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¿POR QUÉ IMPORTAN LOS SÍMBOLOS?

Por Eduardo Minutella y Francisco Reyes

El último 4 de Julio, Donald Trump eligió un lugar de gran potencia simbólica


para su alocución conmemorativa de la independencia estadounidense: nada menos que
el Monte Rushmore, en Dakota del Sur. El público congregado para escucharlo, que no
respetaba el distanciamiento físico ni usaba mascarillas en un país que ya supera los 130
mil muertos por Covid19, celebró estruendosamente una de las intervenciones del
presidente en donde éste se refería a las “turbas encolerizadas” que vandalizaban a
monumentos que simbolizaban algunos de los grandes logros de la “civilización
occidental”: “Las personas que dañen o derriben estatuas deberán pasar como mínimo
diez años en prisión”2. La amenaza punitivista de Trump es la reacción ante quienes,
especialmente a partir del asesinato de George Floyd en Minneapolis, han salido a
disputar el discurso público sobre la memoria de ese país al grito de “Black lives matters!”
Aunque este movimiento comenzó a organizarse bajo ese slogan en 2013 y las luchas de
los afroamericanos son más que seculares, todavía no habían dado lugar a
desplazamientos que fueran equivalentes a prácticas como el pedido generalizado de
remoción o derribo de estatuas y monumentos.

Genealogía de la Beeldestorm

Frans Hogenberg, Destrucción de imágenes en la Catedral de Nuestra Señora de


Amberes, 1566. Fuente: Hamburger Kunsthalle, Hamburgo.

1Versión extendida del texto original Eduardo Minutella y Francisco Reyes, Nueva Sociedad, julio
de 2020. Disponible en: https://nuso.org/articulo/por-que-importan-los-simbolos/.
2 “Trump amenaza con diez años de prisión a quienes vandalicen monumentos”, EFE,

23/06/2020. Disponible en: https://www.efe.com/efe/america/politica/trump-amenaza-con-


diez-anos-de-prision-a-quien-vandalice-monumentos/20000035-4279054. El fragmento puede
verse en video en: https://www.c-span.org/video/?c4891229/president-trump-remarks-statues-
monuments-mount-rushmore.
El fenómeno iconoclasta es un hito muy visitado y despierta particular atención
en las clases de historia medieval y moderna. En el año 730 d.C., alentado por un
conflicto con los monacatos bizantinos que atraían a los fieles a través de las imágenes
religiosas, el emperador León III buscó purificar la Iglesia a través de un edicto que dio
inicio a una campaña contra los íconos. Así, las imágenes fueron consideradas como
meros ídolos, algo prohibido taxativamente por el libro sagrado del Éxodo en la tradición
judeocristiana. Desafiando la oposición del patriarca Germano I de Constantinopla, los
soldados imperiales irrumpieron en las iglesias y destruyeron tablas, estatuas y mosaicos
varios. Siglos después, en plena Reforma protestante, otro episodio formó parte de la
agitación que se ubicó en los orígenes de la creación de la República de la Provincias
Unidas de los Países Bajos. Tanto en ciudades del norte calvinista como en algunas del
sur católico (actual Bélgica), miles de ciudadanos irrumpieron en las iglesias que
respondían a Roma en la llamada Beeldestorm (una frase que se volvería célebre, la “furia
iconoclasta”) de mediados del siglo XVI y destruyeron la estatuaria católica afirmando
que violaba el segundo mandamiento (la prohibición de adorar ídolos), desfigurando las
imágenes de los santos. Aunque todavía no lo sabían, estos puristas que entraron en
abierta rebeldía en contra del monarca Felipe II de España, heredero dinástico de
aquellos territorios, estaban comenzando una de las primeras revoluciones burguesas y
en el siglo XVII dieron lugar a la sociedad y la cultura más liberales de Europa.

Hubert Robert, La violation des caveaux des rois dans la basilique de Saint-Denis en
octobre 1793, Museo Carnavalet, París.

