denominada mosaico del tabaco. Demostró que la savia de una planta enferma podía transmitir la enfermedad a una planta sana, pero también demostró que lo hacía aún haciéndola pasar por un filtro bacteriológico. La causa de la enfermedad, pues, era lo suficientemente pequeña para atravesar los poros de porcelana. Observaciones similares realizó de forma independiente el holandés Martinus Beijerinck. El mismo año Loeffler junto con Paul Frosch, descubrió que la fiebre aftosa o glosopeda estaba causada por un virus que atravesaba filtros bacteriológicos. Por tanto, las enfermedades de este tipo podían afectar tanto a plantas como a animales. Loeffler y Frosch llegaron a la conclusión de que el agente infeccioso podía reproducirse en los animales infectados, descartándose de esta manera la posibilidad de que se tratara de una toxina, y concluyeron que se trataba de un microbio muy pequeño.
2. Continuamos con Reed que su mayor contribución fue resultado de sus
trabajos en 1900 como director de una comisión que debía estudiar las causas y transmisión de la fiebre amarilla en Cuba. En 1881, el médico cubano Carlos Finlay había propuesto la teoría de que el vector transmisor de la enfermedad era el mosquito Aedes aegypti. Walter Reed confirmó de forma concluyente esa teoría, ya que tras muchas investigaciones y experimentos realizados en soldados voluntarios, demostró en 1901 que la fiebre amarilla solo se propaga por medio de la picadura del mosquito Aedes. No existe tratamiento conocido para la fiebre amarilla. En 1937, el médico sudafricano Max Theiler desarrolló una vacuna que confiere inmunidad ante la enfermedad. En la actualidad, sigue siendo necesaria la vacunación para todas las personas que viajan a zonas endémicas en esta enfermedad y otras partes del mundo.
3. El primer investigador que incursionó en el campo del cáncer en una
forma meticulosa y con un enfoque revolucionario fue Francis Rous. Este investigador inició los primeros estudios sobre un tumor maligno del tipo de los sarcomas y que ahora lleva su nombre, el sarcoma de Rous. Lo detectó gracias a que un granjero le trajo a su laboratorio una gallina que tenía un tumor en el pecho. Desde un principio, Rous tuvo buen éxito en trasplantar el sarcoma en forma seriada a nuevos individuos, de tal modo, que fue el primero en trasplantar tumores en aves pero siempre que pertenecieran a un “grupo de raza pura”. Esto contribuyó a que se tomara en cuenta el empleo de animales de laboratorio homogéneos para el estudio del cáncer. 4. Alexis Carrel cultivó fibroblastos (células de tejido conjuntivo) procedentes de embriones de pollo, alimentándolos con suero y otros nutrientes. Logró mantenerlos en vida durante 34 años, mucho más de lo que vive una gallina. Carrel anunció que las células animales así cultivadas se dividían ilimitadamente, por lo que eran potencialmente inmortales, como las bacterias. Sin embargo, cuando Leonard Hayflick trató de reproducir sus experimentos bajo condiciones más estrictas de control, se encontró con que las células de embrión de pollo se dividían sólo 25 veces, tras lo cual se morían. El suero de pollo con que Carrel alimentaba sus cultivos no estaba bien filtrado y contenía nuevas células de embrión, que rejuvenecían el cultivo. Eliminada esta aportación externa de nuevas células, todas las del cultivo alcanzaban pronto su límite de 25 divisiones y morían. Repetido el experimento con fibroblastos de embriones humanos, se dividen 50 veces y luego se mueren también. En general, cada especie animal tiene un número característico de divisiones celulares tras el que sus células se suicidan.
5. En 1915, el inglés Frederick Twort publicó un artículo en la revista
médica The Lancet, en el cual describió un curioso fenómeno observado en ciertos cultivos de micrococos bacterianos que después de incubaciones prolongadas desarrollaban regiones transparentes, las cuales examinadas al microscopio mostraban la ausencia de células bacterianas y la presencia de minúsculos gránulos cristalinos. El material cristalino podía ser pasado por filtros de porcelana y una gota de ese filtrado era suficiente para destruir un nuevo cultivo de micrococos. Twort sugirió que el fenómeno podía ser explicado por la existencia de un virus bacteriano o por la producción de una enzima bacteriana capaz de degradar a las propias bacterias.
6. En 1933, los investigadores británicos Wilson Smith, Christopher
Andrews, y Patrick Laidlaw fueron capaces de transmitir influenza a los hurones, y el virus de la gripe se adaptó posteriormente a los ratones. En 1941, el científico americano George Hirst encontró que el virus de la gripe crecido en los tejidos del embrión de pollo podría ser detectado por su capacidad de aglutinar (reunir) los glóbulos rojos.
7. La fiebre amarilla es una enfermedad que solía ser bastante común y se
cobró muchas vidas en los trópicos. Max Theiler tuvo éxito en la transmisión del virus a los ratones, lo que allanó el camino para una mayor investigación en profundidad. Cuando el virus se transmite entre los ratones, se obtuvo una forma debilitada del virus que podría hacer a los simios inmune. En 1937 Max Theiler tuvo éxito en la obtención de una variante aún más débil del virus. Esta variante, 17D, llegó a ser utilizado como una vacuna humana.