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Breve historia de la Ética

José Antonio Mondragón

Como ya hemos insistido en clase, al nacer nos encontramos inmersos en un mundo de prácticas, costumbres,
normas, principios, valores y leyes; que nosotros no diseñamos o construimos. La ética como “filosofía moral” o
como “moral filosófica” inicia cuando empezamos a enjuiciar, cuando las ponemos en crisis, cuando las
criticamos, cuando las juzgamos, unas para conservarlas, otras para desbancarlas (pues rara vez se aceptan o
rechazan absolutamente todas en bloque).

Además están el castigo y el premio, sobre todo cuando somos niños; y cuando ya se ha avanzado algo
más en la vida, se presenta el fenómeno de la culpa, el arrepentimiento, lo cual nos muestra nuestra conciencia
moral o ética, por la que nos sentimos responsables de nuestras acciones. De ahí pasamos a preguntarnos por la
existencia y límites de nuestra libertad, que es lo que nos da responsabilidad. En la adolescencia y juventud, tras
la saludable crisis que nos trae el evaluar y criticar el cuadro moral en el que hemos vivido, mucho se destruye,
pero hay muchas cosas que se reconstruyen; y es en esa reconstrucción donde adoptamos cierto cuadro de
valores, cierto esquema de principios y normas, cierto grupo de virtudes y valores, etc. En este preciso momento
es cuando tenemos nuestro primer sistema moral y ético. Esta reflexión crítica, tanto constructiva como
destructiva es la que han realizado los filósofos a lo largo de la historia, con la finalidad de evaluar normas,
principios, valores y virtudes que han guiado a nuestra comunidad, pero también han logrado construir nuevas
morales. Sin embargo, es preciso conocer algunas de sus propuestas, de modo muy general, para que sus modelos
éticos nos permitan construir nuestro propio sistema ético. En lo que sigue seré muy breve, si alguien quiere
profundizar más sobre los autores mencionados, existen historias de la ética que lo abordan de manera más
amplia.

Aristóteles (384-322)

La ética aristotélica es conocida como eudemonismo teleológico. El hombre para Aristóteles es esencialmente
intencional, es decir, siempre actúa por un interés, intencionalmente busca alcanzar fines (teleología). Para
Aristóteles el fin último del hombre es la felicidad (eudaimonía) y es asimismo su bien más alto, pero no de
manera universal, en abstracto, sino el bien específico de cada persona, de manera concreta y real. La felicidad es
la actividad perfecta por excelencia. Es fin en sí mismo, y todos los demás fines tienen un valor intermedio,
porque son medios que sirven para alcanzar la felicidad misma, pero no son la felicidad. Dice Aristóteles en la
Ética Nicomaquea: “La felicidad la escogemos por sí misma, y jamás por otra cosa; en tanto que el honor, el
placer, la intelección y toda otra perfección cualquiera, son cosas que, aunque es verdad que las escogemos por sí
mismas… lo cierto es que las deseamos en vista de la felicidad… Quizá empero, parezca una perogrullada decir
que la felicidad es el bien supremo” (Libro I, cap. VII). Por lo tanto, es moral el acto que lleve a esta finalidad: ser
feliz. Si los actos se desvían de la felicidad, entonces son inmorales. Y para perseverar en estos actos se necesitan
de las virtudes. Por eso, también la ética aristotélica es conocida como ética de virtudes.

