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No me imagino a muchos miembros de un grupo de

cazadores/recolectores con pensamientos de este tipo sobre las estrellas.


Quizás unos cuantos pensaron así a lo largo de las edades, pero nunca se
le
ocurrió todo esto a una misma persona. Sin embargo, las ideas
sofisticadas
son corrientes en comunidades de este tipo. Por ejemplo, los
bosquimanos
¡Kung
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del desierto de Kalahari, en Botswana, tienen una explicación
para la Vía Láctea, que en su latitud está a menudo encima de la cabeza.
Le
llaman el espinazo de la noche, como si el cielo fuera un gran animal
dentro
del cual vivimos nosotros. Su explicación hace que la Vía Láctea sea útil
y
al mismo tiempo comprensible. Los ¡Kung creen que la Vía Láctea
sostiene
la noche; que a no ser por la Vía Láctea, trozos de oscuridad caerían,
rompiéndose, a nuestros pies. Es una idea elegante.
Las metáforas de este tipo sobre fuegos celestiales de campamento o
espinazos galácticos fueron sustituidos más tarde en la mayoría de las
culturas humanas por otra idea: Los seres poderosos del cielo quedaron
promovidos a la categoría de dioses. Se les dieron nombres y parientes, y
se
les atribuyeron responsabilidades especiales por los servicios cósmicos
que
se esperaba que realizaran. Había un dios o diosa por cada motivo
humano
de preocupación. Los dioses hacían funcionar la naturaleza. Nada podía
suceder sin su intervención directa. Si ellos eran felices había abundancia
de comida, y los hombres eran felices. Pero si algo desagradaba a los
dioses
y a veces bastaba con muy poco las consecuencias eran terribles: sequías,
tempestades, guerras, terremotos, volcanes, epidemias. Había que
propiciar
a los dioses, y nació así una vasta industria de sacerdotes y de oráculos
para
que los dioses estuviesen menos enfadados. Pero los dioses eran
caprichosos y no se podía estar seguro de lo que irían a hacer. La
naturaleza
era un misterio. Era difícil comprender el mundo.
Poco queda del Heraion de la isla egea de Samos, una de las maravillas
del mundo antiguo, un gran templo dedicado a Hera, que había iniciado
su
carrera como diosa del cielo. Era la deidad patrona de Samos, y su papel
era
el mismo que el de Atenea en Atenas. Mucho más tarde se casó con
Zeus, el
jefe de los dioses olímpicos. Pasaron la luna de miel en Samos, según
cuentan las viejas historias. La religión griega explicaba aquella banda
difusa de luz en el cielo nocturno diciendo que era la leche de Hera que
le
salió a chorro de su pecho y atravesó el cielo, leyenda que originó el
nombre que los occidentales utilizamos todavía: la Vía Láctea. Quizás
originalmente representaba la noción importante de que el cielo nutre a la
Tierra; de ser esto cierto, el significado quedó olvidado hace miles de
años.
Casi todos nosotros descendemos de pueblos que respondieron a los
peligros de la existencia inventando historias sobre deidades
impredecibles
o malhumoradas. Durante mucho tiempo el instinto humano de entender
quedó frustrado por explicaciones religiosas fáciles, como en la antigua
Grecia, en la época de Homero, cuando, había dioses del cielo y de la
Tierra, la tormenta, los océanos y el mundo subterráneo, el fuego y el
tiempo y el amor y la guerra; cuando cada árbol y cada prado tenía su
dríada y su ménade.
Los platónicos y sus sucesores cristianos sostenían la idea peculiar de
que la Tierra estaba viciada y de que era en cierto modo repugnante
mientras que los cielos eran perfectos y divinos. La idea fundamental de
que la Tierra es un planeta, de que somos ciudadanos del universo, fue
rechazada y olvidada. Aristarco fue el primero en sostener esta idea.
Aristarco, nacido en Samos tres siglos después de Pitágoras, fue uno de
los
últimos científicos jonios. En su época el centro de la ilustración
intelectual
se había desplazado a la gran Biblioteca de Alejandría. Aristarco fue la
primera persona que afirmó que el centro del sistema planetario está en el
Sol y no en la Tierra, que todos los planetas giran alrededor del Sol y no
de
la Tierra. Es típico que sus escritos sobre esta cuestión se hayan perdido.
Dedujo a partir del tamaño de la sombra de la Tierra sobre la Luna
durante
un eclipse lunar que el Sol tenía que ser mucho mayor que la Tierra y
que
además tenía que estar a una distancia muy grande. Quizás esto le hizo
pensar que era absurdo que un cuerpo tan grande como el Sol girara
alrededor de un cuerpo tan pequeño como la Tierra. Puso al Sol en el
centro, hizo que la Tierra girara sobre su eje una vez al día y que orbitara
el
Sol una vez al año.
Esta es la misma idea que asociamos con el nombre de Copérnico, a
quien Galileo llamó restaurador y confirmador, no inventor, de la
hipótesis
heliocéntrica.
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Durante la mayor parte de los 1800 años que separan a
Aristarco de Copérnico nadie conoció la disposición correcta de los
planetas, a pesar de haber sido expuesta de modo perfectamente claro en
el
280 a. de C. La idea escandalizó a algunos de los contemporáneos de
Aristarco. Hubo gritos, como los dedicados a Anaxágoras, a Bruno y a
Galileo, pidiendo que se les condenara por impiedad. La resistencia
contra
Aristarco y Copérnico, una especie de egocentrismo en la vida diaria,
continúa vivo entre nosotros: todavía decimos que el Sol se levanta y que
el

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