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MANUAL
DE DERECHO PENAL
CHILENO
PARTE gENERAL
Límites, presupuestos y consecuencias
de la responsablidad penal en un sistema acusatorio
tirant lo blanch
Valencia, 2019
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ISBN: 978-84-1313-180-1
MAQUETA: Innovatext
Índice
PRIMERA PARTE
LÍMITES CONSTITUCIONALES DEL DERECHO PENAL
Capítulo 1
CONCEPTO y fUENTES DEL DERECHO PENAL
§ 1. CONCEPTO ..................................................................................................... 31
A. Concepto normativo ................................................................................... 31
B. La pena como su carácter distintivo ........................................................... 32
C. El Derecho Penal como rama del Derecho Público ...................................... 33
D. Derecho Penal, Derecho Procesal Penal y de Ejecución Penitenciaria ........... 34
E. Derecho Penal nacional y Derecho Penal Internacional .............................. 35
F. Dogmática o doctrina penal y otras disciplinas relativas al Derecho Penal .. 36
a) Dogmática o doctrina penal ................................................................. 36
b) Medicina legal y criminalística ............................................................. 37
c) Criminología y política criminal ........................................................... 37
§ 2. FUENTES ......................................................................................................... 38
A. La ley, única fuente inmediata del Derecho Penal (nullum crimen, nulla poe-
na sine lege) ................................................................................................ 38
a) Los límites del lenguaje natural y la indeterminación relativa de las
leyes penales ......................................................................................... 40
B. Fuentes mediatas en la interpretación y aplicación de la ley penal ............... 41
C. La costumbre de los pueblos originarios como fundamento de una defensa
cultural en el Derecho Penal chileno ............................................................ 42
D. Reglas y principios en el Derecho Penal ...................................................... 45
E. Ley y normas penales .................................................................................. 46
Capítulo 2
CRITERIOS DE LEgITIMACIóN DEL DERECHO PENAL
EN gENERAL y DE LAS SANCIONES PENALES EN PARTICULAR
8 Índice
Capítulo 3
INTERPRETACIóN DE LA LEy PENAL
Capítulo 4
DEfENSAS CONSTITUCIONALES
Índice 9
10 Índice
SEgUNDA PARTE
LÍMITES JURISDICCIONALES DEL DERECHO PENAL
Capítulo 5
DEfENSAS JURISDICCIONALES
Índice 11
Capítulo 6
COLAbORACIóN INTERNACIONAL EN MATERIAS PENALES
TERCERA PARTE
LÍMITES POLÍTICO-CRIMINALES DEL DERECHO PENAL
Capítulo 7
DEfENSAS NO ExCULPATORIAS
12 Índice
CUARTA PARTE
PRESUPUESTOS DE LA RESPONSAbILIDAD PENAL
Capítulo 8
CONSIDERACIONES PREvIAS
Capítulo 9
RESPONSAbILIDAD POR AUTORÍA INDIvIDUAL DE DELITO CONSUMADO
Índice 13
c)
Teoría de la imputación objetiva. Defensas que excluyen la responsabi-
lidad penal por la causación natural de resultados ............................... 182
1) Prohibición de regreso. Intervención independiente de terceros y de
la propia víctima ........................................................................... 183
2) Resultados extraordinarios (causas desconocidas) ......................... 184
3) Resultado retardado....................................................................... 185
4) Caso fortuito.................................................................................. 185
B. Tipicidad en la omisión ............................................................................... 185
a) Delitos de omisión propia..................................................................... 185
b) Delitos de omisión impropia ................................................................. 186
§ 2. PRUEBA DE LA PARTICIPACIÓN CULPABLE A TÍTULO DE AUTOR (CUL-
PABILIDAD) ...................................................................................................... 189
A. Autoría como forma de participación culpable y su prueba ......................... 189
B. Culpabilidad en los delitos dolosos ............................................................ 190
a) Dolo. Elementos y clasificación. Dolo eventual ..................................... 190
b) Error de tipo como defensa basada en la falta de conocimiento ........... 193
c) Errores que no excluyen el dolo............................................................ 194
1) Ignorancia deliberada..................................................................... 194
2) Error accidental ............................................................................ 195
2.a) Error en el objeto y en la persona ......................................... 195
2.b) Error en el curso causal ........................................................ 196
3) El error en la persona, según el CP ................................................. 196
d) Defensas en casos especiales de error: transformación del hecho doloso
en culposo ............................................................................................ 197
1) Dolo de Weber ............................................................................... 197
2) Aberratio ictus o error en el golpe .................................................. 197
3) Preterintención ............................................................................... 198
C. Culpabilidad en los delitos culposos (cuasidelitos) ...................................... 199
a) Concepto y carácter excepcional de su sanción ..................................... 199
b) Los cuasidelitos en el Código penal ...................................................... 202
c) El nexo causal y la defensa de falta de imputación objetiva en los cua-
sidelitos de resultado ............................................................................ 204
D. Conocimiento de la ilicitud y error de prohibición ..................................... 205
E. Acciones libres en su causa (actio liberae in causa) ...................................... 207
§ 3. PRUEBA DE LA PARTICIPACIÓN CULPABLE A TÍTULO DE AUTOR ME-
DIATO ............................................................................................................... 208
A. Autoría mediata por medio de violencia o intimidación .............................. 209
B. Autoría mediata por medio de engaño ........................................................ 210
a) El intermediario (“instrumento”) actúa bajo error de tipo .................... 210
b) El intermediario (“instrumento”) realiza una conducta que cree lícita .. 210
c) El intermediario (“instrumento”) actúa bajo error de prohibición ........ 211
d) El intermediario (“instrumento”) realiza un hecho del que es personal-
mente responsable, pero actúa motivado por un error irrelevante ........ 211
C. Autoría mediata por medio de prevalimiento .............................................. 212
a) Prevalimiento de inimputables .............................................................. 212
b) Prevalimiento de órdenes de servicio .................................................... 212
c) Prevalimiento de situaciones de subordinación y dependencia .............. 213
d) Prevalimiento de un aparato organizado de poder ................................ 214
14 Índice
Capítulo 10
RESPONSAbILIDAD A TÍTULO DE AUTOR INDIvIDUAL
POR DELITOS NO CONSUMADOS (ItEr crIMINIS)
Capítulo 11
RESPONSAbILIDAD INDIvIDUAL EN HECHOS COLECTIvOS
Índice 15
Capítulo 12
RESPONSAbILIDAD POR HECHOS AJENOS
Capítulo 13
DEfENSAS POSITIvAS bASADAS EN LA fALTA
DE ANTIJURIDICIDAD DEL HECHO
16 Índice
Capítulo 14
DEfENSAS POSITIvAS bASADAS EN LA fALTA
DE CULPAbILIDAD DEL ACUSADO
Índice 17
Capítulo 15
DEfENSAS INCOMPLETAS
18 Índice
QUINTA PARTE
DETERMINACIóN y EJECUCIóN DE LAS PENAS
Capítulo 16
DETERMINACIóN DE LA PENA
Índice 19
20 Índice
Índice 21
Capítulo 17
EJECUCIóN DE LAS PENAS PRIvATIvAS DE LIbERTAD
22 Índice
Esta obra pretende servir como herramienta de estudio y de trabajo para alum-
nos, jueces, fiscales, querellantes y defensores en el sistema penal chileno, cuyas
principales transformaciones en las últimas tres décadas han sido, en primer lugar,
el paso de un sistema de reglas cuyo fundamento se establecía en ideas acerca del
hombre, la sociedad y la función del derecho ajenas a la legislación, a uno referido
al ordenamiento constitucional como único fundamento y límite de las disposi-
ciones penales con capacidad de invalidar aquellas que transgreden las garantías
y derechos constitucionalmente reconocidos; y, en segundo término, el paso de un
sistema inquisitivo de persecución penal, basado en la investigación judicial de los
presupuestos de la responsabilidad penal, a uno de carácter acusatorio, donde el
tribunal debe decidir, como tercero imparcial, acerca de la responsabilidad de los
acusados con base a las pruebas presentadas por la acusación y la defensa.
A ello se suman profusas reformas y novedades en la parte especial del Có-
digo Penal y en las leyes especiales, para adaptar nuestra legislación a los trata-
dos internacionales y a los cambios sociales, y radicales transformaciones en el
sistema de penas y de responsabilidad penal, incluyendo la introducción de un
sistema penal diferenciado para menores de edad (Ley 20084), penas sustitutivas
no privativas de libertad para adultos (Ley 20603), responsabilidad penal de las
personas jurídicas (Ley 20393), y un sistema de imputación diferenciado para
crímenes de genocidio, lesa humanidad y de guerra (Ley 20357), por mencionar
las principales de ellas.
Lo anterior ha impuesto la necesidad de un trabajo de reelaboración de los
textos contenidos en nuestras Lecciones de Derecho Penal (2004), y en los Fun-
damentos y límites constitucionales del Derecho Penal (2015), actualizando su
estructura y contenidos a las exigencias de los cambios normativos y sociales
reseñados y, también, a los requerimientos de los cursos semestrales de Derecho
Penal I y II de la Universidad de Chile. Ello ha significado, además, que el lector
interesado en ciertas materias, como el desarrollo histórico del Derecho Penal,
deberá recurrir a nuestras otras obras especialmente dedicadas a ellas (Evolución
histórica de la doctrina penal chilena, desde 1874 hasta nuestros días (2011); y
¿Hacia un Nuevo Código Penal?: evolución histórica de la legislación penal chi-
lena desde 1810 hasta nuestros días (2015)). En cuanto al Derecho Penal Juvenil,
cuyo estudio no es parte del curso de Derecho Penal regular, en esta obra sólo se
harán referencias mínimas. Para efectos de facilitar la lectura, se han omitido las
Abreviaturas
26 Abreviaturas
DS Decreto Supremo
DUDH Declaración Universal de Derechos Humanos
Etcheberry Etcheberry Alfredo, Derecho Penal, 3.ª Ed., 4 T.,
Santiago, 1998
Etcheberry DPJ Etcheberry Alfredo, El Derecho Penal en la Jurispru-
dencia, 4 T., Santiago, 1987
fuenzalida Fuenzalida, Alejandro, Concordancias y comentarios
del Código penal chileno, 3 T., Lima, 1883
garrido Garrido Montt, Mario, Derecho penal, 4 T., Santia-
go, 1997–2010
gJ Gaceta Jurídica
Jescheck / Weigend Jescheck, Heinz– Heinrich; Weigend, Thomas, Trata-
do de Derecho Penal, Parte General, 5ª Ed., Grana-
da, 2002
Jiménez De Asúa Jiménez de Asúa Luis, Tratado de Derecho Penal,
Buenos Aires, 1950–1971 (7 tomos)
Labatut/Zenteno Labatut Glena, Gustavo y Zenteno Vargas, Julio, De-
recho Penal. Parte General, 7ª Ed., Santiago, 1990
Liszt Liszt, Franz v., Tratado de derecho penal, 20ª ed.,
Madrid, ca. 1917
Novoa Novoa Monreal, Eduardo, Curso de Derecho Penal
chileno. Parte General, T. I y II, 3ª Ed., Santiago,
2005
Pacheco Pacheco, Joaquín Francisco, El Código Penal concor-
dado y comentado. 3ª Ed., Madrid, 2000
PIDCP Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
Politoff Politoff, Sergio, Derecho Penal, T. I, 2ª Ed., Santiago,
2001
Politoff/bustos/grisolía Politoff, Sergio, Bustos, Juan y Grisolía, Francisco,
Derecho Penal chileno. Parte Especial. Delitos contra
el individuo en sus condiciones físicas, 2ª Ed., Santia-
go, 2001
Politoff Politoff, Sergio, Los actos preparatorios del delito.
Tentativa y frustración. Estudio de dogmática penal
y Derecho Penal comparado, Santiago, 1999
RChDPCP Revista Chilena de Derecho y Ciencias Penales
Abreviaturas 27
PRIMERA PARTE
LÍMITES
CONSTITUCIONALES
DEL DERECHO PENAL
Capítulo 1
Concepto y fuentes del Derecho Penal
§ 1. CONCEPTO
A. concepto normativo
Normativamente, el Derecho Penal es el conjunto de expresiones lingüísticas
inscritas en las normas, disposiciones o leyes que cada ordenamiento jurídico
califica como penales, en Chile, aquellas expresiones lingüísticas que describen
conductas cuyas consecuencias jurídicas son algunas de las penas y medidas de se-
guridad indicadas en el Art. 21 (presidio, reclusión, prisión, destierro, relegación,
extrañamiento, confinamiento, inhabilitaciones para el ejercicio de cargos, profe-
siones o derechos, comiso y multa) que sean de jurisdicción de los tribunales com-
petentes en el orden penal, y aquellas que sancionan conductas con consecuencias
no comprendidas en dicha disposición, pero que son de competencia exclusiva de
los tribunales del orden penal.
También pertenecen al Derecho Penal las expresiones lingüísticas que extienden
el ámbito de lo punible mediante una generalización de las condiciones que ordenan
imponer una pena en ciertos casos en los cuales las conductas punibles no se pre-
sentan completamente en la realidad con todas sus propiedades, sino con algunas
de ellas. Así, el Art. 7 comienza por declarar “punibles” “no sólo el crimen o simple
delito consumado, sino el frustrado y la tentativa”, y agrega, en su inciso final:
“Hay tentativa cuando el culpable da principio a la ejecución del crimen o simple
delito por hechos directos, pero faltan uno o más para su complemento”. Y el Art.
2 señala: “Las acciones u omisiones que cometidas con dolo o malicia importarían
un delito, constituyen un cuasidelito si sólo hay culpa en el que las comete”.
Hay otra clase de disposiciones legales que contemplan generalizaciones que no
sólo amplían el ámbito de lo punible, sino también lo delimitan, al determinar quié-
nes y bajo qué condiciones han de considerarse responsables de los delitos, como las
definiciones de autor, cómplice y encubridor de los Arts. 14 a 17 y las que establecen
los requisitos para sostener la responsabilidad penal de las personas jurídicas en los
casos que allí se indica (Arts. 3 y 5 de la Ley 20393, en relación con su Art. 1).
Existen, además, disposiciones que generalizan las condiciones en que, según
su texto, no se debe imponer sanción penal, a pesar de que un caso pueda, de algu-
na manera, describirse como uno de los comprendidos en los grupos de casos que
y defensa (Art. 232 CPP); los acuerdos reparatorios entre víctimas e imputados
(Art. 241 CPP); el procedimiento simplificado con admisión de responsabilidad
(Art. 395 CPP) y el abreviado (art. 406 CPP); y hasta la aplicación del principio de
oportunidad, a sola discreción del fiscal en los casos que procede (Art. 170 CPP).
Por otra parte, subsisten en algunos sistemas, como el chileno, delitos de acción
privada (injuria o la calumnia contra personas privadas o la provocación a duelo),
en que la acción penal sólo puede ser puesta en movimiento por el ofendido o su
representante legal (Art. 55 CPP); y de acción pública previa instancia particular
(lesiones menos graves, violación de domicilio, delitos contra la propiedad inte-
lectual, entre otros, Art. 54 CPP), que permanecen como anomalías dentro de la
idea del carácter oficial o público de esta rama del Derecho.
§ 2. fUENTES
A. La ley, única fuente inmediata del Derecho Penal (nullum crimen, nu-
lla poena sine lege)
De conformidad con el ordenamiento jurídico vigente en la mayor parte de
las sociedades occidentales, la fuente inmediata y directa de creación del Derecho
pues “si bien las palabras no son como cristales tampoco son como baúles de
viaje, no podemos poner en ellas todo lo que queramos” (Radin, M. (1930), “Sta-
tutory Interpretation”, Harvard Law Review, 43, 866).
función de entregar razones para adoptar una decisión que no sería posible con la
sola aplicación automática de las reglas, como propone Dworkin ((1977) “Is Law
a System of Rules?”, The Philosophy of Law. Oxford Readings in Philosophy,
Oxford, 38).
Capítulo 2
Criterios de legitimación del Derecho Penal
en general y de las sanciones penales en particular
co, otro del Estado de Bienestar, uno neoliberal e, incluso, un Derecho Penal de los
regímenes totalitarios del siglo XX y el propio de las dictaduras latinoamericanas
de los años 1970, todos legítimos según el criterio de legitimidad de los gobernan-
tes de turno (e ilegítimo según sus detractores).
Es por ello que en esta obra se adopta un punto de partida más modesto e his-
tóricamente condicionado a la existencia de una sociedad democrática inmersa,
además, en una comunidad de naciones que acepta como único criterio legitima-
dor del ejercicio de la soberanía nacional el respeto de los derechos y garantías
contemplados en la Constitución y los Tratados Internacionales sobre Derechos
Humanos, y, por tanto, una sociedad cuyos gobernantes se encuentran normati-
vamente limitados en el ámbito de sus potestades regulativas por dichos derechos
y garantías.
De allí se derivan los dos principios fundamentales cuyo respeto asegura la
legitimidad normativa de una conminación penal: el de legalidad y el de reserva.
El primero legitima positiva y normativamente la forma de creación y aplicación
del Derecho Penal, subordinando al legislador democrático el resto de los poderes
del Estado. El segundo, establece un límite negativo a dicho legislador (y también
al resto de los poderes del Estado), subordinándolos normativamente al respeto a
los derechos y garantías constitucionales y a las contempladas en los Tratados de
Derechos Humanos.
los valores del acto y final de la acción, ella tiene como consecuencia, en pa-
labras del propio Welzel, la negación del principio de legalidad como criterio
delimitador de la acción del Estado y la judicatura, pues entendía que la “mera”
formulación o formalidad legal no era suficiente para captar esos valores y el
modo en que se haría necesaria su protección. Por eso aprobó categóricamente
la introducción de la cláusula de aplicación analógica del Derecho Penal por el
régimen Nazi conforme “al sano sentimiento del pueblo alemán”, pues ella per-
mitiría aplicar el Derecho Penal, sin limitaciones positivas, a quienes infringieran
su “contenido material”, esto es, “los valores de acto de la recta conciencia que se
encuentran detrás de las normas del Derecho Penal”, entre los cuales menciona,
en primer lugar, “la fidelidad al pueblo, al Reich, a la Führung” y “la obediencia
al poder estatal” (Welzel, H. (1944), “Über den substantiellen Begriff des Strafre-
chts”, Festschrift für Kohlrausch, Berlin, 108). Además, en la tercera edición de
su manual para estudiantes, aparecida también en 1944, valoraba positivamente
las restantes reformas nacionalsocialistas, afirmando que “a pesar de que el StGB
se ha mantenido inalterado en su gran parte, las modificaciones legales del Tercer
Reich lo han llevado en un nuevo nivel. Entre ellas se cuentan: a) la eliminación
de limitaciones liberales, especialmente de la estricta vinculación del juez a la
ley, la reordenación y revaloración de los delitos de traición y el aumento de la
penalidad en numerosos delitos; b) la complementación de las penas con medi-
das de seguridad y reeducación; c) el cambio del acento en el concepto de delito,
pasando desde el resultado al lado de la voluntad y la conciencia, la derogación
de la atenuación obligatoria en la tentativa y la complicidad (una exigencia del
“Derecho Penal de la voluntad”), la introducción de “momentos de la conciencia”
en la construcción de delitos, como en el caso del § 211 StGB. Así, la valoración
del autor se considera en primer plano frente a la del hecho externo (lo que se
denomina muchas veces como Derecho Penal de autor)” (Welzel, H. (1944), Das
deutsche Strafrecht in seinen Gründzugen, 3ª Ed., Berlín, 11).
tendrán los que mandan”. En este contexto, el derecho penal se presentaría como
“la rama del saber jurídico que, mediante la interpretación de las leyes penales,
propone a los jueces un sistema orientador de decisiones que contiene y reduce el
poder punitivo, para impulsar el progreso del estado constitucional de derecho”;
y su enseñanza y difusión como “un programa de lucha por el reforzamiento del
poder jurídico de acotamiento o supresión del castigo como hecho irracional de
la política” (Zaffaroni, R. (2006), Manual de Derecho Penal, Parte General, 2ª ed.,
Buenos Aires, 2006, 3ss.).
A pesar del encanto que este planteamiento produce en muchos juristas la-
tinoamericanos, sobre todo “de izquierda”, lo cierto es que resulta difícil sos-
tenerlo sin aceptar una concepción completamente neoliberal de la sociedad,
que procure el retiro del Estado de todos los asuntos relevantes, y al mismo
tiempo, ingenua y bienintencionada, suponiendo que al restituir a las supues-
tas víctimas los conflictos que existan éstos no se resolverán con el recurso a
la violencia y al poder del dinero y la posición social. También olvida que hay
diferencias entre el Estado democráticamente organizado y los regímenes dic-
tatoriales y totalitarios del siglo XX, pues donde haya democracia y rijan di-
recta o indirectamente los Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos,
no puede afirmarse al mismo tiempo que hay un estado policial, por el solo
hecho de que exista derecho penal y el sistema organizado que lo hace ope-
rativo, caso en el cual debería sostenerse que el Estado de Derecho no existe
siquiera en las mejor organizadas democracias occidentales, del mismo modo
que no existía en las dictaduras latinoamericanas de los años 1960-1990 y en
los regímenes nazi y bolchevique.
a las mismas limitaciones: una pena que solo asegure al condenado sin ofrecer
tratamientos o formas de ejecución orientadas o que consista en su aseguramiento
a través de su incapacitación corporal, será ilegítima. Del mismo modo, tampoco
será legítima la disuasión intentada sancionando con penas que no estén orienta-
das a la reintegración social.
c. teorías divergentes
Traspasado el umbral de la constatación de las funciones normativas y em-
píricas de las penas, y particularmente de las privativas de libertad, la discusión
acerca de otras finalidades y funciones de las penas es política criminal, cuyas
pretensiones basadas en teorizaciones filosóficas, sociológicas o criminológicas de
diferente origen no constituyen argumentos para la discusión normativa acerca de
los límites de la soberanía democrática en la materia.
Capítulo 3
Interpretación de la ley penal
§ 1. CONCEPTO y fUENTES
Interpretar la ley es ofrecer proposiciones de lege lata acerca de su sentido y
alcance en un sistema en que ella guarde la debida correspondencia y armonía con
el resto de la legislación vigente, con el objetivo de facilitar su segura y previsible
aplicación, dando soluciones semejantes a casos parecidos. En Derecho Penal,
las garantías de los principios de legalidad y reserva (Arts. 19 Nº 3, Inc. 8 y Nº
26) limitan la actividad del intérprete en dos sentidos objetivos: por una parte, la
interpretación está limitada a las posibilidades lingüísticas que ofrece el sentido
literal posible de la ley; y por otra, las proposiciones que se ofrezcan no pueden
suponer hacer absolutamente imposible el ejercicio de los derechos fundamentales
ni contradecir prohibiciones y limitaciones expresas de la Constitución y de los
Tratados Internacionales en materia de Derechos Humanos vigentes.
En cuanto a sus fuentes, se distingue entre interpretación auténtica (realizada
por el propio legislador), oficial (realizada por los jueces al momento de aplicar
el Derecho), y doctrinal (realizada por los estudiosos del Derecho y los abogados
ante los tribunales de justicia). En los sistemas acusatorios, la interpretación de
fiscales y policías también puede considerarse como oficial cuando supone no dar
curso a una investigación o acusación por entender que los hechos no son cons-
titutivos de delito o que el imputado no es responsable de los mismos, y dicha
decisión no está sujeta a revisión judicial.
Salvo para el legislador, se trata de una labor ineludible para los intervinientes
y estudiosos del sistema de justicia criminal, pues no es posible la aplicación del
Derecho sin su interpretación: por ejemplo, el Art. 432 CP castiga al que “sin la
voluntad de su dueño y con ánimo de lucrarse se apropia cosa mueble ajena”.
¿Es aplicable esa disposición a la sustracción de restos humanos o vale para ese
caso únicamente la norma que castiga la exhumación ilegal de Art. 322 CP?, ¿es
ajeno un banco de una plaza pública?, etc. Así, puesto que la ley está escrita con
palabras, por evidentes que éstas parezcan en el lenguaje común, siempre suscita-
rán preguntas al intérprete derivadas de la propia estructura del lenguaje, cuyos
referidos contemplan siempre zonas de indeterminación, y que, además, deben
adecuarse al contexto de la situación a que deban aplicarse: ¿Puede tomarse en
cuenta la circunstancia agravante de cometerse el delito de noche (Art. 12, Nº 12
CP) si el lugar estaba iluminado y concurrido o si, por su índole (p. ej., falsifica-
ción de documento) el hecho de la nocturnidad era indiferente?; ¿Cabe subsumir
en la figura legal del Art. 314 CP, que castiga al que “expendiera substancias pe-
ligrosas para la salud”, al que venda leche mezclada con agua, inocua en sí, pero
cuyo valor alimenticio aparece afectado?, etc.
En el caso del dogmático o estudioso del derecho, al realizar esta tarea, se
ofrece una propuesta de reconstrucción del significado semántico de la disposi-
ción interpretada (su sentido locucionario), esto es una propuesta acerca de su
sentido y alcance. Pero, al ser una propuesta, dicha interpretación tiene también
un sentido pragmático o ilocucionario, esto es, pretende convencer al resto de la
comunidad y, especialmente a quienes son competentes para adoptar decisiones
vinculantes (los jueces) de que el sentido que se propone es el que corresponde
al ámbito semántico del texto de la disposición interpretada. La interpretación
doctrinal opera, en este sentido, en el ámbito de la retórica, esto es, aquel donde
“deliberamos sobre lo que parece resolverse de dos modos” o, en general, “de un
modo diferente” (Aristóteles (2000), Retórica, Madrid, 49). En el caso de los jue-
ces, su interpretación o la que hagan suya de entre las propuestas por la doctrina
privada, servirá para la concreta calificación de un hecho como delito o no y para
determinar la clase y medida de la sanción que le correspondería en el primer caso
(el sentido perlocucionario de la disposición interpretada).
La interpretación auténtica o legal puede realizarse de dos modos: a través
de una ley interpretativa posterior o mediante alguna definición o limitación del
alcance de una ley o norma dictada simultáneamente (p. ej., el Art. 12 Nº 1, que
define la alevosía; el Art. 260, que señala a quiénes debe considerarse empleados
públicos; el Art. 275 que define las loterías; o el Art. 440 Nº 1, que dice cuándo
hay escalamiento en los delitos de robo). En ambos casos, se encuentra sometida a
las limitaciones constitucionales que imponen restringir su efecto retroactivo sólo
cuando dicha interpretación sea más favorable para el imputado o condenado.
sucede con los llamados inmuebles por destinación del Art. 570 CC, que para el
derecho penal son siempre cosas muebles), los conceptos y definiciones del resto
del ordenamiento jurídico han de prevalecer en la interpretación de la ley penal:
Quien es miembro del Congreso Nacional para el Derecho Constitucional lo es
también para aplicar lo dispuesto en el Art. 267 CP; las referencias a grados de
parentesco del Art. 390 CP, la prueba del depósito a que hace referencia el inciso
segundo del Art. 470 Nº 1 CP, y la cuantía de las indemnizaciones por el daño
producido al cometerse un delito deben remitirse a las disposiciones del Código
Civil; qué sea un seguro, según el Nº 10 del Art. 470 CP es materia regulada por
el Código de Comercio, etc. Este es el principio de accesoriedad conceptual.
Lo anterior vale también para los casos legítimos de legislación delegada o
accesoriedad normativa, como sucede característicamente con las leyes penales en
blanco, cuyo contenido se complementa con normas de carácter reglamentario,
como sucede con la Ley 20000, que entrega la precisión de la determinación de
las drogas prohibidas a un reglamento (DS 867 de 2007).
106s., “parece claro que debemos llegar sólo a determinados principios muy genera-
les, y con toda certeza formalistas, esto es, a ciertas valoraciones sociales que inspiran
los fundamentos de nuestra organización jurídica”, y estos principios sólo tendrían
un carácter supletorio en la interpretación del Derecho Penal. En nuestra opinión, el
espíritu general de la legislación debe considerar no sólo principios derivados de la
legislación común, sino también los que se comprenden en las Convenciones y Trata-
dos internacionales que han servido de fundamento para el establecimiento de ciertas
regulaciones específicas o su modificación y, por cierto, los constitucionales y los que
se derivan de los Tratados de Derechos Humanos que limitan la soberanía nacional.
Pero, como advierte el Código Civil, el recurso a los principios generales de la legis-
lación sólo parece tener sentido cuando no puede llegarse a una decisión adecuada
siguiendo las reglas antes estudiadas, esto es, con carácter subsidiario.
Esto significa que operan para decidir entre distintas propuestas normativas
correspondientes con el sentido literal posible de la norma interpretada, e igual-
mente justificables según los restantes argumentos delimitadores, de modo que
sea necesario argumentar todavía más para explicitar la razón de la preferencia
por la proposición que en definitiva se ofrece al que debe decidir o éste adopta.
Veamos a continuación un par de ejemplos de estos principios generales.
a) El principio de vigencia
En términos de Etcheberry I, 107s., este principio podría construirse como una
combinación de los que denomina principios de inteligibilidad (“cuando la ley
dice algo, es porque ha querido decir algo, y es posible llegar a entender lo que ha
querido decir”) y dispositivo (“el sentido en que la ley puede producir algún efec-
to debe prevalecer sobre aquel según el cual no produce efecto alguno”), y puede
encontrarse reflejado en el Art. 1562 CC sobre la interpretación de los contratos.
Así, por ejemplo, en vez de entenderla como una redundancia de la exigencia
de voluntariedad en delito contemplada en el Art. 1, la expresión “con conoci-
miento de las relaciones que lo ligan” del Art. 390 puede comprenderse como una
exigencia subjetiva adicional en el delito que se trata, en el sentido de excluir la
posibilidad de un parricidio culposo.
regiría el Art. 340 CPP, que establece el sistema de convicción más allá de una duda
razonable para fundamentar la existencia probada de los hechos que supongan la
existencia del delito y la participación punible en el mismo del condenado.
Sin embargo, aunque no puede admitirse la validez de una proposición norma-
tiva resultado de la interpretación prejuiciada a favor de su absoluta restricción,
lo cierto es que el proceso de interpretación supone una progresiva delimitación
o restricción del alcance y sentido de la ley, a partir de su sentido literal posible,
según el mandato del principio de legalidad. En consecuencia, mientras la prohi-
bición de la interpretación extensiva del Art. 23 CC debe entenderse consecuencia
del principio de legalidad, el límite a la interpretación restrictiva ha de entenderse
en el sentido que no se admite como razón para proponer una determinada inter-
pretación la sola voluntad del intérprete, basada en un argumento más o menos
emotivo (“lo favorable” o “lo odioso”).
En cambio, el principio pro reo no está basado en un argumento emotivo,
sino en la constatación de que nuestro sistema jurídico, en su conjunto, lo asume
cuando se trata de decidir sobre la aplicación entre diferentes normas, unas más
graves que otras: esto es lo que puede advertirse en el efecto favorable al reo del
principio ne bis in idem; las disposiciones constitucionales y las contenidas en el
Art. 18, relativas a la retroactividad de la ley más favorable al reo; en las estable-
cidas en el Art. 74 COT, respecto del efecto a favor del reo de los empates en las
votaciones del Tribunales Colegiados; en el diferente efecto de la concurrencia
de circunstancias atenuantes y agravantes en la determinación de la pena; y en
los efectos benignos que se atribuyen a las reglas concursales de los Arts. 75 CP
(concurso ideal) y 351 CPP (reiteración); así como la no despreciable autoridad
de Bello en la materia, para quien “en las leyes penales se adopta siempre la in-
terpretación restrictiva, si falta la razón de la ley, no se aplica la pena, aunque
el caso esté comprendido en la letra de la disposición” (Bello, A. (1890), Obras
Completas, Vol. XIII, Santiago, xlii). Esta es también la opinión dominante en
nuestra jurisprudencia, la que afirma que “en caso de duda sobre el significado
y alcance del texto legal, éste deberá interpretarse en el sentido más favorable al
reo” (Etcheberry DPJ I, 22 y IV, 6).
Capítulo 4
Defensas constitucionales
se, por regla general, ante las Cortes de Apelaciones y la Corte Suprema, a través
del recurso de protección de garantías constitucionales (Art. 19 Nº 20 CPR); a
través de lo mecanismos de impugnación especiales existentes (como el reclamo
de ilegalidad municipal); o en los procesos sancionatorios respectivos, mediante
los recursos jurisdiccionales disponibles (apelación y casación).
Defensas constitucionales 79
una ley ordinaria, traspasando todos los “límites impuestos, tanto por el modelo
procedimental, como del minimalista de control constitucional de las leyes pena-
les” (Fernández, “Tribunal constitucional”, 195).
con el Estado, como los funcionarios públicos regidos por el Estatuto Adminis-
trativo y los de las Fuerzas Armadas, en relación con sus ordenanzas de disciplina
interna, o los Diputados y Senadores respecto de las faltas contempladas en la Ley
Orgánica del Congreso Nacional. Excepcionalmente se extiende a otros grupos
de personas no regidos por dicho Estatuto, pero cuyas normas disciplinarias se
encuentran respaldadas por la fuerza coactiva del Estado, como sucede con las
medidas disciplinarias que pueden adoptar los Tribunales de Justicia respecto de
quienes desempeñan funciones auxiliares de la administración de justicia (abo-
gados, notarios, conservadores, receptores, relatores, etc.) o se presentan a litigar
ante ellos o en las audiencias que celebren (Arts. 530ss. COT).
El Tribunal Constitucional ha señalado, indirectamente, que un primer límite de
la potestad sancionatoria de la administración radicaría en la imposibilidad de que
por esta vía se impongan sanciones privativas de libertad que no sean dispuestas o
al menos revisables por un Tribunal con competencia en lo criminal, como sucedía
con el apremio contemplado entonces en el ya derogado Art. 169 del Código Sani-
tario (STC 21.10.2010, Rol 1518). Es dudosa, por tanto, la constitucionalidad de
las ordenanzas municipales que imponen sanciones restrictivas de libertad o priva-
ciones temporales de éstas, como la Nº 1.756 de 2007, de la Municipalidad de Arica
que impone la sanción de trabajo en beneficio de la comunidad a sus infractores.
Tampoco podrían estas ordenanzas modificar o interpretar las leyes penales
propiamente tales. Por lo tanto, parecen contrarias al orden constitucional las dis-
posiciones que declaran que los grafitis o rayados en muros constituyen el delito
de daños del Art. 484 del CP, como el Art. 8 Ordenanza Municipal de Coquimbo,
de 8 de octubre de 2009 (Nº 5.927).
Por otra parte, se sostiene por el Tribunal Constitucional y la Corte Suprema que,
respecto de esta especial rama del Derecho, por su carácter sancionatorio, regirían
también las garantías penales, aunque, “con matices”, cuya precisión no ha sido del
todo determinada (STC 27.07.2006, Rol 480 y SCS 30.10.2014, Rol 1079-2014).
Defensas constitucionales 81
Ley 18216, trae aparejada la privación del empleo o cargo público que se desem-
peñe y la incapacidad para ejercerlo en el futuro, traducida en la imposibilidad
de ingresar nuevamente a la Administración Pública. A ello se agrega que quien
ha cumplido el tiempo de su condena y de las accesorias correspondientes, para
poder reingresar a la Administración Pública necesita el transcurso de cinco años
desde la fecha de la destitución (Art. 12 e) Estatuto Administrativo) y un decreto
supremo de rehabilitación (Art. 38 f) de la Ley Orgánica de la Contraloría Gene-
ral de la República).