En una secuencia que se relaciona con el precedente anticatólico neerlandés, pero


que adquirió mayor celebridad histórica, es bien conocido que los revolucionarios
franceses profanaron 1793 las tumbas de la catedral de Saint-Denis, verdadero espacio
sagrado de la unión del trono y del altar, llevándose dientes y partes de cráneos de
monarcas y cardenales de lo que a partir de entonces se conoció como el Antiguo
Régimen. Esta revolución entre las revoluciones que pretendía purificar y regenerar un
pasado signado por la tiranía tuvo también un sentido carnavalesco (como se advierte en
el gesto de los souvenirs antes sagrados) y fue selectiva en su destrucción3, ya que por
ejemplo los restos del mariscal de Turena sólo fueron exhumados de la catedral y tiempo
después Napoleón Bonaparte –un admirador del militar de los tiempos de Luis XIV, al
que consideraba su gran predecesor– los depositó en los Inválidos, uno de los panteones
del nuevo orden.
El imaginario que se desprende del acto de destrucción puede resultar incluso
fascinante. En 2001, ante los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, el
escritor estadounidense Jonathan Franzen caracterizó a los perpetradores de aquel
ataque como “artistas de la muerte” y sostuvo que debían haber gozado con la “terrible
belleza de su acto”. El compositor alemán Karlheinz Stockhausen fue más allá y sostuvo
que lo que había ocurrido en aquel 11-s era “la mayor obra de arte de todos los tiempos”.
Aunque, claro está, aquellos derrumbes no fueron pura visualidad; sobre todo sepultaron
vidas. De ahí que el también compositor Gyorgy Ligeti afirmara que si su colega
realmente había dicho eso probablemente habría que encerrarlo en un manicomio 4.

Auge y caídas de la estatuomanía


Desde la consolidación de la noción de voluntad general y su imbricación con el
culto simultáneo al pueblo y a la nación, la política adoptó en cierto sentido las formas
de una religión secularizada. Desde entonces, las llamas sagradas de los nuevos Estados
nacionales iluminaron un sinnúmero de símbolos, entre los que resaltan las estatuas en
piedra o en bronce alrededor de las cuales se pretendía construir la conciencia ciudadana.
Así, lo artístico se convirtió en un elemento esencial para la visión del mundo y, en la
concepción de las elites, en un instrumento de pedagogía política. Mayormente estas
construcciones eran bellas, sobre todo porque, como habían entrevisto los artífices
devocionales del barroco, la hermosura potenciaba su eficacia simbólica. Sin embargo,
como ha señalado el historiador George Mosse: “la belleza que unificaba la política no
podía ser juguetona; tenía que simbolizar el orden, la jerarquía y una nueva ´plenitud
del mundo´”5.
Pero los cambios sociales modifican las coordenadas ideológicas y los parámetros
de lo tolerado y lo tolerable para una comunidad, por lo que, de alguna manera, redefinen
los marcos en los que se juegan lo que puede considerarse legítimo y lo que no, porque
antes que a reglas todo ello remite a valores. Justamente, orden, jerarquía y una
determinada visión del mundo son lo que se desprende inequívocamente de la estatua
de Theodore Roosevelt que preside desde 1940 las escalinatas del Museo de Historia
Natural de Nueva York. Hasta no hace mucho leída como símbolo de la grandeza
civilizatoria de los Estados Unidos, hoy se carga de sentidos antagónicos, como la

3 Bronislaw Baczko (1992), “Vandalisme”, en: François Furet y Mona Ozouf (comps.),
Dictionnaire critique de la Révolution Française, t. 4, París, Flammarion. Ver asimismo la
muestra del Museo Canavalet de París: https://www.carnavalet.paris.fr/es/collections/la-
violation-des-caveaux-des-rois-dans-la-basilique-de-saint-denis-en-octobre-1793 ; y la entrada
de Charlotte Denoël, “Vandalisme revolutionnaire” en el sitio Histoire-image: https://histoire-
image.org/fr/etudes/vandalisme-revolutionnaire.
4 “Ligeti dice que el lugar de Stockhausen es 'un hospital psiquiátrico'”, Mundo Clásico,