La Eudaimonía o felicidad rige los actos humanos, controla los movimientos irracionales del alma por la
razón, que los guía hacia ella. Por lo que, la finalidad crea virtudes en el hombre como disposiciones para alcanzar
el fin perseguido, es decir, la felicidad misma mueve al hombre mismo a dirigirse hacia ella como garantía de
plenitud y sentido de la vida; el vicio es lo contrario a la virtud y este nos aleja de la felicidad. Virtud y felicidad
son inseparables, así entendido, no se puede admitir los estados de apatía o indiferencia por las cosas y los valores
espirituales, un estado de mera pasividad que nos lleve a vegetar o simplemente satisfacer necesidades biológica.
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Las virtudes son el motor de la felicidad. El conocimiento no basta para alcanzar una vida virtuosa. Se requiere
además la práctica constante de actos virtuosos para adquirirla como “hábito”. Actos muy aislados de virtud, no
nos vuelven virtuosos. Hay que disponer a la voluntad hacia la virtud y fortalecerla con el ejercicio o realización
de actos. Por eso la ética aristotélica no sólo es teórica, sino también práctica, porque la vida virtuosa se alcanza
en el día a día y la felicidad se construye desde el propio contexto existencial.

La virtud es un justo medio entre dos vicios: uno que peca por exceso y otro por defecto. Así, la valentía
está entre la temeridad y la cobardía. La generosidad está situada entre la prodigalidad y la avaricia. La templanza,
intermedia entre la lujuria y la apatía de los sentidos. Por lo que, la virtud por excelencia es la prudencia, es decir,
la capacidad de elegir proporcionalmente entre un exceso y un defecto; es una virtud teórica y práctica, pues
primero se reflexiona y luego se practica en la vida cotidiana las virtudes, pues hay que saber cuáles son los justos
medios más coherentes, es decir, más prudentes para cada acción. Recordar que la razón es la que guía a las
virtudes, pero una razón recta, en búsqueda del bien, no esa razón estratégica y calculadora, fría e instrumental,
sino la razón que conduce a la felicidad como fin humano, es decir, la razón práctica: ética. No debe pensarse,
advierte Aristóteles, que la idea de justo medio signifique adoptar una posición simplona o mediocre, como
acciones intermedias, pues, la virtud no se aplica por igual a todos los casos, sino que es necesario ponderar las
circunstancias de cada persona. La virtud es proporcional a las circunstancias. Es decir, si estamos en una
“fiesta”, el defecto es no bailar, no reír, no convivir, si tu quieres no tomar nada de alcohol; el exceso es caer en
un estado de embriaguez, insultar por el efecto a del alcohol a los demás, caerte de borracho o borracha. Pero el
virtuoso, siempre se inclina más hacia lo que por las circunstancias estamos viviendo, si estamos en una fiesta, el
contexto nos empuja más al límite del exceso, pero eso sí, sin el descuido de un límite o un defecto. Es decir, si
bien hay baile, alcohol, convivencia, la racionalidad nos permite dar un límite para alcanzar la felicidad y no caer
en un triste vicio que nos lleve a la “imprudencia”.

Immanuel Kant (1724-1804)

Para Kant la ética se basa en un dato primitivo: el deber. Nuestra conciencia nos proclama que hay un deber, una
ley que ordena lo que debe ser, independientemente de lo que ha sido, es o será. Por lo que, la ética depende de la
forma, del imperativo considerado en sí mismo, independientemente de cualquier bien, de cualquier contenido.
De esta manera, la ética de Kant es formal, sin contenido material (valores, virtudes, felicidad, vida buena),
apoyado únicamente en lo racional. Tal es la autonomía de la moral, depender sólo de la razón que conduce al
deber; depender de otra cosa sería sujetarla a una heteronomía (algo ajeno que no sea actuar por deber). Por
ejemplo, hacer que la ética busque la felicidad, el placer o la utilidad es buscar algo que no es ella misma, con lo
cual deja de ser autónoma y se vuelve heterónoma. Así, el deber es un absoluto, no depende de ningún bien que
sea su fundamento; eso sería hacerle un imperativo hipotético (“realizaré la tarea si me dejas ir al cine”;
“seguimos siempre y cuando me des la prueba de tu amor). Para Kant una acción no es obligatoria porque es
buena, es buena porque es obligatoria, porque actuamos por deber.