Defensas constitucionales 83
su Art. 318 que castiga al que “pusiere en peligro la salud pública por infracción
de las reglas higiénicas o de salubridad, debidamente publicadas por la autoridad,
en tiempo de catástrofe, epidemia o contagio”.
Según el Tribunal Constitucional, tales normas se ajustan al texto de la Cons-
titución, cuando “el núcleo de la conducta que se sanciona está expresa y perfec-
tamente definido” en la ley propiamente tal, de donde debiera seguirse que sólo
se deja a las normas de rango inferior “la misión de pormenorizar” los conceptos
contemplados en la ley (STC 4.12.1984, Rol 24). Además, la norma complemen-
taria debe no debe ser contener expresiones vagas e imprecisas y debe estar com-
prendida en un Decreto Supremo publicado en el Diario Oficial, y no en otros
actos normativos de menor jerarquía (STC 27.9.2007, Rol 781).
Defensas constitucionales 85
derecho penal, reemplazando por uno propiamente de autor que, sin describir
conductas, consideraba punibles características, pensamientos, sentimientos, esta-
dos o condiciones humanas: el llamado derecho penal de la raza y la persecución
penal por la sola pertenencia a una religión o partido político son los ejemplos
extremos del abandono del principio de culpabilidad. Esta especie de culpabilidad
no existe en nuestro Derecho y es contraria al Art. 19, Nº 3 Inc. 8 CPR, que garan-
tiza el castigo por la conducta cometida y no por la forma de vida.
Sin embargo, parece aceptado entre nosotros que ciertas características perso-
nales ajenas al hecho punible, como la edad y la conducta anterior y posterior al
delito sean consideradas como factores decisivos en la clase y medida de pena a
imponer, como la demuestra la subsistencia de la agravante de reincidencia (Art.
12 Nos 14, 15 y 16); la existencia de regímenes sancionatorios diferenciados entre
adultos y adolescentes (Ley 20084); y los requisitos para la sustitución de las pe-
nas privativas de libertad por las establecidas en la Ley 18216.
Más discutible es la subsistencia de medidas de seguridad pre delictuales, es
decir, impuestas en atención a la condición personal del autor sin relación con la
realización de una conducta punible, al menos en su aspecto objetivo, como la
contemplada en el Art. 197 bis de la Ley de Tránsito, que permite por los jueces
con competencia en lo criminal, “aunque no medie condena por concurrir alguna
circunstancia eximente de responsabilidad penal, decretar la inhabilidad temporal
o perpetua para conducir vehículos motorizados, si las condiciones psíquicas y
morales del autor lo aconsejan”.
Defensas constitucionales 87
Por ello, cuando Art. 10 Nº 8, que exime de responsabilidad penal “al que con
ocasión de ejecutar un acto lícito, con la debida diligencia, causa un mal por mero
accidente” hace referencia al “acto lícito”, no debe entenderse que en caso de eje-
cutarse un acto ilícito el azar o caso fortuito es de todos modos imputable a título
doloso, como quiere la doctrina del versari. Al contrario, se debe entender que el
Art. 71 al establecer que “cuando no concurran todos los requisitos que se exigen
en el caso del Nº 8 del Art. 10, para eximir de responsabilidad, se observará lo
dispuesto en el Art. 490”, sólo podría imputarse el hecho como cuasidelito, si con-
curren sus requisitos. Si no, el hecho es impune, por faltar la relación subjetiva.
Además, la interpretación de aquellas disposiciones de la parte especial que po-
drían aparentemente ser vistas también como reflejos del versari, los antes llamados
delitos calificadas por el resultado, p. ej., el secuestro y la sustracción de menores
con resultado de “daño grave” (Arts. 141 Inc. 3 y 142 Nª 1, respectivamente), y el
delito de incendio “si a consecuencia de explosiones… resultare la muerte o lesiones
graves de personas que se hallaren a cualquier distancia del lugar del siniestro” (Art.
474, Inc. final), etc., debe entenderse limitada por la regla constitucional que hace
punibles sólo las conductas, de donde siempre sería exigible una mínima subjetivi-
dad -negligencia o incumplimiento de la obligación de conocer las consecuencias
del hecho en el momento de realizar una conducta cuya naturaleza sí se conoce–
para imponer penas a personas naturales (STC 17.6.2010, Rol 1584).
Así entendido, el principio de culpabilidad no tiene por qué hacer referencia a creen-
cias metafísicas como el libre albedrío o renunciar a su exigencia procesal como algu-
nos proponen, transformándose en una más modesta, pero al menos normativamente
fundada, exigencia de prueba de ciertos estados mentales para la imputación penal
de personas naturales, cuyo correlato procesal se encuentra en el Art. 340 CPP, según
el cual “nadie podrá ser condenado por delito sino cuando el tribunal que lo juzgare
adquiriere, más allá de toda duda razonable, la convicción de que realmente se hubiere
cometido el hecho punible objeto de la acusación y que en él le hubiere correspondido
al acusado una participación culpable y penada por la ley”.
No obstante, es difícil a veces distinguir la responsabilidad por el versari de la deri-
vada de las formas admitidas de dolo o culpa, pues la previsibilidad de los resultados
es una cuestión de hecho que ha de apreciarse en el caso concreto, y por eso la doctrina
tiende a afirmar que en la praxis de los tribunales sobrevive “residualmente” (Politoff I,
330) ya que el antecedente ilícito se suele tomar en cuenta a la hora de acreditar la pre-
visibilidad de sus consecuencias. Lamentablemente, esa praxis no solo parece propia de
los tribunales sino también de buena parte de dogmática de origen alemán, empeñada
en estas últimas décadas en eliminar la prueba de la subjetividad en el proceso y reem-
plazarla por la apreciación subjetiva del juez acerca del sentido objetivo de las conduc-
tas (Rusconi, M. (2014), “Apostillas sobre la evolución de la dogmática penal al compás
Defensas constitucionales 89
pena que la que señale una ley promulgada con anterioridad a su perpetración”) y
contenido, entre otros textos internacionales, en los Arts. 15.1 PIDCP y 9 CADH.
La garantía se extiende tanto a las leyes que establecen nuevos delitos como a las
que aumentan penas o amplían el ámbito de la punibilidad de figuras ya existentes.
El principio de la irretroactividad se aplica respecto del Derecho Penal mate-
rial, incluyendo las medidas de seguridad y las medidas, sanciones y penas sustitu-
tivas a las penas privativas de libertad, pues conforme al Art. 18, “ningún delito se
castigará con otra pena que la que le señale una ley promulgada con anterioridad
a su perpetración”, esto es, la ley vigente al momento de la comisión del delito de-
termina si una persona debe ser castigada y en tal caso cuál habría de ser la pena
que deba imponérsele. En cuanto a los actos del proceso (Derecho Penal adjetivo),
el Art. 11 CPP establece que “las leyes procesales penales serán aplicables a los
procedimientos ya iniciados, salvo cuando, a juicio del tribunal, la ley anterior
contuviere disposiciones más favorables al imputado”, con lo que se da entrada
a nuestro sistema procesal del principio de la irretroactividad de la ley procesal
perjudicial al reo y de la ultractividad de las favorables.
Tratándose de las reglas relativas a la ejecución de las penas, particularmente
las relativas a concesión de beneficios y libertad condicional nuestra Corte Supre-
ma ha mantenido el principio de su vigencia in actum, entendido que no forman
parte del Derecho Penal material y no les es aplicable el Art. 18 CP, por no mo-
dificar la pena impuesta (SCS 21.12.2017, Rol 44660-2017). Sin embargo, no
parece ser éste el parecer en el Derecho comparado, donde el Tribunal Europeo
de Derechos Humanos ha declarado que también es aplicable la prohibición de
retroactividad de la ley penal más desfavorable cuando ella deriva de un cambio
jurisprudencial, incluso si afecta únicamente las condiciones de ejercicio de los
beneficios penitenciarios como la libertad condicional y otras salidas anticipadas
(Rodríguez H., D. (2014), “Nulla poena sine lege, materialismo y retroactividad
de cambios jurisprudenciales: la ‘doctrina Parot’ y la STEDH as. Del Río Prada c.
España (21/10/2013) como banco de pruebas”, RCP Vol. XLI (2014), Nº 1, 257).
Defensas constitucionales 91
ley puede ser más favorable, sea porque con arreglo a ella la pena no tiene ya que
ser infligida (p. ej., se estableció una causal eximente de responsabilidad criminal
o una condición objetiva de punibilidad que antes no existía, se acortó el plazo de
prescripción, etc., o simplemente porque se derogó el delito de que se trata), sea
porque la pena que debe infligirse, de acuerdo con la nueva ley, es menos severa.
Si la referida ley se promulga “después de ejecutoriada la sentencia, sea que se
haya cumplido o no la condena impuesta, el tribunal que hubiere pronunciado di-
cha sentencia, en primera o única instancia, deberá modificarla de oficio o a peti-
ción de parte”. En la práctica, la revisión de oficio solo parece exigible en los casos
que los condenados se encuentren cumpliendo pena. No obstante, los tribunales
se encontrarán obligados a revisar fallos ejecutoriados y con penas cumplidas si
una ley posterior exime al hecho de toda pena y esa declaración es la que pretende
el condenado, para efectos, por ejemplo, de la reincidencia.
Defensas constitucionales 93
a) Leyes intermedias
Se llama ley intermedia aquella promulgada después que el hecho se ejecuta,
pero que es derogada o modificada antes de que se pronuncie sentencia de tér-
mino. La opinión ampliamente mayoritaria en la doctrina y jurisprudencia con-
sidera desde antiguo que la ley intermedia más favorable, debe ser aplicada, pues
nada dice en contrario la Constitución ni el Art. 18 CP (Etcheberry, DPJ I, 95) y
no podría perjudicarse al reo por el efecto de la lentitud en la tramitación de los
procesos judiciales (Novoa I, 192).
b) Leyes temporales
En el muy excepcional caso que una ley fije el término para su vigencia en un
día determinado del calendario, no parece ser discutible que las disposiciones
penales desfavorables que contemple dejarán de tener efecto a su término y, al
contrario, las favorables para los hechos cometidos durante su vigencia surtirán
los efectos ultractivos que la Constitución prevé.
Una situación diferente, que suele aparecer confundida con el caso anterior, es
el de las leyes que no tienen plazo de vigencia, pero disponen sanciones o agra-
vaciones de darse ciertas condiciones que no son permanentes en el tiempo. Es lo
que sucede entre nosotros con el Art. 5º Ley 16.282, de 1965, que contempla los
delitos de negativa infundada de venta al público de elementos de primera nece-
sidad y venta de bienes a ser distribuidos gratuitamente, así como una especial
agravación para los delitos contra las personas o las propiedades cometidos en
“zonas afectadas” por un sismo o catástrofe, zona que se determina por decreto
de la autoridad correspondiente dentro de un plazo determinado. Como al térmi-
no de dicho plazo la ley sigue vigente y sin modificaciones, la doctrina mayorita-
ria sostiene su aplicabilidad, pues el término de las condiciones de excepción no
produce “una revaloración del hecho” que conduzca a “desincriminarlo o tratarlo
en forma más benigna, a causa de que su reprobabilidad social ya no se juzga tan
intensa” (Cury, 233).
Lo anterior no significa, sin embargo, validar sentencias dictadas en estados de
excepción irregulares, como el “Estado de Guerra” declarado por la Junta Militar
en el DL Nº 5, de septiembre de 1973, con el sólo propósito de hacer aplicable
a personeros de la Unidad Popular y opositores a la recién instalada Dictadura
Militar las drásticas disposiciones procesales y sustantivas del Código de Justicia
Militar entonces vigente, que incluían procesos en Consejos de Guerra sin garan-
tía alguna y con la posibilidad, cierta en muchos lamentables casos, de imponer
penas de muerte (Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, de 8 de
febrero de 1991, T. I, 75ss.).
Defensas constitucionales 95
F. Anacronismo y derogación
El paso del tiempo, las necesidades de cada momento histórico y la persistente
subsistencia de valoraciones contradictorias en el seno da cada sociedad van de-
jando en la legislación vigente, no derogada expresa ni tácitamente, relictos de un
pasado que, desde el punto de vista de las valoraciones dominantes en la actuali-
dad, pueden considerarse propiamente anacrónicos. Este es el caso, por ejemplo,
del privilegio que supone la regulación proveniente de 1874 del duelo regular,
contemplada en el § 4 del Título VIII del Libro II CP, sobre todo si se comparan
las penas allí previstas con las de los respectivos delitos de lesiones y homicidio.
En este caso, parece cierto que ninguno de los intereses que dicha regulación pre-
tende tutelar representaría alguno que pudiese considerarse de valor en las socie-
dades actuales y pudiera decirse así que están a la espera de la inevitable decisión
del legislador de suprimirlos del catálogo de delitos, de un momento a otro. Sin
embargo, mientras tal decisión no se adopte, no puede privarse a los imputados
de la defensa consistente en alegar la existencia de un duelo regular para reducir
su posible condena.
Otra cosa sería que la contraposición valórica supusiese una infracción al prin-
cipio de reserva constitucional, razón válida para rechazar la aplicación de las
figuras anacrónicas como defensa frente a toda regulación que infrinja dicho prin-
cipio, independiente de su época de promulgación.
Defensas constitucionales 97
§ 5. PRINCIPIO DE RESERvA
El principio de reserva significa que nadie podría ser sancionado por conductas
que impliquen el ejercicio legítimo de los derechos del hombre, de conformidad
con lo dispuesto en la Constitución y los Tratados Internacionales en materia
de Derechos Humanos. Su consagración se encuentra en el Inc. 2 Art. 5 CPR, e
implícitamente en el Nº 26 del Art. 19 CPR. El primero de ellos obliga al Esta-
Defensas constitucionales 99
B. Libertad de expresión
El Art. 13.1 CADH que, “toda persona tiene derecho a la libertad de pensa-
miento y de expresión”, el que “comprende la libertad de buscar, recibir y difun-
dir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea
oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro pro-
cedimiento de su elección”. En esta última disposición se establece, sin embargo,
que el ejercicio del derecho a la libertad de pensamiento y expresión que allí se
contempla puede limitarse “por la ley” “para asegurar” “el respeto a los derechos
o la reputación de los demás” o “la protección de la seguridad nacional, el orden
público o la salud o moral públicas”. En similares términos el Art. 19.3 PIDCP
permite limitar el derecho a la libertad de expresión de su Art. 19.2. Por su parte,
el Art. 19 Nº 12 CPR reconoce que el ejercicio de la “libertad de emitir opinión”
y “de informar”, puede acarrear sanciones respecto de “los delitos y abusos que
se cometan”.
La regulación específica respecto de la comunicación de opiniones e informa-
ciones a personas indeterminadas por medios de comunicación social se encuen-
tra en la Ley 19733, en cuyo Art. 29 Inc. 2, se establece, además, la garantía legal
de que en tales casos, “no constituyen injurias las apreciaciones personales que
se formulen en comentarios especializados de crítica política, literaria, histórica,
artística, científica, técnica y deportiva, salvo que su tenor pusiere de manifiesto el
propósito de injuriar, además del de criticar”. Esta garantía se ve complementada
con la posibilidad de invocar la exceptio veritatis, esto es, la prueba de la verdad
de los hechos imputados que sean de interés público y cometidos por funciona-
rios, reconocida por el Art. 30 de dicha ley.
Un punto de vista más amplio es el que ha adoptado la Comisión Interamerica-
na de Derechos Humanos, sosteniendo que: “las leyes que penalizan la expresión
de ideas que no incitan a la violencia anárquica son incompatibles con la libertad
de expresión y pensamiento consagrada en el Art. 13 y con el propósito funda-
mental de la Convención Americana de proteger y garantizar la forma pluralis-
ta y democrática de vida” (Informe Sobre la Compatibilidad entre las Leyes de
Desacato y la Convención Americana sobre Derechos Humanos de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, Nº 22 de 1994, Cap. V, Sección IV). Por
ello, se consideraron incompatibles con los términos del Art. 13 CADH, las leyes
que penalizaban en Chile “la expresión que ofende, insulta o amenaza a un fun-
cionario público en el desempeño de sus funciones oficiales”, como sucedía en los
hoy derogados Arts. 263 y 265 CP y en el todavía vigente Art. 284 CJM (Informe
del Relator Especial de la OEA para la Libertad de Expresión de 199932 y 47).
Tratándose de comunicaciones entre personas determinadas, la necesidad de
conservar la forma pluralista y democrática de vida se traduce, en palabras de
Politoff I, 36, en la de sancionar cierta clase de comunicaciones que “sea en sí
misma, por la manera en que tiene lugar y por el contexto social en que acontece,
constitutiva de un peligro cierto y grave para un bien jurídico digno de tutela pe-
nal”. Este es el fundamento para el castigo de los llamados delitos de expresión,
como sucede en los casos punibles de proposición y conspiración (Art. 8), y en los
delitos de amenazas (Arts. 296ss), calumnias e injurias (Arts. 412ss), falso testi-
monio (Arts. 206ss), la propuesta de negocios ilícitos entre funcionarios públicos
a) Agente provocador
La exclusión de pruebas obtenidas por una actividad ilícita de los agentes del
estado tiene como límite la existencia de autorizaciones expresas de la ley o que
la ley entrega a los tribunales en ciertos casos. El caso más extraordinario de estas
excepciones es el del agente provocador.
Agente provocador es el individuo que, fingiendo estar de acuerdo con otras
personas, induce a éstas a cometer acciones delictivas, con la intención de impe-
dir su consumación una vez comenzada su ejecución y de poner a los hechores
a disposición de la justicia penal, al tener pruebas en sus manos para hacerlos
castigar. Al respecto se afirma que la conducta del agente provocador sólo está
legitimada para inducir a la comisión de delitos y recoger pruebas contra el ins-
tigado en el sentido del Art. 10 Nº 10, cuando ella permite probar una actividad
o propósito criminal ya existente. Es lo que sucede en los casos de tráfico ilícito
de estupefacientes, donde lo que se persigue es obtener de parte de un dealer una
pseudoventa, que será abortada por la intervención policial: en esta situación el
inducido es, en verdad, omnio modo factorus, ya resuelto a la comisión de un
delito semejante que no se puede instigar más de lo que ya está, y, por tanto,
resulta plenamente punible. En cambio, cuando el agente provocador forma en
una persona la determinación a cometer un delito que no habría cometido sin esa
instigación, su conducta es simple “corrupción”, punible conforme a las reglas
generales. Y aunque el instigado no esté exento de responsabilidad por su partici-
pación en el delito que se trate, la prueba que se obtenga —incluidas las declara-
ciones del agente corrupto— será ilícita y no podrá usarse en su contra (Politoff,
S. (1998), “El agente encubierto y el informante “infiltrado” en el marco de la Ley
Nº 19.366 sobre tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas”, en
Politoff/Matus (Coords.), Tratamiento penal del tráfico ilícito de estupefacientes,
Santiago, 53-87).
SEGUNDA PARTE
LÍMITES JURISDICCIONALES
DEL DERECHO PENAL
Capítulo 5
Defensas jurisdiccionales
A. El concepto de territorio
El territorio de Chile es el espacio de tierra, mar y aire sujeto a la soberanía del
Estado, según el Derecho Internacional. El espacio físico o terrestre se encuentra
delimitado por las fronteras con Perú, Bolivia y Argentina y por nuestro mar
territorial. El mar territorial o adyacente al que se refiere el Art. 5º CP es el que
baña nuestras costas “hasta la distancia de doce millas marinas medidas desde
las respectivas líneas de base” (Art. 593 CC y Art. 3 CONVEMAR) que se mide
a partir de “la línea de bajamar a lo largo de la costa”. Todas las aguas situadas
en el interior de la línea de base del mar territorial forman parte de las aguas
interiores del Estado y deben entenderse dentro del concepto de territorio o espa-
cio físico de Chile. Según Art. 1 Código Aeronáutico “el Estado de Chile tiene la
soberanía exclusiva del espacio aéreo sobre su territorio” y por tal se entiende la
columna de aire en forma de cono que se eleva sobre el territorio nacional y su
mar territorial (Art. 2 Convenio de Aviación Civil Internacional de Chicago, de
1944), y se extiende únicamente hasta el espacio ultraterreste, el cual “no podrá
ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupa-
ción, ni de ninguna manera” (Art. 11 del Tratado sobre los Principios que deben
regir las Actividades de los Estados en la Exploración y Utilización del Espacio
Ultraterrestre, incluso la Luna y otros Cuerpos Celestes, de 1966), distancia que
la costumbre internacional ha terminado por fijar en alrededor de unos 90 a 100
kms. sobre el nivel del mar, lo que es más o menos coincidente con la órbita de
los satélites artificiales (Velásquez E., J. C., (2013) “El Derecho del espacio ultra-
terrestre en tiempos decisivos: ¿estatalidad, monopolización o universalidad?”,
Anuario Mexicano de Derecho Internacional, Vol. XIII, 583).
Puede añadirse todavía, al ámbito del territorio físico, aquel que, siendo por su
naturaleza extranjero, se encuentre ocupado por fuerzas armadas chilenas. En ta-
les casos rige la ley nacional, tanto para los delitos militares como para los delitos
comunes, debiendo aplicarse a estos últimos las leyes penales correspondientes,
con la sola salvedad de que la competencia pertenece en todo caso a los tribunales
militares (Art. 3, Nº 1 CJM).
según el Art. 65 Ley 20000, siempre que ellos pongan en peligro la salud de los
habitantes; (iv) “la falsificación del sello del Estado, de moneda nacional, de docu-
mentos de crédito del Estado, de las Municipalidades o establecimientos públicos,
cometida por chilenos, o por extranjeros que fueren habidos en el territorio de la
República” (Art. 6 Nº 5 COT); (v) “los delitos cometidos a bordo de aeronaves
extranjeras que sobrevuelen espacio aéreo no sometido a la jurisdicción chilena,
siempre que la aeronave aterrice en territorio chileno y que tales delitos afecten el
interés nacional” (Art. 5 Inc. 3 Código Aeronáutico); y (vi), los contemplados en
el Art. 1 Ley 5478 (“el chileno que, dentro del país o en el exterior, prestare ser-
vicios de orden militar a un Estado extranjero que se encuentre comprometido en
una guerra respecto de la cual Chile se hubiese declarado neutral”) y en el Art. 4,
letra g) Ley12927 sobre Seguridad del Estado (“los chilenos que, encontrándose
fuera del país, divulgaren en el exterior” “noticias o informaciones tendenciosas
o falsas destinadas a destruir el régimen republicano y democrático de gobierno,
o a perturbar el orden constitucional, la seguridad del país, el régimen económico
o monetario, la normalidad de los precios, la estabilidad de los valores y efectos
públicos y el abastecimiento de las poblaciones”.
les de territorialidad, bandera y personalidad activa, aún en los graves casos que
trata. Ello se explica porque incluso en este Tratado la supuesta universalidad de
la jurisdicción de la Corte está limitada por el principio de principio de comple-
mentariedad (Art. 17 del Estatuto de Roma), que deriva en una suerte de jurisdic-
ción subsidiaria de la Corte, que se ejercerá sólo en el evento que el Estado Parte
competente por el territorio, la bandera o la nacionalidad del responsable no ten-
ga la capacidad de ejercerla o no esté dispuesto a hacerlo seriamente (Cárdenas,
C. y Fuentes, X. (2012), Corte Penal Internacional y Jurisdicciones Estatales. El
Principio de Complementariedad, Santiago).
En cambio, cuando la jurisdicción internacional por esta clase de crímenes se
ejerce directamente por la comunidad internacional toda, como ocurrió al esta-
blecerse los Tribunales Militares de Núremberg y Tokio al término de la II Guerra
Mundial, los Tribunal ad hoc para Ruanda y la ex Yugoslavia en la década de
1990, y en los casos en que la competencia de la Corte Penal Internacional es “ga-
tillada” por una decisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o éste
establece un tribunal especial, híbrido o local al que confiere competencia origi-
naria para conocer y sancionar los crímenes bajo el Derecho Internacional, opera
el principio de la primacía o supremacía del ordenamiento internacional sobre los
locales aplicables, y el Derecho Penal Internacional (incluyendo las penas que im-
pone) se impone sin atención a las regulaciones nacionales (Carnevali, R. (2010),
“Los principios de primacía y complementariedad. Una necesaria conciliación
entre las competencias de los órganos penales nacionales y los internacionales”,
Revista de Derecho (Valdivia), Vol. XXII, Nº 1, 181).
G. Principio de representación
La característica principal de la representación es que no supone aplicación
por los tribunales locales de leyes penales de otros Estados, sino exclusivamente
el ejercicio de la jurisdicción a nombre de ese otro Estado, aplicando la ley penal
nacional como Estado de captura (Art. 304 CB). Así, el Art. 307 CB reconoce que
“también estarán sujetos a las leyes penales del Estado extranjero en que puedan
ser aprehendidos y juzgados, los que cometan fuera del territorio un delito, como
la trata de blancas, que ese Estado contratante se haya obligado a reprimir por
un acuerdo internacional”, disposición plenamente compatible con lo señalado
en el Art. 6 Nº 8 COT, que extiende la jurisdicción de los tribunales chilenos a los
crímenes y simples delitos “comprendidos en los tratados celebrados con otras
potencias”. También opera en los casos en que no se concede la extradición a un
nacional y el hecho es punible en Chile (Art. 345 CB).
B. concurrencia de jurisdicciones
El reconocimiento en el Derecho Internacional de diferentes “puntos de cone-
xión” que hacen legítima la extensión de la jurisdicción a hechos ocurridos fuera
del territorio de un país y de los principios de ubicuidad y fraccionamiento, es
fuente de potenciales conflictos de jurisdicción en que dos o más estados preten-
dan tenerla sobre un mismo hecho. Ello no genera ningún problema si el Estado
de captura del responsable ejerce la que estima le corresponde sobre los hechos
de que se trata. Así, los tribunales chilenos pueden ejercer sin limitación alguna su
jurisdicción sobre los crímenes y simples delitos cometidos en el extranjero y men-
cionados principalmente en el Art. 6 COT, respecto de personas que se encuentren
en Chile, independientemente de su nacionalidad. Esta facultad originaria de los
Estados fue reconocida por la Corte Internacional de Justicia en el citado caso
Lotus, de donde se desprende que la defensa basada en la competencia concurren-
te de otro Estado para conocer del hecho no es suficiente para enervar la acción
penal en el Estado de captura, si éste también es competente para conocerlo.
En estos casos, si el tercer Estado solicita la extradición del imputado el Art.
358 CB dispone que “no será concedida la extradición si la persona reclamada
ha sido ya juzgada y puesta en libertad, o ha cumplido la pena, o está pendiente
de juicio, en el territorio del Estado requerido, por el mismo delito que motiva la
solicitud”. Si Chile, como Estado de captura no tiene jurisdicción sobre el hecho,
y otro u otros Estados solicitan la extradición del requerido, hay que distinguir: a)
si el requerido es nacional del Estado de captura, se pude denegar la extradición y
ejercer jurisdicción por representación; b) si las solicitudes recaen sobre un mismo
hecho, la preferencia la tiene el Estado del territorio donde se cometió; c) Si las
solicitudes recaen sobre diferentes hechos, la preferencia la tiene el Estado donde
se cometió el delito más grave, según la legislación del Estado requerido, o la del
que presentó primero la solicitud, si son de igual gravedad (Art. VII Convenio de
Montevideo de 1933 y 347 a 349 CB).
razón por la cual se realiza la visita, por lo que la inmunidad se extiende tanto a
las visitas oficiales como privadas e incluso a las visitas de incógnito. Según el De-
recho Internacional Consuetudinario, esta inmunidad no se pierde por la cesación
del cargo y se extiende hasta la muerte del Jefe de Estado o la renuncia que de la
misma hagan sus sucesores.
El Art. 31 Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, declara que
“el agente diplomático gozará de inmunidad de la jurisdicción penal del Estado
receptor” y declarándolo, además, en su Art. 29, “inviolable”, no pudiendo “ser
objeto de ninguna forma de arresto o detención”. Su Art. 37 extiende dicha inmu-
nidad a “los miembros de la familia de un agente diplomático que formen parte de
su casa (…) siempre que no sean nacionales del Estado receptor”; a los “los miem-
bros del personal administrativo y técnico de la misión, con los miembros de sus
familias que formen parte de sus respectivas casas, siempre que no sean naciona-
les del Estado receptor ni tengan en él residencia permanente”; y a los empleados
“del servicio de la misión” extranjeros, pero sólo respecto a los delitos cometidos
en el ejercicio de sus funciones, precisando así la extensión general de dicha inmu-
nidad que prevé para empleados y familiares de los representantes diplomáticos el
Art. 298 CB. A diferencia de la regla consuetudinaria vigente respecto de los Jefes
de Estado, la inmunidad de los agentes diplomáticos y sus empleados y familiares
cesa con el término del cargo que sirven, salvo en cuanto a los delitos cometidos
“en ejercicio de sus funciones”, que es absoluta e intemporal, salvo renuncia del
Estado correspondiente.
El problema radica en determinar cuáles serían esas “funciones”, pues hemos
dicho que el agente diplomático representa al país extranjero en todos sus actos y
es difícil concebir a su respecto “actuaciones privadas”, como sí son perfectamen-
te imaginables respecto de los empleados de la misión. El debate se presentó entre
nosotros a propósito del llamado crimen de la Legación Alemana, cuyo respon-
sable fue precisamente el entonces Canciller de la Embajada, Guillermo Beckert,
respecto de quien, a pesar de lo horroroso del suceso (Beckert emborrachó a un
jardinero e incendió el edificio de la legación con el pobre hombre dentro, para
aparentar su muerte y huir con los dineros de la embajada), el Gobierno Alemán
pretendía se respetara su inmunidad diplomática a la que renunció formalmen-
te para permitir la persecución y castigo en Chile del responsable (Benadava, S.
(1986), El Crimen de la Legación Alemana, Santiago, 1986, 75s.).
En lo que respecta a los funcionarios consulares, según el Art. 43.1 Convención
de Viena sobre Relaciones Consulares, gozan de inmunidad de jurisdicción exclu-
sivamente “por los actos ejecutados en el ejercicio de las funciones consulares” (tí-
picamente, delitos de corrupción y falsificaciones en relación con los documentos
y certificaciones que autorizan o emiten), lo que significa que, por regla general,
por una parte, los parlamentarios son autoridades que se encuentran permanente-
mente en ejercicio de sus funciones y, por otra, no es claro cómo se limitarían su
funciones al interior de la Sala y en las comisiones.
tarios que derivan de la índole de sus cargos no alteran ese principio de igualdad,
pues una vez llevadas a cabo las exigencias procesales prescritas (desafuero de
diputados y senadores, querellas de capítulos), son de aplicación irrestricta las
normas del Derecho Penal material.
CT), aduaneros (Art. 189 Ordenanza de Aduanas), relativos a los gastos electora-
les (Art. 32 Ley 19984) y contra la libre competencia (Art. 64 DL 211). En todos
estos casos, la actuación del Ministerio Público sin previa denuncia o querella
pueda ser enervada ante los Tribunales Superiores mediante los recursos consti-
tucionales de amparo (Art. 21) y protección (Art. 20, en relación con el Art. 19
Nº 3), y ante el Juez de Garantía mediante la cautela de garantías (Art. 10 CPP)
y como excepción de previo y especial pronunciamiento del Art. 264 d) CPP. Se-
gún el Oficio FN 487/2016, en los casos de delitos tributarios conocidos por los
fiscales y cuyos antecedentes se transmiten al Servicio de Impuestos Internos para
que tome una decisión acerca de iniciar o no la acción penal, transcurrido un año
sin que se haya tomado esa decisión, correspondería la adoptar decisión de no
perseverar en la investigación (Art. 248 c) CPP).
Por otra parte, el Art. 252 CPP también permite enervar la acción penal, al me-
nos temporalmente, por la constatación de otros obstáculos que hacen imposible
el ejercicio de la acción penal: a) la resolución previa de una cuestión civil (Art.
171 CPP, en relación con loas Arts. 173 y 174 COT); b) la rebeldía del imputa-
do; y c) su enajenación mental después de cometido el delito. En el primero de
los casos, las defensas que enervan la acción penal son las basadas en cuestiones
sobre validez de matrimonio, estado civil en relación con los delitos relativos a
su usurpación, ocultación o supresión, las excepciones fundadas en el dominio y
otros derechos reales sobre inmuebles, y las relativas a las cuentas fiscales.
Capítulo 6
Colaboración internacional en materias penales
(1897); y entre los más recientes, los suscritos con Corea (1994) y Australia (1995).
Su particularidad es que en algunos de ellos fijan listados de delitos por los cuales se
concede precisamente la extradición a modo de numerus clausus, limitando las posi-
bilidades de conceder la extradición por hechos igual o más graves (según las penas
que se le impongan) que no estén allí mencionados. Por ello, tratándose de delitos
que caen bajo el Derecho Penal Internacional o bajo el Derecho Penal Transnacional,
las convenciones multilaterales respectivas suelen incorporar cláusulas en las que los
países contratantes declaran que los delitos a que se refieren se entenderán también
comprendidos en los tratados bilaterales de extradición suscritos entre ellos.
En cambio, las Convenciones multilaterales, como el Código de Bustamante
(1928) y la Convención de Montevideo de 1933, cuya vigencia está en principio
limitada dentro del sistema interamericano, se refieren a los requisitos de proce-
dencia generales de la extradición entre los países suscriptores, sin hacer mención
a los delitos específicos que fueren extraditables sino más bien recurriendo al con-
cepto general de que se trate de delitos comunes castigados con penas superiores a
un año de privación de libertad. Sin embargo, en caso de existencia de un tratado
bilateral con listado de delitos extraditables, ha de estarse a ese listado (y a su
complemento a través de otras convenciones específicas).
Si el Estado requirente no es suscriptor de dichas convenciones ni de un trata-
do bilateral con Chile (como Japón, China, Holanda y Alemania, p. ej.), todavía
es posible conceder la extradición solicitada, si ello es conforme con “los princi-
pios de Derecho Internacional” (Art. 449 letra b) CPP) que, según nuestra juris-
prudencia, se cristalizan en las exigencias contenidas en el Código de Bustamante
de 1928 y en el Tratado de Extradición de Montevideo de 1933, más una garantía
de reciprocidad (SCS 24.07.2013, Rol 4146-13).
los llamados delitos políticos puros, que solo se dirigen en contra de la institucio-
nalidad, lo corriente es que ellos puedan lesionar además otros bienes jurídicos,
como la vida, salud o propiedad de personas determinadas. Por eso el Art. III. e)
Convención de Montevideo de 1933 declara expresamente que, “no se considera-
rá delito político el atentado contra la persona del Jefe de Estado y sus familiares”
y el Art. 357 CB agrega que “no se reputará delito político” el homicidio o asesi-
nato de “cualquier persona” que “ejerza autoridad”. Tampoco se pueden conside-
rar delitos políticos los crímenes bajo el Derecho Penal Internacional (genocidio,
crímenes de guerra, delitos de lesa humanidad, tortura, desaparición de personas,
etc.), los comprendidos en los tratados de Derecho Penal Transnacional (terroris-
mo, tráfico ilícito de drogas, tráfico de personas, corrupción internacional, etc.), ni
en general, los inspirados en motivos de odio racial o religioso. Además, respecto
de determinados hechos que se cometen, por ejemplo, para favorecer la consu-
mación del delito propiamente político (p, ej., la extorsión y el robo violento que
precede al atentado, etc.), según Cury, 222, deben considerarse delitos comunes y
no políticos ni conexos con ellos, aunque tuvieran una finalidad política.
