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Son las 10:40 de la mañana y apenas estoy prendiendo motores.

Todavía estoy dándole


sorbitos a mi café de la mañana. Y todavía siento que no es suficiente para carburarme.
Tengo un Skoda Felicia del 95 azul oscuro enfrente de mi casa, en una especie de garaje al
aire libre. Está lleno de flores de buganvil que se le pudren encima. Mi vecino ha insistido
para que lo proteja de ellas, pero se me hace absurdo proteger cualquier cosa de las
flores. En el baúl hay un telón de plástico que no he sacado desde la última vez que estuve
en un escenario. Adentro hay un montón de pepas de aceituna que se acumularon desde
la última vez que lo usé. No he tenido la voluntad para ir a botarlas. Le falta una manija
que hace imposible abrir la ventana. Lleva quieto desde que inició la cuarentena y ya no
prende. Hace dos días que intenté chancletearlo para pensar que estaba haciendo algo
para salvarlo. Poco a poco ese carro se ha ido convirtiendo en mi retrato. Con dificultad
me siento a escribir estas palabras, seguro tan solo de mi torpeza para articularlas. Así que
creo que ya no puedo pedirle clemencia al día que llega. Ya se me hizo tarde. Y estoy
seguro que no soy a el único. A la mayoría se nos hizo ya tarde para eso. ¿Con qué cara
puedo pedir clemencia si ni siquiera puedo hacer el pseudo sacrificio de madrugar a
pedirle clemencia al día que llega? Pedirle que al menos me de la fuerza para llamar al
taller y pedirle que venga por esta carcacha. Prefiero quedarme esperando a que las flores
del buganvil lo sepulten y lo oxiden por completo y así pasearlo en una grúa hasta el
cementerio de automóviles, como si hubiera planeado para él la mejor de las procesiones
fúnebres.
Yo no tengo fuerzas para llamar a la poesía para que se le enfrente a la muerte. Tal vez
solo puedo hacerme a un lado para dejar que ella haga su trabajo por sí sola. Tal vez si no
interfiero, la verdadera poesía pueda hacer su aparición. Cuando intento llamarla, solo se
oyen graznidos de mirla. Hace unos días traté de limpiar la cocina. El resultado de esta
acción fue la muerte de una mata de fríjoles que había crecido potente sin que yo hiciera
nada por ella. Pero cuando quise hacer algo, entonces el codo, o tal vez la espalda,
acabaron torpemente con ella. La mata estaba encima de una mesa de vidrio y mi cuerpo,
tal vez creyéndose ya del todo el cuento de su virtualidad, le traspasó la inercia en la que
vive y la frijolera terminó estampillada contra el suelo y con el peso de la matera
estrangulando el tallo principal. Supongo que inercia e inerte tienen el mismo origen
común. Pero un día me quedé quieto. Y entonces pude ver cómo un trío de colibríes me
sacaba la lengua. Imagino que tengo que dejar de hacer si de verdad quiero que la belleza
acompañe a los muertos.