24/09/2001. Disponible en: https://www.mundoclasico.com/articulo/1622/Ligeti-dice-que-el-


lugar-de-Stockhausen-es-un-hospital-psiqui%C3%A1trico.
5 Mosse, George L. ([1975] 2007), La nacionalización de las masas. Simbolismo político y

movimientos de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al Tercer Reich, Siglo XXI,
Buenos Aires, p. 23.
glorificación del racismo y del colonialismo, aunque otrora representara esa etapa
reformista en lo social e institucional que fue el progressivism del cambio del siglo XIX
al XX. El monumento ecuestre, realizado en bronce por el escultor James Earle Fraser,
representa a Roosevelt flanqueado por un indígena y un afroamericano que caminan a
su lado. Conscientes del carácter polémico que adquiere una obra de tales características
en un contexto como el actual, las autoridades del museo pergeñaron en 2019 la muestra
participativa “Adressing de statue”6, en la que invitaban a los visitantes a reconstruir las
diferentes capas históricas de sentido que se desprendían de la obra.
Sin embargo, luego del asesinato de George Floyd, no son pocos los que empiezan
a ver en esos intentos solamente soluciones a medias; la iconoclastia de la hora parece
invitar a soluciones más drásticas. El crimen actuó como actuaron muchos otros a lo
largo de la historia: un acontecimiento que gatilló la eclosión de una serie de cambios
que venían superponiéndose como capas de sedimentos que –sin ser una novedad, ya
que Black Lives Matter nació como movimiento en 2013 y las luchas de los
afroamericanos son más que seculares– todavía no habían dado lugar a desplazamientos
que fueran equivalentes a la magnitud de material acumulado o a prácticas como el
derribo o pedido de remoción de estatuas.

Go west!

Dnipropetrovsk, Ucrania, noviembre de 2015. Fuente: Niels Ackermann.

Hay una escena memorable en Good Bye, Lenin!, la película de Wolfgang Becker
sobre la crisis final del comunismo y la transición alemana al capitalismo. Afectada por
un infarto que la mantiene en coma por meses, el personaje de la señora Kerner sale a
caminar sin tener noticias de la desaparición de la RDA. En su paseo por las calles de una
Berlín que comenzaba a cambiar, percibe un escenario distorsionado: un paisaje
multicolor y estridente que contrasta con la monotonía cromática en la que había vivido

6 La muestra virtual puede visitarse en: https://www.amnh.org/exhibitions/addressing-the-


theodore-roosevelt-statue.
hasta entonces. El extrañamiento aumenta cuando observa una estatua acarreada por un
helicóptero que la interpela directamente. Se trata de un bronce gigante de Lenin, una
de las principales víctimas de la vorágine iconoclasta que siguió al colapso soviético. El
fenómeno, que se esparció por buena parte de las ex repúblicas del bloque, fue
especialmente significativo en Ucrania, que supo tener la mayor proporción de estatuas
del líder soviético en relación con su cantidad de habitantes, pero que, modificadas las
coordenadas ideológicas y el discurso sobre la memoria predominante, comenzó a ver en
el otrora “héroe del socialismo” a un representante de la opresión rusa.
En 2015, el parlamento ucraniano incluso oficializó el derribo de estatuas de
Lenin. Con espíritu arqueológico, el fotógrafo suizo Niels Ackermann y el periodista
francés Sebastien Gobert recorrieron el país y registraron el destino de esas imágenes en
el libro Looking for Lenin7. Allí pueden observarse pedestales vacíos, estatuas
intervenidas con colores pop en los fondos de los patios de chatarra y hasta una en la que
el material original fue remodelado para dar cuerpo a la figura de Darth Vader, el villano
de la saga hollywoodense Star Wars. Como no ha dejado de recalcar Enzo Traverso –un
historiador engagé– en su Melancolía de izquierda, esa iconoclasia espectacularizada
del post-comunismo, ejemplificada en una escena del film La mirada de Ulises de Theo
Angelopoulos, también podía acarrear para muchos un trabajo de duelo: el de un futuro
pasado ya agotado y ahora ocluido8.

