
Así, el anciano recibió diariamente las enseñanzas del
Maestro, meditando sobre el auténtico sentido de la vida, abierta
con el sol del amanecer y disipada con el declinar del día. De esta
suerte fue llenando su alma de un amor divino que le preparó
para vivir largamente sin ninguna inquietud una vez que el breve
caminar por los campos del mundo hubiera tocado su fin.

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20. CAPACES DE VIVIR
La última mujer traía una mano herida. Fue a mostrarla
a su marido y este descubrió que aún permanecía clavada la
espina del conocimiento. Pero por más que intentaron sacarla no
lo consiguieron, porque estaba muy profunda y era complicada.
Entonces purificaron su conocimiento en la luz de la
verdad, e inmediatamente experimentaron el placer: era la
duda alejándose de la inteligencia del último hombre y el amor
purificándose en el corazón de su mujer.
Y cuando fueron a sacar la espina ya no había sangre y
todo estaba curado.

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