La ética kantiana pone sus bases en la intención recta o en la “acción de buena voluntad”: nos mueve a
cumplir un imperativo categórico no para obtener una ventaja sino sólo para cumplir la ley. Esto es actuar
con buena voluntad. Es obedecer la ley porque se ama la ley. Por eso la moralidad no depende de los buenos
sentimientos, que la harían interesada. El único sentimiento que cabe frente a la ley es el del respeto. Es un
sentimiento agradable por hacer lo que se debe. La buena voluntad está del lado de la razón, pues para Kant la
voluntad no es otra cosa que la misma razón práctica; y, si es buena, se hace moral. Asimismo, la buena voluntad
es autónoma, ella es su propio y único fin, es un fin en sí misma. No se impone la ley desde fuera, ni siquiera por
un Dios, ni el prójimo, ya que se le obedecería por miedo, amor o interés, y ninguno de esos sentimientos es una
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motivación moral, sino una ética heterónoma y no autónoma. La buena voluntad es razonable y libre; no depende
ni de sus resultados; aunque sus esfuerzos no llegaran a nada, “sería esa buena voluntad como una joya brillante
por sí misma, como algo que en sí misma posee su pleno valor. La utilidad o esterilidad no pueden ni añadir ni
quitar nada de valor.

El Imperativo categórico propuesto por Kant dice: “obra como si la máxima de tu acción debiera
tornarse como ley universal. Obra de tal modo que uses la humanidad o a la persona como un fin en sí mismo y
nunca como un medio”. Para este filósofo alemán, la persona humana, razonable y libre, es el fin de la ley, nunca
un medio. Cuando se usa como un medio, el hombre que lo hace se degrada. Es el respeto absoluto de la persona,
que es el fundamento del deber y el derecho.

Ética Posmoderna o contemporánea

La ética posmoderna no tiene a un sólo representante, son varios filósofos los que realizan el diagnóstico sobre la
ética actual. G. Lipovetsky es uno de esos pensadores que han hecho un estudio muy amplio sobre la ética de
nuestro tiempo, la cual, está pensada para el hombre contemporáneo, quien ha decidido dar la espalda al sujeto
moderno, caracterizado por tener como fundamento de su vida a la razón. El posmoderno no acepta ser
meramente racional, sino se identifica con Narciso o Dionisos, dioses mitológicos que se caracterizan por apostar
por lo irracional, el desenfreno, el deseo, la pasión, las emociones y el goce personal egocéntrico. Ese es el sujeto
de hoy en día, el hombre y la mujer de los deseos cambiantes, de las emociones fuertes y de los placeres
absolutos. Este sujeto tiene una norma moral o un imperativo ético bastante llamativo: ¡Se prohíbe prohibir! ¡Haz
lo que quieras! De tal modo que para el posmoderno, las normas y los valores tradicionales son un obstáculo para
vivir, porque son un freno para la existencia, pues no les permiten disfrutar del presente.