Por otra parte, la Convención de Montevideo de 1933 otorga al Estado reque-
rido la posibilidad de denegar la extradición cuando, aún no calificándose de polí-
tico el hecho como tal, el procedimiento a que se someterá en el Estado requirente
haga presumir que la solicitud se basa en una persecución de ese carácter, como
cuando la persona requerida “haya cumplido su condena en el país del delito o
cuando haya sido amnistiado o indultado”, “hubiera de comparecer ante tribunal
o juzgado de excepción del Estado requirente” o se trate de “delitos puramente
militares o contra la religión” (Art. III, letras b), d) y f)).
f) La garantía de reciprocidad
Este requisito sólo es exigible cuando entre Chile y el Estado requirente no
existe un tratado bilateral o una convención multilateral vinculante. Una garantía
seria de reciprocidad existe cuando se cumplen los siguientes requisitos materia-
les: a) la ausencia de información de que el requirente haya dejado en el pasado de
cumplir un fallo de algún tribunal chileno; y b) los compromisos internacionales
que unen a ambos países en la tarea común de combatir eficazmente la delincuen-
cia, aunque no se trate de un tratado de extradición propiamente tal.
Es discutible la subsistencia de esta exigencia adicional a los principios generales
del derecho, principalmente porque supone una cierta desconfianza entre los Esta-
dos, fundada en un criterio puramente político y no jurídico, que va más allá de los
principios generales del Derecho internacional y que, como sugiere Politoff I, 129,
debiera reemplazarse en el futuro por otro criterio, como el principio de mejor jus-
ticia, que preferiría sin más otorgar jurisdicción al juez natural del territorio donde
se cometió el delito e impedir que los países se conviertan en refugios de criminales.
debe ser tal que de ellos “pudiere presumirse que en Chile se deduciría acusa-
ción en contra del imputado por los hechos que se le atribuyen”. Ellos “deben
constituir fundamento serio para enjuiciar, o llevar a juicio al imputado, esto es,
que al menos ameriten la sustanciación de un juicio contradictorio que permita
decidir acerca de la absolución o condena”, esto es que “sean graves”, pero sin
que ello importe “en modo alguno alcanzar plena convicción de que se obtendrá
una sentencia condenatoria en el juicio que con posterioridad se verifique” (SCS
14.09.2012, Rol 5902-2012), “pues de ser así a priori se impediría al ente per-
secutor iniciar juicios contra el extraditable y formular acusación por falta de
certeza absoluta en la obtención de una condena” (SCS 24.03.2008, Rol 476-08).
Sin embargo, la valoración de estos antecedentes (regulada en el Art. 444 CPP),
a los que se puede añadir la declaración voluntaria del imputado (Art. 445 CPP),
y su discusión en la audiencia respectiva (Art. 448 CPP), no constituye un juicio
sobre la culpabilidad o responsabilidad del requerido, sino a lo más antejuicio
para determinar la concurrencia o no de las exigencias señaladas en la letra c) del
Art. 449 CPP y de sus letras anteriores, incluyendo el resto de las condiciones de
fondo establecidas para conceder la extradición según el Derecho Internacional a
que remite su letra b).
B. condiciones formales
El procedimiento de extradición pasiva es entregado en primera instancia a un
Ministro de la Corte Suprema y, en segunda, a una Sala (Arts. 441 y 450 CPP). Se
inicia por petición del Estado requirente remitida a la Corte por el Ministerio de
Relaciones Exteriores (Art. 440 CPP). Dicha petición ha de contener la filiación
y demás datos que permitan identificar al extraditable, copia de la sentencia eje-
cutoriada que se pretende hacer cumplir o, en su caso, de la orden de detención,
mandato de prisión o de otra medida cautelar decretada por un juez, la relación
precisa del hecho imputado, y una copia de las leyes penales aplicables, incluidas
las referidas a la calificación del hecho, la participación del inculpado y la pres-
cripción de la acción penal y de la pena, en su caso (Art. V Convención de Mon-
tevideo de 1933 y Art. 365 CB). En el proceso que así se inicie el Estado requi-
rente es representado de pleno derecho por el Ministerio Público, aunque siempre
puede nombrar abogado particular exclusivo (Art. 443 CPP). Para cumplir con
los requisitos de fondo de la extradición, se permite presentar pruebas (Art. 444
CPP) y recibir la declaración voluntaria del imputado (Art. 445 CPP), todo ello
en la audiencia oral que se cite al efecto, donde se presentarán el extraditable con
su defensor (Art. 448 CPP). Esta audiencia no tiene carácter de juicio oral ni de
su preparación, sino únicamente de antejuicio para acreditar las condiciones que
D. Entrega diferida
Si la persona cuya extradición está sometida a la jurisdicción de los tribunales
nacionales por la comisión de un delito distinto a aquél por el cual se la solicita,
ésta podrá concederse, pero la entrega del requerido se diferirá hasta el término
del proceso que se sigue en Chile o hasta el cumplimiento total de la condena que
eventualmente se le imponga, según los casos.
Las distinciones contenidas en el Art. 346 CB y el Art. V de la Convención de
Montevideo de 1933 acerca del momento en que se hubiere cometido el delito
sujeto a la jurisdicción nacional con relación a la solicitud de extradición, apa-
rentemente basadas en la idea de evitar que el extraditable elija la jurisdicción
definitiva mediante la comisión de nuevos delitos, no parecen ser suficientes para
impedir el ejercicio de la soberanía nacional y, además, se tornan irrelevantes si de
todos modos se concede la extradición y sólo se difiere la entrega, cumpliéndose
de este modo la obligación internacional adquirida. Así lo ha entendido correcta-
mente nuestra jurisprudencia, recurriendo al Derecho Internacional, puesto que
la legislación procesal local no se pronuncia acerca de esta delicada materia (SCS
8.10.2013, Rol 7724-2013).
§ 2. ExTRADICIóN ACTIvA
El Art. 431 CPP habilita al Ministerio Público o al querellante a solicitar al juez
de garantía que eleve los antecedentes a la Corte de Apelaciones respectiva, a fin
de que este tribunal pida al Ministerio de Relaciones Exteriores que practique las
gestiones diplomáticas que fueren necesarias para obtener la extradición de una
persona que se encontrase en el extranjero.
Los requisitos que la ley chilena exige para declarar procedente la extradición
son diferentes, según se trate de solicitar la entrega a una persona para su enjui-
ciamiento que para el cumplimiento de una condena.
§ 3. EfECTOS DE LA ExTRADICIóN
A. Especialidad
La especialidad significa que el Estado requirente no puede juzgar a la persona
entregada por otro delito cometido antes de la extradición, pero que no fuera
mencionado en la solicitud de extradición, ni hacerlo cumplir condenas diferentes
de aquella que se invocó como fundamento para pedir la entrega, salvo que se
solicite una nueva extradición en razón de esos delitos distintos y el Estado reque-
rido la acoja, autorizando el procesamiento o la ejecución en su caso (Arts. 377
CB y XVII a) Convención de Montevideo).
Pero bien puede el estado requirente solicitar la ampliación de la extradición
concedida para juzgar tales hechos (SCS 13.11.2012). También puede el extradi-
tado manifestar expresamente su conformidad con la ampliación de cargos (Art.
XVII a) in fine, Convención de Montevideo). Lo mismo ocurre si, una vez ab-
suelto en el Estado que requirió la extradición o cumplida la pena, permanece
voluntariamente por más de tres meses en el territorio del Estado requirente (Art.
377, in fine, CB).
B. cosa Juzgada
La extradición produce efecto de cosa juzgada, ya que, “negada la extradición
de una persona, no se puede volver a solicitar por el mismo delito” (Art. 381 CB).
En similares términos establece este efecto el Art. XII Convención de Montevideo.
Aunque el Art. 452 CPP nada dice al respecto, limitándose a señalar los efectos
procesales de la negativa a concederla (levantar las medidas cautelares y comuni-
car el hecho al Ministerio de Relaciones Exteriores), este criterio sí se encuentra
consagrado legalmente, como resulta de relacionar los Arts. 374 letra g) y 450
CPP, que conceden recurso de nulidad contra las sentencias dictadas en procesos
de extradición pasiva “en oposición a otra sentencia criminal basada en autoridad
de cosa juzgada”.
TERCERA PARTE
LÍMITES POLÍTICO-
CRIMINALES DEL DERECHO
PENAL
Capítulo 7
Defensas no exculpatorias
§ 1. CONCEPTO
Defensas no exculpatorias son todas aquellas que se fundamentan en puras
razones de política criminal, esto es, de los límites del derecho penal fijados por
razones de conveniencia antes que, por consideraciones referidas a la existencia
del hecho punible, la participación culpable, la falta de antijuridicidad del hecho
o de culpabilidad del acusado. En un sentido amplio, las defensas constitucionales
y jurisdiccionales también son no exculpatorias, pero las hemos tratado separada-
mente por la especificidad de sus fundamentos.
Las principales defensas no exculpatorias son las que el Art. 93 reúne bajo el
rótulo de “causales de extinción de la responsabilidad penal” y, específicamente, el
perdón y la prescripción. Junto a ellas se encuentran las diferentes formas de per-
dón contempladas en los Arts. 170, 240, 242 y 398 CPP, las excusas legales abso-
lutorias y el arrepentimiento eficaz. Y, aunque desde el punto de vista lógico pare-
cen defensas “posteriores” a la determinación del hecho punible y la participación
culpable, en la práctica forense su presentación es, por regla general, anterior al
juicio propiamente tal y sirven de fundamento para alegar el sobreseimiento de la
causa, de conformidad con el Art. 250 d) CPP, que considera suficiente para ello la
prueba de que “se hubiere extinguido la responsabilidad penal del imputado por
algunos de los motivos establecidos en la ley”.
§ 2. PERDóN
A. Perdón oficial
a) Amnistía
Conforme al Nº 3 del Art. 93 CP, la amnistía “extingue por completo la pena
y todos sus efectos”. La amnistía corresponde a la forma más amplia de perdón
oficial, el ejercicio del derecho de gracia, el que la comunidad se otorga a sí mis-
ma, a través de sus representantes en el Congreso Nacional. Se denomina propia
cuando se dirige a hechos no enjuiciados todavía, impidiendo la condena por los
mismos, e impropia, cuando sólo afecta penas ya impuestas. En este caso, se ex-
b) Principio de oportunidad
Conforme dispone el Art. 170 CPP, transcurridos los plazos que allí se estable-
cen y sin que el Juez de Garantía o el Fiscal Regional, en su caso, revoquen la deci-
sión del Fiscal del Ministerio Público correspondiente, el ejercicio del principio de
oportunidad extingue la “acción penal” respecto del hecho de que se trate, dejan-
do subsistente únicamente la posibilidad de una acción civil contra el imputado.
Las limitaciones que impone la ley para el ejercicio de esta especie de perdón
oficial son las siguientes: (i) La pena del delito debe contemplar en su marco in-
ferior una igual o inferior a presidio o reclusión menor en su grado mínimo; (ii)
No puede tratarse de un delito cometido por un funcionario público en ejercicio
de sus funciones (§4 Tít. III y Tít. IV L. II CP); y (iii) No debe “comprometer
gravemente el interés público”. Nuevamente ha dejado aquí el legislador abierta
la puerta a una disputa doctrinal y a decisiones jurisprudenciales contradictorias
sobre qué ha de entenderse por comprometer gravemente el interés público.
Consiste, según el Art. 398 de dicho cuerpo legal, en dictar una sentencia con-
denatoria, pero suspendiendo la imposición de la pena y todos sus efectos durante
seis meses, si “concurrieren antecedentes favorables que no hicieren aconsejable la
imposición de la pena al imputado”. Transcurrido el plazo de seis meses sin que
el condenado hubiese sido requerido por otro delito, “el tribunal dejará sin efecto
la sentencia, y en su reemplazo, dictará el sobreseimiento definitivo de la causa”.
Se extingue de este modo la responsabilidad penal, pero, como en la mayor parte
de las instituciones procesales antes vistas, subsiste la civil.
Nuevamente la ley ha entregado al desarrollo jurisprudencial la determinación
de la clase de antecedentes requeridos para disponer esta suspensión, pero parece
ser, por el tenor de la disposición, que ellos se refieren únicamente a consideracio-
nes preventivas especiales.
§ 3. PRESCRIPCIóN
Los números 6 y 7 Art. 93 establecen la prescripción como causal de extinción
de acción penal y de la pena, que consiste en la cesación de la pretensión punitiva
del Estado por el transcurso del tiempo, sin que el delito haya sido perseguido o
sin que pudiese ejecutarse la condena, respectivamente, siempre que durante ese
lapso no se cometa por el responsable un nuevo crimen o simple delito.
Aunque la doctrina mayoritaria comparte la idea de que el fundamento de esta
institución radica en el principio de la seguridad jurídica, similar acuerdo no exis-
te en cuanto a su naturaleza y alcance. En efecto, mientras al fuego de la discusión
B. Prescripción de la pena
a) Tiempo de la prescripción
Mientras la medida del tiempo de prescripción de la acción penal ha de hacerse
con relación a la pena señalada en abstracto por la ley al delito, tratándose de la
declarada de oficio por el tribunal aun cuando el reo no la alegue, con tal que se
halle presente en el juicio.
En cuanto a las inhabilidades legales provenientes de crimen o simple delito, el
Art. 105 señala que ellas sólo durarán el tiempo requerido para prescribir la pena,
computado de la manera que se dispone en los Arts. 98, 99 y 100, con excepción
de las inhabilidades para el ejercicio de los derechos políticos. Excusas legales
absolutorias
Las excusas absolutorias son causales para prescindir de la pena, aunque el
delito esté íntegro en sus ingredientes de tipicidad, injusto y culpabilidad, si está
presente una determinada característica personal del responsable que la ley consi-
dera al efecto, de modo que los restantes responsables no pueden beneficiarse de
ella. Por ello, la doctrina alemana prefiere hablar de causas personales de exclu-
sión o anulación de la pena (Kindhäuser, U. (2013), Strafrecht. Allgemeiner Teil,
6. Ed., Baden-Baden, 58s.).
El ejemplo más característico de excusa absolutoria es el Art. 489, conforme al
cual quedan impunes por los hurtos, defraudaciones o daños que recíprocamente
se causaren determinadas personas unidas por el matrimonio o parentesco. El ca-
rácter político-criminal de esta disposición, que se basaba en una idea de vida en
familia como si fuera una comunidad de bienes ha ido perdiendo fuerza en la vida
social, al punto que en un solo año (2010) sufrió dos modificaciones de acuerdo
a las actuales valoraciones de la vida en común: se eliminó de la excusa los daños
que se causen los cónyuges entre sí y los hurtos y estafas de que sean víctima los
mayores de 60 años.
También, como recuerda Etcheberry II, 69, no es infrecuente que, con el propó-
sito de prevenir un daño efectivo, la ley extinga la responsabilidad criminal, aun-
que el delito esté consumado, siempre que no esté agotado y que ello se deba a la
voluntad libre del hechor, como en la disolución del alzamiento antes de las inti-
maciones o a consecuencia de ellas (Art. 129), la revocación del castigo arbitrario
antes de su imposición (Art. 153); el reintegro antes de la cuenta, en los casos de
haberse recibido en administración bienes fungibles (Arts. 233 y 235); y el pago,
con los intereses corrientes y las costas, del cheque girado en descubierto o giro
doloso de cheques (Art. 22 de la Ley de Cuentas Corrientes Bancarias y Cheques).
§ 4. ARREPENTIMIENTO EfICAZ
El arrepentimiento eficaz también es una defensa no exculpatoria basada en
una conducta posterior del responsable, con la característica específica de hacerse
frente a la autoridad. En el Código, ello se contempla para los hechos colectivos,
CUARTA PARTE
PRESUPUESTOS DE LA
RESPONSAbILIDAD PENAL
Capítulo 8
Consideraciones previas
a la pena privativa de libertad (Art. 94), y si no hay, a la más grave que correspon-
da a la Escala del Art. 21 o, si ello no es posible, a la mayor de la escala mayor
del Art. 59. Si solo se imponen multas, el Art. 25 ofrece su escala de gravedad: las
de faltas son inferiores a 4 UTM; las de simples delito, inferiores a 20 UTM, pero
mayores que las de multas; y las de crímenes, todas las superiores a 20 UTM.
La distinción es relevante para determinar la prescripción de la acción penal
(Art. 94), pero no opera respecto de la prescripción de la pena ni de la aplicación
de penas sustitutivas de la Ley 18216, cuyos plazos y requisitos atienden exclusi-
vamente a la pena en concreto impuesta y no a la gravedad abstracta del hecho.
Con todo, existen importantes diferencias entre los crímenes y simples delitos y
las faltas, a saber: (i) las faltas sólo se castigan cuando están consumadas (Art. 9),
lo que significa que no son punibles la falta frustrada ni la tentativa de falta, salvo
en el caso del hurto-falta del Art. 494 bis; (ii) no es punible el encubrimiento de
falta (Art. 17); (iii) el cómplice de falta no es castigado de acuerdo con las reglas
generales del Art. 51, sino con arreglo al Art. 498, que prevé para él una pena que
no exceda de la mitad de la que corresponda a los autores; (iv) la ley penal chile-
na no se aplica extraterritorialmente a las faltas perpetradas fuera del territorio
de la República (Art. 6); (v) el comiso de los efectos e instrumentos del delito no
es obligatorio en casos de faltas (Art. 500); (vi) la comisión de una falta no tiene
interrumpe la prescripción de la acción penal o de la pena (Arts. 96 y 99); (vii) la
imposición de las penas de por faltas pueden suspenderse condicionalmente, con
arreglo al Art. 398 CPP; y (viii) en caso de faltas sancionadas solo con penas de
multa, su castigo puede hacer por vía del procedimiento monitorio del Art. 392
CPP, que permite su imposición sin audiencia del imputado.
como sucede con la alibi o coartada y con las defensas del error). En cambio, las
defensas positivas o afirmativas propiamente tales, son aquellas razones legales o
doctrinales que se presentan para eximir de pena o rebajar la probable, sin negar
los presupuestos de la responsabilidad penal tal como se presentan por la acusa-
ción y, por definición, exigen un esfuerzo probatorio a la defensa.
Por otra parte, se debe tener presente que en nuestro sistema no es necesario
esperar hasta el juicio oral para establecer la inocencia del imputado, pues éste
tiene derecho a solicitar en cualquier momento previo el sobreseimiento de su
causa por las mismas razones que podría solicitar su absolución. Así, las defen-
sas basadas en la falta o insuficiencia probatoria de alguno de los elementos que
debe probar la acusación son defensas negativas y corresponden, básicamente,
a las causales de sobreseimiento definitivo de las letras a) y b) del Art. 250 CPP
(cuando el hecho investigado no fuere constitutivo de delito y cuando apareciere
claramente establecida la inocencia del imputado); el resto, a las mencionadas
en las letras c), d) y e) del Art. 250 CPP (que el imputado estuviere exento de
responsabilidad criminal en conformidad al Art. 10 CP o en virtud de otra dis-
posición legal, que se hubiere extinguido su responsabilidad penal por algunos
de los motivos establecidos en la ley, o que ha sobrevenido un hecho que, con
arreglo a la ley, pone fin a dicha responsabilidad). Por último, corresponde al
juez decidir, con las pruebas presentadas, si ellas son suficientes para determinar
que los hechos ocurrieron como los presenta la fiscalía o si ocurrieron como sos-
tiene la defensa, esto es, si el acusado es responsable de los mismos o si concurre
a su favor alguna de las justificaciones, excusas y otras defensas o excepciones
presentadas.
Por lo anterior, la doctrina procesal prefiere hablar de “teoría del caso” en vez
de “teoría del delito”, pues el propósito de los intervinientes es “probar su caso”
(los hechos de la acusación, una versión alternativa de los mismos, o la concurren-
cia de elementos que permiten eximir o atenuar la responsabilidad), reservándose
al juez la labor de valorar las pruebas en que se fundamentan esas pretensiones y
dictar su fallo de conformidad con ellas y el derecho aplicable.
Luego, en este Manual, adaptado a los procesos acusatorios, los elementos
tradicionales de la teoría del delito se presentarán dividiendo su exposición en dos
grandes apartados: los presupuestos de la responsabilidad penal y las defensas po-
sitivas. En el primero se abordan los fundamentos legales de la teoría del caso de
la acusación contra un autor individual de un delito consumado y las potenciales
defensas negativas a su respecto, los presupuestos de la responsabilidad en caso de
tentativa y frustración, y en caso de participación en el hecho colectivo o de otro;
en el segundo, los fundamentos de las diversas defensas positivas que, sin negar
los hechos de la acusación, pretenden eximir de responsabilidad penal o rebajar la
pena del acusado. En la presentación tradicional de la teoría del delito, las defen-
sas positivas se analizan como elementos negativos de la antijuridicidad (causales
de justificación) o de la culpabilidad (causales de exculpación). Nosotros manten-
dremos este esquema con algunas pequeñas variaciones y agregamos tres grupos
de defensas positivas que no se consideran parte de la teoría del delito: el de las
circunstancias que extinguen la responsabilidad penal, el de las reglas concursales
y el de las circunstancias atenuantes.
Defensas – Incompetencia
jurisdiccionales – Inmunidades
– Obstáculos procesales
Defensas no – Perdón
exculpatorias – Prescripción
– Excusas legales
absolutorias
– Arrepentimiento eficaz
Teoría del delito
Tipicidad – Prueba de la existencia del – Insuficiencia probatoria
hecho punible; (exclusión de prueba)
– Prueba de las – Falta de imputación
circunstancias agravantes; objetiva
– Prueba del grado de – Falta de tipicidad del hecho
participación; y – Falta de intervención
– Prueba del grado de (alibi o coartada)
desarrollo – Desistimiento
Antijuridicidad -– Falta de antijuridicidad – Legítima defensa
material – Estado de necesidad
(agresivo y defensivo)
– Cumplimiento del deber, etc.
– Omisión por causa legítima
Culpabilidad – Prueba de la participación -– Error de tipo – Inimputabilidad
culpable: – Error de prohibición – Fuerza irresistible
(i) Dolo o culpa y – Inevitabilidad objetiva – Miedo insuperable
(ii) Conocimiento de la – Estado de necesidad
ilicitud exculpante
– Omisión por causa
insuperable
Defensas – Circunstancias atenuantes
incompletas – Defensas concursales
– Unificación de penas
– Cumplimiento anticipado
de la pena
Defensas – Sustitución de la pena Ley
penitenciarias 18216
– Libertad condicional y
salidas
– Supresión de antecedentes
– Indulto
Capítulo 9
Responsabilidad por autoría individual de delito
consumado
le golpeó el cráneo, causándole una herida que le provocó la muerte por hemorra-
gia a las 20:30 hrs. Ese hecho es típico y constituye un delito de homicidio del Art.
391 Nº 2, porque puede subsumirse en sus elementos: una persona (A) realiza una
acción (golpea con una piedra la cabeza de B) que causa la muerte de otro (B). La
afirmación de la tipicidad de una conducta significa, entonces, traspasar el primer
filtro valorativo de ley, al identificar un hecho concreto atribuido a una persona
determinada como autor con la clase de mal o tipo de injusto descrito en ella
(delito consumado). Además, puesto que los ingredientes que integran la tipicidad
son inseparables de los bienes jurídicos tutelados a través de la respectiva figura
legal (vida, libertad ambulatoria, libertad sexual, propiedad, ejercicio correcto de
la función pública, etc.) y de la forma de lesión o peligro que se quiere evitar a
través de la incriminación, el juicio acerca de la tipicidad expresa ya un conjunto
de informaciones provisionales acerca del bien jurídico tutelado: sólo desde esta
perspectiva es posible resolver problemas actuales como el de si una casa de ve-
raneo es o no –durante el invierno– un lugar habitado de los mencionados en el
Art. 440.
Las dos defensas generales que de aquí surgen son negar la existencia del hecho
como tal (las cosas no pasaron como dice la acusación) o, sin disputar su existen-
cia y circunstancias, negar su tipicidad, afirmando que otros serían los requisitos
(el tipo penal de la acusación no es aplicable, por no cumplirse sus requisitos). En
casos de persecución penal que de manera muy evidente se refieran a hechos que
ni siquiera revistan caracteres de delito, es posible, por falta de tipicidad, recurrir
a la vía constitucional del amparo del Art. 21 CPR.
acusación ante tal alegación deba plantear pruebas contrarias para sostener la
responsabilidad del acusado.
b) Conducta. Clasificación
La conducta punible es el núcleo o verbo rector del tipo penal. En atención sus
formas, los delitos se clasifican en delitos de acción y omisión, y éstos, en omisión
propia o impropia, según si las circunstancias de la omisión punible están o no
descritas expresamente en la ley. Las particularidades de la tipicidad en estos dos
últimos casos las trataremos más adelante.
sin exigir a su respecto vinculación subjetiva (dolo o culpa). Por esta razón, la
doctrina dominante entiende que no serían elementos del tipo en sentido estricto,
aunque sí pertenecen a la descripción del hecho punible y deben probarse, en su
caso. Se establecen habitualmente por puras razones de política criminal y su
efecto más significativo es excluir la posibilidad del castigo a título de tentativa o
frustración de un determinado delito. Así sucede con la muerte del suicida en el
Art. 393 CP, la cual mientras no se produzca impide perseguir criminalmente al
auxiliador del suicida, aunque éste resulte en definitiva gravemente herido.
3) Resultado retardado
Es un hecho de la experiencia diaria que a la conducta homicida no le sigue
necesariamente la muerte del ofendido y que ésta se puede retardar, pero de todos
modos producirse, a pesar de los esfuerzos infructuosos practicados por terceros
para evitarlo. Así, en un caso en que la muerte de la infortunada víctima se pro-
dujo cinco días después de recibidas las heridas, por una peritonitis generalizada
causada por ellas, la Corte Suprema condenó igualmente por homicidio, aunque
mejores cuidados médicos pudieron salvar a la víctima (Etcheberry DPJ IV, 34).
En consecuencia, la sola alegación de la existencia de un resultado retardado
no constituye una defensa que sirva para poner en duda la relación de causalidad,
si no va acompañada de una prueba que indique la presencia de la interven-
ción posterior responsable (penalmente) de terceros o de causas sobrevinientes o
concomitantes desconocidas o no controlables por el agente. Pero, según la SCS
28.10.2000 (RLJ 482), el deceso del accidentado cuatro meses después de hecho
no puede imputarse al acusad, una regla bastante más estricta que la del derecho
común americano que impide acusar por homicidio al responsable de una agre-
sión cuando la víctima ha fallecido transcurrido más de un año desde aquella
(Dressler, 2015, §31.01, C ).
4) Caso fortuito
Tratándose de la defensa de caso fortuito, reconocida en el Art. 10 Nº 8, toda
la cuestión radica en determinar fácticamente si estaban o no en conocimiento y
bajo control del acusado las condiciones de producción del supuesto caso fortuito
o accidente, en paralelo al desconocimiento de la víctima sobre las mismas, por su
propio error o ignorancia o por haber sido engañado por el acusado. Nótese que
la legislación nacional limita la defensa al que “con ocasión de ejecutar un acto
lícito, con la debida diligencia, causa un mal por mero accidente”, dando pie a
sostener que, en caso de ejecutar actos ilícitos, todos los resultados serían impu-
tables, fueran o no previsibles, interpretación acorde con la idea del versari in re
ilícita, pero inconciliable con nuestro texto constitucional.
B. tipicidad en la omisión
hallan en nuestro Código en los arts. 134, 149 Nas 2, 4, 5 y 6, 156 Inc. 2, 224 Nos
3, 4 y 5, 225 Nos 3, 4 y 5, 226, 229, 237, 252, 253, 256, 257, 281, 295 bis (omi-
sión de informar a la autoridad de planes o actividades de asociación ilícita), 355,
etc. La doctrina está de acuerdo que ello exige, además, que quien omite tenga
capacidad de realización de la conducta esperada, por sí o por medio de terceros
(Bustos, 245). El Art. 494 Nº 14, agrega el requisito de poder actuar “sin detri-
mento propio”. También es posible que, excepcionalmente, se establezcan delitos
de omisión propia de resultado (p. ej., la figura calificada de omisión de auxilio
a la justicia o a otro servicio público, por parte de un empleado público, cuando
de la omisión “resultare grave daño a la causa pública”, Art. 253 Inc. 2). Como
en tales casos no hay una causalidad natural que comprobar, se suele recurrir a la
idea de la causalidad hipotética, esto es, hacerse la pregunta acerca de si, de haber
actuado el obligado, se hubiera o no producido el daño: en caso negativo estaría-
mos ante un supuesto de omisión que “causa” un resultado.
En la mayor parte de los delitos culposos, suele producirse una combinación
entre acciones que desencadenan resultados lesivos (cuasidelitos de homicidio y
lesiones) por la omisión de deberes de cuidado específicos, como ocurre en el Art.
108 Ley de Tránsito, donde la fuente de la responsabilidad por negligencia es con-
ducir (una acción) sin estar atento a las condiciones del tránsito (una omisión).
Por eso, la omisión también puede describirse como ejecutar una acción distinta
de la esperada y es la prueba de esa acción lo que permite acreditar que en ese lu-
gar y en ese instante no se hizo lo esperado (aceleró al llegar a una esquina en vez
de disminuir la velocidad). Sólo por excepción están previstos delitos culposos de
omisión propia, como en el Art. 229, que sanciona al funcionario público que, por
negligencia inexcusable y faltando a las obligaciones de su oficio, no procediere
a la persecución o aprehensión de los delincuentes, después de requerimiento o
denuncia formal hecha por escrito.
(1999), con comentario crítico de Miguel Soto P.). En este último supuesto, el
carácter de delito especial propio parece perder sentido. Sin embargo, el hacer
precedente o injerencia supone una combinación de acción inicial que, de alguna
manera, desemboca en el resultado que la ley pretende evitar (p. ej., llevando a
la víctima de un atropello a un lugar donde solo el conductor imprudente puede
brindarle auxilio o, como en el caso jurisprudencial citado, disparando en defensa
propia), por lo que, demostrada la causalidad natural, deben también superarse
los filtros de la imputación objetiva.
En el resto de los casos, el resultado producido debe ser objetivamente evitable.
Esto significa afirmar una causalidad hipotética (si el garante hubiera actuado, el
resultado se habría evitado) o normativa (SCS 28.1.1999, RLJ 18). Por ello, la
acusación debe probar la evitabilidad del resultado. La defensa contra esa prue-
ba puede ser tanto afirmar que la de la fiscalía es insuficiente para establecer esa
evitabilidad, como presentar pruebas para fundamentar la proposición contraria,
esto es, que en el caso concreto el resultado era inevitable para cualquiera (impu-
tación objetiva: el salvavidas que ve con impotencia cómo un bañista se ahoga a
500 metros de la playa no puede –él ni cualquiera–, aunque quiera y deba, salvarle
y, por tanto, el resultado no le es imputable jurídicamente, por no aumentar con
su omisión el riesgo creado por el bañista imprudente).
Finalmente, la asunción efectiva de la posición de garante significa que el obli-
gado a evitar el daño ha excluido, en el caso concreto, la posibilidad de terceros
salvadores, quedando en sus manos la concreta evitación del resultado. Se trata de
una cuestión de hecho, que debe probarse por la acusación, y que puede contrade-
cirse probando que, en el caso concreto, no se excluyó a terceros salvadores o que,
de ninguna manera era posible para el garante evitar el resultado.
Que la acusación debe afirmar probatoriamente la equivalencia entre la omi-
sión y la acción es un requisito impuesto por la doctrina mayoritaria para evitar
condenas excesivas, que sirve como válvula de escape para no caer en un forma-
lismo vacío de contenido. Se encuentra legalmente impuesto desde que el Código,
p. ej., nos obliga a distinguir la comisión por omisión del abandono de niños y
personas desvalidas, cuya penalidad se encuentra disminuida frente a los delitos
de homicidio, incluso cuando quienes abandonan a niños y personas desvalidas
que fallecen a causa del abandono son padres, hijos y cónyuges (Arts. 346 a 352),
la mera omisión de socorro del homicidio (Art. 494 Nº 14), y aún la de denunciar
o auxiliar en accidentes de tránsito (Art. 195 Ley de Tránsito). No obstante, se
debe reconocer que, en la práctica, este requisito es difícil de diferenciar de las
exigencias probatorias de la causalidad hipotética (o real, en casos de injerencia)
y de la asunción efectiva de la posición de garante. Así, p. ej., un fallo rechazó esta
equivalencia, aun cuando se alegó que la madre de un menor no había denun-
efectuada “como un profano” pues de otro modo sólo los juristas más avezados
podrían actuar con dolo (Binding, K. (1965), Die Normen und ihre Übertretung,
T. III., Utrecht, reimp., 144).
Por otra parte, para el dolo directo querer no significa tener “el motivo” o la
“finalidad de”, sino únicamente voluntad de realización del hecho punible que
el agente está en condiciones de ejecutar, en el sentido de una decisión para cuya
materialización se disponen los medios adecuados. La prueba de la finalidad o
del motivo puede servir para acreditar esa voluntad de realización, pero no la
constituye: Si se prueba que quien inició el fuego tenía un seguro contratado, será
más difícil discutir si tenía o no intención de causar el incendio del que se aprove-
cha. Querer tampoco significa “desear” o “esperar que las cosas sucedan”: El que
desea la muerte de otro para cobrar un seguro, no por ello ha de considerársele
como un agente doloso si se muere el asegurado por cualquier causa no derivada
de su conducta disponiendo los medios al efecto. Como señala Tito Livio, desde
los tiempos de la Roma clásica “no esta previsto en ninguna ley o costumbre de
ningún país que alguien sea condenado a la pena capital por querer la muerte de
su adversario si no ha hecho nada para que ésta se produzca” (Historia de Roma
desde su fundación, Libro I, Cap. 28). En cambio, la inseguridad acerca de conse-
guir el resultado para el cual se han dispuesto los medios no excluye el dolo, sihay
aceptación del mismo: quien dispara un arma para matar a otro, que muere pro-
ducto del disparo, actúa dolosamente aunque haya considerado poco probable su
éxito por la gran distancia en que se hallaba de la víctima, la escasa visibilidad o
su propia falta de destreza, mientras acepte esa posibilidad.
No obstante, se admite que el querer pueda ser equivalente a otros estados
mentales diferentes a la intención de realización de los elementos del delito. Así,
también se consideran dolosas (con “dolo de las consecuencias necesarias” o de
“segundo grado”) las consecuencias inherentes del actuar querido por el agente,
aunque éste no las “desee” o incluso le causen una “repulsión anímica”, como
en el caso de quien por encargo quiere dar muerte a B empleando un mecanismo
explosivo en su automóvil, pero sabe que con ello también va a morir C, su secre-
taria, por cuya muerte no recibirá la recompensa prometida.