Resignificaciones
Según ha manifestado la historiadora colombiana Carolina Vanegas Carrasco, las
esculturas conmemorativas “No son unívocas, no significan una sola cosa. Estudiarlas
tiene que ver con entender el sentido que pretendieron darles sus comitentes y sus
primeros receptores, las discusiones que tuvieron respecto de cómo representar a ese
personaje y en qué lugar de la ciudad ubicarlo”9. Pero esas comunidades cambian con el
tiempo, por lo que esos sentidos originarios siempre resultan modificados. En algunos
casos, esa resignificación adquiere un sentido positivo, como ocurre con muchos
personajes reinterpretados como “pioneros” de valores que se forjaron en tiempos
posteriores a aquellos en los que vivieron. Así, usualmente de forma anacrónica, se los
presenta forzadamente como precursores lejanos de corrientes como el feminismo o la
ecología aunque hayan vivido en el siglo XVIII. También ocurre que la potencia simbólica
de un personaje puede diluirse en el tiempo y en ese caso, simplemente, sobreviene el
olvido. Por último, está la relectura negativa del homenajeado, justamente el tema que
nos ocupa.
Sólo por citar un ejemplo cercano para los argentinos, la figura del dos veces
presidente y cara visible tanto de la llamada “conquista al desierto” como de los
gobiernos liberal-conservadores de fines del siglo XIX e inicios del XX no puede resultar
más paradigmática de esta relectura de la historia por la emergencia de memorias que se
consideraron por mucho tiempo acalladas. Una suerte de equivalente sureño del

7La muestra puede verse en: https://www.nack.ch/lost-in-decommunisation-lenin-ukraine.


8 Traverso, Enzo (2016), Mélancolie de gauche. La force d’une tradition cachée (XIXe-XXe
siècles), París, La Découverte, pp. 97-100.
9 La intervención puede escucharse en: Vanegas Carrasco, Carolina (2020), “¿Tumbar

monumentos derriba el racismo?”, A.eRe.Te Podcast, episodio 17, 27/06/2020. Disponible en:
https://open.spotify.com/episode/51Rc4q5wHA3T4Xt2AVMKAY?si=ENt3J4mzTfmaOy3Sh92i
pw.
Roosevelt a caballo, pero en quien a su antigua celebración como abanderado de la
modernización de la nación se ha venido a superponer en los albores del siglo XXI la del
constructor a sangre y fuego del Estado, algo reflejado paradójicamente en el reverso de
los viejos billetes argentinos de 100 pesos. Otra vez, la violencia fundacional en el centro
de la escena. Es que durante casi dos décadas el escritor y divulgador Osvaldo Bayer
emprendió una verdadera campaña no exenta de visitas a la Patagonia –territorio por
excelencia del ejercicio de esa violencia estatal fundacional sobre los pueblos
originarios– a la que denominó en la lengua mapuche de los que la sufrieron como awka
liwen (Rebelde Amanecer), con el objetivo tanto de una “revisión de nuestra historia”
como de quitar del espacio público todas las estatuas ecuestres de Roca. El compilador
de Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos
Originarios terminó proponiendo en 2012 un proyecto impulsado en la Legislatura de la
Ciudad de Buenos Aires y apoyado por organismos de Derechos Humanos como Madres
de Plaza de Mayo Línea Fundadora para retirar la estatua del “conquistador del desierto”
y erigir en su sitio la de la “Mujer originaria”, según un modelo estético del artista Andrés
Cernieri similar al monumento de Ernesto “Che” Guevara en la ciudad de Rosario,
mediante la fundición de llaves y otros objetos de bronce donados por la ciudadanía10.
Poco antes, en tiempos de la celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo, el
monumento a Roca había aparecido escrito en forma de “escrache” con la frase “el
genocidio es imprescriptible”.
Ante estas intervenciones, que en el siglo XXI han ido in crescendo, los autores
más conservadores han oscilado entre el conservacionismo patrimonialista y la crítica
ideológica. Por ejemplo, el siempre polémico Roger Scruton ha interpretado la
iconoclasia como una consecuencia de lo que denominó “las guerras culturales que,
nacidas de la influencia de Gramsci, ofrecen una lucha revolucionaria de salón”. Según
el filósofo inglés, el derribo de monumentos no genera nada duradero en reemplazo de
lo caído; puede alentar revanchismos o relativismos pero, sobre todo, produce vacío y
una imposición generalizada de la corrección política11.