El posmoderno es frágil y quebradizo, la categoría amor no entra dentro de su sistema ético, porque no
sabe amar, le cuesta amar, sólo disfruta del otro, pero cuando le cansa, lo tira y busca un remplazo. Ese otro,
porque ya ni siquiera es prójimo, es un medio para alcanzar el placer y el éxito personal, solo piensa en cómo
vestir hoy, que me compro hoy, vivir el momento, sin pensar en ideales, utopías y sueños. Ya casi a nadie le
parece importante luchar por los valores modernos de libertad, igualdad, fraternidad; el posmoderno está
decepcionado de este proyecto ético, pues a lo largo del tiempo se ha dado cuenta que en lugar de que exista la
paz, la libertad, la igualdad, sólo hay guerra, desigualdad social. Por eso, lo único que resta es “VIVIR EL
PRESENTE”, sin principios ni normas, preocuparse sólo por la corporalidad, por verte bello, delgado, al último
grito de la moda, enamorado de sí mismo, no tiene ojos para los demás, a no ser de manera asistencialista. Los
Mass Media y el consumo rigen su existencia, prácticamente les dicen como pensar, vestir, amar, vivir, ser. Si
antes las iglesias, las familias, la escuela y la propia razón de cada uno era quien diseñaba la personalidad, ahora
ese lugar lo ocupan los medios, que en un mundo global como en el que vivimos se busca la homogeneización y
la enajenación. Los medios tienen la última palabra. Incluso son mediadores del prójimo, hacen al posmoderno ser
responsable ante el dolor ajeno; esto significa que las catástrofes duran mientras la televisión está prendida, pero
al momento de apagar se termina el dolor y la necesidad. El posmoderno al “sentir” feo ante tal situación, sólo
marca y dona dinero para aquellos que en ese momento se transforman prójimo. Por ello el show va de la mano de
la ayuda o la donación, tal es el caso del teletón o el juguetón en México, hay música, hay historias, la idea es
convencer al que está viendo la pantalla que urge ayudar, y si no es por la historia o por la bondad de la ayuda,
mínimo sea por la música o el teatro; aunque sabemos que en el fondo hay un fin de lucro.

Esta es la moral posmoderna, mediática, cada quien decide sus valores. Es relativa, bastante relativa, por
eso cuesta trabajo ponerse de acuerdo en algo, cada quien decide lo que es bueno y malo, lo fundamental es gozar
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sea como sea, pasar sobre lo que sea. Los valores absolutos no tienen sentido en la época actual, lo importante es
ser como cada quien quiere aunque muchas veces se vaya en contra de la vida de los demás.

Ética hermenéutico-analógica

Su precursor es el filósofo mexicano Mauricio Beuchot, quien propone realizar una interpretación del ser humano
concreto, de carne y hueso; además de una interpretación de su contexto cultural; con la finalidad de no caer en
una reflexión abstracta de la moral o ética, sino una reflexión concreta. Para Beuchot toda la historia de la ética ha
estado en dos modelos distintos y en conflicto que no han podido dar propuestas de una ética a la altura del ser
humano concreto y de su contexto cultural específico. Esas posturas son llamadas por el filósofo mexicano:
univocismo y equivocismo. El univocismo ético nos conduce a una ética regida de la ley por la ley misma, en la
que todo será imperativo, demasiado pesada, y aun aplicada, como lo fue en el racionalismo, para seres humanos
que más bien serían robots sin libertad alguna. El equivocismo ético nos conduce a una ética relativista de corte
posmoderno, donde cada quien elige como ser de acuerdo a sus vivencias y experiencias cotidianas. La ética
hermenéutico-analógica es una ética no de leyes como la univocista de tipo Kant, ni de situaciones o sentimientos
como la equivocista o posmoderna, sino es una ética donde predomina la virtud por encima de la ley; predomina
la diferencia sobre la identidad.

La ética analógica trata de conjuntar a Aristóteles y Kant. La «Ética de leyes» y la «Ética de virtudes».
Beuchot no niega la importancia de las leyes, los valores y los principios (Kant), pero estos deben aplicarse según
las circunstancias (Aristóteles) para no caer en universalismos monstruosos. Por otra parte. La ética analógica es
una «Ética de virtudes», pues la virtud tiene una parte que mira a la ley y que atiende a la situación concreta. Por
lo que trata de conjuntar las leyes y las acciones: el decir y el mostrar. Las LEYES corresponden al DECIR
(unívoco). Las VIRTUDES al MOSTRAR (equívoco).Como en la «analogía» predomina lo equívoco, el
predominio será el de la VIRTUD, no obstante con algunas leyes, pocas pero bien claras; será suficiente para
orientar la vida humana. Con un poco de decir y un mucho de mostrar se edificará la Ética analógica. La ética de
las virtudes tiene la ventaja de permitir algunas leyes, pocas y muy claras, que nos ayuden y sean como guías
mínimos para alcanzar esa virtud que se desea construir en la persona. La virtud echa mano de la analogía en su
forma de iconicidad. De modelo o paradigma; con el cual se transmite la virtud. Así, el que es un ejemplo de
virtud se constituye como modelo o ícono para el que está aprendiendo la virtud, no para imitar su propia ética,
sino para hacer concreta la virtud y no se convierta la ética en mero discurso, sino en hecho real. Se enseña la
ética siendo ético.