Por su parte, en el llamado “dolo eventual” se admite mayoritariamente por la
jurisprudencia que la aceptación o indiferencia frente al resultado posible, pero
no altamente probable, también pueda considerarse equivalente a la intención
de su realización (SCA La Serena, 9.11.2010, RLJ 25), según la llamada segunda
fórmula de Frank: “si se dijo el hechor: sea así o de otra manera, suceda esto o lo
otro, en todo caso actúo, entonces su culpabilidad es dolosa” (Frank, R. (1931)
Das Strafgesetzbuch für das Deutsche Reich, 18ª Ed., Tübingen, 190). La fórmula
es útil para casos donde está probado que la intención del agente es producir un
1) Ignorancia deliberada
Si el error es causado voluntariamente por el agente, como cuando un directivo
indica a sus subordinados que no quiere enterarse de la forma en que logran sus
objetivos para no ser responsabilizado de ello, estamos ante supuestos de “igno-
rancia” o “ceguera deliberada” (willful blindness), que excluyen la defensa del
error (Ragués, R. (2008), Ignorancia deliberada en Derecho penal, Barcelona).
La doctrina puede generalizarse a todos los supuestos en que deliberadamente el
agente se pone en condiciones de “no saber” concretamente lo que hace: “los pro-
pios legisladores […] imponen castigos y represalias a todos los que han cometido
malas acciones sin haber sido llevados por la fuerza o por una ignorancia de la
que ellos mismos no son responsables […] Incluso castigan la misma ignorancia
si el delincuente parece responsable de ella” (Aristóteles, 39).
2) Error accidental
El conocimiento debe recaer en los elementos de la descripción legal, según se
entienden por la generalidad de los ciudadanos a quienes se dirigen las incrimi-
naciones penales. Por ello, para la ley sólo son relevantes a efectos del error los
aspectos de la realidad que el tipo penal describe en relación con cada delito en
particular: Si A cree que mata a B, porque lo engaña con su mujer, pero en reali-
dad el amante es C, el error en el motivo no excluye la penal por el Art. 391 Nº
1. Tampoco excluye el dolo el error en la identificación de la víctima: Si en el caso
anterior A sabe que el amante de su mujer es C, pero mata a B, confundiéndolo
físicamente con C, su error es igual de irrelevante. En ambos casos estamos ante
errores no esenciales o accidentales que no excluyen el dolo.
relacionadas (Art. 390), existe en el Art. 1 Inc. 3 una regla especial para regular el
efecto del error en tales casos, que veremos más adelante.
1) Dolo de Weber
Si se puede probar que a una tentativa de homicidio que el agente cree exitosa,
pero en realidad ha fracasado, le sigue efectivamente el entierro de su víctima
por sus agresores, correspondería sancionar el primer hecho a título de tentativa
o frustración dolosa, excluyendo el dolo del segundo por un error esencial en el
objeto de la acción: se pensaba que se enterraba a un muerto, no a que se mataba
a otro vivo. En tal caso, si la supervivencia de la víctima era previsible y el agente
tenía la capacidad para percibirlo, no hay dolo, pero hay culpa en su actuar (Art.
2) y podría castigarse ese segundo hecho a título de culpa, en concurso con el pri-
mero, en la forma prevista en el Art. 74. Así, en la SCS 13.3.2017, Rol 2882-2017,
se decidió que quien entierra vivo a quien cree muerto tras una reyerta familiar no
comete homicidio doloso, sino cuasidelito de homicidio.
Sin, embargo, un sector importante de la doctrina afirma que, si “el sujeto des-
de el principio de la comisión del delito pretende realizar la segunda actividad”,
“el dolo inherente a la actividad delictiva comprende o abarca el acto posterior
que provoca la muerte”, por lo que el error al momento del entierro no sería
esencial y habría que condenar por un único delito de homicidio (Garrido III,
47). Similar es la propuesta del propio difusor de este caso en la doctrina alemana
(Weber (1825), Neues Archiv des Criminalrechts, 28), basada en la idea la exis-
tencia de un dolus generalis.
3) Preterintención
La defensa de preterintención consiste en probar que el resultado acreditado
no era el querido por el agente, sino uno que iba más allá de su intención original
(también ilícita), transformando un error en el curso causal de irrelevante a esen-
cial: A afirma que sólo quería causar un aborto a B, pero que ésta resulta muerta.
Si la muerte era evitable, se afirmará un concurso ideal del Art. 75 entre el aborto
consumado (Art. 342) y la muerte culposa (Art. 492).
La defensa es más compleja cuanto se trata de la comisión inicial de lesiones,
seguida de muerte, donde el límite entre la actuación con dolo eventual o con cul-
pa es más difícil de probar. Todo dependerá, por tanto, de la prueba respecto de
“los medios empleados para la comisión del delito, la región del cuerpo en que se
infirió la lesión, las relaciones existentes entre el ofensor y la víctima, las amena-
zas o manifestaciones hechas por el culpable; si el homicidio se realizó con arma
de fuego, la clase y el calibre del arma, la dirección y la distancia a que se hizo el
disparo, etc.” (Labatut/Zenteno II, 160).
A pesar de estas dificultades prácticas, nuestra jurisprudencia acepta que habrá
preterintencionalidad si se prueba una acción dolosa de lesionar, ausencia de dolo
homicida (directo o eventual), resultado de muerte, un nexo causal entre la con-
ducta y el resultado, y culpa respecto a ese resultado (SCA San Miguel 6.6.2004,
RLJ 353), y que, en tales casos, se sancionen las lesiones dolosas causadas en con-
curso ideal del Art. 75 con cuasidelito de homicidio (SCS 17.8.2005, RLJ 354),
desechándose la idea del dolus generalis dominante hasta la primera mitad del
siglo pasado (Novoa I, 516). Sin embargo, la incertidumbre acerca de la naturale-
za de las lesiones provocadas, por la dificultad de determinar sus efectos y dura-
ción tras la muerte de la víctima, puede llevar incluso a la perplejidad de castigar
únicamente por el homicidio culposo, lo que debe rechazarse pues siempre podrá
estimarse al menos lesiones del Art. 399, salvo que, por su insignificancia clíni-
ca, éstas puedan ser absorbidas por la pena del homicidio culposo consumado
(Politoff/Bustos/Grisolía, 78, nota 102). Por otra parte, si no se prueba la culpa,
tampoco habrá delito de homicidio culposo, como en el caso de quien golpea a un
ebrio que pierde el equilibro y muere por el golpe en el suelo (SCA Concepción
24.8.2000, RLJ 482).
332, 333, 495 Nº 21, etc.) y en leyes especiales (p. ej., Art. 27 Ley 19913, sobre
lavado de activos).
Según la jurisprudencia, hay culpa en la realización voluntaria de una conduc-
ta, sin asentimiento o aceptación del resultado antijurídico que de ella se deriva,
pero con violación concreta de un deber de cuidado (SCS 17.6.1997, RLJ 27).
En consecuencia, los presupuestos de la responsabilidad penal a título de culpa
serían: (i) la acreditación de la tipicidad objetiva (producción de un resultado y
relación de causalidad, cuando es requerido); (ii) ausencia de prueba del dolo, al
menos eventual; (iii) probar la culpa o infracción concreta de un deber de cuidado.
Este concepto es operativo en el ámbito de aquellas actividades riesgosas cuya
detallada regulación permite asimilar la culpa a la infracción de una norma que
establece un deber de cuidado específico, como sucede en la navegación marítima,
aérea y el tráfico rodado. Ejemplo de ello son las precisas prescripciones de la Ley
de Tránsito y su referencia en el Art. 108 a la conducción atenta a las condiciones
del tráfico como regla subsidiaria de responsabilidad. En el ámbito de la actividad
médica, nuestra jurisprudencia entiende que la infracción a la lex artis expresada
en los protocolos, guías y bibliografía médica existentes es suficiente para fun-
damentar la culpa (SCS 4.06.2008, Rol 434-2008). En la inmensa mayoría de
los casos esta infracción a un deber específico será una omisión: no solicitar un
práctico al entrar a un puerto, no hacer una revisión de cierto instrumental antes
del vuelo, no respetar las señales del tráfico, no realizar un examen diagnóstico
indicado para la sintomatología del paciente, etc., idea que se hace equivalente a
la negligencia. Por ello, la mayor parte de los delitos de comisión por omisión u
omisión impropia son, en la realidad, cuasidelitos. Cuando esa infracción al deber
se traduce en un actuar positivo, se llama imprudencia: acercarse a la costa en
un lugar prohibido, despegar sin plan de vuelo, conducir a exceso de velocidad,
realizar una cirugía para la que no se está preparado, etc.
En todos los casos, sin embargo, la prueba de la actuación contraria a los
deberes de cuidado solo permite acreditar la antijuridicidad de la conducta (Po-
litoff I, 380). La culpabilidad propiamente tal se debe acreditar con la prueba
de la capacidad personal de evitar el resultado previsible, teniendo en cuenta los
“conocimientos especiales”, y las “específicas particularidades” de cada sujeto
(Bustos, J. (2002), El delito culposo, Santiago, 38). En paralelo a las exigencias
cognoscitivas y volitivas del dolo, ello requiere, por una parte, no que se sepa lo
que se hace, sino sólo que se pueda prever el resultado de lo que se hace (o se deja
de hacer); y por otra, no que efectivamente se quiera ese resultado, sino que no
se lo evite, pudiendo evitarlo. Si el sujeto actualiza su poder de previsión, y efec-
tivamente prevé el resultado que no evita, se habla de culpa con representación.
En cambio, si pudiendo preverlo, no lo hace, estamos ante supuestos de culpa sin
Tránsito, donde se dispone que “el mero hecho de la infracción no determina ne-
cesariamente la responsabilidad civil del infractor, si no existe relación de causa
a efecto entre la infracción y el daño producido por el accidente”, lo que nuestra
jurispruencia ha extendido sin dificultad a la responsabilidad penal, afirmando
que si un peatón cruza intempestivamente la vía, por lugar no habilitado, resulta
irrelevante que el automovilista conduzca o no a exceso de velocidad (SCA Valpa-
raíso 17.3.2004, RLJ 492), lo mismo que si la víctima no respeta el signo PARE y
aún cuando se conduzca bajo la influencia del alcohol (SCS 22.7.1999, RLJ 493),
y en los casos de los ebrios que se traviesan en el camino (SCS 10.12.2003, RLJ
493). Por otra parte, a pesar de la previsibilidad del resultado, tampoco hay culpa
si es inevitable, como en el caso de un conductor de ferrocarril que al salir de una
curva ve un vehículo atravesado en la vía a menos de 50 metros con pasajeros
dentro: no puede tener culpa ni intención de no evitar o producir el inminente
accidente, a pesar de su evidente previsibilidad, pues será resultado inevitable de
la inercia del tren.
Pero si la actuación del tercero no es suficiente para considerar inevitable o
imprevisible el resultado respecto del acusado, su responsabilidad por la infrac-
ción a las reglas de cuidado permanece inalterable, pues en Derecho penal no es
aplicable la regla de compensación de culpas del derecho civil (Art. 2330 CC),
aunque la intervención culposa de la víctima puede considerarse en la determina-
ción de la pena. De antiguo, así se han pronunciado también nuestros tribunales
y la doctrina (SCA Talca 17.9.1952, RLJ 483).
Sin embargo, ninguno de estos aspectos es pacífico, pues las discusiones, desde
la aparición del finalismo y sobre todo respecto del tratamiento y ubicación siste-
mática que habría que darle al error sobre los presupuestos objetivos de las cau-
sales de justificación, han derivado en un verdadero “caos de las teorías” (Theo-
rienwirrwarr, Roxin I, 626, nota Nº 88). Al respecto, lo que aquí cabe decir es que
la ubicación sistemática de los problemas involucrados en la llamada teoría del
delito es, para nuestra perspectiva actual, irrelevante. Si se admite que el principio
de culpabilidad consagrado en la Constitución impide presumirla de derecho y
que es posible la existencia de errores sobre el contenido del derecho y el alcance y
presupuestos de las causales de justificación como hechos mentales, lo relevante es
determinar a quién corresponde acreditar la culpabilidad cuando está discutida y
el efecto del error. Y, en ese sentido, acreditado un verdadero error (y no una duda
o una aceptación de una posibilidad) en lo que es exigible al ciudadano común,
en atención a sus grados de socialización y demás circunstancias vitales, sólo cabe
excluir la culpabilidad, a menos que el error haya sido culpable, caso en el cual
nuestro Código sólo permite su imputación a título de culpa.
Jurisprudencialmente, se ha admitido la prueba de este error como exculpante
al absolver al Alcalde acusado de negociación incompatible que, sin conocimientos
ni asesoría jurídica, adquiere mercaderías para uso de la Municipalidad en el esta-
blecimiento de que es propietario; a la acusada de bigamia que entendía disuelto su
matrimonio anterior por el largo tiempo de separación transcurrido; y al acusado
de violación impropia de una menor de 14 años, cuyo analfabetismo y ruralidad
hacen creíble que desconociera la norma penal aplicable (SCS 23.3.1999, SCA San-
tiago 2.7.1998 y SCA Coyhaique 27.10.1994, ambas en RLJ 22).
Salvo disposición legal expresa, en todos los casos que alguien es instrumen-
talizado por medio de la fuerza, el engaño o el prevalimiento, la calificación de
la conducta del “hombre de atrás”, corresponde a la del Art. 15 Nº 2, que prevé
la imposición de la pena del autor a quienes “fuerzan” o “inducen” a otro a co-
meter un delito determinado, y así deben figurar en la formalización y acusación
respectivas.
La autoría mediata como forma de responsabilidad individual se diferencia de
la coautoría o participación en un hecho colectivo por la falta de un acuerdo de
voluntades que habilite la imputación recíproca entre todos los intervinientes. Y
se distingue de la inducción en sentido estricto o instigación — también compren-
dida en el Art. 15 Nº 2 y sancionada con la pena del autor—, por la existencia
de un engaño o prevalimiento, que impiden considerar la actuación del inducido
como completamente voluntaria y responsable. Por ello, para el autor mediato, el
comienzo de la ejecución del delito por hechos directos (tentativa) puede fijarse en
el momento mismo del forzamiento o la inducción, cuando consigue el control del
instrumento y le transmite las instrucciones para cometerlo, con independencia
de que el forzado o inducido de inicio o no materialmente a la ejecución del acto
a que se le fuerza o induce, tal como se dispone en el citado Art. 46 Ley 20357.
Los principales supuestos de esta forma de responsabilidad son los siguientes:
Lo mismo sucede en una variante simplificada del llamado caso Dohna: A, co-
munica a B su resolución de matar a C, pero es engañado por B para que mate a
D, haciéndole creer que es C. A se encuentra en un error en la persona irrelevante,
según el Art. 1 Inc. 3, y es plenamente responsable de sus hechos, pues la identi-
dad de la víctima no le exime de responsabilidad. Hay que convenir con Roxin
en que la muerte de D y no de C es el resultado de la obra voluntaria de B, pues
A no controla el sentido de la “configuración del hecho” concreto, por lo que se
le puede atribuir autoría mediata (Roxin, Autoría y dominio, 217). La solución
es, con todo, altamente controvertida, pues contradice el fundamento de la teoría
del dominio del hecho, pues A resolvió la comisión del delito y siempre estuvo
en condiciones de detener su ejecución, sin la intervención de B (Wessels/Beulke/
Satzger, 338).
a) Prevalimiento de inimputables
Otra hipótesis reconocida desde antiguo: el “instrumento” actúa antijurídica-
mente, pero su responsabilidad aparece excluida por su inimputabilidad: minoría
de edad, enajenación mental. Quien se prevale de menores de 14 años no sólo es
responsable, sino, además, con una pena agravada (Art. 72); lo mismo ocurre a
quien se vale de un inimputable en el sentido del Art. 10 Nº 1 para cometer un
robo o hurto (Art. 456 bis, 5ª).
Esta forma de autoría mediata no requiere intimidación ni engaño, aunque en
la práctica es probable que uno y otro aparezcan. En ese caso, si el enfermo men-
tal no puede alegar inimputabilidad, su trastorno bien podría servir de base para
una autoría mediata por engaño o intimidación o al menos la atenuante del 11 Nº
1 o del Art. 73. En este último supuesto, ya no habría autoría mediata, sino coau-
toría. Se trata, con todo, de cuestiones de hecho que han de resolverse caso a caso.
crímenes de guerra, tanto el que da la orden como el que la ejecuta responden pe-
nalmente, y la orden no cumplida se considera tentativa, por expresa disposición
legal (Art. 36 Ley 20357).
Y en tercer término, porque nuestra legislación considera la participación en
aparatos organizados de poder como hechos colectivos que constituyen delitos
en sí mismos, esto es, asociaciones ilícitas, cuando tienen por objeto atentar
contra el orden social, contra las buenas costumbres, contra las personas o las
propiedades, penándose de manera más grave a los jefes que a los subordinados,
por el solo hecho de organizarse y sin perjuicio de las penas adicionales que
correspondan por los delitos que cometan sus miembros (Arts. 292ss). El Art.
411 quinquies CP y los Arts. 2 Nº 5 Ley 18314, 16 Ley 20000 y 28 Ley 19913
castigan especialmente las asociaciones ilícitas establecidas para cometer delitos
de tráfico de migrantes, trata de personas, terrorismo, narcotráfico y lavado de
dinero. Los requisitos básicos del aparato organizado de poder, a saber, perma-
nencia temporal, existencia de jerarquía, distribución de tareas y fungibilidad
de sus miembros, han sido reconocidos por nuestra jurisprudencia como los
que constituyen una asociación ilícita, admitiendo incluso la posibilidad de que
ésta exista cuando la jerarquía es reemplazada por reglas vinculantes (SSCS
17.3.2010, 8.7.2010 y 7.7.2008, RLJ 300, respectivamente). Es más, también
se considera asociación ilícita la desviación o prevalimiento de un aparato or-
ganizado preexistente y lícito (p. ej., el Ejército) por parte de algunos de sus
miembros, reproduciendo su estructura jerárquica y empleando sus recursos
para la comisión de delitos (SCS 23.11.2012, RLJ 300). El efecto práctico de
estas disposiciones es que el aparato organizado de poder se transforma en un
hecho colectivo punible per se y la orden dada en su interior para cometer delito
determinado puede considerarse desde ya tentativa del mismo.
cen aquellas circunstancias agravantes de tal manera inherentes al delito que sin
la concurrencia de ellas no puede cometerse”.
En el primer caso se encuentra la agravante 3ª (“ejecutar el delito por medio
de inundación, incendio, veneno u otro artificio que pueda ocasionar grandes
estragos o dañar a otras personas”), en relación con los delitos de incendios y
estragos (Arts. 474ss.); la 9ª (“emplear medios o hacer que concurran circunstan-
cias que añadan la ignominia a los efectos propios del hecho”) con los de injurias
(Art. 416); y la 14, 2ª parte (“cometer el delito después de haber quebrantado una
condena”), ya que el quebrantamiento de condena es un delito sui generis esta-
blecido en el Art. 90 (Oo. Novoa II, 80, quien no considera las consecuencias del
quebrantamiento como penas sino como medidas de seguridad).
En el segundo, aún teniendo en cuenta pequeñas diferencias, el Art. 13 (agra-
vante de parentesco) con relación al parricidio (Art. 390) y la violencia intrafami-
liar (Art. 14 Ley 20066); y las circunstancias 1ª a 5ª del Art. 12 (“1ª. Cometer el
delito contra las personas con alevosía, entendiéndose que la hay cuando se obra
a traición o sobre seguro; 2ª. Cometerlo mediante precio, recompensa o promesa;
3ª. Ejecutar el delito por medio de inundación, incendio, veneno u otro artificio
que pueda ocasionar grandes estragos o dañar a otras personas; 4ª. Aumentar
deliberadamente el mal del delito causando otros males innecesarios para su eje-
cución; y 5ª. En los delitos contra las personas, obrar con premeditación conocida
o emplear astucia, fraude o disfraz), con el delito de homicidio calificado (Art.
391); la 6ª (“Abusar el delincuente de la superioridad de su sexo o de sus fuerzas,
en términos que el ofendido no pudiera defenderse con probabilidades de repe-
ler la ofensa”) con el delito de violación y otros atentados de similar naturaleza
(Arts. 361ss.); la 7ª (“Cometer el delito con abuso de confianza”), con los delitos
agravados de hurto (Art. 447); la 10ª (“Cometer el delito con ocasión de incendio,
naufragio, sedición, tumulto o conmoción popular u otra calamidad o desgra-
cia”.), con el Art. 5 Ley 16282; y la 17ª (“Cometer el delito en lugar destinado al
ejercicio de un culto permitido en la República”), con los que atentan contra el
culto (Arts. 138 a 140).
Finalmente, respecto de aquellas agravantes que son de tal manera inherentes
al delito que sin su concurrencia éste no puede cometerse, la doctrina distingue
dos supuestos. El primero es aquél en que la agravante está implícita en el tipo
penal: Este sería el caso del tipo de la apropiación indebida (Art. 470 Nº 1), que
contiene implícitamente la circunstancia de abuso de confianza (Art. 12 Nº 7);
el de los delitos funcionarios (L. II., Tít. III., § 4) respecto de la agravante que
consiste en prevalerse el delincuente de su carácter público (Art. 12 Nº 8); y el de
los delitos de homicidio y lesiones, respecto del uso de armas del Art. 132 (Art.
12 Nº 20). En el segundo supuesto, la inherencia derivada de las circunstancias
concretas en que se comete el delito y que no está en manos del autor modificar:
si alguien ataca sexualmente a una mujer, no podrá imputársele, además, la agra-
vante 18ª del Art. 12, aunque la ley no distinga en cuanto al sexo del sujeto pasivo
en los delitos sexuales.
caso, la comparación ha de hacerse con las penas asignadas por la ley (en abstrac-
to), sin consideración a las penas efectivamente impuestas. Si antes se ha impuesto
una pena mayor por la acumulación de infracciones, ha de estarse a la señalada
por la ley al delito y no a la efectivamente impuesta para la aplicación o no de
la agravante (SCA Rancagua 15.9.2005, RLJ 100). La agravante aplica aún en
caso de personas indultadas, pero no así si se trata de personas que han cumplido
satisfactoriamente sus penas sustitutivas (Art. 38 Ley 18216).
Finalmente, tratándose de reincidencia propia específica, la ley sólo exige la
existencia de una condena ejecutoriada previa por un delito “de la misma espe-
cie” (Art. 12, 16ª). La condena debe existir como tal y, por tanto, también aplica
la excepción de haberse cumplido satisfactoriamente la pena sustitutiva anterior
(Art. 38 Ley 18216). Es discutido si se aplica o no a los casos en que la condena
anterior corresponde a un delito cometido en calidad adolescente, decantándose
leventemente la jurisprudencia por la negativa (RLJ 104).
Sin embargo, la determinación de qué ha de entenderse por delitos de la misma
especie es sumamente discutida: ¿son el homicidio simple y el robo con homicidio
delitos de la misma especie?, ¿el secuestro agravado por lesiones lo es con éstas?,
¿la violación con homicidio es de la misma especie que el favorecimiento de la
prostitución?, etc. ¿Aplicaremos la misma regla del Art. 351 CPP? Lo único cier-
to aquí es que al menos será de la misma especie “la caída en el mismo delito”
(Etcheberry, DPJ II, 240ss.). La jurisprudencia recogida en el RLJ 101s., ofrece
diferentes criterios: la naturaleza análoga de los delitos, como las lesiones y el
homicidio; los que afectan un mismo bien jurídico, siquiera parcialmente, como
las distintas modalidades de delitos contra la propiedad entre sí; la identidad en el
medio de ataque, que lleva a la conclusión contraria.
b) Discriminación (21ª)
Esta circunstancia, incorporada en 2015 por la Ley 20183 (Ley Zamudio)
como reacción a un crimen de odio contra una persona homosexual por su cali-
dad de tal, agrava la pena de cualquier delito que se comete o en que se participa
“motivado por la ideología, opinión política, religión o creencias de la víctima; la
nación, raza, etnia o grupo social a que pertenezca; su sexo, orientación sexual,
identidad de género, edad, filiación, apariencia personal o la enfermedad discapa-
cidad que padezca”.
Se trata de la consagración entre nosotros de los denominados delitos de odio
(Salinero S. (2013), “La nueva agravante penal de discriminación. Los delitos de
odio”, Revista de Derecho PUC Valparaíso, XLI, 263). Puesto que atiende a una
motivación diferente del hecho o delito base, éste aparece como “un medio para
refrendar el repudio” a la víctima por alguna de las condiciones personales que
la ley señala (SCA San Miguel 23.7.2018, Rol 1695-2018). Por ello, se trata de
una circunstancia cuya aplicación no se encuentra limitada por el principio de
inherencia del Art. 63, puesto que cualquier delito, particularmente contra las
personas y la propiedad puede ser cometido con o sin ella. Sólo cabría plantearse
la duda en el caso del femicidio (Art. 390 Inc. 2), donde el sexo de la víctima está
considerado en la descripción legal y se entiende que su fundamentación parece
encontrarse en la violencia de género, esto es, en el ataque a una mujer por su
condición de tal, caso en el cual. Sin embargo, en todos los casos de homicidio de
una mujer por ser tal, que no sea ni haya sido cónyuge o conviviente del agresor,
corresponde aplicar la agravante sin duda alguna.
Capítulo 10
Responsabilidad a título de autor individual
por delitos no consumados (iter criminis)
§ 1. gENERALIDADES
En el capítulo anterior estudiamos los presupuestos de la responsabilidad pe-
nal individual por delitos consumados. Un delito está consumado únicamente
cuando el autor realizó con su actividad todas las exigencias del tipo delictivo,
esto es, cuando el bien jurídico objeto de la tutela penal ha sido ya suficientemente
afectado, con arreglo al alcance del respectivo tipo legal, por una lesión o puesta
en peligro, aunque el agente no haya obtenido los eventuales propósitos ulterio-
res que perseguía con la perpetración del delito (agotamiento del delito). Así, el
delito de hurto (Art. 432) se consuma con la apropiación de la cosa ajena, sin la
voluntad de su dueño y con ánimo de lucro, tanto si el hechor sacó el provecho
que buscaba de la cosa sustraída, como si la extravió en su fuga.
En términos generales, se habla de tentativa o conato cuando el autor da prin-
cipio de ejecución al delito por hechos directos pero, aunque se lo proponga, no
logra consumarlo, bien porque no se produce el resultado punible (que no muera
la víctima, en el caso del Art. 391), o bien porque, cuando la ley no exige un resul-
tado material, como sucede en los llamados delitos formales o de mera actividad
y en los delitos de peligro, la conducta punible es fraccionable material e inte-
lectualmente, y habiéndose dado comienzo a la actividad, ésta no ha alcanzado
el pleno desarrollo que la hace punible (como sucedería cuando quien pretende
entrar en morada ajena sin permiso de su dueño, es repelido por éste, Art. 144; o
cuando alguien es detenido justo en el momento que se dispone a vaciar sobre el
surtidor de agua potable de una localidad venenos o sustancias capaces de provo-
car “muerte o grave daño a la salud”, Art. 314). Cuando no se ha dado siquiera
comienzo a la ejecución del delito o ésta sólo se ha plasmado en hechos indirectos,
se habla de actos preparatorios, impunes por regla general. La simple ideación
de un delito o la resolución de cometerlo no comunicada a terceros y no puesta
en marcha, constituye la “fase interna” del iter criminis, la que es absolutamente
impune entre nosotros.
Pero cuando se ha dado verdaderamente comienzo a la ejecución del delito por
hechos directos, aunque no se consume, todavía es posible atribuir responsabili-
dad al hechor, en virtud de lo dispuesto en el Art. 7, que establece que los delitos
§ 2. TENTATIvA
A. Presupuestos de la responsabilidad
a) Tipicidad
El Art. 7 describe la tentativa, en su primera parte, como “dar principio a la eje-
cución de un crimen o simple delito por hechos directos, faltando uno o más para
su complemento”. Al exigir dar principio a la ejecución del hecho, la ley impide la
sanción a título de tentativa de toda idea o resolución criminal no externalizada.
Además, debe ser el caso de que, por cualquier razón objetiva, independiente de
la representación o capacidades del agente, falten actos para que el delito se con-
sume, pues si no faltan actos, entonces se trataría de un delito consumado o uno
frustrado. Luego, el concepto de tentativa presupone que la ejecución material de
un delito puede fraccionarse en diferentes actos particulares que, en conjunto, se
valoran como un solo hecho (en el caso más sencillo: encontrarse con la víctima,
cargar el arma, apuntar y disparar). La jurisprudencia va más allá y afirma la po-
sibilidad de negar en abstracto la posibilidad de una tentativa, si la conducta des-
crita en la ley no admite su fraccionamiento intelectual (SCS 4.1.2001, RLJ 36).
La naturaleza del acto externo puede ser tanto un movimiento corporal como
la expresión de pensamientos (escribir una carta con amenazas, Art. 296). Esta
exigencia hace imposible concebir la tentativa en los delitos de omisión, pues por
resuelto que se tenga hacerlo, no es posible comenzar a omitir antes del momento
en que es obligatorio actuar y no se hace lo que se espera (quien desea apropiarse
de cosas que provienen de un naufragio no comete tentativa del delito del Art. 448
Inc. 2 por acercarse a la playa todos los días hasta que ve uno: sólo cuando toma
la cosa proveniente del naufragio nace la obligación de entregarla a la autoridad).
En cambio, en los delitos de omisión impropia, en la medida que la conducta
puede fraccionarse y aparecer hechos positivos que excluyen terceros potenciales
salvadores, es posible la tentativa desde que se da comienzo a la ejecución de tales
hechos.
Pero la ley exige algo más que la externalización de la conducta para afirmar la
tentativa. Se requiere que esos actos de ejecución sean vistos como “hechos direc-
tos”, esto es, que estén directamente encaminados a la realización del tipo penal o
pongan en peligro el bien jurídico respectivo, pero siempre que se encuentren en in-
mediata conexión espacio temporal con la consumación (SCA 18.3.2018, RLJ 36).
Según la ley chilena, no es un hecho directo el porte de los instrumentos del
delito, aunque se trate de aquellos conocidamente destinados a su comisión, pues
ha destinado dos tipos especiales para los casos que ha supuesto de suficiente gra-
vedad y que no estarían incorporados en el concepto de tentativa punible: el porte
por la mala puntería (SCS 26.11.2010, RLJ 37); y que llevar a una mujer a un sitio
eriazo y quitarle las ropas es tentativa de violación aun “cuando ni siquiera se han
aproximado los sexos”, por la resistencia opuesta (SCS 12.9.1995, RLJ 37).
c) Culpabilidad
Sin embargo, aunque la prueba del peligro para el bien jurídico es condición
sine qua non para afirmar la existencia de una tentativa, ella no es suficiente, pues
§ 3. fRUSTRACIóN
A. Presupuestos de la responsabilidad
El Art. 7 Inc. 2 define al crimen o simple delito frustrado como aquél en que
“el delincuente pone de su parte todo lo necesario para que el crimen o simple
delito se consume y esto no se verifica por causas independientes de su voluntad”.
En lo esencial, sus elementos constitutivos son los mismos que los de la tentativa
propiamente tal, radicando su diferencia sólo en el número de actos de ejecución
requeridos: en la tentativa, parte de ellos; en la frustración, todos. En nuestro
sistema, la frustración no consiste, por tanto, en la realización de todos los actos
que el autor considere necesarios según su representación (la “tentativa acabada”
del Código Alemán), sino todos los que lo sean según una valoración objetiva
del hecho. Y esta diferencia objetiva en el peligro de realización del tipo penal
B. requisitos
a) El factor objetivo del desistimiento
El desistimiento en la tentativa requiere que el agente no siga actuando cuando
podía hacerlo. Para que el desistimiento sea efectivo, basta con que “el autor se
abstenga de cualquier acto ulterior que no esté naturalmente unido con el hecho
concreto de la tentativa” (Politoff, Los actos preparatorios, 230): quien tras rociar
con parafina a su víctima y fallarle el dispositivo de encendido la deja ir sin haber-
le prendido fuego, se encuentra en un caso de desistimiento impune de tentativa
(SCA Rancagua, 3.7.2008, RLJ 39). En cambio, no hay desistimiento si los actos
hasta entonces realizados por el hechor siguen siendo eficaces para proseguir la
acción punible, sólo pospuesta hasta mejor momento (p. ej., el ladrón que deja
preparado el forado para entrar a un edificio la noche siguiente); o si el resultado
se produce sin ulterior intervención del autor, como cuando después de disparar
contra otro el autor se arrepiente y se va, muriendo la víctima posteriormente.
En la frustración, el desistimiento requiera algo más que la suspensión del ata-
que: se exige que sea el propio autor quien evite el resultado, por sí mismo o con
el concurso de terceros (como cuando se provee de auxilio médico a la víctima).
Pero si a pesar de los esfuerzos del autor o de los terceros que por su intervención
procuran evitarlo, el resultado se produce de todas maneras, no hay desistimiento,
y a lo más operará la atenuante del Art. 11 Nº 7.
quiere ya alcanzarlo, con independencia del juicio ético que pueda hacerse sobre
dichos motivos. Así, el desistimiento surte efectos aun cuando esté motivado por
la sola conveniencia del autor –que se ve reconocido por la víctima del delito,
p. ej.–. Al contrario, no hay desistimiento si la posibilidad de elección del autor
ha desaparecido y, aunque quisiera, no puede consumar su delito. En este caso,
el motivo para no seguir actuando es una causa independiente de su voluntad
(p. ej.: huye porque es sorprendido en una redada policial al momento de iniciar
una venta de sustancias prohibidas). Tampoco hay desistimiento, si el delito no
se consuma por inadvertencia del autor (p. ej.: da vuelta la taza en que servía
el veneno) o porque crea erróneamente que el delito se ha consumado (p. ej.:
al ver caer a su víctima, deja de disparar creyéndola muerta, aunque sólo está
herida levemente). En la SCS 9.7.2001 (RLJ 39), se sostiene que el desistimiento
del autor de un robo consistente en interrumpir su actividad es válido, aunque
posteriormente haya sido sorprendido ocultándose de la presencia de carabine-
ros en el lugar.
§ 6. PENALIDAD
De conformidad con los Arts. 51 a 59, corresponde al autor del delito frustra-
do la pena inmediatamente inferior en un grado al mínimo de la pena señalada
por la ley en el tipo penal respectivo para el autor del delito consumado; y al autor
del delito tentado, la inferior en dos grados.
Capítulo 11
Responsabilidad individual en hechos colectivos
§ 2. COAUTORÍA
La coautoría en la ley chilena no está limitada a un concepto más o menos
abstracto, como el del § 47 StGB, al que hacen referencia los autores alemanes,
sino por las descripciones empíricas del Art. 15, que consideran como autores a
quienes, concertados para la ejecución del hecho, participan en ella de alguna de
las formas que allí se expresan. Luego, puede haber una coautoría inmediata y di-
recta, en las formas de su Nº 1, una coautoría mediata, si concurren los requisitos
de su Nº 2, o una coautoría indirecta, al cooperar al hecho común (concertado) en
alguna de las formas de su Nº 3. Para aplicar estas disposiciones no es necesario,
como sostuvimos antes, recurrir a conceptos ajenos a la legislación como el de
la teoría del dominio del hecho global o compartido (Roxin, Autoría y dominio,
306s.), pues la ley nacional contempla en sí los criterios suficientes para la impu-
tación recíproca: a) contribución al hecho por alguna de las formas previstas en
el Art. 15 (tipicidad); y b) concierto previo o convergencia de voluntades (culpa-
bilidad).