Hablan los historiadores


Como puede advertirse, el movimiento ahora virtualmente global de derribo o
“intervención” de estatuas de figura antes veneradas por muchos y hoy execradas por
otros tantos cuenta con antecedentes más o menos cercanos en el espacio y el tiempo,
siendo la furia iconoclasta casi una marca de origen de distintos movimientos que
desembocaron en la construcción de nuevas comunidades políticas con valores
específicos, desde la rebelión de los Países Bajos hasta las “revoluciones de terciopelo”
de Europa del Este. Hoy el foco parece estar puesto en Estados Unidos y en los viejos
países colonialistas de Europa occidental, con el Black Lives Matter como catalizador
electrificante de reacciones con diversos niveles de espontaneidad y organización. En la
era de las redes sociales, basta que una mariposa aletee a un lado del Atlántico para que
su performance pueda apreciarse e imitarse en detalle en la otra orilla. Si las reacciones

10 “Controvertida iniciativa impulsada por el escritor Osvaldo Bayer. Polémica por la estatua de
Julio A. Roca”, La Nación, 21/05/2004. Disponible en:
https://www.lanacion.com.ar/sociedad/polemica-por-la-estatua-de-julio-a-roca-nid603052/; y
Rocío Magnani, “Con el monumento a otro lado”, Página 12, 19/05/2012. Disponible en:
https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-194382-2012-05-19.html.
11 Scruton, Roger (2015), Pensadores de la nueva izquierda, Madrid, Rialp.
de los gobernantes no se han hecho esperar –un aspecto clave a tener en cuenta para
calibrar la potencial efectividad de este tipo de acciones, como bien lo demostró Tony
Judt en Posguerra al analizar las políticas de la memoria en Europa luego de la Shoa12–
, e incluso miembros de la realeza belga salieron a pronunciarse en tanto descendientes
del rey Leopoldo II, cuyas estatuas constituyen un objetivo predilecto de la iconoclasia
antirracista, los historiadores constituyen un gremio particularmente interesado en
intervenir en discusiones relativas a los usos del pasado, la reinterpretación de la historia
y los efectos siempre cambiantes de la superposición de memorias. En efecto, en estos
meses que coinciden con las disímiles medidas de confinamiento tomadas por los
gobiernos ante la pandemia global del Covid19, la escena pública de los medios de
comunicación y las redes sociales se ha visto surcada por la convocatoria a, y la presencia
de, quienes se consideran profesionales en el análisis del pasado y sus temporalidades
prolongadas en el presente.
Pero nada más alejado de este colectivo especializado que la unidad de opiniones.
Como suele afirmarse –pese o precisamente por los recaudos ideológicos, metodológicos
y epistemológicos de la disciplina–, todo historiador es al mismo tiempo un ciudadano
con valores y opiniones que sin dudas entran a jugar cuando emite una opinión sobre el
pasado de su sociedad. La objetividad es siempre una pretensión, un norte difícilmente
imantado en una brújula que muchas veces se asemeja a la del hilarante personaje Jack
Sparrow de la saga de filmes Piratas del Caribe. Como muestras, dos pares de botones
historiográficos.

Derribo de la estatua de Edward Colston en Bristol Reino Unido. Fuente: Keirl Gravil,
Reuters, 2020.