La ética moderna fue de leyes, demasiada cargada de imperativos categóricos. A ello se opone en la
posmodernidad una ética de sentimientos, de emociones, contraria a la ética racionalista. Una ética analógica,
trata de conjuntas el decir (leyes) y el mostrar (la vivencia en la praxis de virtudes y valores). Pocas leyes pero
suficientes para la vida, y muchísimo de virtudes, las cuales se tienen que plasmar o mostrar en esos principios
que se aceptan o se afirman. Para la ética formal, basada en puras leyes, la razón individual se convierte en la
garantía de la vida ética, pero hay algo que está antes de la razón individual, por supuesto que está antes la vida
misma, el respeto y su promoción; con el respeto no basta, hay que promoverla; entonces tenemos ya una ética
formal pero con contenidos que van más allá de la razón. Es decir, la ley universal es la vida misma, y sus
contenidos son las virtudes que la aplicación de esa ley en la vida diaria puede crear como: la justicia, la equidad,
los sentimientos de solidaridad, la templanza, la sabiduría, etc. Toda ética que no tome en cuenta el valor, respeto
y la promoción de la vida, no puede llamarse ética, por muy racional que sea. Por lo que la ética analógica
propone mínimo una ley universal: el valor, el respeto y la promoción de la vida; cómo hacerlo, de acuerdo al
caso o al contexto, con la promoción de una ética de virtudes que exige en la práctica cotidiana, en todas nuestras
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acciones la vivencia real y no hipócrita de nuestra moral. Ojo, por vida no se entiende lo biológico, por vida se
entiende plenitud, gozo, esperanza, salud, dignidad, cultura, salarios justos, vivienda, recreación, equidad, justicia,
paz…

Por otro lado, Si nos quedamos en el relativismo moral, nada se puede prescribir o normar, ya que todo da
igual. El comportamiento moral que yo elija será igualmente válido que cualquier otro, nadie me podrá decir que
no puedo hacer tal o cual acción y, con eso da igual el sistema ético con el que la fundamente. Es más, la ética
pierde todo su valor, se hace casi inútil, porque no hay nada que prescribir, tan sólo describir actitudes y acciones.
De suyo el relativismo ilimitado y sin límites es insostenible, es autorrefutante, se destruye así mismo, pues dice
que todo es relativo, y también implica que ese “todo es relativo”, también es relativo.

Mauricio Beuchot, propone un relativismo moderado, o llamado “relativismo analógico”, porque trata de
poner límites al universalismo ético exagerado, pero también al relativismo extremo. A diferencia del
universalismo extremo (que exige leyes o normas que se deben vivir y aplicar de manera universal, sin importar
los contextos ni las circunstancias), sabe que la acción se da en contextos concretos, históricamente situados. Y se
sugiere nunca perder de vista la circunstancia, el caso o el contexto, porque eso permite que la ética esté situada, y
que las leyes o principios universales por mínimos que sean, iluminen la existencia de quienes viven en contextos
diferentes. El relativismo analógico a diferencia del relativismo extremo, acepta que hay cosas (principios o
normas) que se pueden admitir como universales. Es un relativismo que trata de respetar lo más posible de las
particularidades de los individuos, pero también rescatar lo más posible, los elementos universales que se dan en
la acción individual, en la historia de la sociedad, en la praxis de las culturas. Un elemento universal, por ejemplo,
es el aprecio y promoción de la vida, por la integridad, por la salud, y aquellas cosas que quien no las aprecie lo
consideramos como inhumano.

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