Aunque también se ha fallado que la sola presencia física en el lugar del delito,
sin concierto previo, es impune (SCA Talca 28.3.1935, GT 1935, Nº 90, 449), el
aserto es sólo admisible si la presencia es completamente ajena al hecho, como lo
sería la de los simples testigos. Pero si se trata de un vigilante casual o un com-
pinche que se integra fortuitamente al hecho, apoyando con su presencia a los
autores, serían punibles también a título de complicidad del Art. 16.
§ 3. COMPLICIDAD CONCERTADA
De la limitación normativa nacional que exige la ejecución de modalidades de
conducta específicas para calificar a quien contribuye en un hecho común como
autor, se desprende que la responsabilidad individual por un hecho colectivo no
siempre se califica de coautoría, pues aunque exista concierto previo, puede haber
supuestos en los cuales la contribución al hecho colectivo no se materialice en al-
guna de las formas previstas en el Art. 15, caso en el cual la ley nacional la califica
de complicidad (Art. 16): la mujer que indica a su amante el camino que toma su
marido diariamente, dato que aquél utiliza para planificar y, en definitiva, matar
al infortunado cónyuge es complicidad y no coautoría, pues a pesar de existir
concierto previo, el medio que facilita para su ejecución no es aquél con el que se
comete materialmente el homicidio (Etcheberry DPJ II, p. 43).
La complicidad como forma de responsabilidad individual por un hecho co-
lectivo exige cooperar a la ejecución del hecho por actos anteriores o simultáneos,
sin que ellos puedan calificarse de autoría. No existe aquí una diferencia a nivel
de subjetividad (el concierto previo), sino únicamente a nivel de objetividad por
la forma empírica en que nuestra ley describe los modos de contribución a título
de autor. Luego, descartadas las formas de cooperación calificadas de autoría, la
prueba de la cooperación a título de complicidad es, básicamente, la de la contri-
bución causal al hecho punible o intervención en el mismo (principio de interven-
ción). La forma de la contribución depende de la configuración de cada delito en
la parte especial y del modo que se desarrolle su realización, no pudiéndose afir-
mar categóricamente que se excluya sino sólo los pensamientos no exteriorizados:
bastará que, de cualquier manera, incluyendo el simple apoyo intelectual o moral
y aún las omisiones (en la medida que se puedan ver como un obrar diferente al
esperado que contribuye al hecho punible) se haga más expedita la realización del
hecho, como sería el caso de la oferta de encubrimiento (Novoa II,192).
Últimamente, también por influencia de Cury, la Corte Suprema ha aceptado
la teoría del dominio del hecho como forma de distinción entre autoría y com-
plicidad, aún en casos de concierto, sin atención a las formas empíricas del Art.
15. Según esta teoría, quien carece de posibilidades reales de decidir respecto de
la consumación del hecho debe calificarse siempre como cómplice, aunque esté
concertado al efecto y haya facilitado los medios o presenciado el delito (SCS
7.10.2009, RLJ 107). Sin embargo, la aceptación de esta teoría parece nominal
cuando la misma Corte afirma que el dominio del hecho viene dado precisamente
porque el autor interviene desde la génesis del injusto, sea por una intervención
inmediata y directa, porque induce o fuerza a otro a cometerlo o, simplemente,
porque se concierta y facilita los medios para su concreción o lo presencia sin
intervenir (SCS 12.10.2011, RLJ 108).
§ 4. CONSPIRACIóN
A. tipicidad
Según el Art. 8 Inc. 2, “la conspiración existe cuando dos o más personas se
conciertan para la ejecución del crimen o simple delito”. Luego, se trata única-
mente del concierto para la ejecución del delito, el acuerdo de voluntades en la
forma que ya se explicó como fundamento del principio de imputación recíproca
en los hechos colectivos. La diferencia con las otras formas de responsabilidad
por esta clase de hechos es que aquí no se requiere dar comienzo a la ejecución del
hecho acordado, por lo que para su configuración se deba probar la realización
de ningún hecho positivo simultaneo o posterior para su preparación o ejecución,
diferente a los que sirven para probar el concierto.
Por regla general, en Chile, los actos que no consisten en “dar comienzo a la
ejecución de un delito por hechos directos”, aunque estén encaminados a ello
(resolver su comisión, planificarlo, comprar el arma para preparar un asalto, etc.),
no son punibles. Sin embargo, a juicio de la Comisión Redactora (Actas, Se. 119,
214), el mayor peligro de consumación que constituye la resolución conjunta de
cometer ciertos delitos por determinadas personas justificaba su sanción en los
casos especialmente establecidos por el Código en su origen, a saber: determina-
dos crímenes contra la seguridad exterior del Estado (Art. 111 en relación con
los Arts. 106 a 110) y los crímenes de rebelión (v. Art. 125 en relación con los
Arts. 121, 122 y 124). No obstante, leyes posteriores han ampliado el ámbito de
aplicación de esta clase de delitos: el CJM castiga la conspiración para cometer
traición, espionaje y otros delitos contra la seguridad exterior del Estado (v. Art.
250 en relación con los Arts. 244 a 249); y para cometer los delitos de sedición
y motín (v. Art. 279 en relación con sus Arts. 272 a 277). Por su parte, el Art. 23
Ley 12927 sobre Seguridad del Estado, y el Art. 7 Ley N 18314, que determina
conductas terroristas y fija su penalidad, amplían la penalidad de la conspiración
y la proposición a todos los delitos que en ellas se contemplan. Además, por dis-
§ 5. PENALIDAD
Según la forma empírica de contribución al hecho colectivo, y con la limitación
de la comunicabilidad de las circunstancias personales del sujeto activo en los
delitos especiales impropios, la ley distingue:
i) Quienes concertados para su ejecución contribuyen en alguna de las formas
del Art. 15, se sancionan como autores (coautores), con la pena que la ley
señala al delito, según su grado de desarrollo (Arts. 50 a 54);
Capítulo 12
Responsabilidad por hechos ajenos
§ 1. RESPONSAbILIDAD INDIvIDUAL
A. Principios generales
a) Tipicidad
La persona responsable de la completa o incompleta realización individual del
tipo penal es su autor, inmediato y directo o mediato, esto es, el sujeto activo en
el sentido de las disposiciones de la parte especial y de los Arts. 7 y 15 Nos 1 y 2,
en su caso. Tratándose de hechos colectivos, la responsabilidad de sus autores se
determina por lo dispuesto en los Arts. 8, 15 y 16, según la forma de conducta
empírica que desplieguen y siempre que entre ellos exista concierto previo. Si falta
ese concierto previo, es posible, según la ley chilena, responder penalmente por el
hecho ajeno si se cumplen los presupuestos objetivos y subjetivos de los Arts. 15
Nº 2 (inducción sin engaño ni prevalimiento o instigación), 16 (complicidad sin
concierto) y 17 (encubrimiento). Además, el Art. 35 de la Ley 20357 establece la
responsabilidad del superior como forma de autoría en los delitos de genocidio,
lesa humanidad y crímenes de guerra, como una forma especial de responsabili-
dad penal por el hecho ajeno.
Al igual que con los diferentes grados de desarrollo del delito y las formas
de responsabilidad por el hecho colectivo, la tipicidad de las diferentes formas
de responsabilidad por hechos ajenos se construye haciendo referencia a cada
descripción típica en particular en relación con las formas empíricas de conducta
descritas en los Arts. 15 a 17. En la interpretación de estas disposiciones se han
desarrollado los siguientes “principios generales de la participación” que, como
tales, están sujetos a corrección y especificación en cada forma de participación
particular:
1) Exterioridad
La tipicidad de las diferentes formas de responsabilidad por un hecho ajeno
exige la manifestación exterior de ese hecho ajeno como un hecho punible por
parte de su autor, esto es, que al menos se encuentre en grado de tentativa de de-
2) Accesoriedad
El hecho del autor no sólo debe exteriorizarse como un hecho punible, al me-
nos en grado de tentativa (tipicidad), sino que, además, debe ser antijurídico, esto
es, que no concurran causales de justificación, pues se afirma que no es posible
ser responsable penalmente de un hecho lícito. Este es el llamado criterio de acce-
soriedad media, por contraposición a la máxima, que exige punibilidad del autor;
y la mínima, que se basta con la tipicidad objetiva del hecho.
En consecuencia, no habría responsabilidad por participar en un hecho ajeno
justificado. Esta limitación no es aplicable a casos de responsabilidad en hechos
colectivos y es su principal diferencia: si un mismo mal es apartado por varios
conjuntamente cometiendo un delito, sólo quienes no tienen obligación de so-
portarlo están exentos de responsabilidad (Art. 10 Nº 11); si dos defienden a un
tercero y uno de ellos ha participado en la provocación o lo hace por venganza,
odio u otro motivo ilegítimo, el hecho está no justificado para él, pero sí para el
otro que no ha provocado ni actúa por motivos ilegítimos (Art. 10 Nos 5 y 6).
3) Comunicabilidad
Este es el rasgo de la participación en el hecho ajeno que más se acerca a las
reglas aplicables a la colaboración en el hecho colectivo, pues lo dicho respecto
de la limitación de la comunicabilidad de las circunstancias personales se aplica
de la misma manera: quien instiga a un hijo para que mate a su padre, responde
por homicidio del Art. 391, mientras el hijo por el delito especial impropio de pa-
rricidio (Art. 390). En cambio, tratándose de la prevaricación, un delito especial
propio (Art 223 Nº 1), sería responsable por la instigación a ese delito la amante
que convence al juez a fallar contra ley expresa y vigente.
b) Culpabilidad
En los casos de participación en un hecho ajeno, no es posible la convergencia
de voluntades ni un dolo común, como afirmamos en obras anteriores. Desde
luego, los encubridores no pueden querer hechos del pasado (dolo subsequens).
Y los instigadores, no pueden querer lo que depende del instigado, pues no está
verdaderamente bajo su poder ejecutar o no lo que éste ha resuelto. Menos tendrá
posibilidad de querer verdaderamente el hecho el simple cómplice que coopera en
la esperanza que el autor lo ejecute, sin estar previamente concertado al efecto.
Por tanto, la culpabilidad del partícipe en un hecho ajeno sólo puede consistir en
el hecho psicológico de que el partícipe actúe dolosamente respecto de los actos
propios de su participación y conozca y acepte la voluntad de realización del
autor, como un elemento subjetivo adicional asimilable al dolo eventual. Así, al
mismo tiempo que es posible el encubrimiento de un cuasidelito (Etcheberry DPJ
II, 11), el exceso o desviación del autor respecto de lo esperado y aceptado por
alguno de los partícipes, no les agrava: el que instiga a cometer un delito responde
del delito instigado y no del exceso (p. ej., se induce a un hurto y se comete un
robo, SCS 6.9.1945 y SCA Valparaíso 18.8.2009, RLJ 111).
a) Instigación
Esta disposición considera como autor de un delito a quien “induce directa-
mente a otro a ejecutarlo”. Según el Diccionario, ello significa “mover a alguien
a algo o darle motivo para ello”. Pero ya sabemos que ciertos autores mediatos
son también, en ese sentido amplio del Diccionario, inductores, aunque a través
de intimidación, engaño o prevalimiento, incluyendo el engaño sobre la no pro-
ducción de resultados punibles al infringir deberes de cuidado (cuasidelitos). En
consecuencia, el concepto de inductor partícipe en un hecho ajeno debe reducirse
al de quien de manera directa forma en otro la resolución de ejecutar un delito,
sin emplear, intimidación, engaño o prevalimiento. Para su adecuada distinción
de la autoría mediata a través de inducción lo llamamos instigador. Sus requisitos
son los siguientes:
i) La instigación debe ser directa. Como forma de participación, excluye tanto
la instigación culposa (el comentario casual que se toma por “razón” definitiva
para delinquir) como la omisiva (la falta de respuesta a una pregunta que el autor
considera como “señal decisiva” para actuar). Tampoco hay instigación cuando
sólo se ofrecen consejos vagos relativos a la conveniencia de entregarse a la vida
delictual ni cuando se hace una invitación genérica a delinquir (SCA San Miguel
17.5.1989, RDJ LXXXVI, 59). Sin embargo, la ley no exige una instigación ex-
presis verbis, ésta puede realizarse tanto explícita como implícitamente, lo que
importa es que se actúe positivamente o se emitan expresiones dirigidas a formar
en el tercero la resolución delictual;
ii) La instigación debe ser determinada. La ley limita el castigo del instigador,
cuando forma en el instigado la decisión de cometer un delito determinado, y no
la resolución genérica de dedicarse a la actividad criminal. Tampoco hay instiga-
ción a la instigación o a la simple complicidad; y
iii) La instigación debe ser eficaz. Quien antes de los hechos constitutivos de la
supuesta instigación ha resuelto cometer el delito no está siendo instigado (insti-
gación imposible), y quien no resuelve su ejecución tras ellos tampoco (instigación
fracasada). En ambos casos el supuesto instigador es impune, según nuestra ley,
que solo castiga en ciertos casos el fracaso de la proposición de un hecho colectivo
(Art. 8), no de la instigación a un delito individual.
Nuestra tradición hispana, desde Pacheco, 272, estima que existen las siguien-
tes formas de instigación: a) la orden; b) el acuerdo; c) el consejo.
1) La orden
Ya vimos que en contextos formalizados de obediencia disciplinaria y todos los
demás donde existe tal contexto de prevalimiento y/o engaño que puede llevar a
anular la voluntad del inducido, la inducción es una forma de autoría mediata. La
orden como instigación queda entonces reservada a los supuestos en que existen
relaciones de dependencia que no anulan la voluntad del inducido, como en las
laborales, profesionales y familiares entre adultos.
2) El acuerdo
La instigación mediante acuerdo o pacto no consiste en el concierto para delin-
quir propio del hecho colectivo, sino en convencer o encargar a otro la comisión
de un delito mediante la promesa de una retribución o la esperanza de un benefi-
cio económico o de cualquier naturaleza, incluyendo los de carácter sexual, como
en el ejemplo de Pacheco, 272: “Mefistófeles al lado de Fausto”.
Instigado e instigador están en este caso, además, sujetos a la agravante de
cometer el delito mediante precio, recompensa o promesa (Art. 12 Nº 2). No es
necesario para probar la agravante ni la instigación que se haya dado o entregado
siquiera parte de lo prometido, del precio o de la recompensa.
3) El consejo
Como señala Pacheco, 273, por lo común el consejo “no llega hasta la induc-
ción” y es impune: decirle a uno que robe para satisfacer una necesidad y a otro
que se vengue de una afrenta no es instigar. Sin embargo, “las circunstancias del
tiempo, de la ocasión y de las personas, son decisivas en este punto; y el mismo
que en otro caso rechazara preceptos —y desdeñara ofertas—, tal vez se habrá
dejado impeler por un mero consejo”.
b) Complicidad no concertada
Cómplices no concertados son quienes, sin ser instigadores, cooperan en un
hecho ajeno, por actos anteriores o simultáneos. En los delitos permanentes, como
el secuestro o la substracción de menores, la cooperación puede prestarse durante
todo el tiempo en que se mantiene el estado antijurídico, lapso en que se extiende
su “consumación”.
La ley no señala en qué han de consistir los actos de cooperación criminal a
título de complicidad, que no consisten en su instigación o en la contribución a
un hecho previamente concertado. Según el Diccionario, cooperar en este sentido
sería obrar favorablemente a los intereses o propósitos de alguien, por lo que la
complicidad no concertada sólo puede consistir en obrar en el interés ajeno de
realización (objetiva) de un tipo penal. Luego, la prueba de la complicidad no
concertada es, básicamente, la de la contribución causal al hecho punible o la
intervención en el mismo al momento de ejecutarse (principio de intervención),
junto con la falta de concierto. La forma de la contribución depende de la con-
figuración de cada delito en la parte especial y del modo que se desarrolle su
realización, no pudiéndose afirmar categóricamente que se excluya sino sólo los
pensamientos no exteriorizados: bastará que, de cualquier manera, incluyendo el
simple apoyo intelectual o moral que no llega a ser concierto (Labatut/Zenteno I,
201) y aún las omisiones (en la medida que se puedan ver como un obrar diferen-
te al esperado que contribuye al hecho punible, Etcheberry II, 100), se haga más
expedita la realización del hecho. Por esta falta de concierto, nada obsta tampoco
a que la responsabilidad penal se derive de una cooperación imprudente (Weezel,
A. (2006), Beteiligung bei Fahrlässigkeit: ein Beitrag zur Verhaltenszurechnung
bei gemeinsamem Hendeln, Berlin).
Sin embargo, la constatación de que la participación de varios en un hecho
resulta generalmente de un concierto previo, deja prácticamente para la especu-
lación teórica la posibilidad de que existan casos de verdadera complicidad no
concertada, Así, entre los escasos casos en que se ha aplicado esta disposición,
destaca, por su carácter ilustrativo, el de quien, en el transcurso de una disputa
espontánea, entrega a uno de los combatientes el cuchillo con que éste ultima a
su contendor, sin concierto previo (SCS 10.4.1952, RDJ XLIX, 4°., 85). En Etche-
berry DPJ II, 43, pueden consultarse varios otros casos en que la jurisprudencia
anterior a 1970 había estimado complicidad, más como ejercicio de “sentimiento
de justicia” que de razonamiento dogmático. Sin embargo, aparece claro ya en
Etcheberry DPJ IV, 184, que la jurisprudencia posterior desecha constantemente
“numerosas alegaciones de complicidad formuladas por las defensas de los reos”,
al existir entre ellos concierto previo.
Este “sentimiento de justicia” parece también explicar por qué la jurispruden-
cia del cambio de siglo emplea la idea de la “falta de poder de disposición o de
decisión” para calificar como cómplices del Art. 16 a quienes, concertados para su
ejecución y realizando alguna forma de conducta de las descritas en el Art. 15, la
imposición de la pena correspondiente al autor parece excesiva, particularmente
en los casos de tráfico de drogas y sustancias estupefacientes, donde su sola te-
nencia es una forma de realización del delito a título de autoría (SCA Valparaíso
28.1.1994, GJ 163, 89 y SCA Coyhaique 30.6.2012, RLJ 575). Así se ha califica-
do como cómplice a quien guarda u oculta una cantidad de sustancia a pedido de
un tercero que actúa sobre ellas con ánimo de señor y dueño (SCS 18.8.1992, RDJ
LXXXIX, 113), siempre que el acto de guardar no pueda considerarse parte de
una separación del trabajo, donde por el rol que realiza el agente toma parte in-
mediata y directa en un hecho sobre el que tiene poder de decisión (SCS 6.9.1995,
RDJ XCII, 252).
c) Encubrimiento
1) Tipicidad
Conforme al Art. 17, son encubridores los que, “con conocimiento de la perpe-
tración de un crimen o de un simple delito o de los actos ejecutados para llevarlo
a cabo, sin haber tenido participación en él como autores ni como cómplices,
intervienen, con posterioridad a su ejecución”, de alguna de las formas que taxati-
vamente señala en sus cuatro numerales: aprovechamiento (Nº 1), favorecimiento
real (Nº 2), favorecimiento personal ocasional (Nº 3), y favorecimiento personal
habitual (Nº 4). En el sistema del common law, estas formas de participación en
el hecho ajeno se conocen como complicidad tras el hecho; mientras en el sistema
continental han ido desapareciendo de los Códigos, transformándose en figuras
autónomas de obstrucción a la justicia. Entre nosotros, las limitaciones de las
formas empíricas de encubrimiento del art. 17 (que no sanciona la omisión de
denuncia ni el encubrimiento negligente, SCA Iquique 6.5.1920, GT 1er. Sem., Nº
80, 399 y SCS 23.9.1946, GT 1946, 2º Sem., Nº 52, 314, respectivamente), han
reglas relativas a la evasión de detenidos, que impone penas especiales para esta
forma peculiar de favorecimiento personal (Arts. 299 a 301).Pero aquí tampoco
hay encubrimiento del encubridor (Etcheberry II, 105) y la vía omisiva sólo sigue
siendo punible en los casos especiales de omisión de denuncia (Art. 175 CPP y 13
Ley 20000).
c. Penalidad
Conforme disponen los Arts. 15, 16, 17, 50 a 54, y con la limitación de la co-
municabilidad de las circunstancias personales en los delitos especiales impropios,
debemos distinguir diversas clases de partícipes, atendida su penalidad:
a) Partícipes castigados con la pena del autor: son los casos del instigador (Art.
15 Nº 2) y del superior (Art. 35 Inc. 1 Ley 20357);
b) Partícipes castigados como cómplices: se trata de los casos de cooperación
no concertada (Art. 16). A ellos les corresponde, conforme lo disponen los Arts.
51 a 54, la pena inferior en un grado respecto a la señalada por la ley para el au-
tor del delito, cuando éste está consumado; la inferior en dos grados, cuando está
frustrado; y en tres grados, si sólo ha llegado al grado de tentativa;
c) Encubridores de los Nos 1, 2 y 3 del Art. 17: A ellos les corresponde, con-
forme lo disponen los arts. 52 a 54, la pena inferior en dos grados respecto a la
señalada por la ley para el autor del delito, cuando éste está consumado; la infe-
rior en tres grados, cuando está frustrado; y en cuatro grados, si sólo ha llegado
al grado de tentativa;
d) Encubridores del Art. 17 Nº 4: A ellos les corresponde, en todo caso, la pena
de presidio menor en cualquiera de sus grados, (Art. 52 Inc. 3); y
e) Autoridades y jefes militares Art. 35 inc. 2 Ley 20357: Pena inferior en uno
o dos grados respecto a la señalada por la ley para el autor del delito, cuando éste
está consumado; la inferior en dos o tres grados, cuando está frustrado; y en tres
o cuatro grados, si sólo ha llegado al grado de tentativa.
Sin embargo, el Art. 55 autoriza al legislador imponer a los partícipes otras
penas, asunto propio de la parte especial, lo que refuerza el carácter normativo,
“convencional y ficticio” de las distinciones legales (Pacheco, 269): Así, en el
delito de malversación de caudales públicos, el empleado que “consiente” en
la sustracción por un tercero, es responsable como autor (Art. 233); en el de
amenazas, se responde con una pena más grave cuando se realizan por medio de
emisarios (Art. 296 Inc. 2); el Art. 345 hace responsable como autor del aborto
al facultativo que coopera de cualquier forma en su causación y otras dispo-
siciones del Código califican como autoría ciertas formas de conducta que no
coinciden exactamente con la realización del tipo penal del delito al que se refie-
ren (Arts. 198, 411 quater, 448 bis, ter y quater, 463 quater, 464 ter); mientras
el Art. 136 Ley General de Pesca califica como autoría un caso de inducción:
“mandar a introducir”.
A. requisitos
Con fecha 2.12. 2009 se introdujo a nuestro ordenamiento la Ley 20393,
que establece la responsabilidad penal de las personas jurídicas en los delitos
de lavado de activos, financiamiento del terrorismo y delitos de cohecho. Pos-
teriormente, se amplió su alcance a los de receptación del Art. 456 bis A. De
esta forma, Chile cumple con las exigencias de diversos organismos y tratados
internacionales, y particularmente con la Convención para combatir el Cohecho
a Funcionarios Públicos Extranjeros en Transacciones Comerciales Internacio-
nales, de la OCDE.
B. Defensa de cumplimiento
En el Art. 3 Ley 20393, se introduce el concepto de deberes de dirección y
supervisión, estos deberes generales de dirección y supervisión se especifican
en la ley, entendiendo que se han cumplido cuando, “con anterioridad a la co-
misión del delito, la persona jurídica hubiere adoptado e implementado mode-
los de organización, administración y supervisión para prevenir la comisión de
c. Penas aplicables
La Ley 20393, contempla en su Art. 8° las siguientes penas aplicables a las
personas jurídicas: disolución o cancelación de la personalidad jurídica; pro-
hibición temporal o perpetua de celebrar actos y contratos con los organismos
del Estado; pérdida total o parcial de beneficios fiscales o prohibición absoluta
de recibirlos por un período determinado; multa a beneficio fiscal; y las penas
accesorias de publicación de la sentencia, comiso y pago de lo invertido. La
imposición de estas penas corresponde a la gravedad de los delitos que se le
imputen a la persona jurídica, quedando la disolución o cancelación de su
personalidad reservada a los casos de reincidencia o reiteración de crímenes,
excluyendo siempre a las empresas del Estado y las que presten servicios de
utilidad pública.
Capítulo 13
Defensas positivas basadas en la falta
de antijuridicidad del hecho
solía, 194, a afirmar la existencia de una verdadera costumbre contra legem que
“debe entenderse como silencio social frente a toda lesión corporal en el curso de
un deporte que no sea una transgresión demasiado grosera de las normas de pru-
dencia más elementales y, desde luego, fuera de la clase de golpes permitidos por el
determinado deporte”. Así, al absolver a un jugador de fútbol profesional que dio
un codazo a un contrincante, se fundamentó el fallo afirmando que la conducta
se había producido en “el desarrollo de un partido particularmente violento en
el que más de uno de los jugadores tuvo conductas extremadamente agresivas”
(SCA San Miguel 17.10.1989, GJ 112, 83). Los esfuerzos por limitar la violencia
en los recintos deportivos (Ley 20844) no parecen haber tenido mayores efectos
en los deportes mismos, pero por lo menos se debe admitir que con el cambio de
siglo, aunque nuestros tribunales siguen evitando imponer sanciones recurrien-
do a la falta de intención o negligencia de los acusados, al menos se reconoce la
antijuridicidad del hecho (González, Solange y Pino, Juan Pablo (2002), Análisis
jurisprudencial de los delitos de mutilaciones, lesiones y duelo, Tesis UTalca, 27).
D. Acciones neutrales
Según Jakobs, G. (1997), “en un Estado de libertades están exentas de respon-
sabilidad no sólo las cogitationes, sino toda conducta que se realice en el ámbito
privado y, además, toda conducta externa que sea per se irrelevante” (“Crimi-
nalización en el estadio previo a la lesión de un bien jurídico”, en Estudios de
Derecho Penal, Madrid, 314). Estas conductas per se irrelevantes serían las lla-
madas acciones neutrales: comprar un arma en un armero autorizado a venderla,
un preparado autorizado en una farmacia, sogas y escalas en una ferretería, no
significarían externamente “arrogación de ámbitos de organización externos” ilí-
citos, sino ejercicio del rol o estatus del ciudadano lícitos. La criminalización de
tales conductas sólo por el añadido de una subjetividad (comprar armas o drogas
para matar; sogas y escalas para robar; servir comida salada para envenenar, con-
fundiendo la sal por arsénico, etc.) sería entonces una manifestación del Derecho
Penal del Enemigo, y por tanto ilegítima, pues supondría una intervención en la
esfera íntima sin atención a la capacidad o incapacidad perturbadora ex re de la
conducta. Esta teoría cuyos antecedentes se remontan a Tomás de Aquino I-II, C.
18, a. 8, puede verse como una modernización de la llamada teoría de la “adecua-
ción social”: ambas suponen que existen criterios fuera del derecho positivo para
afirmar que una conducta que corresponde al tipo penal no debe ser sancionada
porque carece de antijuridicidad material al ser neutrales para el derecho o social-
mente adecuadas.
El problema es determinar cuándo (objetivamente y sin atención a la subjetivi-
dad del agente) una conducta sería ex re neutral o perturbadora, esto es, cuándo,
quién, bajo qué reglas (diferentes a las jurídicas) y cómo se determinaría que ella
significaría sólo expresión de un rol socialmente admitido (ciudadano, vendedor,
cocinero, etc.) y cuándo una arrogación de una esfera de organización ajena o el
incumplimiento de un deber institucionalmente establecido, en los términos de
Jakobs. O, cuándo sería socialmente adecuada. Como es obvio, no existe respues-
ta a estas preguntas salvo la subjetiva apreciación de cada cual, subjetivismo que
conduce a una tópica y casuística imposible de desarrollar exhaustivamente y, so-
bre todo, de controlar objetivamente en relación con el Derecho positivo vigente
(Rackow (2007), Neutrale Handlungen als Problem des Strafrechts, Frankfurt a.
M., 567).
F. La causa ilegítima
Estrechamente vinculado al problema anterior, la cuestión que aquí se presenta
con carácter general es si puede admitirse una defensa basada en una casual de
G. Justificantes putativas
Esta defensa se fundamenta en la prueba del error sobre la existencia, alcance o
los presupuestos fácticos de una causal de justificación que, objetivamente, no está
presente. En los dos primeros casos, el agente cree que existe una justificación que
no existe o que no alcanza a su situación de origen (p. ej.: que se puede mantener
relaciones sexuales con una mujer púber menor de 14 años, con el consentimiento
de su madre; o que la enfermedad de un hijo es suficiente mal como para entrar al
hogar al que se le ha prohibido acercarse). En el segundo, yerra en el presupuesto
de hecho de la justificación: confunde al hijo que viene tarde juerga con un ladrón,
cree que existe un incendio que no es tal, piensa que se dan los presupuestos para
ejercer su deber, etc.). Aunque la doctrina actual prefiere ordenar estos casos bajo
el concepto de “error de prohibición indirecto” y así la hemos tratado en obras
anteriores, para efectos de la práctica, parece mejor individualizarla como se pre-
senta en la “teoría del caso” de las defensas, esto es, como “justificante putativa”,
ya que no es parte de la prueba de la participación culpable la de la inexistencia
§ 2. LEgÍTIMA DEfENSA
A. concepto y clasificación
La base de la legítima defensa es la existencia de una agresión ilegítima. El
Estado, imposibilitado de socorrer por medio de sus agentes a quien está siendo
agredido, faculta a éste para repeler la agresión, pero con carácter excepcional y
cumpliendo determinados requisitos (SCA San Miguel 22.9.2008, RLJ 47). Según
Jiménez de Asúa IV, 26, la legítima defensa es “la repulsa de la agresión ilegítima,
por el atacado o tercera persona, contra el agresor, sin traspasar la necesidad de la
defensa y dentro de la racional proporción de los medios empleados para impedir-
la o repelerla”, concepto que necesariamente ha de completarse en cada caso con
los específicos requerimientos normativos de la ley aplicable, en nuestro caso, los
Nos 4, 5 y 6 del Art. 10. Allí se distingue entre defensa propia (Nº 4), de parientes
(Nº 5), y de extraños (Nº 6), clasificación superada en las nuevas codificaciones,
como la española de 1995, donde sólo se distingue entre defensa propia y de ter-
ceros. Además, siguiendo el modelo belga y la tradición bíblica (Éxodo 22:1-2) e
hispana (Partida 7, T. VIII, L. III), nuestro Código incorporó la llamada legítima
defensa privilegiada (Art. 10 Nº 6, inc. final), supuesto en el cual, tratándose de
repeler ciertos delitos en determinadas circunstancias, la ley presume la concu-
rrencia de algunos de los requisitos de la legítima defensa.
a) bienes defendibles
Al referirse a la defensa de la “persona o derechos”, la formulación legal per-
mite concluir que cualquier derecho constitucional o legalmente reconocido es
defendible, con tal que la defensa sea racional, incluidos los colectivos, como el
derecho a “vivir en un ambiente libre de contaminación” (Art. 19 Nº 8 CPR). La
jurisprudencia señala que no sólo la integridad corporal, sino también el honor, la
libertad y el patrimonio son objeto de la legítima defensa, aunque no la mera tur-
bación de la posesión (SSCS 30.10.1943 y SCA Concepción 14.5.1937, RLJ 47).
a) Concepto y alcance
Siguiendo la regulación del modelo español de 1848/1850, el Art. 10 Nº 5
contempla la defensa de parientes en un numeral separado de la propia, señalan-
do los parientes que pueden defenderse legítimamente bajo esta causal (cónyuge,
consanguíneos en toda la línea recta y colateral hasta el cuarto grado y afines en
toda la línea recta y colateral hasta el segundo grado), siempre que exista agre-
sión ilegítima y necesidad racional del medio empleado, agregando que, en caso
de preceder provocación por parte del agredido, se admitirá la defensa, siempre
que el defensor no hubiera participado en ella. La defensa de otros parientes se
consideraría dentro de la causal Nº 6, como defensa de extraños.
Luego, la única diferencia con respecto a la legítima defensa propia radica en
el tratamiento de la provocación, criticado por transformar la defensa en una
justificante de carácter personal: si el agredido ha sido provocador, su defensa no
está justificada, pero sí la del pariente. Así, según el clásico ejemplo, si A provoca
a B para atacarle y éste levanta un arma para hacerlo, A no estaría justificado
para repeler el ataque, pero sí lo estaría C, su pariente colateral por afinidad en
segundo grado. Pero si C sólo entrega a su pariente el medio con que se defiende
podría sostenerse su complicidad con A, por las lesiones eventualmente causadas
a B, ya que A no estaría justificado.
tativa o miedo insuperable, como en el caso de una mujer que ha sufrido reiteradas
y humillantes violaciones y ataca al agresor cuando éste duerme o le da la espalda.
c) El exceso intensivo
Aparte del caso del exceso temporal o extensivo en la defensa, ya analizado,
al existir los límites de la racionalidad del medio empleado, es posible concebir
un exceso intensivo, esto es, el empleo irracional de medios que producen daños
innecesarios al agresor.
No obstante, a diferencia de lo que sucede al faltar la agresión (exceso tempo-
ral), en el exceso intensivo, al existir la agresión, el exceso permite al que se defien-
de alegar la eximente incompleta del Art. 73, que le otorga una rebaja penológica
sustantiva (de hasta tres grados). Lo que se entiende sin perjuicio de la posibilidad
de alegar una eximente como la del miedo insuperable o una justificante putativa,
atendida la naturaleza de la agresión y el efecto que pueda haberle provocado en
su ánimo al que se defiende (imagínese el supuesto de la mujer que logra zafarse
de su asaltante y coger un arma de fuego con la que dispara contra la cabeza o el
corazón de su agresor, cuando hubiera bastado apuntar a las piernas).
go penal chileno: ¿Una norma bifronte? Elementos para una respuesta negativa”.
Política Criminal, Vol. 11, Nº 22, Art. 1, 340).