12Tony Judt, Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Barcelona, Taurus, 2007, Epílogo
“Desde la casa de los muertos. Un ensayo de memoria europea contemporánea”.
En el mes de mayo de este 2020, en plena ebullición de las escenas iconoclastas
que circularon por todo el mundo, el historiador británico Richard Evans publicó en su
columna regular para la revista de corte liberal The New Statesman un texto titulado
sintomáticamente “The history wars”. En una toma de posición anclada en el rigor
profesional no exenta de escepticismo anglosajón, el autor de una serie de libros notables
sobre el Tercer Reich se encargó primero de escindir las operaciones propias de la
historia, como disciplina profesional que realiza aportes de rigor sobre ciertos aspectos
del pasado, de la memoria colectiva, que a su entender siempre tiene que ver con los
valores morales del presente y la búsqueda de condena o reivindicación. Entendibles
como reacción a las acciones pretéritas del imperialismo colonial, la defenestración de la
estatua del esclavista Edward Colston en Bristol o el pedido de remoción de la del más
representativo Cecil Rhodes del Oriel College de Oxford (habiendo sido ya retirada una
del campus de la Universidad de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica) no dejan de abrir
preguntas. Interrogantes que no sólo tienen que ver con que, no obstante el obvio
protagonismo de estos hombres en la expansión del Imperio Británico, ambos fueron
reconocidos como filántropos en la sociedad metropolitana; sino también con el hecho
de que, en tanto los gobiernos no emprendan medidas concretas de reparación efectiva
para reducir las desigualdades, la simbología del derribo no trascenderá a su entender su
dimensión más superficial. A diferencia de otros estallidos iconoclastas, no parece estar
jugándose aquí nada parecido a un cambio de régimen. Serían las tensiones propias de
comunidades construidas en base a los estratos sociales y étnicos producto de la
descolonización y las guerras modernas13.
Una tesitura diferente es la asumida por la historiadora norteamericana Kellie
Carter Jackson, formada con el más reconocido Eric Foner y autora recientemente del
libro Force & Freedom: Black Abolitionists and the Politics of Violence. En su opinión –
como aseguró en un texto publicado en la revista The Atlantic14–, la violencia antirracista
desatada por los asesinatos George Floyd, Breonna Taylor y Ahmaud Arbery tiene una
genealogía propia en los Estados Unidos y, por lo demás, sería algo tan americano como
la celebración del 4 de Julio. ¿En qué sentido? En el país del motín de Boston que
encendió la Revolución de Independencia, el de la victoria del norte encabezado por
Lincoln contra el sur de Lee en la batalla de Gettysburg, la rebelión y la protesta negras
nunca gozaron del status o siquiera la legitimidad de haber contribuido a la democracia
estadounidense, pero siempre estuvieron allí. En esta relectura del entero pasado del país
gobernado por un hijo de inmigrantes alemanes, a su entender: “Una revolución en los
términos de hoy día significaría que estas rebeliones en todo el país llevan a que los
negros puedan acceder y ejercer la plenitud de su libertad y humanidad”.
Similar tono reivindicativo tiene la intervención de Enzo Traverso, quien en una
columna reproducida en esta revista15 afirmó que el derecho de los “bárbaros”
antirracistas a ser ciudadanos plenos de la polis implica una nueva conciencia histórica
expresada en la acción transformadora sobre el espacio urbano mediante el derribo de
estatuas. En clave benjaminiana, el autor considera que existe un tipo de lucidez histórica

13 Richard Evans, “The History Wars”, The New Statesman, 15/06/2020. Disponible en:
https://www.newstatesman.com/international/2020/06/history-wars.
14 Kellie Carter Jackson, “The Double Standard of the American Riot”, The Atlantic, 01/06/2020.

Disponible en: https://www.theatlantic.com/culture/archive/2020/06/riots-are-american-way-


george-floyd-protests/612466/.
15 Enzo Traverso, “Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verla con más claridad”, Nueva

Sociedad, junio de 2020. Disponible en: https://nuso.org/articulo/estatuas-historia-memoria/.