En eso pienso cada vez que oigo a Wajdi Mouawad (o como quiera que se pronuncie su
apellido) preguntándonos ¿Y nosotros? ¿Nosotros? Pienso en esto, siento pánico ante su
mirada y recuerdo a mi mamá cuando, decepcionada de mí, no me regañaba pero me
llenaba de preguntas que no sabía cómo contestar. ¿Y nosotros? -sigue preguntando
eternamente Mouawad… Supongo que no nos queda otra que hacer mutis por el foro.
Imagino que de eso se trata hoy el sacrificio: desaparecer calladamente y dejar que los
fríjoles crezcan y el buganvil sepulte el Skoda entre flores moradas. Sin espectáculo que
caracteriza a nuestra sociedad, sin ese protagonismo que es una de las cosas que más
queremos desde que el teatro puso a un hombre en frente del coro y sacrificó al sacrificio
mismo para poner en el centro al individuo. Así que es al individuo mismo al que le
rendimos culto al que podríamos sacrificar ahora. Sacrificar al héroe, al hombre de acción,
al proveedor, al productor, al motor de la economía. Y sacrificar también la imagen, pues
en ella radica el poder de la individuación. ¿Y nosotros? ¿Nosotros? ¿estamos dispuestos a
sacrificar lo que más queremos a cambio de que cese esta gran desgracia? ¿Queremos
que las cosas vuelvan a ser lo que eran sin un sacrificio real de nuestra parte? ¿Qué gesto
podemos hacer para que el viento se levante y podamos ver los barcos navegar? No para
eso. No. Tal sacrificio sería como el de Agamenón. Un sacrificio que hizo posible una
guerra y que erigió al mismo Agamenón y a sus amigos como héroes de acción,
protagonistas que se salían del coro a punta de machete. No. Yo no sacrificaría un pepino
para que las cosas volvieran a ser lo que eran o para volver a ver los barcos navegar. Ni
para volver a nada. Si estuviera dispuesto a hacer un sacrificio sería para que nada sea
como antes. Pero ¿qué puede ser ese sacrificio? ¿Cómo hacer para que movilice algo más
allá de mis pensamientos? Lo más valioso que tenemos es a nosotros mismos. No
podemos, como los antiguos, entonces sacrificar a otros. El sacrificio, de ser posible tiene
que ser propio. Y voluntario… Y colectivo. Regresar al coro. Pero ¿cómo hacer que mi
sacrificio sirva para algo? Yo soy lo más querido para mí mismo. Para nadie más:
mi sacrificio personal le importaría un pepino al universo. Sería un gesto vacío. Ni siquiera
perturbaría lo suficientemente a alguien como para que me dijeran. “No sea sapo, métase
en sus cosas”. Puedo imaginar que igual lanzo ese gesto vacío al vacío sin siquiera tener la
la esperanza de que a alguien le parezca atractiva tanta vacuidad junta. Sin firmarlo, sin
que mi cara o mi siquiera mi voz aparezcan. Nadie debe notar mi sacrificio. Comienzo así a
guillotinar la idea de cualquier tipo de éxito. Cojo los pocos ahorros que tengo, el par de
matas de fríjol que ya tengo sembradas y que sobrevivieron a mi torpeza, agarro fuerzas
para llevar mi Skoda al taller y espero ahí pacientemente hasta que el mecánico termine
su trabajo. Lo manejo hasta donde de y entonces, lo empujo hasta parquearlo bajo un
buganvil y miro a ver qué. Sé que no voy a llegar lejos. Tal vez llene de tierra el baúl y el
capó y las dos sillas de adelante y ponga las matas de fríjol en medio de ellas. Sé que voy a
pasar trabajos, voy a destrozar mi economía, mi modus vivendi. Supongo que de eso se
trata. La economía no es neutra, es la economía creada por el capitalismo. Imagino que
tendría que lidiar contra la policía y contra mucha gente que me pide mover mi carcacha,
quitarla del camino. Puede que me muera de hambre o que me maten por estorboso. A
menos que la vista de mi Skoda sea como la dibujo en mi cabeza y surja cada vez más lleno
de frijoleras y flores de buganvil. Es lo único que comería. Supongo que uno puede vivir de
eso. En fin, todo ese abandono me obligaría a crear un nuevo mundo para mi. No me daría
otra posibilidad. Y cuando sienta que mi fin se acerca, buscaría un lago al final de una
colina (no muy hondo para sacrificar de una vez también la originalidad). Ahí, lo dejaría
rodar. Conmigo adentro. Y rezaría por primera vez en mucho tiempo para que el Skoda no
se hunda del todo, para que aplace mi desaparición un poquito, lo suficiente como para
que parezca que fue un fiasco, pero que, al final, sí termine sumergiéndose mientras en
sus parlantes suena la voz de Wajdi Mowawad repitiendo insistentemente ¿Y nosotros?
¿Nosotros? Esa sería la banda sonora mientras el Felicia remeda torpemente el
hundimiento del Ford Custom 300 de Marion Crane en Psicosis.

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