Para los efectos de esta exposición, entendemos que la idea del estado de necesidad
justificante supone la existencia de un mal o peligro inminente para una persona o
sus derechos que no constituye una agresión en los términos del Art. 10 Nº 4 y que
no puede evitarse sino produciendo un mal que constituye delito. Cuando el delito
cometido produce un mal en bienes de otra persona que no es responsable del peligro
que genera la necesidad, se denomina estado de necesidad agresivo y sólo permite
causar un mal menor que el se pretende evitar. Las limitaciones que a ciertos bienes
posibles de dañar contemplan los Arts. 10 Nº 7 (propiedad) y 145 (inviolabilidad de
la morada) responden precisamente a esa idea. Este es el caso del hurto famélico, de
antiguo admitido por la escolástica: “si la necesidad es tan evidente y tan urgente que
resulte manifiesta la premura de socorrer la inminente necesidad con lo que se tenga,
como cuando amenaza peligro a la persona y no puede ser socorrida de otro modo,
entonces puede cualquiera lícitamente satisfacer su necesidad con las cosas ajenas,
sustrayéndolas ya manifiesta, ya ocultamente” (Aquino II-II, C. 66, a. 7). Pero es posi-
ble que la única forma de evitar el mal sea destruyendo o inutilizando su fuente, caso
en el cual se habla de estado de necesidad defensivo, y se admite que su destrucción
o inutilización produzca un mal igual o mayor al que se pretende evitar, siempre que
no sea sustancialmente mayor. Ambas situaciones pueden ser reguladas en el Art. 10
Nº 11. En Alemania, en cambio, el estado de necesidad agresivo y defensivo aparecen
regulados en los §§ 228 y 94 de su Código Civil, en relación exclusiva con los daños
a la propiedad ajena que se permiten (Wessels/Beulke/Satzger, 123). Entre nosotros,
aunque el Código Civil no se pronuncia expresamente al respecto, es posible funda-
mentar idéntica solución desde el momento que el Código de Bello hace responsable
al dueño por los daños generados por las fuentes de peligro bajo su control (Arts.
2327 y 2328), responsabilidad que no podría hacerse efectiva si un tercero debe tam-
bién responder por los daños que a esas fuentes causa en estado de necesidad.
Como veremos más adelante, el Art. 10 Nº 11 también tiene un rol en la regula-
ción del llamado estado de necesidad exculpante, pues también permite su aplica-
ción frente a sucesos que importan afectar la vida y salud de terceros no agresores
que tampoco constituyen la fuente del peligro o necesidad frente a la que se actúa.
a) bienes protegibles
El encabezado de esta disposición se refiere a la persona o derecho del que
aparta el mal o de un tercero respecto del cual se le aparta. La ley ha empleado
términos similares a los del encabezado del Art. 10 Nº 4, por lo que su interpre-
tación no puede salirse de los márgenes que ya hemos propuesto: la persona se
refiere al cuerpo del afectado y sus derechos tanto a los individuales como a los
colectivos, cuya protección es posible, en la medida que ella se ajuste a los requi-
sitos de subsidiariedad y proporcionalidad expresados en la ley.
trata de evitar, la ley sólo acepta que se escoja el menos perjudicial, a la vez que
practicable (que se puede practicar o poner en práctica), en las circunstancias
concretas. Si existe otro medio salvador menos o igual de perjudicial y también
practicable, aunque más engorroso o lento que el utilizado, la justificante no es
aplicable, y sólo cabría recurrir a la eximente incompleta de los Art. 73 y 11. Por
otra parte, atendida la existencia de una importante red de servicios sociales, hoy
parece discutible que este requisito pueda cumplirse en los casos de hurtos o robos
famélicos (SCA Pedro Aguirre Cerda 8.3.1984, RDJ LXXXI, 4ª, 49), pero se trata
de una cuestión de hecho que debe establecerse caso a caso.
moradores o a un tercero” y “al que lo hace para prestar algún auxilio a la huma-
nidad o a la justicia”, que, al decir de Pacheco III, 1175s., “es un derecho mayor,
que compensa y extingue a otro derecho”, se recogió textualmente por nuestros
comisionados del modelo español. Novoa I, 369, propone como ejemplo al que
entra en casa ajena para llamar por teléfono a los bomberos o para despertar a los
moradores del local que se incendia, o bien para escapar de un animal furioso que
lo persigue. El precepto no se encuentra en el derecho comparado (se suprimió del
vigente CP español), ya que se trata de hipótesis claramente comprendidas en las
fórmulas mas amplias del estado de necesidad, como nuestro actual Art. 10 Nº 11.
como base para una justificante putativa, salvo que ello suponga desvíos groseros
demarco jurídico del deber que se alega. Pero también puede ser que la situación
de subordinación jerárquica permita a quien recibe la orden de servicio alegar una
eximente de inexigibilidad de otra conducta, materia que será tratada más adelan-
te. En la vida diaria, los ejemplos más frecuentes de conductas amparadas por esta
eximente son el cumplimiento de las órdenes judiciales y la persecución penal, que
supone no solo una actividad preventiva policial (incluyendo detenciones en caso
de flagrancia y forcejeos físicos en caso de resistencia), sino también una activi-
dad acusatoria consistente en la imputación de delitos a personas determinadas
(injurias y calumnias).
acción puede entrar en conflicto con otro (p. ej., los deberes plurales de un médico
llamado a atender a la vez diversos pacientes). Al optar por uno de ellos se estaría
cumpliendo con un deber, por lo que se afirma en Jescheck/Weigend, 394, que “en
cierto modo el Ordenamiento jurídicos “deja libertad” al autor, de forma que en
todo caso estaría justificado sea cual sea el deber que observe”. El asunto entre
nosotros no es pacífico: la SCA Santiago, 13.1.1999, RDJ XCVI, 136), consideró
que no se oponía al deber de pagar un cheque, el hecho de encontrarse el girador
declarado en quiebra.
Capítulo 14
Defensas positivas basadas en la falta de
culpabilidad del acusado
§ 1. gENERALIDADES
La culpabilidad puede definirse como el conjunto de condiciones que, junto
con la vinculación subjetiva del responsable con el hecho acusado (dolo o culpa
y conocimiento de la ilicitud), según el ordenamiento vigente, posibilitan la ac-
tuación conforme a derecho: la capacidad de conocer la realidad y comprender el
significado del derecho (imputabilidad) y la ausencia de constricciones externas o
internas (fuerza irresistible, miedo insuperable, estado de necesidad), de carácter
extraordinario, que excusarían apartarse de la observancia del derecho en el caso
concreto (exigibilidad). Luego, cuando se habla del “reproche de culpabilidad”,
lo que se sostiene es que en el caso concreto existían las condiciones que la ley
estima suficiente para considerar que el sujeto podía actuar de un modo diferente
al que actuó. En la generalidad de los casos estas condiciones se dan por supuestas
(Hassemer, W. (1984), Fundamentos del derecho penal, Barcelona, 270). Luego,
las defensas basadas en la falta de culpabilidad suponen un esfuerzo probatorio
por parte de la defensa para demostrar la existencia de las circunstancias extraor-
dinarias que excusan la conducta.
Desde este punto de vista, la culpabilidad no tiene relación con la investiga-
ción acerca de la libertad moral del sujeto u otro concepto metafísico (como el
de Aquino I-II, 37ss., para quien la libertad o libre albedrío es una facultad de
voluntad y de razón cuyo objeto propio es el fin –Dios, en un sentido teologal– y
el bien), pues bien se puede postular, como propone Kelsen, que la sola existencia
de un ordenamiento jurídico destinado a dirigir las conductas humanas mediante
la imposición de sanciones a quienes se apartan de sus prescripciones parece in-
dicar lo contrario, esto es, que el ordenamiento jurídico pretende introducirse en
el curso causal para motivar las conductas de la mayor parte de los miembros de
una sociedad capaces de ser motivados por éste (Kelsen, H. (1979), Teoría Pura
del Derecho, 2ª Ed., México, 105ss.).
Lo único relevante es constatar que la culpabilidad para el derecho penal se
identifica con ciertas condiciones fácticas, susceptibles de prueba y graduación
material –como demuestra la existencia de atenuantes incompletas y pasionales–,
normativamente reconocidas, que permiten hacer responsables a ciertas personas
las consecuencias jurídicamente previstas por sus conductas porque son, para el
derecho responsables. En este sentido, para el derecho penal, la libertad es un
concepto indistinguible del de la responsabilidad o, más precisamente, de las con-
diciones normativamente determinadas que hacen posible atribuir las consecuen-
cias jurídicas de un hecho a una persona determinada. A nuestro juicio, esta idea
de libertad-responsabilidad no es diferente de la que permite darle un sentido a la
existencia de la democracia y a la posibilidad del ejercicio de los llamados dere-
chos de libertad que la Constitución garantiza: libertad de conciencia; personal;
de enseñanza; libertad de emitir opinión e informar; de trabajo; para adquirir el
dominio de las cosas y para crear y difundir las artes (Art. 19 Nos 6, 7, 11,12, 16,
23 y 25 CPR, respectivamente). Sin embargo, su componente normativo explica
las diferentes exigencias entre distintos órdenes jurídicos para establecer la res-
ponsabilidad: la ley puede entender que en ciertas circunstancias una persona es
responsable para el derecho constitucional, civil o administrativo, pero no para
el penal. Así, por ejemplo, en el Derecho Civil, desde el nacimiento la persona es
capaz de adquirir bienes, pero no para contratar, capacidad que es relativa a la
edad y a ciertas condiciones personales. Pero para el Derecho Constitucional la
edad que capacita para ser ciudadano elector es diferente y, según los cargos de
elección, también. En el ámbito comercial y administrativo, para realizar ciertas
clases de negocios se requiere organizarse de maneras precisas, etc.
indica que no siempre las relaciones familiares generan lazos de afectividad, la ley
estima que mientras no se pruebe que medie la ambición (el aprovechamiento),
con la sola prueba del parentesco, los parientes mencionados en el inciso final del
Art. 17 pueden alegar la existencia de ese lazo para eximirse de responsabilidad
penal;
c) Se entiende que la posibilidad de cometer un delito de desobediencia y la
necesaria jerarquía que exige el funcionamiento de las Fuerzas Armadas imponen
a sus miembros una disciplina que los haría obedecer sin cuestionarse sobre el
contenido de la orden, y aunque es evidente que las motivaciones para obedecer
una orden determinada pueden ser múltiples, a la ley no le interesan: si la orden
no tiende manifiestamente a la comisión del delito, basta con esa prueba para
excusar, o si lo hace, basta con la prueba de la representación y la insistencia (Art.
335 CJM); pero si la orden importa la comisión de delitos de genocidio, crímenes
de lesa humanidad o de guerra, la prueba de su existencia y aún de la representa-
ción no exime de responsabilidad (Art. 38 Ley 20357).
dándole la espalda. En estos casos, según las circunstancias del caso, es posible
alegar, de entre las actuales exculpantes, la que más se acomode a las pruebas
existentes: fuerza irresistible en el caso del ultraje a la intimidad de una mujer,
miedo insuperable de quien teme una reacción del anterior agresor aparentemente
vencido, estado de necesidad en quien no aprecia otra forma de evitar que se rei-
nicie la agresión. Lo dicho respecto de la legítima defensa también puede aplicarse
respecto de un exceso en la reacción ante un estado de necesidad justificante.
§ 2. INIMPUTAbILIDAD
A. concepto: Imputabilidad y capacidad de culpabilidad
El sistema penal parte del supuesto de que lo corriente es que toda persona sea
capaz de culpabilidad y responsable (criterio de regla-excepción). La posibilidad
de infligir una pena queda excluida respecto de aquellas personas en quienes, por
una enfermedad mental o por su inmadurez, falta tal situación de normalidad al
momento de realizar el hecho punible y por eso se consideran inimputables: a) los
enfermos mentales y quienes han perdido temporalmente la razón (Art. 10 Nº 1);
y b) los menores de edad (Art. 10 Nº 2); y
Sin embargo, la falta de capacidad penal no conduce necesariamente a la falta
de consecuencias jurídicas para los inimputables. Desde luego, los jóvenes ma-
yores de 14 y menores de 18 están sujetos a un régimen sancionatorio especial,
previsto en la Ley 20084, sobre Responsabilidad Penal del Adolescente, cuyas
especialidades no podrán ser detalladas en este lugar. Lo relevante es que los ado-
lescentes que delinquen están sujetos a sanciones diferentes y de menor duración
que las que les correspondería siendo adultos, con un límite máximo de 10 años
y donde el internamiento se considera como sanción sólo para los más graves ca-
sos y de manera excepcional. Tratándose de menores de 14 años, quedan bajo la
jurisdicción de los Tribunales de Familia, los que pueden imponerles alguna de las
medidas de protección contempladas en el Art. 30 Ley 16.618, a saber, someterlos
a programas de apoyo, reparación u orientación, o ingresarlos a establecimientos
especiales de tránsito o rehabilitación (por un máximo de un año, renovable y
revocable), hogares sustitutos o establecimientos residenciales.
Por su parte, el enfermo mental está sujeto a la posibilidad de resultar inter-
nado o sujeto a custodia y tratamiento, como medida de seguridad, siempre “que
hubiere realizado un hecho típico y antijurídico y siempre que existieren antece-
dentes calificados que permitieren presumir que atentará contra sí mismo o contra
otras personas” (Art. 455 CPP). Dado que la inimputabilidad por esta causa se
base, entre otros factores, en la afectación de las facultades cognitivas del enfermo
4) Demencia severa
Según el ICD-11 (2018), la demencia es un síndrome cerebral adquirido, caracte-
rizado por una disminución de un nivel previo de funcionamiento cognitivo con de-
terioro en dos o más dominios cognitivos (como la memoria, las funciones ejecutivas,
la atención, el lenguaje, la cognición social y el juicio, la velocidad psicomotora, las
capacidades visuales y espaciales). El deterioro cognitivo no es totalmente atribuible
al envejecimiento normal e interfiere significativamente con la independencia en el
desempeño de la persona de las actividades de la vida diaria. Según la evidencia dis-
ponible, el deterioro cognitivo se atribuye o se supone que es atribuible a una afección
médica o neurológica que afecta el cerebro, el trauma, la deficiencia nutricional, el uso
crónico de medicamentos o sustancias específicas, o la exposición a metales pesados u
otras toxinas. Puede permitir excluir la responsabilidad penal cuando es severa.
c) Exclusiones
1) El intervalo lúcido
El Art. 10 Nº 1 admite la posibilidad de que el loco o demente sea imputable si
comete el delito en un “intervalo lúcido”. Pacheco, 157, recordando a Don Quijote
(que “reconoció su delirio antes de morir”), comentaba que “en casi todo extravío
de razón hay momentos de juicio y de descanso” y concluía que la frase “intervalo
lúcido” “es una expresión técnica que se aplica a casi todos los delirantes, a casi
todos los furiosos, a casi todos los locos”. Curiosamente, el avance de las ciencias
médicas y la farmacología ha puesto en evidencia la posibilidad de controlar incluso
casos graves de brotes psicóticos y esquizofrénicos, transformando en actuales estos
comentarios antes considerados vetustos, dando de paso razón a la antes aislada
propuesta de Náquira, quien rechazaba la doctrina mayoritaria que estimaba siem-
pre reconducible la conducta de los enfermos mentales a su condición, aún bajo una
aparente remisión, con el argumento de que esa tesis, “es legalmente rechazable,
porque el legislador acertada o equivocadamente, para bien o para mal, estableció
una excepción; y, además, es científicamente discutible, porque siempre es necesario
investigar caso a caso, y en ese contexto, es factible encontrar fundamento empírico
a dicha excepción” (Comentario al Art. 10 Nº 1 CP, en Comentario, 105).
El caso paradigmáticamente aceptado de esta clase de intervalos es el de los
enfermos de epilepsia, donde nuestra jurisprudencia sostiene que debe probarse la
existencia de un ataque en el preciso momento del hecho para admitir la eximente
(SCS 15.4.1942 y SCA Santiago 12.12.2002, RLJ 44).
los derechos básicos de otros o las normas, reglas o leyes sociales apropiadas para
su edad, como la agresión hacia personas o animales; destrucción de propiedad;
engaño o robo; y graves violaciones de las normas. A pesar de su gravedad, no
importa un trastorno en las funciones cognitivas que permita fundamentar la
eximente de la locura o demencia-
Un caso especial de este trastorno es la psicopatía (a veces también llamada
sociopatía) que, caracterizada por déficits emocionales pronunciados, marcados
por la reducción de la culpa y la empatía, implica un mayor riesgo de presentar
un comportamiento antisocial, cuyos rasgos son relativamente estables desde la
infancia hasta la edad adulta, por lo que su diagnóstico tiene una gran utilidad
predictiva para el comportamiento futuro, incluyendo la primera comisión de
un delito y la futura reincidencia (Blair, J. (2013), “Psychopathy: cognitive and
neural dysfunction”, Dialogues in Clinical Neurosciencies, 15(2), 181). Esta ca-
pacidad predictiva se basa en las dificultades para su tratamiento, aunque existen
algunos avances preliminares en el campo de la neurociencia que permiten alguna
esperanza (Kiehl, K. y Hoffman, M. (2011) “The criminal psychopath: history,
neuroscience, treatment, and economics”, Jurimetrics, 51, 355).
Por ser un trastorno antisocial que no afecta las capacidades cognitivas, nues-
tra jurisprudencia rechaza, con razón, considerar la psicopatía como base para la
eximente de locura o demencia (SCS 20.5.2007, RLJ 44). Esta es la misma razón
por la cual las personalidades borderline y otros trastornos del comportamiento
o del desarrollo no severos o profundos, con síntomas neuróticos (ansias, angus-
tias, fobias, etc.), son considerados insuficientes como base para esta excusa (RLJ
44s.).
En estos casos, entre nosotros, se afirma la existencia de una disminución de
la culpabilidad, generalmente sobre la base de una imputabilidad disminuida y
respecto de los cuales nuestra jurisprudencia, a la luz de los textos legales even-
tualmente aplicables, suele optar por la referida circunstancia atenuante prevista
para las eximentes incompletas, salvo respecto de las psicopatías, que suelen de-
terminar actos de inusual crueldad, generalmente agravados por la circunstancia
4ª del Art. 12 (Oo. Pérez, P. (2003), “La psicopatía como causal de inimputabili-
dad”, Boletín del Centro de Estudios del Derecho, U.C. Coquimbo, N° 4, 1, quien
afirma la posibilidad de acoger este trastorno a la eximente del Art. 10 N° 1)
Cabe advertir aquí que, mientras en otras legislaciones (p. ej., en el §63 StGB
y en el Art. 104 CP español) los casos de imputabilidad disminuida dan lugar
eventualmente también a la medida de seguridad de internamiento en un hospital
psiquiátrico para tratamiento, ello no acontece en el sistema chileno, donde la
eximente incompleta de enajenación mental sólo opera como atenuante para los
efectos de la imposición de la pena.
a) Concepto
El Art. 10 Nº 1, en su segunda parte, exime de responsabilidad criminal al que
“...por cualquier causa independiente de su voluntad se halla privado totalmente
de razón”. Se trata de un concepto histórico que, sin embargo, hoy en día puede
reconocerse en lo que el ICD-11 (2018) describe como “trastorno psicótico agudo
y transitorio”, caracterizado por la aparición aguda de síntomas psicóticos que
emergen sin un pródromo (señal o malestar que precede a una enfermedad) y
alcanzan su máxima gravedad en dos semanas, con síntomas que pueden incluir
delirios, alucinaciones, desorganización de los procesos de pensamiento, perpleji-
dad o confusión, trastornos del afecto y el estado de ánimo, e incluso alteraciones
b) Exclusión: autointoxicación
El Art. 10 Nº 1 exige que la privación temporal de la razón se haya producido
“...por cualquier causa independiente de su voluntad”. A través de esa formula-
ción, los miembros de la Comisión Redactora quisieron impedir que el ebrio, aun
en la hipótesis de delirium tremens, pudiera calificarse como inimputable (Actas,
Se. 120, 216). Ello es coincidente con el concepto médico del trastorno psicótico
agudo y transitorio. La legislación incluso considera la ebriedad un supuesto de
conducta peligrosa especialmente punible en el tráfico rodado, castigándose de
manera independiente en el delito de manejo en estado de ebriedad del Ar. 196
Ley de Tránsito, lo que no ha sido cuestionado por nuestro Tribunal Constitucio-
nal, a pesar de los múltiples recursos resueltos por las consecuencias penales que
para dicho delito se prevén (Ley Emilia).
Ello explica la tendencia de nuestra jurisprudencia a no considerar exento de
responsabilidad al ebrio y, en general, a todo el que se ha intoxicado voluntaria-
mente, incluso en casos graves de episodios con síntomas sicóticos, como, p. ej., el
“delirio inducido por alcohol”, que puede incluir alteración de la conciencia con
desorientación, alucinaciones vívidas e ilusiones, insomnio, delirios, agitación,
trastornos de la atención y temblor acompañante, que puede producirse tanto por
exceso como por abstinencia y que no se explica por otro trastorno subyacente
(SCS 14.10.2003 y SCA Santiago 2.5.2003, RLJ 45), salvo alguna excepción ais-
lada respecto del alcohólico consuetudinario con episodios de delirium tremens
(SC Marcial Santiago 11.8.1938, RLJ 46).
No obstante, existe acuerdo en la doctrina en reconocer al menos efecto ex-
culpante a la embriaguez aguda, si es plena y fortuita, asimilada a la situación del
que es forzado a embriagarse. Además, se admite que “el que bebe alcohol o se
droga voluntariamente, pero sin tener conciencia de que perderá totalmente sus
facultades intelectivas y la aptitud para adecuar su conducta a aquéllas, es inim-
putable, a menos que medie culpa de su parte” (Garrido II, 291s.). En cuanto a
los alcohólicos crónicos y a los casos de embriaguez patológica, se les reconoce
la exención de responsabilidad criminal en cuanto forma de enajenación mental.
§ 3. fUERZA IRRESISTIbLE
A. regla general
El Art. 10 Nº 9, primera parte, exime de responsabilidad criminal al que obra
“violentado por una fuerza irresistible”. Según Aristóteles, 32, junto con la ig-
norancia, la fuerza priva al hecho de su carácter voluntario: “es forzoso aquello
cuyo principio viene de fuera y es de tal índole que en él no tiene parte alguna el
agente o el paciente, por ejemplo, que a uno lo lleve a alguna parte el viento bien
hombres que lo tienen en su poder”. Pero al faltar la voluntariedad, falta la parti-
cipación culpable y la eximente adicional carecería de sentido. Por ello se estima
entre nosotros, mayoritariamente, que la fuerza a que hace referencia el Código
en este número no es (o al menos no es únicamente) la fuerza física o vis absoluta
a que se refiere el Estagirita en sus ejemplos, sino (también) a la llamada fuerza
moral o vis compulsiva (SCS 24.3.1992, RLJ 58). La cuestión de fondo es que no
hay razón para suponer que en todos los casos de fuerza moral se deba alegar la
presencia de miedo para eximirse. De hecho, la ley reconoce al menos dos casos
específicos de fuerza moral que no requieren probar el miedo: el vínculo parental
en el Art. 17, Inc. final y la pertenencia a las fuerzas armadas en el Art. 335 CJM.
Desde este punto de vista, lo relevante es discutir la existencia de otros estímulos
“de origen externo o interno” (Cury, 456) y su valor para eximir cuando no se
presentan en las formas que la ley reconoce de manera específica.
Pero siendo voluntario el hecho, el juicio acerca de su excusabilidad radica,
como sostiene el Filósofo, en la naturaleza de la causa, pues cometer un delito o
“soportar las mayores vergüenzas sin un motivo noble o por un motivo baladí
es propio de un miserable”. El ejemplo del conflicto entre el cumplimiento de un
deber religioso (una garantía constitucionalmente reconocida), parece incluirse
en el grupo de los motivos nobles: el impulso por cumplir el deber religioso de
enterrar a su hermano que mueve a Antígona, contra la orden expresa de Creonte
es un caso característico: “¿Sabías que había sido decretado por un edicto que no
se podía hacer esto?”, pregunta Creonte; “Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era
manifiesto”, responde ella y agrega “[no] creí que tus bandos habían de tener tan-
ta fuerza que habías, tú, mortal, de prevalecer por encima de las leyes no escritas
e inquebrantables de los dioses” (Sófocles, Antígona, 445-475). Nuestra jurispru-
dencia ha admitido también extensiones del amor filial como fundamento de esta
eximente, más allá de los supuestos de encubrimiento legalmente reconocidos, co-
mo en el caso del padre que comete un robo con fuerza en lugar no habitado para
adquirir remedios para su hija enferma (Etcheberry DPJ I, 310) y en el del acusa-
do por el delito de rotura de sellos para retirar su propio dinero de un local clau-
surado, debido a que se encontraba en una situación de extrema angustia por las
deplorables condiciones económicas de su familia (SCA Valparaíso, 21.11.2001,
RLJ 59). Incluso “el afecto inspirado por un animal doméstico” fue entendido en
un caso como suficiente para eximir de responsabilidad a quien repelió por ese
motivo un ataque de otra persona a un perro (Etcheberry DPJ I, 313). En todos
estos casos parece que la exigencia de lo irresistible de la fuerza se ha tenido por
cumplida bajo un criterio individualizador, en la forma por nosotros propuesta.
En cambio, la ley chilena, a pesar de su parquedad, nos ofrece algunas indica-
ciones de causas que no pueden considerarse “nobles”: las pasiones relativas a la
venganza y la ira (Art. 11 Nos 3,4 y 5); la ambición pecuniaria (el “aprovechamien-
to” que excluye la excusa del encubrimiento de parientes, Art. 17 Nº 4 Inc. Final);
el deseo o necesidad de controlar la vida de los otros (Arts. 5 y 14 Ley de Violencia
Intrafamiliar). Para nuestra jurisprudencia, tampoco son motivos para eximir de
responsabilidad el resentimiento por las conductas pasadas de la víctima ni mucho
menos los celos (SCA Concepción 10.1.2008 y SCS 30.4.1997, RLJ 59).
aquellos casos en que el motivo noble deba probarse plenamente, como sería el
encubrimiento de personas unidas al hechor por vínculos análogos de afección
a los que se presumen respecto de los parientes allí enumerados. En tales casos,
en vez de un criterio legal de inexigibilidad de otra conducta de que puede verse
(también) como presunción de derecho de fuerza moral, procedería la prueba so-
bre lazos de afección tales que equivalgan a los filiales y propios de la convivencia.
Por las mismas razones, puede también estimarse la presencia de fuerza moral
tratándose de colaboración en la evasión de detenidos (Arts. 299ss.) que sean
parientes de los mencionados en el Art. 17 Inc. final; y a la inversa, no es posible
aceptar la excusa en los casos de aprovechamiento especialmente regulados, de
los arts. 456 bis A CP y 27 Ley 19913.
a) generalidades
Al ocuparnos de las causas de justificación nos hemos referido ya a las órdenes
que emanan del funcionario competente, dentro de la esfera de sus atribuciones y
en que se han respetado las exigencias correspondientes de forma y fondo previs-
tas por el derecho constitucional y administrativo. Tales órdenes, que son lícitas
para el que las impartió, no suscitan problema alguno, desde el punto de vista de
su licitud también para el subordinado que las cumple, supuesto que su ejecución
se realice en la forma debida. El problema que ahora nos debe ocupar es, pues, la
situación del subordinado que ejecuta una orden antijurídica, respecto de la cual
existe el derecho a “defenderse legítimamente” (Labatut/Zenteno I, 109). Se trata
de otro caso especial de fuerza moral, donde la ley formaliza el criterio para deci-
dir su presencia, sin necesidad de probar el impacto en la subjetividad del agente
de la presunta necesidad de “cumplir con el deber de obedecer” que se atribuye.
nosotros y no a nosotros mismos, que tan fácilmente nos dejamos cazar por ello,
y atribuirnos las acciones hermosas, pero imputar las feas al placer”.
Se trata de una cuestión que ha de resolverse caso a caso, teniendo presente, eso
sí, que la objeción de conciencia jugará un papel mucho más preponderante en las
omisiones que en las conductas activas y que el límite normativo de lo posible de
ser constreñido por la conciencia es más bien estricto: así, desde luego, el fanatis-
mo político no es una causa noble que permita exculpar crímenes violentos, como
expresamente refiere el Art. 9 CPR respecto del terrorismo. Pero las creencias en
las religiones permitidas bien pueden excusar la oposición a tratamientos médi-
cos (como sucede con los Testigos de Jehová y su oposición a las transfusiones de
sangre y otros procedimientos clínicos) y en otros casos en que no se discute la vi-
gencia del ordenamiento jurídico sino la posibilidad de una respuesta excepcional
del mismo ante situaciones también excepcionales y motivadas por causas nobles,
jurídicamente reconocidas.
§ 4. MIEDO INSUPERAbLE
El miedo es, según el Diccionario, la “angustia por un riesgo o daño real o
imaginario”. La fuente primaria del miedo es la violencia o intimidación de un
tercero, expresada generalmente en la forma de una amenaza que al menos reúna
los requisitos de la que constituye delito (Art. 296ss). Pero también puede prove-
nir de otra clase de amenazas, de un mal de la naturaleza, o incluso de la propia
imaginación de quien lo padece. Luego, así como no toda fuerza moral genera
miedo en quien la recibe, tampoco el miedo proviene siempre del ejercicio de un
acto de fuerza. En el derecho internacional y en el common law, se precisa como
defensa de duress, la que se fundamenta exclusivamente en el miedo causado por
una coerción de un tercero.
La cuestión fundamental no es, en todo caso, resolver acerca de la existencia
del miedo, aspecto que incluso podría ser susceptible de prueba física, sino acerca
de los límites de su aceptación, particularmente si una persona impulsada por un
miedo insuperable puede llegar a cometer, p. ej., un homicidio. En el caso Erde-
movic, soldado voluntario a sueldo en el ejército Serbio-Bosnio, quien se declaró
culpable de haber tomado parte en el asesinato de cientos de civiles en Sbrenica,
agregando que lo hizo bajo la amenaza de que “si me hubiera negado me habrían
matado junto a las víctimas”, la opinión mayoritaria de la Sala de Apelaciones
del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia estimó que no era posible
admitir el alegato de coerción como defensa, debido, entre otras razones, a que, de
admitirse tal defensa, “se estaría permitiendo a todos los miembros de bandas te-
rroristas conseguir siempre la impunidad”, con tal de que los jefes de la banda co-
muniquen a terceros amenazas similares (“Erdemovi” (IT-96-22) “Pilića Farm””).
La ley chilena nada dice al respecto y aunque ello podría dar pie a admitir
la eximente en cualquier clase de delitos, de todos modos, habrá de estarse a la
concreta y probada situación fáctica en cada caso, pues no se debe desconocer la
existencia de profesiones, como la militar, donde el miedo parece excluido o al
menos se jura entregar la vida por la patria.
agravada por una lluvia incesante, por lo que alrededor de las 10 de la noche del
día posterior al naufragio (casi exactas 24 horas después) el Primer Oficial ordenó
a sus hombres “hacer el trabajo, o todos pereceremos”. El trabajo ordenado con-
sistió en lanzar por la borda a 14 pasajeros hombres solteros o cuyas esposas no
se encontraban en el bote. Ningún marinero fue lanzado por la borda. El bote con
los sobrevivientes fue rescatado a la mañana siguiente (Circuit Court, E.D. Pen-
nsylvania. 26 F. Cas. 360 (1842)). Otro caso similar se juzgó en Inglaterra unos
años después: en The Queen v. Dudley and Stephens, tras el naufragio del Yate la
Mignonette, el 5 de julio de 1884, tres marineros experimentados y el joven de 17
años Richard Parker lograron no sin dificultades alcanzar un bote salvavidas, el
que lamentablemente carecía de suficiente agua fresca y alimentos. Tras 9 días sin
comer y 7 sin beber agua, el marinero Dudley, con el expreso consetimiento del
marinero Stephens, dio muerte al joven pasajero, que se encontraba ya totalmente
desfalleciente, y de su cadáver se alimentaron y bebieron hasta que fueron resca-
tados (Queen’s Bench Division. 14 Q.B.D. 273 (1884)).
Entre nosotros, se ha querido ver en esta nueva circunstancia del Art. 10 Nº
11, también el caso de la muerte del “tirano doméstico” por sus víctimas mientras
duerme, sin haber recurrido antes a las autoridades, entendiendo que su conducta
reiterada de violencia representaba un peligro permanente no evitable de otro mo-
do (STOP Puente Alto de 21.6.2013). Aunque el resultado de esta interpretación
es conciliable con el carácter reiterativo del “ciclo de la violencia” en estos contex-
tos, la calificación de este peligro como un mal, asimilable a la caída de un edificio,
una inundación o el ataque de una jauría de animales, omite la circunstancia bá-
sica de que la violencia no es un mal cualquiera sino una conducta humana cons-
titutiva de una agresión ilegítima, esto es, un acto de maltrato y violencia contra
la mujer y sus hijos, que constituye el fundamento fáctico de la legítima defensa y
no del estado de necesidad, legítima defensa que bien podría alegarse también en
tales casos, pues no parece distinguible de la que se podría ejercer contra captores
dormidos en un delito de secuestro.
De nuevo, sin embargo, la cuestión que se plantea es el límite de esta defensa,
es decir, si puede abarcar la comisión de delitos de homicidio. Al respecto, debe-
mos decir otra vez que nuestra ley no plantea limitaciones sobre la clase de mal
que se deba plantear, pero el texto de la circunstancia 4ª del Art. 10 Nº 11 no deja
dudas acerca de la necesidad de una valoración racional de los deberes de sopor-
tar el peligro de cada cual. En ese sentido, las sentencias de los jueces americanos
e ingleses afirmando que frente a la necesidad los marineros tienen el deber de
sacrificarse y no el derecho a matar a terceros inocentes, parece correcta, pero
no extensible a todos los casos, y particularmente no a aquellos donde no puede
exigirse razonablemente soportar el mal a personas que no han hecho, como los
marineros, alguna promesa o juramente de dar su vida por la patria o servir a los
pasajeros de un buque.
Capítulo 15
Defensas incompletas
§ 1. CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES
Los Arts. 11 y 13 CP contemplan circunstancias atenuantes que constituyen,
en la mayor parte de los casos reales, la base de la litigación actual, atendida la
enorme importancia que su concurrencia tiene en la determinación de la pena y,
consecuentemente en la posibilidad de que ella sea o no sustituida con alguna de
las penas de la Ley 18216.
A ello se añade que la determinación de esta posibilidad es, a su vez, funda-
mental para la decisión acerca de las medidas cautelares a imponer a las personas
formalizadas por un delito, pues el Art. 140 c) CPP limita la posibilidad decretar
la prisión preventiva si no hay necesidad de ella, entendiéndose que falta esa
necesidad cuando la pena a imponer se cumpla en libertad. Las atenuantes más
socorridas con este propósito son las de irreprochable conducta anterior (Art. 11
Nº 6), reparación con celo del mal causado (Art. 11 Nº 7) y colaboración con la
justicia o la investigación (Arts. 11 Nº 8 y Nº 9).
A) La eximente incompleta
Según el Art. 11, 1ª, son circunstancias atenuantes, las eximententes del Art. 10
“cuando no concurran todos los requisitos necesarios para eximir de responsabi-
lidad en todos sus casos”.
Para nuestra doctrina dominante, esta clase de atenuante parece fundamentar-
se en la idea de la gradualidad del daño causado o de la culpabilidad del autor,
y sólo puede operar en los casos que no encuentra especial aplicación alguna de
las disposiciones de los Arts. 71, 72 y 73 CP. Además, coincide nuestra doctrina
en admitir que la eximente incompleta, pese a su amplio tenor literal, no tiene en
verdad aplicación en todos y cada uno de los supuestos del Art. 10. Por su propia
naturaleza, se excluyen de la eximente incompleta de este Art. 11 Nº 1, las del Nº
2 del Art. 10, ser menor de 18 años, por no admitir graduación; la del Nº 8, caso
fortuito, también por contar con especial regulación en el Art. 71; la del Nº 9, si
se admite en ella la “fuerza física”, porque ésta es o no es irresistible y por tanto se
trataría a su respecto de otra situación no graduable; y la del Nº 13, pues el cua-
sidelito está o no contemplado en la ley, siendo también imposible su graduación.