de la iconlocasia, en tanto reescritura redentora del pasado que, a su vez, entroncaría con
las protestas contra las políticas neoliberales. Según Traverso, los políticos, periodistas e
intelectuales ofendidos por la vandalización de estatuas jamás dijeron nada sobre la
brutalidad policial, el racismo o la desigualdad sistemática de la sociedad neoliberal. Una
afirmación audaz, aunque difícilmente comprobable.
Pero, ¿pueden ser tan esquemáticas las posiciones ante este tipo de acciones? ¿No
cabe mayor matiz analítico entre los cultores del tan celebrado como denostado
argumento del “es más complejo”? Claro que sí. En efecto, una de las más importantes
especialistas en la Revolución Francesa, Mona Ozouf, declaró en mayo en el programa
CàVous por France5 TV que la densidad histórica materializada en la estatuaria del
espacio público es más importante que los humores de la coyuntura, así éstos se
encuentren acicateados con causas compartidas por importantes sectores de la sociedad.
La historiadora miembro del Comité Laïcité République insiste en que todo símbolo
condensa múltiples capas de sentido, distintas experiencias y valoraciones por las que
atraviesa el devenir de una comunidad. El caso de Ferry sería entonces paradigmático:
promotor del colonialismo francés y no exento de connotaciones racistas en sus
formulaciones al respecto, fue casi al mismo tiempo el exponente por excelencia de la
educación laica y obligatoria de la Tercera República (un epígono europeo del Roca
progresista reivindicado por la izquierda liberal en Argentina). Más aún, exportó esta
utopía pedagógica a la Argelia francesa, donde creó numerosas escuelas y promovió no
sólo la enseñanza del francés sino asimismo la difusión de la lengua y la cultura árabes16.
Y bien, ¿Ferry debe caer? Para Ozouf –biógrafa del referente republicano de fines del
siglo XIX– el sonido del mármol roto es una pedagogía cívica menos conducente que un
debate sobre las complejidades de la historia como conjunto de procesos siempre
contradictorios.

Base de la estatua de Frederick Douglass en Rochester (NY), removida en 2020. Fuente: Tina
Macintyre-Yee, Associated Press.

16 Su intervención en la televisión francesa del 12/06/2020 puede verse en:


https://twitter.com/cavousf5/status/1271495304551030785.
Las razones de los otros
El mismo día en que Trump dio su discurso en defensa de las estatuas se
vandalizaba la del líder abolicionista afroamericano del siglo XIX Frederick Douglass en
Rochester, en el estado de Nueva York17. El hecho nos devuelve otra imagen, diferente a
las antes analizadas: la de la espiral de retroalimentación que degrada una convivencia
ya erosionada por siglos de una reparación material y simbólica, que ha tardado
probablemente más de lo tolerable en llegar. Ese espejo roto habla también de algo que
colocamos como ciudadanos en el centro de la siempre difícil convivencia en la polis:
¿qué ocurre cuando las prácticas que nos liberan son instrumentalizadas por quienes no
comparten los valores de nuestra sociedad deseable o, peor aún, que directamente nos
ubican como el “otro”? La iconoclasia anticristiana, antioccidental y reñida con cualquier
mínima noción de los derechos humanos perpetrada por el ISIS en Medio Oriente
también se llevó a cabo en nombre de los oprimidos del pasado y del presente. No se trata
de igualar estos actos, pero la convivencia es siempre una negociación, sin dudas
conflictiva, más nunca puede ser excluyente de todo vestigio del otro con el que se puja.
En su célebre Discurso sobre las ciencias y las artes, Jean-Jacques Rousseau
señalaba que mientras que Atenas se había preocupado por legar sus mármoles a la
posteridad, Esparta había renunciado a aquella empresa porque los lacedemonios ya
nacían virtuosos. Por lo tanto, de las heroicas acciones de sus habitantes no nos quedaba
más que la memoria. Y concluía: “¿Tales monumentos deben valernos menos que los
mármoles que nos ha dejado Atenas?”18. Lo que el ginebrino parecía adivinar en esa
distinción es que se trataba, antes que nada, de dos formas diversas de la memoria. Que
es, nada menos, lo que se está discutiendo en estos días.

17 Michael Gold, “Who Tore Down This Frederick Douglass Statue?”, New Yok Times,
07/07/2020. Disponible en: https://www.nytimes.com/2020/07/07/nyregion/frederick-
douglass-statue-rochester.html.
18 Rousseau, Jean-Jacques ([1750] 2008), Discurso sobre las ciencias y las artes, en: El Contrato

Social. Discursos, Buenos Aires, Losada, p. 225.

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