B) Atenuantes pasionales
El Art. 11 contempla las siguientes circunstancias atenuantes basadas en la
alteración pasional:
3.ª La de haber precedido inmediatamente de parte del ofendido, provocación
o amenaza proporcionada al delito.
4.ª La de haberse ejecutado el hecho en vindicación próxima de una ofensa
grave causada al autor, a su cónyuge, a sus parientes legítimos por consangui-
nidad o afinidad en toda la línea recta y en la colateral hasta el segundo grado
inclusive, a sus padres o hijos naturales o ilegítimos reconocidos.
5.ª La de obrar por estímulos tan poderosos que naturalmente hayan produci-
do arrebato y obcecación.
Como señala Fuenzalida I, 84, el fundamento de todas estas atenuantes ra-
dicaría en que “no siendo posible estinguir las pasiones naturales que impulsan
re del civilmente responsable (SCS 26.7.1932, RLJ 78), ni del pago de la fianza, de
la multa o de una indemnización civil fijada por sentencia judicial (SSCA Santiago
26.11.2002 y 26.10.2009, y SCS 8.7.1996, RLJ 75s.).
Además, la reparación debe ser “celosa”, en un sentido objetivo, atendiendo el
concreto mal causado, las facultades del autor del delito y su situación procesal,
de acuerdo con la apreciación que de ella haga el Tribunal de instancia y no un
“arrepentimiento” moral, estimando nuestra jurisprudencia más reciente que es
posible admitir la reparación aún cuando ella tenga como única motivación la
construcción de la atenuante (SCS 28.7.2008, RLJ 77). Tampoco se exige la repa-
ración completa, sino el intento objetivo de alcanzarla, o, dicho en otras palabras,
“basta con que en el proceso aparezca en forma inequívoca que el reo ha procu-
rado reparar o impedir las consecuencias de su actuar, sin que sea determinante el
logro de ese propósito” (SCA Pedro Aguirre Cerda 26.10.1988, RLJ 75).
Finalmente, debe tenerse en cuenta que, tratándose de los delitos de hurto y ro-
bo con fuerza o con violencia del Art. 436, si la reparación consiste en la entrega
voluntaria de las especies hurtadas o robadas antes de que se persiga al autor o se
le ponga en prisión, el Art. 456 CP le otorga a esta forma de reparación un efecto
atenuatorio especial: aplicación de la pena en un grado inferior a la señalada por
la ley al delito.
y 409 CPP, para los delitos de robo y hurto. No es, con todo, la ley tan laxa coo
para entender configurada la atenuante con la sola presentación al juicio o con
una declaración que niegue la participación o la rrsponsabilidad en los hechos,
aunque sirva para corroborar otros aspectos de los hechos de la acusación, como
la presencia del acusado en el lugar y monento de comisión del delito.
Finalmente, se debe señalar que las mismas razones que llevan a la incompati-
bilidad de las circunstancias pasionales han de llevar a concluir en la incompatibi-
lidad de todas estas circunstancias, genéricas, específicas y especiales, basadas en
la retribución a una colaboración con la acción de la justicia.
§ 2. DEfENSAS CONCURSALES
A. concepto y efectos
Las descripciones delictivas de la parte especial del Derecho Penal sancionan
la realización por una misma persona de los presupuestos típicos de cada una de
ellas. Parece sin discusión que un único delito se comete cuando se realiza una
sola vez la descripción del tipo legal. Luego, un concurso o pluralidad de delitos se
presenta cuando, en un mismo proceso, se puede imputar a una o varias personas
la realización del supuesto de hecho de varios tipos penales o varias veces el de
uno mismo.
En nuestra legislación, la regla general para el tratamiento de estos casos, de-
rivada del principio de legalidad, se encuentra en el Art. 74 Inc. 1: “al culpable de
dos o más delitos se le impondrán todas las penas correspondientes a las diversas
infracciones”. La suma de estas penas, ejecutadas en la forma prevista en la ley,
es lo máximo posible a imponer y punto de partida para la aplicación de las dife-
rentes reglas concursales que, frente a ese máximo, aparecen como defensas para
ción que se impone al tribunal, por aplicación del principio de legalidad, en caso
quela acusación logre probar todos sus presupuestos.
Lo mismo sucede con los llamados delitos compuestos, en que la ley describe
una multiplicidad de conductas, que por sí mismas no son delictivas, pero que,
al reunirse, dan origen a un delito: es el caso del delito de giro doloso de cheques
(Art. 22 DFL 707); en los complejos, donde la ley reúne en la descripción de un
delito la realización de varias figuras punibles independientemente a través de
alguna vinculación subjetiva o de otra clase, p. ej., el delito de robo con homici-
dio del Art. 433 Nº 1 (homicidio con la finalidad de apropiarse de cosas ajenas),
robo con fuerza (violación de domicilio con la misma finalidad); y, finalmente,
en los mixtos alternativos y de tipicidad reforzada. Tipos mixtos alternativos son
aquellos en que las diversas acciones típicas se presentan sólo como modalidades
de realización del tipo de igual valor, carentes de propia independencia, enumera-
das de forma casuística, como sucede particularmente con el delito de homicidio
calificado del Art. 391 Nº 1 o las injurias graves del Art. 417. En estos casos,
la realización de una sola de las modalidades típicas serviría para configurar el
delito, pero la realización de varias de ellas resulta indiferente a efectos de la con-
figuración del tipo, pues siempre se entiende que se ha realizado un único delito,
sin perjuicio de considerar el conjunto de circunstancias en la medida de la pena,
de conformidad con lo previsto en el Art. 69. El mismo tratamiento reciben los
delitos de tipicidad reforzada, en que las acciones contempladas en el tipo penal
se pueden desplegar en momentos diferentes, siempre que se vinculen de alguna
manera: una de ellas configura el delito y las restantes sólo lo “refuerzan”, como
sucedería con el doblar de campanas, repartir volantes y dirigir discursos para
incitar a la sublevación, del Art. 123.
En cambio, en los tipos mixtos acumulativos, la comisión de cada uno de los
actos mencionados en una disposición legal podría constituir un delito indepen-
diente, y por, tanto, susceptible de concurrir, aparente, ideal o realmente con el
resto de ellos, como sucedería, por ejemplo, en los casos de prevaricación judicial,
del Art. 223.
No obstante, en casos de delitos compuestos y complejos, como el robo con
fuerza en lugar habitado (Art. 440 Nº 1), e incluso ciertos supuestos de robo con
violencia (Arts. 433 y 436), la falta de prueba de la vinculación entre los delitos
que pueden verse como integrantes de cada figura, puede llevar a la apreciación
de un concurso entre los delitos que lo componen, violación de domicilio o las
violencias que se traten más hurto, respectivamente, cuyas penas —aún solo su-
madas— pueden resultar muy inferiores a las previstas por la ley para la figura
compuesta.
B. Unidad de delito
concepto es la identidad subjetiva del autor que opera dentro de una empresa cri-
minal existente o iniciada por él. Es el caso de buena parte de los delitos de tráfico
ilícito de estupefacientes de la Ley 20000, de la falsificación de monedas de los Arts.
162 y ss. y de los delitos del Art. 97 del Código Tributario, etc. Aquí, la pluralidad
de realizaciones típicas, aunque se encuentren separadas espacial y temporalmente,
constituyen un único delito. Este concepto no debe confundirse con la definición
legal de Unternehmensdelikt del § 11.6 StGB, que entiende por tal aquél cuya ten-
tativa se encuentra equiparada con su consumación (Jescheck, 241).
c) Delito continuado
Se trata de una de las excepciones de más tradición al régimen concursal, crea-
ción de los prácticos italianos ante la necesidad de morigerar la aplicación de una
ley que preveía la horca para quien incurriera en tres o más hurtos. En Chile, esta
tradición ha sido también recogida por nuestra jurisprudencia, que ha permitido
su apreciación en diferentes hipótesis, cuya falta de fundamento común nos per-
miten afirmar el carácter ficticio o más bien forzado de la construcción que, en
síntesis, parece depender de la posibilidad de una apreciación conjunta de los he-
chos bajo un mismo tipo penal y las dificultades para su diferenciación probatoria
(la llamada “indeterminación procesal”, Etcheberry DPJ I, 73). Así se afirma que
concurre, entre otros supuestos:
a) Cuando los diversos hechos constituyen la violación de “una misma norma
de deber” y según la representación de autor su infracción solo era posible
de modo fraccionado (SCS 9.3.2011, RLJ 161);
b) Cuando existe “unidad delictual debido al dominio de la voluntad sobre el
hecho” (SCS 9.11.1966, RLJ 161) o se “persiga un fin determinado y único”
(SCS 3.6.1940 RLJ 162);
c) La unidad del bien jurídico afectado, la unidad temporal, la consideración
social del conjunto de los actos, criterios de economía procesal, e incluso la
“manifiesta iniquidad” de las reglas concursales comunes (SCA Concepción
6.7.2012, RLJ 162); y
d) La unidad de propósito, víctima y contexto, en un lapso determinado, que vulne-
ran el mismo bien jurídico protegido (SCA Valparaíso 22.11.2011, RLJ 162).
de alguno de los distintos principios de solución de éste, esto es, de una relación
de especialidad, consunción, subsidiariedad, o alternatividad, aunque domina en
Chile la idea de que bastarían los dos primeros principios enunciados para com-
prender todos los casos posibles del concurso aparente de leyes.
Para justificar esta preferencia, se recurre habitualmente a los argumentos deri-
vados de los principios de ne bis in ídem (Etcheberry II, 125) y de insignificancia.
El principio ne bis in idem justificará la preferencia de los principios de especia-
lidad, subsidiariedad, y alternatividad, cuando en la concurrencia de dos o más
normas, la estimación conjunta de ambas suponga una relación lógica entre ellas
que lleve necesariamente a tomar en cuenta dos o más veces un mismo elemento
del hecho jurídico-penalmente relevante y común a todas las normas concurren-
tes. En cambio, en los casos de consunción, regidos por el principio de insignifi-
cancia, no tienen lugar las relaciones lógicas existentes entre los preceptos en jue-
go, sino que existen ciertas relaciones empíricas entre hechos susceptibles de ser
calificados por dos o más preceptos, en el que la realización de uno aparece como
insignificante frente a la del otro, cuya intensidad criminal lo absorbe. En estos
casos, la no aplicación de la pena correspondiente al delito de menor intensidad se
justifica, porque al ser hecho copenado insignificante en relación con el principal,
el castigo por éste parece suficiente para señalar tanto al autor como al resto de la
población, la reprobación jurídica de su conducta, pareciendo desproporcionado
castigar, además, por los hechos acompañantes que, en la consideración del caso
concreto, no tienen una significación autónoma.
1) Casos de especialidad
Existe una relación de especialidad entre dos preceptos penales, en su sentido
lógico-formal, cuando en la descripción del supuesto de hecho de uno de ellos, el
especial, se contienen todos los elementos del otro, el general, más uno o varios
otros especializantes, como el caso del parricidio frente al homicidio (especiali-
dad por extensión o adición); o cuando la descripción de uno o varios elementos
del supuesto de hecho de la ley especial suponen conceptual y necesariamente la
de todos los de la ley general, porque es una parte de un todo o una especie de
un género conceptual, (especialidad por comprensión o especificación), como el
caso de la relación entre la estafa y la falsificación de documentos privados (SCS
6.10.1953, RLJ 163).
Dicho en términos más comprensivos, especialidad es la relación que existe
entre dos supuestos de hecho legales, cuando todos los casos concretos que se
subsumen en el supuesto de hecho legal de una norma, la especial, se subsumen
también dentro del de otra norma, la general, la que es aplicable al menos a un ca-
so concreto adicional no subsumible dentro del supuesto de hecho de la primera.
2) Casos de subsidiariedad
Este principio es rechazado por la doctrina mayoritaria, considerando que se
refiere a situaciones abarcables por el de especialidad o el de consunción, o a sim-
ples delimitaciones del alcance de ciertas normas, sin contenido material (Etche-
berry II, 127). Sin embargo, aunque es cierto que las reglas de los Arts. 8, 16 y 17
pueden verse de esa última manera, no lo es menos que existen una serie de casos
no abarcables por esas reglas ni por las de especialidad o consunción, que van más
allá de consideraciones “puramente utilitarias” de “política criminal” (Cury, 670).
Son los casos en que en la relación entre dos preceptos legales por lo menos un
caso concreto que es subsumible en uno de dichos preceptos lo es también en el
otro, y por lo menos un caso concreto que es subsumible en el primero no lo es en
el segundo, y viceversa, siempre que ambos preceptos tengan en común al menos
una misma propiedad jurídico-penalmente relevante. Conforme a este concepto,
podemos afirmar que existe una relación de subsidiariedad tácita, básicamente en
los siguientes casos: (i) Entre las diversas especies de un mismo delito básico, por
ejemplo, la relación entre parricidio e infanticidio; y (ii) En ciertos casos de delitos
progresivos, donde el paso de una infracción penal a otra supone la mantención
de una misma propiedad subjetiva u objetiva del hecho, como en el caso del paso
del delito de peligro al de lesión lo constituye la puesta en peligro del objeto de
protección penal, como sucede con las distintas modalidades del manejo en esta-
do de ebriedad del Art. 196 de la Ley de Tránsito.
En estos casos, y siguiendo los criterios propuestos por el legislador al regular
la concurrencia de circunstancias atenuantes y agravantes, donde en general las
primeras tienen un mayor valor que las segundas, y éstas solo permiten aumentar
en grado la pena cuando concurren dos o más y ninguna atenuante, podemos
ofrecer las siguientes reglas de solución: (i) Si concurren dos o más figuras ca-
lificadas de una misma básica, como en el caso de las relaciones entre lesiones
graves-gravísimas y mutilaciones, ha de ser preferente y principal la que contenga
la calificación más grave; y ii) Si concurren una figura privilegiada con una o más
calificadas, se considerará preferente y principal la figura más benigna.
3) Casos de alternatividad
En sus orígenes, Binding (1885, Handbuch des Strafrechts Bd. I, Leipzig, 349)
lo concibió como un recurso para subsanar errores groseros en la legislación ale-
mana, que se producían por dos razones: (i) porque “exactamente el mismo su-
puesto de hecho es penado por distintas leyes”, y (ii) porque los tipos se configu-
raban como “dos círculos que se cortan el uno al otro”, produciendo el efecto de
que hechos en principio graves podrían aparecer como indebidamente atenuados.
Aunque antes hemos aceptado su aplicación a errores legales similares existentes
entre nosotros, ello no es posible en un sistema acusatorio, pues las situaciones
bases sin idénticas a las de los principios de especialidad y subsidiariedad, pero sin
aplicar la pena especial o subsidiaria menso grave que correspondería, por lo que
su aplicación, en la forma propuesta por Binding y que nosotros recogíamos, pro-
duciría una agravación difícilmente aceptable a la luz del principio de legalidad.
4) Casos de consunción
En los casos de consunción no estamos ante relaciones lógicas, sino ante va-
loraciones del sentido de cada una de las normas en juego, según su forma de
realización concreta en los hechos enjuiciados, y por tanto, se incluyen en él todos
aquellos supuestos en que, no siendo apreciable una relación de especialidad, sub-
sidiariedad o alternatividad, debe rechazarse no obstante el tratamiento concursal
común, porque uno de los preceptos concurrentes regula un hecho que sólo pue-
de considerarse como accesorio o meramente acompañante, en sentido amplio,
del que regula el precepto principal y desplazante: los llamados actos anteriores,
propiamente acompañantes y posteriores copenados. Como señala Etcheberry II,
125, esto es lo que reconoce expresamente el legislador respecto del delito de
daños, al disponer el Art. 488 que sólo se castigará cuando el hecho no pueda
considerarse constitutivo de otro delito que merezca mayor pena.
Naturalmente, al faltar el fundamento lógico de la relación de que se trata, y
depender ésta de factores empíricos, resultará difícil decidir en cada caso la regla
a aplicar, presentándose una serie de supuestos limítrofes que no pueden ser de-
terminados a priori. A esta dificultad hay que sumar el hecho de que tampoco es
posible establecer a priori cuál de los preceptos concurrentes va a ser preferente,
ya que esto lo determina sólo la intensidad relativa que tenga cada uno de ellos
en el caso concreto, debiéndose descartar la tesis que sostiene que siempre será
preferente la ley más grave (un caso sería el de la mujer que se intenta suicidar es-
tando embarazada, y pierde a la criatura, pero sobrevive: no debe castigarse como
si hubiese cometido un aborto, pues el hecho principal impune –suicidio– absorbe
al meramente acompañante –aborto–, consunción inversa).
No obstante, es posible ofrecer una serie de grupos de casos en que se encuen-
tra más o menos consolidada la opinión según la cual el precepto que regula un
hecho anterior, posterior o simultáneo a otro no puede ser aplicado junto con
aquél en que es subsumible éste, por ser insignificante frente a la pena a imponer
por el hecho principal.
Así, como actos anteriores copenados se pueden considerar los siguientes:
a) Los que consisten en la realización de una forma de participación en el
delito anterior a su ejecución, respecto de ésta, como el paso de la inducción a la
coautoría o de la complicidad simple a la necesaria o de todas las mencionadas a
la autoría material;
b) Los que consisten en la realización de tentativas fallidas de comisión de
un mismo delito antes de su consumación y con relación a ésta, siempre que se
mantenga una misma voluntad criminal y no varíe el objeto material del delito
tentado;
c) Los que consisten en actos preparatorios especialmente punibles con rela-
ción a la tentativa y la consumación del delito preparado, como, p. ej., sucedería
entre las disposiciones del Art. 445 (porte de instrumentos conocidamente desti-
nados al robo) y las de robo con fuerza de los Arts. 440 y 442;
d) Las relaciones existentes entre los delitos de peligro, concreto o abstracto, y
los delitos de lesión a los bienes jurídicos puestos en peligro, como sucede en las
amenazas seguidas del mal amenazado y en el incendio en lugar habitado seguido
de incendio con resultado de muerte, siempre que no exista una disposición legal
en contrario (como la del Art. 406) o el peligro efectivamente producido sea de
carácter general y se extienda más allá del bien jurídico dañado en concreto; y
e) Las relaciones existentes entre los llamados delitos progresivos –de tránsito
en la nomenclatura alemana– y el delito a que conducen (las formas más graves
de consumación absorben a las menos graves), p. ej., el paso de lesiones menos
agraves a graves o de éstas a un parricidio u homicidio doloso.
Por su parte, como actos propiamente acompañantes típicos o copenado, se
comprenden:
a) Los consistentes en la realización de diversas formas de participación en el
delito simultáneas a la ejecución material del mismo, con relación a la autoría. Así
sucede con el paso sin solución de continuidad de acciones de complicidad simple
a la complicidad del Art. 15 N°3 y aún a la coautoría; y
b) Los consistentes en hechos de escaso valor criminal que acompañan regu-
larmente la comisión de ciertos delitos, como las injurias de hecho y las lesio-
nes leves acompañantes de ciertos delitos de homicidio y lesiones; los daños y el
allanamiento de morada que acompañan típicamente al robo con fuerza de los
Arts. 440 y 442, etc.
Finalmente, como actos posteriores copenados se mencionan:
a) Concepto y casos
El Art. 75 dispone la aplicación de la pena mayor asignada al delito más grave
cuando un mismo hecho constituye dos o más delitos (concurso ideal) o cuando
un delito es medio necesario para la comisión del otro (concurso medial). Es ob-
vio que una defensa que excluya el hecho acompañante o el anterior por ser co-
penado con el principal tendrá un mejor resultado para el acusado que esta regla
del Art. 75, pero ello no es posible en todos los casos, porque no siempre se dará
que el supuesto que un hecho se pueda considerar insignificante frente al otro (p.
ej., un robo con violencia para apropiarse de la camioneta con que se comete un
robo en lugar no habitado no parece, en ningún caso, insignificante).
Sin embargo, “los ejemplos de auténtico concurso ideal que pueden proponer-
se son escasos y muchos de ellos de índole más bien académica” (Novoa II, 231).
Ello puede explicarse, en primer lugar, por la dificultad para establecer cuándo
nos encontraremos ante “un mismo hecho”, pues mientras la noción de unidad de
delito es exclusivamente jurídica (viene dada por el sentido de los tipos legales), la
de unidad de hecho se refiere principalmente a un conjunto de sucesos del mundo
exterior cuya única operacionalización es que ocurren en una misma dimensión
espacio-temporal en que se realizan los presupuestos de uno de los tipo penales en
juego. Con todo, la jurisprudencia ha reconocido en esta categoría los casos del
llamado delito preterintencional, las infracciones a leyes especiales diversas en un
mismo período de tiempo y las diversas formas de robo en un mismo contexto,
discutiéndose si los cuasidelitos con resultado múltiple han de tratarse como un
delito, un concurso ideal o uno real (RLJ 165s.). Este último caso, conocido como
de concurso ideal homogéneo (por importar un único delito base), también ha
generado disputa en la doctrina, donde las tendencias subjetivistas abogan por la
existencia de un solo delito (Cury, 665), mientras las objetivistas por la de tantos
según los resultados producidos (Novoa II, 232).
En cuanto al concurso medial, la práctica judicial y la doctrina mayoritaria
entienden que esta relación de necesidad ha de evaluarse en el caso concreto, aten-
diendo a la prueba no sólo de una “conexión ideológica” sino también, y sobre
todo, de una “necesidad objetiva” (SCS 17.1.1985, RLJ 166). Entre los casos que
se reconocen al efecto, se encuentran el de la falsificación de instrumento público
y la estafa, en el contrabando y el delito tributario, el uso malicioso de instrumen-
tos falsos y el fraude al fisco, y el abuso sexual y la pornografía infantil (RLJ 167).
Un caso discutido en la jurisprudencia fue durante mucho tiempo la relación
entre los delitos de porte y tenencia ilegal de armas y los que con ellos se cometen,
al punto que el legislador hubo de establecer expresamente la regla de acumula-
ción material en tales casos, entendiendo que el peligro común del porte de armas
no puede ser absorbido por los delitos concretos que se cometan con ellas (Art.
17 B Ley 17798).
b) Tratamiento penal
La mayor benignidad aparente de esta disposición (que obliga a imponer “só-
lo” la pena mayor asignada al delito más grave), en comparación (teóricamente)
con la regla del Art. 74, se fundamentaría en el menor reproche que merece quien,
por necesidad, para cometer un delito, debe cometer otro (Fuenzalida I, 326).
En estos casos, la “pena mayor asignada al delito más grave” es la que corres-
ponda de entre las distintas penas señaladas por la ley al delito, en los respectivos
tipos penales, previo al juego de las circunstancias atenuantes y agravantes, que
sólo operarán una vez hecha la decisión que ordena este Art. 75 (v. Arts. 65, 66
y 67). Por regla general, delito más grave es el que tiene asignada la pena más
alta en la respectiva Escala Gradual del Art. 59, esto es, “aquélla que en su límite
superior tenga una mayor gravedad” (Novoa II, 235). Los problemas se produ-
cen cuando se debe elegir entre penas privativas y restrictivas de libertad, si éstas
son de mayor duración temporal que aquéllas. Como señala Cury, 667, en estas
situaciones, “la ponderación de hechos punibles para los que se conminan penas
de distinta naturaleza tiene que efectuarse siempre caso a caso”. Pena mayor, es la
que constituye el grado superior de la más grave o sólo la más grave, si ésta está
compuesta de un único grado. Pero, como se anticipó, en caso de que la aplicación
de la regla del Art. 74 sea más beneficiosa para el acusado, prevalecerá sobre la
del Art. 75.
D. reiteración de delitos
El Art. 351 CPP esta regla recoge los mismos criterios del antiguo Art. 509 CPP
de 1906, con algunas leves diferencias. Básicamente, se establece un régimen de
acumulación jurídica (exasperación) para casos de reiteración de ciertos delitos
(crímenes y simples delitos de la misma especie, o la misma falta), que de otra
manera se regirían por el sistema de simple acumulación material del Art. 74.
Sobre qué ha de entenderse por crímenes y simples delitos de una misma espe-
cie, la ley señala que son aquellos “que afectaren al mismo bien jurídico”. Para-
fraseando a Cury, 661, la solución legal, aunque bienintencionada, no fue clara
ni afortunada, pues bastaba revisar la contradictoria jurisprudencia producida
en torno a la interpretación del Art. 12 Nº 16, para prever los problemas que su
aplicación generaría. A nuestro juicio, sobre la idea que originó esta disposición,
es decir, evitar una “pena perpetua con otro nombre”, la expresión “un mismo
bien jurídico” debe entenderse en el sentido de “comparten un mismo bien jurí-
dico protegido”. De este modo, salvo groseros errores del legislador, los delitos
que se encuentran en un mismo título del Código o en una misma ley especial
pueden seguir considerándose para estos efectos como de una misma especie, pero
también aquellos que, no encontrándose en dicha situación formal, compartan la
protección de un mismo bien jurídico, como sucedería, p. ej., con el robo califi-
cado y las diferentes formas de violencia contra las personas que contempla, con
independencia de su grado de desarrollo o participación.
§ 3. UNIfICACIóN DE PENAS
Aunque el texto del actual Art. 164 COT no utiliza la expresión “unificación
de las penas”, su propósito no es sustancialmente diferente al del antiguo inciso 2
del art. 160 COT, pues sus presupuestos son similares: la imposición en procesos
diferentes de dos o más condenas a un mismo imputado, sin que entre el momento
de realización de los delitos respectivos hubiese mediado una sentencia condena-
toria, siempre que fuese posible la apreciación de una regla concursal (concurso
ideal, medial o reiteración) que en concreto resulte más beneficiosa para el reo; y
también son similares sus consecuencias: “regular la pena de modo tal que el con-
junto de penas no pueda exceder de aquella que hubiere correspondido de haberse
juzgado conjuntamente los delitos”.
Por tanto, aún cuando una persona haya sido juzgada en procesos diferentes,
podrá imputar a los sucesivos las penas impuestas en los anteriores o, en caso de
que ello no se haya hecho, solicitar la unificación correspondiente al Juez de Ga-
rantía, siempre que le sea más beneficioso que la acumulación material. Se trata,
con todo, de una solicitud de la defensa y no de una obligación judicial como en
el proceso antiguo, pues eventualmente la unificación de penas podría ser perju-
dicial para el condenado si, p. ej., supone la pérdida de algún beneficio de la Ley
18216, por aplicación del Inc. final de su Art. 1 (“si una misma sentencia impusie-
QUINTA PARTE
DETERMINACIóN
y EJECUCIóN DE LAS PENAS
Capítulo 16
Determinación de la pena
A. clasificación general
El sistema de penas vigente en Chile es un reflejo del sistema clásico diseñado
por el pensamiento liberal del iluminismo, que proponía una variada cantidad de
penas para las distintas infracciones y un estricto sistema para su determinación,
con el propósito de superar el Derecho Penal del Ancien Régime, en el que “la
jurisprudencia cayó en una arbitrariedad sin límites” (Liszt II, 336), mediante el
uso cada vez más intensivo en el derecho germánico de la facultad de juzgar según
gracia (Richten nach Gnade); y, en el derecho español, de la facultad otorgada a
los jueces por la Partida VII, Tít. XXXI, L. VIII, de “crescer, o menguar, o toller la
pena, segund entendieren que es guisado”.
Así, en cuanto al sistema de penas propiamente tas, el §2 del Tít. III CP (Arts.
21-24), clasifica las penas según su gravedad, estableciendo el sistema tripartito
de crímenes, simples delitos, y faltas (Art. 21), señalando cuáles se consideran
principales y cuáles accesorias. Sin embargo, para efectos didácticos, se distinguen
– atendido el bien jurídico que afectan– cinco clases de penas principales, esto es,
que pueden ser aplicadas autónomamente a un crimen, simple delito o falta, a
saber:
a) Penas privativas de libertad perpetuas: presidio perpetuo calificado, y presi-
dio y reclusión perpetuos (simples);
b) Penas privativas de libertad temporales: la prisión, la reclusión y el presidio;
c) Penas restrictivas de la libertad: el confinamiento, el extrañamiento, la rele-
gación y el destierro;
d) Pena pecuniaria: la multa; y
e) Penas privativas de otros derechos: las inhabilidades, suspensiones y otras
interdicciones para el ejercicio de cargos públicos y profesiones titulares;
cargos y empleos en ámbitos educacionales o que involucren una relación
directa con menores de edad; la cancelación de la nacionalización y la ex-
pulsión del país del extranjero condenado por usura (Art. 472 inc. 2°).
Además, como penas accesorias, esto es, aquellas cuya aplicación acompaña
necesariamente a la imposición de una pena principal, ya sea generalmente o de
un modo particular, se contemplan:
a) La suspensión e inhabilidad para el ejercicio de cargos públicos y profesio-
nes titulares, salvo que la ley las contemple como penas principales;
b) La privación temporal o definitiva de la licencia de conducir vehículos mo-
torizados;
c) La caución y la vigilancia de la autoridad;
d) La incomunicación con personas extrañas al establecimiento; y
e) El comiso.
Fuera del catálogo del Código Penal, encontramos en leyes especiales, entre
otras, las siguientes penas: la de muerte; la degradación (Arts. 228 y 241 CJM);
la asistencia obligatoria a programas de prevención y trabajos determinados en
beneficio de la comunidad (Art. 50 letra c) Ley 20000); la clausura de un esta-
blecimiento (Arts. 5 y 7 Ley 20000); y la prohibición permanente de participar,
a cualquier título, en otro establecimiento de igual naturaleza (Arts. 5 y 7 Ley
20000).
No obstante, a pesar del “sumamente frondoso” catálogo de penas del Código
Penal y de las restantes dispuestas en leyes especiales, lo cierto es que las penas
que en la mayor parte de los tipos penales se establecen como principales, son las
privativas de libertad, de reclusión o presidio, a veces acompañadas de una multa
o de alguna inhabilitación.
a) Penas temporales
El Art. 25 denomina como tales todas aquellas privativas o restrictivas de li-
bertad cuya ejecución se extiende por un tiempo determinado de entre sesenta y
un días a cinco años, las menores; y de entre cinco años y un día a veinte años,
las mayores. El Art. 25 también denomina temporales las penas de inhabilitación
absoluta y especial para cargos y oficios públicos y profesiones titulares de tres
años y un día a diez años.
Es importante tener en cuenta a su respecto la regla especial del Art. 26, que
dispone el abono a las penas temporales del tiempo en que, mientras duró el
proceso, estuvo el imputado privado de libertad (aunque la privación de libertad
del imputado no se reputa pena, según el Art. 20). Por tanto, una vez ejecutoria-
da la sentencia condenatoria, el tiempo de prisión preventiva se cuenta como si
durante ese lapso se hubiese cumplido pena por anticipado. Es por esa razón que,
si se condena a una pena de relegación por un tiempo determinado, se le puede
computar a favor del reo la duración de su prisión preventiva. Por lo mismo, el
Art. 348 CPP dispone que si el procesado salió en libertad antes de la condena, “el
tiempo de detención o prisión preventiva… deberá servirle de abono” a la pena
en definitiva impuesta.
Las penas temporales se dividen a su vez en divisibles e indivisibles, según si
constan de grados o no. Todas las penas privativas y restrictivas de libertad que
la ley denomina “mayores” (5 años y un día a 20 años) y “menores” (61 días a 5
años) son divisibles y en cada una de ellas encontramos tres grados: máximo, me-
dio y mínimo. También la prisión y las inhabilitaciones temporales son divisibles
en tres grados. Son indivisibles, en cambio, todas las penas perpetuas.
b) Penas aflictivas
Son aflictivas, según el Art. 37, todas las penas privativas o restrictivas de
libertad (con excepción del destierro) superiores a 3 años y un día, y las de inha-
bilitación para cargos u oficios públicos o profesiones titulares.
Esta clasificación, que no tiene efectos de carácter penal, fue establecida “para
los efectos constitucionales y los que emanaban de otras leyes” que decían rela-
ción con la clasificación vigente con anterioridad a la promulgación CP (Actas,
Se. 16, 28) Sin embargo, hoy en día la clasificación sigue teniendo importancia
sobre todo para los “efectos constitucionales” y también para algunos efectos
procesales relativos a la decisión de archivar provisionalmente una investigación
(La distinción se refiere únicamente a si el decreto de archivo provisional ha de
estar o no sujeto a la revisión del Fiscal Regional en tales casos, Art. 167 CPP).
Los mencionados efectos constitucionales, que se reproducen en la CPR 1980,
radican en que el condenado a una pena aflictiva no puede adquirir la calidad de
ciudadano (Art. 13 CPR), y si antes la poseía, la pierde (Art. 17 Nº 2 CPR), lo que
le impide sufragar y desempeñar cargos de elección popular. Además, el derecho a
sufragar se suspende mientras el ciudadano se encuentra procesado por un delito
que merezca pena aflictiva.
años; el medio, que parte en los diez años y un día y termina en los quince años;
y el máximo, que comienza en los quince años y un día y alcanza hasta los veinte
años; penas de simples delitos, son el presidio y la reclusión menores (sesenta y
un días hasta cinco años), y se dividen también en tres grados: el mínimo, que
va desde sesenta y un días hasta quinientos cuarenta; el medio, que parte en los
quinientos cuarenta y un días y termina en tres años; y el máximo, que comienza
en los tres años y un día y alcanza hasta los cinco años. La prisión es una pena
reservada a las faltas (un día hasta sesenta), y también se divide en tres grados:
el mínimo, de un día a veinte; el medio, de 21 días a cuarenta; y el máximo, de
cuarenta y un días a sesenta.
1) Extrañamiento y confinamiento
El confinamiento (“expulsión del condenado del territorio de la República con
residencia forzosa en un lugar determinado”) y extrañamiento (“expulsión del
condenado del territorio de la República al lugar de su elección”) no se emplean
en nuestro ordenamiento sino muy excepcionalmente como sanciones alternati-
vas para delitos de extrema gravedad, en particular en atentados contra la Segu-
ridad del Estado, contemplados tanto en el Código Penal (Arts. 118, 121 y ss.)
como en los Arts. 3 y 5 de la Ley de Seguridad del Estado.
Por su propia severidad, no parecen tener otras posibilidades de uso, ni es re-
comendable su extensión, ya que se trata de penas que no cumplen en la práctica
ninguna finalidad útil a la prevención especial y a veces tampoco a la general,
proyectándose “de manera perjudicial sobre los terceros inocentes que integran el
grupo familiar”, y que deben seguir la suerte del condenado (Cury, 744).
Sin embargo, el Art. 472 contempla la pena de “expulsión del país”, sin lla-
marla extrañamiento, como sanción para los extranjeros condenados por usura y
para los nacionalizados reincidentes en dicho delito, pena que se establece adicio-
nalmente a las privativas de libertad que dicha disposición contempla.
En cuanto a su naturaleza, son penas temporales y divisibles, que se dividen en
mayores y menores, según se trate de crímenes o simples delitos, respectivamente,
con una duración y división en grados idéntica a la ya estudiada de las penas pri-
vativas de libertad, a donde remitimos al lector.
2) Relegación y destierro
La relegación (“traslación del condenado a un punto habitado del territorio de
la república con prohibición de salir de él, pero permaneciendo en libertad”, Art.
35) sólo se contempla en algunas disposiciones aisladas como pena principal, pe-
ro facultativa respecto de las privativas de libertad (arts. 133, 399, 471, 490 y ss.),
Según el Art. 38, cuando esta pena es perpetua, comprende la privación de to-
dos los honores, cargos, empleos, oficios públicos (en el sentido del Art 260), dere-
chos políticos (Art. 42 y Art. 17 Nº 2 CPR) y profesiones titulares de que estuviere
en posesión el condenado, y la incapacidad perpetua para obtenerlos o ejercerlos.
Si la pena es temporal, produce el mismo efecto, con la diferencia de que la in-
capacidad sólo dura el tiempo de la condena, con excepción de la privación de los
derechos políticos y demás derivados de la pérdida de la ciudadanía, cuyo efecto
es perpetuo, en tanto no se ejerza la acción constitucional de rehabilitación ante
el Senado (Art. 17 Inc. 2 CPR). Su duración es diferente a las penas privativas de
libertad, y va de los tres años y un día a diez años, dividiéndose en tres grados: el
mínimo, que va de tres años y un día a cinco años; el medio, que se extiende de los
cinco años y un día a los siete años; y el máximo, que comprende desde los siete
años y un día hasta los diez años. Cumplido el tiempo de la condena, el penado
debiera ser repuesto en el ejercicio de las profesiones titulares, y en la capacidad
para ejercer cargos públicos, pero no tiene el derecho a ser repuesto en los cargos,
empleos u oficios de que fue privado (Art. 44). Sin embargo, el Art. 11 f) Estatu-
to Administrativo, que impide ingresar a la Administración Pública a los que se
hallen “condenados por crimen o simple delito”, salvo Decreto de Rehabilitación
del Presidente de la República.
Esta inhabilitación tiene una extensión de tres años y un día a diez años, es
divisible en la misma forma que las penas de inhabilitación absoluta y especial
temporales, y consiste en: (i) La privación de todos los cargos, empleos, oficios y
profesiones que tenga el condenado; y (ii) La incapacidad para obtener los cargos,
empleos, oficios y profesiones mencionados antes de transcurrido el tiempo de la
condena de inhabilitación, contado desde que se hubiere dado cumplimiento a la
pena principal, obtenido libertad condicional en la misma, o iniciada la ejecución
de alguno de los beneficios de la Ley 18216, como alternativa a la pena principal.
figuras que componen la parte especial del derecho penal, también denominada,
por lo mismo, marco penal.
Según los factores concurrentes, la determinación legal primero, y la individua-
lización judicial después, se realizan, según la regla del Art. 77 CP, “subiendo” a
grados superiores y “bajando” a grados inferiores por alguna de las cinco Escalas
Graduales del Art. 59 CP, donde se encuentre la pena que ha de aumentarse o
rebajarse. Cuando la ley prevé penas que se encuentran en distintas Escalas Gra-
duales para un mismo delito, para los efectos de los aumentos y disminuciones en
grado deben considerarse siempre separadamente las penas que se establezcan por
la ley, a partir de la Escala Gradual en que se encuentren situadas. Esto vale tanto
para el caso en que la conjunción de penas sea copulativa (obligando a imponer a
todos los responsables del hecho todas las penas así previstas, Art. 61 Nº 4), o en
forma alternativa, entregando al juez la facultad de imponer una pena o la otra a
unos y otros de los responsables del hecho (Art. 61 Nº 3).
Según el Art. 50 CP, la pena que ha de tomarse como base para su determina-
ción definitiva es la que se halla “señalada por la ley” al describir el hecho delicti-
vo. Esta pena es la que corresponde, en principio, al autor del delito consumado.
homicidio simple, la pena resultante sería sólo presidio mayor en su grado máxi-
mo). En todo caso, tratándose de la situación prevista en el caso del Art. 68 Inc.
4, no existe discusión, pues se manda expresamente imponer la pena “inmediata-
mente superior en grado al máximo de los designados por la ley”. Los aumentos
de pena sólo se encuentran limitados por el Inc. 2 del Art. 77, según el cual, a falta
de grado superior, en la Escala Nº 1, se aplica la pena de presidio perpetuo cali-
ficado, en la Nº 2 y Nº 3, la de presidio perpetuo (simple), y en las Escalas 4 y 5,
la pena superior prevista en la respectiva Escala y, además, la de reclusión menor
en su grado medio.
Finalmente, debe tenerse presente que las reglas previstas para los aumentos
y disminuciones en grado de las penas temporales no se aplican a las penas de
multa, aunque se impongan junto con una pena privativa de libertad (Art. 70).
Al igual que sucede con las reglas relativas a la tentativa y la frustración, las
reglas expuestas no rigen para faltas y el caso que la ley señale una pena distinta
para los cómplices y encubridores (Art. 55). La pena del cómplice de falta es una
que no exceda de la mitad que corresponde a los autores (Art. 498) y no existe
sanción para su encubrimiento.
En tal caso no hay agravación y se está frente a un concurso real (Art. 74) o
ideal (Art. 75) de delitos o, eventualmente, ante un concurso aparente de leyes
penales. Evidente es el caso del incendio y los medios estragosos de la agravante
3ª del Art. 12, contemplados como delitos en los arts. 474 ss. CP. También la cir-
cunstancia 9ª del Art. 12 parece recogerse en plenitud en los delitos de injurias.
situación se encuentran también los hurtos agravados del Art. 447, con respecto
a la circunstancia del Art. 12 Nº 7. Para el abuso de la fuerza (Art. 12 Nº 6) en el
delito de violación (Art. 361, Nº 1) se aplica el mismo razonamiento.
Para los efectos de aplicar estas reglas a las circunstancias atenuantes y agra-
vantes, se clasifican éstas en dos grupos: las circunstancias personales o subjetivas
(Inc. 1) y las circunstancias reales u objetivas (Inc. 2): cuando varios sujetos con-
curren a la ejecución del delito o a su encubrimiento, las circunstancias personales
sólo producirán efectos en aquellos que las poseen; en cambio, las circunstancias
reales surtirán efecto no sólo respecto de quienes las poseen en sentido estricto, si-
no también de aquellos que tuvieren conocimiento de ellas antes o en el momento
de su intervención en el hecho.
Son las que se fundan en una “causa personal”. El CP considera dos ejemplos
y una cláusula analógica que ha de interpretarse al tenor de ellos:
(i) Las que consisten en la disposición moral del delincuente
Según la doctrina mayoritaria, son de esta especie prácticamente todas las ate-
nuantes del Art. 11, con la salvedad de la 1ª de dicho Art., pero sólo cuando no se
refiere a una causa de exculpación. Entre las agravantes del Art. 12 CP, se admiten
mayoritariamente en este carácter la 1ª, 4ª, 5ª, 7ª, 12ª. 14ª, 15ª y 16ª. También se
mencionan en este grupo la 2ª, 13ª primera parte (en desprecio o con ofensa de la
autoridad), 18ª primera parte (con ofensa o desprecio del respeto que merece el
ofendido), aunque es discutible su calificación (Künsemüller, Comentario, 187).
Asimismo, es de esta especie la circunstancia especial de prevalimiento de meno-
res contenida en el Art. 72.
(ii) Las que consisten en las relaciones particulares del delincuente con el ofen-
dido
La norma se refiere a aquellas características del sujeto que le hacen personal-
mente pasible de un reproche más intenso o que únicamente fundan respecto de
él una mayor antijuridicidad de la conducta. Igual que en el supuesto anterior, la
norma se aplica tanto a elementos del ilícito como a verdaderas circunstancias
modificatorias, es decir, accidentales.
La situación más característica es la del parentesco, que es calificante del ho-
micidio (Art. 390) y también una circunstancia genérica que puede surtir efectos
agravantes o atenuantes, según la naturaleza y accidentes del delito (Art. 13). En-
tre las circunstancias agravantes del Art. 12 CP, se incluyen en este supuesto la 7ª
(abuso de confianza, pues normalmente la confianza se fundará en una particular
relación del autor con la víctima) y la 8ª (prevalerse del carácter público).
Salvo la ya mencionada de parentesco (Art. 13), no existen otras atenuantes
genéricas que pertenezcan a este grupo.
Son las que consisten en la ejecución material del hecho o en los medios em-
pleados para realizarlo. Esto significa que se incluyen en este supuesto: (i) las
formas de comisión del delito, y (ii) aquellas intensificaciones del resultado que se
encuentran tipificadas en alguna causa de agravación de la responsabilidad (y que
no se hallan impedidas por el Art. 63).
Según la doctrina mayoritaria, no existirían atenuantes reales, sino sólo agra-
vantes reales. Del Art. 12, éstas serían la 3ª, 5ª segunda parte (empleo de astucia,
fraude o disfraz), 6ª, 9ª, 10ª, 11ª, 13ª segunda parte (cometer el delito en el lugar
donde la autoridad esté ejerciendo sus funciones), 17ª, 18ª y 19ª.
(i) La exigencia del conocimiento, para la comunicabilidad de las agravantes
La regla del Art. 64, Inc. 2, establece que las circunstancias reales sólo surtirán
efecto respecto de aquellos intervinientes que tuvieren conocimiento de ellas an-
tes o en el momento de la acción o de su cooperación para el delito. O, dicho en
otras palabras, estas circunstancias en principio no se comunican, a menos que se
pruebe positivamente en el proceso que el interviniente tuvo conocimiento de la
circunstancia real que se le pretende imputar (Novoa II, 102s.).
Para dicha prueba basta acreditar un vínculo entre el interviniente y la cir-
cunstancia únicamente intelectual, al momento de los hechos o con anterioridad
a ellos. En este último caso, es suficiente la previsibilidad de que se ejecutará el
hecho con la agravante de que se trate.
se debe imponer la pena menor (el grado mínimo). Pero si esa atenuante es muy
calificada, además, se puede imponer la pena inferior en un grado (Art. 68 bis
CP). Y si son dos o más las atenuantes concurrentes –sin que concurra ninguna
agravante–, la pena puede rebajarse en uno o dos grados.
Al contrario de las reglas del Art. 65, aquí encontramos dos supuestos de obli-
gatoria aplicación (y, por tanto, susceptibles de fundar un recurso de nulidad, en
caso de infracción a ellos), en caso de concurrir una sola agravante y ninguna
atenuante, y viceversa; pero las rebajas siguen siendo facultativas.
3) Cuando la ley señala como pena sólo un grado de una pena divisible
Este supuesto se verifica con mucho mayor frecuencia que el de las dos reglas
anteriores, tanto por existir muchos delitos a los que la ley les asigna como pena
un solo grado de una divisible (así, p. ej., Arts. 113, 141, 296, 397 Nos 1 y 2, etc.)
como por su indirecta aplicación en los casos de concurso ideal de delitos, reitera-
ción y la aplicación de las reglas legales de determinación de la pena.
Siguiendo los criterios de las reglas anteriores, en este caso, el Art. 67 dispone
que, si no concurren circunstancias atenuantes ni agravantes en el hecho, el tribu-
nal puede recorrer toda su extensión al aplicarla. Si concurren unas y otras, pri-
mero se debe hacer su compensación racional, y con el resultado de ella proceder
a aplicar las reglas siguientes: (i) Si concurre sólo una circunstancia atenuante o
sólo una agravante, se aplica la pena en su mínimum o en su máximum, respecti-
vamente, a menos que la única atenuante concurrente se considere muy calificada,
caso en el cual el tribunal puede imponer la pena inferior en un grado (Art. 68
bis); (ii) Siendo dos o más las circunstancias atenuantes y no habiendo ninguna
agravante, la regla es la misma que en el caso anterior: podrá el tribunal imponer
la inferior en uno o dos grados, según sea el número y entidad de dichas circuns-
tancias; y (iii) Tratándose de concurrir dos o más agravantes y ninguna atenuante,
la ley concede al Tribunal una facultad de que no goza tratándose de penas indi-
visibles: puede aplicar la pena superior en un grado, esto es, la inmediatamente
superior en la Escala Gradual respectiva.
El mayor número de los requisitos es, en los casos en que aparecen numerados
(divisibilidad material), todos menos uno; en aquéllos en que no existe numera-
1.b) Régimen penal del que se prevale de un menor en la comisión del delito
estima causado, de acuerdo al mérito del proceso, o de la forma en que todos es-
tos factores se han conjugado en su pensamiento para llevarlo a la determinación
precisa de la pena impuesta, a pesar de la inobjetable obligatoriedad de este Art. y
de los reclamos que por una individualización judicial razonada y fundamentada
hace nuestra doctrina (Etcheberry II, 191).
de cuantía inferior a la señalada por la ley (Art. 70 Inc. 1, in fine) y, en todo caso,
autorizarle a dividir la cuantía de la multa impuesta en parcialidades dentro de un
límite que no exceda de un año (Art. 70 Inc. 2).
El caudal o facultades del condenado comprende tanto su patrimonio al tiem-
po de la condena como su capacidad de rendimiento económico futuro, especial-
mente a la hora de imponer el pago en parcialidades. Se trata de establecer, en
definitiva, de acuerdo con el mérito del proceso, una multa cuya cuantía no im-
ponga al condenado necesariamente la obligación de su conversión en reclusión
a que se refiere el Art. 49. Por ello, es aconsejable tomar en cuenta como deudas
en el patrimonio otras obligaciones derivadas de la sentencia condenatoria (pago
de costas e indemnizaciones civiles), excluyendo de los haberes los ingresos que
se destinan a fines político-socialmente deseables, como el ahorro para subsidio
habitacional o las cotizaciones previsionales.
Para determinar la capacidad de rendimiento económico de una persona, hay
que atender a su situación concreta y no a sus capacidades abstractas. Cuando la
sentencia autoriza el pago por parcialidades, el beneficio es irrevocable una vez
que la sentencia está ejecutoriada. Si se ha impuesto el pago por parcialidades, el
inciso segundo in fine del Art. 70 establece una cláusula de aceleración en caso de
incumplimiento.
Pena divisible de 2
o más grados; o dos
Una pena Pena compuesta de Pena divisible de un o más grados, bien
indivisible dos indivisibles grado sea que los formen
(Art. 65) (Art. 66) (Art. 67) una o dos penas
indivisibles
(Art. 68)
1 sola atenuante Se puede imponer Se puede imponer Se puede imponer Se puede imponer
muy calificada (Art. la pena inferior en la pena inferior en la pena inferior en la pena inferior en
68 bis) un grado al mínimo un grado al mínimo un grado al mínimo un grado al mínimo
de la señalada. de la señalada. de la señalada. de la señalada.
Pena divisible de 2
o más grados; o dos
Una pena Pena compuesta de Pena divisible de un o más grados, bien
indivisible dos indivisibles grado sea que los formen
(Art. 65) (Art. 66) (Art. 67) una o dos penas
indivisibles
(Art. 68)
b) Aplicación práctica de las reglas del Art. 67. Tabla demostrativa del mí-
nimum y máximum de cada grado de las penas divisibles
Duración Duración
Penas
del Mínimum del Máximum
Presidio, reclusión, confinamiento, De 15 años y un día a De 17 años y 184
extrañamiento y relegación mayores en 17 años y 183 días. días a 20 años.
su grado máximo.
Presidio, reclusión, confinamiento, De 10 años y un día a De 12 años y 184
extrañamiento y relegación mayores en 12 años y 183 días. días a 15 años.
su grado medio.
Presidio, reclusión, confinamiento, De 5 años y un día a De 7 años y 184 días
extrañamiento y relegación mayores en 7 años y 183 días. a 10 años.
su grado mínimo.
Presidio, reclusión, confinamiento, De 3 años y un día a De 4 años y un día a
extrañamiento y relegación menores en 4 años. 5 años.
su grado máximo.
Presidio, reclusión, confinamiento, De 541 a 818 días. De 819 días a 5 años.
extrañamiento y relegación menores en
su grado medio.
Presidio, reclusión, confinamiento, De 61 a 300 días. De 301 a 541 días.
extrañamiento y relegación menores en
su grado mínimo.
Prisión en su grado máximo. De 41 a 50 días. De 51 a 60 días.
Prisión en su grado medio. De 21 a 30 días. De 31 a 40 días.
Prisión en su grado mínimo. De 1 a 10 días. De 10 a 21 días.
fijados por la ley, impidiéndole hacer rebajas o aumentos más allá del mínimo y
máximo legal, respectivamente.
El primero de ellos es de la llamada Ley Emilia, introducido en el Art.196
bis Ley de Tránsito y luego traspasado al Art. 63 DL 211 (Ley Antimonopolios).
Según esta disposición las reglas de los Arts. 65 a 69 se reemplazan por las si-
guientes:
“1.- Si no concurren circunstancias atenuantes ni agravantes en el hecho, el tribunal
podrá recorrer toda la extensión de la pena señalada por la ley al aplicarla.
“2.- Si, tratándose del delito previsto en el inciso tercero del artículo 196, concurren
una o más circunstancias atenuantes y ninguna agravante, el tribunal impondrá la pena
de presidio menor en su grado máximo. Si concurren una o más agravantes y ninguna
atenuante, aplicará la pena de presidio mayor en su grado mínimo.
“3.- Si, tratándose del delito establecido en el inciso cuarto del artículo 196, concu-
rren una o más circunstancias atenuantes y ninguna agravante, el tribunal impondrá la
pena en su grado mínimo. Si concurren una o más agravantes y ninguna atenuante, la
impondrá en su grado máximo. Para determinar en tales casos el mínimo y el máximo
de la pena, se dividirá por mitad el período de su duración: la más alta de estas partes
formará el máximo y la más baja el mínimo.
“4.- Si concurren circunstancias atenuantes y agravantes, se hará su compensación
racional para la aplicación de la pena, graduando el valor de unas y otras.
“5.- El tribunal no podrá imponer una pena que sea mayor o menor al marco fijado
por la ley. Con todo, podrá imponerse la pena inferior en un grado si, tratándose de la
eximente del número 11 del artículo 10 del Código Penal, concurriere la mayor parte de
sus requisitos, pero el hecho no pudiese entenderse exento de pena”
D. Exclusiones
a) Exclusión general
El Art. 1 Inc. 2 Ley 18216 establece que “No procederá la facultad estable-
cida en el inciso precedente ni la del artículo 33 de esta ley, tratándose de los
autores de los delitos consumados previstos en los artículos 141, incisos tercero,
cuarto y quinto; 142, 150 A, 150 B, 361, 362, 372 bis, 390 y 391 del Código
Penal; en los artículos 8º, 9º, 10, 13, 14 y 14 D de la ley Nº 17.798; o de los de-
litos o cuasidelitos que se cometan empleando alguna de las armas o elementos
b) Exclusiones especiales
2) De los autores de delitos consumados de robo con violencia del Art. 436
Respecto de estos condenados por este delito y en ese grado de desarrollo, el
Inc. 4 Art. 1 Ley 18216 les impide acceder a la sustitución si hubiesen sido con-
denados anteriormente por alguno de los delitos contemplados en los Arts. 433,
436 y 440 del mismo Código.
Como no se trata aquí de un simple delito, no es claro que a su respecto al-
cancen las aprehensiones del Tribunal Constitucional con relación a la exclusión
general. Sin embargo, no deja de ser curioso que se establezca esta exclusión res-
pecto del condenado por el robo con violencia simple y no se haga mención de
quien lo sea por robo con fuerza en lugar habitado y robo calificado.
3) De los condenados por los delitos de los Art. 196 Ley de Tránsito y 62
DL 211
Respecto de ambas disposiciones se citadas, referidas a los delitos de con-
ducción en estado de ebriedad causando muerte y lesiones graves y de acuer-
dos de precio o zonas de mercado, se establece que el condenado al que se le
sustituya la pena sólo podrá gozar de la sustitución después de haber cumpli-
do al menos un año de prisión efectiva. Al respecto, el Tribunal Constitucional
ha decidido de manera reiterada que ello produce efectos contrarios a la Carta
Fundamental, por privar absolutamente al condenado de alternativas de reso-
cialización y solo perseguir la intimidación de la comunidad (STC 23.6.2018,
Rol 3612).
te, pero tratándose de delitos de hurtos, robos, abigeatos y receptación (salvo los
delitos de los Arts. 438, 448, inc. 1 y 448 quinquies), solo puede decretarse por
una vez en ese lapso;
c) Prestación servicios a la comunidad (Art. 10): Si las penas impuestas ante-
rioremete exceden los dos años, sus antecedentes hacen aconsejable la sustitución
y existe acuerdo del condenado, aunque ya haya sido beneficiado con más de dos
reclusiones nocturas; y
d) Expulsión (Art. 34): Si el condenado es extranjero con residencia ilegal. En
este caso, se le impone laobligación no retornar en 10 años.
– Remisión – Remisión
301 a condicional condicional – Remisión condicional Reclusión
540 días – Reclusión – Reclusión – Reclusión parcial parcial
parcial parcial
– Remisión – Libertad
– Libertad vigilada
541 días condicional vigilada Reclusión
intensiva
a 2 años – Reclusión – Reclusión parcial
– Reclusión parcial
parcial parcial
– Remisión
2 años
condicional – Libertad – Libertad vigilada
un día a
– Libertad vigilada intensiva
3 años
vigilada
3 años – Libertad
– Libertad vigilada
un día vigilada
intensiva
a5 intensiva
Notas:
1. El cuadro no considera las exclusiones generales Art. 1 Ley 18216, ni la pena mixta del Art.
33, ni la expulsión del Art. 34.
2. Para los extranjeros sin residencia legal, el Art. 34 dispone como único requisito para su ex-
pulsión que la pena impuesta sea de hasta cinco años.
3. En gris están las alternativas legales sin uso en la práctica.
G. Alcance de la sustitución
El Art. 1 Ley 18216 se refiere a la sustitución de las penas privativas y res-
trictivas de libertad, siendo discutido su alcance respecto de las penas impues-
tas conjuntamente, pero de diversa naturaleza, y las accesorias propiamente
tales.
Tratándose de las primeras, las penas pecuniarias y las restrictivas o pri-
vativas de derechos impuestas conjuntamente por así preverlas el tipo penal
correspondiente, hay consenso en que no se sustituyen. Lo mismo aplica para el
comiso que, aunque se trata de una pena accesoria lo es con carácter obligato-
rio, respecto de toda condena por crimen o simple delito (Art. 31), y facultativo,
en el caso de las faltas (Art. 500), pero no con relación a una clase de penas en
particular.
En cuanto a lo segundo, tratándose de penas accesorias propiamente tales,
según los Arts. 27 a 30 CP, aunque la Ley 18216 nada dice, si la pena a la que
accedían no existe más, por haberse sustituido, pareciera corresponder que sigan
su suerte, tal como respecto del sistema de beneficios anterior ya lo había estable-
cido la Corte Suprema en los autos Rol 5931-2004 (Araya, L. (2018), Régimen de
penas sustitutivas, Santiago, 98). Sin embargo, la Contraloría General de la Repú-
blica, en Dictamen 7986, de 22.3.2018, ha reconsiderado toda su jurisprudencia
anterior, coincidente con el parecer de la Corte Suprema citado, resolviendo que,
salvo fallo diverso de un tribunal, el otorgamiento de una de las penas sustitutivas
del Art. 1 Ley 18216, no conlleva la conmutación de las penas accesorias, por lo
que el condenado: a) está obligado a poner en conocimiento de sus superiores la
condena y su sustitución; b) incurre en una causa de destitución, por inhabilidad
sobreviniente; y c) queda inhabilitado para ingresar a la administración pública,
salvo posterior rehabilitación.
sustituir la medida por otra más intensa o revocarla, con reglas especiales para el
caso de la pena de prestación de servicios en beneficio de la comunidad (Arts. 24,
25 y 29 a 31).
La revocación de estas penas sustitutas solo es posible en audiencia citada al
efecto, en casos de incumplimientos graves y reiterados, y, además, si el beneficia-
do es condenado por sentencia firme por un nuevo crimen o simple delito (Arts.
25 a 27).
La revocación someterá al condenado al cumplimiento del saldo de la pena
inicial, abonándose a su favor el tiempo de ejecución de la pena sustitutiva revo-
cada de forma proporcional a la duración de ambas, según lo dispuesto en el Art.
9 Ley 18216.
A. Penas principales
Sin embargo, “cuando así lo aconseje el interés social, el juez, mediante resolu-
ción fundada, podrá ordenar la enajenación de todo o parte del activo de la per-
sona jurídica disuelta como un conjunto o unidad económica, en subasta pública
y al mejor postor”.
B. Penas accesorias
Además de las penas señaladas anteriormente, la Ley 20393 contempla en su
Art. 13 las siguientes penas accesorias:
b) Comiso
El producto del delito y demás bienes, efectos, objetos, documentos e instru-
mentos serán decomisados.
1) Penas de crímenes
a) Disolución de la persona jurídica o cancelación de la personalidad jurídica.
Esta pena se podrá imponer únicamente en los casos de crímenes en que concurra
la circunstancia agravante establecida en el Art. 7, esto es, el haber sido condena-
da, dentro de los cinco años anteriores, por el mismo delito. Asimismo, se podrá
aplicar cuando se condene por crímenes cometidos en carácter de reiterados, de
conformidad a lo establecido en el Art. 351 CPP.
b) Prohibición de celebrar actos y contratos con organismos del Estado en su
grado máximo a perpetuo.
c) Pérdida de beneficios fiscales en su grado máximo o prohibición absoluta de
su recepción de tres años y un día a cinco años.
d) Multa a beneficio fiscal, en su grado máximo.
1) Circunstancias atenuantes
Serán circunstancias atenuantes de la responsabilidad penal de la persona ju-
rídica, las siguientes:
a) La prevista en el Art. 11 Nº 7 CP, esto es, haber procurado con celo reparar
el mal causado, o impedir sus ulteriores perniciosas consecuencias.
b) La prevista en el Art. 11 Nº 9 CP, haber colaborado sustancialmente a
esclarecimiento de los hechos. Se entenderá especialmente que la persona jurí-
dica colabora sustancialmente cuando, en cualquier estado de la investigación
o del procedimiento judicial, sus representantes legales hayan puesto, antes de
conocer que el procedimiento judicial se dirige contra ella, han puesto el hecho
punible en conocimiento de las autoridades o han aportado antecedentes para
establecerlo.
c) La adopción por parte de la persona jurídica, antes del comienzo del juicio,
de medidas eficaces para prevenir la reiteración de la misma clase de delitos objeto
de la investigación.
2) Circunstancia agravante
De acuerdo con el Art. 7 Ley 20393, es circunstancia agravante de la responsa-
bilidad penal de la persona jurídica, el haber sido condenada, dentro de los cinco
años anteriores, por el mismo delito.
Capítulo 17
Ejecución de las penas privativas de libertad
§ 1. EL RÉgIMEN DE PRISIONES
A. Visión general
En cuanto a la ejecución penitenciaria, existe en la mayor parte de los países
europeos no sólo una Ley de Ejecución Penitenciaria, sino también la institución
del Juez de Ejecución, encargado de la aplicación de dichas leyes, que contemplan
en general un tratamiento diferenciado para las distintas clases de infractores, el
favorecimiento del trabajo y la educación del recluso y la progresividad del cum-
plimiento de las penas privativas de libertad.
Lejos está nuestro sistema de ese modelo. En efecto, los Arts. 79ss. regulan de muy
mala manera la institución, no existe nada como una judicatura especializada de cum-
plimiento penitenciario y, en vez de una ley, debemos conformarnos con el DS 518 de
1998, Reglamento de Establecimientos Penitenciarios, que sirve de marco regulatorio
para quienes deben, en definitiva, cumplir parte o todo de la pena privativa en prisión.
Sin embargo, el conjunto de las escasas normas contempladas en el Código Penal,
el Código Procesal Penal, la Ley N 18216, y el citado Reglamento de Establecimientos
Penitenciarios, forman un sistema basado en los siguientes principios: i) La imposi-
ción de la cuantía de la pena y la decisión acerca de si ésta se cumplirá efectivamente
en prisión o no, corresponde al Juez que sentencia al condenado; ii) Por regla general,
los primerizos condenados a penas privativas de libertad menores a cinco años pue-
den sustituirlas por las de la Ley 18216; ii) Los condenados reincidentes y a penas
mayores, quedan sujetos a un régimen de cumplimiento administrativo bajo control,
hasta cierto punto, del Juez de Garantía y de los tribunales superiores a través del
recurso de amparo; y iii) El condenado a una pena privativa de libertad que no ha
sido beneficiado por alguna medida alternativa a ésta, puede acortar el tiempo de su
permanencia en prisión, si cumple los requisitos de la Ley 19856 y los establecidos pa-
ra acceder a la libertad condicional, que es una forma de cumplir la pena en libertad.
mitad del tiempo de condena y de tres meses, en la segunda, para los condenados
que hubieren demostrado “comportamiento sobresaliente” (Arts. 2 y 3).
Aunque la ley señala que “los beneficios regulados en los artículos anteriores
tendrán lugar sólo en el momento en que se diere total cumplimiento a la pena
impuesta, una vez aplicadas las rebajas” (Art. 4), lo cierto es que ello no es estricta-
mente así, pues la rebaja nominal acumulada se toma en cuenta para establecer el
momento en que el condenado puede solicitar su libertad condicional. En efecto, el
Art. 5 Ley 19856 establece que la demostración de comportamiento sobresaliente
“será considerada como antecedente calificado para la obtención de libertad condi-
cional”, declarando a quienes lo demuestren “habilitados para postular al régimen
de libertad condicional en el semestre anterior a aquel en que les hubiere correspon-
dido hacerlo conforme al decreto ley Nº 321, de 1925, y su reglamento.”
El “comportamiento sobresaliente” es aquél se “que revelare notoria disposición
del condenado para participar positivamente en la vida social y comunitaria, una
vez terminada su condena” (Art. 7) y se califica por una Comisión designada al
efecto, una vez al año. Dicha Comisión está compuesta por un Ministro de la Corte
de Apelaciones, tres jueces de lo criminal, un abogado externo y dos peritos. Para
calificar la conducta de sobresaliente, se toman en cuenta los siguientes factores:
asistencia a la escuela, liceo o cursos del penal (estudio); asistencia a talleres o pro-
gramas de capacitación (trabajo); sometimiento a terapias clínicas (rehabilitación);
y responsabilidad en el comportamiento personal (conducta). Además, se puede
considerar el “nivel de integración y apoyo familiar del condenado, si lo tuviere, y
al nivel de adaptación social demostrado en uso de beneficios intrapenitenciarios”.
Es importante destacar que, tanto para los efectos de la rebaja por compor-
tamiento sobresaliente, como para la libertad condicional, se toma en cuenta el
tiempo que un condenado hubiere permanecido en prisión preventiva, pudiendo,
por tanto, calificarse la conducta desde el primer año con posterioridad a la con-
dena para optar a las rebajas por el comportamiento sobresaliente correspondien-
tes a todo el tiempo de prisión preventiva (Art. 9).
D. La libertad condicional
a) Concepto
La libertad condicional es un beneficio consistente en un modo de cumplir en li-
bertad, bajo determinadas condiciones, y una vez llenados ciertos requisitos, una pena
privativa de libertad, que no extingue ni modifica su duración (Art. 1 DL 321/1925).
Su duración comprende todo el tiempo restante de la condena, pero quienes
hayan cumplido la mitad de este tiempo y hubieran cumplido las condiciones
b) Requisitos
Para poder postular a la libertad condicional, los condenados deben reunir tres
requisitos de distinta naturaleza: a) un determinado tiempo servido de la condena
impuesta, b) comportamiento intachable dentro del penal, y c) demostrar avances
en su proceso de resocialización.
los siguientes requisitos: (i) haber observado muy buena conducta en la prisión
o en el lugar en que cumplió su condena, cuando se trate de pena de prisión,
presidio, reclusión o relegación; (ii) conocer bien un oficio o una profesión; (iii)
poseer conocimientos mínimos de cuarto año de escuela primaria; y (iv) no haber
sufrido ninguna condena durante el tiempo de prueba y hasta la fecha de dictarse
el decreto respectivo.
c) Régimen del DS 64
El Art. 8 de este DS, que reglamenta la eliminación de prontuarios penales, de
anotaciones, y el otorgamiento de certificados de antecedentes, permite al Direc-
tor del Registro Civil la eliminación administrativa de ciertas anotaciones pron-
tuariales de los condenados en los siguientes casos especiales:
a) Cuando se trate de faltas, respecto de las cuales han transcurrido tres años
desde el cumplimiento de la condena;
b) Cuando se trate de personas sancionadas por cuasidelito, simple delito o cri-
men, con multa o con pena corporal o no corporal hasta de tres años de duración
y hayan transcurrido diez años, a lo menos, desde el cumplimiento de la condena
en los casos de crimen, y cinco años o más, en los casos restantes;
§ 3. INDULTO
Como bien lo declara el Nº 4 del Art. 93, es el indulto también una gracia, pero
que se diferencia de la amnistía por la menor amplitud de su alcance y sus efectos.
Desde luego, sólo procede respecto de personas condenadas por sentencia ejecu-
toriada y, como señala el numeral citado, “sólo remite o conmuta la pena; pero no
quita al favorecido el carácter de condenado para los efectos de la reincidencia o
nuevo delinquimiento y demás que determinan las leyes”.
El indulto es general, cuando se dicta por ley de quórum calificado aplicable a
todos quienes se encuentren en sus supuestos; y particular, cuando se produce por
decreto supremo del Presidente de la República. En este último caso, la gracia se
encuentra limitada por las normas de la Ley 18050 y su Reglamento, que impiden
en todo caso su otorgamiento a quienes estuviesen condenados por un delito cali-
ficado de terrorista, según la Ley 18314.
Aunque es discutible el fundamento del ejercicio de esta gracia por el representante
únicamente del Poder Ejecutivo, lo cierto es que parece un buen remedio práctico “en
tanto subsistan penas perpetuas y otras dotadas de un rigor o una duración incom-
patibles con la sensibilidad valorativa de nuestro tiempo” (Guzmán D., Comentario,
453), y obligatorio –según el Art. 4º de la Convención Americana de Derechos Huma-
nos–, en tanto permanezca en nuestro ordenamiento la pena de muerte.
pues este requisito se verifica por comunicación del Servicio de Registro Civil
(Art. 12 Inc. 5 Estatuto Administrativo);
b) Haber transcurrido más de cinco años desde la destitución subsecuente a la
condena por crimen o simple delito (Arts. 11 e) y 119 c) Estatuto Administrativo); y
c) Estar en posesión de un decreto supremo de rehabilitación, conforme a lo
dispuesto en el Art. 38 f) de la Ley Orgánica de la Contraloría General de la Repú-
blica, organismo que mantiene el registro general de personas incapacitadas para
ingresar a la Administración. La rehabilitación por decreto supremo es una facul-
tad discrecional del Presidente de la República, tendiente a acreditar la idoneidad
moral del postulante a un cargo público, no susceptible de revisión por autoridad
alguna, según jurisprudencia constante del órgano contralor (Dictámenes 68.693
de 1969, 254 y 30.081 de 1990 y 2.444 de 1993).
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